Muerte en Zamora: La tragedia de Amparo Barayón[30]
En La Opinión-El Correo de Zamora (14-II-05) los hijos de Amparo Barayón Miguel con retraso comprensible y con igual grado de contundencia respondían a Anabel Almendral, que «Amparo no había padecido sífilis», argumentando con razones y pruebas personales, que merecen el máximo respeto y consideración.
Me sorprendió la afirmación de Almendral (13-VII-04) aunque no le concedí la menor relevancia. Rastreando por las diversas pruebas documentales, y son bastantes, no había leído nada parecido. En los variados informes que sobre ella aparecen, todos con significación negativa, por pretender justificar su asesinato (11-X-36) nada se dice, ni se comenta al respecto. De haber tenido una mínima verosimilitud, el comisario jefe de investigación y vigilancia —M. P— que no se ahorraba adjetivos a la hora de calificar conductas, filiaciones y andanzas de los encartados políticos, pienso que se lo hubiera comunicado al comandante juez militar —Juan Losada—. Así, en escrito de 4 de marzo de 1937, refiriéndose a Amparo Barayón escribe «que dicha individua (sic) estaba considerada comunista peligrosa… que su esposo Ramón Sender —así— periodista de la empresa El Sol… el 18 de julio marchó desde San Rafael a Madrid para gestionar el cobro de unos cheques… que Amparo en compañía de sus hijos y de una sirvienta vino a Zamora, alojándose en casa de sus hermanos, que también estaban considerados extremistas peligrosos…», etc., etc. No es fácil acumular tantos errores en tan pocas palabras. Propaganda de guerra.
En otros informes se la ha denominado «anarquista, roja, revolucionaria peligrosa y extremista, espía, agente de Moscú, del Socorro Rojo Internacional», y otros anatemas de rigor con la finalidad de descalificar al enjuiciado.
Pero, ni en el archivo de la cárcel provincial —ver expediente de filiación personal— donde el gobernador civil Hernández Comes manifiesta: «Sírvase admitir y retener en el establecimiento de su dirección a disposición de mi autoridad a Amparo Barayón Miguel de veintinueve años, soltera —obviamente solo a efectos eclesiásticos para la zona nacionalista donde no se reconocía el matrimonio civil— de pelo negro, cejas negras igualmente, nariz y boca regular, cara redonda, color y aspecto sano, estatura alta, de profesión: funcionaría del Ministerio de Agricultura y con domicilio en Madrid, c/ Menéndez Pelayo, 41…».
Ni en la relación de la enfermería de la cárcel, donde constan expedientes, ni en el informe del capellán hemos encontrado el menor rastro. Fue tan indignamente injuriada y vilipendiada, que pienso que de haberse conocido la presunta enfermedad la hubieran reflejado para mayor escarnio de la memoria de esta pobre e infeliz mujer, de la que se sabe que fue entusiasta catequista de la iglesia de San Juan. La información de Anabel Almendral, que en paridad jurídica puede ser una injuria, pero nunca una calumnia, como escriben en su respuesta los hijos de Amparo Barayón, debe provenir de fuentes orales ligadas al círculo familiar y profesional de los Almendral.
Pero no parece que tenga ningún fundamento documental clínico, ni oficial, ni oficioso.
Si existen pruebas muéstrense, y de lo contrario, parece de justicia retractarse. Nada importaría aunque fuese verdad. Lo grave es que encima no lo sea. Los cotilleos chismosos de barra de bar, o las confesiones de magdalena arrepentida, necesitan una información seria y contrastada. De no ser así, una profesional solvente y universitaria no puede prestarse a dar pábulo a infundios de rebotica camillera, de brasero de cisco y firma de badila. De esta forma, se coloca a la misma altura y en idéntico rasero que Ramón J. Sender Barayón cuando acusa a su tío Miguel Sevilla, a Hernández Comes —que lo cita errónea e insistentemente varias veces como Claomarchirant (sic)— a Segundo Viloria, a gran parte de la familia Barayón, a su propio padre y a otros muchos, basándose en información errática, imaginada y no contrastada de pobres y débiles fuentes orales, muy alejados de los hechos narrados, aunque no sea lícito dudar de la buena fe de los informantes. De aquí, que si el libro Muerte en Zamora pretende presentarse como historia-novela, objeto del ensueño y la inventiva de su autor, es muy libre de hacerlo. Todo depende de la facundia de cada cual. Pero si lo que pretende es narrar, historiar y contar los hechos relativos a personajes concretos a los que se atribuye acciones responsables y directas, máxime tratándose de un asunto tan complejo, subjetivo e interesado como la Guerra Civil, se exige información lo más exhaustiva posible y contrastada y diferenciada a fondo.
Yo comprendo a Ramón J. Sender Barayón, que necesita explicarse y no puede entender la muerte trágica, y a todas luces injusta de su afligida e irresponsable madre. Pero no puedo aprobar gran parte del libro escrito, porque no se corresponde con la finalidad de los hechos documentalmente conocidos, bien orales o bien escritos.
Y también comprendo al Dr. Pedro Almendral —el abuelo, viejo liberal albista— si es que se prestó a transmitir el infundado rumor, él no pudo inventarlo, que Amparo Barayón «estaba tremendamente enferma de sífilis». A punto estuvo de ser linchado, junto a la Casa del Pueblo, en San Martín, en mayo del 1936, acusado también erróneamente de haber actuado con negligencia en la muerte de «El Pelao». Se olvida que lo atendió Dado Crespo con diligencia y eficacia como consta en informe médico y lo relata la prensa. Y también se le achacó de desatención en la cura de un obrero, afiliado al PSOE, en la Casa de Socorro de la capital.
De no haber intervenido con celeridad la protección del Dr. Félix Valbuena Artolozábal, la vida de Pedro Almendral hubiera corrido serio peligro. Está probado documentalmente. Posteriormente, Almendral advirtió a Felipe Andones, afamado y humanitario médico, que huyera de Zamora y buscase refugio porque lo iban a encarcelar. Y luego, intercedió ante el gobernador para salvar la vida de Andones. Por los resultados no parece que Pedro Almendral tuviese especial audiencia entre los alzados. La historia de un liberal albista no era la mejor patente para recomendar a nadie.
Sin embargo, no puedo aprobar, mientras Anabel Almendral no presente pruebas, las desafortunadas declaraciones referidas a un hecho muy discutible, después de setenta años prácticamente y de un asunto que no merece más relevancia que el comentario entre visillos.
Por ello, la mejor forma de entender y comprender hoy nuestra conflictiva e incivil guerra es estudiándola con rigor hasta agotar la documentación existente. Esconderla cabeza debajo del ala, o no hablar ni escribir de ello, como quieren algunos interesados, solo conduce a fomentar el bulo, la maledicencia y los errores, en mi opinión perjudiciales para la memoria de las familias. Pensar que se puede alcanzar la verdad se nos antoja improbable y toda la verdad como desearía Ricardo de la Cierva, imposible.
MIGUEL ÁNGEL MATEOS,
La Opinión de Zamora, 17 de febrero de 2005
Verdades grandes y verdades pequeñas
He leído con gran interés los siete artículos que ha escrito Miguel Angel Mateos sobre la represión en Zamora en general sobre los casos de Amparo Barayón y Pilar Fidalgo en particular. Como es de esperar de un gran cronista de la ciudad, los artículos contienen muchos detalles que, de otra forma, no llegarían a la luz y, por lo tanto, creo que hay que darle las gracias.
Sin embargo, hay elementos de dichos artículos que no me parecen dignos ni de Miguel Angel Mateos ni de La Opinión de Zamora. Me refiero a la saña con que intenta desmontar el libro de Ramón Sender Barayón y al sarcasmo con que intenta disminuir el valor del testimonio de Pilar Fidalgo a base de citar documentos solamente disponibles casi cincuenta años después de los acontecimientos que ella describe.
En cuanto al libro de Ramón Sender Barayón, y refiriéndose a una carta anterior publicada en La Opinión…, dice: «Los historiadores firmantes, que avalan el libro, y especialmente el profesor Preston, me imagino que no habrán leído la obra. Y que firman como en los viejos tiempos del manifiesto, a oscuras». Pues yo sí que he leído el libro. No suelo firmar «a oscuras». También me consta que lo han leído los historiadores Helen Graham y Francisco Espinosa Maestre, porque lo he comentado detalladamente con ellos. Es posible, por no decir probable, que el libro de Sender Barayón tenga errores de detalle. Las matizaciones y correcciones que ha aportado el Sr. Mateos son muy valiosos al respecto pero esto no quita que, al poner sobre el tapete la cuestión de la muerte de su madre, y traer a colación el caso de Pilar Fidalgo y otras personas asesinadas durante la represión en Zamora, Sender Barayón ha hecho un gran servicio a la historia. Hay verdades grandes además de las verdades pequeñas. De hecho, las cosas valiosas que el Sr. Mateos viene publicando no las ha publicado antes sino ahora como réplica al libro de Sender Barayón, aunque con casi quince años de retraso. Es como si el Señor Mateos se sintiera ofendido por el hecho de que Sender Barayón se habría atrevido a meterse en un coto privado.
A lo largo de sus artículos el Señor Mateos ha mostrado un compromiso con la precisión, hasta el punto de exigirla a los que no tuvieron las mismas posibilidades que él de contrastar fuentes. Sin embargo, es difícil de no pararse delante de la afirmación tan antihistórica del Señor Mateos cuando dice: «Si el pronunciamiento no fracasa y no hay guerra, con seguridad no hubiera existido la represión, ni los fusilamientos. Por eso es a partir del 25 de julio, cuando se decide el conflicto armado, cuando se realizan las primeras muertes, efectuadas por incontrolados o teledirigidos». ¿Es posible que no sepa el señor Mateos que en abril de 1936, el director de la conspiración militar, el general Emilio Mola, emitió instrucciones reservadas: «Se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta, para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado. Desde luego, serán encarcelados todos los directivos de los partidos políticos, sociedades o sindicatos no afectos al Movimiento, aplicándose castigos ejemplares a dichos individuos, para estrangular los movimientos de rebeldía o huelgas»? ¿Es posible que no sepa el señor Mateos que hubo represión feroz en Valladolid, en Sevilla, en Huelva, en Cádiz y otras muchas provincias antes del 25 de julio? ¿Es posible que no sepa el señor Mateos lo que pasó en Ceuta y Melilla inmediatamente después del golpe?
Decía antes que hay verdades grandes y verdades pequeñas, y por lo tanto hay errores pequeños y errores grandes. Pasamos, pues, por encima del hecho de que el Sr. Mateos se refiere a la Señora Mercedes Maes Barayón como «el señor Esteban Maes Barayón» o del hecho de que cita «el libro» de Pilar Fidalgo cuando no existe tal libro, sino unas declaraciones publicadas en Francia e Inglaterra que suman menos de veinte folios. Hay que ser comprensivo, creo, al leer las cosas y enjuiciarlas con comprensión, sacando lo valioso de cada libro o artículo. Lo suyo tiene mucho de valioso.
PAUL PRESTON,
La Opinión de Zamora, 10 de abril de 2005
Muertes fuera de la ley
Aquí, en los Estados Unidos les dicen a los escritores que reciben críticas negativas: «Cuenta la cantidad de palabras que te dedican, y da las gracias». Teniendo esto en cuenta debo agradecer mucho al señor M. A. Mateos su largo artículo en muchas partes. En cuanto a los errores históricos que puntualiza, realmente hubiera deseado que me hubiese podido ayudar en los dos viajes que hice a Zamora en la década de los ochenta con el fin de investigar los acontecimientos que resultaron en el asesinato de mi madre.
Yo no soy historiador, y en el momento de mis viajes a Zamora prácticamente no entendía el castellano, aunque contaba con la ayuda de mi mujer, Judith, que sí lo hablaba. Los únicos documentos a los que tuve acceso fueron las partidas de nacimiento y bautismo de mi madre, y una partida de defunción fraudulenta. Teniendo en cuenta que las únicas fuentes a las que tuve acceso fueron las entrevistas que llevé a cabo con personas a quienes durante casi cuarenta años les había sido imposible la libertad de palabra por el miedo a perder la propia libertad —cuando no la propia vida— creo que mi esfuerzo por contar la historia de mi madre se merece algún reconocimiento. Si no ha conseguido otra cosa, mi libro al menos ha servido para recordar a los ciudadanos de Zamora que les quedan por reconocer las miles de muertes que ocurrieron fuera de la ley, aprobadas tácitamente por aquellos que estaban en el poder. Es posible que, en su esfuerzo por corregir mis errores, el Sr. Mateos nos haya hecho a todos un favor al señalar los documentos que ahora es posible consultar, y al recordar a la conciencia pública que sigue sin hacerse nada en Zamora por conmemorar públicamente a tantas mujeres que fueron brutalmente encarceladas y sacadas a rastras en la oscuridad de la noche para ser fusiladas de una forma tan cruel que no cabe describirla aquí. Aunque el señor Mateos alude a asesinatos similares que ocurrieron en la zona republicana, no creo que esto sea excusa ante la enormidad de las muertes ilegales que ocurrieron en las zonas ocupadas por los golpistas —y sobre todo— en Zamora.
Personalmente yo siempre me siento agradecido cada vez que la historia de Amparo se cuenta con mayor veracidad. Siempre le estaré agradecido a Pilar Fidalgo Carasa por su testimonio. Cualesquiera errores que ocurrieran en sus declaraciones ante el Cónsul español deben atribuirse al tratamiento bestial del que acababa de escapar.
RAMÓN SENDER BARAYÓN,
La Opinión de Zamora, 10 de abril de 2005
En tomo al asesinato de Amparo Barayón
Vengo observando lo que viene haciendo M. A. Mateos con sus artículos desde hace varias semanas. Conviene recordar el origen del asunto: el pasado verano la nieta del médico Almendral aprovechó una entrevista en el periódico para, sin venir a cuento, atacar la memoria de Amparo Barayón, asesinada en Zamora al igual que dos de sus hermanos a lo largo del 36. Para ello, para lanzar el infundio de que padecía sífilis, tuvo que tergiversar y retorcer los recuerdos carcelarios de Pilar Fidalgo. Y es ante la reacción de los familiares de Amparo Barayón cuando Mateos entra en acción. Al principio juega un poco a no estar de parte alguna y para que no haya dudas plantea que en caso de que Anabel Almendral no pueda demostrar su afirmación deberá retractarse. Pero la aludida ha hecho mutis.
A continuación, como si fuera del mismo equipo que Almendral, toma el relevo y acomete la empresa de ridiculizar los testimonios de Pilar Fidalgo y de Ramón Sender Barayón. Con los más burdos procedimientos como único recurso, Mateos arremete con historietas diversas contra ambos. El truco que utiliza consiste en presentarlos como trabajos de historia. Para Mateos los recuerdos personales de Pilar Fidalgo tras su paso por la prisión de Zamora no valen nada y las indagaciones de Ramón Sender en pos de los últimos días de su madre tampoco. Una sarta de errores y falsedades. Él sí que sabe, sus informantes sí que son válidos, y además él lo tiene todo. Y así lleva ya varias semanas, artículo tras artículo, utilizando la memoria no como los demás sino para el bien.
Lo último que nos ha dicho es que el culpable de la muerte de Amparo Barayón fue Ramón J. Sender por mandarla al matadero. Era previsible que esto ocurriera. Es más, por mucho que cuando se refiere a ella hable como en los folletines de la «afligida e irresponsable madre», de la «infeliz y exquisita mujer» o de la «buena y dignísima mujer» no resulta nada creíble y flota por su escrito la sospecha de que ella misma se buscó su final al insultar al «gobernador civil» colocado por los golpistas. Total, de qué se quejaba si solo habían asesinado a su hermano. En realidad, aparte de atacar los escritos de Fidalgo y Sender, lo único que ha hecho Mateos desde que empezó, por más que lo disimule y embarulle, es culpar a Ramón J. Sender del asesinato de su esposa y poner a buen recaudo a fascistas, espadones, curas y paramilitares al servicio del golpe militar. Ahora concluye en que si el golpe hubiera triunfado no hubiera habido represión. Debe ser por eso que allí donde se impuso primó el respeto a la vida. Como en Zamora. Ya dijo alguien que la historia, convenientemente utilizada, puede llegar a ser el narcótico más poderoso de nuestro tiempo.
FRANCISCO ESPINOSA MAESTRE,
La Opinión de Zamora, 13 de abril de 2005
Al historiador Mateos
Hay que reconocer la importancia de marcar los tiempos de la puesta en escena. En episodios de todo tipo y, en especial, los referentes a los crímenes de nuestra Guerra Civil. Como en una novela por entregas he esperado ansioso el siguiente artículo de su reciente autoría en este periódico, que iba a acercarme más a un desenlace, que por sabido, no era menos trágico. Son las estrategias o recursos para fijar la atención de los alumnos que, lícitamente, usa el maestro. Aquí no hubiese sido necesario la utilización de escenario alguno, porque «nuestra guerra» nos ha marcado con una huella de fuego y en su evocación se ponen en pie figuras, situaciones y personajes de memoria incierta, pero que forman parte de nuestra memoria colectiva. Incluso, que llevaban nuestros apellidos. Todo ello envuelto en un vértigo de pánico donde se percibe el horror de la presa acosada, el parón de la vida, una vez que han saltado como un muelle los rencores ocultos, y zanjadas las cuentas al pie de espesas paredes. Es muy loable que haya profesiones que tengan que hacerse cargo de estos despojos que causa la muerte. Para ellos, les debemos nuestro reconocimiento. Pero ¡qué respeto exige el acercamiento a la muerte!
Es por lo que me he puesto a escribir esta nota, pues en mi opinión, en la historia de Zamora, obra del señor Mateos, se ha faltado al rigor histórico, al hacer afirmaciones no debidamente contrastadas y escritas con un estilo, como si fuesen sentencias fulminantes, sobre la intervención directa de un pariente mío en la muerte de Consuelo Barayón. Desde la publicación de la obra, han transcurrido años en que he permanecido en silencio, a pesar del convencimiento y de opiniones de algunos historiadores de que tal juicio no se ajustaba a la verdad. Ahora, y con la publicación de los artículos de Miguel Angel Mateos en La Opinión-El Correo de Zamora, me confirman mis sospechas de que lo afirmado con rotundidad en la historia de Zamora no era cierto. Es la famosa puesta en escena, con buenos y malos, y repartiendo papeles el nuevo demiurgo, que interpreta según su simple conveniencia. ¿No es una ligereza, que hace dudar de su rigor científico, verter afirmaciones rotundas que, según parece, se derrumban al primer análisis serio? Porque, ¿cómo puede darse una nueva explicación de los sucesos sin proporcionar los datos que la han permitido?
Se va sobrenadando sobre la realidad, se van sacando los personajes que hagan falta y se les asigna un papel, ¿no es atrevido y va contra la pública concordia airear cuestiones y emitir condenas que afectan a terceras personas, ajenas a aquella tragedia? Pero, como han señalado otros lectores en este periódico, no se puede esperar otra cosa de quien hace un continuo desprecio a las afirmaciones de otros opinantes. Por si fuera poco, M. A. Mateos se permite una interpretación, digamos benevolente, de la conducta de un personaje cercano a mí, del tipo «buen chico, mal aconsejado, etc.». Déjelo y no revuelva más.
ANTONIO VILORIA,
La Opinión de Zamora, 16 de abril de 2005
Los sentimientos de una familia (reflexiones para don Miguel Angel Mateos)
Estoy sentado delante de mi ordenador con un libro en la mano, Muerte en Zamora. Lo tengo abierto por las páginas centrales, contemplo la foto de la familia Maes Barayón, yo soy el pequeñito de la izquierda, el que parece que se quiere meter el dedo en la nariz. Miro a mi abuela Magdalena y ahora que he vuelto a releer el libro entiendo por qué siempre estaba tan triste. Señor Mateos, como bien ha escrito el señor Preston, hay verdades grandes y verdades pequeñas, pero los sentimientos de una familia siempre son grandes.
Le voy a contar cómo tuve conocimiento de la existencia de un escritor llamado Ramón J. Sender. Fue en el Colegio de los Claretianos el día que, en clase de Literatura, tocaba estudiar a este autor. La señorita Lourdes, conocedora de mi familia, me indicó que les hablara a mis compañeros de él. No pude decir nada porque nada sabía. Con esto le quiero decir que hay familias que han sufrido tanto que ni a sus más allegados han querido implicarles en su sufrimiento, solo han querido olvidar.
El libro Muerte en Zamora es un libro de sentimientos, es un homenaje de un hijo a la madre que prácticamente no conoció. Es un libro que no merece sus matizaciones tan precisas. Yo no sé de Historia pero veo los ojos de mi padre y no me han gustado los que vi esta mañana. Sabemos todos que en cualquier guerra la gente que pierde a sus hijos, hermanos, esposos sufre, y el sufrimiento no entiende de vencedores ni vencidos, pero si cabe, es mayor en los vencidos. Créame señor Mateos que las entregas, en siete actos, que usted ha hecho en este periódico solo han servido para hacer recordar a los que no tenían ninguna gana de recordar. Le pido, por favor, que la pura y dura Historia, la de las precisiones «tan precisas», la contada, perdóneme, de forma tan pedante, la guarde usted para las aulas. Sin duda, sus alumnos saldrán ganando.
FERNANDO MAES ARJONA BARAYÓN,
Castellanos de Moriscos, Salamanca,
La Opinión de Zamora, 19 de abril de 2005
Un poco de seriedad, señor Mateos
He leído con interés la polémica suscitada por las inoportunas declaraciones de una descendiente del doctor Almendral sobre Amparo Barayón. Amparo Barayón está muerta y no se puede defender, por lo que su familia ha salido al paso de las acusaciones vertidas defendiendo su dignidad personal. Totalmente correcto. Todos sabemos, incluido usted, que Amparo Barayón fue asesinada, no murió de enfermedad. Lo correcto habría sido que la descendiente del doctor Almendral se hubiera retractado de lo dicho y hubiera pedido perdón; no lo hizo, no le vamos a obligar a que lo haga. Dejémosla. Lo lamentable es que usted, persona sensata, se empeñe en buscar los fallos del libro que, sobre su madre escribió Sender Barayón y un día tras otro siga enviando sus escritos sobre el mismo tema tan reiteradamente que resulta agobiante.
Dice usted que Sender Barayón obtiene la información para escribir el libro Muerte en Zamora de las entrevistas a personas y que, tal vez, sus respuestas pudieran estar un tanto influenciadas por la situación personal de la persona entrevistada en su libro La República de Zamora, tomo I, página 695, apartado 4, Fuentes orales, donde usted enumera una serie de entrevistas a personas. Si usted utiliza como fuente de información las entrevistas ¿por qué Sender Barayón no puede hacer lo mismo? Eso no es serio, don Miguel Ángel. Usted tiene otros medios de información que, dicho sea de paso, pueden ser menos veraces que las entrevistas personales. Usted sabe, igual que yo, que buena parte de la documentación que se refiere a la Guerra Civil está falseada, además tal vez —no lo sé— Sender Barayón no tuviese acceso a fuentes documentales y por eso se informó de personas. Está mal que lo censure por eso.
Yo no dudo de su valía —la de usted— como historiador y admiro su capacidad de trabajo, pero le aconsejo que tenga la humildad de admitir las opiniones de otros historiadores, algunos especialistas en la Guerra Civil española, como los que firmaron alguna de las respuestas de la familia Sender Barayón. Créame, don Miguel Angel Mateos Rodríguez, la verdad absoluta solo la tiene Dios. Nosotros, pobres mortales, tenemos alguna parte de verdad y solo se obtendrá la verdad total si somos capaces de formarla aportando cada uno la partecita de verdad que tenemos. Pretender que solo es válida mi verdad y no la de los otros es soberbia y le recuerdo que a los soberbios los rechaza Dios.
SATURNINA LORENZO GARCÍA,
Toro, La Opinión de Zamora, 20 de abril de 2005