Margarita Nelken. Amor a los humildes y a la belleza

MARGARITA NELKEN

AMOR A LOS HUMILDES Y A LA BELLEZA

A principios de 1939 Barcelona era una ciudad que reventaba por los cuatro costados de refugiados hambrientos de toda España. Su respiro ante la persecución implacable de las tropas del general Franco no duraría mucho. El purgatorio estaba a punto de convertirse en infierno. Cuando, el 23 de enero, llegó la noticia de que los nacionales habían llegado al río Llobregat, a tan sólo unos kilómetros al sur de la ciudad, se inició un éxodo colosal. Una multitud aterrorizada de cientos de miles de mujeres, niños, ancianos y soldados derrotados emprendieron un viaje largo y difícil hacia Francia. A través del frío gélido de la nieve y el aguanieve, por carreteras bombardeadas y ametralladas por la aviación nacional, muchos caminaban, arropados con mantas y con unas pocas posesiones a cuestas. Algunos llevaban niños. Los que pudieron se hacinaron en el interior de cualquier clase de transporte imaginable. A partir del 28 de enero, el reticente gobierno francés permitió a los refugiados cruzar la frontera. La retirada de la infortunada masa humana que se dirigía lentamente al norte se cubrió con el heroísmo desesperado de los últimos vestigios del ejército republicano. Entre los últimos en marcharse, el 10 de febrero, se encontraba uno de los oficiales más jóvenes de la República, Santiago de Paúl Nelken. No sabía que en el raudal de refugiados que marchaba lentamente y que sus hombres habían intentado proteger se encontraba un coche en el que viajaban su madre y su hermana.

Al cruzar la frontera, los republicanos derrotados fueron recibidos por la Garde Mobile francesa como si fueran delincuentes. Las mujeres, los niños y los ancianos fueron conducidos como rebaños a campos de tránsito. Se desarmó a los soldados y se les escoltó hasta campos de concentración insalubres en la costa, que se habían improvisado cercando secciones de la playa con alambre de espino. Ante la mirada fija y vacía de los guardias senegaleses, Santiago de Paúl Nelken y su unidad construyeron refugios cavando en la arena mojada del campo de Saint Cyprien, a unos pocos kilómetros al sudeste de Perpiñán. En ese momento, su madre y su hermana Magda, enfermera, estaban en el consulado español de Perpiñán intentando ayudar a los refugiados que llegaban allí. Se habían salvado de los campos porque Margarita Nelken era diputada parlamentaria, una escritora conocida y hablaba un francés perfecto. Se encontraba en una situación infinitamente mejor que la que habían padecido la mayoría de los que habían hecho el penoso camino a pie hacia el norte. No obstante, mientras ayudaba a los refugiados, Margarita Nelken se enfrentaba a un sinfín de preocupaciones. Se hallaba a cargo de su hija, que estaba enferma. Acababa de recoger a su madre, de sesenta y siete años, y a su nieta, de tres años de edad, que la habían estado esperando cerca de Perpiñán. Además, la consumía la preocupación por su hijo, ya que habían pasado varias semanas desde la última vez que lo había visto.

El sentimiento de alivio que la embargó cuando supo que, el 12 de febrero, Santiago todavía estaba vivo la acompañaría toda la vida. Siempre estaría unido en sus recuerdos a un encuentro conmovedor que tuvo lugar poco después. Su amigo, el gran violonchelista Pau Casals, que estaba preparando una organización de ayuda para los refugiados, acudió al consulado. En el mismo instante de abrazarla, sus primeras palabras fueron: «¿Y su hijo? ¿Ha podido salir?». Fue un destello de humanidad que iluminó la desolación imperante. Al cabo de unos días, consiguió la liberación de su hijo. Fue una de las afortunadas, aunque lo había perdido todo excepto su familia. Su casa en Madrid, con su biblioteca y su colección de arte, estaba a merced de los saqueadores falangistas. Su vida como distinguida crítica de arte y política influyente parecía estar acabada. Con cuarenta y cinco años, se enfrentaba a la obligación de reconstruir lo que pudiera en un exilio incierto.

Se había ganado contra viento y marea la carrera esplendorosa que ahora quedaba hecha añicos. En el primer tercio del siglo XX, los hombres españoles no aceptaban de buen grado el desafío de una mujer independiente que provocaba sus temores políticos y sexuales como hizo Margarita Nelken. Así pues, una extraña medida de la magnitud de sus logros puede encontrarse en el vilipendio al que fue sometida por la derecha victoriosa. El maltrato que se vertió sobre ella sólo lo igualó el caso de la Pasionaria, Dolores Ibárruri. El delito de Margarita Nelken a los ojos de la derecha tenía dos vertientes. Se había valido de sus dotes destacables, artísticas, literarias y políticas para hacer campaña en favor de que las mujeres se liberaran de la opresión masculina de la sociedad española y para que el campesinado sin tierra se librara de la brutalidad cotidiana de sus vidas, en muchos casos poco mejor que la de los esclavos. El tenor de los comentarios derechistas sobre Margarita Nelken se puede resumir con la afirmación de que «no se trata de una mujer, sino de una mixtificación repulsiva de un ejemplar casi andrógino». Ni que decir tiene que el ataque contra su feminidad iba acompañado con la acusación contradictoria de que era una puta: «Una de esas mujeres de sonrisa fácil y expedita que, en explotación de feminidad, captan afectos remuneratorios». Sus discursos se consideraban vehículo de «las teorías más deshonestas, los conceptos de mayor aberración, las enseñanzas de más descarnada inmoralidad. Es en esas oraciones demagógicas donde la blasfemia, en feroz asomada a labios que se decían de mujer, alternaba con la descripción apologética del amor libre y la noticia jactanciosa de su propio personal cultivo. Como tantas otras presuntas intelectuales más rameras de cerebro que de quehacer sexual. No. No es española afortunadamente. Ni es mujer tampoco».[1]

La hostilidad hacia Margarita Nelken empapada de insinuaciones sexuales estaba extendidísima. Incluso antes de que la guerra civil desatara los peores insultos, el oprobio machista se reflejó en el poeta de extrema derecha Roy Campbell, un hombre no muy bien informado sobre la política española. Le dijo al alcalde socialista de Toledo, que era objeto del ataque de los anarquistas locales: «¿Por qué no te dan una guardia de un par de hijos bastardos de Nelken o de la Pasionaria viendo que eres el alcalde?»[2] Sus orígenes étnicos también eran fuente de insultos: «La nacionalidad de la Nelken es un misterio. ¿Alemana? ¿Polaca? Desde luego, judía. He aquí el origen fundamental que la resella».[3] Otro franquista se refiere a ella como la «amazona judía[4]».

Un interés salaz y ávido por su vida sexual no era mucho menos frecuente en la izquierda[5]. Difícilmente puede sorprender, ya que predicaba la independencia femenina a través de sus escritos y sus conferencias. En una sociedad represiva y moralista sus ideas sobre el tema se caricaturizaban como una defensa del «amor libre». Practicó su independencia hasta el extremo de tener un hijo fuera del matrimonio y de vivir con un hombre casado. La defendía en términos tan enérgicos que a sus remilgados contemporáneos les parecía que se jactaba de la promiscuidad. Por supuesto, una vida sexual igualmente independiente en el caso de un hombre no hubiera dado que hablar. Sin embargo, la actitud frente al sexo de los partidos socialista y comunista, en los que militaba Margarita en diferentes momentos, iba, dentro de un halo de retórica liberal, desde el puritanismo duro hasta la salacidad lasciva. Las acusaciones de que fue objeto, junto con una oratoria revolucionaria conmovedora, su importante papel en la defensa de Madrid y un exilio en Moscú, aseguraron que la carrera de Margarita Nelken se comparara a menudo con la de Dolores Ibárruri. De hecho, el parecido era superficial. Margarita nunca logró un grado similar de protagonismo político pero superaba con creces a la Pasionaria en logros intelectuales. Era una mujer muy instruida y una cosmopolita intelectual, mientras que Dolores estaba muy enraizada en sus orígenes proletarios. A Margarita Nelken se la despachaba con maldad como alguien que trataba de emular desesperadamente a la Pasionaria, aunque en política, como en todos los aspectos de su vida, se valía por sí misma.

Margarita y su hermana, Carmen Eva, eran hijas de una familia judía. Sus padres eran Julius Nelken Waldberg, un joyero alemán de Breslau, que había emigrado a España en 1889, y Jeanne Esther Mansberger, una francesa nacida en Anglet, Bayona. El padre de Jeanne, Enrique Mansberger Klein, era un judío húngaro, que después de instalarse en Madrid en 1866 había llegado a ser relojero de la corte de Alfonso XII. Julius y Enrique poseían un negocio floreciente de relojes y joyas en la Puerta del Sol n.º 15. En julio de 1893 Julius se casó con la hija de su socio en la sinagoga de Bayona. Margarita nació con el nombre de María Teresa Lea Nelken y Mansberger el 5 de julio de 1894. Carmen Eva nació en 1898[6].

Sus dos hijas se criaron en una casa muy culta. Aprendieron francés de su madre, alemán de su padre, español en el colegio e inglés de su niñera. En el ambiente sofocante y puritano de finales del siglo XIX y principios del XX en España, sus vidas escolares fueron extremadamente difíciles. A Margarita y a su hermana se las tomaba por extranjeras, debido a sus orígenes, al hecho de no ser católicas y a su educación cosmopolita. Ambas eran insultadas por sus compañeras por no acudir a los actos religiosos que se celebraban en distintos momentos del día escolar. Los escandalizados padres católicos impedían cualquier posible amistad porque las muchachas Nelken no iban a misa. El estigma de ser judías y ateas hizo que quedasen marginadas. Por tanto, Margarita abandonó el colegio para seguir el programa francés de estudios en casa con profesores privados. En compensación, la prosperidad de sus padres supuso que viajaran tanto como leyeron. Así pues, ambas desarrollaron una fuerte confianza en sí mismas y una sólida cultura, la antítesis de la norma contemporánea de las mujeres sumisas e ignorantes. En el caso de Margarita, la confianza se acentuó por ser objeto de la admiración obsesiva de su madre. Más adelante, Carmen Eva lamentaría con amargura que Jeanne Mansberger dividiese el mundo entre Margarita y los demás[7].

En un esfuerzo por distanciarse de su madre, Carmen Eva más tarde escribió bajo el seudónimo de Magda Donato y tuvo un éxito considerable como periodista, traductora y escritora de teatro para niños. En el exilio en México después de la guerra civil logró una gran fama como actriz[8]. Era inteligente y atractiva, pero menos que su hermana. El consiguiente sentimiento de envidia y rivalidad entre ellas derivó en una hostilidad considerable[9]. También es probable que se hicieran rivales por el afecto del artista Salvador Bartolozzi, cuyas ilustraciones habían introducido Pinocho en España[10]. En realidad, la admiración de Margarita por Bartolozzi, como revela un capítulo de su libro Glosario, era tan entusiasta como para sugerir una parcialidad considerable. Se refería a él como «el más complejo, el más refinado y el más sencillo y el más puro de todos los dibujantes de hoy; puro de esa pureza extática y sabia que recibe todas las sensaciones». Los escritos de Margarita sobre Bartolozzi están repletos de indignación por la falta de consideración a su trabajo en España, lo que le obligaba a trabajar de ilustrador[11]. El hecho de que finalmente Bartolozzi acabara con Magda podría dar cuenta de la intensificación de la enemistad entre las hermanas.

Margarita era una persona con incluso más potencial que su hermana Magda. De niña ya manifestaba un considerable talento artístico y musical, sabía dibujar con pericia antes de aprender a leer. Como ambicionaba ser pintora, a los trece años se la mandó a París, donde estudió pintura con la cubista española María Blanchard y con Eduardo Chicharro. Entre sus compañeros de clase estaba Diego Rivera, el muralista mejicano con el que se relacionaría en el exilio. También estudió composición, armonía y piano. Se hizo amiga del pintor expresionista Ignacio Zuloaga y Zabaleta, del escultor Auguste Rodin y del compositor Manuel de Falla[12]. Su trabajo fue expuesto en varias exposiciones y en 1914 montó las suyas propias en Viena y en la galería Parés de Barcelona en 1916. Sin embargo, se vio forzada a abandonar su carrera artística como resultado de una pérdida aguda de visión en un ojo cuando todavía era una mujer joven. Amenazada con la ceguera, no podía arriesgarse a largas horas de trabajo minucioso. La decisión le causó gran tristeza. No obstante, su respuesta característica fue volcarse en la carrera de crítica de arte.

En 1911, con sólo diecisiete años, había publicado artículos notables en revistas internacionales, incluido uno sobre el Greco en el Le Mercure de France de París. Abandonó la existencia bohemia de la orilla izquierda parisiense y volvió a Madrid. A partir de entonces, dio cursos de pintura en el Prado y el Louvre. Escribía con frecuencia ensayos de arte que se publicaban en revistas de España, Francia, Alemania, Italia, Inglaterra y Latinoamérica. Como conferenciante elocuente de arte, era una oradora muy solicitada[13]. Años más tarde, evocó su embarazosa iniciación en las colaboraciones periodísticas regulares con los rotativos de España: «El primer sitio donde escribí aquí fue en La Ilustración Española y Americana, la dirigía mi ilustre amigo Wenceslao Fernández Flórez. Yo no había pisado jamás una redacción ni visto nunca a un director de periódico. En las revistas extranjeras, en donde colaboraba [y firmaba M. Nelken] hacía ya varios años, creían que yo era un hombre. Pues bien: el ir aquí a ofrecer un artículo me causó tal emoción, que le entregué las cuartillas a Flórez con la vista baja, azoradísima, y salí escapada, sin pronunciar palabra. Luego supe que Flórez había dicho: “Esa chica debe de ser tonta: una niña cursi que le hará versos al canario, como si lo viera”. Pero leyó el artículo, y con gran asombro suyo y mío, me encargó enseguida otro[14]».

Alrededor de 1914 Margarita se enamoró perdidamente del solitario escultor Julio Antonio, que había nacido en Mora de Ebro, Tarragona, en 1889. Escribió sobre él en el libro Glosario, en el que también comenta las obras de Gauguin, Rodin, el Greco, Zuloaga, Klimt, Bartolozzi y de otros de cuyo trabajo era una gran entusiasta. Glosario, publicado en 1917, era un típico libro de emociones: «no es un libro de crítica; es un libro de intimidad con algunas intimidades que supieron ser escogidas y exaltadas». Sin perder nunca su agudo sentido crítico, su capítulo sobre Julio Antonio reflejaba el compromiso sincero de la autora con el trabajo de él. Admiraba la vida, la tristeza y la agresión de las que imbuía sus esculturas[15]. El 26 de marzo de 1915, Margarita dio a luz a una hija ilegítima, Magda. Hay pocas dudas de que Julio Antonio era el padre[16]. Aunque no se sabe por qué no decidieron vivir juntos, la razón más probable es que, al ser un artista sin dinero, el egocentrismo le hiciera estar demasiado obsesionado con su trabajo como para estar dispuesto a acostumbrarse a las distracciones de la vida familiar. Margarita más tarde escribió sobre los «años de lucha dura y pobreza» y las «incesantes dificultades y privaciones» de Julio Antonio durante aquellos años[17].

A pesar de no vivir con el hombre que amaba, Margarita asumió el papel de madre soltera con orgullo y valentía. Su actitud se puede deducir de su novela de 1923 La trampa del arenal. Una de sus protagonistas, Libertad, una mujer independiente y librepensadora, representa claramente las opiniones de la propia Margarita Nelken. Luis, el hombre atrapado en un matrimonio sin amor que se está enamorando de Libertad, le pregunta sobre su relación anterior: «¿No echa usted nada de menos?». «Sí, quisiera tener un hijo». Luis la malinterpreta y da por sentado que quería tener un hijo para aferrarse a su antiguo compañero: «Si hubiera usted tenido un hijo, seguiría junto al padre». «De ningún modo —declaró con fuerza Libertad—. Yo no sé hacer comedias, y comedias sería, con hijo o sin él, vivir con un hombre al que no me ligase mi amor ni estima. ¿No le parece?». A Luis esto le parecía difícil de asimilar. «Claro, pero la gente…». «¿Qué gente? —atajó ella acalorándose—. ¿Esa gente que le vuelve la espalda a la madre sola, y admite toda vileza con tal de que haya un pabellón legal para cubrir el contrabando? Yo con mi hijo no necesitaría de esa gente que, por mucho que me despreciara, no me despreciaría nunca tanto como yo a ella». «¡Qué valiente es usted!», admiró. «Valor no me ha faltado nunca para nada, es verdad, y, sobre todo, para ser sincera conmigo misma. Pero si tuviera un hijo, un hijo que fuese sólo mío, me parece que tendría fuerzas para arrostrarlo todo en el mundo».[18]

Cualesquiera que fueran las razones que subyacían a que Margarita viviera como madre soltera, ella siguió con su vida, como madre, como artista y, cada vez más, como militante de los derechos de la mujer. Tuvo que valerse de toda su resistencia para hacer frente a un golpe inesperado: el 15 de febrero de 1919, Julio Antonio murió prematuramente en Madrid, a los veintinueve años. Margarita se sumió en una negra desesperación. Incluso se ha sugerido, aunque sin pruebas, que estuvo pensando en el suicidio[19]. No obstante, teniendo en cuenta su valor y resolución, parece muy improbable. A pesar de la intensidad de sus sentimientos por Julio, Margarita había aceptado hacía mucho tiempo que era poco probable que viviesen juntos. Ya en el otoño de 1917 había empezado otra relación. A mediados de 1920, volvió a quedar embarazada. En sus memorias inéditas habla de cómo daba conferencias mientras estaba en un estado avanzado de gestación a principios de 1921[20]. El nacimiento de su hijo Santiago, el 11 de marzo de 1921, trajo una enorme alegría a su vida. Su nuevo compañero era Martín de Paúl y de Martín Barbadillo, un empresario de Sevilla. No obstante, en 1922 una exposición en Madrid del trabajo de Julio Antonio reavivó el entusiasmo de Margarita por su obra y la tristeza por su muerte prematura. Es posible discernir un toque de amargura en el comentario: «no fue hasta que alcanzó el mismo umbral de la tumba cuando Julio Antonio logró una fama que sin duda le ha situado entre los grandes nombres de su país». Comparó su trabajo con el de Donatello y lo describió como «una obra que figura entre las más importantes no sólo de la España moderna sino de todos los tiempos[21]».

Siendo madre de dos hijos, Margarita Nelken estaba llegando a la cumbre de su fecundidad literaria. Escribió de manera prodigiosa y original. Sus libros y artículos estaban siempre escritos con lucidez e inteligencia, con amenidad e ingenio, con pasión y energía[22]. De hecho, su producción literaria era sólo una manifestación de su extraordinaria vitalidad. Escribiría una novela y siete relatos breves. Su prosa, fluida y ágil, era como un cuadro impresionista en sus descripciones del paisaje, y fina e ingeniosa en sus diálogos. Sus escritos y relatos, sátiras ingeniosas de la alta sociedad, le ayudaron a ganarse la vida, pero constituyeron logros de menor envergadura comparados con sus ensayos. Escribió mucho sobre literatura, destacando un estudio clásico sobre las escritoras españolas y una biografía de Goethe[23]. Publicó dos trabajos sustanciales sobre el feminismo, así como un folleto sobre la maternidad y la puericultura[24]. Entre los veinte y treinta años, y de nuevo en el exilio de la posguerra, reflexionó sobre la pintura y la escultura. A lo largo de los años treinta, en plena actividad política, escribió un análisis significativo sobre el desarrollo de la Segunda República y muchas de sus conferencias se publicaron[25]. Además, tradujo gran cantidad de libros del francés, del inglés y del alemán al español. De hecho, fue la primera traductora de Kafka al español[26].

Vivaz, atractiva, culta e ingeniosa, Margarita hizo muchos amigos en el mundo literario y artístico. Era una de las favoritas del gran novelista Benito Pérez Galdós, quien tenía en su escritorio una fotografía de Margarita con su hija. Como consecuencia de su independencia de criterio, fue una de las pocas mujeres que gozaron del respeto y de la amistad del filósofo cáustico Miguel de Unamuno. Fue amiga del gran científico español Ramón y Cajal. Hizo gran parte de la investigación y del borrador para la famosa antología de mujeres del científico. Mantuvo amistades afectuosas con la poetisa chilena y premio Nobel Gabriela Mistral, así como con los poetas españoles Manuel y Antonio Machado y Federico García Lorca. En sus memorias inéditas, recuerda a Lorca tocar el piano y cantar flamenco en la casa en que ella vivía en Madrid[27].

Y fue en Madrid donde sus ingresos obtenidos de la escritura y la enseñanza le otorgaron una independencia que defendía con orgullo, permitiéndole costear el cuidado de sus hijos, aunque su madre también ayudó a cuidarlos. Por tanto, pudo mantener su ritmo prodigioso de trabajo. Se sentía muy orgullosa de su capacidad de ganarse la vida trabajando duro. A un entrevistador le dijo: «Es mi mayor orgullo: soy uno de los contadísimos escritores españoles que viven únicamente de su pluma, sin congruo sueldo oficial».[28] No obstante, pronto empezó a sentir las presiones sociales que restringían el alcance de la actividad de una madre joven soltera con su energía y sus ambiciones. Amplió su repertorio de conferencias incluyendo temas sociales y políticos, y hablando en la sede socialista, la Casa del Pueblo[29]. Empezó a organizar clases de arte para los niños pobres de los barrios de clase obrera de la capital. La experiencia de dejar su mundo de clase media para encontrarse con el «silencioso» mundo del hambre, de la ignorancia y del abandono, la afectó profundamente. En 1918 estableció en la calle Bocángel, cerca de la plaza de toros de las Ventas de Madrid, La Casa de los Niños de España —un pequeño orfanato para niños ilegítimos y centro de asistencia para los niños de madres trabajadoras—. Fue la primera guardería no religiosa de Madrid. Ni que decir tiene que la Iglesia era profundamente hostil a una iniciativa que parecía un desafío a su monopolio sobre las actividades caritativas. Además, en el mundo limitado de Madrid se generaron numerosos comentarios adversos y maliciosos por el feminismo descarado de Margarita y las donaciones caritativas empezaron a menguar. En 1920 se vio obligada a cerrar el centro. Esta experiencia deprimente la lanzó a la órbita del partido socialista, en el que puso sus esperanzas de reforma social[30].

Enfurecida por el hundimiento de su orfanato, dio conferencias apasionadas sobre los problemas sociales en el Ateneo de Madrid y en la sede socialista. Se propuso asimismo demostrar hasta qué punto la Iglesia católica y algunos paternalistas de la clase alta monopolizaban la beneficencia para las mujeres y utilizaban sus actividades caritativas para controlar, tratar con desdén y humillar a las mujeres que acudían a ellos. Las madres solteras estaban excluidas de tal caridad. A los «humildes» (como les llamaban sus benefactores) se les exigía un precio de religiosidad ostentosa. También le preocupaba el trato inapropiado que se daba a los pocos niños que recogían los colegios religiosos. Dirigió una campaña que puso en evidencia las condiciones antihigiénicas de un refugio católico en Vallehermoso, en Madrid, donde se alimentaba mal a los niños, a menudo se les hacía compartir la cama y no recibían educación alguna. Detestaba la concepción que subyacía en la caridad patricia y religiosa de que los pobres no tenían derechos y de que deberían estar contentos con cualquier cosa que se les diera[31]. Creía que el monopolio de la Iglesia católica sobre la educación y la beneficencia no se utilizaba bien, manteniendo una postura muy crítica frente a dicha institución durante toda su vida. Ello comportó que en los círculos derechistas y católicos, así como en sus influyentes redes periodísticas, fuera vista como una bruja perversa.

Sus experiencias en la investigación de la situación de las mujeres y los niños de la clase obrera la llevó a escribir La condición social de la mujer en España, el libro que la convertiría en personaje público. A pesar de la rapidez con que lo redactó y la indignación que inspira cada página, se trata de un trabajo notable, cuidadosamente documentado y escrito con una pluma incisiva. En él y en sus conferencias ofrecía argumentos enérgicos y lúcidos a favor de la igualdad sexual y social de la mujer, adelantándose con valentía a sus escasas contemporáneas del movimiento feminista español. Su examen desapacible de los diversos campos en que la mujer estaba subordinada en la sociedad española derivó en la conclusión de que el logro absoluto de los derechos de la mujer necesitaría del éxito de un movimiento revolucionario. Sus preocupaciones e indignaciones englobaban desde las condiciones horrorosas de las mujeres sin preparación en las fábricas hasta los obstáculos institucionales y sociales en el desarrollo de las mismas en profesiones liberales. Instó al partido socialista a que aceptara la responsabilidad de organizar programas educativos para mujeres. Su ruptura con el enfoque amable basado en la caridad, que prevalecía en aquel momento, se consideró un auténtico escándalo. Temas que iban desde la prostitución hasta la falta de asistencia para la maternidad hallarían solución, afirmaba, sólo cuando triunfara el socialismo. El feminismo se enfrentaba a mayores tareas de las que pudieran acometer lo que ella definía, con un revés cáustico al feminismo literario de las intelectuales madrileñas, como «el tipo de feminista de pelo corto, voz aguardentosa y andares de marimacho». Esperaba que una mujer fuerte fuera una «verdadera compañera del hombre[32]».

La condición social de la mujer en España provocó un escándalo enorme y fue condenado por el obispo de Lérida, el doctor Miralles. Esto hizo que, por su parte, el ministro de Instrucción Pública despidiera a una profesora de magisterio que había recomendado el libro a sus alumnos. Margarita Nelken afirmó más tarde con ironía que el obispo había protestado simplemente por amabilidad, para dar publicidad, sacarla del olvido y asegurarse de que el libro fuera un éxito de ventas. La ola de protestas provocada por el libro y el despido de la profesora fue tal que el incidente se debatió en las Cortes. Margarita estaba en la tribuna cuando Indalecio Prieto exigió que se leyese en voz alta el pasaje ofensivo. El ministro, que no era consciente de que se estaba dirigiendo a la autora, se negó argumentando que «hay señoras en la tribuna y pueden oírlo[33]».

El éxito del libro y la publicidad que dio a sus opiniones categóricas supusieron el comienzo de la hostilidad de la derecha y las acusaciones de ser extranjera. El periódico católico El Debate la atacaba asiduamente[34]. La fuerza de los argumentos de Margarita había procurado bastantes enemigos. Era mordaz, por ejemplo, con sus críticas a los bienintencionados que trabajaban para «controlar» la prostitución sin conocimiento alguno del contexto social que la mantenía viva. Los hombres de clase media que se aprovechaban sexualmente del servicio doméstico lo condenaban inexorablemente a la prostitución. Para estas mujeres, a las que la pobreza obligaba a venderse en la calle, la sociedad ofrecía poca ayuda, criminalizándolas y estigmatizándolas[35]. La vehemencia con que Margarita Nelken escribió sobre los problemas de la vida y el trabajo femeninos nació de una empatía profunda con las condenadas a sufrir privaciones. A pesar de sus orígenes acomodados y de poseer el talento necesario para vivir sin estrecheces de sus escritos, sus experiencias como madre soltera y mujer independiente la marcaron profundamente. Un tema de fondo en su libro es el de la compatibilidad de la maternidad con el feminismo. La forma en que había respondido a su propia situación también se resume en la obra: «Ahora que el progreso social saca a la mujer española de su claustración secular, es necesario preocuparse, tanto como del cultivo de su cerebro, del desarrollo de sus energías físicas. ¡Fuera la mujer niña incapaz de bastarse a sí misma y de ser más que la cortesana o la criada del hombre! Pero fuera también la muchacha pálida, clorótica y estrecha de hombros, cuya poesía, vislumbrada tras los cristales de un caserón provinciano, no puede hacer olvidar los achaques que fatalmente transmitirá a sus hijos. Han de ser fuertes y han de saber respetar su propia fuerza las madres que quieran hacer de sus hijos hombres y mujeres robustos y sanos».[36] La última frase del pasaje quizá fuera el axioma con el que vivió su propia existencia.

La popularidad que alcanzó el libro hizo que Margarita Nelken estuviera muy solicitada como conferenciante sobre el feminismo y los derechos de la mujer. En consecuencia, se la acusó de forma simplista de estar proclamando el amor libre. Irene Falcón, la intelectual feminista, consideraba a Margarita una influencia crucial en su propio pensamiento. Irene asistía a sus conferencias en el Ateneo de Madrid a principios de los años veinte y escribió años más tarde: «Tenía muy mala fama, sobre todo entre sus compañeros periodistas más machistas, quienes malévolamente la apodaban “el colchón de las redacciones” porque ella presumía de que tenía muchos hijos, cada uno de un padre distinto. Yo admiraba la audacia, la libertad y el criterio con que proclamaba su promiscuidad y su prolífica maternidad. La verdad es que todo aquello era pura fanfarria, porque cuando años más tarde la conocí en profundidad, al convertirse en colaboradora de la agencia de noticias AIMA, estaba casada con un marido estable y muy serio y sólo tenía una hija y un hijo».[37]

La irónica fanfarronada con que Margarita eligió justificar su forma de vida y su independencia marcó la visión que de ella se tenía en una sociedad puritana. Al defender vehementemente su derecho a hacer lo que quisiera con su cuerpo y a tener hijos con quien deseara, estaba alimentando sin darse cuenta la suposición general de su libertinaje[38]. De hecho, como en los demás aspectos de su vida, actuaba de acuerdo con un estricto código ético. Si hubo otros hombres en su vida antes que Julio Antonio, simplemente no se sabe. Después de él sólo estuvo con Martín de Paúl, el hombre con el que finalmente se casaría. Le fue fiel desde el momento en que empezaron a vivir juntos en 1920 hasta que se separaron después de la guerra civil. Si todavía no se habían casado, se debía simplemente a que Martín ya estaba casado (con Concepción García Pelayo) y no existía el divorcio en la España católica. Cuando Margarita se enteró de que estaba embarazada, le dio un ultimátum a Martín: o bien vivían juntos como una familia de verdad, o de lo contrario prefería criar a su hijo sola y no volver a verle. Su alter ego, Libertad en la novela La trampa del arenal, explica que va a dejar al hombre casado, Luis, porque «usted sabe que yo no sirvo para querida, ¿verdad?». Finalmente Martín se dio por vencido y dejó a su mujer, que en ese momento también estaba embarazada. Como Martín hacía muchos viajes de negocios y tenía casa en Sevilla y en Madrid, es probable que Margarita no conociera la situación hasta mucho más tarde. Como madre, y dadas sus opiniones sobre la solidaridad femenina, debió de sentir un gran desasosiego por haber robado el marido a otra mujer. En este sentido, el tema principal de La trampa del arenal —embarazo no deseado, un hombre atrapado en un matrimonio sin amor, el dilema de la mujer independiente que le ama— sugiere que Margarita Nelken tenía cierto sentimiento de culpa[39].

A lo largo de los años veinte Margarita y Martín compartieron un piso con Magda y Santiago en la distinguida avenida de Menéndez Pelayo, con vistas al elegante parque del Retiro. Vivían en el número 29 y sus padres en el 31. Martín era el típico señorito andaluz, guapo y mujeriego por naturaleza. Lo había demostrado al abandonar a su mujer y su familia. No obstante, en los primeros años de su relación, Margarita era suficiente para él. Aunque no era de una belleza convencial, poseía un poderoso atractivo sensual, una sonrisa pícara irresistible, ojos miopes que brillaban con una curiosidad provocadora y pelo rebelde y ondulado. Estaba llena de vida y energía, y profundamente enamorada de Martín, pero tenía una personalidad lo bastante fuerte como para no tolerar ninguna infidelidad. Como podía ganarse la vida por sí misma, tenía experiencia como madre soltera y contaba con la ayuda de sus padres, no le hubiera tolerado devaneos por miedo a perder al cabeza de familia. En realidad, los papeles parecían estar cambiados, era el miedo a perderla lo que frenaba sus impulsos errantes esta vez[40].

Asentada en lo personal, además de su proselitismo feminista, Margarita manifestaba sus inquietudes escribiendo sobre arte y literatura, y era la corresponsal de arte del acreditado diario de Madrid El Sol. También escribía para la revista semanal conservadora Blanco y Negro una amena columna titulada «La vida y nosotras[41]». A principios de los años veinte, ganaba dinero escribiendo cuentos y relatos breves que, aunque de acuerdo con la moda eran frívolos, a menudo tenían una moraleja feminista sutil. De mediados a finales de los años veinte, trabajó de asesora para la gran Exposición de Barcelona[42]. Inteligente y atractiva, su enérgica visión feminista sobre el servicio doméstico le ganó el resentimiento de muchas mujeres de clase media. Al mismo tiempo, la visión agitada de su pasado sexual también le causó problemas incluso, o quizá especialmente, con las mujeres de izquierdas. Se sintió mortificada cuando la rechazaron como socia del remilgado club de mujeres de Madrid, el Lyceum. Fundado en 1926, el Lyceum rápidamente se convirtió en un centro de discusión literaria y científica. En una sociedad en que se esperaba que la mujer sólo se reuniera en público para rezar o bailar, esta «rebelión de las faldas» provocó miedos misóginos. Su ambiente general de sabihondas, junto con la afectación y la excentricidad de alguna de sus asiduas, se utilizaron de excusa para múltiples procacidades machistas[43]. Sin embargo, este club, que intimidaba a los varones liberales, era demasiado fino para aceptar a Margarita Nelken. Algunas socias la consideraban inapropiada por su presunta promiscuidad, mientras que otras se ofendían por su versión especialmente enérgica del feminismo. Su ingenio agudo también causó algunos problemas en un círculo tan fragante y educado[44].

En 1929 Margarita Nelken publicó un libro corto e intrigante titulado Tres tipos de vírgenes. Que la invitaran a publicar en una serie prestigiosa llamada Cuadernos Literarios, en la que cada uno de sus títulos había supuesto una contribución de alguna figura literaria o intelectual de primer orden, indicaba su categoría. En otros trabajos habían contribuido muchos novelistas y ensayistas, entre los que figuraban Pío Baroja y Azorín, el surrealista Ernesto Giménez Caballero, el dirigente republicano Manuel Azaña y el historiador Ramón Menéndez Pidal, además del pintor expresionista José Gutiérrez Solana. El libro de Margarita estaba basado en las conferencias que había dado en el Prado. Como siempre, era original en su concepción, erudito en su amplia gama de referencias e inmediato y directo en su lenguaje. El objetivo de Margarita era examinar la forma en que el arte cristiano había representado la idea de la madre de Dios. Comparó las representaciones de la Virgen María en distintas anunciaciones del dominico del siglo XV Fra Angelico, en las diversas madonas del maestro del siglo XVI Rafael, y en los lienzos de la catedral de Granada del pintor andaluz del siglo XVII Alonso Cano.

Su enfoque era realista y no tenía pretensiones, con lo emocional y sensual como prioritario. La Virgen de Fra Angelico representaba «el misticismo más desprendido de la tierra, la Virgen Madre considerada, no como una mujer excelsa sino, pese a la ternura de su apariencia real, casi pudiérase decir como divinidad incorpórea». Vio en las vírgenes de Rafael «la blanda sensualidad que impulsa al artista, para adorar a María, a hermanarla con su ideal femenino y amoroso». En la representación de la Virgen de Alonso Cano percibió «el impulso realista, el que ve en María a la mujer que el artista ve a todas horas, la sublimación, no ya de su sentimiento interno, no ya de su ideal terrestre, sino de su visión más directa y cotidiana». Margarita escribió sobre los cuadros con emoción, con entusiasmo ferviente y afecto. Fue capaz, a través de su empatía con los artistas, de dar un sentido vivo de cómo trabajaron y de los obstáculos que tuvieron que salvar. Asimismo, en un libro sin ilustraciones llegó a dar vida a las figuras representadas en los cuadros, en especial al elogiar las emociones reflejadas en las caras de las vírgenes. Se identificaba con la madre de los cuadros, lo que daba pie a su apreciación táctil y viva de la Virgen de Rafael: «¡Y cómo gozaba amamantándolo con su pecho! ¡Qué dulzura experimentaba en ello, que otras mujeres no sabrían experimentar!»[45]

En 1930 Margarita publicó un libro igualmente comprometido, aún más representativo de su naturaleza apasionada y su lucidez como crítica. Se trataba de un estudio histórico sobre las escritoras españolas de erudición notable, Las escritoras españolas, cuya producción debió de llevarle varios años. A diferencia de casi todos los libros españoles de la época, incluía notas a pie de página eruditas, una bibliografía sustanciosa y un índice alfabético. Era extremadamente culto y de lectura cautivadora, en gran parte por la militancia de sus opiniones, que se entreveían entre las muestras de erudición. Estaba dedicado a su hija Magda, que entonces tenía quince años. El libro era una afirmación, con inconfundibles alusiones autobiográficas, de los inmensos logros literarios de las escrituras españolas. Los comentarios del comienzo tenían una conexión clara con su propia vida: «No es en el extranjero, sino aquí mismo, y en las esferas más cultas, donde se considera novedad inaudita el que una española frecuente las aulas universitarias, o manifieste su personalidad por medio de la pluma». Como en su crítica de arte, su entusiasmo por el trabajo que analizaba estaba unido a una empatía profunda con las escritoras en cuestión. Puso un empeño especial en recalcar no sólo los logros literarios de las autoras elegidas, sino también los obstáculos que habían tenido que superar para publicar y para que se las tomara en serio en una sociedad dominada por hombres. En particular, se refería a la mística del siglo XVI santa Teresa de Ávila. El afecto, la honestidad espontánea y emocional de Teresa eran, en sus distintas formas y un contexto diferente, análogos a los de la propia Margarita. Fue la combinación de sensualidad y sabiduría con las que santa Teresa expresaba su amor por Dios lo que estimuló la admiración de Margarita. Defendía a santa Teresa de los ataques superficiales de histeria con que sus éxtasis a menudo fueron despachados por sus analistas masculinos. No sería ir demasiado lejos afirmar que Margarita identificaba su propia emoción y erudición con las de la santa[46].

Margarita Nelken tenía una alegría de vivir insaciable. Era igualmente apasionada con todo lo que hacía, y también elocuente al respecto. Creía en lo que llamaba «un espíritu femenino más ampliamente humano[47]», y tenía muy a gala la feminidad. Vivió todas sus experiencias al máximo, disfrutaba de sus relaciones con los hombres, de la maternidad y la escritura, de sus conferencias, de su política. Su energía ilimitada y su entusiasmo constante la impulsaron a cruzar las fronteras del decoro y de las expectativas sociales y sexuales de la época. Su vivacidad era tal que su feminismo no era óbice para que mintiera sobre la edad. Quizá esto explique la frecuencia con que los estudiosos han dado mal la fecha de su nacimiento. En una solicitud de beca para escribir un libro sobre el pintor Rosales, que cumplimentó en febrero de 1919 y no le concedieron, hizo constar que tenía veintitrés años, cuando de hecho tenía veinticuatro. En una entrevista en 1923, el periodista Artemio Precioso le preguntó sin rodeos qué edad tenía. En aquel momento, todavía a seis meses de su vigésimo noveno cumpleaños, tardó en contestar con simpatía y reticencia aparente: «Pues, sin suprimir, le diré aunque me hace poca gracia, que voy —a pesar mío— hacia los veintiséis». Toda la entrevista estuvo impregnada de humor. Cuando le preguntó lo que pensaba del hombre español, contestó: «Como entre los hombres españoles han de estar mis lectores, opino, naturalmente, que es el superhombre por excelencia. ¡Cualquiera se pone a mal con la clientela!».

Cuando le preguntó si los hombres debían ceder los asientos a las mujeres en el tranvía, respondió en clave de humor: «Desde luego. Como que yo, al subir a un tranvía completo, no dejo nunca de cruzarlo de plataforma a plataforma, por ver si así alguien se siente galante, para que yo deje de sentir mis tacones. Desgraciadamente, hay hombres muy distraídos». Precioso le preguntó si estaba a favor del divorcio. Ella contestó: «No comprendo el matrimonio sin esa válvula de escape». Cuando la presionó para que nombrara a la mujer más inteligente de todos los tiempos, se rio y dijo: «Yo, ¡qué duda cabe! Esto no deje de decirlo, pero como si fuera opinión de usted; porque yo, como todo interviuado, soy un colmo de modestia y discreción». En otro momento de la entrevista se la cita afirmando que, con quince años, había publicado un artículo en The Studio (Londres) sobre los frescos de Goya de San Antonio de la Florida. De hecho, el artículo se publicó cuando ella tenía veinticinco años. Puede que se tratara de un error de transcripción del periodista o que quizá Margarita se dejara llevar por el ímpetu de la entrevista y exagerara sus logros como niña prodigio[48].

La anarcosindicalista Federica Montseny sentía que las opiniones abiertas de Margarita sobre el feminismo y el sexo la llevaron a ser rechazada en vida e ignorada después de muerta: «También entra en cuenta el hecho de que Margarita Nelken tuviera una vida muy libre, que chocaba con todos los prejuicios de aquella época… Tuvo una vida sexual libre y eso molestaba profundamente». En efecto, molestó a los hombres del sistema, que respondieron ignorándola. Como lo contó Montseny: «Luego, tanto hablando como escribiendo, si tenía que atacar atacaba y eso le creó muchos enemigos».[49] De hecho, sus discursos y artículos, aunque a menudo eran exaltados, siempre resultaban lúcidos y con frecuencia amenos. Si sus apariciones públicas estaban estigmatizadas como incendiarias y provocadoras, su furia era una respuesta al contexto de injusticia en el que se pronunciaban[50]. Sus escritos políticos podían ser mordaces, lo que provenía de la manera abierta con que se comprometía con los temas. Como el machismo imperante no podía desecharla intelectualmente, intentó empequeñecer su figura recurriendo a su sexualidad. Las otras mujeres políticas destacadas de la época —la Pasionaria y la misma Federica Montseny— restaron importancia a su propia sexualidad y exageraron su faceta maternal, para hacerse más aceptables dentro de la clase dirigente española[51].

Después de dar numerosas conferencias enérgicas sobre el tema de su libro de 1921, Margarita Nelken se sintió incluso más atraída por la política como resultado de seguir atentamente la situación de Alemania después de la Primera Guerra Mundial. En 1920, en el Ateneo de Madrid, junto con una serie de escritores y catedráticos de universidad, había formado parte de un comité que se estableció para ayudar a los niños hambrientos de la Alemania y Austria de la posguerra. Por su dominio del alemán, el comité la eligió para ir a Berlín, donde le impresionó descubrir el frío, el hambre y la miseria reinantes, hasta el punto de que parecían estar «en otro planeta[52]». Durante la dictadura del general Primo de Rivera, dio conferencias a los mineros de Asturias, lo que provocó que el gobernador, Fuentes Pila, la expulsara de la provincia[53]. Considerada una opositora al régimen, su correo estaba sujeto a censura[54]. Aparte de estos inconvenientes, vivía de forma holgada. Su compañero, Martín de Paúl, era un empresario próspero y ella una escritora y conferenciante de éxito. En 1930 se mudaron a Menéndez Pelayo a la mucho más espléndida avenida de la Castellana (número 51). Tenían dos criadas y un coche, aunque Margarita nunca aprendió a conducir[55].

Sin embargo, el éxito material en absoluto disminuyó sus preocupaciones sociales. Poco después del establecimiento de la Segunda República, Julián Zugazagoitia, el director de El Socialista, la invitó a escribir la sección del periódico «Tribuna parlamentaria», de la que se ocupó desde 1931 a 1933. Zugazagoitia le encargó los artículos con la impresión equivocada de que era militante del partido, cuando en realidad ella y su compañero ingresaron juntos poco después[56]. Tardó poco en destacar dentro del partido.

En la menesterosa provincia de Badajoz, uno de los candidatos socialistas triunfadores en las elecciones del 28 de junio, Juan Morán Bayo, había renunciado a su escaño porque también había sido elegido por Córdoba, donde era catedrático en la universidad. Había muchas asperezas en la Agrupación Socialista de Badajoz sobre la elección de un candidato para la subsiguiente elección parcial convocada para el 4 de octubre de 1931. La agrupación local apoyaba la candidatura de Juan Miranda Flores, un jornalero radical sin tierra que estaba en la cárcel por un delito común. La elección de Miranda reflejaba la radicalización de la base local ante la brutalidad de los terratenientes de Extremadura. No obstante, los otros diputados socialistas, todos militantes veteranos de la agrupación del partido de Badajoz, se alarmaron ante esta elección. Así pues, valiéndose de la excusa de que, aunque fuera elegido, a Miranda no se le permitiría salir de la cárcel para ocupar su escaño, consiguieron que su nombre fuese retirado. Después, para evitar un debate divisivo sobre una sustitución, se propuso como candidato a una mujer.

Como el PSOE no tenía diputadas, la propuesta encontró la aprobación de la jerarquía de Madrid. Cuando dos de los diputados del PSOE por Badajoz, Narciso Vázquez Torres y Juan Simeón Vidarte, empezaron a hacer un sondeo de nombres, Antonio Fabra Ribas, el subsecretario del ministro de Trabajo, sugirió a su amiga Margarita Nelken, basándose en que tenía muchos estudios y era una luchadora nata. Dada su reputación sólida en España como escritora, y puesto que había realizado un trabajo tan bueno con sus reportajes parlamentarios en El Socialista, a nadie se le ocurrió que tuviera que tramitar la solicitud para obtener la nacionalidad española. La propia Margarita parecía no haber caído en la cuenta de que técnicamente era alemana. Fue sólo después de que Vázquez y Vidarte hubiesen anunciado su candidatura cuando se descubrió este obstáculo a su elección y cuando la agrupación de Badajoz se vio sometida a procacidades dentro del partido. El hecho de que fuera mujer, y también una recién incorporada al partido, fueron causas añadidas de fricciones importantes. Que pudiera ser candidata al parlamento sin años en las trincheras del sindicalismo o en las agrupaciones enojó a muchos socialistas veteranos. Trifón Gómez, el dirigente de los trabajadores del ferrocarril, comentó: «Es la primera noticia que tengo de que esa señora fuese socialista». Su carnet de militante era tan reciente que muchos ignoraban que ya se hubiera incorporado al partido. Por lo tanto, se dijo más tarde, de manera equivocada, que se había incorporado sólo para poder presentarse a las elecciones parciales de Badajoz. Realizó una campaña enérgica, haciendo un llamamiento a los jornaleros sin tierra con discursos críticos sobre el papel represivo de la Guardia Civil. No obstante, durante la campaña la sometieron a numerosos improperios racistas y machistas por su fama de feminista y por sus orígenes judeoalemanes. El influyente intelectual socialista Luis Araquistain, bromeando —y profetizando—, le reprochó a un Fabra Ribas profundamente avergonzado: «¡Buen incordio le ha metido usted a esta buena gente!»[57] Obtuvo una victoria holgada, con 59 783 votos frente a los 23 656 de su oponente más cercano, José Manuel Pedregal[58].

Muchos años después, su compañero socialista diputado por Badajoz, Juan Simeón Vidarte, afirmó que en aquel momento, apremiada a validar su candidatura parlamentaria, se casó con Martín de Paúl simplemente para asegurarse la nacionalidad española[59]. La habitual buena memoria de Vidarte le falló aquí. Margarita no necesitaba ninguna estratagema para demostrar su nacionalidad española. Como había nacido y se había criado en España, creía tener la nacionalidad española y no se casó hasta más de dos años después. Por tanto presentó su candidatura parlamentaria en octubre de 1931 como Margarita Nelken Mansberger, no como la señora Nelken de Paúl. Ha habido alguna confusión sobre su estado civil, no sólo inspirada por la malicia. En 1932 le dijo a los periodistas franceses Germaine Picard-Moch y Jules-Moch que estaba casada con un empresario que era militante del partido socialista y que tenía una hija de diecisiete años y un hijo de diez. La parte sobre su matrimonio era una pequeña mentira —había vivido con Martín de Paúl fuera del matrimonio, pero en una relación estable y monógama desde 1920[60]—. Se casaron oficialmente a principios de 1933 tan pronto como la aprobación del divorcio en diciembre de 1932 por la Segunda República liberó a Martín de su primer matrimonio. No hay duda de su compromiso continuo y recíproco. Además, en un punto de miras político y hostil, el asunto de legitimar a sus hijos suponía bastante para Margarita. Poco después de la ceremonia, Martín de Paúl reconoció a Magda como hija suya[61]. En las elecciones de noviembre de 1933 y febrero de 1936, se presentó como la señora Margarita Nelken Mansberger de Paúl, puesto que se había casado con el hombre que amaba, no por conveniencia política. En 1947, cuando Margarita estaba exiliada en México, sorprendentemente un periodista escribió que se había casado con el embajador alemán en Madrid durante la Primera Guerra Mundial. Margarita escribió una carta al periódico para corregir la información. Indicó que nunca había tenido otro marido que el señor Martín de Paúl, natural de Sevilla, hijo del señor Pedro de Paúl y de la señora María de los Dolores de Martín-Barbadillo, nacida en Cádiz, de ascendencia completamente española (andaluza y vasca[62]).

Una vez instalada como diputada por Badajoz, la intensa preocupación de Margarita por las penalidades de los campesinos la empujaría a adoptar posiciones extremas sobre los grandes problemas sociales de la provincia. Lejos de calmar los ánimos de la Agrupación Socialista de Badajoz, su radicalismo acentuó el conflicto a un extremo inaudito[63]. Es verdad que su carrera parlamentaria fue controvertida aun antes de que ocupara su escaño. Una semana después de la elección parcial, el secretario de las Cortes, casualmente Juan Simeón Vidarte, presentó los resultados de la aprobación parlamentaria. El 16 de octubre, el diputado radical Diego Hidalgo Durán presentó una protesta oficial basándose en que no era española. La declaración de Margarita en su defensa fue, como era de esperar, directa y enérgica, señalando su nacimiento y su residencia ininterrumpida en Madrid —salvo por estancias cortas en el extranjero para su educación—, y asegurando que había viajado con pasaporte español y había acometido trabajos importantes en comisiones de gobierno sobre temas sociales y artísticos. A pesar de haber presenciado la declaración, Hidalgo, que contaba con el apoyo de una serie de diputados de derechas, no cejó en sus esfuerzos por anular la elección. El 18 de noviembre de 1931, hubo un debate parlamentario crispado, que reflejaba las relaciones resentidas entre los parlamentarios radicales y socialistas por la provincia. Tal y como resultó después, la candidatura de Margarita fue aprobada y se le concedió la nacionalidad española basándose en que hubiera nacido y residido 37 años en España. A pesar de lo que Vidarte recordó 35 años después, la cuestión de su matrimonio no se planteó[64].

Margarita Nelken no tardó en convertirse en un personaje destacado, aunque no muy popular, dentro del PSOE. A pesar de los compromisos del partido de emprender reformas agrarias y sociales drásticas, la cúpula socialista era bastante conservadora en sus actitudes. Además, sus dirigentes —un patriarcado bastante puritano y jerárquico— no aceptaban bien a las mujeres. La escritora Matilde de la Torre, diputada por Asturias desde 1933, se dejó la salud por servir al partido socialista. Se trataba de un personaje mucho menos corrosivo que Margarita, que no obstante fue igualmente infravalorado, por no decir ignorado, por la cúpula masculina[65]. La franqueza combativa de Nelken no coincidía con lo que ellos esperaban de una mujer. Las actitudes básicamente reformistas de la cúpula les permitían aún menos simpatizar con su entusiasmo, a menudo temerario y precipitado, por causas que para ellos eran peligrosas y revolucionarias. El PSOE era un partido en el que la reverencia por la tradición, por las cuestiones de procedimiento y por la veteranía eran primordiales, mientras que a Margarita Nelken aquello le interesaba poco. Al mantener una producción periodística constante y una participación activa en el mundo del arte, no tenía tiempo ni paciencia para las minucias de la burocracia del partido. Así pues, se apartó del epicentro de la vida del mismo, la Agrupación Socialista Madrileña, y enseguida se involucró en lo que consideraba los temas candentes del momento en Badajoz. El problema agrario, que veía como la principal prioridad, la llevó aplacar su evangelismo feminista. De hecho, se opuso al sufragio femenino argumentando que la influencia reaccionaria del clero alentaría a la mayoría de las mujeres católicas a votar a la derecha[66]. No obstante, dado que su elección como diputada no se confirmó hasta el 18 de noviembre, no le fue posible participar en el debate constitucional sobre el voto de la mujer. Tampoco pudo asistir a las sesiones de las Cortes del 30 de septiembre y del 1 de octubre de 1931, en las que se aprobó el sufragio femenino por 141 votos frente a 106[67].

Las mismas razones que hacían que Margarita evitara la burocracia del partido probablemente también tuvieron un impacto en su vida marital. En muchos aspectos, era una fuerza arrolladora de la naturaleza de la que brotaba vivacidad y creatividad. Los rumores de la familia aseguran que Martín era la parte débil en la relación, lo que quedó finalmente de manifiesto por una serie de infidelidades con mujeres sumisas a las que creía poder dominar. No obstante, esta situación no se produjo hasta que los crecientes compromisos políticos —y finalmente el exilio— obligaron a Margarita a pasar menos tiempo con él. Sus múltiples actividades, y en particular sus esfuerzos sobrehumanos en favor de sus votantes campesinos, pasaron factura. A medida que se acercaba a los cuarenta, su belleza empezó a remitir y, sin su presencia imponente para impedírselo, el ojo de andaluz faldero de Martín volvió a mirar a otros lados.

Como diputada por una provincia agraria conflictiva, Margarita rápidamente empezó a involucrarse en la lucha por unas condiciones mejores para los campesinos sin tierra y por la reforma agraria[68]. Badajoz era una de las provincias donde los esfuerzos de la República por introducir unas condiciones mejores para los campesinos sin tierra o braceros estaban encontrando la resistencia más brutal de los terratenientes locales. Sus penurias implicaron personalmente a Margarita Nelken, que respondió con una oratoria beligerante y llamamientos a soluciones radicales. El 26 de noviembre de 1931, el grupo parlamentario del PSOE creó una comisión para reunir pruebas de los abusos de la Guardia Civil. A partir de ahí esperaban crear la base para la reforma de la Guardia Civil. Se nombró a Margarita Nelken, junto con otros tres diputados socialistas —Antonio Fernández-Bolaños Mora (Málaga), Hermenegildo Casas Jiménez (Sevilla) y Enrique Esbrí y Fernández (Jaén)—. Con su ímpetu y energía característicos, tomó el mando y se volcó en la tarea[69].

En diciembre de 1931 se produjeron una serie de acontecimientos en su circunscripción que la convertirían definitivamente en una de las bestias negras de la derecha. El sindicato socialista de la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra (FNTT) había convocado una huelga en protesta contra las infracciones constantes de la legislación social de la República. El 31 de diciembre, en el pueblo remoto y empobrecido de Castilblanco, la Guardia Civil abrió fuego contra una manifestación pacífica de huelguistas. Un hombre murió y otros dos resultaron heridos. Los habitantes del pueblo, indignados, atacaron a los cuatro guardias civiles y los mataron a golpes. Los socialistas interpretaron los acontecimientos de Castilblanco basándose en la larga historia de horrorosas privaciones sociales y de brutalidad de la zona. Se dijo que Margarita Nelken había descrito los hechos como una salida necesaria para los oprimidos y que se preguntaba qué había pasado antes del incidente[70]. Una vez más, esto enfureció a la derecha y el general José Sanjurjo, el director general de la Guardia Civil en aquel momento, acusó a Margarita de ser responsable del incidente. Sanjurjo estaba especialmente furioso porque se había perdido un gran banquete de alta sociedad en Zaragoza para ir a Castilblanco. Se había previsto que acudiría a la boda de la hija del vizconde de Escoriaza como uno de los testigos de la novia[71]. Al hablar con los periodistas, Sanjurjo comparó a los trabajadores de Castilblanco con las tribus de moros que había combatido en Marruecos, afirmando de manera mendaz que incluso después del desastre colonial de Annual en 1921: «Ni en Monte Arruit, en la época del derrumbamiento de la comandancia de Melilla, los cadáveres de los cristianos fueron mutilados con un salvajismo semejante». En una referencia tendenciosa a la participación de Margarita Nelken en la comisión sobre la Guardia Civil, Sanjurjo protestó porque «se haya creado una oficina de información contra la Guardia Civil y que esta oficina está dirigida por Margarita Nelken, que ni siquiera es ciudadana española[72]».

Las Cortes regresaron de su período vacacional de Navidad el 5 de enero de 1932. Aquel día por la mañana la minoría socialista se reunió para analizar las cuestiones que había suscitado Castilblanco. Margarita Nelken entregó un informe emotivo de las vidas de los campesinos de Castilblanco, condenados a la hambruna todo el año y sometidos al maltrato físico de la Guardia Civil. El grueso del partido se convenció ante el llamamiento de Margarita Nelken de que los acontecimientos debían ubicarse en el contexto de la «historia negra» de la Guardia Civil, teniendo en cuenta en cualquier investigación los orígenes de la misma. No obstante, se sintió mortificada cuando un compañero suyo diputado por Badajoz, el prudente Manuel Muiño, la acusó de ayudar a originar la tragedia a fuerza de «predicar excesos para exaltar peligrosamente a los trabajadores de la provincia de Badajoz». Los ánimos estaban tan caldeados que se acordó que ninguno de los diputados por Badajoz debería participar en el inminente debate parlamentario. La opinión del PSOE sería expresada por medio del moderado Andrés Saborit[73]. El ministro de la Gobernación, Santiago Casares Quiroga, descartó el discurso de la provocación socialista y atribuyó el incidente a «una vaharada de instinto primitivo, a un impulso popular[74]». No obstante, al día siguiente, en las Cortes, el diputado carlista por Pamplona, Joaquín Beunza, acusó directamente a Margarita Nelken de ser responsable. Los diputados radicales de Badajoz, encabezados por Diego Hidalgo, corearon la opinión de Sanjurjo y trataron de culpar a la izquierda. Tras elogiar al moderado Narciso Vázquez, Hidalgo acusó de la huelga a «dos o tres personas, a fin de que les sirva de pedestal para su influencia política en la provincia». Mencionó los nombres de Margarita, Nicolás de Pablo y Pedro Rubio Heredia, ambos miembros de la FNTT local. Enfurecida, Margarita se olvidó de la disciplina del partido para enzarzarse en una discusión a gritos con los radicales. Esta tendencia a dejar que la pasión política nublara su buen juicio facilitó las cosas a su caricaturización de la derecha como una bruja feroz[75].

Azaña hizo un discurso de hombre de Estado que de alguna manera calmó la situación, aunque estaba furioso por la intervención de Margarita. Más tarde, aquella misma noche, escribió en su diario: «Esto de que la Nelken opine en cosas de política me saca de quicio. Es la indiscreción en persona. Se ha pasado la vida escribiendo sobre pintura, y nunca me pude imaginar que tuviese ambiciones políticas. Mi sorpresa fue grande cuando la vi candidato por Badajoz. Ha salido con los votos socialistas… pero el partido socialista ha tardado en admitirla en “su seno”, y las Cortes también han tardado mucho en admitirla como diputado. Se necesita vanidad y ambición para pasar por todo lo que ha pasado la Nelken hasta conseguir sentarse en el Congreso[76]». Dada la predilección de Azaña por mujeres menos independientes y descaradas que Margarita Nelken, apenas sorprende que estuviera especialmente enojado por el hecho de que le estuviera poniendo las cosas más difíciles[77]. En realidad, sus comentarios revelaban más acerca de él que de ella. En otra ocasión, el 28 de febrero de 1933, se mofó de uno de los discursos de Margarita por considerarlo cursi y pretencioso: «Uno de esos discursos que se oían en el Ateneo, en que se habla de los papas, de la prostitución, de los salarios, de la maternidad, etcétera, etcétera».[78]

Desde luego, Margarita Nelken había participado activamente como oradora en la provincia de Badajoz en las reuniones de la FNTT. Sin embargo, de hecho no había puesto el pie en Castilblanco, adónde sólo se podía llegar en coche hasta Herrera del Duque y luego por un estrecho camino a pie o en mula[79]. Otra socialista feminista, Regina García, que más tarde renegó de sus ideas iniciales y buscó la redención abrazando el franquismo, se congració con sus nuevos amos retratando a Margarita como parte de la «conspiración judío-bolchevique». Afirmó de Nelken que era «judía de familia y de religión, sentía aversión a la Guardia Civil por no sabemos qué oscuro complejo de venalidades raciales[80]». En cuestión de una semana, la Guardia Civil se tomó una venganza terrible, que se saldó con catorce personas muertas: tres días después de Castilblanco, hubo dos muertos y tres heridos en Zalamea de la Serena (Badajoz); dos días más tarde, un huelguista murió de un disparo y otro resultó herido en Calzada de Calatrava, y se disparó a otro huelguista en Puertollano (ambos pueblos en Ciudad Real). Además, dos huelguistas murieron y once fueron heridos en Épila (Zaragoza), y otros dos resultaron muertos y diez heridos en Jeresa (Valencia). El 5 de enero, mataron a seis e hirieron de bala a cincuenta más en Arnedo (Logroño). Margarita Nelken pronunció una oración funeraria muy emotiva en el entierro dos días después. A lo largo de los cinco días posteriores a la matanza, murieron cuatro más de los heridos y algunos sufrieron amputaciones de brazos y piernas[81].

Margarita Nelken había expresado su frustración creciente por la incapacidad del gobierno para proteger a los campesinos sin tierra, sancionando oficialmente la violencia en artículos en El Socialista y en La Verdad Social (Badajoz), ambos publicados en la víspera de los acontecimientos de Castilblanco y de las consecuencias que se derivaron. Tres de sus artículos, «Caza mayor», del 24 de diciembre, «Carta abierta al ministro de la Gobernación», del 26 de diciembre, y «Después de la huelga de Badajoz», del 3 de enero de 1932, la llevaron al Tribunal Supremo, acusada de insultar a la Guardia Civil. Las palabras responsables de ello fueron las siguientes: «Pero ¿qué vale ningún testimonio, ninguna prueba, por abundante que sea, junto a la declaración de un individuo que en cuanto reviste su uniforme y su tricornio entra en posesión de una infalibilidad harto más alta que la del mismo Papa…? A los que nunca hemos creído en la infalibilidad del sumo pontífice, nos es muy difícil creer en la de los tricornios, y más difícil todavía para que aquella caza mayor para la cual se creo el instituto de la Guardia Civil en otros tiempos, ha de ser sustituida en estos tiempos nuestros por la caza única y exclusiva de los obreros desarmados». «Tal vez recuerde Vd. cómo yo le conté que esta actitud violenta de la Guardia Civil, cargas a sable, mujeres encañonadas con las pistolas, apoyadas incluso en su pecho; obreros tirados a tierra, etc., era fomentada en forma descaradamente provocativa, por ciertos elementos del viejo régimen…». «Convendría se promulgasen bandos que nos enterasen de que la autoridad suprema en España, por encima de los representantes del gobierno, por encima de todos los artículos de la Constitución, es la Guardia Civil, y que esta puede a su antojo dar lugar con sus intempestivos alardes de fuerza a los más luctuosos sucesos para satisfacción de los enemigos declarados o encubiertos de la República».

El 23 de febrero de 1932, compareció ante el juez militar que investigaba el caso y aceptó abiertamente que era la autora de los artículos ofensivos. El 31 de diciembre del mismo año, fue llamada a comparecer ante otro investigador militar. Declaró que «no le ha movido otra intención que la de poner de manifiesto algunas extralimitaciones de ciertos individuos de la Guardia Civil, los cuales “no sólo de no atajarse severamente por la autoridad competente menoscabarían lamentablemente el prestigio del Instituto, sino que demostrarían que dentro de este podían existir actividades absolutamente contrarias al espíritu de la República”». Asimismo, se negó a desdecir una sola frase o palabra de los artículos en cuestión, puesto que había hecho las mismas denuncias tanto verbalmente como por escrito al director general de la Guardia Civil, quien a su vez las había recibido con la consideración necesaria hacia un representante de la nación. Se quedó atónita con que aquellas denuncias, todas ellas específicas y con la firma de una diputada del parlamento, no hubieran dado otro resultado que el de estos trámites. En su opinión, el resultado normal debería haber sido el inicio de una investigación para depurar las responsabilidades pertinentes. Declaró: «Que le parece verdaderamente intolerable que en el Instituto armado cuando quiere velar por su justo prestigio, en lugar de corregir lo que en alguno de sus individuos pueda menoscabar este, pretenda tan sólo darle una patente de inviolabilidad que únicamente a los Señores Diputados de Cortes corresponde». Finalmente el caso fue sobreseído en abril de 1933, porque las Cortes se negaron a privarla de la inmunidad parlamentaria[82].

La lentitud de la reforma y el éxito de los diputados de derechas en bloquearla minaron aún más la fe de Margarita en la democracia parlamentaria. Junto con otros diputados socialistas del sur rural, estaba enfurecida ante la aparente incapacidad del gobierno republicano socialista para controlar la brutalidad de la Guardia Civil. En particular, le indignó la negligencia del ministro de la Gobernación, Santiago Casares Quiroga, a la hora de seleccionar a los oficiales veteranos apropiados para tomar el mando de las provincias problemáticas como Badajoz[83]. Según perdía la fe en el gobierno, se volcaba en la tarea de convencer a los campesinos sin tierra de que era posible cambiar su destino. Su empatía con el sufrimiento de sus electores se expresó con una habilidad oratoria desconocida hasta el momento: «Es oradora de tono místico que sabe emocionar con emotivas descripciones del dolor humano de los que tienen sed y hambre de justicia».[84] Se hizo tan popular como oradora en las zonas rurales más terriblemente divididas que el comité ejecutivo del PSOE apenas podía dar abasto a la docena o más de peticiones de su presencia. Varias asociaciones de mujeres de clase obrera de Castilla la Nueva adoptaron su nombre. En Talavera de la Reina, en la provincia de Toledo, se fundó la Sociedad Agrícola de Mujeres Margarita Nelken; en El Bonillo (Albacete), el Grupo Femenino Sindical Socialista Margarita Nelken; en Almendralejo, en la provincia de Badajoz, una calle llevaba su nombre[85].

Badajoz era una provincia al borde de la guerra civil. Durante los dos primeros años de la República, hubo más de doscientos choques entre la derecha y la izquierda, entre los campesinos y los guardas armados de los terratenientes, o entre campesinos y guardias civiles. Se atacaban fincas y ayuntamientos, registrándose al menos veinte muertes[86]. Margarita pronunció una serie de discursos parlamentarios dramáticos y conmovedores, denunciando el cierre patronal que estaba condenando a los campesinos a morir de hambre. Se enfurecía ante los frecuentes incidentes de campesinos hambrientos apaleados por la Guardia Civil por recoger aceitunas que se habían caído de los olivos o por robar bellotas (comida de cerdos), o que habían sido arrestados por coger leña. Sus discursos elocuentes y bien documentados demostraban, como con todo lo que hacía, que se había volcado de lleno en la defensa de los campesinos sin tierra que representaba[87]. En el parlamento siempre estaba bien preparada y demostraba un dominio importante del problema agrario. A pesar de la creencia general de que era una oradora electrizante, sus discursos eran ridiculizados por la prensa de derechas al considerarlos como los esfuerzos pésimos de una alemana por balbucear español[88]. La eficacia de su oratoria se puede deducir no sólo por su enorme popularidad en Badajoz, sino también por la respuesta de los críticos de derechas. Para el propagandista franquista Francisco Casares, hablaba «con una mortificante sonrisa de suficiencia, altiva y desdeñosa… sus palabras arañan, más por la estridencia fonética que por el contenido[89]».

El estilo corrosivo e incendiario de Margarita Nelken era como una chispa para la gasolina. El 1 de mayo de 1932, se produjo un incidente en una finca llamada Monte Porrino, cerca del pueblo de Salvaleón en Badajoz, en el que se vio involucrada. Junto con el dirigente local de la FNTT, Nicolás de Pablo, había convocado un mitin de los socialistas de Badajoz, Barcarrota, Salvaleón y de otros pueblos de la provincia. Durante el mismo, los discursos de Margarita y Nicolás de Pablo exaltaron tanto a la multitud que esta salió hacia Salvaleón con la intención de atacar los cuarteles de la Guardia Civil. Cuando alguien entre el gentío disparó un tiro, la Guardia Civil abrió fuego y tres personas resultaron muertas. Se hicieron arrestos, incluido Nicolás de Pablo y el alcalde de Salvaleón, el «Tío Juan el de los pollos». Margarita simplemente desapareció antes de que pudieran arrestarla. En otras ocasiones la derecha local impedía los mítines programados para Margarita Nelken.

El trabajo de Margarita con los jornaleros le puso en contacto con Ricardo Zabalza, el dirigente de la FNTT. Ambos trabajaron codo con codo por la implicación que compartían en la lucha agraria. A través de las visitas de Zabalza a la casa de Margarita de la avenida de la Castellana en Madrid, conoció y se enamoró de su criada, Obdulia Bermejo Oviedo. Las visitas cada vez más frecuentes para cortejar a Obdulia alimentaron rumores maliciosos, y totalmente infundados, de que Margarita tenía un romance con él. Junto con Zabalza, se convirtió en una de las figuras socialistas más destacadas de las que presionaron al secretario general del PSOE, Francisco Largo Caballero, para que adoptase una táctica cada vez más radical. De hecho, durante un tiempo estuvo mandando artículos virulentos al periódico de las Juventudes Socialistas, Renovación, atacando a los centristas del PSOE. Esto acentuó su imagen de agitadora de masas[90].

A pesar de su actividad política, con su singular capacidad para el trabajo, mantuvo una presencia destacable en el mundo del arte. En marzo de 1933 fue a París para dar una conferencia sobre la situación política en España y también para llevar a cabo un proyecto de dos exposiciones de arte de gran envergadura. La primera, de pintura francesa moderna, se expondría en Madrid; la segunda, de pintura española moderna, tendría lugar en París[91].

En el período de la campaña electoral de 1933, la indignación que sentía ante las penurias de los campesinos locales había empujado drásticamente sus opiniones políticas más a la izquierda. Empezaba a creer, junto a varios partidarios de Largo Caballero, que la República había traicionado a los trabajadores. Así pues, habían promovido el cese de la alianza electoral con los republicanos. La agrupación de Badajoz del PSOE estaba profundamente dividida entre los moderados más veteranos y los que, como Margarita, creían que la acción revolucionaria era la única respuesta. Participó activamente en la campaña electoral a escala nacional y provincial. En un discurso en la Casa del Pueblo el 27 de octubre, se inspiró en los temas de su libro La condición social de la mujer en España. Refiriéndose a la propaganda derechista dirigida a la mujer bajo el lema «Patria, Familia, Religión», dio una respuesta ingeniosa: «¡Patria! ¿De qué patria pueden hablar aquellos que mandaron vuestros hijos a morir allende los mares defendiendo los intereses capitalistas? ¿Que han abandonado la educación de los niños teniendo privados a los pueblos de España de la más elemental escuela? ¡Religión! ¿Qué saben de religión esas señoras que creen que se pueden ofrecer limosnas a quien tiene derecho a exigir por justicia? ¡Familia! Dicen que el divorcio destruye la familia, como si España no fuese el país de los tornos en las inclusas y los niños sin nombre. ¡De qué familia hablan! ¡A nosotros, que hablamos siempre bajo el signo de uno que fue hospiciano! ¡A nosotros, que sabemos que la familia burguesa es una de las mayores farsas e hipocresías!»[92]

Dada la magnitud del índice de desempleo en la provincia de Badajoz (cerca del 40 por ciento), y del estado próximo a la inanición de muchos de sus habitantes, la línea radical caló hondo. La campaña electoral estuvo marcada por una violencia considerable. La profunda preocupación que Margarita sentía por los trabajadores de la tierra y sus familias, expresada en discursos enérgicos, la había hecho verdaderamente popular. Así pues, se convirtió en el blanco del odio de la derecha. Un matón local, conocido como Bocanegra, fue puesto en libertad de la cárcel expresamente para atacarla[93]. Sus discursos en los mítines en Badajoz eran apasionados y obtenía grandes aplausos. Sin embargo, a menudo las autoridades locales los suspendían o, si salían adelante, los interrumpían reventadores. En varias ocasiones, en pueblos sin micrófono, las interrupciones planeadas eran tan contundentes que la obligaban a renunciar tras dejarse la voz intentando hacerse oír por encima del alboroto. Cuando hablaba en Madrid, arrastraba a grandes multitudes entusiastas[94].

A la mañana siguiente de las elecciones Margarita Nelken mandó un telegrama al ministro de Trabajo, Carles Pi Sunyer:

«MIS PRESENTIMIENTOS TUVIERON TRISTE CONFIRMACIÓN PUNTO AYER DURANTE ELECCIÓN QUE HUBO DE SUSPENDERSE ALCALDE RADICAL DE ALJUCÉN CON VARIOS MATONES AGREDIÓ GRUPOS OBREROS A TIROS RESULTANDO UN MUERTO DOS HERIDOS GRAVÍSIMOS Y CUATRO O SEIS MÁS PUNTO LA JORNADA ELECTORAL CON LA COACCIÓN DE LA FUERZA PÚBLICA ATEMORIZANDO AL PUEBLO Y FAVORECIENDO CON SU PRESENCIA DELITOS ELECTORALES COMETÍAN BEATAS SEÑORITOS Y MATONES ALARDEANDO SU IMPUNIDAD CONSTITUYE UNA GRAN VERGÜENZA PARA REPÚBLICA PUNTO LA DEMOCRACIA ESPAÑOLA HA HECHO QUIEBRA DEFINITIVAMENTE».[95]

Hubo una falsificación de votos significativa por parte de la derecha —se compraron votos con comida y/o mantas, se intimidó a los votantes, hubo votos repetidos por camiones cargados de simpatizantes de derechas—. La misma Margarita fue maltratada a punta de pistola después de un discurso en la sede socialista de Aljucén. La consecuencia fue que el PSOE obtuvo sólo los tres escaños del bloque minoritario de la provincia —Margarita Nelken, junto con sus compañeros socialistas radicales, Pedro Rubio Heredia y Nicolás de Pablo—. No obstante, debido a un error en el recuento, el moderado Juan Simeón Vidarte resultó reelegido a la cabeza de la lista socialista de Badajoz, y Nicolás de Pablo excluido[96].

Margarita había iniciado su asociación con los campesinos de Badajoz con un espíritu optimista. En un discurso en Plasencia en mayo de 1932, había declarado: «El socialismo es la caravana que avanza con pasos seguros por el desierto y llegará a su destino quieran o no los demás, sin que le hagan mella los aullidos de los chacales».[97] Le había afectado profundamente lo que había visto en cuanto a la forma despiadada en que los poderosos terratenientes habían ignorado a la República y se habían dedicado a aplastar a los campesinos sin tierra. Durante la campaña electoral, le horrorizó ver a las mujeres de clase alta, escoltadas por guardias civiles con ametralladoras, comprar votos en burdeles y, en los colegios electorales, a caciques comprar votos a campesinos hambrientos con trozos de chorizo y pan. Pueblos que eran conocidos por tener una mayoría de votos socialistas pero que no tenían telégrafo, teléfono ni línea de ferrocarril, como Siruela y Villarta de los Montes, vieron no obstante la victoria de la derecha, declarándola y registrándola en la capital de la provincia minutos después de que terminase el recuento. A los campesinos en fila que esperaban para votar se les rompía las papeletas a punta de pistola y se les obligaba a reemplazarlas por otras marcadas para candidatos de derechas[98]. Encolerizada y frustrada por la falta de poder de la República para evitar la arrogancia intimidatoria de los terratenientes del sur, había perdido la fe en los medios legales de la democracia para alterar las injusticias del campo. Por consiguiente, se adheriría a los que creían que sólo la revolución sería capaz de resolver los problemas de los campesinos sin tierra.

Las elecciones de noviembre de 1933 dieron la victoria a la derecha. La derrota la afectó especialmente, convenciéndose de que la causa principal fue el voto de derechas de tantas mujeres. Estaba horrorizada por la ferocidad y el salvajismo con que los terratenientes del sur de España en general, y en Badajoz en particular, se aprovechaban del cambio de poder. El 25 de enero de 1934, habló con elocuencia en las Cortes sobre los abusos de la ley a manos de los terratenientes: la utilización de mano de obra barata de fuera, el desahucio de los aparceros y la exclusión sistemática de trabajadores conocidos por pertenecer al sindicato socialista Unión General de Trabajadores. El crecimiento del desempleo, las reducciones drásticas de salarios y el hambre subsiguiente se reflejaron en la propagación de la anemia y la tuberculosis entre los niños de la región. Cuando los campesinos sin tierra protestaban o trataban de recoger bellotas o aceitunas que se habían caído de los árboles, eran apaleados por la Guardia Civil. Un discurso apasionado, pero razonado y detallado con hechos, terminó con una advertencia terrible sobre la trágica situación que se estaba provocando en el sur: «Aquellos hombres van hoy a la rebusca, como van las fieras, viven como fieras. Si algún día, tal vez no lejano, tenéis que enfrentaros con ellos en una lucha que quiero esperar leal, no os extrañe si aquellos hombres a quienes obligáis a vivir como fieras, a buscar el alimento de sus hijos como lo pueden buscar las fieras, disputándolo a los animales, arriesgando con ello su vida como la arriesgan las fieras, no os extrañe, digo, si a esos hombres no les queda luego para luchar ningún sentimiento humano».[99] La conclusión combativa del discurso era típica de la implicación emotiva de Margarita Nelken con los problemas del sur rural. Tras un discurso basado en hechos horrorosos, lúcido y con escasa retórica, terminó dando rienda suelta a la rabia por el tratamiento inhumano al que se sometía a sus votantes. Sin embargo, se equivocó en su profecía. Cuando el enfrentamiento que predijo llegó a ocurrir en 1936, los campesinos hambrientos no serían los autores, sino las víctimas de una violencia sin igual a manos de las fuerzas del orden.

Las reacciones cada vez más revolucionarias de Margarita Nelken eran fruto de las cartas conmovedoras que recibía de sus votantes. En la primavera de 1934 había escrito en el periódico de los campesinos: «¿Habrá que esperar a que un día los campesinos se coman los unos a los otros para conmoverse? ¿Tendremos que pasar por la vergüenza de ver que el mundo organiza una campaña de caridad para socorrer a los hambrientos españoles?». Su artículo terminaba con unas palabras que volvieron a despertar el interés de los tribunales: «Quien siembra vientos… A puñados, a voleo se están sembrando en España semillas de tragedia. Que nadie se extrañe, que nadie se queje, que nadie se escandalice y proteste mañana, si esos vientos provocan una tempestad de sangre». Sus palabras le supusieron otro juicio pero una ley de amnistía en abril dio el caso por cerrado[100].

Su sentimiento de impotencia como diputada parlamentaria y su indignación se acentuaron cuando sus letanías sinceras sobre la brutalidad rural se encontraron con las respuestas poco serias del ministro de la Gobernación radical, Rafael Salazar Alonso, y de los diputados de derechas. Su frustración a veces la llevaba a trifulcas rencorosas, a medida que los ánimos se iban crispando[101] Sus artículos y discursos la llevaron a los tribunales acusada de incitar disturbios. Un artículo hiriente en el número del día del Trabajador de 1934 de Socorro Obrero Español hablaba de que «la tiranía de los putrefactos sinvergüenzas burgueses quiere tirar por tierra a todos nosotros con apresamientos e injusticias intolerables[102]». Creía que la inanición estaba forzando al campesinado sin tierra a contemplar la violencia como única salida, lo que la predispuso a prestar oídos a los halagos de Víctor Codovila, el agente argentino del Comintern. Margarita le presentó a Largo Caballero y, por tanto, facilitó la entrada del partido comunista dentro del frente amplio de trabajadores conocido como Alianzas Obreras[103] Ha habido acusaciones de que pertenecía a una serie de militantes del partido socialista que se quedaron dentro a pesar de haber jurado lealtad a Moscú[104]. No hay pruebas que sugieran que este sea el caso. No obstante, en el contexto de la urgencia con que percibía la planificación revolucionaria, no hubiera supuesto la traición horrenda que se ha hecho creer. Sus preocupaciones en este momento iban dirigidas a la oleada creciente de violencia derechista, y no a las rivalidades internas del partido. Desde luego, comenzaba a sentir que la línea moderada, reformista y socialdemócrata de la vieja cúpula del PSOE era estéril y contraproducente. Sin embargo, con su entusiasmo por una línea más radical, sobrestimó de manera exagerada las posibilidades de una revolución en España.

Teniendo en cuenta sus vínculos con Badajoz, y su amistad y afinidad ideológica con Ricardo Zabalza, no es de extrañar que Margarita se involucrase en la organización de la huelga nacional de campesinos del verano de 1934, provocada por el incumplimiento constante de la legislación laboral por parte de los terratenientes, que disfrutaban del apoyo incondicional del gobierno. La FNTT (la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra, afiliada a la UGT) había examinado de manera escrupulosa los trámites legales para la declaración de la huelga. Se avisó con diez días de antelación de que la huelga empezaría el 5 de junio. Salazar Alonso utilizó este tiempo para preparar sus medidas represivas. Declaró que la cosecha era un «servicio público nacional» —una estratagema para ilegalizar la huelga y justificar el uso de la violencia—. Esto militarizó a los campesinos y, por tanto, puso a los huelguistas en situación de rebeldía. Miles de campesinos fueron arrestados y se aceleró la recogida de la cosecha, bajo la protección de la Guardia Civil, con maquinaria y mano de obra barata importada[105]. Según Salazar Alonso, Margarita Nelken, junto con su compañero diputado del PSOE Pablo Rubio Heredia, había estado en Badajoz organizando la huelga[106]. De hecho, estaba de vuelta en Madrid el 7 de junio de 1934, donde habló con vehemencia en el parlamento sobre el gran número de campesinos sin tierra detenidos en condiciones inhumanas, a pesar de que el gobierno asegurara que la huelga era un fracaso total.

Su indignación la sobrepasó: «A los propietarios de Jaén o de Sevilla que se han atrevido a sacar las máquinas al campo y les han sido quemadas esas máquinas, o a aquellos propietarios que han sido muertos…». En este punto el diputado radical por Jaén, Nicolás Alcalá Espinosa, la interrumpió: «Que han sido asesinados». «Muy bien —prosiguió—, asesinados, como asesina también la Guardia Civil… De modo que, a pesar de que no pasa nada, hay muchos muertos». Alcalá Espinosa volvió a intervenir, gritando: «Asesinatos». «¡Llámelos Su Señoría como quiera! —le contestó—. ¡Al fin y al cabo, a mí no me va a dar miedo! ¡Se lo dará a los patronos! Hay obreros muertos, y donde ha habido un patrono, como dice Su Señoría, asesinado, ha sido porque el papá de ese patrono empezó por recibir a escopetazos a unos obreros que iban pacíficamente… Que conste, pues, que la huelga campesina, en contra de lo que dice el gobierno, es general».[107] La indignación poco diplomática de su discurso reflejaba hasta qué punto los abusos cometidos por las fuerzas del orden durante la represión de la huelga la horrorizaban.

Se golpeó salvajemente a huelguistas pacíficos, aterrorizando a sus familias, y a los arrestados los llevaron en camiones descubiertos a cientos de kilómetros de sus casas, donde los dejaban para que hicieran el camino de vuelta a pie. Expresó su indignación en una serie de artículos de periódico enérgicos y en discursos que constituyeron los hitos de su camino hacia el radicalismo revolucionario[108]. El 15 de julio, intervino en un mitin en Asturias, tachando la conducta del ministro de la Gobernación de inmoral y dando ejemplos de la represión en Extremadura. También afirmó que el mismo ministro, Rafael Salazar Alonso, había ofrecido tres mil duros —una cantidad sustanciosa para la época— para que la asesinaran. El delegado del gobierno, que estaba presente, hizo un informe del discurso y se abrieron diligencias judiciales contra ella. Antes de que el caso fuese visto en 1935, estaba exiliada en Rusia, y para cuando regresó a España en 1936, se hallaba a cubierto por una amnistía[109].

En medio de la huelga de campesinos, denunció con valentía el papel de un falangista, Alfonso Merry del Val, en el asesinato de la joven socialista Juanita Rico, el 10 de junio de 1934, en represalia por la muerte anterior de un falangista en el mismo día. Afirmó que entre la escuadra de los cinco matones que transportó Merry del Val en su coche, estaban su esposa y Pilar Primo de Rivera. A pesar de que la censura de derechas impidió la publicación del artículo en el que hacía sus acusaciones, su contenido fue objeto de comentarios generalizados en Madrid. Dada la disposición con que la escuadra de la muerte falangista, la Falange de Sangre, estaba empezando a funcionar, fue sin duda un acto de valentía[110]. El 4 de julio de 1934, pronunció un discurso en que acusaba al ministro de la Gobernación, Salazar Alonso, de encubrir el asesinato de Juanita Rico y el de otro socialista, a sabiendas de que habían sido obra de las escuadras fascistas de terror. Una vez más, el caso se discutió en el Tribunal Supremo y volvió a salvarse gracias a la inmunidad parlamentaria[111].

El 29 de agosto de 1934, Madrid fue testigo de una manifestación masiva de la clase obrera, cuando las juventudes comunistas y socialistas escoltaban el ataúd de Joaquín de Grado, un militante joven del partido comunista asesinado por los falangistas. La Pasionaria y Margarita Nelken pronunciaron discursos[112]. En aquel momento, llevada por la rabia ante el comportamiento del gobierno y de los terratenientes, abogaba fervientemente por un frente común de los partidos socialista y comunista, así como una insurrección armada[113]. Estaba dispuesta a cambiar el sentimiento de impotencia por las fascinantes ansias revolucionarias que ofrecían los llamados «radicales» o «bolchevizantes» de la Federación de Juventudes Socialistas (FJS). Los planes de sus dirigentes, Santiago Carrillo, secretario general de la FJS, Amaro del Rosal, del sindicato de trabajadores de banca, y Carlos Hernández Zancajo, de los trabajadores del transporte urbano, de crear una milicia armada de jóvenes socialistas no estaban dando resultado[114]. La defensa activa de una «insurrección armada», sin preparación real, simplemente exacerbó la tensión política y alertó al gobierno y a la derecha de la necesidad de iniciar los preparativos apropiados para la defensa. Al igual que los otros socialistas jóvenes, Margarita Nelken no era consciente de hasta qué punto habían caído ella y sus compañeros «radicales» en la trampa que les había tendido la derecha. Tanto el ministro de la Gobernación, Rafael Salazar Alonso, como el dirigente de la CEDA, José María Gil Robles, deseaban ver un levantamiento revolucionario para aplastarlo y poner barreras contrarrevolucionarias fuertes contra la izquierda[115]. En septiembre de 1934 Margarita insinuó en un artículo que Salazar Alonso era un fascista; en otro, con motivo del asesinato de otro socialista, acusó al ministro de «su odio a la clase trabajadora, en su gozoso sadismo». El ministro trató de procesarla por las dos acusaciones, pero el Tribunal Supremo desestimó los cargos[116].

Tras la derrota de la huelga de los campesinos del verano, las posibilidades del éxito revolucionario disminuyeron drásticamente[117]. Durante la preparación del levantamiento minero de octubre de 1934, Margarita estuvo al margen de los planes diseñados por Amaro del Rosal, uno de los bolchevizantes más destacados de las Juventudes Socialistas. En el transcurso de su trabajo en Badajoz en defensa de los campesinos sin tierra, había entrado en contacto con algunos guardias civiles hastiados del papel represivo que les habían ordenado desempeñar. Con la esperanza de asegurarse su colaboración en el futuro movimiento revolucionario, presentó a Rosal a un tal cabo Panero en su piso de la avenida de la Castellana. Unos días después, presentó a Rosal, de nuevo en su casa, a su marido y su amigo, el teniente de la Guardia Civil Fernando Condés Romero[118]. La tarea principal de Margarita durante el levantamiento de octubre fue llevar las instrucciones del comité revolucionario de Largo Caballero a los campesinos de Badajoz.

Llegó a la ciudad el 4 de octubre, donde se encontró con la oposición del dirigente moderado de la Agrupación Socialista de Badajoz, Narciso Vázquez. Este afirmó, de manera convincente, que era demasiado pronto después de la huelga de la cosecha de verano. Margarita también visitó a un grupo de presos que habían sido detenidos después de los incidentes de la misma. Según los informes de la policía, habló con varios soldados y guardias civiles con la esperanza de conseguir que se unieran en la huelga general revolucionaria que se había convocado. Sus esfuerzos no condujeron a nada. La Guardia Civil sofocó la huelga en Extremadura rápidamente. Como se había declarado el estado de guerra, se dieron órdenes judiciales de arrestar a Margarita por «delito de rebelión militar cometido en la plaza de Badajoz[119]». Se escondió en la embajada de Cuba bajo la protección del embajador, Alfonso Hernández Catá. Tras serle retrirada la inmunidad parlamentaria, fue condenada a veinte años de cárcel en su ausencia. Permaneció escondida dos meses y entabló una amistad para toda la vida con las hijas del embajador, Uvaldina y Sara que, junto con su amiga la actriz Margarita Xirgu, la disfrazaron con prendas de teatro y se le proporcionó un pasaporte cubano. Logró llegar a Francia haciéndose pasar por la mujer del novio de su hija, Adalberto Salas. Más tarde, se reunió allí con Magda primero y después con Santiago. Estuvo en París unos meses, hizo amistad con Henri Barbusse, que jugaba al ajedrez con su hijo de catorce años, Santiago, apodado Taguín[120].

Mientras estaba en el exilio, Margarita Nelken inició una gira por varios países europeos para recaudar fondos en favor de las víctimas de la represión que siguió a la insurrección de octubre. También se unió a varios partidos comunistas del norte de Europa en las denuncias de la falta de apoyo de los partidos socialdemócratas a la acción revolucionaria de octubre de 1934. La naturaleza de su visita a Dinamarca a principios de marzo de 1935 provocó la protesta a la ejecutiva del PSOE de Alsing Andersen, el secretario del Partido Socialdemócrata de Dinamarca. En una carta del 7 de marzo a la Internacional Socialista, se quejó de que, el 21 de febrero, el periódico del partido comunista danés, Arbejderbladet, había publicado «un artículo sensacionalista de Margarita Nelken que contenía “elogios para la Unión Soviética y calumnias para los socialistas”». En la parte del artículo que se citaba en la protesta de Andersen, Margarita había hecho comparaciones desfavorables entre la indignación que habían expresado los socialistas europeos ante los juicios que siguieron al asesinato de Kirov y la reacción muda ante las atrocidades cometidas en la represión después de Asturias. Más adelante, Arbejderbladet anunciaba un mitin del Socorro Rojo en el que Margarita Nelken iba a intervenir. El 2 de marzo, acudió a la sede del Partido Socialdemócrata de Dinamarca y habló con Alsing Andersen y, supuestamente, afirmó no estar al tanto de que el Socorro Rojo era una organización comunista. No obstante, Margarita habló (en alemán) en el mitin anunciado.

El comité ejecutivo del PSOE la informó de la queja. Margarita respondió desde París el 1 de abril. Aseguró de manera categórica que no se había presentado como delegada oficial del partido y comentó la forma grosera y despectiva con que Andersen la había recibido. Su visita a Dinamarca formaba parte de una gira que incluyó Suecia y Noruega, con la única intención de dar conferencias sobre la situación de la clase obrera en España después de Asturias, ayudar a la creación de comités de solidaridad y recaudar fondos para ayudar a las víctimas de la represión. A pesar de ser consciente de la participación comunista en el Socorro Rojo, señaló que muchos socialistas participaban en su trabajo. Negó haber mandado ningún artículo al Arbejderbladet o a cualquier otro periódico comunista, asegurando que había escrito el artículo en cuestión para un periódico de Suiza. No obstante, reafirmó su indignación con los socialdemócratas que habían dado más importancia a «los horrores de Rusia» que a las atrocidades de la derecha en España. «No busco la colaboración de los comunistas. Sigo la línea de mi partido que en la lucha, antes y después, ha demostrado no considerar a estos como enemigos. No calumnio a los socialistas, pero no recato la deplorable impresión que a muchos socialistas nos ha producido la conducta de los Andersen que, a raíz del movimiento, públicamente se pusieron en contra». Como vicesecretario del PSOE, Juan Simeón Vidarte contestó a la Internacional Socialista de tal manera que dejó claro que creía en la versión de los hechos dada por Margarita. La conocía lo bastante bien como para saber que de vez en cuando podía dejarse llevar por su compromiso político, pero que siempre decía la verdad[121].

Tras su visita a los países escandinavos, con la ayuda del Socorro Rojo continuó hacia la Unión Soviética, acompañada, como siempre, por su hijo Santiago, su hija Magda y el novio de esta, Adalberto Salas. Durante su estancia en Rusia, a Margarita se la colmó de honores, tratándola como la figura política española más destacada y una escritora importante. Viajó por toda la Unión Soviética y la presentaron a muchos escritores, artistas y músicos destacados, tanto rusos como europeos. En particular, se hizo amiga de Elena Stasova, la que fuera secretaria de Lenin[122]. Inevitablemente, dado su compromiso con la Revolución de Octubre de 1934 y la respuesta de apoyo de la Unión Soviética, siguió el camino que finalmente la llevaría a unirse al partido comunista. Mientras estuvo en Moscú, fue una de las firmantes, junto con una serie de refugiados españoles —tanto socialistas como comunistas—, de una carta que fue enviada el 16 de mayo de 1935 a la ejecutiva del PSOE. La carta repetía la interpretación comunista de los acontecimientos de octubre de 1934 como una prueba de la eficacia de una gran alianza de clase de los trabajadores. Rechazando el llamamiento de la ejecutiva del PSOE para formar un Frente Popular mucho más amplio con los republicanos liberales de la clase media, el documento reflejaba fielmente la línea del PCE de unidad de acción entre socialistas y comunistas[123].

En junio Margarita mandó una carta abierta a los «trabajadores socialistas de Badajoz». Fue el fruto de sus reflexiones sobre lo que había ocurrido a escala nacional y en Extremadura durante los acontecimientos revolucionarios de octubre. Se publicaron extractos sustanciales de la carta en el periódico comunista mensual Frente Rojo. La carta completa, que circuló clandestinamente por Badajoz, de algún modo explica la trayectoria ideológica de Margarita en ese momento. Su indignación ante la impunidad con la que los terratenientes del sur habían violado las leyes laborales de la República la había llevado a perder la fe en la legalidad democrática. Por esta razón, había colaborado en el movimiento revolucionario de octubre. Ahora, retrospectivamente, le parecía que la revolución había fracasado en Badajoz porque la dirección del grupo socialista de la provincia había evitado que se dieran instrucciones precisas a los organizadores locales de los pueblos y las aldeas alejadas. Acusó abiertamente a la dirección reformista, sin dar nombres concretos, de despilfarrar el brío revolucionario de las masas: «Rememoraos tan sólo de lo acaecido en Badajoz. ¿Es que de haber recibido a tiempo las órdenes insurreccionales, no podían los trabajadores de cada pueblo haberse hecho dueños, casi sin lucha, del ayuntamiento, del cuartel defendido por unas cuantas parejas, y de las casas de los propietarios?».

Acusó con firmeza a los que habían boicoteado la revolución y ahora eran libres de andar por las calles con el consentimiento del gobierno. Terminó con un llamamiento a favor de la línea revolucionaria que se asociaba con Largo Caballero. En cuanto a la línea que defendían tanto Indalecio Prieto como Azaña de un frente electoral para trabajar por la conquista legal del aparato del Estado, le parecía hacer el juego a la burguesía. «¡Volver a la legalidad! Pero ¿es que a uno solo de vosotros le puede satisfacer la idea de volver a ser burlados o ametrallados por gobernadores burgueses? ¿Es que Barcarrota, Salvaleón, Villanueva de la Serena, Arroyo de San Serván y tantos y tantos nombres de la martirología proletaria, no se han escrito “dentro de la legalidad”? Y yo recuerdo, compañeros segadores, que “dentro de la legalidad” estábamos cuando, hace dos años, varios centenares de vosotros me clamaban su miseria a las puertas de Badajoz, cuando tres de los vuestros murieron de hambre, pese a esa legalidad y a esa democracia, que ahora algunos os pintan como si fuera un paraíso[124]». No es difícil ver cómo Margarita había llegado a esta idea por la impotencia de la República para mitigar la dura brutalidad de las relaciones sociales del día a día en el sur. Sin embargo, la línea más pragmática de Prieto tenía muchas más posibilidades de prosperar, mientras que la revolucionaria estaba llena de peligros, sobre todo porque sus militantes estaban más ocupados en una retórica provocadora que en una planificación práctica.

Durante su estancia en Rusia, Margarita escribió Por qué hicimos la revolución, un libro apasionado y vivo sobre las experiencias de la izquierda en la Segunda República. En lo que tenía que decir sobre los preliminares del conflicto social de 1934, la huelga de campesinos, la insurrección de octubre y sobre los sucesos de Asturias, era un libro bien documentado, perspicaz y escrito con su habitual claridad y pasión. En el análisis del fracaso de la revolución de 1934 y la defensa de un nuevo compromiso con la lucha armada, representaba un triunfo de una línea política sobre su propia experiencia. Parecía ignorar la batalla desigual con que se encontrarían los que proponían enfrentarse al aparato del Estado. Creía que existía un «plan revolucionario perfectamente establecido», cuando la realidad era que la revolución estaba planeada pésimamente y se llevó a cabo con indecisión en la mayoría de los lugares. Como consecuencia, acusó de la derrota a la traición catalana y la falta de una verdadera dirección revolucionaria[125]. Se refería a los moderados del partido. Sin embargo, sus críticas se volvieron contra ella y los otros «bolchevizantes». De hecho, los revolucionarios en potencia, con Francisco Largo Caballero a la cabeza, habían operado con la certeza de que la mera amenaza de la revolución haría entrar en razón a la derecha. Cuando llegó el momento elegido para la revolución —la llegada de la CEDA al gobierno el 6 de octubre de 1934—, Largo Caballero y Amaro del Rosal destacaron por sus dudas y su pasividad[126].

En su libro Margarita Nelken se refirió en concreto al ejemplo de Badajoz, donde creía que la superioridad numérica del campesinado desesperado era la base de un triunfo revolucionario. Declaró con valentía que el odio que había acumulado hacia sus explotadores debería haber llevado a los braceros sin tierra a la victoria. Las navajas y los aparejos agrícolas deberían haber bastado para derribar el yugo feudal. Atribuía el hecho de que no hubiera sido así a una dirección endeble. La necesidad de culpar a la dirección reformista del PSOE y de la UGT la llevó a ignorar la desmoralización de los campesinos sin tierra después de su derrota en la huelga de junio[127]. Sin embargo, unas pocas páginas más adelante acusó a la huelga de la cosecha de exponer al campesinado militante a palizas y encarcelamientos y, por consiguiente, de dejar la revolución agraria decapitada. Su análisis de por qué el movimiento revolucionario de octubre de 1934 había fracasado en movilizar a los campesinos sin tierra era sagaz y pertinente. En general, estaba criticando el reformismo socialdemócrata, aunque más concretamente censuraba a los que habían acometido tareas revolucionarias y habían fallado[128]. No dio nombres, pero sus palabras podrían haberse referido a Largo Caballero, a Amaro del Rosal, incluso a su amigo Ricardo Zabalza y a sí misma. De hecho, iban dirigidas a la dirección histórica besteirista de la Agrupación Socialista de Badajoz, a Narciso Vázquez y Anselmo Trejo[129]. Cuando fueron escritas, a finales de verano y principios de otoño de 1935, reflejaban las opiniones de las Juventudes Socialistas. En muchos aspectos, se hacían eco de un folleto escrito por los dirigentes procomunistas de la FJS, Santiago Carrillo, Amaro del Rosal y Carlos Hernández Zancajo en la cárcel después de los sucesos de octubre. Octubre-segunda etapa, como se le llamó, se convirtió en la biblia de los bolchevizantes[130]. Irónicamente, cuando se publicó Por qué hicimos la revolución en la primavera de 1936, el partido comunista ya había abandonado la línea revolucionaria y estaba comprometido con la política del Frente Popular de colaborar con los socialdemócratas reformistas y los liberales burgueses.

Sus opiniones sobre la importancia de la revolución del campesinado reflejaban su estancia en Rusia. Escribió: «En Rusia, la revolución empezó por dar la tierra a los campesinos para más tarde, cuando ello fuera posible, sin chocar intereses ni defraudar esperanzas, colectivizarla, y los campesinos comprendieron que aquella revolución era la suya».[131] Esto era, como mínimo, una visión ingenua de los procesos de colectivización forzosa de la Unión Soviética. La influencia de su estancia soviética se apreciaba también en los ataques al trotskismo y los esfuerzos por buscar paralelismos entre la revolución española y la rusa[132]. Ya había una tensión considerable entre Margarita y Julián Gorkin, del más o menos trotskista Bloc Obrer i Camperol (Bloque Obrero y Campesino). A principios de 1935, habían tenido un enfrentamiento en París en un comité formado por el partido socialista, su sindicato la UGT, el Partido Comunista de España y el BOC para ayudar a los refugiados políticos españoles. Más tarde, ese mismo año, Gorkin la acusó de ayudar a los comunistas a infiltrarse en las Juventudes Socialistas. Fue el comienzo de una hostilidad que perseguirá a Margarita durante años y Gorkin, un hombre con cierta malicia, finalmente se cobraría una venganza mezquina[133].

La apertura del período electoral abrió el camino para la vuelta de Margarita a España a principios de 1936. Habiendo abrazado firmemente, junto con Zabalza, la posición de Largo Caballero de que las dificultades de la República sólo podrían salvarse con la toma del poder socialista, se volvió cada vez más virulenta en sus críticas a sus colegas más reformistas. Antes de las elecciones del Frente Popular del 16 de febrero de 1936, había trabajado con la izquierda local de Badajoz para eliminar a los moderados. La candidatura del Frente Popular por Badajoz debería, sobre la base de los votos de la izquierda de las elecciones de 1933, haber consistido en ocho socialistas, dos republicanos y un comunista. En 1933 los socialistas habían obtenido 139 000 votos frente a los 8000 de los republicanos. Sin embargo, para excluir a los dos besteiristas (Narciso Vázquez, el pionero del socialismo en Extremadura, y Anselmo Trejo Gallardo), la izquierda local se aseguró de que la candidatura para las elecciones de 1936 consistiera sólo en seis socialistas, con dos puestos, uno para Izquierda Republicana y otro para Unión Republicana, y un comunista. La candidatura socialista incluía a tres miembros de la facción caballerista del PSOE, Ricardo Zabalza, Margarita Nelken y Nicolás de Pablo, y tres seguidores de Prieto, Juan Simeón Vidarte, José Aliseda Olivares y José Sosa Hormigo. Durante la campaña electoral, el compromiso apasionado de Margarita con la causa de los braceros le trajo problemas con su propio partido. El 17 de enero, mientras se dirigía a las Juventudes Caballeristas Socialistas en Badajoz, fue demasiado lejos al acusar a la cúpula socialista local de ser unos traidores. Como había insinuado en su libro Por qué hicimos la revolución, acusó a los reformistas del fracaso de la revolución de octubre de 1934. Repitió las acusaciones en un discurso virulento en Badajoz el 17 de mayo. La agrupación de Badajoz formuló una queja oficial contra ella en el comité ejecutivo del PSOE. Se dio por sentado que Margarita se refería a Narciso Vázquez y la Agrupación Socialista de Badajoz pidió que se la reprendiera y se la obligara a decir abiertamente contra quiénes iban dirigidos sus comentarios[134]. Con el partido nacional sumido en una amarga división interna, no se hizo nada.

El exilio en Rusia le había otorgado a Margarita una aureola de romanticismo revolucionario a los ojos de los campesinos oprimidos de Badajoz, quienes la adoraban. Tanto durante la campaña como después de que se la reeligiera con éxito como diputada por Badajoz, publicó una serie de artículos que describían la vida en Rusia en términos románticos y utópicos. El tema de uno de estos artículos, publicado en un periódico de los bolchevizantes del PSOE, Claridad, trataba de «la vida es buena y alegre en el campo soviético[135]».

De vuelta de Moscú en Madrid, Margarita daba la impresión —como había alegado Gorkin— de que estaba actuando en nombre del Comintern. Es igualmente probable que se dejara llevar por su propio entusiasmo por lo que había visto en Rusia. El 25 de marzo, pronunció un discurso sumamente revolucionario en el cine Europa de Madrid. Sus palabras contribuyeron a la seducción soviética de Francisco Largo Caballero. En un esfuerzo por adelantar la unificación de los partidos socialista y comunista, el Comintern se había dedicado a halagar la vanidad del serio sindicalista, llamándole «el Lenin español». Margarita contó —presumiblemente con la boca chica— que en la Unión Soviética: «Se exhibe y prodiga su retrato y se admira su labor. Allí se han traducido los discursos de nuestro camarada. Basta este solo hecho para que todo trabajador revolucionario y marxista sienta absoluta confianza hacia este camarada. Cuando tal cosa sucede es porque en Rusia se sabe que Largo Caballero está en la verdadera línea revolucionaria. Y todo aquel que se oponga a ella es contrarrevolucionario». Terminó con un ataque a las voces moderadas de los militantes veteranos del partido: «El sentimentalismo en la hora de la lucha es imperdonable. ¡Jóvenes!, no permitáis que ningún viejo se os oponga, alegando su antigüedad de militante. No tengáis respeto. Sed demoledores, inflexibles en vuestra crítica. Cada vez que un líder se levante, no os acordéis de lo que ha hecho, sino de lo que debe hacer».[136]

En abril de 1936 volvió por poco tiempo a la Unión Soviética. Durante el exilio, Magda se había casado con el joven ingeniero Adalberto Salas de Eguía, que había ayudado a Margarita a escapar de España en diciembre de 1934. Magda no había acompañado a su madre de vuelta a España porque estaba en la última fase de su embarazo. El 23 de marzo de 1936, Magda dio a luz una hija, llamada Margarita, conocida en la familia como Cuqui. Margarita deseaba haber estado con su hija durante el parto, pero como aquello era imposible debido a sus compromisos políticos en España, se apresuró a reunirse con ella cuanto antes. Estaba presente el 7 de abril, cuando se registró el nacimiento de Cuqui, cuyos testigos fueron Elena Stasova, la antigua secretaria de Lenin, y Tomás Sánchez Hernández, el agregado militar mejicano en Rusia. Con Cuqui en sus brazos, Tomás había provocado la risa general al decir: «Esta preciosidad de niña será mejicana, les guste o no. Ya verán».[137]

Después toda la familia emprendió un largo viaje de vuelta a España. Margarita se encontró de inmediato en lo más reñido de los conflictos dentro de su propio partido. Largo Caballero acababa de impedir al moderado Indalecio Prieto que formara gobierno y Margarita Nelken rápidamente clavó sus colores al mástil caballerista. Repitió la adulación al ego de Largo Caballero en el mitin de Badajoz el 17 de mayo: «¿Por qué tenemos que tener tal seguridad en la línea que nos traza Largo Caballero? Pues os lo voy a decir. Podemos tenerla porque hay un dato que es garantía plena de la justeza de esta línea política para el triunfo del proletariado. Es este: que en Rusia, en la Unión Soviética, en el único país del mundo que ha sabido emancipar a la clase trabajadora, y en donde se sabe calibrar a los guías de la clase trabajadora; en Rusia, se tiene por el camarada Largo Caballero la más viva estima y la más viva adhesión. Yo no sé cómo podría transmitiros la emoción que a mí me causó el ver en una de aquellas fiestas magníficas de aniversario en la plaza Roja de Moscú, que es el corazón vivo de la Unión Soviética… ver allí distribuirse entre la muchedumbre, que sabe lo que es una revolución, el retrato de Largo Caballero. Porque allí, en Rusia, se sabe quién es Largo Caballero como lo saben todos los trabajadores de España y que por lo tanto la línea que sigue es la verdadera».[138] Más tarde, Indalecio Prieto afirmó que la seducción de Largo Caballero —en la que Margarita sólo desempeñó un papel pequeño— fue una operación absolutamente cínica. De hecho, la vehemencia de Margarita parecía completamente sincera[139].

Cuando Margarita Nelken se había ido de España en el otoño de 1934, era la mujer más destacada y popular de la política española. Cuando volvió, Dolores Ibárruri, la Pasionaria, había ocupado ese lugar. En la ausencia de Margarita, Dolores se había convertido en la portavoz de las víctimas de la represión después de octubre. Margarita jamás podía aspirar, dentro del PSOE, al protagonismo del que disfrutaba Dolores dentro del PCE. Dolores no sólo formaba parte de la ejecutiva del partido, sino que su valor como mujer estaba ampliamente reconocido y explotado por el Comintern. Por el contrario, la mayoría de la jerarquía del PSOE recelaba de Margarita —no sólo por sus discursos incendiarios—. En la primavera de 1936 apoyó a Dolores Ibárruri en las Cortes al atacar a la derecha por la represión de Asturias. Esto las llevó a las dos, y a la Pasionaria en especial, a un conflicto —al que se le dio mucha publicidad— con el dirigente monárquico de los derechistas en las Cortes, José Calvo Sotelo. Aquellas confrontaciones se utilizaron más tarde para construir el mito franquista de que la Pasionaria había amenazado a Calvo Sotelo y, por tanto, había instigado a su asesinato. De hecho, Calvo Sotelo fue asesinado como represalia por el atentado a manos de pistoleros falangistas, el 12 de julio, de un oficial de izquierdas de la Guardia de Asalto republicana, el teniente José del Castillo. Del Castillo era el segundo nombre de una lista negra de oficiales prorepublicanos supuestamente diseñada por la ultraderechista Unión Militar Española, una asociación de oficiales conspiradores vinculada al partido de Calvo Sotelo, Renovación Española. El primer hombre de la lista, el capitán Carlos Faraudo, ya había sido asesinado por los falangistas el 7 de mayo. En las primeras horas del 13 de julio, los compañeros furiosos de Del Castillo decidieron vengar su muerte, por lo que secuestraron y mataron a Calvo Sotelo. Se trataba de una guerra prácticamente abierta. El asesinato decidió a los indecisos entre los generales que habían estado conspirando desde las elecciones, siendo el más destacado de ellos Francisco Franco. En cuatro días, estaría de camino desde su destino en las islas Canarias para dirigir el alzamiento militar en Marruecos y empezar la guerra civil española.

El grupo de guardias de asalto (la policía armada de la República) responsable del asesinato de José Calvo Sotelo fue dirigido por el amigo de Margarita Nelken, Fernando Condés Romero, por aquel entonces capitán de la Guardia Civil. Más tarde se insinuó que el apuesto oficial gallego de treinta y cinco años se había convertido en amante de Margarita Nelken. Se trataba del típico rumor de derechas anti-Nelken. Con cuarenta y dos años, todavía era muy atractiva y los mitos sobre sus costumbres sexuales aún abundaban. De hecho, como militante del PSOE, Condés era simplemente amigo de Margarita y de su marido, Martín. Después de que se cometiera el crimen, pensó en refugiarse en la casa de Margarita y Martín, pero dado que su amistad era pública, lo desestimó[140]. Condés fue muerto el 30 de julio de 1936, poco después del comienzo de la guerra civil, y en su entierro Margarita pronunció unas palabras de elogio. Años más tarde, escribió recordándole «con emocionado e imperecedero cariño». En su piso de México guardaba una fotografía de él, de pie delante de una bandera republicana. Dio la casualidad de que conocía a otro miembro de la escuadra que había asesinado a Calvo Sotelo. José del Rey Hernández, un militante de las Juventudes Socialistas, había sido el oficial designado como guardaespaldas de Margarita[141].

El 18 de julio, cuando llegó a Madrid la noticia de que el golpe militar se había extendido desde el norte de África hasta el sur de la Península, el gobierno dudó en tomar el terrible paso de armar a los trabajadores. Margarita Nelken llegó a realizarse por completo. Creía hasta la médula en el argumento de Largo Caballero de que el alzamiento fascista sería derrotado por los trabajadores y de que abriría el camino a una revolución. Mientras Largo Caballero, a su manera puritana, se negó a cambiar su rutina diaria por la crisis y declaró que cogería el tranvía para ir a trabajar a la misma hora que siempre, Margarita se decidió a actuar: dirigió una delegación desde la Casa del Pueblo al arsenal de artillería, donde convenció al oficial encargado, el teniente coronel Rodrigo Gil, militante del PSOE, de que entregara 5000 fusiles[142]. Estaba furiosa por los intentos inútiles, que se hicieron a lo largo del día, para llegar a un acuerdo con los militares rebeldes, quienes rechazaron con desdén cualquier clase de compromiso. También estaba indignada porque, en un intento de apaciguar a los generales y a las potencias occidentales, se había formado un gobierno de liberales republicanos grises a cargo del catedrático de química José Giral[143]. El esfuerzo real por evitar que triunfaran los militares no estaba en los despachos del gobierno, sino en las calles de Madrid y Barcelona, así como en las sierras del norte de la capital. Margarita era incansable, corriendo de aquí para allá en Madrid, tratando de poner las cosas en marcha, acosando a los ministros, arengando a grupos de trabajadores y aconsejando sobre la formación de comités revolucionarios. Cuando se enteró de que Santiago, su hijo de quince años, se había unido a un grupo de milicianos para luchar en el rechazo de las unidades de soldados rebeldes y los falangistas del norte, sus sentimientos eran una mezcla desgarradora de orgullo por su valentía y su postura política, y del terror gélido de una madre al pensar en los peligros con los que se enfrentaba su hijo.

Mientras que el alzamiento fue derrotado por los trabajadores en Madrid y en Barcelona, en otras partes triunfó —en Marruecos, en las provincias agrarias y católicas de Castilla la Vieja, y en las principales ciudades del sur como Sevilla, Cádiz y Granada—. En cuestión de días Franco se había asegurado la ayuda incondicional de Hitler y Mussolini. A finales de julio, llegaron sus aviones para empezar a transportar al implacable ejército a través del estrecho de Gibraltar. A principios de agosto Franco reunió columnas compuestas de la brutal Legión Extranjera y los mercenarios moros de los Regulares Indígenas. Atravesaron, desgarrándola, la provincia de Sevilla y entraron en Extremadura con una estela de sangre a sus espaldas. Se formaron milicias en un intento vano aunque heroico de detener su avance. Representantes de la FNTT llegaron de las provincias del sur a Madrid y buscaron a Margarita Nelken en la sede socialista, convencidos de que sólo ella podría conseguirles armas. En su libro sobre el fracaso de la revolución de 1934, Margarita había expresado su optimismo ingenuo de que, con una dirección adecuada, los campesinos desarmados podrían hacerse con el poder. Ahora sus opiniones iban a pasar por una prueba mucho mayor, puesto que los campesinos, armados con viejas escopetas, útiles del campo y unos cuantos fusiles, iban a tener que enfrentarse con las feroces columnas africanas que subían desde Sevilla[144]. Uno de los batallones formados en aquel momento en Extremadura llevaba el nombre de Margarita Nelken; otro que también asumió su nombre, de cuyos voluntarios el 70 por ciento eran universitarios, desempeñaría un papel heroico en la defensa de Madrid[145].

Mérida cayó el 10 de agosto y fue testigo de la represión más feroz. Poco después de la caída de la ciudad, mostrando un valor extraordinario, Margarita fue a Extremadura, junto con algunos diputados parlamentarios. Sus esfuerzos por rechazar el avance de los africanistas fueron en vano. Deleitándose con el paso de la Legión, el periodista franquista Manuel Sánchez del Arco escribió que cerca de Mérida había aparecido «la meteca Margarita Nelken, cuyo nombre solo es un oprobio para el régimen que la invistió de representación parlamentaria. […] el quebranto sufrido por los rojos en presencia de la amazona judía señora Nelken, que puede ir buscando otra patria a la que traicionar también, como traicionó a esta Patria española, en la que ha actuado al servicio de Rusia, vertiendo veneno entre esos hombres de Extremadura, hoy en rebelión por culpa de sus predicaciones marxistas[146]». Margarita estaba afligida como cualquier otra persona por la carnicería de campesinos en el sur, y también por las emisiones de radio obscenas que pronunciaba el general rebelde Gonzalo Queipo de Llano desde Sevilla. Todas las noches, Queipo de Llano se recreaba en las hazañas de las columnas y se regocijaba en las violaciones de mujeres de izquierdas y los asesinatos de sus maridos. En un esfuerzo por contrarrestar el efecto desmoralizador de Queipo, Margarita hizo una emisión conmovedora desde el Ministerio de la Guerra el 27 de agosto.

El discurso fue publicado por la FNTT, y, a modo de prólogo, llevaba un elogio por parte del comité ejecutivo de la identificación de Margarita con las desgracias de los trabajadores de la tierra de Extremadura. A diferencia de las despectivas referencias de derechas al timbre de su voz, la FNTT la describió como «tierna y dulce cuando se dirige a los campesinos, dura y acerada como un escalpelo de disección cuando anatemiza a los que han sido siempre los opresores brutales del pueblo». En la presentación del discurso de Margarita, Manuel Márquez Sánchez, tesorero de la FNTT y extremeño, habló del sentimiento maternal con el que se había tomado a pecho las injusticias, las miserias y las calamidades que sufrían a diario los campesinos sin tierra[147]. Margarita aseguró que, al haber sufrido la brutalidad de la vida bajo los latifundistas, los campesinos sin tierra habían comprendido instintivamente cómo sería el futuro en el caso de una victoria de derechas en la guerra. Señaló que los alardes crueles del general Queipo de Llano en sus sórdidas emisiones de radio nocturnas no tendrían la capacidad de sorprender a los campesinos, acostumbrados a la tosquedad de sus amos. La tierra dedicada a reservas de caza y a la cría de toros de lidia garantizaba el desempleo de los campesinos y de sus familias, que se veían forzados a vivir en condiciones cercanas a la inanición.

Con una inversión irónica del discurso del general Sanjurjo, que la acusaba de los sucesos de Asturias y comparaba a los campesinos sin tierra con las tribus marroquíes, Margarita declaró: «Cuando, para remate del inri que han puesto a su patriotismo de guardarropía, los señoritos del campo andaluz quisieron arrojar sobre Extremadura, como baluarte de su patria y de su religión, a los mercenarios del Tercio, escoria de todas las naciones, y a los rifeños mahometanos, se olvidaron de que bastaba, para cerrar el paso a esa ola de barbarie, con la experiencia secular de los campesinos. No; a estos no había de engañárseles: ellos sabían bien cuáles eran los enemigos. El rifeño y el legionario; el oficial felón, cuyos timbres de gloria se llaman Annual, Monte Arruit, matanzas y suplicios de mineros asturianos, negocios impunes de la Dictadura, eran, para los campesinos del sur, apoyo clásico y natural del amo del latifundio, el de los jornales de hambre y las jornadas de sol a sol». Hablando de manera conmovedora sobre las desgracias de las madres y de los niños que habían escapado al avance de las columnas africanas, ensalzó el valor de los hombres que se habían quedado para luchar[148].

En los primeros días de la guerra Margarita se convirtió en una defensora entusiasta del recién creado V Regimiento, una de las formaciones milicianas más profesionales y eficaces. Respondiendo a la invitación de Vittorio Vidali, un representante del Comintern conocido también como Carlos Contreras, habló en nombre del PSOE en una ceremonia celebrada en el cuartel general del V Regimiento[149]. A partir de ese momento defendió la creación de un ejército completamente profesional de la República en la línea del V Regimiento. Cuando el 27 de agosto cayeron las primeras bombas nacionales en Madrid, se unió con Luis Araquistain para pedir la dimisión del gobierno republicano de José Giral[150]. En la tercera semana de agosto fue también a Toledo para levantar la moral de los milicianos que luchaban en un asedio obstinado a los militares rebeldes que se habían refugiado dentro de la gran fortaleza que dominaba a la ciudad, el Alcázar. Pasó algún tiempo con la Compañía Teniente Castillo, llamada así en honor al guardia de asalto José del Castillo, asesinado por derechistas el 12 de julio. Esta unidad estaba bajo el mando del que fuera guardaespaldas suyo, y ahora capitán, José del Rey[151]. Más tarde se afirmó que fue ella la primera en pedir que se utilizara a los mineros de Asturias para intentar volar la fortaleza, lo cual era absurdo[152]. Margarita lo negó con vehemencia y, desde luego, de manera convincente, señalando que su preocupación por los tesoros artísticos de Toledo jamás le hubiera permitido aprobar semejante medida. De hecho, la sugerencia de minar el Alcázar provenía del ministro de Obras Públicas, Julio Just. La decisión se tomó, después de una investigación militar especializada, en una reunión del gobierno[153].

De hecho, acudió al Alcázar en varias ocasiones, tanto para animar a los sitiadores como para intentar llevar mensajes de apoyo a los rehenes que había apresado la guarnición sitiada. Apretada contra el muro, intentó alcanzar una ventana mientras un anarquista armado con una granada la agarraba para evitar cualquier intento de capturarla. Sin duda también la impulsaba la necesidad imperiosa de proteger el legado artístico de la ciudad, una numerosa colección de trabajos de El Greco y de otros grandes maestros. El distinguido historiador francés Elie Faure la acompañó en una visita. A medida que las columnas africanas de Franco se acercaban rápidamente a la ciudad, en la última semana de septiembre Largo Caballero le encargó una misión peligrosa. Tenía que organizar el traslado de las obras de arte de la catedral de Toledo a los sótanos del Banco de España: «Lo traje en un camión conducido por unos compañeros. Yo iba detrás en un auto. Y para evitar asaltos en el camino, procuramos que aquello pareciera un transporte sin importancia. Claro que el viaje fue de una tensión terrible hasta que llegamos a Madrid».[154]

A lo largo de agosto y septiembre, Margarita era una fuente inagotable de energía. Hacía visitas diarias al frente para subir la moral de los milicianos. En Madrid organizó una campaña para animar a las mujeres a hacer jerséis para los soldados y conseguir la lana necesaria. Insistía una y otra vez a los proveedores para asegurarse de que las unidades de la línea de frente tuvieran comida, mantas y ropa. Pronunció innumerables discursos y escribía con regularidad en los periódicos; sus artículos eran denuncias enérgicas del fascismo y el derrotismo. En este sentido fue especialmente mordaz en sus críticas a la huida del filósofo José Ortega y Gasset y a la del biógrafo doctor Gregorio Marañón. Aplaudió la confiscación de los lugares preferidos de los ricos, inaugurando ella misma el centro recreativo de las Juventudes Socialistas, que se creó en el lujoso Club de Campo de Madrid. En varias ocasiones habló en conciertos populares de música rusa, que se organizaban para levantar la moral en teatros requisados. Era una visitante asidua de los hospitales, a los que acudía para hablar con los heridos y tratar de calmar sus temores sobre la llegada de las columnas nacionales cada vez más próximas[155].

Toledo cayó el 27 de septiembre y Franco retrasó su avance mientras aseguraba su ascenso a jefe supremo militar y político de los rebeldes. No obstante, a principios de noviembre, las columnas africanas del general Varela se estaban acercando a Madrid. Los rumores de que el gobierno estaba a punto de abandonar la capital a su suerte y de huir a Valencia estaban provocando el pánico. A Margarita Nelken se le pidió que fuera infundir ánimo a los defensores de la ciudad en Carabanchel, en las afueras al sur. Se dirigió a la multitud hasta quedarse ronca. De vuelta al Ministerio de Guerra a las 2 de la tarde, pidió que un ministro del Gobierno regresara con ella a Carabanchel. Tuvo una discusión con el subsecretario de la Presidencia del Consejo, el lugarteniente de Largo Caballero, Rodolfo Llopis, que insistió en que el Gobierno estaba reunido en consejo y no podía ser interrumpido. Les hizo llegar el mensaje de que irrumpiría en la reunión del Gobierno si no salía un ministro. Julio Álvarez del Vayo, el ministro de Estado y Ángel Galarza, el ministro de la Gobernación, salieron y le dijeron que no había ningún ministro disponible y le rogaron que volviera a Carabanchel sola. Así hizo. Mientras ella estaba allí, a primeras horas de la tarde, el gobierno abandonó Madrid y huyó a Valencia. Cuando regresó al Ministerio a las ocho, lo encontró desierto a excepción de unos pocos funcionarios. Entre pasillos vacíos, dejaron al general José Miaja para que organizara la Junta de Defensa de Madrid y la defensa de la ciudad. Margarita Nelken se convirtió en una de sus colaboradoras más enérgicas[156].

El desaliñado general Miaja le pidió su ayuda para mantener la moral en la ciudad aterrorizada[157]. Entre las muchas ansiedades de los defensores de la capital acosada, se temía que, muchos oficiales del ejército nacionalista encarcelados encontraran una forma de hacer realidad las repetidas amenazas del general Mola respecto a su «quinta columna» en Madrid. En las primeras horas de la mañana del 7 de noviembre, Margarita Nelken fue a ver al director general de Seguridad, Manuel Muñoz Martínez. De su conversación solamente se sabe que ella le dijo: «El gobierno ha abandonado Madrid y aquí no hay más autoridad que la de usted; usted es quien debe regir los destinos de todos». Esta visita de Margarita a Muñoz fue más tarde la base de acusaciones de que había ido para conseguir documentos autorizando al director de la cárcel Modelo a entregar a estos prisioneros para su evacuación y, por lo tanto, tuvo alguna responsabilidad de que, poco después, a estos derechistas se les sacó de la cárcel y se les mató. De hecho, no hay indicio alguno que vincule a Margarita Nelken con este crimen horrendo, salvo su visita a Muñoz. No se sabe quién emitiese las órdenes para que ella fuera allí. Lo que sí se sabe es que había mucha ansiedad en la sede del PSOE respecto a la seguridad de estos presos frente a una posible actuación de elementos incontrolados y es igualmente posible que se le había enviado a Margarita Nelken para comprobar la fiabilidad de Muñoz e incluso iniciar los trámites para la evacuación de los presos para así evitar una atrociedad con la que mancillaría la causa republicana. La responsabilidad del eventual destino de los presos estriba en otra parte[158].

La desaparición del gobierno había horrorizado a los defensores de la ciudad. Margarita habló por la radio en la mañana del 7 de noviembre, exhortando a toda la ciudad a que interviniera en el rechazo de los agresores. De hecho, Miaja probablemente se sentía complacido de encontrar algún quehacer para Margarita. Quizá al sentirse humillada porque no se le hubiera ofrecido un puesto en el gobierno de Largo Caballero ni en la junta de defensa que dejaba, había asediado el despacho del delegado de Orden Público, Santiago Carrillo. Iba a verle «incluso en las horas más absurdas». «Venía acompañada siempre por un guardia de asalto que actuaba como su escolta y que daba origen —estoy convencido de que injustificadamente— a salaces comentarios». De hecho, por aquel entonces Margarita había perdido toda fe en Largo Caballero, descubriendo el vacío de su retórica revolucionaria. Su indignación ante la evacuación indigna del ejecutivo a Valencia la había sobrepasado y ahora defendía la creación de un nuevo gobierno de concentración nacional que estuviera basado en la Junta de Defensa. Como señaló Carrillo, para esto se hubiera necesitado un golpe de Estado. Le dijo a Carrillo que hablaba en nombre del cuerpo de los guardias de asalto, que estaba dispuesto a apoyar su iniciativa. Era comprensible que, convencida de que podía contribuir con algo positivo, también asediara el despacho de Miaja. Este militar de mediana edad se sintió inmensamente halagado con sus atenciones y sus insinuaciones de que él debería presidir la supuesta coalición. Carrillo protestó a Miaja sobre las intrigas de Margarita, por lo que el general buscó una vía por la cual canalizar su energía turbulenta. Carrillo se quedó satisfecho con la decisión de Miaja. Margarita trabajó duramente, pronunciando arengas en el frente (en la Ciudad Universitaria de Madrid), visitando hospitales, y dedicándose en cuerpo y alma al Ministerio del Estado, recibiendo y tratando con delegaciones extranjeras[159].

La defensa de Madrid fue, como para muchos otros, el momento más espléndido de Margarita Nelken. Podía haber huido fácilmente. Como diputada parlamentaria y escritora de renombre, se la podía haber evacuado a Valencia, pero se quedó en la ciudad sitiada. Emulando los grandes esfuerzos de propaganda de la Pasionaria, se volcó en la tarea, hablando a las milicias de la sierra de Guadarrama y de Somosierra o de los puestos avanzados de defensa en la Ciudad Universitaria[160]. Si hemos de creer a uno de los admiradores, la situación extrema del asedio de Madrid había visto a los revolucionarios frenéticos relevados por una persona mucho más madura: «Ni alta ni baja, ni guapa ni fea, vestida con sencillez. De ademanes reposados, de voz pastosa. Miope, cuando se lleva los impertinentes a los ojos su mirada se hace profunda e inquisitiva, y su interlocutor se siente calado hasta lo más hondo del espíritu. Pregunta, indaga, aconseja, se indigna y sonríe a los muchachos que salen para el frente. Manda telegramas a Valencia y a Albacete, apremiantes. Inflama el corazón de las mujeres para, llegado el caso, sean feroces combatientes contra los moros o los “caballeros” del Tercio. Las invita a que estimulen, exijan o maltraten de palabra a los reacios, a los dudosos, a los que no estén a la altura de las circunstancias. Cuando fustiga a los ineptos o a los cobardes, lo hace con frases en las que el sarcasmo y la ironía taladran las reputaciones más falsamente labradas[161]».

Habló por la radio para desmentir los rumores que había propagado la quinta columna de que la capital estaba minada y el suministro de agua había sido envenenado. Su ardiente arenga contribuyó en gran medida a fortalecer el ánimo[162]. Diez días más tarde, el 17 de noviembre, la quinta columna franquista propagó con entusiasmo rumores de que los moros habían penetrado hasta el elegante paseo de Rosales, con vistas a la Casa de Campo, el gran parque real del oeste de la ciudad. Margarita Nelken y Federica Montseny fueron a verlo por sí mismas. De vuelta en el cuartel general de Miaja, cada una pronunció un discurso radiofónico a los trabajadores de Madrid. Margarita declaró en un discurso entusiasta: «Vengo a daros mi palabra de militante socialista de que Madrid no sólo no está tomado y no lo estará, sino que está magníficamente defendido. Cada uno en su puesto y todos decididos a defenderlo, si es preciso hasta la última gota de sangre […] A la misma hora en que lenguas malintencionadas o inconscientemente torpes, propalaban que había fuerzas enemigas nada menos que por Rosales, por Rosales estábamos Federica Montseny y quien ahora os dirige la palabra, y a la misma hora en que las radios enemigas… decían que por haber entrado fuerzas enemigas en Madrid, en muchas casas enarbolaban banderas blancas, a la misma hora yo puedo aseguraros que sólo se veían por Madrid banderas tricolores, que son el emblema nacional, banderas rojas y banderas rojinegras, que dicen de la esperanza del proletariado del mundo en un porvenir de mayor justicia y mayor bondad».[163] Durante los meses de asedio de Madrid, Margarita permaneció en la capital. Dormía en una cama de campaña en los sótanos del Ministerio de la Guerra. Siempre que las tropas se retiraban, Miaja las mandaba a ella y a Federica Montseny para infundir ánimo e intimidar a las tropas para que volvieran al frente[164].

Para una mujer de su energía e impetuosidad, el que el partido socialista no le diera una función de mayor responsabilidad fue especialmente doloroso. No obstante, tal vez no debería haberse sorprendido. Para la vieja guardia un tanto formal, Margarita Nelken era un estorbo embarazoso. No le habían perdonado su participación en el proceso que había supuesto que personajes locales «históricos» perdieran sus puestos en la lista electoral de Badajoz en febrero de 1936[165]. Por encima de todo, en un partido socialista patriarcal, se trataba de una mujer que no sabía cuál debía ser su sitio. Simplemente no había cargos altos para las mujeres en el PSOE. Federica Montseny, que se unió al gobierno de Largo Caballero el 4 de noviembre de 1936 como representante de la anarcosindicalista Confederación Nacional del Trabajo, entendía el problema demasiado bien. Se refirió a «los que, como Largo Caballero, se oponían tajantemente a la intervención de la mujer en la vida política». «A mí, cuando entré en el primer Consejo de Ministros, me miraban de reojo. Después creo que, poco a poco, fui venciendo esa desconfianza y hasta hostilidad, pero en la mentalidad de los hombres de la época existía mucha reserva y un rechazo total a la intervención de la mujer y, como Margarita Nelken, la Pasionaria o yo misma, aparecíamos tanto en primera fila, todo eso creaba una especia de clima especial, bastante enrarecido».[166] De las tres, Margarita Nelken fue la que se enfrentó con más problemas. Dolores Ibárruri tenía cualidades excepcionales, pero había llegado a lo más alto del partido comunista cuando había poca competitividad y contando con el apoyo crucial de los representantes del Comintern. El movimiento anarcosindicalista, no carente de una actitud de superioridad con respecto a las mujeres, era lo bastante liberal para absorber el protagonismo de Federica Montseny. El partido socialista, por el contrario, nunca encontró un puesto de importancia para ninguna de sus mujeres veteranas, ya fuera Margarita Nelken, María Lejárraga de Martínez Sierra, Isabel de Palencia o Matilde de la Torre.

No obstante, durante el asedio de Madrid, Margarita Nelken trabajó de forma incansable para el Ministerio de la Guerra, aunque no tuviera un puesto oficial —viviendo de su sueldo como diputada parlamentaria y de sus escritos—. Al haberse unido al Estado Mayor del general Miaja, trabajó durante multitud de horas, tratando de compensar el goteo constante de oficiales desertores. Criticó con acritud la conducta de Largo Caballero, tachándola de torpe y culpándola de tomar decisiones precipitadas. Según el director de El Socialista, el moderado Julián Zugazagoitia, los que fueron blanco de las deficiencias que resaltaba rumoreaban con malicia que estaba enfadada porque no la habían mandado como embajadora a Moscú: «Inteligente y sutil como es, no había alcanzado a darse cuenta de la desestimación en que la tenían sus compañeros de línea revolucionaria». El hecho de que no le dieran ningún puesto oficial en el gobierno finalmente le hizo ver que se trataba de esto. Según Zugazagoitia, su resentimiento porque la gente que despreciaba en secreto la tratara así, la llevó a vengarse con su sarcasmo. Estaba especialmente dolida porque no la habían nombrado miembro de la junta de defensa de Madrid. Zugazagoitia era uno de los socialistas más inteligentes y razonables y, como Margarita Nelken, se había quedado con valentía para ayudar en la defensa de Madrid. Como aliado incondicional de Indalecio Prieto, se había visto sometido a críticas feroces en la primavera de 1936 por parte de los «bolchevizantes» del PSOE, con los que asociaba a Margarita. Así pues, esto imbuía de resentimiento su opinión, hasta el punto de llevarle a dar por sentado que las críticas de Margarita se debían a una ambición personal frustrada, cuando en realidad procedían de la indignación ante los defectos del esfuerzo bélico de Largo Caballero[167]. Margarita le visitó en su despacho a mediados de noviembre y se quejó de que Largo Caballero era responsable del caos total del Ministerio de la Guerra y de que los comunistas estuvieran llenando el vacío. Manuel Albar, uno de los colegas de Zugazagoitia, reveló detalles sobre las actitudes del partido socialista cuando comentó una vez que se había ido: «Tiene razón en mucho de lo que dice, pero le falta la autoridad moral para decirlo».

Margarita estaba lo bastante furiosa por la situación como para viajar a Valencia para exponer los mismos argumentos al propio primer ministro. Le dijo que era la única socialista en el Ministerio de la Guerra que trataba de hacer algo sobre la absoluta desorganización y que defendía al PSOE del avance de la influencia comunista. Pidió que mandara desde Valencia a algunos altos cargos que se habían dado tanta prisa en abandonar Madrid. Largo Caballero no se tomó a bien las quejas sobre la ineficacia de Madrid, menos aún cuando provenían de Margarita Nelken. No tenía intención de darle ninguna autoridad ni enviar a nadie. Fue la gota que colmó el vaso y que hizo reaccionar a Margarita. Unos días más tarde, Mundo Obrero publicaba la noticia de que se había unido al partido comunista. Zugazagoitia afirmó estar perplejo ante la impetuosidad de la decisión, que se producía tan poco tiempo después de las diatribas recientes contra los comunistas. Comentó que «el desenlace me produjo un cierto regocijo». Saboreó la salida del partido socialista de alguien que nunca había mostrado interés alguno en remediar las divisiones internas del partido y pronto sufriría los molestos rigores de la disciplina férrea del partido comunista. Santiago Carrillo, delegado de Orden Público en la junta de Madrid, también se sorprendió de este cambio, aunque pronto la consideraría «una militante activa y bastante disciplinada[168]».

Sin duda la decisión de cambiar de partido estaba motivada por un sentimiento de que su propio partido no apreciaba su talento, pero también por la preocupación genuina, que sentía profundamente, de que Largo Caballero era incapaz de organizar el esfuerzo bélico debidamente (puede que fuera porque Largo Caballero la tratara en la fatídica visita con la brusquedad por la que era conocido). Sin embargo, también había un elemento de envidia comprensible ante la aclamación popular de la que disfrutaba Dolores Ibárruri. «Cumplido con ese deber, me volveré a Madrid, a correr la suerte de los milicianos, que no soy de las que se retratan mucho, simulando que han estado en la primera línea, cuando la verdad es que no han pasado nunca de retaguardia». Zugazagoitia, aunque como socialista moderado a cierta distancia de la Pasionaria, comentó que la popularidad de Dolores procedía de su inteligencia y heroísmo, de la valentía inquebrantable con que había aspirado a sus ideales políticos a pesar de dificultades personales inmensas, además de su simple simpatía[169].

La anarcosindicalista ministra de Sanidad Federica Montseny comentó: «Quizá esperaba ocupar [en PCE] el lugar que le correspondía por sus méritos, infinitamente superiores, intelectualmente hablando, a los de Dolores Ibárruri. Pero la plaza estaba tomada y la Pasionaria la defendió con uñas y dientes. Margarita quedó en segundo término, perdiendo el prestigio que tenía en el partido socialista, sin conseguir ser figura influyente en el comunista. Fue un error que pagó caro».[170] De hecho, el cambio se produjo en un momento inoportuno para el partido comunista. Sin estar al tanto de que ya se había producido, el Comintern dio instrucciones a los comunistas españoles de que se abstuvieran de reclutar a socialistas conocidos, dando el nombre concreto de Margarita Nelken, por temor a levantar las sospechas de Largo Caballero[171]. Cuando llegó el telegrama de Moscú, era demasiado tarde. La afiliación de Margarita se había anunciado públicamente. Ya no había vuelta atrás. Sin embargo, el temor del Comintern de alienar a Largo Caballero no hizo nada por ayuda a sus vicisitudes dentro del partido.

Tras su regreso del encuentro fútil con el primer ministro, Miaja la puso a cargo del traslado de los archivos y del material del Ministerio de la Guerra a Valencia. Temiendo que el enemigo llegara en cualquier momento, el personal vació frenéticamente los archivadores y empaquetó los papeles en cajas. Su nerviosismo se acentuó con el gesto ceñudo de Margarita, que les miraba fijamente y con recelo, intentando descubrir quiénes eran los traidores. Dada la naturaleza desesperada de la situación, estaba demasiado impaciente para tener en cuenta las sensibilidades de los que increpaba con sus ásperos comentarios. Hubo quejas de que les había machacado la moral ya endeble. El corresponsal de El Socialista en el ministerio telefoneó a Zugazagoitia: «Director, haga que se lleven a Margarita de aquí o acabaremos por tener un disgusto. Está cometiendo unas incorrecciones que nos pueden costar caras. No encuentro a nadie que no diga perrerías de ella. Empiezan a sospechar que es una espía». No obstante, la persona más relevante en este asunto, el general Miaja, que era el responsable de la defensa de la ciudad, estaba contentísimo de contar con la energía de Margarita[172].

Por su dominio de lenguas, se valían de ella para relacionarse con extranjeros importantes. En las primeras fases del asedio a la capital, llevó a George Ogilvie Forbes, el encargado de negocios británico, para ver los cuerpos desgarrados de los niños, las mujeres y los ancianos después del bombardeo italiano y el ametrallamiento de un barrio a las afueras de Madrid[173]. En algunas ocasiones su indignación incontenida ante semejantes atrocidades molestaron a los visitantes más conservadores. A finales de noviembre de 1936, la asignaron para que recibiera a un grupo de diputados ingleses, tres conservadores, un liberal y dos laboristas, que de hecho estaban en una misión de investigación. Les instó a que vieran la situación en España sin prejuicios y que informaran de lo que vieran al pueblo británico[174]. En un relato retrospectivo bastante agrio, el periodista inglés Henry Buckley escribió: «La elección de su cicerone en la persona de Margarita Nelken fue especialmente desafortunada, pues era una mujer indómita e intransigente, una especie de lady Astor al revés, diputada durante muchos años y siempre dispuesta a criticar y atacar. El partido socialista se sintió aliviado cuando se fue después de una discusión virulenta y al partido comunista le pareció una nueva recluta turbulenta. Sin embargo, sus formas inflexibles y su franqueza la hicieron útil en algunas situaciones. Esta no fue una de ellas. Estaba decidida a mostrarles a los diputados el daño que se había hecho en Madrid y literalmente les llevó de la oreja y los arrastró de una casa destrozada a otra hasta que le pidieron clemencia».[175] Por supuesto, nada de esto ni siquiera se insinuó en las declaraciones públicas de los diputados, cuya concienciación sobre las desgracias del pueblo de Madrid indicaba más bien que Margarita Nelken había hecho un buen trabajo[176]. Más adelante, en plena guerra, acompañó a Pandit Nehru en su visita a la España republicana[177].

El cuartel general de Miaja, y su residencia privada, estaban en los sótanos del edificio en que se encontraba el Ministerio de Hacienda, en la calle Alcalá. Margarita también pasó allí muchas noches, durmiendo en una cama de campaña. Los sótanos profundos se habían elegido como refugio adecuado contra los continuos bombardeos aéreos y de artillería sobre Madrid. Entrada la noche, cuando la turbulencia del día parecía calmarse, Miaja se relajaba con los altos cargos, sus periodistas predilectos y los visitantes políticos. Se rumoreaba que se celebraban orgías desenfrenadas, pero el sibaritismo no iba más allá de cenas con buenas dosis de alcohol, en las que la vitalidad y el sentido del humor legendarios de Margarita ayudaban a mantener la moral. El vino se pagaba mediante un curioso sistema de «multas antieróticas». Cada vez que un miembro de la compañía era culpable de un doble sentido o de una indirecta sexual, le multaban con cinco pesetas (lo que costaban dos botellas de buen vino). Margarita Nelken era siempre la persona que acababa pagando más. Uno de los asiduos, el periodista comunista Eusebio Cimorra, dio un ejemplo: «Margarita decía “Madrid nunca la tomarán al asalto”. Cimorra enseguida gritaba: “¡En guardia, en guardia!”. Y como todos conocían la debilidad de Margarita Nelken por el cuerpo de guardias de asalto, se la ponía una multa antierótica. Margarita reía también[178]».

A finales de noviembre de 1936, el ataque de Franco sobre Madrid había sido rechazado con un coste inmenso. Ahora estaba concentrado en intentar cerrar el cerco alrededor de la ciudad y en cortar la línea salvavidas con Valencia. La situación seguía siendo desesperada, y uno de los mayores problemas era el influjo masivo de refugiados de las zonas ocupadas por los nacionales. Alimentar y alojar a los muchos miles de mujeres y niños era una preocupación constante. Margarita trabajó a un ritmo frenético. El compromiso de toda la vida con la beneficencia infantil, y su conocimiento directo, del que se habían inspirado La condición social de la mujer en España y su propio centro de asistencia infantil, habían encontrado una salida. Una semana después del comienzo de la guerra, el sindicato socialista UGT requisó una gran clínica de reposo anticuada, lúgubre e infrautilizada que pertenecía a una orden de monjas. Con la ayuda y los consejos de Margarita, se convirtió en el Hogar Infantil del V Regimiento. Después de reorganizarlo, redecorarlo y dotarlo con material médico moderno, se convirtió en una fundación modélica que alojaba a 300 niños de mujeres y hombres que prestaban un servicio activo en el frente[179].

Margarita desempeñó un papel activo en la jefatura de la organización principal de mujeres de la República, la Unión de Mujeres Antifascistas Españolas. A medida que iba progresando la guerra, evolucionó hasta llegar a ser la organización de protección social principal, con actividades que comprendían desde la provisión de alimentos y ropa en el frente hasta el cuidado de niños, ancianos y refugiados en la retaguardia. Con los conocimientos de Margarita Nelken en estos campos, fue inevitable que contaran con ella para acometer este trabajo. A principios de la guerra, había hablado por radio a las mujeres de Madrid, pidiéndoles que superaran el horror de ver a sus hijos armados y llevados a la guerra. A principios de 1937, acometió la dolorosa tarea de convencer a las madres de que sus hijos fueran evacuados de la capital y, a ser posible, que fueran con ellos. Lo hizo con su vehemencia habitual, aunque su propia experiencia materna se apreciaba en sus palabras: «¡Ah, no! A mí no me ha dado pena ninguna de las madres que clamaban con un desgarro de bestias heridas la pérdida o el sufrimiento de sus hijos. Es más: yo les hubiera metido a puñetazos su dolor en el cuerpo, ese dolor que no supieron, que no quisieron evitar… ¿Con qué derecho, vamos a ver, con qué derecho disponéis de la suerte, del riesgo y de la vida de vuestros pequeños, vosotras que sois de ellos, y que al echarlos al mundo contrajisteis el sagrado deber de ser siempre, ante todo y por encima de todo, su amparo, su resguardo, su seguridad…? ¿Que os duele abandonar el compañero? No son momentos para equiparar dolores; pero no lo hay, no puede haberle mayor que el de pasar ante el cuerpo exánime de un chiquitín y saber que “aquello” se podía haber evitado… Sí, mujer; enfréntate de una vez con la realidad. Date cuenta. Aquí en Madrid estáis, tú y tus pequeños, en el campo de batalla; la guerra no es cosa de juego, ni siquiera de serenidad; con serenidad y con valor se puede también recibir una bomba… Enfréntate con la realidad, mujer, como si hubiera fuego en tu casa: coge a tus chiquitines en tus brazos, apriétalos contra tu pecho, que los sustentó y, sin mirar hacia atrás, con la visión loca en los ojos del incendio devorador, echa a correr, deprisa, más deprisa, y aléjalos del posible peligro[180]». Dos días más tarde, también publicó un escrito vehemente y casi brutal en que instaba a las mujeres a abandonar Madrid, porque «aquí estorbáis». Argumentaba que la ciudad se hallaba en la línea de frente y el hecho de que las mujeres estuvieran allí consumiendo comida crucial y combustible estaba dañando el esfuerzo bélico[181].

Fue muy propio de sus sentimientos maternales, que subyacían en muchas de las motivaciones de Margarita, que pudiera escribir de manera conmovedora sobre los conscriptos nacionales que habían muerto luchando contra la República[182]. Las actividades en tiempos de guerra de su propio hijo, Taguín, seguían siendo una fuente de satisfacción y de preocupación corrosiva. Recordemos que, cuando tuvo lugar la rebelión militar en julio de 1936, se había unido a los milicianos que luchaban contra las fuerzas de Mola en las sierras del norte de Madrid. Como apenas tenía quince años, sus padres insistieron en que volviera a casa. Poco después, se marchó de nuevo. Mintió sobre su edad, se alistó en el ejército republicano y entró en un curso para ingenieros en Valencia. Al cabo de tres meses, se graduó como teniente. Para sacarle de la línea de fuego, Margarita convenció al general Miaja de que le diera un puesto entre su personal. Sin embargo, Taguín siguió presionando para que le destinaran al frente y finalmente le fue concedido el deseo. Participó en el gran baño de sangre que tuvo lugar en la batalla de Jarama en febrero de 1937, cuando Franco lanzó un importante ataque en la carretera de Madrid-Valencia al este de la capital. Entró en combate justo un mes antes de cumplir dieciséis años. Tuvo suerte de sobrevivir. Las bajas fueron enormes, con 25 000 muertos en las filas republicanas. Con diecisiete años luchó en la batalla del Ebro[183]. La hija de Margarita, Magda, era enfermera en el frente, mientras que habían mandado a su nietecita Cuqui a Ámsterdam, donde Martín de Paúl era cónsul general. Magda sólo podía ver a su hija en viajes relámpago. Aunque Margarita no lo supiera en aquel momento, su marido se había buscado una amante joven desde que llegó a Holanda[184].

El 4 de junio de 1937, Margarita dio una conferencia en Valencia a los Amigos de la Unión Soviética, que se publicó más tarde en un folleto importante. El tema fue «La mujer en la URSS y en la Constitución Soviética». Se entusiasmaba sin reservas con la URSS, mientras recordaba su estancia allí hacía dos años: «Aquí, en Occidente, la situación económica, el relieve social, son los que dan facilidades, son los que hacen que una persona tenga mayor o menor independencia. En la URSS, eso no se comprendería. Cada uno es hijo de sus propias obras». Su entusiasmo generalizado por todo lo soviético no conocía límites cuando se trataba de la situación de la mujer: «Cada mujer tiene la vida conforme a sus aptitudes, conforme a sus propias necesidades y a su propia inteligencia, conforme a su propia contribución al bienestar de la colectividad». Quizá se hacía ilusiones cuando sostuvo que cualquier muchacha rusa podía estudiar para la profesión que quisiera o mudarse para dedicarse al trabajo que deseara sin la intromisión familiar, y todo gracias a la benevolencia del Estado. Sin presión moral o económica alguna, «una mujer allí vive como le parece, hace lo que le parece, y no tiene que responder más que ante su propia conciencia de su propia vida». Una parte importante de la libertad de la que disfrutaba la mujer soviética era gracias a los esfuerzos del Estado en cuestiones médicas y de puericultura. Es casi seguro que, durante su estancia en Rusia, le mostraron instalaciones que se correspondían enteramente con sus propias aspiraciones para España. Sin embargo, dichas instalaciones no estaban tan disponibles ni eran tan populares como creía. Algunos de sus comentarios sobre la libertad de la que gozaban las mujeres de la URSS sin duda reflejaban las frustraciones que había sufrido ella misma cuando su estilo de vida había entrado en conflicto con el puritanismo sofocante de España. Comentó que daba largos paseos por Moscú a primeras horas de la mañana y podía regresar al hotel sin tener que sufrir las sonrisas maliciosas y las especulaciones de los que criticaban su actitud moral. Había también un elemento de ingenuidad en su creencia de que nadie en la Unión Soviética podía obtener beneficio por ser pariente cercano de un oficial importante del partido[185].

A pesar de su protagonismo en la Unión de Mujeres Antifascistas, seguía siendo difícil para el partido comunista encontrar una salida política a sus notables habilidades y energías. Dada su propia estructura jerárquica, era improbable que ascendiera a un papel dirigente. El puesto de Dolores Ibárruri era único, ya que había rebasado la posición simbólica de mujer gracias a la fuerza de su personalidad —algo que no se podía emular fácilmente—. Margarita se sentía algo desalentada por no poder destacar en el partido. No había gran simpatía entre ella y la Pasionaria, que la consideraba gratuitamente corrosiva y ambiciosa. No obstante, fue la secretaria de Dolores Ibárruri, Irene Falcón, una admiradora de Margarita Nelken desde hacía mucho tiempo, quien encontró la solución. Tuvo la idea de poner las considerables habilidades periodísticas de Margarita al servicio del partido comunista, nombrándola directora de la nueva agencia de noticias del partido, AIMA. A partir de entonces proporcionaría noticias, en su mayoría de fuentes soviéticas, a todos los periódicos de la zona republicana. También escribió reportajes vivos del frente en la revista Estampa. El carácter impulsivo de Margarita tropezaba constantemente con problemas originados por la obediencia disciplinada que exigía el partido. Su reacción frente a los mismos era pedir ver a Dimitrov o alguna otra figura veterana del Comintern, lo que por supuesto no sentaba bien en la cúpula provinciana del partido, que sentía un temor reverencial hacia los que tenían la autoridad de Moscú. Impresionada por la noticia de los juicios de las purgas en Rusia, a menudo pedía hablar por teléfono con Stalin[186].

La falta de oportunidad para destacar en el partido comunista supuso una decepción seria, pero Margarita nunca escatimó sus energías en el esfuerzo bélico[187]. Era evidente que había cambiado un poco bajo la presión de la disciplina del partido comunista. La diputada socialista Matilde de la Torre escribió sobre su participación en los debates de las Cortes en la lonja de Valencia, el 30 de septiembre de 1937: «Margarita Nelken ha abandonado el uso empedernido de aquellos famosos impertinentes que la otorgaban tan escrutadora personalidad. Ahora usa unas hermosas gafas que le dan cierto aire doctoral. Me muestra el retrato de su chico, con uniforme de carabineros. Está en el frente de Madrid, en ese frente legendario en donde todos quisiéramos decir “que habíamos estado”; pero al que muchos no nos arriesgamos a asomar la nariz. Me habla Margarita de la marcha de la guerra, que “no va bien”, porque todos los mandos son “todavía fascistas”. De cualquier modo, las opiniones de Margarita no ostentan aquel tono de independencia casi peleona que antes de ahora tuvieron y que resultaban a veces un poco incómodas para sus enemigos y aún para sus correligionarios. Ahora la Sra. Nelken es comunista y debe atemperar sus juicios a una férrea disciplina[188]». Puso sus habilidades oratorias y su energía al servicio del partido comunista, desempeñando un papel destacable en la propaganda del partido dentro del ejército.

Sus esfuerzos eran tan entusiastas en este sentido que, en septiembre de 1937, fue acusada de intentar que se nombrara comisario político de una brigada, con sueldo de general, a su yerno, Adalberto Salas. Su nombre estaba en una lista de nombramientos propuestos que Julio Álvarez del Vayo, jefe de la comisaría de guerra, llevó al ministro de Defensa, Indalecio Prieto. Fue el único nombramiento que se rechazó, alegando incompetencia. Quizá como último intento de que se aprobara toda la lista o simplemente de excusar su apoyo a un candidato inapropiado, Álvarez del Vayo trató de echar la culpa a Margarita Nelken y exclamó: «¡Quién resiste a esta mujer!». A lo que Prieto respondió: «La resisto yo». Prieto se lo contó a Azaña que, explotando su antigua antipatía hacia Margarita Nelken, reprodujo la historia con gusto en sus diarios. Sin embargo, dada la mala opinión que Margarita tenía de su yerno, por no hablar de su compromiso total con la guerra, con sus dos hijos en situaciones de peligro considerable, es muy poco probable que incurriera en un nepotismo de este tipo[189] En julio de 1938 la prensa madrileña del sindicato anarcosindicalista CNT la acusó de ir por los barracones ofreciendo ascensos a los soldados que aceptaran unirse al partido comunista[190]. Realizó visitas al extranjero en nombre de la República española a Dinamarca, Holanda, Bélgica, Suiza y México. Participó en una serie de giras sobre el arte español para levantar la moral. El 16 de enero de 1939, con las tropas de Franco adentrándose a pasos agigantados en Cataluña, dio una charla en el Ateneu de Barcelona sobre «Picasso, artista y ciudadano de España[191]».

Barcelona cayó el 26 de enero. Un éxodo masivo de refugiados echó a andar con dificultad hacia la frontera francesa. Las carreteras estaban atestadas de camiones, carros, autocares y de una gigantesca masa de humanidad aterrorizada. El gobierno republicano cruzó la frontera el 5 de febrero. Margarita Nelken y su hija Magda lo consiguieron al mismo tiempo, reuniéndose cerca de Perpiñán con su madre y su nieta, Cuqui. A lo largo de la primera semana de febrero, asolado por el frío y el hambre, el derrotado ejército republicano empezó a cruzar a una Francia hostil y poco acogedora. Hombres, mujeres y niños fueron conducidos en manadas hasta campos de concentración que se habían improvisado en Argelès-sur-Mer, Saint Cyprien, Barcarès y en otras pequeñas zonas de confinamiento en dunas de arena. Santiago de Paúl Nelken fue uno de los últimos en salir, ya que a su unidad de ingenieros se le había encargado volar el castillo de Figueras, el último pueblo de importancia antes de la frontera francesa[192]. Mientras el 10 de febrero los franquistas ocupaban el último territorio republicano de Cataluña, importantes militantes comunista del Alto Mando republicano, Santiago Álvarez, Enrique Líster, Manuel Tagüeña y Juan Modesto cruzaron la frontera con los restos maltrechos del ejército republicano del Ebro. Al grueso de sus hombres se les confinó a la fuerza en los campos, incluido Santiago de Paúl, que todavía no contaba con dieciocho años de edad y quien Margarita creía el oficial más joven del ejército republicano. Los oficiales de mayor rango se dirigieron al consulado español de Perpiñán, puesto que era territorio español. Allí, hambrientos y exhaustos, se derrumbaron muy a pesar del cónsul y de su esposa, que estaban deseosos de que se fueran. Margarita Nelken, con la ayuda de su hija Magda, se propuso aliviar su situación apremiante. Tenía ahorrado algún dinero de pagos y derechos de autor y lo utilizó para conseguir que se comprase comida para los que llegaban. Magda, a pesar de estar enferma, salió para conseguirles ropa civil y documentación. El propósito principal de estos oficiales veteranos era hacer los preparativos necesarios para regresar a España y continuar la lucha, cosa que hicieron dos días después[193].

Un 12 de febrero de frío gélido, el gran violonchelista Pau Casals fue al consulado. Margarita recordaba la escena en sus memorias inéditas y a menudo en la correspondencia posterior con el maestro: «Nunca olvidaré que en Perpiñán usted me preguntó en cuanto me vio: “¿Y su hijo? ¿Ha podido salir?”. Sí, había salido al frente de sus hombres, y con ellos fue —voluntariamente— al campo de Saint Cyprien, de donde logré sacarle». Jamás olvidó la emoción espontánea de Casals, que la abrazó cuando le dijo que su hijo estaba vivo en Saint Cyprien[194]. Margarita consiguió sacar a su hijo, Santiago, y al de Dolores, Rubén, del campo. Después llevó a Santiago al consulado y le presentó a Modesto, Líster, Tagüeña y Álvarez. Hasta que le echaron cuando Francia reconoció a Franco el 27 de febrero, Santiago Álvarez se quedó en Francia para organizar la ayuda para los españoles republicanos en los campos fétidos de las dunas de arena. Años más tarde, Álvarez recordó que Margarita le dio el dinero suficiente para que se comprara un traje y se deshiciera del uniforme[195].

Los franquistas fueron implacables en su búsqueda de venganza de todos los miembros destacados de los partidos republicanos demócratas y de izquierdas. Al final de la guerra, los falangistas requisaron la casa de la avenida de la Castellana que compartían Margarita Nelken y Martín de Paúl. Su biblioteca, sus cuadros y su correspondencia con muchos escritores y artistas famosos, españoles y europeos, fueron saqueados. Su colección contenía primeras ediciones firmadas de la élite literaria, cartas de Unamuno, Auguste Rodin y Gabriela Mistral, así como varios cuadros de artistas españoles y franceses, entre los que se encontraban lienzos importantes de Eduardo Chicharro y Gutiérrez Solana[196]. Margarita no volvería a ver España y ahora, acompañada de su madre y con una niña a su cuidado, tenía que reconstruir una vida. Con su energía habitual, importunó a los oficiales y utilizó su influencia para asegurar la liberación de su hijo y de otros jóvenes comunistas de Saint Cyprien. Como Martín de Paúl todavía era cónsul general de la República en Ámsterdam, Margarita lo dispuso todo para que Santiago se reuniera con su padre allí. En Ámsterdam, Martín de Paúl tenía una aventura con una joven llamada Josefina, conocida como Nati. Años después, Margarita llegaría a la amarga conclusión de que la situación poco común de su padre provocó la decisión de Santiago de marcharse a la Unión Soviética. Una vez en Rusia, Taguín empezó a estudiar ingeniería. Margarita consiguió establecerse en Francia, donde continuó trabajando de periodista y crítica de arte hasta que emigró a México. Tanto entonces como más tarde, escribió algunos artículos para la prensa soviética y dispuso que sus honorarios se le pagaran a Santiago[197].

Por orden del presidente Lázaro Cárdenas, le concedieron asilo político en la embajada mejicana de París. Después, en diciembre de 1939, consiguió llevar a su madre, a su hija Magda y a su nieta de tres años y medio, Margarita Salas (Cuqui), a México en el Normandie. Finalmente en 1940 se reuniría en México con su marido, aunque no vivieron juntos por las frecuentes relaciones de Martín con mujeres más jóvenes. Margarita, por el contrario, jamás tuvo una relación significativa después de Martín[198]. Poco después, otra baja de la guerra fue el matrimonio de Magda con Adalberto Salas. Este volvió a casarse y no hizo el más mínimo esfuerzo por cuidar de su mujer ni de su hija. Por lo tanto, Margarita Nelken seguía siendo la única a cargo de su propia manutención, de la de su madre, su hija y su nieta. Sin desanimarse, rápidamente se propuso resucitar su carrera como crítica de arte, escribiendo un artículo diario para el periódico mejicano Excelsior y contribuyendo en otros muchos periódicos y revistas latinoamericanas. Su trabajo como traductora fue prodigioso. También encontró un puesto en la Secretaría de Educación Pública de México. Escribió numerosos libros sobre pintura y escultura mejicana y trabajó de consejera del gobierno mejicano en cuestiones artísticas. Según un comentarista, «su trabajo como crítica de arte seguía los principios de exigente rigor para los “colocados”; aliento benévolo para los que empiezan; abierto rechazo para la insinceridad y el artificio[199] Le encantaba descubrir artistas desconocidos y llevar su trabajo a un público más amplio. En este sentido estaba especialmente orgullosa de haber sido la primera persona en escribir un estudio serio sobre el expresionista español José Gutiérrez Solana[200]».

A pesar de su ausencia de España, Margarita Nelken era demasiado importante como personaje de izquierdas y como mujer para que el nuevo régimen la olvidase. De forma absurda, puesto que estaba en el exilio y era muy improbable que volviera a España para enfrentarse al maltrato y a una larga condena de cárcel, fue convocada en 1941 para comparecer ante el Tribunal Especial de Represión de la Francmasonería y del Comunismo, acusada de «delito de francmasonería y de comunismo». La prueba principal de la primera parte de su delito era que, el 27 de agosto de 1924, el secretario de la logia masónica Lealtad n.º 6 de Barcelona había escrito una carta de recomendación para «nuestra querida hermana Margarita» cuando se fue de viaje a Italia. Además de su militancia en el partido comunista, también se la consideraba una delincuente por haber participado en el Comité de la Sociedad Española para los Derechos Humanos, por haber sido militante del partido socialista y haber asistido a la institución de enseñanza más progresista de España, la Institución Libre de Enseñanza. Ni que decir tiene que no volvió para asistir a la farsa del juicio. En su ausencia, el 14 de noviembre de 1941 fue juzgada por un tribunal militar presidido por el general Andrés Saliquet, el hombre que había presidido el levantamiento militar en Valladolid. Fue declarada culpable y sentenciada a treinta años de cárcel. En la sentencia sus delitos se hicieron constar de la siguiente manera: «Fomentó el movimiento revolucionario de octubre de 1934, al fracasar este se refugió en el extranjero y por medio de conferencias y artículos de prensa, hizo una campaña demagógica ya en franco sentido comunista. Estableció un socorro rojo a favor de las víctimas de la represión de Asturias, llegando a recaudar tres millones de pesetas. Perteneció a la Asociación de Amigos de la Unión Soviética y estuvo en Moscú varios meses, como delegada, saturándose en prácticas bolcheviques para luego intentar su implantación en España. Tomó parte activa en toda clase de propagandas de tipo revolucionario y antiespañol, antes y durante el Glorioso Movimiento, manejando fondos y resortes de gran eficacia para llevar a España al caos y una vez terminada la guerra huyó al extranjero, donde continuó con la misma campaña de mentiras, pero viviendo espléndidamente con el producto de lo robado y de las recaudaciones que a nombre de los “oprimidos rojos” se proporciona. Hecho probado[201]».

Por aquel entonces su hijo Santiago progresaba con rapidez como estudiante de ingeniería en Moscú. Margarita vivía para las cartas de su hijo y de los amigos de la comunidad española exiliada en Rusia que podían mandarle noticias de él. José Bobadilla, un camarada del partido que estaba estudiando en la Academia Militar Frunze de Moscú, le contó a principios de junio de 1940: «Ya está hecho un hombre y sabe desenvolverse muy bien, es muy aplicado y no pierde un solo minuto, no parece en este sentido un chico de veinte años, puedes estar contenta con él pues ya ha demostrado con su corta edad su buen temple».[202] Después de la invasión alemana en junio de 1941, junto con otros jóvenes comunistas españoles, Santiago se alistó en el Ejército Rojo. En junio de 1941 Margarita se sintió aliviada al enterarse de que estaba de permiso en Moscú y que «está muy fuerte y se ha desarrollado mucho en este año y medio que no nos vemos[203]».

Se ha sugerido que Margarita temía que utilizaran a su hijo como rehén a cambio del buen comportamiento de su madre. Si este fue el caso, es sorprendente que en México se mostrara tan osada como siempre en cuestiones políticas, lo que no contribuyó a cualquier posible ambición que hubiera alimentado de tener un papel dirigente en el partido comunista. No mantenía en secreto sus desacuerdos con las medidas políticas que consideraba equivocadas y no hacía nada por esconder su desprecio hacia los burócratas del partido que consideraba intelectualmente inferiores. Esto se reflejó en un informe interno de partido sobre los dirigentes exiliados en México que se envió a Moscú en diciembre de 1941: «Se tienen grandes dificultades con Margarita Nelken. Sus relaciones críticas para con todos y con todos dentro del Partido y de la emigración se ha reforzado por el hecho de que ahora no tiene un campo de acción suficiente y se siente relegada porque no se la atrae al trabajo de la dirección. Está muy amargada. Su crítica no se refiere a las cuestiones políticas generales de nuestro movimiento, con las cuales ella está de acuerdo, pero en cambio está en contra de todo lo que el Partido hace en esta línea. Trata de despertar el descontento de los camaradas contra algunos camaradas de la dirección, etc. Se la encargó que elaborara proposiciones para el trabajo entre los intelectuales, pero estas fueron rechazadas porque, en cierto modo, suponían la creación de una nueva dirección del Partido, bajo pretexto de que los obreros no entienden nada del trabajo entre los intelectaules. El haber rechazado sus proposiciones ha agudizado más la actitud de Margarita frente al Partido. A pesar de estas dificultades, los camaradas opinan que no sería bueno separar a Margarita de la dirección. Pero no se la utiliza (sólo habla alguna vez en actos públicos en nombre del Partido) y se tiene gran desconfianza de ella». Margarita se oponía a la política de enviar agentes a la España de Franco para trabajar de manera clandestina, ya que malgastaba vidas a cambio de resultados poco o nada tangibles. Defendía otras vías de tratar de llevar la democracia a España[204].

En particular, Margarita Nelken chocó con el mediocre y servil estalinista Vicente Uribe, que dirigía el PCE en México. Como judía, le había afectado profundamente el pacto nazi-soviético de agosto de 1939, aunque apoyaba la política del partido debido a una lealtad acentuada por su gratitud por la ayuda soviética a la República. Como la mayoría de los exiliados republicanos, seguía la suerte de los Aliados con sumo interés, aunque la línea del partido era denunciar la guerra como una simple lucha imperialista. Una vez que los alemanes invadieron Rusia en junio de 1941, el PCE empezó a entusiasmarse con la idea de un amplio frente antifascista, que se llamaría Unión Nacional. Puesto que el proyecto se inspiraba en la noción de un frente interclasista más amplio, hasta el extremo de sugerir una reconciliación con muchos de los que habían luchado en el bando nacional en la guerra civil, a Margarita Nelken le pareció ingenuo e imposible. El resultado inevitable fue que se la expulsó del partido en octubre de 1942, acusada de hundir la política de Unión Nacional. De hecho, había expresado su desacuerdo con una política que no se ajustaba a su compromiso vehemente con el radicalismo revolucionario. En estos momentos en que la situación no podía ser más sombría para el PCE dentro de España, la línea oficial era de un triunfalismo confiado. Incapaz de generar el optimismo requerido, se la denunció porque «realizaba un trabajo de sabotaje y descrédito de la política de Unión Nacional». Tras varias amenazas y avisos, se negó a que la silenciaran. Estaba claro que había comentado sus recelos sobre la Unión Nacional con otras personas y, por ello, dijeron que «ha recurrido a los más sucios procedimientos de corrupción, propios solamente de un enemigo». Así pues, el compinche de Uribe, el igualmente estalinista Antonio Mije, afirmaría que era un «elemento intrigante y enemigo, que no tiene nada de común con nuestra ideología y nuestra clase», que sólo sentía «odio por la clase obrera». «Ante su desmedida ambición personal no existe nada respetable, ni la historia revolucionaria, ni la capacidad, ni la honradez, ni la decencia». El periódico del partido que anunció su expulsión también publicó una declaración oficial en la que el PCE «pone en conocimiento de sus afiliados y simpatizantes el deber en que se encuentran de romper toda clase de relaciones con esta enemiga del Partido y del pueblo y denunciar su conducta[205]».

Además, lo que garantizó su expulsión fue que, al oponerse a la Unión Nacional, realmente estaba siguiendo los pasos de Jesús Hernández, un dirigente del partido que estaba enzarzado en una lucha de poder con la Pasionaria por el derecho de suceder a José Díaz como secretario general del PCE[206]. Los comentarios privados de los camaradas veteranos del partido fueron más vitriólicos que las denuncias públicas —lo que el novelista Max Aub llamaba «la acostumbrada retahíla de baldones y dicterios»—. Pocos salieron en su defensa. Uno de los que lo hicieron, el poeta José Bergamín, fue acusado de traidor[207]. Después de los sufrimientos personales y de las privaciones del exilio, no es difícil hacerse una idea del dolor que causaron a Margarita estas acusaciones. No obstante, cualquier temor que pudiera haber tenido de que el cambio en su situación pudiera tener repercusiones en su hijo en la Unión Soviética, se disipó rápidamente con una carta tranquilizadora[208]. Sin embargo, la expulsión del partido tuvo consecuencias económicas inmediatas para la familia en México. Ciertas publicaciones le cerraron sus páginas. La ayuda económica de la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles, controlada por los comunistas, también le fue vetada. Importantes artistas mejicanos, como David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera, al ser leales militantes del Partido Comunista de México le dieron la espalda —un duro golpe para una crítica de arte—. La campaña contra ella fue tan sañuda y duradera, que en 1951 la Sociedad de Críticos de Arte de México dio una cena en su honor para expiar el comportamiento vergonzoso de dos de sus socios. A la misma asistieron más de 250 escritores, políticos y artistas mejicanos. Años más tarde, en 1960, David Alfaro Siqueiros le pidió perdón públicamente. A pesar de sus problemas con el PCE, Margarita jamás criticó la política del partido en público. De hecho, hasta cierto punto, hacía frente a la cuestión negando que hubiera existido. En privado, seguía hablando de asuntos políticos como si todavía fuera una figura destacada de la cúpula. Aún trabajaba activamente a favor de la República derrotada y conservaba su admiración por la Unión Soviética. Fue secretaria general de la organización mejicana para los presos republicanos, el Patronato pro Presos de Franco[209].

Escribió un libro sobre la Segunda Guerra Mundial que era pródigo en las alabanzas al esfuerzo bélico ruso contra los invasores nazis, dedicado a «mi hijo Santiago, combatiente de la libertad». Como todos sus libros, era vivo, ameno y estaba extraordinariamente documentado. Empezaba con un elogio entusiasta a Stalin, con críticas a los trotskistas en general y a Julián Gorkin en particular[210]. Describía cómo vio a Stalin durante su estancia en Rusia en 1935, retratándolo como un individuo humilde y tímido. El Stalin de Nelken era amable y considerado, y estaba muy a gusto en compañía de escritores y artistas, buscaba desesperadamente un cenicero para Emil Ludwig y nunca se perdía una interpretación de La dama de picas de Chaikovski en la ópera, aunque siempre se escabullía antes del final para evitar los aplausos y permitía que los diputados más humildes le interrumpieran en el Sóviet Supremo[211]. En su relato sobre los orígenes de la Segunda Guerra Mundial, Margarita hace una denuncia prolongada de la política de apaciguamiento y una defensa del pacto nazi-soviético de agosto de 1939. Los fracasos iniciales del Ejército Rojo contra los invasores alemanes los atribuye al «increíble desorden» introducido por Trotski en los mandos[212]. Se sacaron tres ediciones. Quizá fuera escrita con la vana esperanza de la readmisión, pero posiblemente era sincero, ya que creía, junto con otros, que la guerra contra el nazismo había empezado a España en 1936. Además, había ido a la Unión Soviética una sola vez, en 1935, pero había sido recibida como una revolucionaria de la más alta categoría. Dada su gratitud por la ayuda rusa a la República española durante la guerra civil, que fuese una judía antifascista y su hijo un soldado en el Ejército Rojo no es inconcebible con que su admiración por la Unión Soviética estuviera por encima de sus dificultades locales con la cúpula de los exiliados del partido español[213].

Si fuera cierto, como creían las fuentes de espionaje de Estados Unidos, que era agente del KGB, el tono del libro no sería acorde con la necesidad de discreción, por no decir de ocultación. Según estas fuentes, los rusos le habían dado el nombre en clave de Amor, que le iba como anillo al dedo. Basándonos en los documentos existentes del servicio de seguridad, sus actividades parecen haber sido insignificantes, sin ir más allá de recomendar a personas que podían ayudar con los cruces de la frontera de México a Estados Unidos[214]. Julián Gorkin, un español que fue trotskista y más tarde trabajó para la CIA, desde hace años reñido con Margarita, hizo alegaciones más graves. Afirmó que ella en realidad era una agente rusa que se relacionaba estrechamente con la pareja que preparó el asesinato de Trotski el 20 de agosto de 1940 —Leonid Eitingon y su amante, Caridad Mercader—. Según la amiga de Margarita, la socialista exiliada Aurora Arnaiz, el vínculo de aquella con los Mercader consistía en mandarle comida, ropa, periódicos y libros al verdadero asesino, Ramón Mercader, mientras estaba en la cárcel, y en proporcionar ayuda económica a su mujer e hijos. Sin embargo, su testiminio es dudoso, pues el propio Mercader negó que tuviera hijos. Lo cierto es que muchos comunistas españoles visitaron a Mercader en la cárcel y le llevaron libros y otros regalos[215]. Es posible, aunque bastante improbable, que —como afirmó Gorkin— Margarita estuviera siendo chantajeada con la presencia de su hijo, Santiago de Paúl Nelken, en Rusia como teniente del Ejército Rojo. Esto es extremadamente inverosímil ya que, dados sus antecedentes, Margarita tenía múltiples razones para estar bien dispuesta hacia la Unión Soviética.

De hecho, Santiago murió en acción de guerra en Ucrania el 5 de enero de 1944, mientras estaba al mando de una unidad de artillería de lanzacohetes Katiuska[216]. Fue otro acontecimiento que recuerda a la trayectoria de Dolores Ibárruri, cuyo hijo murió también en acción con las fuerzas soviéticas. Mientras todavía desconocía la suerte de su hijo, Margarita escribió un libro de poemas en alabanza del Ejército Rojo. Años más tarde, cuando ya no quedaban restos de amargura, escribió: «cuando murió, quedando para siempre bajo esa tierra soviética a la que tanto amaba, tenía sólo veintidós años[217]». No obstante, se sintió profundamente dolida por el retraso en recibir la confirmación oficial de su muerte. Creyó que le retuvieron la noticia a propósito. La embajada rusa en la ciudad de México no la informó oficialmente hasta 18 meses después del suceso. Los servicios de espionaje de Estados Unidos interceptaron una carta fechada el 9 de junio de 1945 del teniente general P. M. Fitin a la residencia del KGB en México. Tenía instrucciones de entregar a Amor los efectos personales de Santiago, junto a dos medallas con las que le habían condecorado, la de la Orden de la Guerra Patriótica, Primera Clase, y la de la Defensa de Moscú[218]. Se ha dicho que Margarita estaba convencida de que Dolores Ibárruri era la culpable personal del retraso. Parece improbable, pues la Pasionaria tenía la agenda demasiado cargada como para dedicarse a las rivalidades mezquinas. En cualquier caso, las condiciones del esfuerzo bélico soviético contra la Alemania nazi bastaban para dar cuenta del retraso con el que la información le llegó a Margarita Nelken en México. Incluso cuadros de comunistas españoles veteranos que estaban en Moscú se enteraron de la noticia después de Margarita. El amigo de Margarita, José Bobadilla, en cuya casa Santiago a veces se había quedado en Moscú, no se enteró hasta septiembre de 1945, e inmediatamente le envió un paquete con algunas pertenencias que dejó allí Taguín[219].

Margarita estaba desconsolada cuando recibió la noticia. Jamás se recuperó del golpe. Había una Margarita Nelken fuerte, resistente, animada, atrevida y popular. Pero la quintaesencia de Margarita era, por encima de todo, la de una madre. Toda su vida había sido capaz de volcar sus grandes reservas de compasión maternal en los demás. Sin embargo, esa misma capacidad para amar estaba equiparada con una capacidad igual para el dolor. Adoraba a su hijo y se sentía infinitamente orgullosa de él. Todos los días de su vida reflexionaría sobre el muchacho que tuvo una adolescencia tan corta y se reprocharía a sí misma no haber sido capaz de protegerle de los horrores de la guerra civil española y de la guerra germano-soviética. Hasta cierto punto se sentía culpable de ser la responsable de la politización que le llevó a alistarse como voluntario en 1936 y, más tarde, en 1941. El hecho de que fuera dura e injusta consigo misma no mitigó su pena. Su fortaleza interior la mantendría en pie, pero el dolor jamás disminuiría.

El 12 junio de 1945, el presidente de los Estados Unidos de México, Manuel Ávila Camacho, le envió un telegrama de pésame a Margarita. Diez días más tarde, Miguel Alemán, el secretario de Gobernación de México y candidato a la presidencia, le envió otro. Ambos eran indicaciones significativas del prestigio de Margarita dentro de la cultura mejicana[220]. Además, recibió otros muchos mensajes de pésame. Todo era inútil. No podía comer, ni dormir ni leer. Su único consuelo era escuchar los discos de Casals tocando las Suites de violonchelo de Bach. Se volcó en el trabajo —intentando, como le dijo a Casals, «embrutecerme de trabajo, que es el único modo de no dejarme arrastrar por el dolor[221]»—. El tema del trabajo como analgésico fue una constante en su correspondencia.

Cuando le informaron del lugar donde reposaba Santiago, en un cementerio de guerra en Mitrofanovka, una pequeña aldea de Ucrania, hizo esfuerzos desesperados por descubrir más. Escribió a excamaradas del partido en Rusia y también al presidente del soviet de Mitrofanovka para pedirle detalles sobre sus últimos momentos, preguntando si murió en el acto, si sufrió, si tenía una novia en la comarca… Solicitó que se erigiera un pequeño obelisco y se pusiera la inscripción en ruso y en español «Santiago de Paúl Nelken, nació en Madrid (España) el 11 de marzo de 1921. Murió en Mitrofanovka, el 5 de enero de 1944 por la URSS, por España, y por la Libertad de todos los pueblos». Pidió una fotografía y ofreció dinero para que siempre hubiera flores sobre la tumba. Sus deseos fueron respetados. Se sintió desahogada cuando recibió una carta de José Bobadilla a mediados de 1946 tranquilizándola al asegurarle que la tumba estaba bien cuidada y enviándole un mapa con su ubicación[222].

Recordando su encuentro con Casals en Perpiñán el 12 de febrero de 1939, le escribió al gran violonchelista en 1948: «Un héroe, sí, pero yo me he quedado sin hijo, y ya es una madre vieja y deshecha con esa pena que la corroe día y noche, la que le escribe a usted».[223] Casi cuatro años después, volvió a escribir a Casals: «De mí, sólo puedo decirle que trabajo y voy tirando del carro. Y, por lo visto, ya es a lo más que puedo aspirar con mi dolor clavado tan adentro. Y nunca olvidaré que en aquellas horas terribles del cruce de la frontera, usted se interesó por la suerte que podía haber corrido mi hijo. ¡Pensar que entonces se salvó para después…! ¿Para qué?»[224]

La pérdida de Margarita se acentuó con una carta conmovedora de su amiga holandesa, Germaine Althoff, que había sido secretaria del consulado de la República en Ámsterdam. Germaine evocó el corto oasis de felicidad de Santiago en Ámsterdam. Su carta removió los recuerdos de las experiencias horrendas de su hijo Taguín como jovencísimo oficial del ejército y de su sufrimiento en el éxodo masivo a través de los Pirineos y en el campo de concentración de Francia. Germaine recordaba cómo Santiago fue capaz de reír y de ser un adolescente después de las terribles experiencias del Ebro, la huida de los refugiados desde Cataluña y del campo de concentración. El contraste entre sus experiencias y el hecho de que todavía fuera un adolescente saltaban a la vista en las páginas de la carta cuando Germaine describía el decimoctavo cumpleaños de Taguín, el 11 de marzo de 1939. Daba gritos de alegría porque significaba que podía ir a ver películas prohibidas a menores de dieciocho años. Hasta ese momento, como un muchacho de diecisiete años fugado del infierno, había tenido miedo de que le echaran de los cines por ser «demasiado joven» para las escenas de violencia en la pantalla[225]. La carta provocó pensamientos dolorosos en Margarita sobre su inocente hijo, justo cuando estaba fuera de un infierno y a punto de acudir a su muerte futura en otro. Pero a pesar de que la había dejado en un torbellino de emociones, estaba ávida por más detalles: «Siga, siga, mi buena amiga, evocando para mí cuantos recuerdos tenga de Taguín, por nimios que parezcan o sean. El hablar de él me da la sensación de que no le he perdido por completo. ¡Cuánto no daría por tener vivo todos los detalles, todas las palabras, todos los gestos suyos! Uno de mis mayores sufrimientos es precisamente el no saber, con exactitud, los detalles de sus últimos momentos. Eso, a veces, me enloquece».[226]

Pensar en Taguín le provocaba una angustia considerable sobre su marido, Martín. Por supuesto, había otras razones. En el fondo, todavía le amaba. Su antigua novia de Ámsterdam, Nati, estaba buscando ayuda para solicitar una compensación por los regalos de Martín que le habían robado los invasores alemanes de Holanda en la guerra. Mientras Margarita trabajaba obsesivamente para mantener su casa de mujeres —ella misma, su madre, su hija y su nieta—, Martín era bastante próspero y vivía con una mujer mucho más joven. «Ahora anda de “representante”, con sueldo y comisión en una fábrica… y con una chica que podía ser, según me han contado, no su hija, sino su nieta. Lo de la “Nati”, como usted dice, sería cómico si, en el fondo, no fuera trágico». La falta de dignidad de Martín con su nueva amante era suficiente, como decía Margarita, «como creer en los bebedizos». Estaba especialmente furiosa porque «ni ha procurado ver a su hija y a la pequeña». Tenía razones para estar afligida, ya que Santiago le había escrito repetidamente desde Rusia lamentándose de que nunca había recibido una carta de su padre. Así pues, era fácil pensar que quizá el comportamiento de Martín en Ámsterdam con Nati había tenido algo que ver en la decisión de Santiago de ir a Rusia: «Para mí, lo único que de todo eso importa ya es el pensar que si el padre se hubiera comportado como tal con una criatura que le llegaba del campo de concentración y de tres años de trinchera, si no le hubiera infligido lo que tanto debió de zaherirle y que no pudo soportar, es decir la convivencia con la que ocupaba el puesto que a la madre le correspondía, quizá mi hijo no hubiera tenido deseos de irse adónde marchó a encontrar la muerte. En fin, dejemos esto también, que si no, voy a enloquecer».[227]

El aniversario de la muerte de Santiago siempre era terrible para ella. Le escribió de nuevo a Casals: «El 5 de enero, ocho años que mi hijo dio la vida creyendo que luchaba también por la liberación de España. Era casi un niño: no había aún cumplido los veintitrés años, y desde los quince, él, a quien de niño jamás permití jugar con soldaditos de plomo, tenía las armas en la mano. Nunca olvidaré que en Perpiñán usted me preguntó en cuanto me vio: “¿Y su hijo? ¿Ha podido salir?”. Sí, había salido al frente de sus hombres, y con ellos fue —voluntariamente— al campo de Saint Cyprien, de donde logré sacarle. En estas fechas, en que se me clava más y más esa espina, quiero decirle toda la emoción que me causa el evocar aquella pregunta suya tan humana[228]». Poco antes de las Navidades de 1952, escribió con un tono similar a sus amigos, el célebre jurista socialista Luis Jiménez Asúa y su mujer Mercedes: «Yo trabajo a lo burro… Pero de ello no me quejo, pues ya sabéis que es el mejor modo que tengo de no pensar. El 5 de enero hace ya nueve años que me quedé sin mi hijo… Sobra deciros lo pesadas que son para mí estas fechas, con este jolgorio en derredor».[229] La muerte de Taguín pesó sobre la conciencia de Margarita Nelken todos los días de su vida. En 1939 había pensado que la guerra civil había destrozado su vida. Había perdido todas sus propiedades, su estatus y a su marido. Sin embargo, su resistencia la había hecho seguir adelante. Pero todas sus pérdidas de 1939 quedaban relegadas con el golpe atroz de la muerte de Santiago.

De manera inesperada, humedeció el fuego de su atrevimiento político. Víctor Alba, un español trotskista, cuyo testimonio distorsionaron por su odio comprensible al comunismo estalinista, afirmó que Margarita le contó que tenía que callarse sobre lo que sabía del funcionamiento interno del comunismo, porque «los rusos tienen algo poderoso para hacerme callar, pues la tumba de mi hijo está en la URSS». La describió nerviosa y desaconsejando al disidente comunista Jesús Hernández la publicación de sus memorias —que eran un ataque virulento contra Dolores Ibárruri—, ya que «sería peligroso publicarlo[230]». La aseveración de Alba del chantaje soviético hacia Margarita proviene casi seguramente, y es una manipulación considerable, de una contestación de Margarita a una carta de Jesús Hernández a principios de julio de 1950. Poco antes, tras los ataques de la Unión Soviética a la Yugoslavia de Tito, los antiguos camaradas de Margarita del PCE estaban denunciando a hombres que habían luchado en las Brigadas Internacionales. Se llenó de indignación cuando Jesús Hernández le escribió para pedirle que firmara una carta colectiva de condena, a lo que se negó[231]. Para explicarse, le escribió una carta conmovedora.

Ante todo, que muy de veras te agradezco te acordaras de mí para el documento. En efecto, lo que hacen algunos de nuestros excamaradas en relación con gentes que por España han dado la vida, no tiene calificativo. Pero, en fin, tú y yo, bien los conocemos, y nada puede ya cogernos de sorpresa. Yo sólo puedo decirte que en mi último día en Madrid, fui con André Marty a llevar flores al cementerio de los Internacionales (en Fuencarral) y que juntos estuvimos leyendo las inscripciones de las tumbas, entre las cuales muchas, muchísimas, ostentaban, debajo del nombre: «Yugoeslavo». Muy mal nacido hay que ser para olvidarse de eso… Y ahora, dirás que entonces por qué no firmo. Te diré lo que ya le contesté a Del Barrio cuando me escribió sobre el mismo asunto. Y espero me comprendas y disculpes. Tú sabes cómo la desgracia de mi hijo me tiene destrozada. Para mí ya todo gira en torno a ello. Y «ello» es ya sólo aquel pedazo de tierra bajo el cual está. No quiero que vean en mí una enemiga los que cuidan de su tumba. Quiero pensar que me la cuidan… Dirás que son sentimentalismos tontos, y sin duda dirás bien. Pero ¿qué quieres? Es algo a lo cual no puedo sobreponerme. Por eso no firmo. Por eso no escribo nada sobre tan repugnante tema, ni sobre muchas otras cosas. Sólo por eso. Toda mi vida me reprocharé el no haber sabido salvar a mi hijo; no podría resistir, además, el tener que reprocharme el haber cortado toda posibilidad de siquiera saber que su tumba está cuidada… o al menos el hacerme esa ilusión[232].

En su pesar, la tumba de Taguín había asumido una importancia fundamental para Margarita. Su deseo de no poner en peligro lo que esperaba que fuera su cuidado y su mantenimiento era comprensible. Sin embargo, hay cierta distancia con las insinuaciones de Víctor Alba o la afirmación más drástica de que Margarita le dijo a su viejo enemigo, el anticomunista acérrimo Julián Gorkin, que no se atrevía a escribir sus memorias porque su vida y la de su nieta habían sido amenazadas[233]. Si es verdad, resulta asombroso que eligiera confiárselo a Gorkin de entre toda la gente, y que no contara nada remotamente similar en la voluminosa correspondencia con sus amigos íntimos. Lo que realmente ocurrió es que Gorkin, que trabajaba para el Congreso para la Libertad Cultural, financiado por la CIA, le había pedido que escribiera sus memorias, ofreciéndole un cheque en blanco y, para su indignación, Margarita lo rechazó. Durante la guerra fría, el extrotskista Gorkin había llevado su antiestalinismo muy a la derecha. Su función era ultrajar una de las joyas indiscutibles de la corona del comunismo: la lucha antifascista de la República española. Patrocinó numerosas memorias antisoviéticas acérrimas de excomunistas arrepentidos —Jesús Hernández, Enrique Castro Delgado—, e incluso escribió las memorias del analfabeto Valentín González, el Campesino[234].

En una carta al que fuera su camarada en el partido, Enrique Líster, Margarita señaló que le habían ofrecido cantidades de dinero muy sustanciosas por unas memorias anticomunistas. Se había negado, no por miedo, sino por lealtad a una causa en la que aún creía. Sin embargo, en la misma carta pasó a quejarse amargamente de las falsificaciones que se encontraban en la historiografía comunista de la guerra. Protestó por las distorsiones negativas de los papeles de Largo Caballero y del primer ministro en la guerra, el republicano José Giral. Estaba especialmente enojada porque, a raíz de su expulsión del PCE, se había ido silenciando su considerable participación en la guerra[235] También estaba convencida de que militantes influyentes del partido comunista estaban haciendo todo lo posible por complicarle la vida. Se le encargaban artículos que misteriosamente no se publicaban[236]. Sobre su puesto en el Ministerio de Educación mejicano, escribió: «En Educación está lleno de mis excamaradas. Me hacen la vida de cuadrito siempre que pueden, y siempre he de temer alguna puñalada que demore o invalide los mejores propósitos».[237] No obstante, hizo frente a aquellos actos de hostilidad y ninguna de sus cartas insinúa que el Kremlin estuviera chantajeándola y amenazándola. De hecho, solía asistir a recepciones en la embajada soviética de México, donde la trataban con gran cordialidad.

En 1947 Margarita llevó a Jeanne Mansberger, a Magda y a Cuqui, que entonces tenía once años, a París con la esperanza de establecerse de nuevo en Europa. Fue a Bélgica, a Holanda y a Italia para dar conferencias sobre el arte mejicano y para escribir artículos, en su mayoría para la prensa mejicana. Hasta cierto punto, disfrutó del trabajo y de la oportunidad de ver a viejos amigos. Desde París, incluso logró restablecer el contacto con Ricarda Bermejo Oviedo, que había sido cocinera suya en Madrid. Durante muchos años, se había estado carteando con la hermana de Ricarda, Obdulia, la viuda de su amigo Ricardo Zabalza, al que habían ejecutado los franquistas. Margarita se había topado con dificultades enormes, haciendo un esfuerzo baldío por ayudar a Obdulia salir de Orán, donde vivía, y llevarla a México[238]. También con Ricarda, Margarita inició una correspondencia que continuaría hasta su muerte. Para ambas, era un vínculo con un pasado mejor, el tiempo en el que sus esperanzas estaban puestas en la Segunda República y ambas tenían a sus familias con ellas. Para Margarita, era un hilo con la infancia de Taguín, de la cual, al haber huido como refugiada de España, no había podido llevarse nada suyo, ni siquiera un juguete. Ricarda sufría privaciones considerables en Madrid y Margarita de vez en cuando le hacía llegar algún dinero. Tenían mucho en común, en el pasado y el presente. Margarita le escribió a Ricarda desde París: «Cuando se arrastra un dolor como el que yo arrastro, la vida es sólo obligación: porque me necesitan, porque son tres las que me tienen como único sostén, he de seguir adelante. Y te aseguro que buena falta me hace la voluntad para ello».

A pesar de estar ocupada con su gira de conferencias, sus pensamientos nunca se distanciaban de Taguín. En una carta a Ricarda, rememoró: «Una vez estuvo enfermo, cuando todavía vivíamos en la calle Goya, tendría unos diez años, me dijo de pronto: “Ay mami, me voy a morir… Y si me muero, ¡cómo vas a sufrir!”. Era lo único que le preocupaba, mi sufrimiento. Y ha ido a morir lejos de mí, entre extraños. Si se ha sentido morir y ha pensado en mí, ¿cuánto no habrá sufrido? Esa idea me enloquece, te lo aseguro. […] Voy a pedirte un favor, y espero no me lo niegues: me dices tienes un cestito de paja, de cuando hacía esos trabajos en el instituto. Comprendo que para ti es un recuerdo de cariño, pero ¿te figuras lo que podría ser para mí? Te lo suplico: mándamelo». Por supuesto, Ricarda se lo mandó[239].

En general, la aventura europea no salió como Margarita había esperado. La austeridad de la posguerra dificultaba encontrar un trabajo bien pagado. Además, en el ambiente paranoide de la guerra fría las cosas eran aún más difíciles para una comunista célebre. A los de la derecha les importaba poco que la hubieran expulsado del partido, lo auténticamente relevante era que no había decidido unirse a las filas de excomunistas que denunciaban con estridencia al «Dios que fracasó». También le preocupaba que su familia se viera atrapada en otra guerra. En noviembre de 1948 decidió que debía regresar al país que ahora era su hogar. Le escribió a Pau Casals: «Nos volvemos a México: las cuatro generaciones, mi madre, mi hija, y mi nieta conmigo. Familia ya sin hombres, un tanto a la deriva, viviendo de mi pluma, lo cual ya le dice bastante. Vinimos a Europa, por aquello de que, al cabo de unos años de América, hay esa añoranza que se convierte poco a poco en angustia. Y, ya que no a nuestra España, siquiera cerca. Pero lo “nuestro” va para largo… Y aquí la vida es demasiado incierta, las dificultades de cada día demasiado pesadas, y, en fin, el panorama cercano, por lo que se vislumbra, demasiado oscuro, para que no fuere en mi locura instalarme con visos de instalación definitiva, sin saber si de pronto me vería obligada a alzar el vuelo con mi gente: y no sería nada fácil, con una anciana y una niña».

Toda la familia abandonó Francia para dirigirse a México a mediados de diciembre de 1948. La «tribu gitana», como la llamaba ella, tuvo que viajar en un barco de carga, debido a que a Margarita le habían denegado el visado para Estados Unidos por, según creía ella, «haber sido comunista y, sobre todo, por haber perdido a mi hijo como héroe del Ejército Rojo». Se preparó para un viaje en barco de 25 días. Tal y como sucedió después, las incomodidades de la familia duraron bastante más de seis semanas. «Siquiera en México, hay sol, mayores facilidades en la existencia cotidiana, o sea que veré a las mías en mejores condiciones, y una se siente más rodeada, más amparada que aquí, donde tengo muchas relaciones, sí, pero son eso, amistades de visiteo, cada una con sus propios problemas, y encastilladas en ellos».

Una de sus esperanzas al ir a Europa había sido que podría visitar la tumba de Santiago en Mitrofanovka. Resultó imposible. En 1948 los viajes de París a la Unión Soviética eran casi imposibles bajo ningún concepto. Estaba preocupada porque, si hacía el esfuerzo titánico necesario, acentuaría la hostilidad de Estados Unidos y empeoraría la posición familiar: «Vine, más que nada, con la ilusión de visitar la tumba de mi hijo; y me voy destrozada, aún más de lo que vine, por no haberlo hecho. Pero, comprende que sería, en estos momentos, una locura. Que tengo que pensar en amparar a las que me quedan, y que, si fuera allí, nadie creería que era sólo para “ESO”, y después no podría ya ni dar cursos en América. ¡Qué terrible pensar que los que han caído, los que todo lo han dado, lo han dado en balde, para un mundo aún más egoísta y mezquino que el que creían transformar…!»[240]

Al regresar a México, Margarita rápidamente adquirió numerosos compromisos de trabajo. Escribió a Ricarda: «Yo trabajando como una burra: es el único modo de no volverme loca de pena. Cada quien se emborracha como puede».[241] Cuqui era un consuelo cada vez mayor, pero nunca podía quitarse a Taguín de la cabeza. «Cada vez que veo un muchacho de su edad y pienso en lo poco que el mío ha disfrutado de la vida, me vuelvo loca de pena. Lo primero que hago por la mañana es ponerle flores a todos los retratos, que los tengo en cada habitación, y después ya estoy deshecha para todo el día». Margarita intentó que su pesar no la venciera. Tenía que hacerse cargo de su madre, que cada vez tenía más achaques, de la salud endeble de Magda y a menudo ella misma estaba imposibilitada con ciática. En 1951 empezaba a tener canas. Además, resbaló y se rompió el brazo derecho. Sólo podía trabajar dictándole sus artículos a Magda[242]. Su amistad con el arqueólogo exiliado español Mateo Papaiconomos era una fuente de consuelo. Completamente dedicado a ella, solía hacer las veces de amanuense, vivía con frecuencia con la familia y más tarde fue un tío muy querido para los biznietos de Margarita. Discutían sobre arte y política y su relación, aunque platónica, era profunda y cariñosa.

A pesar de la enorme carga de trabajo, su pena y la preocupación por cumplir con sus obligaciones como cabeza de familia de la casa Nelken, Margarita seguía obsesionada con la suerte de los exiliados españoles y con la lucha anti-Franco. Las disputas internas entre los exiliados eran, comprensiblemente, dada su propia expulsión del partido comunista, una fuente de angustia considerable. En una carta a Casals a finales de 1951, expresaba su preocupación sobre una situación internacional que cada día parecía favorecer más a Franco. La disposición de las democracias occidentales de aceptar al Caudillo la llenaba de indignación: «Que nunca pueblo más heroico en la defensa de su dignidad, se vio tan traicionado por quienes —hasta por egoísmo— deberían ayudarlo». Pero también creía que las fuerzas antifranquistas no estaban concentrando sus esfuerzos acertadamente. Al comentar la proliferación de propaganda franquista en México, escribió: «La propaganda de este es desenfrenada, y a ella ayudan las absurdas disensiones entre emigrados. Si algunos sectores de nuestra emigración emplearan en luchar contra el enemigo común la cuarta parte del empeño que ponen en atacar a hermanos de lucha y miseria, ya estaríamos en España».[243]

Aunque no estaba involucrada en la política local de forma ostentosa, su capacidad para suscitar polémica no la abandonó. En la primavera de 1954 se anunció que el célebre intérprete y amigo de Richard Strauss, Clemens Krauss, había sido contratado para debutar con la Orquesta Filarmónica de Viena en Ciudad de México. De inmediato Margarita denunció a Krauss y a su mujer por sus conocidos vínculos con el partido nazi y como cómplices del holocausto. Provocó un debate considerable en el que se acusó a Margarita de ser una roja salvaje. El ciclo de conciertos continuó, pero con gran éxito de crítica hasta que, poco después de un concierto un domingo por la mañana, el 16 de mayo, Krauss tuvo un ataque de corazón y murió en su habitación del hotel. Algunos insinuaron que de alguna manera Margarita había contribuido a su muerte, lo cual era ridículo, puesto que sufría una gravísima afección cardíaca y le habían desaconsejado ir a México[244].

La preocupación principal de Margarita era su familia —su madre, su hija Magda y su nieta Cuqui—. Sin embargo, parecía que a Magda le iban mejor las cosas. Margarita estaba encantada de que Magda hubiera conseguido un buen trabajo en la embajada japonesa en Ciudad de México y estuviera aprendiendo japonés[245]. Además, estaba enamorada y pronto iba a casarse. Su prometido, Lan Adomian Waisman, director de orquesta y compositor, había nacido en Ucrania en 1906 y era hijo de un cantor judío. Su familia había emigrado a Estados Unidos en 1923. Había estudiado viola en el Conservatorio Peabody de Baltimore y composición en el Instituto Curtis de Filadelfia, donde tocó bajo la dirección de Leopold Stokowski y de Arthur Rodinski. Era amigo del doctor Charles Seeger, padre del cantante folk Pete. Lan estuvo involucrado en causas de izquierdas, escribiendo música para los manifestantes de las marchas de hambre durante la Gran Depresión. Justo cuando empezaba a ser conocido, estalló la guerra civil española. Se unió al Batallón Abraham Lincoln. Además de su servicio en las trincheras, escribió música. Sus oficiales le encargaron su Canción de la VI División y le pagaron con comida y munición. Escribió canciones con letras que le proporcionaba el poeta Miguel Hernández. Regresó de España con una actitud crítica hacia los comunistas. Su carrera empezó a despegar como compositor de radio y de documentales. Sin embargo, a principios de los años cincuenta, figuraba en las listas negras de Estados Unidos por su pertenencia al Batallón Lincoln. Sin trabajo, se había ido a México a dirigir una serie de conciertos de Mozart[246]. Allí conoció a Magda en una fiesta de disfraces en la casa del gran pintor mejicano Rufino Tamayo. Enseguida se enamoraron y decidió quedarse en México para estar con ella. Así pues, necesitaba trabajo. Aquello requería que se afiliara al sindicato de compositores, para lo cual tenía que ser ciudadano mejicano. Por tanto, solicitó la nacionalidad mejicana, que obtuvo gracias a Magda.

Durante unos meses en 1952, Margarita pasó por un sinfín de preocupaciones cuando Magda cayó enferma, aquejada de lo que se diagnosticó como una neuritis, aunque pareció recuperarse. A mediados de 1953, Margarita tuvo que someterse a una operación muy dolorosa para extirparle un tumor benigno (lipoma) de un costado[247]. Apenas se había recuperado cuando, a comienzos de 1954, de nuevo estaba cuidando a Magda, pero esta vez no iba a haber tregua. Tenía cáncer de útero. Después de lo que Margarita llamó «cinco meses de infierno», Magda murió el 23 de junio de 1954[248]. Margarita estaba desolada. Mandó una nota garabateada a sus amigos íntimos Luis Jiménez Asúa y a su esposa Mercedes, en Buenos Aires. Su pesar se adivina en la escritura, en la que apenas se reconoce su habitual caligrafía cuidada: «Me quedé sin hija el 23. Sin que se supiera tenía cáncer. Todavía —aunque no me lo creáis— no me he vuelto loca. Y por lo visto nadie muere de pena».[249]

Un testimonio conmovedor de su dolor apareció en una carta a un viejo compañero del partido socialista, Enrique de Francisco. Margarita le escribió seis meses después de la muerte de Magda para disculparse por no haberle agradecido un ejemplar que le había mandado de su Hacia la humanidad libre. Se había retrasado porque primero quería haberlo leído: «Y el hecho es que TODAVÍA NO PUEDO LEER. Desde que se me fue mi Magda, apenas si logro, y no todos los días, leer “muy por encima” los periódicos. No puedo, por más que haga, concentrar mi atención. En cuanto empiezo a leer, pienso… y me parece que me vuelvo loca. Voy a las exposiciones cuando no hay gente, para tomar apuntes y escribir, como sea, los artículos que, con las traducciones, me permiten sacar adelante esta casa ya tan terriblemente vacía y a mi madre y a mi nieta. Pero todavía no puedo hacer nada que no sea absolutamente indispensable. He ido a algunos conciertos… ¡Todo inútil…! En fin, con decirle que, aun comiendo bastante bien, he perdido 27 kilos, comprenderá cómo me encuentro». Prometiendo leer su libro cuando fuera capaz, terminaba la terrible nota: «A usted y los suyos, que todavía pueden hablar de felicidad, se la deseo de corazón en este año y los venideros. A mí, deséeme, si me quiere bien, que se me acabe, en cuanto tenga la niña encarrilada [Cuqui, casi tenía diecinueve años], ahora con esta broma ya inaguantable de despertar (cuando duermo) volviendo a sentirme sin hijos». La firma enérgica y segura de su primera escritura se reemplazaba por una mano temblorosa[250].

Un año después de la muerte de su hija, escribiría a Jiménez Asúa: «En apariencia, para quien no me haya conocido antes, soy todavía persona; con decir que adelgacé más de 30 kilos, ya os imaginaréis como estoy. No lloro casi nunca, ni me da histeria, pero me quemo viva por dentro. Y no puedo, y cada día menos, con tanto dolor».[251] Durante más de un año, vistió de luto riguroso y tenía la intención de hacerlo el resto de sus días, hasta que su nieta logró que cejara en su empeño.

Para Margarita supuso un motivo concreto de tristeza que Magda hubiera muerto antes de ver realizado su deseo de casarse de nuevo. Tras la muerte de Magda, Lan llegó a ser como un segundo hijo para Margarita. Pasaba mucho tiempo con ella y la acompañaba a llevar flores a la tumba de Magda. Margarita se sentía responsable de que los comunistas le estuvieran creando tantos problemas a Lan y utilizó su influencia para ayudar a que consiguiera los papeles de nacionalización. En sus cartas de la década siguiente hacía referencias constantes a Lan y a su satisfacción por su éxito profesional. Lan le escribió montones de cartas afectuosas, empezando a menudo con un «Querida Mami» —el nombre con el que se la conocía dentro de la familia[252]—. Margarita adoraba su música, que estaba inspirada intensamente en la política y en concreto por sus experiencias en España y por el holocausto. Su segunda sinfonía, La española, que empezó durante la guerra civil, contenía elementos de cante jondo y está dedicada a sus camaradas del Batallón Abraham Lincoln. Lo que Margarita valoraba más de Lan era la Cantata Elegiaca para mezzosoprano, coro y conjunto orquestal en memoria de Magda. Escribió a Jiménez Asúa para contarle lo mucho que se había conmovido en su estreno. Omitió decirle que el libreto era de Margarita Nelken. Publicado en 1956, estaba acompañado de dibujos de una serie de artistas destacados que querían y admiraban a Margarita y a Magda. Entre ellos se encontraban Rufino Tamayo, Carlos Orozco Romero y Leonora Carrington. La desolación que se expresaba en el texto reflejaba hasta cierto punto el tormento que sufría como consecuencia de la muerte de su hija[253].

En 1963 Lan empezó a vivir con María Teresa Toral, que había escuchado su música mientras estaba en la cárcel de mujeres de Madrid después de la guerra civil. Distinguida física, además de artista y música de talento, la doctora Toral había sido encarcelada varias veces por los franquistas. Como se ha señalado en el capítulo correspondiente, en octubre de 1946, Nan Green, con mucha valentía, había asistido a su proceso como observadora. A la salida de la cárcel, en 1956, se marchó a México. Margarita Nelken tenía una buena opinión de la calidad de los grabados de María Teresa Toral[254]. La relación no disminuyó la estrecha amistad de Lan con Margarita y con Mateo Papaiconomos. El 5 de julio de 1966, al cumplir Margarita setenta y dos años, Lan le escribió: «Querida Mami: Ayer me indicaste que preferías no te trajera flores (como en años pasados) en el día de hoy. Pues ya te tuve otro —modesto— regalo preparado: te brindo el estreno de mi segunda sinfonía (Española). También este estreno es en memoria de Magda, Taguín, quienes junto a ti, a mí, a Mateo, a María Teresa y tantos y tantos que participamos en nuestra guerra por la libertad de nuestra España y para evitar el holocausto de la Segunda Guerra Mundial. Fracasamos. Pero el ideal queda».[255]

La vida de Margarita en aquel tiempo se había convertido en una rutina constante de trabajo frenético, en parte para ganarse la vida, pero también para librarse de los pensamientos de sus hijos muertos. Había escrito a Casals para asegurarle que se mantenía viva sólo por sus responsabilidades con su madre y su nieta[256]. El 13 de abril de 1955, Pau Casals escribió a Margarita para informarle de la muerte de Francesca Vidal de Capdevila, su amada compañera: «Mi querida amiga: yo también he pasado por una situación terrible. He perdido a mi compañera, que era el sustento de mi vida. Me siento como abandonado, sin esperanzas. Mi situación me ha hecho comprender mejor la suya, querida amiga. ¡Cuánto le acompaño en su dolor! Pero no insisto, porque a mí también las palabras de consuelo me sirven de muy poca cosa». Margarita contestó con el mismo tono triste: «Yo trabajo sólo para vivir, y hacer vivir a mi madre, ya tan viejecita, y a mi nieta. Y pienso a veces que cuando esta esté encarrilada para hacerle frente a la vida, me apagaré ya como una vela que se acabó. ¡Ojalá sea pronto!»[257]

La salud de la madre de Margarita estaba fallando, y a medida que retrocedía a una infantilidad senil, requería mayores cuidados. A finales de 1955, Cuqui se casó con José Ramón Rivas Ibáñez, hijo del dramaturgo Cipriano Rivas Cherif, y sobrino del difunto presidente de la República, Manuel Azaña. Los recién casados se fueron a un piso situado junto al de Margarita. Esta, a quien inicialmente no le complacía el vínculo Rivas-Azaña, le escribió a Ricarda: «Yo sola con mi madre, ya tan achacosa y que es como niña la que no se puede reprender como a chiquilla mal criada».[258] En noviembre de 1958 Cuqui dio a luz un niño, al que llamaron José Ramón. Margarita escribió: «Tengo un biznieto, ya de mes y medio, pero nada puede “revivirme”[259]». No obstante, incitada por Cuqui, que sagazmente le dijo que no le gustaba que cogiera al niño vestida de negro, se compró algunas blusas blancas. A partir de entonces, según Cuqui, que tuvo tres hijos más en los siguientes nueve años, ella «vivía para y con mis hijos». Era un alivio frente a la tarea deprimente de cuidar a su madre: «La pobre, con su arteriosclerosis progresiva, pierde intelectualmente de día en día; apenas anda algo en la casa y a cada rato se cae».[260] Su declive final coincidió con un período de casi ceguera para Margarita. Jeanne Mansberger murió a principios de 1958, a la edad de ochenta y cinco años.

Sobre una mesita delante del sofá de Margarita, había fotos enmarcadas de Magda y Santiago. A veces, cuando venían visitas, las miraba abstraída y decía: «¡Esto es lo que me ha dejado la vida: de dos hijos, dos retratos!»[261] En el quinto aniversario de la muerte de Magda en 1959, Margarita se conmovió profundamente por las flores y los mensajes de sus amigos, pero el sentimiento de pérdida seguía embargándola: «Ya tampoco puedo con esta desesperación. Es como vivir al margen de la vida, de cuanto pudiera ayudarme a no enloquecer con mis penas». Las cosas se animaron un poco con el éxito de su libro sobre el pintor mejicano Carlos Orozco Romero. Se emocionó aún más con el nacimiento del segundo hijo de Cuqui, una niña, y por el hecho de que la llamara Magda. Margarita habló de la posibilidad de escribir sus memorias. Sus razones para no hacerlo no tuvieron nada que ver con los temores que se inventó Gorkin: «La verdad es que lo que yo debería escribir es un folletín por entregas con mi propia vida. Pero resultaría demasiado inverosímil». Cada vez tenía más dificultades con la vista. Su letra se estaba haciendo ilegible y bromeaba comparándose con los mendigos ciegos de las calles de España[262]. No obstante, recuperó el ánimo cuando Cuqui dio a luz su tercer hijo, un niño al que llamaron Santiago[263].

En 1962 sufrió un ataque grave de bronquitis[264]. También le alteró, a principios de año, la muerte de Martín de Paúl. Hacía mucho tiempo que estaba resentida con él por no haberse molestado en ponerse en contacto cuando Santiago y Magda murieron, pero en el fondo aún sentía algo por él. Le visitó en el hospital de pobres adónde le habían llevado. Para asombro de Cuqui y de su marido, José Ramón, que la habían acompañado, cuando Margarita vio a Martín, se echó a llorar. Se sentó en la cama y le acarició cariñosamente la cara. «Martín mío —le susurró con una voz agarrotada por la emoción—, amor de mi vida, soy tu Margarita, soy tu Margaritiña. Todo está olvidado, ya estoy contigo». Después de ir a México en 1940, Martín había reconstruido su fortuna dos veces y dos veces lo había perdido todo jugándoselo en el casino de Cuernavaca. Ahora en 1962, moría pobre y olvidado por sus diversas y jóvenes amantes[265]. La consecuencia fue que Margarita tuvo que hacerse cargo de la situación y organizó el entierro. Escribió a Ricarda: «Se me han revuelto demasiadas cosas que yo procuraba olvidar. En fin, en memoria de los hijos, todo lo perdoné».[266] Pero se trataba de algo más.

A pesar de los recuerdos dolorosos del pasado, mantuvo su pasión por España, por lo que siguió polemizando con sus antiguos camaradas. No obstante, asumió un papel dirigente en las protestas sobre la ejecución del comunista español Julián Grimau[267]. Aunque su compromiso con el trabajo se mantuvo intacto, la pérdida de sus hijos y el rechazo político la amargaron y volvieron susceptible. En 1964 preparó un borrador autobiográfico a petición de una alumna, una especie de currículo. En él escribió: «Y ya sólo soy una mujer vieja, deshecha de dolor por la pérdida de mis hijos, que procura ser útil en lo posible y, quizá afortunadamente, tiene que trabajar duro para ganarse la vida».[268] Fue diez años después de la muerte de Magda cuando escribió en el aniversario que para ella cada año era más terrible. Margarita cumplió setenta años el 5 de julio de 1964. Aquel mismo año, sin previo aviso, un médico le había diagnosticado sin contemplaciones cáncer de pecho. En una operación dolorosa de cuatro horas, le practicaron una mastectomía seguida de un tratamiento de cobalto: «Me deja hecha una piltrafa. Pero para mí, lo peor, lo que he revivido». Siguió trabajando tanto como le permitía su vista. Iba a las exposiciones de arte, valiéndose de Cuqui, de su amigo Mateo, o de amigos artistas como el muralista Vela Zanetti[269] También empezó a escribir un relato de su vida para los hijos de Cuqui[270].

Su salud se deterioraba. En 1965 sufrió un ataque de corazón. Le envió a Ricarda una fotografía «para que veáis en qué carcamal he quedado». Jiménez Asúa fue a verla y se despidió con la esperanza de que se verían pronto en Madrid. Escribió a Ricarda: «Claro que yo no volveré. ¿Qué me haría sin hijos, ni marido, ni nada más que mis penas y mi vejez?»[271] En 1966 tuvo neumonía, una angina de pecho y ciática, pero lo resistió. Su amor por los cuatro hijos de Cuqui la mantenía en pie. Como vivían en el mismo edificio, uno de ellos solía dormir con ella todas las noches, «así mi despertar es menos triste[272]». Recibía visitas constantes de españoles que le hacían reflexionar tristemente: «Pero para mí aquello ya está demasiado lejos. El pensar que no encontraría a mis hijos hace que para mí España ya sea como otro planeta. Y no deja de ser terrible esa idea de que no he de volver, pase lo que pase».[273]

El trabajo, sus biznietos y su inmenso prestigio en el mundo cultural mejicano la llenaban de energía, a pesar de que sus problemas de salud se iban acentuando. De hecho, sus sufrimientos se acercaban a su fin. El 11 de febrero de 1968, escribió a Luis y a Mercedes: «Llevo cuatro meses hecha una calamidad: una medicina mal aplicada me produjo un envenenamiento que me tuvo semanas en el hospital y varios días en coma. Ahora todavía tengo enfermera de día y de noche, y estoy de un estado de debilidad que para mayor gracia, como es natural, ha atacado la parte que tengo más débil, o sea la vista. Sin embargo, desde algún tiempo procuro trabajar algo: los expositores me traen algunas obras a casa y con la ayuda de Cuqui procuro comentarlas. Pero para qué os digo el estado de depresión en que todo esto me ha puesto».

Después de que le entregara esta carta para mandarla por correo, Cuqui añadió, sin el conocimiento de Margarita, lo siguiente: «Mami no sabe nada de esto, pero lo que tiene es cáncer en los huesos. Está perfectamente diagnosticado, en el hombro, en las costillas, en la cadera (todo en el lado izquierdo) y en dos vértebras cervicales. No hay nada que se pueda hacer, y sólo nos queda esperar, un mes, seis… desgraciadamente más de lo normal, ya que lo perfecto sería que se muriera ahora mismo para ahorrarle los dolores monstruosos que ya están empezando, aunque como son del lado izquierdo los achaca al corazón. Como sé lo mucho que la queréis, os lo digo».[274] Luis Jiménez Asúa contestó a esta misiva desgarradora el 14 de marzo. Su carta llegó demasiado tarde. Margarita Nelken había muerto en México el 9 de marzo de 1968, a los setenta y ocho años[275].

El novelista Max Aub escribió el 10 de marzo: «Pocas vidas con mayores disgustos, tropiezos, desengaños, desgracias. Las resistió hasta cerca de los ochenta años que debía de tener». «No era mujer fácil y su mala lengua debió de servirle de mucho para preservarla de tribulaciones. Era, inútil decirlo, muy inteligente. Leyó y vio no poco. Supo hablar; diputada socialista por Extremadura, conocía el campo español como los museos de Europa».[276] La anarquista Federica Montseny, con la que había trabajado durante el asedio de Madrid, comentó con generosidad: «El error de Margarita Nelken fue pasar del partido socialista al partido comunista; fue quizá porque, sabiéndose mejor escritora, mejor oradora, más preparada que la Pasionaria, pensó que llegaría ser la primera mujer del partido. Pero la primera plaza ya estaba ocupada por Dolores Ibárruri, que era un mito muy enraizado, difícil de desplazar. Los socialistas no le perdonaron lo que creyeron una traición y los comunistas siempre la miraron con cierto recelo y desconfianza. Esa fue, para mí, la tragedia de Margarita Nelken. Pero la Margarita Nelken crítico de arte, la Margarita Nelken periodista, la Margarita Nelken en cualquier terreno era un valor realmente excepcional en todos los tiempos y todas las situaciones. Quizá por eso, porque fue una mujer excepcional, el silencio ha caído sobre ella como una pesadísima losa». La estudiosa estadounidense Shirley Mangini comparte la opinión de Montseny de que fue la «excepcionalidad» de Margarita Nelken lo que trágicamente la condenó al anonimato[277]. En parte, lo que ocurrió fue que sus energías y su talento se dispersaron prodigiosamente sobre tantos campos y causas que nunca alcanzó una posición de primera fila en ninguno de ellos. También su temperamento la hizo incompatible con las cargas administrativas y la duplicidad que requería el éxito en los partidos políticos. Fue Max Aub quien mejor resumió su extraordinaria vida: «¡Pobre Margarita, de veras siento que hayas muerto! Había algo derecho en ti que te salvó siempre: amor a los humildes y a la belleza».[278]