Capítulo 12

Milán, 1354 d. de J. C. Bernabó Visconti, gobernador de Milán, disponía que los prisioneros que él consideraba criminales contra el Estado fuesen largamente torturados durante cuarenta días. En el día cuarenta y uno, la víctima, totalmente incapacitada y desmembrada, era rasgada con tenazas y después destrozada en la rueda.

Eva había tomado un atajo cruzando la biblioteca camino de la enfermería. Cuando abrió la puerta que daba al pasillo vio a Mark Robinson de pie delante de ella.

—¡Miss Sloane! —dijo él—. He estado confiando en tropezarme con usted. ¿Dónde ha estado escondiéndose durante toda la semana?

—Me han destinado para el servicio en la enfermería.

—Así que es eso. —Mark sonrió—. Bueno, no importa. Ahora está aquí y yo la requiero para que cumpla su promesa.

—¿Promesa?

—¿No se acuerda? Cuando pospuso nuestra cena juntos, me dijo que más adelante estaría dispuesta. ¿Qué le parece si cenamos esta noche?

Eva esquivaba su mirada.

—Temo que eso no será posible.

—¿Tiene usted otros planes?

—Sí. —Eva habló rápidamente—. De hecho, no dispongo de mi tiempo.

—Pero no lo entiendo. ¿Hay algún motivo para que usted me siga rechazando de esta manera?

—Un motivo muy poderoso. —Ahora ella vaciló, y después tomó una decisión—. Si ha de saberlo usted, ya me han hablado.

—Hablado. —La sonrisa de Mark se desvaneció—. ¿Quiere usted decir que está comprometida?

—Así es. —Eva se obligó a mirarle directamente—. Es culpa mía. Hubiera debido decírselo claramente desde el principio…

—Claro que debió hacerlo.

—Lo siento, realmente lo siento. No hubiera debido dejarle seguir por ese camino.

—Pero lo hizo. —La voz de Mark era tensa—. ¿Quién es ese prometido suyo? ¿Le conozco acaso?

—No lo creo. —Eva avanzó un paso—. Realmente, no hay motivo para seguir discutiéndolo.

—Ésa es una cuestión que yo debo decidir —dijo Mark—. Perdóneme por recordárselo, pero yo le presté un servicio.

—Por el que le doy las gracias. Pero eso no le autoriza a meterse en mis asuntos privados.

—Quizá sí. —Extrañamente, ahora Mark ya no parecía enfadado; su tono era pensativo—. Los chicos creen que si se salva la vida de alguien, el salvador se hace responsable del bienestar de esa vida salvada. Y tengo el presentimiento de que tienen razón.

Eva sacudió la cabeza.

—Debo decir que es usted un hombre extraño. —Suavizó sus palabras con una sonrisa—. Pero lo siento, realmente. Si sólo…

—¿Sólo qué?

—Ahora no. —Se volvió rápidamente—. Por favor, tengo que marcharme o llegaré con retraso.

Mark no respondió; se quedó mirándola silenciosamente, y en sus ojos concentrados no había ningún síntoma de reacción.

Pero mientras Eva se apresuraba por el pasillo, podía sentir aquella mirada penetrante horadando su espalda.