Capítulo 21

Alemania, 1604 d. de J. C. Un profesor de Leipzig presumía de haber firmado veinte mil sentencias de muerte contra brujas y brujos acusados. En una década fueron ejecutados un millar, incluyendo niños entre dos y cuatro años de edad. Un juez y un jurado se bebieron diecisiete jarras de vino y veintiséis de cerveza mientras contemplaban la tortura de una mujer de ochenta años.

Ya era pasada la media noche cuando Mark dobló la esquina de la calle Comercial. Había caído una lluvia ligera y el pavimento todavía estaba húmedo. Posiblemente el tiempo había humedecido tanto los ánimos como a los habitantes del East End buscadores de placeres; sea cual fuere el motivo, Mark encontró pocos paseantes y el tránsito normal de carruajes del sábado por la noche había acallado aquí su clamor. A lo lejos, escuchó el eco fantasmal del silbido de un tren alzándose de las vías de Londres, Tilbury y Southend, pero la propia calle permaneció silenciosa.

Mark aligeró el paso, procurando encontrar con la vista su lugar de destino entre las hileras de tiendas oscuras. Era su decisión, y no sus pies, la que ahora fallaba.

¿Era sensato aventurarse solo por allí? Cierto que había dado su palabra a la Fitzgerald, pero quizás hubiera debido hablarle a Abberline de esta cita. Por otra parte, no había manera de adivinar la reacción del inspector; si hubiera insistido en venir, su presencia hubiera podido asustar a la mujer.

Una vez más, Mark se descubrió lamentando la ausencia del doctor Trebor. Él sabría lo que era correcto hacer en estas circunstancias y su compañía hubiera sido muy agradable en esta noche solitaria.

Por un momento pensó si no sería mejor volver atrás. ¿Y si se tratara de un engaño? La mujer parecía sincera y, sin embargo, eso no demostraba nada; aunque le hubiera dicho la verdad, podía estar equivocada. ¡Lástima que Trebor no estuviera allí con él ahora para aconsejarle!

Pero Trebor no estaba. Y era ya demasiado tarde para abandonar su misión ahora que el anuncio de la taberna «Coach and Four» estaba directamente ante él, balanceándose bajo un cono de luz de gas.

Mark entró, aliviado ante el súbito calor y el apagado murmullo de voces; la simple presencia de los otros era tranquilizadora.

Ante su sorpresa, encontró la taberna bastante llena. Por lo visto, otras personas compartían su necesidad de compañía y delante del mostrador se había arracimado un buen grupo. Obviamente eran residentes de la vecindad; el sombrero blando de los tenderos se agitaba entre las gorras de visera de los obreros manuales y los chales y cofias de sus mujeres. La conversación crecía continuamente, pero había pocas risas y ninguna de las canciones que él recordaba de la noche de la fiesta del Bank en la taberna del «Ángel y la Corona».

Mark observó la cabeza calva en forma de luna del tabernero inclinándose sobre sus grifos en el centro, y se acercó para colocarse delante de él en el mostrador.

La luna se alzó.

—Buenas noches, señor.

—¿Jerry?

—Ése es mi nombre. —El tabernero sonrió, pero sus ojos eran cautelosos—. ¿Qué desea usted?

—Estoy buscando a Annie Fitzgerald.

Desapareció la sonrisa, pero su mirada era intensa.

—¿Es un poli?

—No, esto no tiene nada que ver con la Policía. Soy amigo de ella.

—Bastante improbable. —La sonrisa de Jerry apareció nuevamente, pero ahora con cierto matiz de desprecio—. Si ni tan siquiera conoce su verdadero nombre…

—No lo entiendo. Me dijo que me estaría esperando. Tenía que preguntar por Annie Fitzgerald.

El tabernero asintió con repentina comprensión.

—Ahora veo la luz. Ha venido usted para algún pequeño negocio, ¿eh?

—En cierto modo, sí.

—Bueno, entonces…, está usted en la iglesia acertada pero en el altar equivocado. Hace poco ella estaba aquí, pero ha hecho un cliente.

—¿Cuánto rato hace que se ha marchado?

El tabernero alzó los hombros.

—No lo recuerdo. —Se volvió para dirigirse a un hombre bajito que llevaba un sucio delantal de carnicero y saboreaba una cerveza en el mostrador junto a Mark.

—Shorty, compañero… Aquí el caballero está preguntando por Liz la Larga. ¿Has notado cuánto hace que se largó?

El hombre bajo asintió.

—Más de media hora hace, me parece. La vi charlando con aquel tipo con pinta de forastero que había venido poco antes. Lo tomé por un cliente, pero a ella no pareció hacerle tilín porque le pegó un empujón y salió muy tiesa por la puerta. Y muy aprisa, además, como si llegase con retraso a la misa de media noche.

—El hombre con quien hablaba —dijo Mark—, ¿dónde está?

El hombre bajo echó un vistazo a los parroquianos junto al mostrador y después sacudió la cabeza.

—No lo veo. Debe de haberla seguido.

Jerry miró a Mark.

—Bueno, no importa —dijo—. Cuando ella haya hecho su asunto, volverá, es lo más seguro. Qué le parece si toma un trago mientras la espera…

Pero Mark ya estaba encaminándose hacia la puerta.

El aire de la noche era húmedo y sintió el choque súbito del viento frío en las mejillas mientras escudriñaba las sombras vacías de la calle desierta. El escalofrío que le estremeció no era por causa del viento; provenía de dentro, del recuerdo de las palabras del hombre bajo: «un tipo con pinta de forastero. Debe de haberla seguido».

Mark miró a su izquierda. Ésa era la dirección de donde él había venido y no había visto a nadie entonces. Probablemente la mujer se había dirigido a la derecha.

Emprendió aquella ruta, haciendo una pausa en el cruce siguiente, Backchurch Lane, para escudriñar en las oscuras profundidades de atrás. Nada se movía en el estrecho pasaje entre las sucias paredes de las casas amontonadas y el único ruido que oyó fue el aullido solitario del viento.

Mark caminaba rápidamente, pero su paso no era el único culpable de los fuertes latidos de su corazón, y el frío no era causa suficiente para justificar su temblor. Ahora era la voz de la mujer la que murmuraba en su oído: «Creo que conozco a ese hombre que usted busca. Conozco su nombre y su juego.»

Llegó a la calle Berner y allí la voz interior se desvaneció, ahogada en un ruido que provenía de su derecha. Escudriñó en la oscuridad y encontró su origen: un racimo de formas borrosas que se agitaban junto a un portal de madera abierto al lado de una casa iluminada.

Mark se apresuró a acercarse y la conversación se elevó a su alrededor. Hombres barbudos se hablaban en voz baja ante la abertura pero su intercambio excitado, en alemán y yiddish, no le aclaraba nada. Solamente en sus rostros encontró un lenguaje común: ojos y expresiones elocuentes de miedo.

Se abrió camino entre el grupo ante el portal y parpadeó cuando una linterna relampagueó desde el estrecho patio posterior. Allí se movían más figuras con barba, pero entre ellas había algunos hombres afeitados, con uniformes de policía. Dos de ellos se acercaron ahora, moviendo sus linternas ojo de buey.

—Fuera, todos vosotros, fuera de aquí… ¿me habéis oído?

La muchedumbre retrocedió, con murmullos de protesta, y Mark se retiró con el resto mientras los agentes cerraban las dobles puertas ante ellos.

Pero mientras lo hacían pudo echar una ojeada a lo que yacía dentro del patio; el cuerpo de una mujer. Reconoció la falda negra manchada y la andrajosa chaqueta de terciopelo bordeada con una piel apelillada y reconoció el pañuelo a cuadros atado formando un lazo alrededor del cuello.

Ahora eran solamente las ropas las que la identificaban, ya que la cara, de sonrisa impúdica a la luz de la linterna, había cambiado. Los rizos castaños que la enmarcaban estaban empapados de rojo, la complexión pálida estaba cubierta con líneas carmesí y de la garganta cortada y degollada brotaba la sangre sobre las piedras del patio.

Preso de náuseas, Mark dio media vuelta. Ahora resonaban silbatos en la distancia y un carruaje se detuvo en seco en el cruce. Emergieron sus ocupantes: dos hombres con trajes elegantes y otro vestido con levita y llevando en la mano un maletín médico. Desde la calle de más allá convergió un grupo de agentes de Policía acercándose hacia el portal, que se abrió para admitir el grupo, pero Mark no volvió a mirar. Se abrió camino a codazos entre el gentío creciente, excitado, mareado por el sonido de sus voces estridentes y palpitantes de expectación ansiosa, y por la vista de las caras resplandecientes en su regocijo macabro.

«Ansia de sangre.» Las palabras del doctor Forbes Winslow ahora tenían un nuevo significado para él. Pero su diagnóstico no se limitaba al asesino: la muchedumbre que rondaba por allí estaba poseída por el mismo anhelo. Cuando el predador ha golpeado, los buitres acuden…

—¡Mark!

La voz venía de atrás y él se detuvo en el extremo de la calle, mirando hacia la figura que se aproximaba desde el portal cuando la barrera de madera se cerró. Ahora distinguía la cara del doctor Trebor bajo la lámpara de gas en el cruce.

—Creí haberte visto entre esa multitud —dijo Trebor—. ¿Qué te trae por aquí?

Rápidamente, Mark le contó su intento y las consecuencias. El anciano le escuchó en silencio, y después asintió.

—La deben de haber matado poco después de salir de la taberna. Alguien declara haberla visto aquí, en la calle Berner, con un hombre, poco tiempo antes de que el cuerpo fuese descubierto. Así me lo han dicho.

Mark se enfrentó con su mirada.

—¿Cómo ha conseguido usted entrar en el patio?

—Pasaba por la calle Comercial cuando oí gritos. El cuerpo acababa de ser descubierto por un vendedor ambulante que entraba con su carrito y caballo en el patio. Aparentemente, este hombre, llamado Diemschutz, o algo parecido, es el camarero del «Club Educacional Internacional de los Trabajadores», que se reúne en el edificio de la derecha. Es uno de esos grupos socialistas.

—He observado muchos extranjeros en el gentío —dijo Mark.

—Algunos de ellos viven en casas de esta misma calle. Han oído la conmoción y han salido corriendo. Yo he llegado justo cuando también llegaba el primer policía. El cadáver estaba caliente todavía. Le habían cortado la garganta pero no observé más mutilaciones. Es muy probable que el asesino oyese el carro de Diemschutz en la calle y huyera sin ser visto cuando aquél entró con su carruaje.

—¿No se ha quedado usted para hacer un examen más detenido del cadáver?

El doctor Trebor se encogió de hombros.

—Ya habían enviado en busca del cirujano de la Policía. Delante de todos, yo solamente era otro miembro del gentío que se ha acumulado en el patio antes de que se cerrasen las puertas. No vi motivo alguno para involucrarme en el caso. Solamente significaría otra noche en vela, y ya estoy bastante agotado, con ese largo viaje…

—¿Ha estado usted fuera toda la semana?

—Así es. —Trebor habló rápidamente—. Un asunto de negocios. He llegado a la ciudad antes de medianoche.

Mark permaneció silencioso un momento, ordenando sus pensamientos. La cara bajo la luz de gas parecía realmente ojerosa, pero ¿sería la causa solamente la fatiga? Y si acababa de regresar de un largo viaje, ¿dónde estaba su equipaje?

Trebor se quedó mirándole.

—¿Algo no va bien?

—Estaba pensando en sus maletas…

—Están en casa. Quería desempaquetar pero estaba demasiado cansado.

—Sin embargo, ¿salió usted a esta hora?

—Sentía necesidad de comer un poco antes de acostarme, ya que en el tren no había restaurante. —Trebor se interrumpió, frunciendo el ceño—. Pero ¿por qué tantas preguntas? Seguramente no pensarás…

«Pues sí que lo pienso», se dijo Mark. Quizá Trebor estaba diciendo la verdad; quizá la coincidencia era la razón de su presencia allí. A menos que tuviera un propósito.

¿Y si el asesino no había tenido tiempo de huir cuando le interrumpieron? Supongamos que no hubiera tiempo para huir, solamente algunos momentos para disimularse en algún rincón del patio y evitar ser descubierto. Después, cuando llegaron los otros, podía avanzar sin ser notado, como si fuese otro mirón. Un mirón como el doctor Trebor…

—¡Respóndeme! —La voz de Trebor era dura—. ¡Respóndeme!

Pero la respuesta que llegó provenía de otro origen. Ambos hombres se volvieron al oír el ruido de unos pies que golpeaban el pavimento, ambos observaron al intruso con bombín que pasó corriendo junto a ellos y se unió a la muchedumbre delante de la puerta. Y ambos oyeron su grito ronco que hizo eco en la noche:

—¡Otra más! —gritó—. ¡Han asesinado a otra mujer en Mitre Square!