Capítulo 13

Rumania, 1462 d. de J. C. Vlad Tepes (Vlad el Empalador) tenía un sentido muy especial del humor. Cuando los visitantes orientales que acudían a su corte rehusaban descubrirse la cabeza en su presencia, Vlad ordenaba que les clavasen los turbantes en la cabeza —con clavos cortos, para no matarlos instantáneamente—. A menudo comía rodeado por sus víctimas empaladas en afiladas estacas para prolongar sus agonías. Cuando un invitado se quejaba del hedor, Vlad, calmosamente, lo empalaba en una estaca más alta, por encima del origen de los olores.

El farolero acababa de terminar la tarea de encender los faroles cuando Mark dio la vuelta a la esquina y se detuvo en el círculo dorado.

Se paró momentáneamente, mirando calle abajo, escrutando la oscuridad. La llamita de gas parpadeando encima de él daba claridad, no calor, pero la ilusión del calor alentaba allí y Mark la agradeció.

«Ilusión.»

¿Por qué buscamos la luz y huimos de la oscuridad? ¿Será porque nuestros antepasados primitivos se agrupaban alrededor de las hogueras en sus cuevas como protección contra el peligro que merodeaba por la noche? La luz nos presta seguridad.

Mark se encogió de hombros. «La seguridad también es una ilusión», se dijo. Nunca ha habido un tiempo durante el cual estuviéramos realmente seguros, ni en los refugios rocosos del pasado ni en las calles pavimentadas de nuestra época. La luz del sol todavía cede a la oscuridad y en esa oscuridad todavía merodean las bestias. Solamente que ahora son las bestias humanas las que nos dan miedo.

Quizá nuestro anhelo por la luz es una instintiva reacción. Pero ¿qué es el instinto? Trepana el cráneo, ábrelo ampliamente, y examina la masa gris que hay dentro; no localizarás el origen de la reacción instintiva, del mismo modo que no encontrarás el origen de lo que llamamos el alma. Nuestras etiquetas sofisticadas no son más exactas que las fantasías de los frenólogos.

—Por lo menos he aprendido eso —reflexionó Mark.

Había venido aquí esperando dominar la repulsión física a la vista de la sangre, el primer requisito para la objetividad en la investigación médica. Pero la mecánica de la cirugía nunca le revelaría lo que buscaba; el cerebro podía ser diseccionado, pero la mente seguiría ocultando sus secretos.

Mark caminó por la calle en sombras, agitados todavía sus pensamientos. «Nuestros amores, nuestros odios, nuestros sueños y deseos, ¿cómo se forman? y ¿por qué aquello que llamamos inteligencia cede al impulso animal? Las bestias humanas están rondando en la noche. ¿Qué impulso las llevaba a desgarrar, despedazar y ansiar la vista de la sangre que él tanto temía?»

«Es usted un hombre extraño.» Las palabras de Eva ahora hacían eco en sus oídos. Ella tenía razón, naturalmente, pero todos nosotros somos extraños, incluso para nosotros mismos. Extraños porque abrigamos secretos que no llegamos a alcanzar.

Pensó en lo que había sabido aquel día a primera hora; en el doctor Hume visitando los despojos del matadero y en Trebor acechando como un buitre la carne de esos cuerpos sin vida en las encuestas judiciales. ¿Era realmente una búsqueda de conocimientos lo que les inquietaba o estaban impulsados por necesidades más turbias? Extraños ambos, ciertamente.

Y Eva. Ella también era una chica extraña. Hubiera podido jurar que se había sentido atraída hacia él desde el principio, como él se había sentido hacia ella, pero ahora había llegado esta despedida brusca. Había dicho que tenía un prometido, pero ¿estaba diciendo la verdad? Detrás de sus palabras Mark presentía algo más profundo; era como si ella hubiera tenido miedo de revelar el motivo real de su rechazo. Y si era así, ¿qué temía ella? Ése era el secreto de Eva.

«Y, ¿cuál es tu secreto? ¿Por qué caminas en la noche?»

Mark parpadeó al encontrarse parado en medio de la calle, en la oscuridad. Calle Old Montague. Caminando azaroso, con sus pensamientos a un millón de millas de distancia, algo había guiado sus pasos a este punto directamente enfrente del alojamiento de Eva. De nuevo los secretos de la mente humana…

El repentino ruido de un carruaje en marcha llamó su atención. Se volvió y observó mientras el carruaje se detenía ante el edificio al otro lado de la calle. Y ahora, saliendo de la entrada, vio a Eva.

La puerta del vehículo que esperaba se abrió y emergió un hombre. Quedándose a un lado, agarró el brazo de Eva, ayudándola a entrar en el carruaje.

Volviéndose, el hombre entró detrás de ella, y Mark echó una rápida mirada al perfil de su cara con bigote, coronada con una gorra con visera, muy semejante a la que él mismo llevaba. Entonces se cerró la puerta. Mark retrocedió volviendo al escondrijo de las sombras mientras el carruaje emprendía el camino calle abajo.

Nuevamente estaba solo en la noche, pero no enteramente solo.

Algo más yacía oculto en la oscuridad delante de él. Quizá, si ahora se atrevía a aventurarse en aquella oscuridad, podría encontrar otros secretos que allí le esperaban.