ANEXO II. CARTA DE DOLORS GENOVÉS EN RESPUESTA A JAVIER TUSELL NO ENVIADA A «EL PAÍS»

A Nietzsche debemos el descubrimiento del mecanismo que funciona en la conciencia degenerada: le llamó «ressentiment». Llevamos meses de «ressentiment» sumarísimo y al paso que vamos celebraremos pronto el primer aniversario del martirologio 477. Para Ortega y Gasset el resentido padece una «capitis diminutio» y dice más: «Vivimos rodeados de gentes que no se estiman a sí mismas, y casi siempre tienen razón». Lo decía en 1917, año también de gran confusión.

Se preguntará el lector —si es que aún conserva fuerzas después del tedio que debe producirle tanta disputa teológica enmascarada— a qué viene ahora mentar a Nietzsche y a Ortega a propósito del sumarísimo. Hasta el momento en el contencioso «hijos de falangistas» —nunca debate o discusión— las almas rencorosas —unas empeñadas en salvar el honor del padre y otras, las más, necesitadas de un currículum impoluto— han dominado todo el espacio celestial.

Súbitamente aparece en escena Javier Tusell y su «cambio de opinión». Milagro: el «maestro» habla y su sermón coincide sin fisuras con los alegatos que defienden los «hijos». No hay ni una idea nueva, ni un reproche más, ni una duda, ni un argumento. Es un encargo. Tusell es el amigo, el tertuliano afín, la coartada en ese combate marrullero, de bajos fondos. Lo admite incluso Tusell, al intentar desmentirlo: «El motivo exclusivo de mi cambio de opinión reside en que he conocido las declaraciones de quienes actuaron como testigos en el juicio».

Sorprende, por revelador, ese «exclusivo». ¿Acaso insinúa Tusell que al margen de las fidelidades debidas —de clan, tribu o partido— pueden existir otras razones menos confesables? Y el «conocer». ¿Cuál de los dos juicios conoce Tusell, el de 1937 o el de 1995? Como dice el historiador en su rectificación: «La presión ambiental puede ser decisiva y muy a menudo los seres humanos quedan condenados a gestos y posturas que no corresponden a lo que hubieran hecho en condiciones de normalidad». Espero que sus amigos le agradezcan el gesto.

Hay que decir a favor de Javier Tusell que pese a las presiones, en dos ocasiones se ha negado a comparecer como testigo de los demandantes, si bien habrá que añadir que la visita a los juzgados coincidía con la universidad de verano de los democratacristianos de Unió, a la cual fue invitado el ilustre historiador, y no quedaba nada elegante compaginar ambas actividades. Hablábamos de gestos. Finalmente Tusell ha sucumbido voluntariamente y ha fabricado un alegato no en beneficio de lo que él denomina pomposamente «verdad histórica» sino como simple maniobra de distracción para poder presentarse, ahora sí —resueltas las incompatibilidades de agenda de los bolos de verano— en el juzgado llevando bajo el brazo su «cambio de opinión».

A Tusell le han presentado en bandeja de plata una manipulada selección de textos acompañada con una tarjeta de visita de los deudos. Y con esos elementos pretende juzgar y predicar sobre moral y ética. Aun así necesita justificarse y reconoce «no me gustaría que mi padre hubiera hecho ese género de declaraciones ante un juez militar en plena guerra civil». En qué quedamos: ¿fueron declaraciones inocuas —como pretenden los deudos resentidos— o por el contrario intentan legitimar y a conciencia la inexorable sentencia a muerte de Carrasco i Formiguera? Recordémoslo, Carrasco no se suicidó, fue ejecutado. Sigue Tusell justificándose y ahora recurre a la ciencia-ficción: «Imagínense —dice— que las declaraciones hubieran sido otras o no hubieran existido: el resultado habría sido el mismo». ¿Intenta Tusell decirnos que las declaraciones hubieran podido ser algo menos sustanciosas, más compasivas? Es cierto que Carrasco no tenía la más mínima posibilidad —idea repetida insistentemente en el reportaje— y por ello la declaración de los testigos —conocedores del veredicto final— adquiere una dimensión que ni una guerra civil justifica por sí misma.

Franco no estuvo solo en la barbarie. Aunque algunos quieran olvidarlo. Contó con muchos «voluntarios» —y no me refiero precisamente a los que luchaban en las trincheras sin la posibilidad de que alguna madre con influencias pudiera rescatar y colocar en un destino menos peligroso, por ejemplo Burgos—. Incluso Tusell reconoce que algún «grado» de voluntariedad existía en los declarantes: «No tengo en absoluto la impresión de que existiera absoluta voluntariedad». ¿Cuánta se necesita para ir a declarar ante un juez?

Terminemos por enumerar sus últimos alegatos. Lo que sigue es simplemente «inmoral», término que Tusell utiliza con profusión en su «cambio de opinión» (el historiador ha mudado en predicador). Desde el púlpito acusa a Sumaríssim 477: «No se respeta una realidad tan obvia desde el punto de vista histórico como es que en la guerra civil a veces no se puede elegir». Y se queda tan ancho.

Pues Carrasco eligió y no me refiero a su situación personal sino precisamente a la que vivía en Bilbao en enero de 1937 un tal Tusell. Matías Tusell Vilaclara se hallaba detenido bajo sospecha de «fascista o carlista», así califica los cargos el propio Tusell en carta dirigida al líder democratacristiano, el 31 de diciembre de 1936, en la cual solicita ayuda a Carrasco, documento que puede Javier Tusell consultar en el sumario 477-37 folio 79.

Manuel Carrasco i Formiguera «eligió» interceder ante Telesforo Monzón —ministro de Gobernación del Ejecutivo vasco— y a pesar de la «delicada situación» y a «las presiones ambientales» que también pesaban sobre Carrasco éste escribe a Monzón invocando la antigua amistad que unía a Carrasco con la familia del detenido y en concreto, con su amigo de la Lliga Xavier Tusell Gost. Sí, hay gestos que delatan la categoría de los hombres.

Es al final de su «cambio de opinión» cuando se descubre la naturaleza del encargo ingrato que pesa sobre Tusell. Ni historia, ni defensa del honor, ni sermones bienintencionados. Los hijos resentidos, en su tarjeta de visita, le fabrican la tesis que «todo lo explica»: 1. Encontramos en Sumaríssim 477 actitudes sesgadas derivadas de la ideología, 2. Deliberado propósito de dividir a Cataluña en dos, nacionalistas y no nacionalistas. Y Tusell, en la distancia, muerde el anzuelo. ¿Cómo se explica si no que su fino olfato no detectara ese «tufillo» cuando vio el reportaje por primera vez?

Los hijos, sus amigos, y los amigos de sus amigos han fundado un club y a la consigna de «se van a enterar» camuflan la responsabilidad de los papás falangistas bajo la apariencia de otra cruzada. Que nadie se llame a engaño, lo que está ocurriendo con Sumaríssim 477 se sitúa en un trasfondo ajeno a los muertos y a la historia, a la de 1937, que no a la que acontece desde hace un año en España.

M.ª DOLORS GENOVÉS,

periodista e historiadora