Estados Unidos, 1864 d. de J. C. El ministro metodista John Chivington se convirtió en soldado y tomó el mando del Distrito de Colorado. En noviembre llevó sus tropas contra Black Kettle y sus pacíficos cheyennes, acampados en Sand Creek. Sus fuerzas, que eran de setecientos hombres, encontraron al alba a quinientos indios dormidos, en su mayoría mujeres y niños. Black Kettle se despertó, alzó la bandera americana en un asta y después una bandera blanca. Pero los soldados, muchos de los cuales eran voluntarios borrachos, dispararon con revólveres, escopetas y un cañón de alcance corto, contra el gentío que huía. Unas cuarenta mujeres se refugiaron en una cueva. Enviaron una niña de seis años con una bandera blanca. Inmediatamente fue cosida a balazos. Arrastrando fuera las mujeres, los soldados las mataron y les quitaron el cuero cabelludo. Chivington y su banda de héroes volvieron a Denver exhibiendo un centenar de cueros cabelludos sangrientos, que fueron expuestos en un teatro local.
Mark ya conocía la respuesta.
Se obligó a permanecer silencioso durante el camino hacia el hospital, se obligó a conservar la calma mientras se despedía de Abberline, se obligó a saludar y sonreír devolviendo saludos de los miembros del personal que encontró mientras se apresuraba por los pasillos.
Pero la respuesta hacía eco, la respuesta en la voz del casero mientras se refería a la hermana de Pedachenko.
—Más joven que él. Unos veintitantos años, diría yo, y no tenía el acento de él. Más bien alta, de tez clara, ojos azules y pelirroja. Difícilmente se la podría tomar por su hermana…
Mark pensaba lo mismo. La chica que el casero había descrito era Eva.
La alcanzó en la entrada de los alojamientos de las enfermeras, poco después de las seis, justo a tiempo de verla salir con ropas de calle.
Ella lo saludó con una sonrisa de alivio.
—¡Mark! He estado preocupada por usted todo el día… Me había dicho que nos veríamos, ¿recuerda?
—He tenido trabajo. —La cogió del brazo—. Venga a la biblioteca. Tenemos que hablar.
La biblioteca estaba desierta durante el cambio de turnos y Mark se encaró allí con Eva sin testigos. Al sentarse en el sofá, ella lo miró ansiosamente.
—Cuénteme lo sucedido. Ayer noche, ¿encontró las fechas en el libro de visitas de Hume?
—No estaba allí.
—Lo siento.
—No lo sienta. Ahora que Hume ha muerto, ya no es tan importante.
—¿Muerto? —Eva se quedó atónita—. No lo sabía…
Asintiendo, Mark le habló de su visita de la mañana a Abberline.
—Supongo que los periódicos de la noche publicarán la noticia —dijo—. Pero eso tampoco puede tener importancia. Parece que tenemos otro sospechoso.
Rápidamente describió su visita al Hospital St. Savior y lo que supieron allí. Mientras hablaba, Mark observaba la reacción de la muchacha.
—Pedachenko —dijo él—. Alexander Pedachenko. —Mark la miró fijamente—. ¿Por qué me dijo que su nombre era Alan?
—¡Oh, Dios mío! —Ella abrió mucho los ojos—. ¿Cómo ha podido adivinar…?
—No he adivinado. Hemos visto a Delhaye y al antiguo casero de Pedachenko. Cuando ha descrito a la mujer que él creía que era una hermana, lo he sabido. —Habló dulcemente—. ¿Por qué lo ha hecho, Eva?
—Porque él me lo pidió. —El rostro de Eva estaba pálido—. Había un motivo, un motivo importante. No tenía nada que ver con lo que está insinuando…
—¿No lo comprende? —Mark se quedó mirando a Eva, leyendo la angustia en sus ojos—. Él la estaba utilizando.
—¡No puedo creerlo! No puede ser… Alexander, no… No lo creo…
Pero lo creyó. Mark vio que la comprensión sustituía al remordimiento cuando ella rompió en sollozos, sacudiendo los hombros.
Mark alzó las manos y ella se echó en sus brazos. Él sintió la tibieza de ella, el roce tembloroso de sus dedos que se apretaban contra la espalda de él.
—Oh, Mark… ¡he sido tan tonta! Debí decírtelo…
—Cuéntamelo ahora.
Se apaciguaron los sollozos y entonces, finalmente, ella habló. En algunos momentos, sus palabras casi eran inaudibles para él mientras ella se esforzaba por dominarse. Pero allí, en el creciente crepúsculo, surgió la historia.
Había conocido a Pedachenko en una conferencia médica poco después de la llegada de él a Londres. Sola y sin amigos, aceptó su atención cortés; incluso sus amaneramientos extranjeros le parecían atractivos. Él tampoco tenía amigos o familia, y se esforzaba por abrirse camino en un ambiente nuevo y extraño. Al principio se identificó como médico, y mucho más tarde ella supo que no se le permitía practicar. Pero, por aquel entonces…
Eva se ruborizó, bajando la mirada.
—¿Erais amantes?
La voz de Mark era tensa.
—Intenta comprenderlo —dijo ella—. Yo estaba muy sola. Y cuando me contó sus desventuras, mi corazón se enterneció.
Mientras los ojos de Mark preguntaban, Evan asintió.
—Creo que habló con el doctor Williams sobre su trabajo en Rusia como cirujano del Ejército. Pero solamente yo sé cuánto lo odiaba. —Eva sacó un pañuelo del bolsillo, secándose los ojos mientras hablaba—. Alexander vino aquí ilegalmente. No hizo ningún esfuerzo por conseguir un permiso para poder practicar la medicina porque eso hubiera significado revelar su identidad a las autoridades. Por eso mismo nunca reveló su nombre verdadero a nadie. Me dijo que si el Servicio Secreto ruso descubría su presencia aquí, sería deportado.
—Pero ésa no era la razón auténtica —dijo Mark.
—¿Cómo puedes estar seguro? —Eva alzó su pálido rostro a la luz—. ¿No puede haber alguna equivocación?
—Sólo tú, me parece a mí, puedes responder a eso. —Mark habló gentilmente—. Después de todos esos meses que habéis estado juntos, tú has de haber sospechado algo. —Le cogió las manos entre las suyas—. La verdad, Eva. Toda la verdad.
Ella agitó la cabeza.
—¿Cómo podía yo suponer que había algo más? Él me esperaba cuando yo salía del hospital e íbamos juntos a cenar. No podía visitarme en mi habitación, ni yo en la suya. Finalmente encontró otro lugar en donde podíamos…
—Entiendo. —Mark asintió, y después frunció el ceño—. Pero ¿por qué fuiste a su alojamiento cuando él le dijo a su casero que iba a trasladarse?
—Me pidió que fuese allí y fingiera ser su hermana, por si acaso alguien preguntaba por qué se marchaba. Por aquel entonces, él creía que los agentes rusos lo vigilaban, y deseaba cubrir su pista. —Nuevamente se detuvo; luego, sus palabras salieron atropelladamente—. Pero, incluso después, nunca nos reuníamos con frecuencia. Yo tenía aquí mis horas de trabajo y Alexander nunca hablaba de su vida privada. Durante los últimos meses hubo veces en que rompía citas sin darme ninguna explicación. Cuando yo le preguntaba, él me decía que alguien debía haber hablado, y cuando presentía que lo seguían, cambiaba sus planes para burlarlos. Al principio acepté su explicación, pero después, gradualmente, comencé a dudar. Y, más tarde, cuando él me pidió que mintiera por él, rompimos.
—¿Cuándo ocurrió eso?
—¿Recuerdas aquella vez que me preguntaste, por habernos visto, si habíamos pasado la noche juntos?
—Sí. Te enfadaste mucho conmigo.
—No estaba enfadada. Estaba alterada. Aquella noche tú nos viste cuando él vino a buscarme para ir a cenar. Pero, después de la cena, él se marchó sin decirme una palabra. Y cuando volvimos a encontrarnos, Alexander no me dio ninguna explicación. Entonces fue cuando me dijo que mintiera en caso de que alguien preguntase. Yo estaba furiosa, porque creía conocer la razón. Lo acusé de tener relaciones con otra mujer. Él lo negó… hubo una escena. Nunca, anteriormente, lo había visto tan furioso. Finalmente me pegó y salió con precipitación. Ignoro adonde fue o en dónde estará ahora, pero al día siguiente había salido de su nuevo alojamiento y no lo he visto desde entonces.
—¿Recuerdas la fecha de vuestra pelea?
—Fue a finales de setiembre… la última noche del mes.
—El treinta de setiembre. —Mark habló lentamente—. La noche de los crímenes dobles.
—Lo sé. —La palidez de Eva ahora era de muerte—. Hubiera debido de adivinarlo, pero no quería creerlo. ¿No lo ves? Pensar que él y yo habíamos estado juntos y mientras tanto… —Se soltó de él, hundiendo el rostro entre las manos—. No. ¡Es demasiado horrible!
—Y demasiado peligroso. —Eva alzó la mirada mientras Mark continuaba—. ¿Recuerdas lo que te dije sobre John Merrick, que había visto un hombre en el patio detrás del hospital? Él creyó haber reconocido a Hume, pero ¿y si fue Pedachenko la persona que vio? ¿Acechando allí, esperando una oportunidad para atraparte?
—Pero ¿por qué? Hemos roto totalmente, el asunto se ha acabado.
—No, si se da cuenta de que tú sospechas de él. Sabes demasiado.
Eva sacudió la cabeza negando suavemente, pero había miedo en sus ojos, miedo en su voz.
—Oh, no, él no…
—¿Crees que un hombre que se ha encarnizado con cinco mujeres inocentes dudaría en matar de nuevo? No hay seguridad para ti hasta que Pedachenko esté en manos de la Policía.
—Pero ¡yo no sé dónde está! ¿Qué podemos hacer?
—Lo primero que hay que hacer es ir a ver a Abberline y contarle todo lo que has dicho.
—No puedo arriesgarme a eso. ¿Qué pensarán en el hospital cuando lo sepan?
—¡Al cuerno el hospital! Tu deber es contarlo. Y más que un deber, ahora que tu vida puede estar en peligro. Y si tú no te adelantas a contarlo, será Abberline quien se acerque a ti.
—¡No irás a decírselo!
—No hará falta que lo haga. —Mark sacudió la cabeza—. El inspector no es un bobo como los otros. Recuerda que el casero le dio una descripción tuya como hermana de Pedachenko. En aquel momento parecía que el hombre no se fijaba, pero me dijo que tenía intención de organizar una búsqueda de ese hombre desaparecido y de su misteriosa hermana.
—Pero él nunca me relacionaría con todo esto.
—No confíes en ello. Conozco a Abberline. Te ha visto varias veces, y cuando estudie nuevamente esa descripción, es muy posible que reconozca a quién puede aplicarse. Créeme… si no quieres ir a verlo esta noche, él te vendrá a ver mañana —Mark le cogió nuevamente las manos—. Si realmente te preocupa que alguien del hospital lo descubra, no querrás que la Policía venga aquí. Pero yo confío en Abberline. Si tú facilitas esa información voluntariamente, creo que él estará de acuerdo en no involucrar tu nombre en el asunto.
Eva vaciló, frunciendo el entrecejo.
—¿Cómo puedes estar seguro?
—Yo solamente estoy seguro de una cosa. Mientras Pedachenko esté libre, todos somos prisioneros. Y si decide golpear de nuevo, tú eres su siguiente víctima. Eva, prométeme…
Ella suspiró.
—¿Qué quieres que haga?
Mark sacó su reloj.
—Ahora son las seis y media. Me pondré inmediatamente en contacto con Abberline y fijaré una entrevista.
—De acuerdo. Pero quiero que me acompañes cuando vaya a verlo.
—Naturalmente. —Mark asintió—. A las ocho estaré en tu alojamiento con un carruaje.