—¿Más té? —Preguntó Mrs. Abberline.
—No, gracias. —Mark se acomodó en el butacón, buscando alivio para su hombro izquierdo. Debajo del vendaje, la herida palpitaba todavía, pero ahora estaba curándose perfectamente. Si los recuerdos pudieran curarse con la misma facilidad…
El inspector Abberline llamó la atención de su esposa con la mirada.
—¿Nos perdonarás? Tenemos algunas cosas que discutir.
—Naturalmente.
Dejando la tetera sobre la mesa, cerca de la chimenea, la mujer salió de la habitación y cerró la puerta.
—Ahora —dijo Abberline—, desde el principio.
Mark habló suavemente, recitando su encuentro, reviviéndolo mientras contemplaba el fuego. Las llamas se alzaban, como se habían alzado la noche anterior cuando él se abrió camino en la habitación ardiente, y después descendió por la escalera llena de humo hasta la seguridad de la calle.
Cuando llegó ayuda ya era demasiado tarde. La casa era como de yesca, dijeron los bomberos. Se preguntaban cómo había comenzado el incendio, pero Mark no lo explicó. Aprovechándose de la confusión se mezcló con la multitud que estaba amontonándose y se alejó de la escena, agradecido a las sombras que ocultaban las delatoras manchas de sangre que iban empapando el hombro desgarrado de su abrigo. Tuvo suerte; se escurrió sin ser visto por las callejuelas laterales hasta la seguridad de su cuarto. Allí limpió y curó la herida, y después cayó en un sueño tranquilo.
Ya estaba muy avanzada la mañana cuando despertó, y era casi media tarde cuando tuvo el valor suficiente para ir a visitar a Abberline a su casa.
Ahora, el inspector le escuchó silenciosamente. Mark escudriñaba su cara buscando una reacción, pero había solamente una máscara inmóvil que se alzaba ante él a la luz del fuego de hogar.
Finalmente habló:
—Ya sabe usted que ha cometido un delito al abandonar aquel lugar. Podría arrestarle. ¿Por qué no se quedó y explicó lo que había sucedido?
—Porque usted es la única persona en quien puedo confiar —murmuró Mark—. Si se lo hubiera contado a ellos y no me hubiesen creído…
—No le hubieran creído —dijo Abberline—. Pero yo sí.
—Entonces, ¿cree usted que yo tenía razón en cuanto a los crímenes?
El inspector asintió lentamente.
—A la vista de la evidencia parece que así es. Ellos dos debieron de trabajar juntos. Uno imagina que Pedachenko se acercaba a las mujeres, conduciéndolas a un punto apartado en donde Eva estaba esperando escondida. Sin duda alguna, ella se les acercaba por la espalda, retorciendo los pañuelos o chales alrededor de sus cuellos, dominándolas completamente mientras Pedachenko utilizaba su arma.
Mark cerró los ojos, intentando apartar las imágenes que acudían sin ser requeridas. Eva, agarrando una víctima indefensa en una presa mortal mientras su amante hundía profundamente la hoja en la garganta palpitante…
—No es de extrañar que pudiera escapar tan fácilmente —estaba diciendo Abberline—. Como pareja, pasaban inadvertidos. Esparcir pistas falsas alrededor de algunos de los cuerpos para despistar a la Policía fue un buen ardid. Y aquellas cartas, el escrito en la pared…, el toque maestro para confundirnos a todos.
—Pero ¿quién hubiera podido soñar en algo semejante? —Mark abrió mucho los ojos al replicar—: Aparte de nosotros, no hay nadie que ni tan siquiera pudiera sospecharlo.
—Únicamente una persona —dijo Abberline—. Yo creo que Gull lo sabe.
—¿Sir William?
El inspector afirmó con la cabeza.
—¿Recuerda usted lo que Lees nos dijo sobre el hombre que siguió? Gull juró que era el cochero del príncipe Eddy, pero sabemos que mintió. Yo creo que Pedachenko fue a casa de Sir William la tarde del día nueve, antes de que matasen a la Kelly.
—¿Por qué motivo?
—Chantaje. —Abberline se inclinó hacia delante—. No tengo nada en qué basarme excepto una evidencia circunstancial. Sin embargo, tiene sentido si sigue usted mi razonamiento: sabemos que Eddy hacía visitas secretas al East End. Gull lo admitió y nos dijo que el príncipe había conseguido esquivarlo a él mismo. Pero ¿y si alguien más vio a Eddy en aquel lugar?
—¿Pedachenko?
—Exactamente. —El inspector bajó la voz—. Yo creo que las excursiones de Eddy tenían un propósito. Como futuro gobernante se espera que se case y proporcione un heredero al trono. Pero eso sería imposible a menos que se sintiera capaz de dominar sus anhelos homosexuales. Obviamente, el único medio de descubrirlo era ponerse a prueba. No podía arriesgarse a probar su virilidad con una dama de la corte, pero no sería problema alguno si iba a Whitechapel de incógnito y encontraba una prostituta.
Mark sacudió la cabeza.
—Puedo comprender que no corriera el riesgo de ser reconocido en un burdel de lujo. Pero no puedo imaginarlo acercándose a una de esas feas mujeres de los barrios bajos.
—Mary Jane Kelly no era fea. —Abberline dio media vuelta para encararse con Mark—. ¿Y si Pedachenko se encontró con la Kelly en compañía de Eddy alguna noche y lo reconoció? Todo el mundo sabe que Gull es el médico personal de Eddy. Como tal, Pedachenko quizá fue a visitarlo y le dijo lo que sabía y pidió un precio por su silencio.
—¿Está usted sugiriendo que Sir William Gull conspiró con Pedachenko para cometer un crimen?
—¡Claro que no! Solamente supongo que él se limitó a escucharlo y después pagó la suma que Pedachenko le pidió. Probablemente esperaba que él compartiera el dinero con la Kelly como pago por mantener la boca cerrada. Pero no creo que Gull supiera nada sobre las intenciones reales de Pedachenko. Creo que la noticia de la muerte de la Kelly fue una verdadera sorpresa. Y nuestra visita fue un choque mayor todavía. Todo lo que pudo hacer era desviar las sospechas con esa mentira sobre la visita del cochero…, no para escudarse él mismo, sino para proteger a Eddy y la Corona.
—Quizá tiene usted razón —dijo Mark—. Pero ¿cómo podemos estar seguros? Solamente es una suposición.
Abberline hizo una mueca.
—En mi tipo de trabajo preferimos llamarlo una deducción. Bajo las actuales circunstancias es la única base con que contamos para seguir adelante. —Se levantó, y se puso a pasear ante la chimenea—. Por lo menos, esto nos proporciona un cuadro parcial de cómo mataron a la Kelly y el motivo.
—¿Parcial?
Abberline hizo otra mueca.
—Nunca sabremos realmente cómo consiguió Pedachenko apoderarse de la llave de la habitación de Kelly. Quizá fue allí como cliente después de haberla visto con Eddy, y entonces le robó la llave. Eso explicaría porqué ella se fue con él tan fácilmente la noche del crimen; porque él no era un desconocido. Kelly no sabía que Pedachenko había cogido la llave. No sabía que él se la había entregado a Eva, y que ella ya estaba esperando dentro de la habitación. Ella ignoraba lo que esos dos le tenían reservado. Del mismo modo que no podemos saber los detalles del baño de sangre que siguió.
«Baño de sangre.» Mark cerró nuevamente los ojos, pero la visión ardía detrás de ellos, la visión de Eva y su amante, dos formas oscuras acurrucadas en la oscuridad sobre el cuerpo descuartizado en la cama.
«Baño de sangre y anhelo sangriento.» Forbes Winslow tenía razón después de todo. Pero ¿quién hubiera sospechado que la tranquila provinciana podía ser capaz de semejante salvajismo? Quizás ella misma lo ignoraba hasta que Pedachenko despertó el impulso que ella llevaba dentro. El impulso secreto aunando el placer con el dolor… En cierto modo, ella también era una víctima del Destripador.
Se obligó a volver a la realidad, mientras Abberline continuaba.
—Pero lo que sí sabemos es lo que sucedió después de la muerte —dijo el inspector—. Las ropas que usted encontró en el armario nos lo cuentan. Eva debió de quemar en el hogar sus propias ropas ensangrentadas y se puso las ropas baratas que había traído con ese propósito. Era Eva, disfrazada de Kelly, a quien los testigos vieron cuando Eva se marchó a la mañana siguiente. Pedachenko, naturalmente, hacía mucho que se había ido. Ellos creyeron que estaban a salvo, pero creo que usted los asustó cuando le habló a Eva de nuestra investigación incesante. Decidieron huir juntos del país, pero río hasta haberse librado de usted.
Mark frunció el ceño.
—Sin embargo, todavía no puedo aceptarlo… Una chica como ésa…, hija de un párroco, enfermera…
—Y Pedachenko era ayudante de barbero. —Abberline calló—. Pero no se puede juzgar por las apariencias. A la luz de la evidencia eran dos personas parecidas. Ella era Jill la Destripadora.
—Si la casa no hubiera ardido —dijo Mark—, por lo menos tendríamos pruebas para presentar.
—No habrá ninguna presentación. —El inspector habló lentamente—. Tal como están las cosas, dos personas no identificadas han perdido sus vidas como resultado de un incendio accidental. Una murió en una habitación del piso superior y la otra se mató al saltar desde una ventana para escapar de las llamas. Y ése es el fin de la historia.
Mark se quedó mirándolo.
—¿Está usted diciéndome que no tiene intención de contarle a nadie la verdad?
—La verdad es que el Destripador ha muerto. Y que yo estoy cometiendo un acto de conspiración con usted. Que Dios nos ayude. Pero ¿qué se puede ganar hablando? Usted sería acusado de haber ocultado información, y el escándalo arruinaría a Gull, por no decir nada de Eddy. —Se volvió y se quedó mirando el fuego—. Prefiero pensar que estoy actuando de acuerdo con mis sentimientos de lealtad hacia la Corona, pero más probablemente sólo es cobardía. Si Scotland Yard se enterase alguna vez de mi propia participación…
—Tiene usted razón. —Mark suspiró profundamente—. Lo más importante es que ha terminado. —Alzó la mirada rápidamente cuando Abberline dio un respingo—. ¿Qué sucede?
—Nada. Este maldito estómago mío que fastidia de vez en cuando.
—Ya me lo había comentado. Eructos, acidez, molestias gástricas.
El inspector encogió los hombros.
—Ya sé que son nervios. Intento vigilar mi dieta, pero nada ayuda.
—Se olvida usted de que soy médico. —Mark sacó pluma y bloc del bolsillo de su chaqueta. Escribió rápidamente y después arrancó la hoja y se la entregó a Abberline—. Tome, lleve esta receta a su farmacéutico. Creo que le aliviará las molestias.
—Gracias. —El inspector sonrió—. Probablemente necesitaré un poco de consuelo en los tiempos venideros. No será fácil vivir con mala conciencia y nunca podré arriesgarme a decir la verdad, ni aunque escriba mis memorias. —Hizo una pausa, serenándose—. Y, ¿qué hay de usted?
—Yo ya me he decidido —le dijo Mark—. Voy a regresar a los Estados Unidos. Por lo menos allí no hemos de temer tanta violencia.
Abberline sacudió la cabeza.
—América es joven todavía —dijo—. Espere y verá.
Mark se levantó y el inspector lo acompañó a la puerta. Después de una tranquila despedida, se marchó.
Cuando comenzó a ir avenida abajo, Mark se encontró reflexionando sobre las palabras de Abberline. ¿Había verdad en su cínica profecía? ¿Había otros acechando por todo el mundo, sonriendo secretamente, cometiendo sus actos secretos? ¿Por qué los seres humanos se comportaban con tanta inhumanidad; por qué disfrutaban infligiendo dolor, deleitándose en la muerte?
Si persistía en su decisión de estudiar la mente y buscar una solución quizás eventualmente encontraría una respuesta. Pero podía suceder que nunca llegase a descubrirla; todo lo que podía hacer era intentarlo.
Cuando Mark pasó a la calle iluminada por el sol, vio un grupo de niños saltando a la comba, niños que jugaban, cantando una canción tan vieja como el mundo.
Jack y Jill subieron a la colina
a coger un cubo de agua
Jack cayó y se rompió la corona
y Jill cayó dando volteretas.
Mark pensó en Pedachenko y Eva. Gracias a Dios, ya había terminado. Quizás…