India, 1857 d. de J.C. El sargento Forbes-Mitchell, del 93° de Highlanders, cuenta la llegada de la expedición de rescate a Cawnpore, en donde las esposas y los hijos de las tropas aniquiladas después de que la guarnición se hubo rendido, fueron a su vez asesinados dentro del bungalow donde estaban cautivos. «La mayoría de mis hombres visitaron ese matadero. Entre los rastros de tortura bárbara y de crueldad… había un gancho de hierro clavado en la pared de una de las habitaciones de la casa a casi dos metros por encima del suelo. Era evidente que habían colgado de él a algún niño pequeño, por el cuello de cara a la pared, porque alrededor del gancho estaba lleno de huellas de las manos del niño y, debajo del mismo aparecían las huellas sangrientas de sus pies.»
El estómago del inspector Abberline volvía de nuevo a las andadas. Durante todo el camino hacia Westmoreland Road rugió y gruñó mientras el carruaje crujía por las sucias calles.
Para empeorar las cosas, Mark estuvo mascullando todo el tiempo. Era un tipo agradable, y resultaba útil tener a mano una opinión médica autorizada, pero en aquel preciso momento Abberline hubiera agradecido un poco de silencio —tanto de su estómago como de su compañero— para poder poner en orden sus pensamientos.
Realmente, casi no escuchaba, y limitaba sus respuestas a gruñidos y asentimientos con la cabeza. Al cabo de un largo rato, Mark pareció entender la insinuación y dejó de charlar.
No es que Abberline le culpase de su exaltación tras la visita realizada. En aquel momento estaba atareado culpándose a sí mismo, aunque por una razón distinta.
¿Por qué no había dedicado más atención anteriormente a Alexander Pedachenko? Ese nombre había surgido junto al de Severin-Klosowski, otro cirujano barbero. También había un hombre llamado Konovalov y un tal Michael Ostrog. Todos ellos, rusos o polacos, estaban relacionados de algún modo con la cirugía, todos habían sido mencionados como posibles sospechosos por parte de los soplones. Había enviado nota a las oficinas adecuadas para una más amplia investigación, pero había recibido poca información. Algunos de ellos, al parecer, eran anarquistas pero solamente uno —Michael Ostrog— fue interrogado plenamente y resultó ser un lunático.
¡Si él mismo hubiera proseguido la investigación! Pero había demasiadas cosas que reclamaban su atención; esa conspiración de silencio que parecía proteger a Eddy, el asunto con Robert James Lees y sus presentimientos psíquicos, ese raro comportamiento del doctor Gull y su falsa declaración. No había habido tiempo para seguir los otros rastros.
Y ahora, surgiendo de la nada, Pedachenko. Aparentemente, parecía un buen candidato para el papel del Destripador. Pero, si era así, ¿dónde quedaban la posible participación de Eddy, las visiones de Lees y las evasivas de Gull? ¿Había alguna relación entre todo esto y el cirujano-barbero ruso? ¿Había estado equivocado, o existía realmente alguien como Sweeney Todd, el Demonio Barbero de la calle Fleet?
Por mucho que lo intentara, Abberline no podía verlo claro. Pero de alguna manera debía de existir esa relación, si Pedachenko era el hombre que buscaba.
«Sí».
El estómago de Abberline protestó cuando el carruaje se detuvo con una sacudida en el Camino de Westmoreland.
La tienda del peluquero era un agujero en la pared de un bloque edificado entre el taller de un taxidermista y una pastelería. Su interior lóbrego, destartalado, olía a colonia rancia.
Y también su propietario. Delhaye era un hombre menudo y delgado cuyo abundante cabello tenía urgente necesidad de sus propios servicios de barbero; no había clientes en el local que reclamaran de momento ningún servicio. Hablaba con un ligero acento francés —así lo creyó Abberline por lo menos—, y sus dedos gesticulantes tiraban de su pelo mientras hablaba.
Los gestos se hicieron más agitados cuando supo el objeto de la visita.
—¡Naturalmente que conozco a Pedachenko! Un tipo muy capacitado… A menudo hemos trabajado juntos.
Abberline frunció el ceño.
—¿No está aquí ahora?
—Desgraciadamente, no. No he visto a Alexander desde que lo despedí la primavera pasada.
—¿Lo echó usted?
El peluquero alzó los hombros.
—No tuve otro remedio. —Hizo un gesto hacia los sillones de barbero vacíos—. Los tiempos son duros.
—¿Fue ése su único motivo para despedirlo?
Delhaye echó una mirada rápida al inspector.
—¿Por qué lo pregunta usted? ¿Se ha metido en algún lío con la Policía?
—Ningún problema. Solamente es que podría proporcionarnos alguna información sobre un caso en el que estamos trabajando.
—Información… ah, sí, comprendo. Es un hombre instruido ese tipo.
—¿Sabe dónde podríamos localizarlo?
—Claro está. No vive lejos de aquí. Si lo desean, puedo darles el número…
—Por favor.
Con la dirección en su poder, Abberline salió de la tienda y siguió calle abajo con su compañero. El estómago todavía le molestaba, pero Mark ya no. De momento se sentía casi agradecido por la excursión. El trabajo de papeleo y de despacho eran la parte peor de su profesión; la acción era lo que lo animaba, acción y expectación. Y ahora, después de tantos meses de adivinanzas y pesquisas, podría contemplar el final del fracaso y la frustración.
Acercándose a la ruinosa hilera de pisos de la calle Fleet, llamó con la campanilla y sintió que sus esperanzas aumentaban.
Se desvanecieron sordamente cuando el viejo casero respondió a sus preguntas.
—¿Pedachenko? —El resfriado del viejo convirtió el nombre en un gangueo—. Cierto, guv’nor. Todo el año pasado tuvo aquí su cuarto y duró hasta la primavera. Se marchó en algún día de junio.
—¿Dejó alguna dirección?
—No, que yo recuerde. Ya sabe usted cómo es esto… vienen y van.
Abberline tenía una ardiente sensación bajo la hebilla de su cinturón. Ahora que la expectación se había esfumado, no le quedaba nada para acorazar los espasmos. Todo lo que podía hacer era seguir adelante. Preguntas de rutina, respuestas rutinarias.
—No puedo decir que recuerde mucho de él —le dijo el hombre—. Solamente era buenos días y buenas noches si nos encontrábamos por casualidad en la entrada. Era un hombre reservado, ya lo creo.
El viejo estornudó.
—Perdóneme, guv’nor. —Se secó la nariz enrojecida frotándola con su manga gris—. Parece que iba y venía mucho… creo que trabajaba para un barbero en Westmoreland, probablemente otro extranjero. Ahora hay toda clase de extranjeros en el vecindario. Sin embargo, cuando yo era un muchacho…
Abberline casi no escuchaba mientras el casero seguía gangueando, pero se esforzaba por asentir con la cabeza y seguir con su interrogatorio.
—¿Visitantes? —El viejo sacudió negativamente la cabeza—. No, que yo recuerde. Y ninguna mujer. Yo no estoy de acuerdo en que se arme jaleo en las habitaciones. Pensándolo bien, solamente lo he visto una vez en compañía femenina. Justo antes de marcharse, cuando su hermana vino a buscarlo. Supongo que tendría la intención de dejar esta habitación para irse a vivir con ella.
Abberline sintió un centelleo de interés. Le pidió una descripción de su hermana y la anotó en un librito de notas. Pero su atención se esfumó de nuevo cuando su interrogado no pudo informarlo de la dirección ni del nombre de la mujer.
«Otra vez al esfuerzo cotidiano.»
Cuando dejaron al casero estaba ansioso por encontrar una parada de vehículos en algún lugar de Westmoreland Road. Entonces, mientras caminaban, fue cuando Abberline recuperó una pizca de esperanza.
Hizo una señal a Mark con la cabeza.
—Debe usted de pensar que lo he molestado mucho por nada.
—No importa. —El rostro de Mark estaba pálido bajo el último sol de la tarde—. Hemos hecho todo lo posible.
—No hay que desanimarse. —El inspector consiguió sonreír—. Después de todo, quizá no haya sido en vano. Todavía no podemos asegurarlo, pero por lo menos tenemos un motivo para creer que Pedachenko puede ser nuestro hombre. Tenemos una descripción que encaja, y su contacto con las víctimas aumenta la posibilidad.
Mientras hablaba, Abberline sentía que su buen ánimo aumentaba.
—Y hay también otra pista que podemos seguir. Sabemos que Pedachenko tiene una hermana, y el casero nos ha dado datos suficientes como para reconocer a esa mujer cuando la encontremos.
Mark alzó la mirada.
—Y, ¿cómo se propone conseguirlo?
—Haciendo correr la voz. Hasta hoy nos hemos limitado a intentar identificar a un hombre entre muchos otros. Ahora ya tenemos un nombre de donde partir y una conexión con otra persona. La búsqueda será mucho más fácil. Cuando localicemos a Pedachenko o a su hermana, juntos o separados, le prometo que ya tendremos nuestra respuesta.