En la ciudad de Zamora, a las once horas del día once de octubre de mil novecientos treinta y seis, ante D. Agustín Pérez Piorno, Juez Municipal, y D. Mario Aparicio de Santiago, Secretario, se procede a inscribir la defunción de D.ª Amparo Barayón Miguel, de 29 años de edad, natural de Zamora, […]. FALLECIÓ____, en____, el día once del actual a las____y____minutos, a consecuencia de____según resulta de____y reconocimiento practicado, y su cadáver habrá de recibir sepultura en el cementerio Municipal de esta ciudad. (Extracto del acta de defunción).
En mayo de 1982, solo unos meses después de la muerte de Ramón J. Sender, fallecido en enero de ese año, la revista Interviú publicó un artículo titulado «Así asesinaron a la mujer de Ramón J. Sender», firmado por Heriberto Quesada. Se trata, sin duda, de uno dé los mejores artículos de la serie que la revista dedicó a la represión fascista, tanto por el esmero con que fue realizado como por el trabajo que se intuye detrás de sus tres páginas, lo cual permitiría hablar de periodismo de investigación, frente a otros casos donde prevaleció el sensacionalismo más absoluto.
Poco después, en julio, Ramón Sender Barayón, hijo de Ramón J. Sender y de Amparo Barayón Miguel, se decidió a venir a España tras el rastro de su madre, asesinada en Zamora en el verano de 1936. Las peculiares relaciones tanto de Ramón como de su hermana Andrea con su padre nunca permitieron respuesta alguna a sus muchas preguntas y dudas. Fruto de ese viaje, en 1990, vio la luz en la editorial Plaza & Janés el libro titulado Muerte en Zamora, en cuya portada, con una foto de Sender ya mayor en primer plano y otra de Amparo de fondo, se leía: «¿Qué circunstancias rodearon el fusilamiento de la esposa de Ramón J. Sender?». El libro había sido publicado un año antes por la University of New México Press y traducido al español por Mercedes Esteban-Maes Kemp, prima del autor y residente en Cornualles (Inglaterra). En él, Ramón Sender Barayón contaba, casi a modo de diario de viaje, la historia de esa búsqueda y sus resultados. Es probable que el artículo de Quesada llegara a manos del hijo de Ramón y Amparo durante ese viaje, ya que seguramente se lo mostró alguna de las personas con las que contactó. Pero lo cierto es que, aunque lo utilizó profusamente para el libro, solo lo nombra en una ocasión, sin mencionar al autor, y no lo incluye en la bibliografía.
El libro se lee como una novela, pero lo terrible es que la historia que lo guía, el asesinato de la madre, fue real. Tras el golpe militar, Sender creyó que su mujer y los dos hijos estarían mejor en Zamora, de donde era natural ella, que en Madrid. Pero la ciudad cayó de inmediato en poder de los golpistas y todo se volvió un infierno. Aunque el origen es un tanto turbio, los problemas de Amparo Barayón dieron comienzo el día que, con su hija en brazos y citada con motivo de una solicitud de pasaporte que había hecho, denunció al nuevo gobernador impuesto por los golpistas la muerte de su hermano Antonio, asesinado ese mismo día. Poco después fue detenida e ingresada en prisión, de donde ya no saldría hasta su asesinato.
Uno de los testimonios que recogió Ramón Sender en su libro fue el de Pilar Fidalgo Carasa, autora de un texto titulado «Una joven madre en las cárceles de Franco», publicado en El Socialista en mayo de 1937, y en Londres y París tras la Guerra Civil. Fue una frase del escrito de Fidalgo, entonces también con una niña recién nacida, la que se encuentra en el origen de la historia que nos ocupa. Decía:
Como seguía con hemorragia, estaba constantemente pidiéndole a la celadora que me ayudara. Por fin trajo a la cárcel al doctor Pedro Almendral, que vino solo por pura fórmula. Al ver mi sufrimiento comentó que «la mejor cura para la mujer del sinvergüenza de Almoína es la muerte». No me recetó nada. Ni para mí ni para la niña[27].
Lo cierto es que Amparo Barayón, detenida el 28 de agosto de 1936, fue asesinada el 11 de octubre en una de esas oscuras y sucias tramas propiciadas por el golpe militar. Amparo era católica y quiso confesarse pero el cura, como se encargaría de contar a una de sus hermanas, se negó a darle la absolución por no estar casada por la Iglesia. Aparte de su hermano Antonio y de ella, también sería asesinado otro hermano, Saturnino, concejal de Izquierda Republicana. Ambos hermanos regentaban el Café Iberia, considerado algo así como el ateneo republicano de Zamora. La familia siempre creyó que el asesino de Amparo fue el abogado Segundo Viloria, un antiguo pretendiente suyo que, según parece, acabó su vida en un manicomio y del que tenemos pruebas de que formó parte de las partidas de asesinos que circularon por Zamora a partir del golpe.
El libro, que como se ha dicho estaba traducido por una prima del autor, tuvo una peculiaridad llamativa: una serie de «N. del E.», Notas del Editor, que podrían haberse llamado «Notas contra el Autor». Se trata de correcciones y comentarios, en su mayoría absurdos, buena muestra de los cuales sería el que corrige una frase de Pilar Fidalgo que afirmaba: «En la provincia de Zamora asesinaron a más de seis mil personas, seiscientas de ellas mujeres» (p. 164). La nota al pie decía:
El historiador nacionalista —pero uno de los más ecuánimes— Ramón Salas Larrazábal, en su libro Pérdidas de guerra (Barcelona, diciembre de 1977), refiriéndose a Zamora escribe […].
En el año 1990, cuando se publicó el libro, ya se sabía que la obra de Salas Larrazábal, editada por Planeta en 1977 y cuyas «cifras exactas» fueron avaladas por Hugh Thomas en su monumental edición de ese mismo año de La guerra civil española publicada por Urbión, representaba la última operación franquista para tapar la gran matanza fundacional del régimen. Sin embargo, la clave del asunto fue otra. El libro, que dejaba al descubierto las miserias de la clase media conservadora de Zamora y contaba parte de lo que llevó a cabo, sentó mal en esos medios, nada acostumbrados a escuchar la verdad. Nadie respondió abiertamente porque quizás hubiese sido peor viviendo aún las personas que ofrecieron su testimonio a Ramón Sender, pero decidieron esperar el momento oportuno. Así, alguien que supo del libro de Sender Barayón y que vio la referencia de Pilar Fidalgo al médico Almendral juró venganza, pero tuvo que pasar un tiempo para que ésta tomara cuerpo.
La ocasión se presentó catorce años después. El 13 de julio de 2004, La Opinión de Zamora incluía una entrevista de Begoña Galache a Ana Isabel Almendral Oppermann con motivo de la entrega a la Diputación de un óleo y una foto —de obras de arte los calificaba el periódico— con retratos de su padre y de su abuelo, médicos relacionados con la Institución. Ésta era la segunda pregunta:
—También fue médico de la cárcel. ¿Cómo fue aquella experiencia para él?
—Efectivamente trabajó en la cárcel. Mi abuelo fue precisamente quien atendió a la mujer de Ramón J. Sender en la prisión. El hijo del escritor, en un libro que escribió cuando estaba en Estados Unidos, dice que su madre estaba enferma en la cárcel, que nadie se preocupaba por ella, y que un médico que pasaba por allí dijo que total, para lo que le quedaba de vida, mejor dejarla donde estaba. Pero no fue así. Mi abuelo no la dejó morir a su suerte sino que la ayudó. Ella estaba tremendamente enferma, de sífilis, y mi abuelo dijo que para lo que le quedaba de vida mejor que la subieran a la enfermería. De esto hace muchos años, pero hay una gran confusión en el libro Muerte en Zamora y yo quiero poner los puntos sobre las íes. Me llamó la atención porque algunos hechos están tergiversados.
Probablemente, consciente del alcance de la declaración, alguien del periódico que sabía lo que hacía colocó como titular de la entrevista la extraña frase «Mi abuelo no dejó morir a la mujer de Sender cuando estaba en la cárcel». El objeto de la entrevista, las «obras de arte» donadas, pasaban así a un segundo plano; lo importante era la calumnia: Amparo Barayón, según la nieta del médico de la prisión, padecía sífilis. Y la periodista y el periódico la avalaban sin problema. Pero, voluntaria o involuntariamente, Almendral se confundía. Ramón Sender Barayón no aludió en su libro en momento alguno al trato que el médico dio a su madre. Lo que sí hizo, entre otras cosas, fue transcribir el testimonio de Pilar Fidalgo Carasa y de otras personas y poner ante la derecha zamorana el espejo de la realidad del «Glorioso Alzamiento Nacional» en una pequeña capital de provincias donde ningún derechista había sufrido daño alguno antes de la sublevación militar. Lo que Almendral no perdonó a Sender es que situara a su abuelo en el lugar que ocupaba tras el golpe militar de 1936 y que, aunque fuera por cita ajena, pusiera en su boca las palabras «la mejor cura para la mujer [Pilar Fidalgo] del sinvergüenza de Almoína [su marido, un destacado militante socialista de Benavente] es la muerte». Y no encontró mejor forma de atacar al culpable, al hijo de Amparo Barayón, que soltar que ésta, como si hubiera muerto en la enfermería, padecía sífilis. Es posible incluso que la nieta de Almendral supiera, como contaron a Ramón Sender algunas de las personas que le dieron su testimonio, que Amparo acabó loca y que en sus últimos días la atormentaron haciéndole creer que el culpable de su calvario no había sido otro que su marido.
Unos meses después, la noticia de la entrevista llegó a los familiares de Amparo Barayón. Quizás primero a su sobrina Magdalena Maes Barayón, residente en Málaga y que fue quien años después de la guerra, aún muy joven, trasladó sus restos desde la fosa común donde se encontraban al panteón de la familia Maes. Magdalena debió de contárselo a su hija Mercedes Esteban Maes, la traductora de Muerte en Zamora, que vivía en Inglaterra, y de ella la noticia pasó a Ramón Sender en Estados Unidos. Y fue Helen Graham, amiga de Mercedes, la que nos dio a conocer la historia a Paul Preston y al que esto escribe, permitiéndonos así ser partícipes y testigos de una historia que duró un año.
La familia se movilizó y a finales de enero de 2005 redactaron una carta que sería publicada por La Opinión de Zamora el día 14 de febrero:
Señor Director:
El martes, 13 de Julio del 2004 se publicó en su periódico una entrevista con Anabel Almendral, hija del médico zamorano Pedro Almendral Alonso, con motivo de donar ella unos retratos familiares a la Diputación de Zamora. En esta entrevista, Anabel Almendral hace varias declaraciones sobre Amparo Barayón Miguel, esposa del escritor Ramón J. Sender. Las siguientes declaraciones son erróneas:
• Que Ramón Sender Barayón escribió un libro sobre su madre «cuando estaba en Estados Unidos». Ramón ha vivido en Estados Unidos casi toda su vida, a raíz del asesinato de su madre y el exilio de su padre, pero cuando escribió Muerte en Zamora pasó muchos meses en España entrevistando a las familias de Sender y su esposa, y a un gran número de personas que supieron de la muerte de su madre.
• Que en su libro Muerte en Zamora Ramón Sender Barayón había escrito «que su madre estaba enferma en la cárcel, que nadie se preocupaba por ella, y que un médico que pasaba por allí la vio y dijo que total, para lo que le quedaba de vida, mejor dejarla donde estaba». La cita en el libro no es de Amparo Barayón, sino de Pilar Fidalgo Carasa, compañera de cárcel de Amparo que, en su libro Una joven madre en las cárceles de Franco (Londres, United Editorial Limited, 1939, p. 6), afirmaba que «[…] el doctor Almendral [que] vino por pura fórmula. Al ver mi sufrimiento comentó que “la mejor cura para la mujer del sinvergüenza de Almoína es la muerte”. No me recetó nada» (citado por Ramón Sender Barayón en Muerte en Zamora, Plaza & Janés, 1990, p. 160). Aclaremos aquí que Pilar Fidalgo Carasa fue testigo presencial de estos hechos.
• Que Amparo Barayón Miguel «estaba tremendamente enferma de sífilis». Amparo Barayón entró en la cárcel de Zamora sana, como atestiguan sus familiares sobrevivientes. Tenía una niña de meses y un crío de muy pocos años, los dos sanos. Su marido, Ramón J. Sender, murió con más de ochenta años, de pura vejez de fumador empedernido. Sus hijos, Ramón y Andrea, han entrado los dos en la séptima década de su vida, desde luego sin sífilis. ¿Cómo puede justificarse semejante calumnia, sin prueba alguna, contra una persona que fue, sin duda alguna, víctima inocente del terror de la Guerra Civil?
Tenemos muy en cuenta que hemos tardado siete meses en responder a los muchos errores que contiene la citada entrevista. El asesinato de Amparo Barayón Miguel resultó, entre otras muchas desgracias, en la efectiva diáspora de su familia. Estamos todos muy lejos y las noticias tardan en llegar. Sin embargo, y a pesar de los meses transcurridos, nos parece que tenemos derecho a que las declaraciones publicadas en su periódico sean desmentidas.
Esperamos su urgente respuesta, y publicación en su periódico del texto íntegro de esta carta.
Atentamente le saludan[28].
La respuesta tardó solo tres días en llegar, pero no vino de la nieta del médico de la prisión, sino del cronista oficial de Zamora, el profesor de instituto y concejal de ADEIZA (Agrupación de Independientes Zamoranos), Miguel Angel Mateos Rodríguez. Emplazaba a Ana Isabel Almendral, «profesional solvente y universitaria» (profesora de Filología en la Universidad de Castilla-La Mancha), a probar lo de la sífilis o a retractarse; salvaba al abuelo contándonos lo mal que lo pasó en los días del Frente Popular, además de mostrárnoslo como hombre preocupado, poco después, por la vida de los compañeros; y, de paso, arremetía contra el libro de Ramón Sender, historia-novela. Por supuesto, no mencionaba a Pilar Fidalgo. Tampoco le importaban las dificultades que Sender Barayón tuvo en la década de 1980 para indagar sobre la muerte de su madre. El ataque contra el libro de Ramón Sender encontró eco en otros colaboradores habituales de La Opinión de Zamora, que siguieron en la línea de la defensa del médico Almendral. El libro había atacado a «uno de los suyos y la buena gente de Zamora», que no había perdonado a Sender, salía en su defensa. El zarpazo de la «profesional solvente y universitaria» sobre la memoria de Amparo Barayón había pasado a segundo término o, en todo caso, se entendía como un exceso comprensible dado el daño causado previamente por el hijo de Amparo tanto a su familia como a otros conocidos apellidos de Zamora, que atravesaban el libro unos como asesinos, otros como cómplices cuando no como inductores y, finalmente, otros, como simples y pasivos espectadores.
El 14 de marzo verá la luz en La Opinión de Zamora una nueva carta de la familia firmada por Mercedes Esteban Maes:
He tardado un poco en reaccionar a los dos artículos de opinión suscitados por nuestra respuesta a las declaraciones de Anabel Almendral que fueron publicadas en La Opinión de Zamora en julio del 2004. Estaba esperando a que la Doctora Almendral se retrajera y pidiera disculpas por el insulto a la memoria de mi tía abuela, Amparo Barayón Miguel, como también pedía el historiador zamorano Miguel Ángel Mateos (La Opinión de Zamora, 17 de febrero de 2005). Esto no ha sucedido. Está claro que el que calla, otorga.
Resumamos, por si se ha perdido el hilo. El 13 de julio del 2004 se publicó en La Opinión de Zamora una entrevista con Anabel Almendral en la que ella afirmaba que su abuelo, el doctor Pedro Almendral «atendió a la mujer de Ramón J. Sender en la prisión porque estaba tremendamente enferma de sífilis». También atacaba el libro de Ramón Sender Barayón, Muerte en Zamora, en el que el hijo de Ramón J. Sender y Amparo Barayón investiga la muerte de su madre en octubre de 1936, alegando que en el libro «hay una gran confusión». Al mismo tiempo se confunde ella cuando dice que: «El hijo del escritor, en su libro, dice que su madre estaba enferma en la cárcel, que nadie se preocupaba por ella, y que un médico que pasaba por allí la vio y dijo que total, para lo que le quedaba de vida, mejor dejarla donde estaba». Este incidente proviene, como queda claro en Muerte en Zamora, del testimonio de Pilar Fidalgo Carasa, documento histórico publicado en Londres en 1939, que contiene las declaraciones de una mujer que fue compañera de cárcel de Amparo Barayón y testigo presencial de los hechos que narra. La protagonista del incidente no es Amparo Barayón, sino Pilar Fidalgo Carasa, que afirma: «… el doctor Almendral vino por pura fórmula. Al ver mi sufrimiento comentó que “la mejor cura para la mujer del sinvergüenza de Almoína es la muerte” y no me recetó nada» (Una joven madre en las cárceles de Franco. Londres, United Editorial Limited, 1939, p. 6. Cit. por Ramón Sender Barayón en Muerte en Zamora, Plaza & Janés, 1990, página 160).
En nuestra carta del 14 de febrero del 2005 ofrecíamos un argumento irrefutable contra las declaraciones de Almendral de que Amparo Barayón estaba enferma de sífilis. También corregíamos otros errores contenidos en la entrevista de Almendral.
El 17 de febrero del 2005 aparece en La Opinión de Zamora un artículo del historiador zamorano Miguel Angel Mateos en el que aportaba pruebas documentales que confirmaban la falta de base de la insultante declaración de Almendral sobre el estado de salud de Amparo Barayón. También pedía a Anabel Almendral que se retractase, ya que «una profesional solvente y universitaria no puede prestarse a dar pábulo a infundios de rebotica camillera, de brasero de cisco y firma de badila». Aunque su artículo no surtió efecto sobre Anabel Almendral, quien continúa su silencio otorgador, le agradecemos su apoyo.
Esto dicho, es de necesidad responder a la segunda parte del artículo de Mateos, donde ataca el libro de Ramón Sender Barayón, Muerte en Zamora, alegando que es una «historia-novela», basándose en «información errática, imaginada y no contrastada de pobres y débiles fuentes orales». Muerte en Zamora no es una historia-novela: es un testimonio de segunda generación comparable a los trabajos publicados por y acerca de los hijos de supervivientes y víctimas del Holocausto. Los testimonios que Ramón recoge en el libro son, en muchos casos, de primera mano. Mi madre, Magdalena Maes Barayón, sobrina de Amparo, me asegura que su memoria de aquellos acontecimientos es tan clara hoy como hace casi setenta años. No la calificaría de «fuente débil». También está el testimonio de Pilar Fidalgo Carasa en Una joven madre en las cárceles de Franco, importantísimo documento histórico desde el punto de vista de cualquier historiador que se precie.
Pongamos un ejemplo: Mateos dice en su artículo que Ramón Sender Barayón acusa a su tío Miguel Sevilla (entre otros muchos) «basándose en información errática, imaginada y no contrastada, de pobres y débiles fuentes orales, muy alejados de los hechos narrados». En Una joven madre en las cárceles de Franco, Pilar Fidalgo Carasa afirma que Amparo Barayón, cuando ya sabía que la iban a matar, porque le habían arrancado a su hija Andreíta de los brazos «escribió una carta de despedida a Sender, una carta que yo conservé durante mucho tiempo, pero que tuve que destruir a causa de los continuos registros a que nos sometían. En esta carta le encomendaba el cuidado de sus hijos y responsabilizaba de su situación a uno de sus parientes llamado Sevilla» (p. 28). Mi madre, Magdalena Maes Barayón, recuerda perfectamente a Miguel Sevilla llegando al café de los Barayón, donde estaba la familia reunida, diciendo: «Esta noche matan a Amparo». No me parece justo ni riguroso que Mateos califique a estas fuentes de pobres o débiles.
Por las alusiones de Mateos a la necesidad de un «historiador especializado y, por supuesto, imparcial» creo conveniente aclarar que la carta que escribimos a La Opinión de Zamora respondiendo a las declaraciones de Almendral, y a la que a su vez responde Mateos en su artículo, no solo iba firmada por Ramón y Andrea, hijos de Amparo Barayón y Ramón J. Sender, y por mí, su sobrina, licenciada en Historia con veinte años de experiencia como profesora universitaria en Gran Bretaña, sino por otros nueve firmantes cuyos nombres no fueron publicados, me imagino que por falta de espacio. Entre estos firmantes estaban, además de varios miembros de la familia, incluyendo a Magdalena Maes Barayón, Francisco Espinosa Maestre, historiador, especialista en represión; Helen Graham, catedrática de Historia Contemporánea del Royal Holloway, Universidad de Londres, Reino Unido, especialista en la Guerra Civil y el primer franquismo; y Paul Preston, catedrático de Historia de la London School of Economics, autor de algunos de los más importantes libros sobre la Guerra Civil. Todos estamos de acuerdo sobre la importancia de Muerte en Zamora como documento histórico que recoge los testimonios de sobrevivientes de la guerra, así como la búsqueda y la experiencia de un hombre al que la guerra le robó no solo de su madre sino también de su hogar natural.
Y aquí cabe incluir un ruego a Miguel Angel Mateos: los documentos que cita en su artículo no eran accesibles cuando Ramón realizó su investigación en 1983. Le rogamos nos informe de dónde podemos obtener esas fuentes, que tienen un valor incalculable para la familia Barayón.
También me parece necesario comentar sobre los últimos párrafos del artículo de Mateos, en el que, intentando exculpar al doctor Almendral, en el caso en que hubiera sido el que hubiera originado el insultante rumor acusando a Amparo de tener sífilis, afirma que la vida de Almendral, tras un incidente en mayo del 36 «hubiera corrido serio peligro». Esta exculpación del doctor Almendral la repite R. Gamazo en su artículo publicado el 21 de febrero del 2005 en el que, tras comentar sobre «testimonios que solo el historiador especializado y por supuesto imparcial puede valorar y depurar» (véanse nuestras credenciales arriba) procede a relatar una anécdota, seguramente refiriéndose al mismo incidente, en la que la vida del doctor Almendral pudiera haber sido puesta en peligro, también en mayo del 36.
Es lamentable que el doctor Almendral sufriera algún peligro, como son lamentables los desmanes que precedieron a la guerra en la provincia de Zamora. Pero es más importante recordar que lo que está en juego no es lo que le pudo pasar al médico Almendral, sino lo que le pasó a Amparo Barayón Miguel, cuya memoria ha sido atacada por la nieta de aquél. No es sorprendente que sobreviviera el doctor Almendral. Según el historiador franquista Ramón Salas Larrazábal en su libro Pérdidas de guerra, en la provincia de Zamora la represión izquierdista fue inexistente mientras que la otra causó mil doscientas cuarenta y seis víctimas. Ya veremos cuando se investigue en serio. Alcanzar la verdad, como dice Mateos, citando a Ricardo de la Cierva, será improbable o imposible, pero lo que está claro es que Amparo Barayón fue asesinada en Zamora y que los responsables fueron aquellos que el golpe militar llevó al poder en julio del 36.
MERCEDES ESTEBAN MAES
El debate se extiende cuando el 29 de marzo la corresponsal de La Opinión de Zamora en Benavente, Isabel Reguillón, escribe un interesante artículo titulado «Crónica desde una cárcel del 36». Toma por referencia el testimonio de Pilar Fidalgo, maestra de Benavente detenida el 6 de octubre y trasladada a Zamora por ser esposa de José Almoína, secretario de la Agrupación Socialista; narra el destino de algunos de sus paisanos asesinados a lo largo de octubre, y reproduce las alusiones que en el testimonio de Pilar hay sobre Amparo Barayón y otras mujeres.
Mientras esto ocurre se está produciendo un fenómeno curioso. El cronista local Miguel Angel Mateos continúa en marzo y abril escribiendo una serie de largos artículos —hasta siete— bajo el título «Muerte en Zamora, la tragedia de Amparo Barayón». Aquí ya vemos el periódico al servicio del cronista, al que presta los mejores espacios y días, relegando los escritos de la familia y los de otras personas a la sección de cartas y a días secundarios. Mateos arremete contra Pilar Fidalgo y Ramón Sender y se dedica a limpiar y a justificar la actuación de curas, fascistas y militares golpistas. Todo ello queriendo aparentar un discurso liberal que, sin embargo, no disimula la ideología del autor. Incluso a Segundo Viloria quiere liberar de ciertas cargas: «No pretendo justificar lo que no tiene la más mínima justificación: el pasado y la actitud irresponsable de Viloria a lo largo de la Guerra Civil. No voy a desvelar ahora quién fue el responsable del fusilamiento de Amparo Barayón. Lo haré en el fascículo que en su día publicará La Opinión-El Correo de Zamora. No me gustaría ser tan explícito ni remover y menos abrir viejas heridas […] Lo que puedo afirmar es que Viloria no fue el que se hizo cargo, ni condujo y participó en el asesinato de Amparo Barayón. Probadas están otras ejecuciones suyas. Esta no. Yo comprendo que la novela precisa acción y carga dramática» (La Opinión de Zamora, 6 de abril de 2005). Así, vemos al periódico aprovechando el tirón que le supone el «asunto Amparo Barayón» y al cronista aprovechando al máximo el púlpito que el periódico le ofrece y anunciando ya sus próximos fascículos. El cronista ha conseguido su objetivo: el centro de atención ya no es Amparo Barayón sino él mismo y sus prometidas y dosificadas revelaciones.
En ocasiones, como el día 8 de abril, el periódico publica al mismo tiempo una carta de Mercedes Esteban Maes y un artículo, el sexto, de Mateos donde se alude a esa misma carta. He aquí la primera:
Al Sr. Mateos:
He leído con sorpresa, por no decir estupor, las descalificaciones que el cronista M. A. Mateos hace respecto al testimonio de Pilar Fidalgo y el libro de Ramón Sender Barayón. Con respecto a los recuerdos de Pilar Fidalgo, los descalifica al contrastarlos con documentos que ella evidentemente no podía haber consultado. ¡Qué gran error el de Pilar Fidalgo al hablar de seis mil víctimas de la represión fascista en Zamora cuando solo fueron cuatro mil quinientas! Aparte de que este tipo de crítica barata no es digno de una persona que se considera historiador ecuánime, parece que el señor Mateos olvida que el hecho de que una persona ya exiliada se equivocara en el segundo apellido de otra presa no le quita valor en lo más mínimo a lo que dice Pilar Fidalgo del ambiente de brutalidad en la cárcel. La confianza con que el señor Mateos niega la posibilidad de que fuera violada una presa muestra una falta no solo de imaginación sino de ignorancia de cómo iban las cosas en las cárceles del bando llamado nacional. Respecto al libro de Ramón Sender Barayón, descalifica sus fuentes por ser orales pero, cuando se trata de confidencias hechas a sí mismo, le parecen bien las fuentes orales. El señor Mateos alardea de que tanto sabe, pero una tiene que preguntarle, en tal caso, ¿por qué no le ayudó a Ramón Sender cuando hizo su investigación original? Si esto no fue posible por la razón que fuera, ¿por qué no dijo algo en el momento de la publicación del libro Muerte en Zamora? En vez de «guardar otros datos en la recámara», como dijo, ¿no es tiempo ya de que deje de demostrar su superioridad sobre las víctimas (Pilar Fidalgo y Ramón Sender) y nos diga de una vez quiénes fueron los responsables del asesinato de Amparo Barayón, de sus hermanos y de varios miles de zamoranos más? Y que se aplique con iguales exigencias a la documentación generada por los golpistas, a ver si con tanta «sentencia firme», «ejecuciones» y «consejos de guerra» se va a creer que eran actos legales. ¡Ah! Y que no olvide darnos el número exacto de los asesinados ya que ha mostrado su superioridad sobre Pilar Fidalgo por no saberlo ella.
MERCEDES ESTEBAN MAES
En abril de 2005, vista la deriva del asunto, los familiares de Amparo Barayón se informan de las posibilidades de ejercer acciones legales contra la nieta de Almendral. Se les dice que su caso, según el artículo 18 de la Constitución, estaría contemplado dentro de la defensa del honor, bien mediante acción penal tras la presentación de una querella por delito de injurias, bien por vía civil a través de Primera Instancia buscando la protección del derecho al honor, que suele ser el procedimiento habitual y que se inicia mediante una demanda firmada por un abogado y un procurador. Pero, a pesar de que esto hubiera sido lo idóneo y era lo que deseaban, los familiares de Amparo Barayón no se sienten con posibilidades para llevarlo a cabo: la dispersión geográfica —especialmente la localización de los hijos de Amparo a miles de kilómetros— y el hecho de no contar con familiar alguno en Zamora los disuade de seguir esta vía.
Lo que sí hacen los hijos, pensando que pueda surtir algún efecto, es enviar una carta a Dalmiro Gavilán, redactor jefe de opinión del periódico, en la que le piden que actúe de intermediario entre ellos y Almendral Oppermann, a quien solicitan una rectificación de la que incluso le envían un modelo:
A la Srta. Anabel Almendral:
Nos parece que debe de haber una forma civilizada de zanjar este tema sin que tengamos que llevar a cabo ningún tipo de acción. Entendemos, por supuesto, que existe la posibilidad de que usted oyera esta historia de la sífilis a su abuelo o a otro familiar, y simplemente esté repitiendo lo que un día le contaron.
Sin embargo, dado que no hay nada cierto en esta difamación, y que ésta supone una grave injusticia para la memoria de nuestra madre, quien murió inocente de toda culpa a manos de sicarios, debemos pedir con toda sinceridad que se retracte públicamente. La retractación debería consistir del siguiente texto, y ser publicada en La Opinión de Zamora:
«Tras haber reflexionado y conocido nuevos datos acerca de la situación de Amparo Barayón Miguel mientras estuvo encarcelada en Zamora en 1936, he decidido reconsiderar mis palabras publicadas en La Opinión de Zamora en julio de 2004, acerca de cualquier posible enfermedad que Amparo Barayón Miguel pudiera haber sufrido. Dada la dureza de las condiciones bajo las que vivían las mujeres encarceladas, es posible que mi abuelo, el Dr. Almendral, bien se equivocara en el diagnóstico o bien hubiera confundido identidades.
Entiendo que Amparo no podría de ninguna manera haber sufrido las últimas fases de una enfermedad tan contagiosa como es la sífilis sin que sus hijos mostraran síntoma alguno. Teniendo en cuenta que no mostraron dichos síntomas en aquel momento, y que tampoco lo hicieron a lo largo de sus vidas (según propio testimonio y el de conocidos), y habiendo revisado también los testimonios de varias mujeres que estuvieron encarceladas con su madre —citados en el libro de su hijo— me doy cuenta de que mi información era errónea. Transmito mis más sinceras disculpas a las familias Barayón y Sender por permitir que una declaración así apareciera en un periódico público, y espero que, con esta corrección, se pueda dar este asunto por zanjado».
Firmado: Anabel Almendral
Esta declaración servirá para satisfacer a la familia de Amparo, que honra la memoria de una mujer valiente, ilegalmente arrestada, encarcelada en unas condiciones terribles y asesinada por el simple hecho de ser la esposa de un conocido escritor radical. Sus hijos esperan que pudiera publicar esta retractación para que así ellos no se vieran obligados a tomar otras medidas públicas que solo servirían para revivir memorias dolorosas para todos. Paz y justicia nuestro mayor objetivo.
Firmado por Ramón y Benedicta [Andrea Sender Barayón] como descendencia directa
Naturalmente no ocurrirá nada. Ana Isabel Almendral dijo lo que quería decir, desapareció de Zamora y no volverá a intervenir. Son el periódico y el cronista los que aprovechan el tirón, cada uno para sus intereses, mientras los familiares de Amparo Barayón y sus amigos intentan infructuosamente que se restituya el honor de la primera y que se les repare. Ocurrirá lo contrario: el cronista Mateos aprovecha para lanzarse contra el libro de Ramón Sender y contra quienes le contaron lo ocurrido en Zamora. Cada artículo de Mateos constituye un aviso de que el que sabe más del asunto es él y que es el único que puede decir algo. Su mensaje, confuso y liante, va dirigido al mismo sector social que quedó retratado en el libro de Sender: no os preocupéis, no podrán demostrar nada, los papeles los tengo yo y no soltaré ni uno; además seré yo también quien de la versión definitiva en mis fascículos y libros. Durante unas jornadas celebradas en 2006, Miguel Angel Mateos desvelará «la autoría material del asesinato de Amparo Barayón». La intervención, recogida por la prensa, no tiene desperdicio.
Básicamente lo que dijo el «experto», como lo definía el periodista Jesús Hernández en su crónica del día 23 de diciembre en La Opinión de Zamora, fue que Amparo Barayón pudo salir de Zamora pero no lo hizo; que puede que «contara noticias», lo que «tal vez, esto fue un peso importante contra ella»; desmintió que fuera una «comunista peligrosa», como decía un informe del gobernador militar (un documento como éste que sirve para poner de relieve la calaña del gobernador y el estilo de los que dieron el golpe le sirve al cronista para presentarse como defensor de la víctima); era tenida por «espía» y «al servicio de los intereses del Gobierno de Madrid», lo que también es negado por Mateos en un alarde de clarividencia; «su asesinato se debió a decisiones que traspasan lo puramente determinativo del propio gobernador civil» (¿?); y por fin, el gran secreto: el asesino de Amparo Barayón fue un tal Martín Mariscal, sargento de milicias de Falange. Resulta que ha encontrado el documento de la salida de prisión la noche de su asesinato con la firma de Mariscal como encargado de llevarla al cementerio.
Lo que parece olvidar Miguel Angel Mateos es que los falangistas eran meros ejecutores de órdenes superiores. ¿Qué más da que el que le diera el tiro fuera este Mariscal u otro cualquiera? Además Mariscal seguro que no iba solo. ¿Quién le dice al cronista que en el grupo no iba Viloria? Aunque igual el señor Mateos cuenta con los nombres de los componentes de las brigadillas de ejecución zamoranas en esos meses. Pero no acaba aquí la cosa. Salvados los apellidos que había que salvar el cronista local nos cuenta el final del asesino. «Tuvo problemas en Zamora con su comportamiento», dice. El problema fue que empezó a cobrar dinero por librar a la gente de la muerte. Entonces abandonó Zamora y se unió a la Legión en Toledo, donde según Mateos otro zamorano, cuyo padre había sido asesinado por Mariscal, le oyó contar sus actividades en Zamora. «De hecho —añade Mateos— es cierto que él fusiló a la mayoría de los notables de Zamora», incluida Amparo Barayón. La noticia llegó al teniente de la Legión y la Legión hizo justicia, de modo que el asesino pagó sus culpas y la burguesía zamorana quedó libre de ellas. Se acabó el problema de la represión en Zamora.
¡Y qué malo era el asesino de Amparo! Para Mateos, el tal Mariscal era fuerte, violento, bronco, mal hablado y sanguinario, carente de ideología —aunque añade que «estuvo en la Falange bronca, dura»— y de gatillo fácil, es decir, «un psicópata que quería sangre» y «un perverso poco inteligente» que «se valió de su fuerza y de la camisa azul para realizar las tropelías que hizo». Evidentemente es mucho más fácil desviar la atención hacia un sujeto como éste que ir directamente a los verdaderos responsables de la gran matanza realizada en Zamora. Finalmente, Mateos aprovechó la ocasión para desmentir algo que hasta el momento nadie había afirmado: en el informe del médico Almendral «no figura que Amparo padeciese ninguna enfermedad». Al decir esto, el cronista de Zamora olvidaba que quien dijo eso no fue el médico de la prisión sino su nieta en venganza por el libro de Ramón, el hijo de Amparo.
Luego todo quedó en silencio nuevamente. La hija del médico con su honor vengado y los hijos y familiares de Amparo Barayón sin esperanza alguna de restaurar el suyo. En medio, La Opinión de Zamora y el cronista de la ciudad, sin duda contentos, no tanto de haber cumplido con su deber informativo como de haber dejado en buen lugar la sagrada memoria de la derecha zamorana[29].