Capítulo IX

Un mundo distinto

Lucy fue la primera en despertar. Tenía frío. Se metió aún más en su saco de dormir, y abrió luego los ojos. Miró hacia la abertura de la tienda de campaña esperando ver la verde ladera de la montaña y los montes lejanos elevando sus picachos al cielo.

Pero… ¡todo eso había desaparecido! En su lugar, una neblina blanca se arremolinaba ante la tienda, introduciendo en ella unos dedos helados.

No había nada que ver, salvo esta neblina. Las montañas se habían esfumado, los árboles del campamento se habían vuelto invisibles, ni a los burros se les podía ver.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Lucy con asombro—. ¡Caramba! ¡Si es una niebla espesa!

Despertó a Dolly y las dos asomaron la cabeza, contemplando consternadas, la nebulosa montaña. De vez en cuando se veía un trocito de bosque al disiparse un poco la niebla, pero ésta volvía a espesarse inmediatamente otra vez.

—Es una nube —dijo Dolly—. ¿Has notado cómo se ven a veces nubes coronando las cimas? Bueno, pues ésta es una de ésas. ¡Está posada a nuestro alrededor! Es como una niebla espesa a través de la cual resulta imposible ver. ¡Qué contratiempo!

Los niños se despertaron entonces y las muchachas oyeron sus exclamaciones. Les llamaron.

—¡Jack! ¡Jorge! ¿Verdad que es terrible esto? ¡No vemos a un palmo de nuestras narices!

—A lo mejor se aclara para cuando hayamos desayunado —contestó alegremente Jorge, surgiendo de la bruma con «Blanquito» a sus talones—. ¡Troncho! ¡Hace frío! Voy a ponerme un jersey caliente.

También apareció David, con melancólico semblante. Alzó la mano hacia el valle, y soltó un chorro de palabras en galés.

—Parece haberle excitado esto bastante, ¿verdad? —dijo Jack—. Ojalá pudiera seguirle cuando habla así. No entiendo ni media palabra.

Decidieron desayunar en una de las tiendas, porque la bruma lo ponía todo húmedo y frío. David prefirió quedarse fuera. Dolly no quería entrar en la tienda, por «Resbaloso»; pero consintió finalmente en hacerlo con la condición de que se le permitiera sentarse junto a la puerta para poder huir si hacía acto de presencia el resbaladizo escincoideo.

No fue una comida tan alegre como las que la habían precedido. Echaban de menos la magnífica vista a la que se habían acostumbrado y temían que David se negara a moverse de allí aquel día. Pero la bruma se disipó un poco cosa de una hora más tarde, y David no pareció tener inconveniente en partir.

Cargaron los burros, montaron y emprendieron la marcha. Les era posible ver ahora algo de camino delante de ellos, porque el sol estaba alcanzando una altura mayor e intentando disolver la bruma con sus cálidos rayos.

—Todo se arreglará —observó Jack—. ¡Por poco vi al sol hace un instante!

Pero la bruma se volvió a hacer densa, y ya no pudieron ver más que la cola del burro que les precedía.

—¡Me da la sensación de que debieras agarrar por la cola a tu burro para que no desaparezcas en la niebla! —le gritó Jack a Dolly—. ¿Sabes cómo? ¡Como los elefantes en el circo cuando salen a la pista en fila!

La bruma se espesó aún más, y el grupo se detuvo a discutir lo que se debía hacer. Era difícil sacarle nada inteligible a David, que parecía haber olvidado de pronto las pocas palabras inglesas que sabía.

Jack agitó los brazos, enarcó las cejas y señaló hacia adelante, con la intención de preguntar si se hallaban cerca del Valle de las Mariposas. David comprendió; pero vaciló en contestar.

—Dios quiera que no se haya extraviado —le dijo Jack a Jorge—. Parecía bastante seguro de la dirección ayer… Ahora no parece estarlo tanto.

—Bueno, pues aquí no podemos quedarnos —anunció Dolly, tiritando en la húmeda y pegajosa bruma—. No hay dónde refugiarse y hace frío. ¡Ah, si volviera a aparecer el sol!

—¡Siga adelante! —le dijo Jack a David—. Es lo único que podemos hacer hasta que encontremos alguna clase de abrigo. Hace demasiado frío para quedarse por aquí en espera de que se disipe la bruma. Si nos equivocamos de camino, podemos volver atrás cuando desaparezca la niebla y orientarnos de nuevo.

Conque continuaron adelante, siguiendo al burro de David. «Kiki» iba muy callado. No comprendía la niebla y le tenía miedo. «Blanquito» se mantuvo muy cerca del burro de Jorge y ya no daba muestras de tanta animación ni ganas de saltar. A todos les disgustaba la bruma porque les privaba de los encantos naturales.

—Cuando encontremos un lugar abrigado nos detendremos a comer —anunció Jorge—. Estoy seguro de que todos tenemos un hambre canina ya, pero parecemos hallarnos en una parte de la montaña completamente desprovista de vegetación e inútil para pararse y acampar. ¡Estaríamos todos acatarrados mañana!

Siguieron cabalgando cabeza y cola, felicitándose por llevar puestos jersey y chaqueta, que les estaban haciendo un buen servicio. Jack empezó a dar muestras de preocupación. Detuvo su montura y se puso a marchar junto a Jorge.

—¿Qué ocurre? —le preguntó éste, viendo lo serio que iba.

—Nos hemos salido del camino, ¿no te habías dado cuenta? Íbamos por una especie de sendero hasta hace cosa de una hora o dos; pero estoy bastante seguro de que ahora lo hemos perdido. Sólo Dios sabe hacia dónde se dirige David. Dudo que se haya dado cuenta siquiera de que no vamos por el camino.

Jorge emitió un silbido de sorpresa.

—Que no te oigan las niñas: se asustarían. Sí, tienes razón: por aquí no se ve ni rastro de sendero. David se ha perdido.

—Más vale que se lo pregunte —respondió Jack, y se dirigió a la cabeza de la fila.

—¿Es éste el camino? —le preguntó a David muy despacio para que le comprendiera—. ¿Dónde está el sendero que seguíamos?

Y señaló al suelo.

David tenía la cara muy solemne también. Se encogió de hombros, y dijo algo en su sonsonete. Jack regresó al lado de Jorge.

—Creo que sabe que se ha salido del camino, pero que confía encontrarlo más adelante. Sea como fuere, no parece tener el menor deseo de detenerse a retroceder.

—Bueno… él es nuestro guía después de todo —dijo Jorge tras una pausa—. Tendremos que confiar en él. Conoce estas montañas mejor que nosotros.

—Sí; pero es de cortos alcances. No tiene gran cosa de cabeza. ¡Capaz será de irnos perdiendo más y más entre las montañas ahora que ha empezado a no dar pie con bola! No sabría qué otra cosa hacer.

—¡Qué idea más horrible! —exclamó Jorge—. ¡Menos mal que llevamos comida abundante, si eso es lo que hace!

Llegaron por fin a un espolón rocoso capaz de resguardarles del viento helado y de la humedad.

—Más vale que comamos aquí —dijo Jorge—. Me gustaría algo caliente que beber. ¿Metió la señora Evans un puchero entre las demás cosas?

—Sí. Si conseguimos encontrar un manantial o un arroyo, encenderemos fuego para cocer agua y hacernos un poco de cacao o algo por el estilo —contestó Jack.

Pero no encontraron ni manantial ni arroyo. Era un verdadero contratiempo.

—Teniendo en cuenta las docenas de arroyos que hemos tenido que vadear esta mañana, me parece un poco duro que no haya por aquí ni uno pequeño —dijo Dolly—. Tengo la mar de sed, por añadidura.

Tuvieron que hacer una comida sin beber nada. Tenían buen apetito, y el alimento pareció calentarles un poco, Jugaron después un rato para reaccionar del todo. David les miraba como si creyese que se habían vuelto locos. «Blanquito» tomó parte en las carreras de los niños de una manera alocada, logrando hacerles caer a todos. «Kiki» alzó el vuelo, dando un aullido.

—¡Mírale la cara a David! ¡Nos cree locos a todos! —rió Lucy—. Se dejó caer sobre una roca. Oh, ya no puedo más, ¡tengo agujetas!

—Tengoagujetas, tengoagujetas —canto «Kiki», uniendo las palabras—. ¡Pii suena el pito!

—¡Viva! —gritó de pronto Jack, señalando hacia arriba—. ¡Se está disipando la niebla!

El sol se veía claramente, luchando por atravesar las nubes de bruma.

Todo el mundo se animó al instante. Hasta David se tornó menos melancólico.

—Intentaremos llegar al Valle de las Mariposas antes del anochecer —le dijo Jack al guía, agitando vigorosamente los brazos para asegurarse de que le comprendiese.

David movió afirmativamente la cabeza.

Saltaron sobre los burros y se pusieron en marcha de nuevo. Ahora les era posible ver más lejos. Aparecía ante ellos una extensión bastante grande de montaña. El mundo parecía haberse hecho de pronto un lugar ya más extenso. Continuaron avanzando. La bruma fue perdiendo rápidamente consistencia y empezaron a sentir el calor del sol en la cabeza. Se quitaron las chaquetas, gozando del calor después de la frialdad de la niebla.

—Mira… se ven las cimas más cercanas ahora —dijo Jack—. Y las lejanas pronto quedarán al descubierto también. ¡Gracias a Dios!

—Debiéramos poder ver ya el Valle de las Mariposas pronto —dijo Lucy con avidez—. David dijo que llegaríamos a él hoy. ¿Dónde estará? Mira, ahí hay una mariposa, Jorge.

El niño le echó una mirada.

—Es una vulgar mariposa de prado —anunció—. Ésas las hemos visto ya a montones.

Miró, escudriñador, hacia delante, y luego se llevó los gemelos de campaña a los ojos.

—Allí hay un valle que pudiera ser el que buscamos —dijo, señalando—. ¡En, David! ¿Es ése el Valle de las Mariposas?

El hombre miró hacia donde el niño señalaba. Luego se encogió de hombros.

—Sí —repuso—. No.

—¡Sí, no! ¿Qué rayos quiere decir con eso? —exclamó Jorge con disgusto—. Supongo que, hablando claro, lo que quiere decir es que no tiene la menor idea. Bueno, seguiremos adelante sin perder la esperanza. Parece un valle agradable y abrigado… un valle que pudiera ser lo bastante caluroso para toda clase de flores y de insectos.

Formándose la imagen mental de un paraíso perfecto, lleno de flores de brillante colorido y no menos brillantes mariposas, los niños continuaron cabalgando hacia el valle vislumbrado. Estaba mucho más lejos de lo que uno calculaba. ¡Se llevaba uno cada chasco!

Era tarde cuando entraron en el valle que, más que tal, era una simple depresión poco profunda entre dos montañas altas. Desde luego, estaba abrigado y en efecto, contenía más flores de las que habían visto hasta entonces, pero… ¡no había ninguna mariposa!

—Éste no puede ser —observó Jorge con desilusión—. ¿Lo es, David?

El hombre sacudió negativamente la cabeza. Estaba mirando a su alrededor, desconcertado, y era evidente que no sabía dónde se encontraba.

—Si éste no es el de las Mariposas, ¿dónde está el que buscamos? —preguntó Jack muy despacio y con voz muy clara.

David volvió a sacudir la cabeza. Hubiese exasperado a cualquiera. Como guía, no servía para nada en absoluto.

—Bueno —dijo Jorge—, se ha equivocado de camino y nos ha traído a un sitio para él desconocido. Pero es un lugar cálido y abrigado; conque nos conformaremos con él esta noche. Mañana le pediremos el mapa a David y veremos a ver si nosotros somos capaces de encontrar el camino. Y emprenderemos la marcha haciendo nosotros mismos de guía. ¡David resulta tan útil como «Kiki» para guiarnos por estas montañas!

Alzaron las tiendas de campaña la mar de chasqueados. Habían confiado poder instalarse aquella noche debidamente para pasar allí unos días entre legiones de mariposas corrientes y raras. Ahora aún tendrían que cabalgar más lejos, y ¡sólo Dios sabía si llegarían a encontrar el valle jamás!

Se metieron en los sacos de dormir y se dieron las buenas noches en el preciso momento en que empezaban a aparecer las estrellas.

Pero durante la noche los niños se despertaron de pronto. David se estaba introduciendo en la tienda de campaña a rastras. Temblaba de miedo.

—Ruidos —dijo en inglés. Y luego agregó un chorro de palabras galesas. Estaba muy asustado—. Dormir aquí.

Se echó entre los dos muchachos. A éstos les hizo gracia y les chocó al propio tiempo.

¿Qué podía haber asustado tanto a David?