Un templete indio en la Edad de Oro. Alrededor de él un jardín;
alrededor de éste, el bosque. Anashuya, la joven sacerdotisa,
arrodillada en el templo.
Anashuya. Manda paz a las tierras y al maíz titilante.
Que la tranquilidad camine de su brazo
cuando él vaga en el bosque, si no quiere
a otra. Y que los rebaños indolentes
sean copiosos. Y si quiere a otra,
que panteras lo maten. Y carga a nuestro rey
con constante prudencia. Que los dos nos alcemos,
cuando ya hayamos muerto, allende el sol poniente,
algo apartados de las otras sombras,
mezclados los cabellos ante un mismo laúd.
Vijaya [entrando y tirándole un lirio],
¡Salve! Salve mi Anashuya.
Anashuya. No, cállate.
Sacerdotisa de este templo, ofrezco
plegarias por el país.
Vijaya. Esperaré aquí, Amrita.
Anashuya. Por el susurro del manto de Brahma poderoso,
¿quién es Amrita? ¡Ay, qué dolor!
Otra ocupa tu atención.
Vijaya. Es el nombre de mi madre.
Anashuya [canta, saliendo del templo].
Un pensamiento muy triste pasó lento a mi lado.
¡Suspirad, oh luceros! ¡Suspirad, y meced vuestro azul atavío!
El triste pensamiento se ha alejado de mí por completo.
¡Cantad, oh luceros! Cantad y elevad vuestro embelesado cántico
al poderoso Brahma, quien os hizo innúmeros como las arenas,
y os dejó en los portales de la tarde con sus plácidas manos.
[Se sienta en los escalones del templo.]
He traído mi arroz vespertino;
el sol pone el mentón en la espesura,
fatigado, con todas sus amapolas alrededor.
Vijaya. La hora en la que Kama, con risa soñolienta,
se levanta, y arroja sus fragantes flechas,
atravesando el crepúsculo con sus susurrantes puntas.
Anashuya. Mira cómo vienen los sagrados y viejos flamencos,
pintando de sombra las gradas de mármol:
ancianos y sabios, buscan sus acostumbradas perchas
dentro del templo, con andar sinuoso,
hechos para vagar junto a sus melancólicas mentes.
Ese alto le ha echado el ojo a mi cena; échalo,
lejos, muy lejos. Le puse tu nombre.
Es un famoso pescador; constantemente
riza con su pico los arroyos con peces.
¡Eh! Que se lleva mi arroz. Te lo dije.
Espántalo. ¡Se va! Ten un beso,
que has salvado mi arroz. ¿No lo agradeces?
Vijaya [canta]. Cantadla, oh primeras y contadas estrellas,
a quienes Brahma, tocándoos con su dedo, os alaba, pues sois
vanguardia de la calma errante; para no ser demasiado calladas y viejas,
cantad, girando en vuestros carros,
cantad, hasta que elevéis las manos y suspiréis, y desde los
morriones de vuestros carros escudriñéis,
con todos vuestros cabellos arremolinados, y vertáis muchas
lágrimas de azur.
Anashuya. ¿Qué saben los pilotos de las estrellas de las lágrimas?
Vijaya. Sus rostros están extenuados, y en sus ojos
destella el fuego de la tristeza, pues ven
los carámbanos que causan hambre en el norte,
donde los hombres yacen helados en la nieve trémula;
y en los violentos bosques se encogen el león
y la leona, con todos sus gimoteantes cachorros;
y siempre paseando por el borde de las cosas,
la Belleza, ese fantasma, en una niebla de lágrimas;
mientras que nosotros solos tenemos en derredor bosques tupidos,
y sentimos la suavidad de la mano del otro,
Amrita, mientras…
Anashuya [apartándose de él]. ¡Ay de mí! Tú quieres a otra,
[Echándose a llorar.]
¡que un súbito mal horrible le suceda!
Vijaya. Quise a otra; ahora ya no la quiero.
Entre la descomposición de antiguos bosques
vives tú, y en el límite de la aldea ella,
con su anciano padre, el leñador ciego;
la vi de pie en su puerta, pero ahora…
Anashuya. Vijaya, jura que ya no la querrás más.
Vijaya. Sí, sí.
Anashuya. Jura por los padres de los dioses,
que habitan en el santo Himalaya,
en la remota Cima Dorada; enormes figuras
que ya eran viejas cuando el océano joven;
en sus vastos rostros, misterio y sueños;
su cabello rodó por las montañas
y llenó año tras año los incontables nidos
de pájaros sin miedo, y en torno a sus pies sin agitación
los felices rebaños de ciervos y de antílopes
que no oyen jamás al cruel sabueso.
¡Júralo!
Vijaya. Por los padres de los dioses, lo juro.
Anashuya [canta]. ¡He perdonado, oh nueva estrella!
Tal vez no nos hayas oído, ¡hace tan poco que saliste,
cazadora de los campos lejanos!
Ah, en verdad conocerás a mi amado por sus flechas de cazador,
dispárale saetas de sosiego, que siempre pueda tener
una risa solitaria, y que pueda besar sus manos en el sueño.
Adiós, Vijaya. No, no digas nada, no digas nada;
sacerdotisa de este templo, ofrezco
plegarias por el país.
[Vijaya se va.]
Oh, Brahma, protege mientras duermen
a los alegres corderos y a las vacas ufanas,
las moscas bajo las hojas, y los ratones jóvenes
entre las raíces de los árboles, y todas las sagradas bandadas
de flamencos rojos; y a mi amor, Vijaya;
y que ningún hada traviesa con dedo inquieto
turbe su sueño: haz que sueñe conmigo.