EL INDIO ACERCA DE DIOS

Recorrí la ribera bajo árboles húmedos,

mi espíritu se mecía a la luz vespertina, y en torno a mis rodillas los juncos,

mi espíritu se mecía con sueño y suspiros; y vi pasar faisanes

goteando por la hierba de una cuesta, y vi que dejaban de seguirse

uno a otro en círculos, y oí que el más viejo decía:

Quien sostiene el mundo en Su pico y nos hizo débiles o fuertes

es un faisán eterno y vive más allá del cielo.

La lluvia procede de Su goteante ala, la luz de la luna de Sus ojos.

Seguí caminando y oí que un loto decía:

Quien hizo el mundo y lo rige pende de un pecíolo,

pues estoy hecho a Su imagen, y toda esta corriente cantarina

no es sino una gota de lluvia que se desliza entre Sus amplios pétalos.

A un corto trecho, en la umbría, un corzo alzó sus ojos

rebosante de luz de estrellas, y dijo: El Piafador de los Cielos

es un corzo manso; pues, ¿cómo si no, Él podría

concebir algo tan triste y suave, algo tan manso como yo?

Seguí andando un poco más y oí que decía un pavo real:

Quien hizo la hierba y los gusanos y mis joviales plumas

es un pavo real gigante, y toda la noche agita

Su lánguida cola sobre nosotros, encendida con miríadas de luces.