LA LOCURA DEL REY GOLL

En blanda piel de nutria me sentaba;

de Ith a Emain, mi palabra era ley,

y junto a Invar Amargin golpeé

los pechos de marinos pendencieros.

Y expulsé los tumultos y la guerra

lejos de chico y moza, anciano y bestia;

los campos prosperaban de continuo,

las aves aumentaban en el aire,

y cada viejo olave profería

bajando la cabeza encanecida:

Del Norte el frío, el rey mantiene a raya.

No callan, las hojas revolotean en torno a mí, las viejas hojas del haya.

Meditaba y bebía dulce vino;

llegó un pastor de valles interiores

y dijo que sus cerdos los piratas

habían robado en barcos tenebrosos.

Llamé a mis valientes luchadores

y broncíneos carros de combate

de abruptas navas y fluviales valles;

y bajo el titilar de las estrellas,

cayendo sobre ellos junto al mar

al abismo del sueño los mandamos:

estas manos ganaron torques de oro.

No callan, las hojas revolotean en torno a mí, las viejas hojas del haya.

Mas al tiempo que aullando los mataba

y pisaba el burbujeante lodo,

en mi interior recóndito prendió

un fuego en torbellino fugitivo.

Las estrellas brillaban sobre mí,

y en derredor los ojos de los hombres.

Y dando una carcajada huí corriendo

por juncosos pantanos y roquedos;

reí porque los pájaros volaban,

chapoteaban juncos en el agua

y rielaba el lucero entre las nubes.

No callan, las hojas revolotean en torno a mí, las viejas hojas del haya.

Y ahora voy errabundo por los bosques

cuando el verano sacia a las abejas,

o cuando en otoñales soledades

los árboles se visten de leopardo;

o cuando en las playas bajo el viento

tiemblan los cormoranes en sus rocas;

errante voy, lavándome las manos,

cantando y meneando los cabellos.

El lobo me conoce; por la oreja

conduzco a los venados de los bosques;

las liebres corren locas a mi lado.

No callan, las hojas revolotean en torno a mí, las viejas hojas del haya.

Llegué a un pueblecito que dormía

debajo de una luna septembrina,

y pasé de puntillas junto a él,

susurrando con bella melodía

cómo noche y día había viajado

pateando con pasos formidables;

y hallé dónde un salterio se encontraba,

dejado en el asiento de un umbral,

y lo llevé conmigo a la espesura;

miserias inhumanas entonaron

furiosas nuestras voces acordadas.

No callan, las hojas revolotean en torno a mí, las viejas hojas del haya.

Canté cómo al final de la jornada

Orchil sacude su melena negra

con la que oculta al sol que languidece

y esparce aromas tenues por el aire:

y mi mano corría por las cuerdas

—son de rocío que cae—, apagando

el fuego en torbellino fugitivo;

mas hoy elevo un quejumbroso ulular,

pues las cuerdas ya están rotas y mudas,

y tengo que vagar por bosque y loma

con calor estival y crudo frío.

No callan, las hojas revolotean en torno a mí, las viejas hojas del haya.