MERCEDES SANZ -BACHILLER
¡QUÉ DIFÍCIL ES JUZGAR!
En la ciudad episcopal de Valladolid, el 17 de julio de 1936, una madre joven de tres hijos celebraba su vigésimo quinto cumpleaños. Mercedes Sanz-Bachiller tenía muchas razones para ser feliz. Estaba enamorada de su marido, un hombre apuesto y viril que correspondía a su amor apasionadamente. Sus tres hijos, dos niñas de cuatro y dos años, y un niño de uno, estaban sanos y fuertes, y ella volvía a estar embarazada de cuatro meses. Tenía estabilidad económica, pues poseía algunas tierras fértiles cerca del próspero pueblo de Montemayor, en la provincia de Valladolid. No obstante, su cumpleaños no era una ocasión alegre. La angustia reinaba en su hogar. Su marido era Onésimo Redondo, una de las figuras principales del fascismo español, y había sido encarcelado cuatro meses antes por sus actividades políticas. Ahora estaba en la cárcel de Ávila, casi a 125 kilómetros, y ella temía por su seguridad. Cuatro noches antes, el 13 de julio, un grupo de guardias de asalto republicanos había asesinado en un acto de venganza al líder monárquico José Calvo Sotelo.
No es de extrañar por tanto que Mercedes Sanz-Bachiller estuviera consumida por la preocupación sobre la suerte de su marido. Además, las calles fuera de su casa latían de miedo. Tras meses de violencia política creciente en la ciudad, tanto la izquierda como la derecha estaban anunciando un levantamiento militar y un baño de sangre en las calles. La derecha de Valladolid confiaba en sí misma puesto que importantes elementos del ejército, la Guardia Civil y la Guardia de Asalto estaban implicados en los preparativos locales para el golpe[1]. La tensión era electrizante mientras ambos bandos de la ciudad aguardaban el estallido de violencia. En la tarde del 17 de julio se estaba filtrando la noticia de que las guarniciones se habían rebelado en el Marruecos español. Al día siguiente la derecha controlaba Valladolid y las principales ciudades de Castilla la Vieja. En Ávila, Onésimo Redondo fue liberado y corrió hacia su casa en Valladolid, desesperado por ver a su mujer y a sus hijos. Después de un reencuentro apasionado con Mercedes, volvió a tomar el mando de la Falange local. Cinco días después, estaba muerto. Lo habían matado cerca del frente, en el pueblo de Labajos, muy al norte de Madrid. Cuando Mercedes Sanz-Bachiller se enteró de la noticia, que le comunicaron de manera brutal con una llamada telefónica desde el cuartel general militar, se desmayó. Perdió al niño y su vida quedó hecha añicos.
Seis meses más tarde, Mercedes Sanz-Bachiller sería una de las dos mujeres más importantes de la zona rebelde de la España desgarrada por la guerra. Estaba a la cabeza de una masiva organización de beneficencia, que se creó literalmente de la nada. Supervisaba una gigantesca operación de logística diaria que alimentaba a cientos de miles de personas, y tenía a varios miles de mujeres a sus órdenes. La mujer cuya firmeza de carácter, fuerza de voluntad y dinamismo le habían permitido superar el golpe de la pérdida de su marido y lanzarse desde la oscuridad a la preeminencia política, nació en Madrid el 17 de julio de 1911. Sus padres eran de Valladolid y casualmente estaban de paso por la capital cuando su madre se puso de parto. Ambos eran de Montemayor, al sureste de Valladolid. Mercedes Bachiller Fernández venía de una rica familia rural de la burguesía de la provincia que poseía numerosas granjas y fincas. De su madre, Mercedes Sanz-Bachiller heredó un sentimiento de la importancia crucial de la tierra. Por el contrario, su padre, Moisés Sanz Izquierdo, no provenía de una familia rica y no tenía más que la educación básica. Sin embargo, era un hombre de gran inteligencia y energía. Había estado tres veces en América Latina en viajes de negocios. Mercedes Sanz-Bachiller afirma que fue él quien descubrió la achicoria como sustituto del café[2].
A pesar de las ventajas familiares, Mercedes tuvo una infancia dura y solitaria. Sus padres habían tenido dos hijos antes, pero ambos habían muerto en la infancia. Además, su matrimonio no sobrevivió mucho tiempo tras el nacimiento de Mercedes. Dos años después del nacimiento de su hija, la pareja se separó. Moisés se había peleado con su mujer por la reticencia de ella a vender alguna de sus propiedades para invertir en los diversos proyectos de negocios de él. Mercedes Bachiller regresó a la casa de su madre viuda en Montemayor y rompió toda relación con su marido y la familia de él. Según Mercedes Sanz-Bachiller, su madre era una mujer resuelta e inflexible. Tomar la iniciativa de separarse de su marido en el ambiente fervientemente católico del norte de Castilla era una muestra de su arraigada independencia. La consecuencia para Mercedes fue que se crio en el ambiente lúgubre de la casa de su abuela, compartida por su madre y una de sus dos hermanas, que era subnormal y necesitaba cuidados constantes. Según Mercedes Sanz-Bachiller, su tía era «anormal, analfabeta, agresiva y con una fuerte tendencia hacia el sexo masculino. Como entraban obreros y labradores en casa, ella les perseguía». El temor al escándalo era tal que las visitas no eran bienvenidas. Así pues, a Mercedes la criaron dos viudas, su madre y su abuela, y su extraña tía en «lo que era una casa triste». Ya separado de su madre, su padre murió en 1914, antes de cumplir los cuarenta, y cuando Mercedes apenas tenía tres años. Vio a su padre sólo dos veces, una cuando tenía tres años y otra cuando yacía en el ataúd[3].
Montemayor era un pueblo inusualmente rico. Como consecuencia de la propiedad común de algunas tierras abundantes en producción de resina de pino, la escuela local era gratis para los aldeanos y tenía un nivel alto. La farmacia también era gratis para los habitantes que, gracias a las tierras comunales, disfrutaban de una seguridad social a pequeña escala dentro de un miniestado de bienestar. No obstante, la madre de Mercedes era muy susceptible a las diferencias sociales, por lo que no permitía a su hija jugar con otros niños del pueblo. Mercedes fue a la escuela del pueblo hasta los nueve años, pero no le dejaban tener amigos en la localidad. Anhelaba jugar con los otros niños y se escapaba para jugar con el hijo y la hija de un pequeño propietario vecino que alquilaba la tierra a la familia Bachiller. Su madre era inflexible y rígida, no muy dada a manifestar muestras de afecto físico ni verbal. Mercedes Bachiller rara vez abrazaba o hacía carantoñas a su hija. A pesar de su riqueza, nunca le compraba juguetes o muñecas, o lo que consideraba ropa bonita y frívola. Por otra parte, para marcar las diferencias con los niños del pueblo, Mercedes era la única a la que se obligaba a llevar sombrero en la misa de domingo. Quizá por la pérdida de sus dos primeros hijos, Mercedes Bachiller Fernández sólo tenía una preocupación respecto a su hija: que creciera fuerte e independiente. Le inquietaba especialmente asegurarse de que comiera bien. Como vivían en una finca rica, nunca faltaban huevos, pollo, cordero, queso y verduras. Al criarse en un lugar de gran altitud, rodeada de pinares, la joven Mercedes creció fuerte. Su madre también insistía —por cuestiones de salud más que por vacaciones— en que todos los años la joven Mercedes pasara una temporada en la costa, en los centros turísticos de moda de Santander o de San Sebastián para nadar. La consecuencia fue la extraordinaria robustez física de la que gozaría a lo largo de su vida[4].
Cuando Mercedes Sanz-Bachiller tenía nueve años, la mandaron a un internado de Valladolid, el colegio de las dominicas francesas, en la calle Santiago. Era un internado relativamente progresista y, en comparación con la rigidez intolerante de su madre, suponía cierta liberación. Mercedes Bachiller era tan dura que solía dejar a su hija en el internado en Navidad. Mercedes Bachiller Fernández murió en 1925, cuando Mercedes Sanz-Bachiller tenía catorce años: «Cuando murió mi madre y yo tenía catorce años y una tutoría, la primera cosa que hice fue comprar un muñeco». Era un pequeño presagio del futuro, un acto de independencia, aunque lejos de ser subversivo. Con catorce años, Mercedes estaba sola en la enorme casa en que se había criado. Su abuela había muerto, la relación de su madre con sus tías era tal que había elegido como tutor para Mercedes a un primo, un médico, Aurelio Bachiller. Su tutor, que administraba con eficacia su sustanciosa herencia —principalmente tierras—, era su única familia. Se hacía cargo de sus propiedades con honradez, pero era tan distante que nunca la invitó a su casa. De las rentas de la tierra, pagaba el colegio, le daba una pequeña pensión y el resto lo invertía. Mercedes siguió en el Colegio Francés de Valladolid hasta 1928, momento en que quiso cambiar al colegio de París que dirigía la misma orden de monjas. Buscó el permiso legal para administrar su propio patrimonio y su tutor pensó que era lo bastante madura para concederle el deseo. Tras un año en París, Mercedes regresó y se le permitió vivir en las habitaciones de su antiguo colegio de Valladolid. Retrospectivamente, sentía que el aislamiento oscuro de su infancia le había dejado con una determinación positiva de sacarle el máximo jugo a la vida[5].
En 1929, con dieciocho años, Mercedes Sanz-Bachiller conoció al hombre que la marcaría de manera definitiva para el resto de la vida —Onésimo Redondo Ortega, un futuro dirigente del movimiento fascista español—. Onésimo Redondo nació el 16 de febrero de 1905 en Quintanilla de Abajo, un pueblo pequeño pero próspero en la provincia de Valladolid. Educado en una familia profundamente católica, Onésimo fue un estudiante brillante que, a pesar de sus orígenes modestos, consiguió una beca que le permitió subir en la escala educativa. Después de una escuela rural convencional, fue a un instituto de educación secundaria en la capital de la provincia. En 1923 opositó para el Ministerio de Hacienda y aceptó un puesto en Salamanca para poder estudiar derecho en la universidad de allí. En Salamanca, a través de su confesor, el padre Enrique Herrera Oria, entró en contacto con la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP). Fundada por el hermano de Enrique, Ángel, la ACNP era una organización de élite de influencia jesuítica que contaba con unos quinientos destacados derechistas católicos de talento, que procuraban ejercer una influencia sobre la prensa, la judicatura y las profesiones. Durante este período, el sinceramente pío Onésimo era un entusiasta de la dictadura del general Miguel Primo de Rivera. Después de obtener la licenciatura en derecho, regresó a Valladolid a principios de 1926, para preparar la difícil oposición de ingreso en el cuerpo de abogados del Estado. Fracasó cuando se presentó la primera vez en 1927 y poco después aceptó un trabajo para enseñar español en la Escuela de Comercio de la Universidad de Mannheim[6]. Durante el curso académico 1927-1928 en Alemania, desarrolló una gran admiración por el partido católico, el Zentrum, sobre el que escribió a Ángel Herrera Oria, el fundador de la ACNP. Más tarde le contaría a Mercedes Sanz-Bachiller que le había horrorizado la libertad sexual y social de la república de Weimar. Por esa razón, a pesar de una hostilidad profundamente arraigada a la implantación en España de modelos extranjeros, le interesó la declaración de intenciones del naciente partido nazi de restaurar los valores tradicionales[7].
A su regreso de Alemania en el otoño de 1928, Onésimo Redondo empezó a trabajar de administrador y secretario asesor del recién fundado Sindicato de Cultivadores de Remolacha de Castilla la Vieja. El problema central de los cultivadores era la concentración en muy pocas manos de las refinerías de azúcar. Onésimo inició con éxito una reorganización importante del sindicato anteriormente inactivo, reclutando a nuevos miembros a través de giras de propaganda, y empezó el proceso de recaudación de fondos para el sindicato con el fin de construir su propia refinería. El hermano mayor de Onésimo Redondo, Andrés, vivía en el mismo edificio que el presidente del sindicato de cultivadores de remolacha, Millán Alonso de Las Heras. Una de las amigas más íntimas de Mercedes era la hija de don Millán, Sarita Alonso Pimenter. Un día, el 11 de junio de 1930, Mercedes subía en el ascensor con don Millán y coincidieron con Onésimo Redondo, que entonces tenía veinticinco años. Onésimo se quedó maravillado con ella y, al día siguiente, interrogó con impaciencia a don Millán sobre su identidad: «Entonces le dice don Millán: “¿Por qué no pasas a tomar café conmigo a casa mañana y te la presento?”». Cuando fueron presentados al día siguiente, Onésimo, de comunión diaria, se lanzó a muerte a cortejarla: «“¿A qué misa vas tú?”. Se iba a misa todos los días, y le digo: “Yo a los jesuitas, a las nueve”, y dice: “Pues allí estaré”». Al día siguiente, después de misa, como ambos habían ayunado antes de comulgar, tenía la excusa perfecta para invitarla a desayunar en una cafetería. Volvieron a quedar al tercer día y dieron un largo paseo por los jardines conocidos como Campo Grande. Sin preámbulo, le preguntó si quería casarse con él, e igualmente rápida ella aceptó: «Y le digo que sí, de repente. Yo, sin casa y sin hogar. Desde luego era un hombre muy atractivo, no era feo, no». Su mayor duda tenía que ver con su nombre: «La palabra Onésimo me horripilaba. Pero pensé: yo digo que sí, porque para decir que no ya tendré tiempo». Más tarde él le contó que si le hubiese rechazado su orgullo jamás hubiera permitido preguntárselo de nuevo[8].
Era típico de la naturaleza impetuosa de Mercedes, pero también fue una respuesta instintiva de la que nunca se arrepintió. Sus ocho meses de noviazgo se llevaron a cabo en gran parte por carta, ya que Onésimo estaba ocupado viajando en un intento de desarrollar el sindicato de cultivadores de remolacha. Le escribió a Mercedes cartas sumamente románticas, que pronto transformaron sus dudas en amor apasionado. Se casaron el 12 de febrero de 1931 en la capilla del palacio arzobispal de Valladolid. Pasaron la noche de bodas y los primeros días de su luna de miel en Madrid antes de partir en un viaje que habían planeado por Andalucía. No obstante, después de un par de días, en Sevilla, Onésimo recibió un telegrama en que le pedían que volviera a Valladolid para que representara a su padre como abogado en un caso civil[9]. Durante la campaña de las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, que de manera generalizada eran consideradas un referéndum sobre el destino del rey Alfonso XIII, Onésimo Redondo hizo campaña a favor de los candidatos monárquicos de Valladolid. Los resultados mostraron que una mayoría de españoles no le perdonaron al rey su traición a la Constitución al aceptar la dictadura militar en 1923. La familia real abandonó España y el rey se dirigió al sur, acompañado por su primo Alfonso de Orleans-Borbón. Cuando la reina Victoria Eugenia, que viajaba hacia el norte en tren, pasó por Valladolid, Onésimo Redondo estaba entre los que fueron a rendirle tributo[10]. Desde el primer momento, Mercedes se interesó por las actividades políticas de su marido. Como católica y terrateniente, le pareció natural que, en los primeros días de la República, Onésimo estuviera ligado a Acción Nacional (más tarde, Acción Popular), el grupo político fundado el 26 de abril por Ángel Herrera. El 5 de mayo de 1931, creó la organización política en Valladolid y dirigió la campaña electoral del partido para las elecciones parlamentarias del 28 de junio de 1931. El 13 de junio, Onésimo fundó en Valladolid el periódico antirrepublicano quincenal, y más tarde semanal, Libertad. Se creó con el dinero que donó una vallisoletana conservadora de clase media alta, pero pronto tropezó con dificultades económicas. Entre los colaboradores del periódico había un discípulo de Onésimo Redondo de diecisiete años, Javier Martínez de Bedoya, que en el futuro se convertiría en el segundo marido de Mercedes Sanz-Bachiller. El inteligentísimo Bedoya era hijo de un notario de Guernica y había estudiado derecho en la Universidad de Valladolid. Había conocido a Onésimo Redondo en una reunión de la Casa Social Católica en Valladolid, el 16 de abril de 1931, dos días antes del establecimiento de la Segunda República. Se hicieron muy buenos amigos. Después de que las elecciones hubieran dado una inmensa mayoría a la coalición socialista republicana, Onésimo Redondo se desvinculó oficialmente de Acción Nacional. El 9 de agosto, junto con su hermano mayor Andrés y un estudiante de medicina, Jesús Ercilla, Onésimo fundó las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica (JCAH). El grueso de los militantes de la nueva organización provenía de Acción Nacional de Valladolid, que se quedó prácticamente sin miembros[11]. Le costó a Onésimo poco trabajo entusiasmar a Mercedes con su búsqueda de una línea más radical que aquella ofrecida por el catolicismo conservador de Acción Nacional. La retórica de justicia social de Onésimo, junto con su compromiso con los valores tradicionales le gustaron mucho a Mercedes. La experiencia de ella en Montemayor le hacía pensar que una comunidad rural pudo alcanzar la prosperidad colectiva sin expropiaciones conflictivas.
El 10 de agosto, Libertad publicó una proclama vehemente de Onésimo. Revelaba su compromiso apasionado con los valores tradicionales y rurales de Castilla la Vieja, con la justicia social y la violencia. Escribió: «El momento histórico, jóvenes paisanos, nos obliga a tomar las armas. Sepamos usarlas en defensa de lo nuestro y no al servicio de los políticos. Salga de Castilla la voz de la sensatez racial que se imponga sobre el magno desconcierto del momento: use de su fuerza unificadora para establecer la justicia y el orden en la nueva España». Su biografía oficial, publicada de forma anónima pero escrita por Javier Martínez de Bedoya, describe el artículo como el toque de corneta que atrajo a militantes a la nueva organización. Su defensa de la violencia dio el tono a la organización[12]. Desde luego, trajo un elemento de confrontación brutal a una ciudad que anteriormente se había destacado por la tranquilidad en las relaciones laborales[13]. Los nuevos reclutas rápidamente se armaron para las luchas callejeras contra la predominante clase obrera socialista de Valladolid: «A las afueras del Puente Mayor se compraron vergajos en cumplimiento exacto de nuestra fe permanente en la violencia». Las reuniones de las JCAH tenían lugar prácticamente en la clandestinidad y, en cuanto pudieron permitírselo, empezaron a comprar pistolas. Con el tiempo, la defensa de la violencia de Onésimo Redondo se hizo todavía más virulenta.
Dada la debilidad numérica de las JCAH, Onésimo Redondo también se apresuró en buscar vínculos con grupos similares. Así pues, su mirada recayó en el primer grupo abiertamente fascista de España, el minúsculo La Conquista del Estado, fundado en febrero de 1931 en Madrid por el zamorano Ramiro Ledesma Ramos, un funcionario de correos en la capital y difusor entusiasta de la filosofía alemana[14] En el primer número de Libertad Onésimo Redondo se había referido favorablemente al periódico de Ramiro Ledesma Ramos: «Nos parece bien el ardor combativo y el anhelo de La Conquista del Estado; pero echamos de menos la actividad antisemita que ese movimiento precisa para ser eficaz y certero. No nos cansaremos de repetírselo»[15]. El antisemitismo —no una importación nazi sino derivado del nacionalismo castellano del siglo XV— se repetirá en los escritos de Redondo. A finales de 1931, por ejemplo, escribió sobre los colegios mixtos como un ejemplo de lo que «es un capítulo de la acción judía contra las naciones libres. Un delito contra la salud del pueblo, que debe penar con su cabeza a los traidores responsables[16]». Apenas es sorprendente que Ramiro Ledesma escribiese más tarde de Libertad como «situado francamente entonces en una zona ultraderechista». En octubre de 1931 Jesús Ercilla presentó a Onésimo Redondo a Ramiro Ledesma Ramos en Madrid. Fue la primera de varias reuniones que hubo en Madrid y en Valladolid, que culminaron con la poco precisa fusión de los dos grupos en las Juntas de Ofensiva NacionalSindicalista (JONS) el 30 de noviembre de 1931. El nuevo grupo adoptó los colores rojo y negro de la anarcosindicalista CNT y tomó como insignia el emblema de los Reyes Católicos, el yugo y las flechas. Era antidemocrático e imperialista, pedía Gibraltar, Marruecos y Argelia para España y aspiraba al «exterminio, disolución, de los partidos marxistas, antinacionales». Para llevar a cabo sus aspiraciones, debían crearse milicias nacionalsindicalistas para «oponer la violencia nacionalista a la violencia roja». Los vínculos filosóficos de Onésimo con Ángel Herrera y con el catolicismo político, y su propia piedad sincera no eran acordes con el fascismo más radical de Ramiro Ledesma Ramos[17].
Mientras tanto, cabe suponer en qué situación se encontraba Mercedes Sanz-Bachiller. Una chica de respetables orígenes de clase media alta, ahora estaba casada con un hombre que sacrificaba su prometedora carrera de abogado implicándose en un partido pequeño y paupérrimo que vivía al borde de la legalidad. Según Mercedes, la relación con Onésimo era afectuosa y físicamente apasionada, pero el matrimonio también supuso, entre otras cosas, ataques de pena, soledad y pobreza. El 13 de noviembre de 1931, su primer hijo, un niño, nació muerto. Onésimo estaba fuera, en una reunión política en Plasencia, al igual que el ginecólogo que supuestamente iba a asistir el parto y así, completamente sola, dio a luz en su piso de Valladolid[18]. Con su habitual poder de recuperación, se negó a que la venciera la depresión y siguió apoyando a su marido. Las JONS andaban atrasadas en los pagos de las cien pesetas al mes que pagaban por el alquiler de su modesta sede de Madrid y apenas podían permitirse la publicación de folletos de propaganda[19]. En Valladolid, Onésimo Redondo dedicaba cada vez más tiempo a la conversión de sus 40 o 50 seguidores en guerreros de lo que ahora llamaba «milicias regulares anticomunistas». Pronto participarían en enfrentamientos sangrientos con estudiantes izquierdistas en la universidad y en las calles de Valladolid. A costa de gastos considerables, se compraron pistolas y dedicaron mucho tiempo al entrenamiento. Ya en la primavera de 1932 Onésimo Redondo escribía sobre la inevitable guerra civil que acechaba: «La guerra se avecina, pues; la situación de violencia es inevitable. No sirve que nos neguemos a aceptarla, porque nos la impondrán. Es necio rehuir la guerra cuando con toda seguridad nos la han de hacer. Lo importante es prepararla, para vencer. Y, para vencer, será preciso incluso tomar la iniciativa en el ataque». La propaganda se volvía más virulenta como respuesta a la propuesta del Estatuto de Autonomía de Cataluña. El 3 de mayo de 1932, se libró una batalla campal con la izquierda en la plaza Mayor de Valladolid, que supuso la hospitalización de más de veinte personas. El mismo Onésimo fue condenado a dos meses de cárcel por los excesos de Libertad[20].
La creciente polarización entre la derecha y la izquierda en la ciudad de Valladolid era un reflejo de la tensión social en toda la provincia. El 29 de abril de 1931, un decreto del Ministerio de Justicia congeló todos los arrendamientos, automáticamente renovaba cualquiera que venciera y evitaba el desahucio, a no ser por impago de alquiler o por no cultivar. El objetivo era evitar que los terratenientes que hasta el momento se habían ausentado tomaran posesión de sus tierras para impedir la reforma agraria propuesta. A partir del 11 de julio, los arrendatarios podían solicitar a los juzgados locales una reducción de las rentas. Los que alquilaban a otros la tierra —como Mercedes Sanz-Bachiller— vieron sus ingresos y sus derechos de propiedad disminuidos. El gobierno republicano había introducido otras medidas para aliviar la penuria de los labradores sin tierra a expensas de los latifundistas. En zonas en que predominaban las propiedades de extensión pequeña o mediana, como Valladolid, los efectos en muchos pequeños agricultores fueron muy perjudiciales. La Ley de Términos Municipales prohibía que se contratara a labradores de otro municipio mientras hubiera trabajadores locales desempleados. La finalidad era evitar la importación de mano de obra barata de esquiroles que rompiera huelgas o permitiera una reducción drástica de los salarios. Sin embargo, a veces también impedía que se utilizara mano de obra cualificada y esencial de los pueblos aledaños. De manera similar, la introducción de los jurados mixtos para fijar los salarios y las condiciones laborales se encontró con la oposición de muchos terratenientes, que lo tomaron como una ofensa a los derechos de propiedad. La imposición de las ocho horas de trabajo al día, en vez del trabajo de sol a sol, incrementó de forma espectacular los costes a los agricultores. Los más pequeños tuvieron que hacerse cargo ellos mismos de bastante más trabajo, porque no podían permitirse contratar a más hombres o pagar horas extras.
Todas estas medidas, encaminadas simplemente a aliviar la miseria de los campesinos pobres, se tomaron por los propietarios como un desafío provocador y revolucionario. Muchos agricultores de Valladolid que cultivaban trigo fueron movilizados con una campaña por el incremento en el precio mínimo del trigo. El incremento era necesario, se argumentaba, porque los jurados mixtos habían aumentado los salarios de la agricultura y, por lo tanto, el coste de producir trigo. El gobierno no estaba dispuesto a subir el precio del pan en una época con una alta tasa de desempleo, por lo que los mayores propietarios se negaron a abastecer al mercado. Frente a la escasez, el gobierno autorizó importaciones de trigo de América. Cuando el precio alcanzó la cifra más alta de todos los tiempos, en julio de 1932, milagrosamente aparecieron en el mercado 250 000 toneladas de trigo justo cuando llegaba la entrega de 175 000 toneladas de trigo extranjero. A esto le siguió una cosecha abundante y para el otoño de 1932, el precio del trigo se había desplomado hasta alcanzar la cifra más baja desde 1924. Una crisis provocada por la especulación de los latifundistas se presentó a los pequeños propietarios como parte de un deliberado plan republicano socialista para destruir la agricultura española. En la provincia de Valladolid estos problemas supusieron que se acentuara el odio entre los agricultores y los labradores. Muchos de los hijos de los agricultores se unieron a las JONS[21]. Los orígenes de Mercedes Sanz-Bachiller en una familia rural próspera explican en gran medida su identificación con la política de su marido.
En junio de 1932 Onésimo Redondo organizó una excursión para visitar al doctor José María Albiñana, un neurólogo excéntrico que, en 1930, había fundado un pequeño grupo ultranacionalista y antisemita, el Partido Nacionalista Español, acompañado por legionarios españoles vestidos con camisas azules y de saludo fascista. El partido de Albiñana ocupaba en la provincia de Burgos una posición análoga a las JONS en Valladolid. Por sus persistentes ataques a la República, había sido condenado en mayo a exilio forzoso en la inhóspita región de Las Hurdes. Un coche cargado de jonsistas llegó a Martilandrán, la aldea remota donde Albiñana estaba confinado. El locuaz doctor les relató de forma indiscreta lo que sabía sobre los preparativos del golpe militar que estaba planeando el general José Sanjurjo[22]. La visita y la información que pudo obtener quizá subyaciera en un editorial que Onésimo escribió en Libertad el 18 de julio de 1932. Era una incitación a un golpe: «A la grosera provocación de los marxistas, la nación debe responder con una acción armada».[23] Ramiro Ledesma Ramos más tarde sugirió que Onésimo Redondo estuvo involucrado en la gestación del golpe. Desde luego, a raíz del fracaso del golpe el 23 de agosto de 1932, se prohibió Libertad. A Onésimo le previnieron de que la policía estaba a punto de arrestarle y, ya con la condena de cárcel anterior, se escondió antes de emprender el camino del exilio en Portugal.
En septiembre se reunió allí con Mercedes, que estaba embarazada de unos seis meses. Primero vivieron en un pequeño pueblo costero, Curía, y más tarde en Oporto. Durante su tiempo en Portugal, como vivían principalmente de los ingresos de las propiedades de su mujer, Onésimo Redondo estudió y escribió. También mantuvo el contacto con el sindicato de cultivadores de remolacha e hizo algunas gestiones para el banco de su hermano. Una joven Mercedes de veinte años sufrió de manera considerable por las circunstancias de su marido. Su embarazo estaba llegando a su fin y vivían en una pensión miserable. Así pues, Onésimo sugirió acudir a una clínica que llevaban unas monjas para ver si el bebé podía nacer allí. Las monjas les trataron con cierto desdén condescendiente, como si fueran fugitivos que se habían escapado sin casarse. Onésimo, furioso, cogió a Mercedes de la mano, dio un portazo y volvió hecho una furia a la pensión. Su hija, bautizada Mercedes, nació en la habitación de la pensión el 13 de noviembre de 1932. Onésimo consiguió encontrar un médico, pero fue un parto terriblemente doloroso, con fórceps y sin anestesia[24]. El exilio supuso una experiencia desdichada, por lo que puede deducirse de varias cartas de Ramiro Ledesma Ramos a Onésimo en las que le reprochaba la escasez de cartas y el pesimismo de las que escribía[25].
Tras el nacimiento de su hija, la situación económica empeoró. Mercedes se vio obligada a vender algunas tierras de Montemayor y, en cuanto pudo viajar, regresó a Valladolid con la pequeña Merche para hacer las gestiones. En junio de 1933 Mercedes Sanz-Bachiller volvió a Portugal, donde ella y Onésimo vivieron el resto de su exilio[26]. De vuelta en Valladolid, en ausencia de Onésimo, Javier Martínez de Bedoya y otros jonsistas habían burlado la prohibición de Libertad, publicándolo con el nombre de Igualdad. Onésimo era un colaborador frecuente, aunque anónimo, y escribió el 3 de marzo de 1933: «Hitler es el juramento del exterminio contra el marxismo».[27] El 16 de octubre de 1933, con la apertura de la campaña de las elecciones de noviembre de 1933, Onésimo Redondo regresó a España. Fue arrestado y puesto en libertad dos días más tarde. Esperaba presentarse como candidato para las elecciones en una lista dominada por el partido legalista católico de Acción Popular, la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA). Sin embargo, tras el fracaso del golpe de Estado de agosto de 1932, el dirigente de la CEDA, José María Gil Robles, quería disociar su partido de los ultraderechistas violentos conocidos como «catastrofistas». Onésimo hizo campaña por poco tiempo como candidato por las JONS, pero se retiró poco antes del día de las elecciones, preocupado porque pudiera dividir el voto de la derecha[28].
El exilio no le había ablandado. En enero de 1934 escribió: «¡Preparad las armas, aficionaros al chasquido de la pistola, acariciad el puñal, haceros inseparables de la estaca vindicativa! Donde haya un grupo antimarxista con la estaca, el puñal y la pistola o con instrumentos superiores, hay una JONS. La juventud debe ejercitarse en la lucha física, debe amar por sistema la violencia, debe armarse con lo que pueda y debe decidirse ya a acabar por cualquier medio con las pocas decenas de embaucadores marxistas que no nos dejan vivir»[29]. La debilidad de las JONS impulsó a Onésimo Redondo y a Ramiro Ledesma Ramos a buscar compañeros de opiniones afines. Esto llevó a la fusión de las JONS con la Falange Española del aristocrático José Antonio Primo de Rivera a mediados de febrero de 1934[30]. El nuevo partido, Falange Española de las Juntas de Ofensiva NacionalSindicalista, era dirigido por un triunvirato formado por José Antonio Primo de Rivera, Julio Ruiz de Alda y Ramiro Ledesma Ramos. Onésimo Redondo simplemente era un miembro de la ejecutiva conocida como Junta de Mando. Este relegamiento no le importaba especialmente, pues estaba mucho más preocupado por los temores de unos preparativos revolucionarios de la izquierda.
La FE de las JONS se presentó en Valladolid el 4 de marzo de 1934. El discurso de Onésimo Redondo en el teatro Calderón no fue tan bueno como normalmente esperaba de sí mismo porque estaba exhausto. Poco antes de la medianoche del 3 de marzo, Mercedes había dado a luz a su segunda hija en su casa de Valladolid. Onésimo, aunque no estuvo presente durante el nacimiento, se había pasado toda la noche anterior acompañando a Mercedes en las primeras fases del parto y las horas siguientes con su nueva hija, Pilar, en brazos[31]. La reunión fue el acontecimiento público más grande de su carrera política. Autocares cargados de falangistas de Madrid y de otras provincias de Castilla habían convergido en Valladolid. La izquierda local había declarado una huelga general y la reunión discurrió en un ambiente de violencia reprimida. En la calle la policía a caballo contenía a los obreros hostiles. Dentro del teatro, engalanado con banderas rojinegras de la FE de las JONS, un mar de brazos en alto daba la bienvenida a los oradores con el saludo fascista. A pesar del agotamiento, el discurso que pronunció Onésimo, junto con el de José Antonio Primo de Rivera, fue lo bastante enérgico como para que el público saliera y librara una sangrienta batalla en la calle contra los obreros que estaban fuera. Hubo disparos y, al final del día, con varias cabezas abiertas en ambos bandos, había un falangista muerto. Los izquierdistas involucrados a los que se pudo identificar serían fusilados por los nacionales durante la guerra civil[32]. A medida que se acentuaba la enemistad entre la derecha y la izquierda, Onésimo Redondo estaba intentando reunir un arsenal de armas cortas. También alquiló unas instalaciones deportivas a orillas del río Pisuerga, donde daba instrucción y entrenaba a las milicias locales del partido. Los domingos, dirigía desfiles militares por la propia Valladolid o por otros pueblos de la provincia. Durante la insurrección minera de Asturias y la rebelión federalista catalana en octubre de 1934, hubo enfrentamientos sangrientos en Valladolid entre falangistas y piquetes de trabajadores del ferrocarril. En el período que siguió a estos acontecimientos Onésimo Redondo distribuyó un panfleto en el que abogaba por que ahorcaran al dirigente republicano Manuel Azaña, a los socialistas Francisco Largo Caballero e Indalecio Prieto, y al presidente catalán Lluís Companys[33].
Mercedes tenía conciencia plena de las ideas de Onésimo. Cuando los camaradas de este —Ramiro Ledesma Ramos, José Antonio Primo de Rivera y otros— visitaban Valladolid para hablar con él, ella comía con ellos y expresaba sus opiniones. Se llevaba especialmente bien con el encantador José Antonio pero la fusión de la Falange con las JONS tendría consecuencias negativas para ambos grupos. La Falange de José Antonio había disfrutado de cierto apoyo económico de las clases altas monárquicas impresionadas por sus credenciales como latifundista del sur, grande de España, persona cotizada en la alta sociedad y, sobre todo, como hijo mayor del difunto dictador militar cuya pérdida se había llorado. Ahora la fusión con los mucho más radicales y proletarios de las JONS avisaba del peligro de que el fascismo español se escapara del control del sistema, de la misma forma que sus equivalentes alemanes e italianos. Las contribuciones económicas empezaban a menguar. Al mismo tiempo, a algunos de los miembros más militantes de las JONS, manifiestamente a Ramiro Ledesma Ramos e incluyendo a Javier Martínez Bedoya, les molestaba que el radicalismo de su organización se viciara por la unión con la Falange. Al igual que Ledesma, Bedoya se sentía desilusionado con la pequeña burocracia de la vida del partido y estaba especialmente en contra del culto a la personalidad que rodeaba a José Antonio Primo de Rivera. Las tensiones entre Ledesma Ramos y José Antonio se acentuaron durante la utilización de las escuadras del terror. El dirigente de la sección estudiantil de Falange, Alejandro Salazar, escribió en su diario en el verano: «Desde hace tiempo, Ramiro Ledesma no es nuestro». Ramiro le había dicho: «Nosotros —es decir los jonsistas—, somos los verdaderos, no los niños de Primo de Rivera»[34] A Ledesma Ramos hacía tiempo que le molestaba la riqueza de José Antonio y su estilo aristocrático. Su resentimiento se acentuó por un defecto en el habla que le impedía estar a la altura de José Antonio como orador fascista —un achaque que más tarde ridiculizaría con crueldad José Antonio[35].
La elaboración del programa del nuevo partido provocó el choque inevitable entre las tendencias conservadoras de José Antonio y el anticapitalismo de Ramiro Ledesma Ramos. José Antonio suavizó el borrador radical, confeccionado por Francisco Bravo y por Ledesma Ramos. La fricción subsiguiente sobre el programa degeneró en una lucha por el poder[36]. El 14 de enero de 1935, una nota de prensa, aparentemente firmada por Ledesma, Álvarez de Sotomayor y Onésimo Redondo, anunciaba que planeaban reorganizar las JONS fuera de la Falange. En realidad Onésimo no había firmado el comunicado, pero Ledesma había incluido su nombre suponiendo que se uniría a él. Para adelantarse a la posible ruptura, José Antonio anunció a la junta política dos días más tarde que Ledesma Ramos había sido expulsado por faccionalismo persistente. José Antonio, trajeado con elegancia, se había dirigido a un grupo hostil de sindicalistas camisas azules y había sido lo bastante convincente para el grueso de los jonsistas, entre los que se encontraba Onésimo Redondo, como para que optaran por quedarse en la FE de las JONS. Javier Martínez Bedoya —que años más tarde hablaba de «un señoritismo que enfermaba» respecto a José Antonio Primo de Rivera y su grupo de amigos— tomó partido por Ramiro Ledesma Ramos[37]. Ledesma negó que hubiera sido expulsado y afirmó que se había ido por iniciativa propia debido a la desradicalización del programa de 27 puntos. Bedoya incluso escribió cuatro artículos de crítica mordaz en el periódico nuevo, y de poca vida, de Ledesma Ramos, La Patria Libre —por los que tendría que pagar un precio alto en el futuro[38]—. La hostilidad entre los viejos compañeros era tan intensa que José Antonio tuvo que recurrir a su autoridad para evitar un intento de asesinato falangista a Ledesma Ramos, que más tarde desapareció en la oscuridad política. Volvió a su trabajo en correos, en Madrid y a principios de la guerra civil, el 1 de agosto de 1936, fue arrestado, y el 29 de octubre, fusilado[39].
Javier Martínez de Bedoya desapareció de las vidas de Onésimo Redondo y Mercedes Sanz-Bachiller. Se retiró de la política tras el cisma y volvió a la universidad para empezar a preparar un doctorado en derecho. Como parte de sus estudios, en julio de 1935 se fue un año a Alemania para trabajar un trimestre en Tubinga y otro más tarde en Heidelberg. No regresó a España hasta junio de 1936. Para Onésimo Redondo, las consecuencias de la ruptura también fueron notables. En Valladolid había cierta intranquilidad en el seno de la FE de las JONS. Una serie de incidentes desagradables reflejaban la división de la coalición, lo que quizá explique por qué Onésimo Redondo se había volcado en su trabajo con el sindicato remolachero y como abogado —aunque también estaba encantado de poder pasar más tiempo con su mujer y sus hijos—. En mayo de 1935 Mercedes Sanz-Bachiller dio a luz un hijo, Onésimo[40]. En la campaña de las elecciones del 19 de febrero de 1936, Onésimo Redondo intentó hacer un trato por el que pudiera continuar en una candidatura de derechas unificadas. Escribió al presidente de Acción Popular de Valladolid —el grupo que él mismo había fundado y más tarde dividió—. Ahora se ofrecía a colaborar, sin condiciones sobre el posible número de candidatos falangistas ni sobre la posición de ellos en una posible lista común. Fue en vano. En Valladolid, como en el resto del país, esto no era posible y se obligó a la candidatura falangista a presentarse sola. No obstante, puso una enorme energía en la campaña electoral y participó en 35 mítines[41].
En diciembre de 1935 José María de Areilza, un jonsista de Bilbao, fue a Valladolid. Comentaron las posibilidades de una insurrección armada contra la República para la que Onésimo estaba entrenando a sus pequeños grupos paramilitares. Redondo le dijo a su amigo que él era pesimista sobre los posibles resultados de las elecciones y que, a lo largo de la campaña, se estaba enfrentando a la hostilidad intensa tanto de la izquierda como de la derecha. En el andén de la estación de Valladolid, mientras esperaban al tren para el País Vasco, Areilza le preguntó a Onésimo por su mujer y por sus hijos. Como la mayoría de los hombres que la conocían, Areilza estaba profundamente impresionado por Mercedes Sanz-Bachiller. Recordaba que «me impresionó por la serena y extraordinaria belleza de su sobrio porte castellano». Comentó que «Onésimo era un hombre entrañable, de grandes afectos familiares, enamorado de su hogar y de sus hijas pequeñas, que evocaba con frecuencia en la conversación». Antes de que el tren saliera de la estación, Onésimo hizo una predicción sombría y le dijo a Areilza: «Si triunfa el Frente Popular, iremos todos a la cárcel al día siguiente».[42]
El Frente Popular resultó victorioso en las elecciones del 16 de febrero de 1936. De inmediato hubo un gran auge en el reclutamiento de la FE de las JONS de Valladolid. Los hombres jóvenes de los grupos de derechas más moderados, especialmente del movimiento juvenil de la CEDA, la Juventud de Acción Popular, empezaron a pasarse a la Falange. El 7 de marzo, en una reunión de las JONS, Onésimo Redondo prometió que «el momento decisivo» se anunciará pronto. Después de un ataque con bombas a la comisaría central de policía de Valladolid, el 19 de marzo, Onésimo y los dirigentes principales de la Falange local fueron arrestados. Mercedes estaba sola de nuevo, aunque no se quejó a Onésimo, puesto que creía firmemente en los principios políticos de su marido. Le apoyaba tanto como siempre y jamás le reprochó que pusiera en peligro a él y a su familia. Y poco después de que Onésimo ingresara en prisión, se enteró de que estaba embarazada. En la cárcel su marido dedicó la mayor parte del tiempo a los tres asuntos principales de su vida: su familia, la religión y, sobre todo, al papel que sus milicias desempeñarían en el levantamiento venidero. Escribía cartas frecuentes, apasionadas y poéticas a Mercedes, organizaba sesiones diarias de gimnasia para sus compañeros de celda e inspeccionaba el cumplimiento de sus prácticas religiosas. También mantenía el contacto, a través de un carcelero falangista, con los conspiradores del exterior. Estuvo completamente involucrado en la preparación del papel de la Falange en el levantamiento en Valladolid, enviando a escondidas mensajes e instrucciones a través de un carcelero, Conrado Sabugo. Onésimo también mantenía una correspondencia constante con José Antonio Primo de Rivera y estaba plenamente informado de los preparativos del golpe militar en el resto de España[43].
A diario, los falangistas se enzarzaban en enfrentamientos violentos con la izquierda, tanto en la capital de provincia como en otros pueblos pequeños. Un ciclo de provocación y represalias crearon un clima de terror. A mediados de junio, falangistas armados con pistolas y ametralladoras asaltaron varias tabernas donde se sabía que se reunían izquierdistas. Se colocaron bombas en las casas de miembros destacados del Frente Popular y en diversas sedes del partido. Las represalias de izquierdas fueron rápidas: se atacó a falangistas y se saqueó el Centro Tradicionalista de los carlistas. Onésimo y otros jonsistas tuvieron enfrentamientos violentos con los prisioneros de izquierdas, de los cuales le culpó el inspector de prisiones. El 25 de junio, con el fin de impedir la posibilidad de un ataque falangista para liberarle de la cárcel de Valladolid, lo trasladaron a Ávila[44]. Mercedes le visitó allí todo lo que pudo. Según la biografía oficial de su marido, la propia Merceditas empezó a desempeñar un papel en la Falange: «Ella alentaba, transmitía órdenes y ayudaba resueltamente a la preparación del movimiento. Semanalmente visitaba, acompañada de algún jefe, a Onésimo en su prisión de Ávila». También hizo una contribución simbólica a las actividades falangistas. Como una escolar traviesa, fue con cuatro falangistas y rompieron la luna de la casa de un izquierdista local: «Se rompía la luna y no había más, y lo hacía con cuatro chicos de Falange». Simplemente por ser la esposa de Onésimo Redondo creía que su propia casa estaba en peligro de ataque. Así que mandó a sus tres hijos para que se quedaran con los padres de Onésimo en Quintanilla de Abajo y abandonó su piso[45].
En la víspera del levantamiento militar del 18 de julio de 1936, Valladolid era una ciudad que bullía de odio. El gobernador civil republicano, Luis Lavín Gautier, tuvo enormes dificultades para contener los enfrentamientos callejeros entre la derecha y la izquierda. La violencia desplegada por la FE de las JONS local cada vez era más desenfrenada. En esto se vieron alentados por las acusadas simpatías falangistas de la policía local, de la Guardia de Asalto, de la Guardia Civil y de las unidades del ejército. Todos ellos se les unieron en el alzamiento. Esa fue una de las razones por las que la rebelión triunfó tan rápidamente en Valladolid, incluso antes de la llegada del general Andrés Saliquet, el conspirador elegido para dirigir el golpe en la ciudad. A pesar de las afirmaciones franquistas posteriores, la resistencia de izquierdas fue mínima. Frente a las tropas, los guardias de asalto y los falangistas armados, la izquierda tenía poco que hacer. Las órdenes de Lavín de que se armara a los trabajadores se desobedecieron y en cambio se repartieron pistolas a la Falange. La huelga general declarada por los sindicatos de izquierdas se aplastó rápida y brutalmente. Cientos de socialistas se refugiaron con sus familias en los sótanos de su sede general, la Casa del Pueblo. Después de que el edificio fuera bombardeado con los obuses de la artillería, se rindieron[46]. A la mayoría de las mujeres y a todos los niños se les permitió marcharse, pero arrestaron a 448 hombres. Según las cifras oficiales, se arrestó a cerca de mil republicanos, socialistas y anarcosindicalistas en la ciudad, incluyendo al gobernador civil Luis Lavín, al alcalde socialista de la ciudad, Antonio García Quintana, y al único diputado socialista de la ciudad, Federico Landrove López. Los tres fueron fusilados.
Durante los pocos meses posteriores, cualquiera que hubiera tenido un puesto en un ayuntamiento socialista, en un sindicato o un partido de izquierdas o republicano estaba sujeto al arresto y a un tribunal militar. En agosto se detuvieron a 642 más y en septiembre a 410. El bando declarando el estado de guerra del general Saliquet, publicado en las primeras horas de la mañana del 19 de julio, de hecho amenazaba de muerte a todos los que no hubieran apoyado activamente el alzamiento. Los «crímenes» que se enjuiciaron con juicios sumarios y con la ejecución inmediata iban desde la «rebelión» (que significaba defensa de la República frente a los militares rebeldes) hasta la desobediencia, falta de respeto, insulto o calumnia hacia los militares y hacia aquellos que hubieran sido militarizados (lo que incluía a los falangistas). Su artículo tercero rezaba: «Quedan sometidos a la jurisdicción de guerra y tramitados por procedimientos sumarísimos: los delitos de rebelión, sedición y conexos de ambos; los de atentados y resistencia a los agentes de la autoridad; los de desacato, injuria, calumnia, amenaza y menosprecio a los anteriores o a personal militar o militarizado que lleve distintivo de tal, cualquiera que sea el medio empleado». Se arrestaba a hombres bajo la sospecha de tener sus radios sintonizadas con una emisora de Madrid. Se instalaron tribunales militares y los pelotones de fusilamiento empezaron a funcionar[47].
El domingo 19 de julio, a las veinticuatro horas del golpe, Onésimo Redondo fue liberado y regresó a Valladolid: «Salió únicamente deseoso de estar conmigo en el terreno físico, eso sí realmente, porque era lo lógico de una persona que estaba en la cárcel».[48] También estaba ansioso por dirigir a sus milicias. Contactó con el general Saliquet y después instaló el cuartel general en la Academia de Caballería, dirigiendo escuadrones de falangistas armados por toda la provincia para aplastar la resistencia de izquierdas. No escatimaba energía para poner en práctica su declaración, repetida con frecuencia, sobre la necesidad de exterminar al marxismo. En su primer discurso por la radio, el 19 de julio, habló de la necesidad de «redimir el proletariado» a través de la justicia social. Declaró que la vida económica de la ciudad seguiría con normalidad y amenazó con que «los obreros y dependientes responden con su vida de su conducta. Y los perturbadores ocultos, si alguno queda, serán cazados por los ojos vigilantes de nuestras Falanges y centurias[49]».
Apenas había vuelto Onésimo Redondo con su esposa y había tomado las riendas de su papel político cuando murió el 24 de julio en el pueblo de Labajos, Segovia. Viajaba desde Valladolid para visitar a camaradas falangistas que estaban luchando con las fuerzas nacionales que avanzaban hacia Madrid en el Alto del León en la sierra de Guadarrama, al noroeste de la capital. Mercedes estaba en casa cuando recibió una escueta llamada del mismo general Saliquet con la noticia. Antes de que tuviese tiempo de reaccionar, la casa estaba llena de milicianos falangistas: «Yo estaba en casa, y llaman al teléfono… la puerta estaba abierta. Entraban milicianos… era una cosa… un lío que aquello no era ni una casa ni nada». La impresión hizo que se desmayara. Poco después abortó. Es comprensible que el resto de su vida haya estado convencida de que el hijo que no llegó a nacer murió cuando ella se enteró de la noticia[50].
La emboscada en la que Onésimo perdió la vida tuvo lugar en la zona nacional. En consecuencia, ha habido rumores, tanto en aquel momento como desde entonces, de que le mataron, de manera deliberada o no, partidarios de su propio bando. Mercedes creía que habían asesinado a Onésimo: «La muerte de Onésimo no fue un acto de guerra —fue un vil asesinato perfectamente preparado—, pues era el único político importante que estaba en la España Nacional —era importante su eliminación— ¿por quién?». Basándose en que Onésimo era el único falangista antiguo que quedaba, Mercedes temía que elementos del llamado grupo legitimista de partidarios de José Antonio Primo de Rivera hubieran estado involucrados, ya que en 1935 habían mandado un comando para asesinarle[51]. Ante la ausencia de pruebas incontrovertibles, la conjetura de que Onésimo fuese asesinado por falangistas tiene que contraponerse con la teoría más verosímil de que, con el frente lejos de estar fijo, su grupo tropezó con un camión cargado de tropas republicanas de la columna dirigida por el famoso coronel Julio Mangada, del cual se sabe que estaba por la zona[52].
La muerte de Onésimo Redondo proyectó con el tiempo a su mujer y su ambicioso hermano mayor, Andrés Redondo, hacia una relevante carrera política. A corto plazo, Mercedes estaba postrada en la cama y demasiado enferma como para incluso visitar la capilla ardiente instalada en el ayuntamiento de Valladolid. Por lo tanto, no asistió al funeral que se celebró el 24 de julio en la catedral, con la pompa generalmente reservada a los héroes nacionales. Todas las tiendas de la ciudad cerraron durante el funeral de Onésimo Redondo. Su ataúd, cubierto con una bandera monárquica, fue transportado en una carroza de la que tiraban seis caballos blancos. El cortejo lo encabezaban escuadrones de falangistas seguidos de unas muchachas que llevaban coronas de flores enormes y de una banda militar. Según un testigo ocular, el destacado periodista vallisoletano Francisco de Cossío, el ambiente del funeral estaba empapado de un deseo apenas contenido de venganza inmediata. Después de la ceremonia, el hermano de Onésimo, Andrés, fue elegido por la aclamación de una masa emocionada jefe territorial de León y Castilla la Vieja[53]. Era una muestra del personalismo de la Falange el que la preeminencia política pudiera ser heredada de esa forma. En una emisión de radio en la noche del 25 de julio, Andrés Redondo declaró: «Todos los falangistas han jurado vengarla».[54]
Las palabras de Andrés Redondo eran gratuitas. Un proceso salvaje de venganza contra la izquierda de Valladolid estaba ya en camino e iba a intensificarse durante los meses siguientes. Se llevó en masa a gran número de trabajadores socialistas de las obras del ferrocarril a las cocheras del tranvía. A los que habían obedecido las órdenes de los sindicatos de la huelga del sábado 18 de julio y no habían vuelto a trabajar el martes 21 de julio se les fusiló acusados de «auxilio a la rebelión». Las estimaciones sobre la amplitud de la represión en Valladolid varían sustancialmente situándose las más altas en torno a 15 000, sin que ninguna sea menor de 1303[55]. Es imposible tener cifras exactas dado que no se registraron muchas muertes. Se juzgó a 1300 hombres y mujeres entre julio y diciembre de 1936, a menudo acusados en expedientes de más de uno. Tales juicios consistían en poco más que en la lectura de los nombres de los acusados, en la acusación propiamente dicha y en pasar a la sentencia. A pesar de que para la mayoría de los acusados de rebelión militar se pedía la pena de muerte o penas de cárcel de treinta años, no se les daba la oportunidad de defenderse y ni siquiera se les permitía hablar. Casi cada día, se celebraban varios juicios militares. Los 448 hombres detenidos tras la rendición de la Casa del Pueblo fueron juzgados bajo la acusación de «delito de rebelión militar». Cuarenta de ellos fueron sentenciados a muerte, 362 a treinta años de cárcel, 26 a veinte años de cárcel y nueve absueltos. La selección de los 40 que iban a ser ejecutados se llevó a cabo basándose en que habían tenido algún puesto de responsabilidad en el sindicato local de la UGT o en el PSOE. Hubo otros casos de expedientes de 53, de 77 y de 87 acusados que fueron juzgados a la vez. En algunos casos el delito era simplemente ser diputado socialista, como fue el caso de Federico Landrove y también el de José Maestro San José (diputado por Ciudad Real) y Juan Lozano Ruiz (Jaén), a quienes se les capturó en las afueras de Valladolid.
A los prisioneros condenados por los tribunales de guerra los sacaban a las primeras horas de la mañana y los conducían en camiones al campo de San Isidro, en las afueras de la ciudad. Esto se había convertido en algo tan cotidiano que se colocaron puestos de café y churros a medida que las matanzas se convertían en un espectáculo público al que asistían miembros cultos de la clase media. Fue necesario asignar guardias para frenar a la multitud que se agolpaba para ver e insultar a los condenados. Parecía tan espantoso que el gobernador civil, el teniente coronel Joaquín García Diego, publicó una recriminación para los que llevaban con ellos a sus mujeres y sus hijos a las ejecuciones. El terror se convirtió en «normal», y nadie se atrevía a condenarlo por miedo a que le acusaran de ser rojo[56].
Al menos las 394 ejecuciones, que se llevaron a cabo en Valladolid como resultado de los sumarísimos tribunales militares del período de guerra, fueron registradas.
Por el contrario, los asesinatos extraoficiales a manos de las llamadas «patrullas del amanecer» falangistas son imposibles de cuantificar. Estas matanzas estaban considerablemente más extendidas, si bien eran menos públicas. A veces simplemente dejaban los cadáveres en la cuneta, mientras que en otras ocasiones los enterraban en fosas comunes poco profundas. Las sacas o paseos de los prisioneros a menudo se llevaban a cabo de manera bastante arbitraria por los falangistas, que llegaban a los cobertizos de las paradas de los tranvías o a la plaza de toros justo antes del amanecer. Un humor macabro e inhumano podría suponer que seleccionaran a una víctima simplemente porque era el día de su santo. Partiendo de la base de los pueblos o las aldeas de la provincia en los que se ha podido reconstruir lo que pasó, se ha calculado que las patrullas asesinaron al menos a 928 personas. Es probable que el número total sea sensiblemente más alto. Los asesinatos aleatorios hicieron que se temiera por la salud pública, ya que los cadáveres en estado de descomposición podrían estar afectando al suministro de agua[57]. Desde luego, bajo cualquier criterio, la amplitud de la represión era completamente desproporcionada con las luchas en la ciudad el 18 y 19 de julio[58].
En las semanas inmediatamente posteriores a la muerte de su marido, Mercedes Sanz-Bachiller estaba demasiado sobrecogida por la tristeza y la preocupación por sus hijos como para ser muy consciente de la represión. Sin embargo, la pérdida de Onésimo Redondo junto con el encarcelamiento de José Antonio Primo de Rivera supuso que, a través de su cuñado, su aislamiento de la política no continuase por mucho tiempo. El 2 de septiembre, Andrés Redondo organizó en Valladolid una reunión con los miembros de la jefatura de la Falange que quedaban, con el fin de discutir el problema que había surgido con la ausencia continuada de José Antonio en la cárcel republicana de Alicante. Los elementos más poderosos estaban preocupados por las ambiciones de otros. Agustín Aznar, el desalmado jefe nacional de milicias, no quería que se hiciera nada hasta que José Antonio Primo de Rivera regresara. Se creía que Andrés Redondo y Joaquín Miranda, jefe territorial de Andalucía en funciones, tenían ambiciones de liderazgo. Así pues, se adoptó una solución de compromiso. Se creó una junta de mando provisional bajo la jefatura de Manuel Hedilla Larrey, anteriormente jefe provisional de Santander y en aquel momento inspector nacional de las provincias del norte. La junta estaba formada por Aznar, Redondo, José Moreno, jefe provincial de Navarra, Jesús Muro, jefe provincial de Zaragoza, y José Sainz Nothnagel, jefe territorial de las provincias de Cuenca, Toledo y Ciudad Real. A Hedilla se le escogió por ser un hombre que no representaba una amenaza para las ambiciones de los grandes jugadores, pues en general consideraban que se le podía quitar de en medio cuando llegara la ocasión. De hecho, como los diversos miembros de la junta regresaron a sus provincias, Hedilla se quedó solo en su despacho de Burgos[59].
Mercedes no tuvo mucho tiempo para llorar la muerte de su marido y del padre de sus hijos. La muerte de Onésimo tendría un impacto político inesperado en ella. La Falange de Valladolid se fijaría en ella para que de alguna forma asumiera el papel de su marido. De hecho, su manera de superar la tristeza era volcándose en la actividad política. Dejó a sus tres hijos al cuidado de niñeras y se instaló en la Academia de Caballería, donde la Falange local había establecido su cuartel general. Se encargó de reunir mantas, jerséis y otra ropa de abrigo para los voluntarios nacionales que estaban en el frente. En las sierras de Castilla, incluso en el verano, podía hacer un frío gélido por la noche[60]. En un irónico conflicto de mentalidades, mientras Mercedes se proponía asegurar su independencia, su cuñado esperaba resolver su futuro con un gesto paternalista, encontrándole un estanco que le garantizara unos ingresos[61]. Ni la perspectiva de llevar una tienda ni reunir jerséis para el frente parecían salidas suficientes para la energía de una mujer tan dinámica como Mercedes Sanz-Bachiller.
La muerte de Onésimo no fue el único acontecimiento que impulsó a Mercedes al primer plano de la política de Valladolid. El comienzo de la guerra había sorprendido a la delegada provincial de la Sección Femenina de Valladolid, Rosario Pereda, de vacaciones en Santander. Por lo tanto estaba atrapada en la zona republicana, donde se quedaría los trece meses siguientes. Así pues, Andrés Redondo, por su propia autoridad, nombró a Mercedes Sanz-Bachiller jefe de la Sección Femenina de Valladolid, una organización con menos de cuarenta afiliadas. Mercedes nunca había tenido ningún contacto con la Sección Femenina: «Me llamaban jefe territorial como me podían haber nombrado obispo de Madrid o de Valladolid, no tenía idea, ni conocía a Pilar ni la había visto nunca en mi vida. Yo conocía a José Antonio por Onésimo pero jamás a Pilar, no estaba metida en nada de la Sección Femenina».[62] De hecho, las razones de Andrés Redondo para nombrar a Mercedes delegada provincial no tenían más fundamento que las que subyacían tras su propia toma del poder —un vacío de poder y «derechos» de herencia—. Además, había un problema. La opinión de Mercedes sobre el papel de la mujer en la política era diametralmente opuesta a la que prevalecía en la Sección Femenina.
La fundadora de la Sección Femenina, Pilar Primo de Rivera, había seguido con entusiasmo el ejemplo de su hermano José Antonio. El lema sería la subordinación femenina. Pilar Primo de Rivera impondría fielmente en la organización el espíritu de las palabras de su hermano a treinta y tantas seguidoras, el 28 de abril de 1935, en Don Benito, Badajoz. La declaración paternalista de su hermano sobre la posición subordinada de las mujeres en la Falange se imprimió con rapidez como hoja volante y se distribuyó a los jefes provinciales, con instrucciones de que se adoptara como la línea del partido y se difundiera lo máximo posible. En Badajoz, José Antonio aseguró a sus pasmados oyentes que la Falange tenía una afinidad especial con las mujeres porque rechazaba tanto los piropos como el feminismo. De ahí pasó a elaborar un sofisma que englobaría la misión de la Sección Femenina: «Nosotros sabemos hasta dónde cala la misión entrañable de la mujer, y nos guardaremos muy bien de tratarla nunca como tonta destinataria de piropos. Tampoco somos feministas. No entendemos que la manera de respetar a la mujer consista en sustraerla a su magnífico destino y entregarla a funciones varoniles… El hombre —siento, muchachas, contribuir con esta confesión a rebajar un poco el pedestal donde acaso lo teníais puesto— es torrencialmente egoísta; en cambio, la mujer casi siempre acepta una vida de sumisión, de servicio, de ofrenda abnegada a una tarea».[63]
Mercedes Sanz-Bachiller nunca creyó en una organización exclusivamente femenina y aún menos en una que se dedicara a propagar la sumisión de la mujer[64]. En este sentido Mercedes estaba más próxima a Margarita Nelken que a Pilar Primo de Rivera. En vez de esperar a que le dijeran lo que tenía que hacer, Mercedes Sanz-Bachiller tomó su propia iniciativa. En las calles de Valladolid era prácticamente imposible no reparar en la gran cantidad de niños aparentemente abandonados. Esto se debía a numerosos factores. Para empezar, los pobres de Valladolid se vieron perjudicados por el hundimiento de la escasa beneficencia pública que había antes de la guerra. A consecuencia de la guerra había una notable fractura social, con gente que no podía regresar a Valladolid porque estaban atrapados en la zona republicana. Muchos hombres se hallaban fuera luchando, muriendo en el frente. Todos estos factores ayudan a explicar la existencia de algunos de los niños de la calle. Sin embargo, la razón más poderosa es prácticamente sin lugar a dudas la represión salvaje que habían desatado en la ciudad los rebeldes militares triunfantes y sus aliados falangistas. De hecho, las detenciones no autorizadas y las matanzas a manos de la Falange obligaron al gobernador civil, Joaquín García de Diego, a hacer varios intentos infructuosos de imponer control militar sobre la represión. El 28 de julio, promulgó una orden: «las detenciones, registros, informaciones y cuanto con el orden público se relaciona, sólo podrá efectuarse por agentes de mi autoridad». No obstante, como no se hizo nada por imponer dicha orden, se volvió a promulgar el 4 de agosto y de nuevo un mes más tarde, «aconsejando» que se respetara. Las dos cárceles de Valladolid, la vieja y la nueva, estaban a rebosar. Los prisioneros que no cabían no sólo tuvieron que ser alojados en las cocheras del tranvía, sino también en el matadero de la ciudad. Para el otoño, había además tres campos de concentración en la provincia, en Santa Espina, en Villagodio y en Canal, donde las duras condiciones dan cuenta de la altísima tasa de mortalidad[65].
Mercedes Sanz-Bachiller advirtió el problema social por sus propias observaciones y porque muchas mujeres habían ido a verla para suplicarle que las ayudara. Sus primeras nociones sobre el trabajo de beneficencia empezaron a tomar forma en el otoño de 1936. La necesidad de organizaciones de beneficencia era aguda, dada la carestía de muchos artículos. Sin embargo, en el caso de las víctimas de la represión se trataba de una necesidad imperiosa. Las mujeres y los hijos de los republicanos que habían muerto o de los miles que estaban en la cárcel se encontraban en la más absoluta miseria. Una misión de socorro americana de los cuáqueros en 1937 hablaba de 9000 niños indigentes, la mayoría de ellos huérfanos de padre como resultado de la guerra[66]. La beneficencia estatal era inexistente y, por razones ideológicas, las organizaciones religiosas prestaban poco socorro a los hijos de los odiados rojos. El frío del otoño ya se hacía sentir cuando Mercedes se propuso actuar para poner en marcha alguna forma de beneficencia para los desamparados. La idea de cómo emprender la tarea venía en parte de Javier Martínez de Bedoya, el joven jonsista amigo de Onésimo Redondo, que había abandonado la Falange en 1935 junto a Ramiro Ledesma Ramos. Después de regresar de Alemania para sus vacaciones de verano, el estallido de la guerra le había sorprendido en la casa familiar de Guernica. El secretario del pueblo del comité del Frente Popular le dio un salvoconducto para Bilbao, donde presentó unos papeles que demostraban que volvía a la Universidad de Heidelberg para coger un barco alemán con destino a Burdeos. Después de dificultades considerables, consiguió cruzar la frontera de vuelta a España por Irún y llegó a Pamplona el 16 de septiembre. El jefe territorial local, José Moreno, le mandó a San Sebastián, donde empezó a trabajar en el periódico falangista Unidad y a ayudar a que se estableciera la Central Obrera NacionalSindicalista. Sin embargo, en una semana, el hermano de Onésimo Redondo, Andrés, que había visto sus artículos en Unidad, le invitó a Valladolid. Quería que Bedoya se hiciera cargo de la organización de sindicatos de trabajadores en la provincia[67].
Javier Martínez de Bedoya se quedó sorprendidísimo al recibir semejante invitación de, entre todas las personas, el ostentoso Andrés Redondo, a quien recordaba como un director de banco devoto. Escribió en su diario: «Yo no puedo olvidarme instantáneamente de sus discusiones constantes con Onésimo en las que él representaba el conformismo jesuítico frente a las “locuras” de Onésimo». Después de haber estado fuera de Valladolid un año, estaba perplejo por el cambio aparente. Escribió: «Nunca tuvo Andrés ni un ápice de nacionalsindicalista». Cuando se conocieron, Andrés afirmó que no tenía muchas ganas de seguir como jefe territorial y estaba deseoso de volver a su trabajo en el Banco Hispano-Americano de Valladolid. En un viaje a Ávila con Bedoya, Andrés contó la muerte de su hermano en Labajos, dándole un giro especialmente religioso: «Onésimo había llegado a una perfección tal en su vida espiritual que Dios Nuestro Señor le llevó a su lado. Mientras que a mí, no encontrándome preparado para bien morir, me dejó piadosamente la vida». Más alarmante que esta manera de pensar estrambótica fue que Andrés insistiera en conducir un enorme coche Buick a 130 kilómetros por hora como prueba de su valentía personal. Javier concluyó que la noción de Andrés Redondo sobre las cualidades apropiadas de un «jerarca» falangista eran las mismas que mostraba el príncipe medio de una opereta vienesa[68]. Y este era el hombre que, por sí solo, había nombrado a Mercedes Sanz-Bachiller jefa provincial de la Sección Femenina de Valladolid. Sin duda Mercedes necesitaría un apoyo más sustancial del que Andrés pudiera darle.
Durante unos días después de su llegada a finales de septiembre, Javier vacilaba en visitar a Mercedes Sanz-Bachiller para darle el pésame por la muerte de su marido. La había visto sólo una vez, poco después de que ella y Onésimo volvieran de Portugal: «En aquella ocasión me había parecido una madre muy joven, pendiente todo el tiempo de las gracias de su hijita Merche, y de una belleza para mí muy nueva, muy serena y luminosa». Ahora, temeroso de no encontrar palabras adecuadas de condolencia, había retrasado la visita una semana. Cuando finalmente se armó de valor para ir a sus oficinas en la Academia de Caballería el 1 de octubre, se quedó muy afectado por el encuentro: «Encontré realzada esa belleza por una palidez de marfil, infantilizado el rostro por una expresión de sorpresa ante todo y muy agudizados sus pómulos y barbilla por el sufrimiento de ver rotas dos juventudes, la de Onésimo y la suya». Cuando ella le reprochó no haber venido antes, señalando que Onésimo a menudo hablaba de él, se quedó cautivado por la delicada dulzura de su voz. Su intención no era otra que darle el pésame por la muerte de Onésimo y evitar todo lo posible el dolor. Principalmente hablaron de los problemas sociales que había causado la guerra[69].
Durante la conversación, Mercedes habló de su angustia por la pobreza que se veía en las calles y de su deseo de hacer algo que le permitiese «volver a ser persona». Luego mencionó la lamentable situación de muchas madres que de manera repentina e inesperada se habían quedado viudas por la muerte de su marido en el frente o por las represiones en la retaguardia. Como consecuencia de este encuentro, Mercedes Sanz-Bachiller decidió súbitamente volcarse en la beneficencia, esbozando un proyecto que a Javier le recordó a la organización nazi Winterhilfe. Durante el tiempo que había pasado como estudiante en Heidelberg, Martínez de Bedoya se había quedado impresionado por su funcionamiento[70]. Con su habitual ímpetu, Mercedes decidió pedir prestado el dinero necesario para poner en marcha la operación. Con Javier todavía en su despacho, telefoneó de inmediato al secretario del ayuntamiento de Valladolid, Teodoro Giménez Cendón, un antiguo jonsista amigo de Onésimo. En respuesta a su petición de un préstamo, le ofreció la nada despreciable suma de 5000 pesetas durante tres meses. Mientras Mercedes hablaba con Giménez Cendón, Javier elaboró una lista de lo que hacía falta adquirir y hacer para que la operación despegase. Su siguiente parada fue en la oficina de su cuñado, Andrés Redondo, que además de ser jefe provincial también era director del Banco Hispano-Americano de Valladolid. Le ofreció un crédito de 50 000 pesetas. Según Javier, desde ese momento Mercedes dejó de presentarse como «la viuda de Onésimo Redondo» y empezó a firmar documentos y a presentarse como «Mercedes Sanz-Bachiller[71]».
Sin embargo, en el ambiente tenso de Valladolid durante la guerra, fundar una organización de beneficencia cuyo objetivo era atender las necesidades de los pobres y los desamparados independientemente de la ideología, no estaba libre de riesgo. La mayor parte de los pobres eran víctimas de la represión y había varios vallisoletanos de clase media que creían, y proclamaban en alto, que tenían lo que se merecían por ser rojos. Años más tarde, el intelectual falangista Dionisio Ridruejo que, como jefe provincial primero en Segovia y luego en Valladolid, había hecho lo que pudo por salvar vidas, se lamentaba de que «conviví, toleré, di mi aprobación indirecta al terror con mi silencio público y mi perseverancia militante». Es mucho más significativo entonces que Ridruejo considerara que «la botadura de este servicio [el Auxilio de Invierno] fue un acto de valor porque, para empezar, se fundaba en el reconocimiento o denuncia de la extensión que en Valladolid había tenido la purga represiva[72]». La compasión por las víctimas podía confundirse fácilmente o tergiversarse, considerándola simpatía por la República o falta de entusiasmo por la causa nacional. Desde el primer momento, Mercedes Sanz-Bachiller dejó claro que no habría discriminaciones políticas en la ayuda que se daba. En contraste con la postura vengativa de Onésimo hacia la izquierda, Mercedes era mucho más compasiva: «Para mí un niño era un niño español y se terminó, y una mujer era una mujer española y nada más, ni rojos ni bandidos ni nada».[73]
La simple traducción de la Winterhilfe nazi como Auxilio de Invierno fue, según Mercedes Sanz-Bachiller, una forma efectiva de neutralizar la oposición de la Falange. La inclusión de la palabra invierno era una declaración de que se trataba de una respuesta absolutamente temporal o provisional a un problema inmediato y, por lo tanto, renunciaba de forma implícita a cualquier ambición de desafiar las estructuras de poder y las relaciones dentro de la Falange. La ayuda caritativa para los más duramente golpeados por los rigores del invierno era, con mucho, menos propensa a encontrar la oposición oficial que el establecimiento de otra organización permanente. Además, las connotaciones nazis ayudaban a aplacar las sospechas de que la operación estaba contaminada por la solidaridad con las víctimas republicanas de la represión[74].
La idea de nombrar a la organización Auxilio de Invierno a menudo se le ha atribuido a Clarita Stauffer, hija de un químico alemán de la famosa fábrica de cerveza Mahou. Esto no tiene otra base que la coincidencia de los orígenes alemanes de su apellido y de la Winterhilfe. La poca influencia que tuvo Clarita provenía de su cercanía al emisario de Hitler para España, el general retirado Wilhelm Faupel, el que en su día fuera un organizador de la Freikorps. Faupel, que era un nazi ferviente, presentó sus credenciales a Franco el 30 de noviembre de 1936. A partir de entonces, Clarita Stauffer, en calidad de vicepresidenta del departamento de prensa y propaganda de la Sección Femenina, hizo algún trabajo de coordinación entre el cuartel general de Faupel y el del general José Millán Astray, pero su participación en el Auxilio de Invierno fue insignificante[75]. Fue Javier Martínez de Bedoya quien defendió la adopción de emblemas, insignias para las solapas, huchas de cuestación y sellos de caucho similares a los de la organización alemana. Desde luego, recibió ayuda y consejo considerables de Kroeger, el agregado de propaganda del general Faupel[76]. El escudo de la organización consistía en el antebrazo de un hombre cuyo puño estaba clavando la punta de una lanza en las fauces de un lobo. Los diseños los proporcionó un joven alemán llamado Frank. Ridruejo creyó que la imitación fiel del modelo alemán no era acertada, en parte porque sus simpatías se encontraban más en Roma que en Berlín[77].
Con el dinero que se recaudó de Teodoro Giménez Cendón y Andrés Redondo, Mercedes Sanz-Bachiller y Javier Martínez de Bedoya pusieron manos a la obra con una energía arrolladora. Se encargaron de que se fabricaran las insignias y las huchas de cuestación. Se hicieron uniformes para el personal de los comedores. Mercedes tuvo la idea de ofrecer trabajo en la cocina a las mujeres cuyos maridos estaban encarcelados o habían sido fusilados, para que al menos pudieran comer, alimentar a sus hijos y quizá ganar un pequeño sueldo. Encontraron locales para los primeros diez comedores y se encargaron del abastecimiento de comida. Las personas a las que se dirigió se vieron arrastradas por los ejemplos de su propio esfuerzo incansable, unido a un encanto arrollador que no permitía contradicción alguna. Se encontraron voluntarios que trabajaran en los comedores, que recaudaran dinero y empezaran un censo de los necesitados. En esta tarea recibió la ayuda de un médico amigo de Onésimo, Cipriano Pérez Delgado, que vivía en su mismo bloque, y un abogado, Manuel Martínez Tena, que era el secretario privado de Andrés Redondo[78].
Incluso antes de que Auxilio Social despegara en Valladolid, Mercedes Sanz-Bachiller y Javier Martínez de Bedoya estaban pensando en la logística de su extensión a otras ciudades dentro de la zona nacional. La principal autoridad militar del norte era el general Mola, cuyo cuartel general estaba en el ayuntamiento. Mola era consciente de que sólo con la represión no se aseguraba el futuro del régimen que los militares querían instaurar, y por lo tanto estaba interesado en las posibilidades de la beneficencia dentro de la zona nacional. Le dijo a Martínez de Bedoya: «La guerra hoy afecta directamente a las masas civiles en las grandes ciudades y la intendencia militar no tiene organización, ni medios ni tiempo para ocuparse de esas masas hasta la normalización de la vida ciudadana». La idea de Mola era probar el concepto del Auxilio de Invierno en Bilbao. Le dijo a Bedoya que se le destinaría a su cuartel general como soldado raso y que su ayudante de campo, el coronel Luis Calderón, se encargaría de darle las facilidades para que pusiera en práctica la idea. Bedoya se quedó atónito ya que, en aquel momento, todos los ojos nacionales estaban en Madrid. De hecho, la operación militar contra el País Vasco no empezaría hasta cinco meses después, a finales de marzo de 1937, y Bilbao no caería en manos nacionales hasta principios de junio. No obstante, Javier Martínez de Bedoya le tomó la palabra a Mola como si se tratara de una autorización militar de gran alcance para el plan. El 28 de octubre de 1936, se hizo la primera cuestación para el Auxilio de Invierno en las calles y plazas de Valladolid. Se recaudaron 46 000 pesetas, lo cual parecía una fortuna. El mismo día, Mola trasladó su cuartel general a Ávila con el fin de estar más cerca de Madrid. No obstante, el coronel Calderón le dio instrucciones a Bedoya de que le presentara un informe mensual y de que fuera haciendo los preparativos para la botadura del Auxilio de Invierno en Bilbao, una vez que se hubiera conquistado[79].
El 30 de octubre, se abrió el primer comedor para cien huérfanos en una antigua cafetería de la calle Angustias de Valladolid. A lo largo de las semanas siguientes, se instalaron otros comedores en otras partes de la ciudad y otros pueblos de la provincia. Dada la amplitud de miseria que se veía en las calles de la mayoría de las ciudades y los pueblos de Castilla, la idea se extendió rápidamente a las provincias limítrofes. El 17 de noviembre, se llevó a cabo la segunda cuestación. A los que colaboraban se les daba una pequeña insignia de metal con el águila imperial sujetando la palabra PAN con las garras[80]. El Auxilio de Invierno haría una contribución importantísima a la beneficencia con comedores, orfanatos y programas de alfabetización. Con el tiempo también prestaron servicios de lavandería y ayuda médica a las fuerzas nacionales. Su primera tarea era la de ayudar al gran número de huérfanos que habían dejado la guerra y la represión. Se recaudó dinero por medio de cuestaciones, cuya publicidad causó bastante hostilidad en ciertos círculos. Los primeros comedores, donde se distribuían ropa, medicamentos, dinero y comida, estaban muy a la vista y fueron objeto de comentarios críticos. No obstante, la idea también despertó simpatía entre los muchos que estaban horrorizados por la represión. Contribuir al Auxilio de Invierno era una forma aceptable, en algunos casos, de expresar desaprobación y, en otros, de lavar conciencias[81].
A comienzos de noviembre, una delegación, en la que se encontraban Mercedes y Javier, fue a Sevilla a ver a Pilar Primo de Rivera, que había logrado escapar del Madrid republicano y había llegado a la zona nacional a principios de septiembre[82]. El propósito de la visita era explicar el funcionamiento del Auxilio de Invierno y pedir la colaboración de la Sección Femenina para extenderlo a toda España. No se estaban poniendo bajo las órdenes de Pilar, sino más bien pidiendo que se permitiera a las militantes de la Sección Femenina colaborar con el Auxilio de Invierno. El encuentro fue cordial, pero hizo sospechar a Pilar. Si el grueso de las afiliadas a la Sección Femenina se comprometía a trabajar con el Auxilio Social, entonces su organización no tendría mucho más trabajo que producir índices de fichas de archivo con las mujeres que podían trabajar en la zona nacional[83]. A mediados de noviembre, un escritor falangista y aristócrata de Sevilla, Manuel Halcón, visitó Valladolid. Se quedó entusiasmado con lo que vio en la organización de Mercedes y escribió un artículo elogioso en el principal periódico falangista, FE, de Andalucía. Esto provocó una petición local para que Mercedes estableciera el Auxilio de Invierno en Sevilla, donde el problema social producto de la represión era, si cabe, más grave que en Valladolid. En ese momento se creía de manera generalizada en la zona nacional que Madrid pronto caería en manos de las fuerzas combinadas del ejército del norte de Mola y de las columnas africanas de Franco, y que el fin de la guerra estaba cerca.
El 20 de noviembre de 1936, se ejecutó a José Antonio Primo de Rivera en Alicante. Una lucha virulenta por el poder dentro de la Falange era ahora prácticamente inevitable y sin duda tendría consecuencias para el naciente Auxilio de Invierno. En una reunión de la Junta de Mando en Salamanca, el 22 de noviembre, se decidió mantener la noticia en secreto. Aquella noche Hedilla fue a Valladolid. Mercedes y Javier Martínez Bedoya le abordaron para convencerle de que no tenía nada que temer de ellos: «Hemos aprovechado la oportunidad para hacerle ver que nuestra actitud política es de fidelidad a la Falange, simplemente, sin personalismos, y para interesarle por lo que llevamos hecho de Auxilio de Invierno».[84] Dentro de la Falange, como en otras formaciones políticas de la coalición nacional, los pensamientos se dirigían hacia el futuro. Mercedes Sanz-Bachiller se vio llevada por su propio dinamismo a un terreno que Pilar Primo de Rivera, jefe nacional de la Sección Femenina, consideraba como propio.
A finales de noviembre, Pilar Primo de Rivera estableció el cuartel general nacional de la Sección Femenina en Salamanca. Con la vista puesta en asegurar su autoridad sobre la mujer que consideraba una rival advenediza, Pilar, acompañada por Hedilla y un oficial de la embajada alemana, fue a Valladolid el 7 de diciembre. Mercedes y Javier Martínez de Bedoya les llevaron a ver un comedor del Auxilio de Invierno en Medina de Rioseco y pasaron el tiempo juntos reiterándoles a Pilar y a Hedilla que estaban al margen de cualquier lucha de poder dentro de la Falange[85]. El hecho de que Pilar quedó impresionada pudo apreciarse con la rápida aparición de unos grandes anuncios del Auxilio de Invierno en la prensa falangista de Andalucía a mediados de diciembre. Las peticiones de ropa nueva o no deseada, junto con las explicaciones de lo que se estaba haciendo en Valladolid, ahora se entremezclaban con un mensaje propagandístico más amplio: «Falange comienza a llevar a la Conciencia Nacional los deseos de Hermandad entre todos los españoles, afán de hermandad y de justicia que llevará alegría a los hogares olvidados». Pilar anunció su autoridad superior apareciendo en la inauguración del primer comedor del Auxilio de Invierno de Sevilla en la Nochebuena de 1936, junto con autoridades civiles y figuras veteranas de la Falange. De ninguna manera iba a permitir Pilar Primo de Rivera que se desafiara su autoridad en la misma tierra que consideraba un feudo familiar. Su postura quedó todavía más clara en su pueblo natal de Jerez, donde el siguiente comedor que se abrió, el 5 de enero, llevó el nombre de Comedor Pilar Primo de Rivera[86].
El repentino interés de Pilar por el Auxilio de Invierno daba a entender que no tenía la intención de admitir a una rival seria y que estaba decidida a llevarlo a su propia órbita. Las ambiciones de Pilar en este aspecto y sus sospechas sobre la aparición de Mercedes Sanz-Bachiller como un desafío a su posición eran comprensibles. El Auxilio de Invierno tuvo un éxito bastante asombroso. El 19 de diciembre, se había abierto la primera Cocina de la Hermandad en Valladolid. Preparaban comida para adultos, sobre todo para las viudas y los padres mayores de los hombres muertos en la represión o en el frente. Para evitar la vergüenza asociada con los comedores de caridad, la cocina preparaba comidas que podían recogerse o incluso, en algunos casos, que se repartían en las casas de los suficientemente afortunados (o desafortunados) para aparecer en el registro del Auxilio de Invierno[87]. Un año después de su creación, y de su transformación en Auxilio Social, tenía 711 comedores y 158 cocinas de hermandad en la zona nacional. Para 1939 tendría 2487 comedores y 1561 cocinas de hermandad, 3000 centros que albergaban comedores de caridad, maternidad y asistencia infantil y almacenes de ropa para los desamparados[88]. El Auxilio de Invierno se estaba extendiendo rápidamente a otras partes de la zona nacional. Ahí se encontraban las semillas del futuro conflicto.
Al principio, el Auxilio de Invierno trabajó de forma bastante ambigua tanto con la autoridad del general Mola como, de forma bastante vaga, bajo el amparo de la ejecutiva de la FE de las JONS, la Junta de Mando. Como Mercedes Sanz-Bachiller era una funcionaria local de la Sección Femenina, Pilar Primo de Rivera se sentía capaz de luchar para someter a la nueva organización a su autoridad. Por supuesto, Mercedes Sanz-Bachiller no consideró que el Auxilio de Invierno fuera una iniciativa exclusiva de la Sección Femenina. Se la solicitaba bastante, puesto que su idea encontró voces de simpatía en otras ciudades. A pesar de las dificultades para viajar en tiempos de guerra, extendió su proyecto a otras provincias de la zona norte. Mercedes operaba con una independencia considerable, dado que creía que estaba bajo la protección del general Mola y contaba también con el apoyo de Manuel Hedilla. Sin embargo, su éxito estaba atrayendo miradas de sospecha. Teniendo en cuenta el caos de autoridades competentes dentro de la zona nacional y el estilo descuidado en la gestión de Hedilla, era inevitable un choque[89].
El aspecto tímido e infantil de Pilar Primo de Rivera escondía su obstinación. En sus memorias, se refiere a la rivalidad sólo como «ese problema». No obstante, su indignación por sentirse desafiada y su determinación por vencerlo puede leerse entre líneas en sus comentarios sobre Mercedes Sanz-Bachiller. A su llegada a Salamanca, dice Pilar, se dio cuenta de la presencia en Valladolid de Mercedes Sanz-Bachiller, «mujer dotada de muy buenas cualidades y, muy segura de sí misma, empezó en cierto modo a agrupar a la Sección Femenina». La insinuación inconfundible es que a Mercedes le había impulsado una determinación ambiciosa de aprovecharse del confinamiento de Pilar en la zona republicana. «Tenía la facilidad de haber estado siempre en zona nacional, lo que le había permitido organizar la de Valladolid e influir en otras provincias limítrofes».[90]
Había dos razones por las que Pilar Primo de Rivera tenía razón al temer la influencia de Mercedes Sanz-Bachiller. En primer lugar, Mercedes se oponía a la misma esencia de la Sección Femenina que concebía Pilar —una organización completamente femenina al sumiso servicio de los hombres superiores—. En segundo lugar, muchas de las mujeres que Mercedes Sanz-Bachiller había reclutado para trabajar en el Auxilio de Invierno ya eran oficiales de la Sección Femenina. Por lo tanto, Pilar las consideraba bajo su mando. Así pues, se propuso reafirmar su autoridad. En sus palabras: «Todo esto suponía dificultades para la Sección Femenina, y había que usar de mucha diplomacia, pero, al mismo tiempo, de una tenacidad insobornable para poner las cosas en su sitio y devolver a cada cual su contenido».[91]
Una fuente de futuras dificultades para Mercedes se encontraba en las pasadas fricciones, y en las opiniones actuales, de Javier Martínez de Bedoya sobre los legitimistas —el círculo de amigos y parientes de José Antonio Primo de Rivera—. A principios de noviembre de 1936, Javier le confiaba a su diario su opinión de que la Falange estaba «descabezada» y dirigida por una porción de «malas cabezas», que de manera irresponsable había nombrado José Antonio Primo de Rivera en los primeros días de la organización: «Este grupo rector de nuevos ricos carecen, en absoluto, de sentido político». Su opinión sobre los legitimistas apenas podría haber sido más despectiva y difícilmente presagiaba nada bueno para las relaciones futuras de él y de Mercedes con ellos: «Sancho Dávila (buen señorito y jefe incapaz), Rafael Garcerán (pasante del bufete de José Antonio, carente de toda experiencia política), Andrés Redondo (que no ha comprendido nunca la Falange, temperamento jesuítico), José Moreno (con categoría de jefe provincial, hombre infeliz), Agustín Aznar (buen jefe de cualquier grupo de acción, sin posibilidad de mandar una milicia de 200 000 hombres, inculto y vehemente), Manuel Hedilla (pobre obrero que creía en el contenido social de la Falange, quizá pueda llevar con cierta holgura algún sindicato local de metalurgia), Francisco Bravo (periodista, políticamente mediocre y cursi), Muro (elemental, bueno para jefe provincial), Sainz (buen jefe de centuria)». Según Bedoya, se portaban como señores feudales medievales, conspirando continuamente unos contra otros y yendo a todas partes con una escolta armada de fusiles ametralladores. «Sirva como ejemplo el que Andrés Redondo se cree un nuevo Felipe II».[92]
Durante los tres años siguientes, hubo una lucha por el poder larga, esporádica y no declarada. En última instancia, el poder de relaciones de la familia de Pilar junto con su obstinación garantizarían la derrota futura de Mercedes. Su debilidad, en términos de luchas políticas, era también su mayor fuerza —simplemente no estaba interesada en las mezquinas disputas burocráticas y estaba consagrada a continuar con su trabajo de beneficencia—. Apenas se podía imaginar a dos rivales tan distintas. La mujer de uno de los fundadores de las JONS era animada, enérgica y no tenía pelos en la lengua, era una madre y una mujer afectuosa que se sentía a gusto en compañía de los hombres. La hermana del fundador de la Falange era, por el contrario, tímida en público, fría e introspectiva, una mujer célibe sin hijos y apocada en compañía de hombres. Además, había una hostilidad más profunda. Más allá de cualquier sentimiento de celos personales, subyacía una profunda enemistad ideológica. La determinación de Pilar de absorber al Auxilio de Invierno de Mercedes Sanz-Bachiller dentro de la órbita de la Sección Femenina estaba en sintonía con los esfuerzos de los seguidores de José Antonio dentro de la Falange más amplia de contener a los elementos radicales de Valladolid. El comienzo de la guerra civil y la influencia de los aliados alemanes e italianos en los nacionales había revivido el radicalismo de las JONS que José Antonio Primo de Rivera había sofocado en febrero de 1935.
Varios de los amigos y familiares de José Antonio Primo de Rivera despachados con tanto desdén en el diario de Bedoya componían el círculo cercano alrededor de Pilar, conocido como los legitimistas. El más decidido del grupo era Agustín Aznar, prometido de la prima de José Antonio, Dolores Primo de Rivera y Cobo de Guzmán. Estaban decididos tanto a subyugar a los jonsistas como, con el tiempo, a despachar las aspiraciones de jefatura de Manuel Hedilla, al que consideraban un proletario advenedizo. A finales de diciembre de 1936, la lucha supuso la defenestración de Andrés Redondo como jefe territorial de Castilla. El fervor emocional que le había visto aclamado como jefe en el funeral de Onésimo se había disipado y los grupos de milicias estaban deseosos de cesarle[93]. El jefe de las milicias de Valladolid era José Antonio Girón de Velasco, en su día jonsista y colaborador de Onésimo Redondo, que se había unido a la suerte de los legitimistas. Girón afirmó, de forma poco convincente dada su conocida belicosidad, que Andrés Redondo había intentado que lo mataran, lo que le obligó a buscar la protección de Hedilla. A principios de diciembre de 1936, se produjo una teatral pelea en el despacho de Hedilla en Salamanca, durante la cual Andrés Redondo intentó sacar un revólver, pero Hedilla le contuvo. El cisma se resolvió cuando Hedilla se puso del lado de Girón. A Andrés Redondo se le cesó oficialmente como jefe territorial de Castilla en una reunión de la Junta de Mando Provisional, el 8 de enero de 1937. Aceptó la decisión con una digna docilidad, retirándose de la política y volviendo a su carrera en la banca, como le había dicho a Bedoya que haría[94]. Se le sustituyó por José Antonio Girón de Velasco, con el título algo distinto de inspector territorial de Castilla, y Dionisio Ridruejo, un amigo de José Antonio Primo de Rivera, se convirtió en jefe provincial de Valladolid[95]. Por su parte, Mercedes Sanz-Bachiller y Javier Martínez de Bedoya se cuidaron mucho de no involucrarse en estas divisiones internas en la Falange más amplia. No obstante, el abismo entre falangistas y jonsistas se resumió dentro del movimiento de mujeres con el comentario de Sanz-Bachiller de que «yo no siento esto de la Sección Femenina, esto de hacer política con las mujeres solas[96]».
El primer gran paso en la lucha por el poder lo dio Pilar. En el primer Consejo Nacional de la Sección Femenina, que tuvo lugar en Salamanca y Valladolid entre el 6 y el 9 de enero de 1937, anunció la incorporación oficial del Auxilio de Invierno a la Falange. Que pudiera hacerlo reflejaba su autoridad como hermana de José Antonio Primo de Rivera y la debilidad caótica que caracterizaba la administración de Hedilla en la Junta de Mando. Pilar estaba arrojando el guante con una afirmación contundente de su autoridad: el Auxilio de Invierno era considerado una subsección, o delegación, de la Sección Femenina. La propia Pilar sería jefe, o delegada nacional. Todas las jefes provinciales de la Sección Femenina se convertirían en delegadas provinciales del Auxilio de Invierno. Esto dejó a Mercedes simplemente como jefe provincial de Sección Femenina y delegada provincial de Auxilio de Invierno para Valladolid. Era aparentemente un triunfo masivo para Pilar[97].
Sin embargo, una cosa eran las declaraciones oficiales en una reunión y otra la realidad sobre el terreno. Las decisiones del Consejo Nacional reflejaban que Pilar había utilizado su autoridad para influir en Hedilla, que no era muy brillante y al que se manipulaba con facilidad. Además, aunque en teoría ahora se le considerara bajo la jurisdicción de la Sección Femenina, el Auxilio de Invierno era, en la práctica, independiente. A diferencia de la Sección Femenina, el Auxilio de Invierno no era un terreno exclusivamente de mujeres y los papeles destacados eran desempeñados por hombres. El más importante de todos, Martínez de Bedoya, tenía una relación con Mercedes Sanz-Bachiller que estaba convirtiéndose en algo más que una colaboración política. Dada su amistad con Onésimo Redondo y su temprana importancia en las JONS, Bedoya era objeto de sospechas considerables por parte de los legitimistas, en general, y de Pilar, en particular. Después de todo, a sus ojos, era un traidor que se había ido de la Falange en enero de 1935 junto con el otro fundador de las JONS, Ramiro Ledesma Ramos, en protesta por el poder creciente de José Antonio Primo de Rivera[98].
Mercedes y Martínez de Bedoya se movieron rápidamente para contrarrestar la influencia de Pilar sobre Hedilla. Después de que se clausurara el Consejo Nacional de la Sección Femenina, el 10 de enero de 1937, visitaron a Hedilla en su cuartel general de Salamanca. Bedoya sostuvo que se sustituyera a Pilar por Mercedes Sanz como delegada nacional y que se quitase el Auxilio de Invierno de la jurisdicción de la Sección Femenina, para convertirlo en una sección distinta o una delegación de la Falange Española de las JONS. A Hedilla, que era consciente de la hostilidad latente del clan Primo de Rivera hacia su persona, se le convenció fácilmente de que el nuevo movimiento sería de gran valor si la Junta de Mando de la Falange lo controlaba directamente. El 14 de enero de 1937, Hedilla, en calidad de jefe de la Junta Provisional de Mando de la FE y de las JONS, publicó un decreto por el cual nombraba al camarada Javier Martínez de Bedoya secretario nacional del Auxilio de Invierno. Al ver el documento, firmado por Hedilla, Pilar Primo de Rivera añadió a mano: «Como jefe de la Sección Femenina, encargada del “Auxilio de Invierno”, Pilar Primo de Rivera». La influencia considerable que ejercía Pilar aseguró que, aunque no había podido impedir el reconocimiento formal de la posición de Mercedes Sanz-Bachiller como dirigente de Auxilio de Invierno, este seguía firmemente bajo la jurisdicción de la Sección Femenina[99].
La imposición de autoridad de Pilar en el Consejo Nacional coincidió con la defenestración de Andrés Redondo y la victoria de los legitimistas sobre los jonsistas en Valladolid. El hecho de que Pilar perteneciera a una camarilla dentro de la compleja lucha por el control sobre la Falange supuso una debilidad en cuanto a su rivalidad con Mercedes Sanz-Bachiller. Esta y Javier no aspiraban a dirigir un partido nacional, sino simplemente a poder seguir dirigiendo —de la manera más independiente posible— su organización de beneficencia. Se habían distanciado de la incipiente lucha de poder, por lo que era posible que la participación de Pilar en las ambiciones falangistas más amplias pudiera utilizarse en favor de Mercedes y Javier. En las divisiones internas de la Falange, que derivaban del arresto de José Antonio y se habían acentuado con su ejecución, Pilar encabezaba una de las dos facciones principales. Oficialmente, la jefatura correspondía al grupo fascista radical dirigido por Manuel Hedilla, que estaba próximo al encargado de negocios alemán en España, el acérrimo general nazi Faupel. El intelectual falangista Pedro Laín Entralgo vio un ejemplar del Mi lucha de Hitler en el escritorio de Hedilla, y dio por sentando que no se lo había leído y que era un regalo de Faupel[100]. Sin embargo, el grupo elitista de legitimistas, que contemplaba a Hedilla con un desprecio esnob por sus orígenes proletarios, ejerció una influencia considerable. Habían consentido en su elección como jefe provisional sólo para dejar abierta la jefatura mientras esperaban que fuera posible traer a José Antonio Primo de Rivera a la zona nacional mediante un canje de prisioneros. Destrozados por la noticia de que habían ejecutado a su fundador y conscientes de la omnipresente amenaza de que asumiera el puesto el general Franco, los legitimistas aspiraban a dejar el puesto de jefe nacional vacante hasta la llegada del amigo de José Antonio, albacea y secretario general de la Falange, Raimundo Fernández-Cuesta, en ese momento encarcelado en Madrid. En este contexto, con dos de los hermanos Primo de Rivera, Fernando y José Antonio, muertos y otro, Miguel, todavía en una cárcel republicana, Pilar se convirtió en la pieza clave de los legitimistas como principal vínculo vivo con el fundador de la Falange.
Ramón Serrano Suñer, el cuñado y consejero político más próximo de Franco, describió a Pilar como la «sacerdotisa» del grupo legitimista. Vigilados muy de cerca por los espías de Franco, solían reunirse en su casa de la plazuela de San Julián en Salamanca. Falangistas de toda la zona nacional pasaban por su casa para recibir instrucciones de ella o para transmitir sus quejas sobre la forma en que Franco no estaba llevando a cabo el legado de José Antonio[101]. Pilar no se había granjeado las simpatías de Franco al oponerse a la adopción de la bandera real roja y amarilla realista y de la marcha real, o al distribuir un folleto que abogaba por la bandera rojinegra de la Falange y su himno, Cara al sol, como himno nacional. Cuando informaron al Caudillo de algunas de las cosas que se decían en el piso de Pilar, se enfureció[102] Javier Martínez de Bedoya afirma en sus memorias que él y Mercedes Sanz-Bachiller se mantuvieron al margen de estas rivalidades internas del partido y se concentraron en su trabajo del Auxilio de Invierno[103]. No obstante, la tertulia que mantenían en el piso de Mercedes en Valladolid se convirtió en una especie de cuartel general para los antiguos jonsistas que se oponían a los legitimistas[104].
La causa del Auxilio de Invierno también fue afortunada porque, a finales de 1936, Hedilla había nombrado a Dionisio Ridruejo jefe provincial de la Falange de Valladolid para reemplazar a Andrés Redondo[105]. Había un vínculo especial entre Dionisio Ridruejo y Mercedes Sanz-Bachiller. En la época de estudiante de Mercedes en el convento francés de Valladolid, una de sus mejores amigas había sido novia de Ridruejo. Este vínculo personal les uniría siempre. Según Ridruejo: «Mercedes era directa, vehemente, y tanto corporal como anímicamente, la imagen del fresco impulso natural y de la energía. Era una mujer morena, de voz y ademanes algo patéticos, fuerte, con una belleza que el luto y la austeridad un poco anticuada del aliño ponían en su mejor punto. Tenía un rostro ancho, un cuerpo firme, unas manos muy expresivas que parecían asir y conformar sus propias imaginaciones».[106] Javier Martínez de Bedoya era más bien lo contrario —tranquilo y reservado, con un aspecto delicado—. Su cautela innata a veces se confundía con la cobardía. A diferencia de Mercedes, Javier Martínez de Bedoya no encajaba con el tono agresivo e impetuoso que estaba de moda en la Falange temprana. Mercedes inspiraba un entusiasmo que rozaba la adoración. Para Ridruejo, se complementaban a la perfección: «Podríamos hablar de impetuosidad y reflexión, prontitud y paciencia, capacidad de decisión y capacidad de organización en las oposiciones de aquella pareja».[107]
No se dio una situación de hostilidad declarada entre Pilar y Mercedes en parte por los esfuerzos conciliadores del nuevo jefe provincial. A Dionisio Ridruejo no le interesaban las riñas internas y admiraba lo que Mercedes Sanz-Bachiller y Javier Martínez de Bedoya estaban intentando hacer a través de su nueva organización. Como buen amigo de aquella, amplió su amistad a Javier Martínez de Bedoya. Casi todas las noches a principios de 1937, los dos pasaban las tardes hablando con Mercedes sobre el progreso de la guerra y el futuro papel de la Falange. Durante algunas de estas tertulias, Mercedes, con su impetuosidad habitual, decidió que era un despilfarro que Ridruejo, Bedoya y otros jerarcas falangistas se gastaran el dinero viviendo separados en pensiones. Así pues, les encontró una casa y una mujer que cocinara para ellos. La amistad no estaba libre de tensiones, puesto que en el fondo Javier seguía siendo jonsista. En largas discusiones, contrarrestaba las nociones falangistas de Ridruejo con las ideas de Onésimo Redondo y Ramiro Ledesma Ramos. No obstante, el vínculo con Ridruejo era de una enorme utilidad para el Auxilio de Invierno. Como jefe provincial, Ridruejo podía proporcionar fondos sustanciosos para la empresa. Más importante era que les acompañaba a Salamanca cuando fuera necesario para negociar con la Junta de Mando y la jefatura de la Sección Femenina. Ridruejo era el intermediario perfecto, puesto que tenía una influencia considerable en Pilar Primo de Rivera, en parte debido a la amistad con su hermano José Antonio. Además, Pilar confiaba en Ridruejo para que la aconsejara en política y le hiciera el borrador de sus discursos[108].
Una serie de maniobras maquiavélicas en abril de 1937 supusieron que Franco asumiera el mando de las fuerzas políticas de la zona nacional y que uniera a los falangistas, los carlistas y los monárquicos en un solo partido, conocido como la Falange Española Tradicionalista y de las JONS. Mercedes y Javier Martínez de Bedoya no participaron de manera activa en las maquinaciones que rodearon a la llamada Unificación. Es comprensible que, dada la rivalidad con Pilar Primo de Rivera, estuvieran más de parte de Hedilla. Desde luego, Mercedes Sanz-Bachiller gozaba del fuerte apoyo del jefe de la Junta Provisional de Mando[109]. Sin embargo, tuvieron suerte al no poder involucrarse en los sucesos de Salamanca porque estaban demasiado ocupados siguiendo las órdenes del general Mola para preparar, a la espera de la toma del País Vasco, la extensión del Auxilio de Invierno a Bilbao. No obstante, Javier Martínez de Bedoya no había mantenido en secreto que él y Mercedes deseaban el triunfo de Hedilla[110]. Fue un error táctico que pagarían muy caro, no inmediatamente pero sí en los años venideros. Por el momento se salvaron porque, durante la verdadera lucha por el poder en Salamanca, Pilar Primo de Rivera llevó a cabo un juego ambiguo. Fue sólo la ineptitud táctica de Hedilla, junto con el prestigio residual del apellido de Pilar, lo que la rescató de las consecuencias de no ponerse del lado de Franco desde el principio. Finalmente, a fuerza de una colaboración entusiasta y sumisa, logró reconstruir su posición dentro del régimen franquista. Sin embargo, esto le llevó tiempo, y mientras tanto había perdido un terreno clave frente a Mercedes Sanz-Bachiller.
Tras el primer Consejo Nacional de la Sección Femenina y hasta el decreto de unificación, hubo cinco delegaciones de la Sección Femenina —Prensa y Propaganda, Administración, Enfermeras y Aguinaldo del Soldado, Auxilio de Invierno y Flechas—. El 30 de abril de 1937, el capitán Ladislao López Bassa, el nuevo secretario de la FET y de las JONS, expidió un documento que rezaba: «En nombre del Caudillo, expido este nombramiento provisional de Delegado Nacional femenino del Movimiento de FET y de las JONS a Pilar Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, para que proceda con la máxima urgencia a la organización e integración en el Movimiento de las antiguas organizaciones femeninas de Falange Española de las JONS, la Comunión Tradicionalista y Auxilio de Invierno».[111] Armada con este encargo, Pilar Primo de Rivera se propuso intentar unificar e imponer su autoridad sobre las tres principales organizaciones femeninas de la zona nacional. Fue el comienzo de años de fricción. Las dos organizaciones con las que tuvo mayores dificultades fueron el Auxilio de Invierno, por su identificación con las JONS y con Hedilla, y la de Frentes y Hospitales, dirigida por María Rosa Urraca Pastor, por sus orígenes carlistas y patricios y sus vínculos monárquicos.
Sin embargo, Mercedes Sanz-Bachiller y Javier Martínez de Bedoya vieron enseguida que la posición de Pilar se había debilitado fuertemente a los ojos de Franco. Se dirigieron a toda prisa a Salamanca, donde consiguieron una entrevista con López Bassa, un soldado oscuro y mediocre de Mallorca, que Franco había impuesto como secretario de la FET y de las JONS con la tarea de mantener un control vigilante sobre la política interna de la Falange. Apenas se habían sacudido el polvo del camino desde Valladolid cuando sus visitantes le propusieron que se cambiase el nombre del Auxilio de Invierno al de Auxilio Social, y que la organización no dependiera de la Sección Femenina, sino que fuera una entidad aparte dentro del nuevo partido único. El abandono del nombre adoptado originariamente, para que implicara objetivos limitados por el tiempo y por la extensión, era una clara declaración de ambición enmascarada. López Bassa contestó que era un buen momento para hacer lo que ellos querían.
En cuestión de horas, Serrano Suñer les recibió en el cuartel general de Franco en el palacio episcopal de Salamanca. Bedoya le recordaba después como «una visión de ultratumba: pálido, cano, macerado, vestido de luto riguroso. Era un alma doliente que enseguida nos habló de sus dos hermanos sacrificados en zona roja y cuyo recuerdo le acompañaba siempre». También él fue comprensivo y se comprometió a transmitir su petición a Franco. Dada su práctica autonomía en cuestiones políticas, es poco probable que Serrano Suñer necesitara mucho tiempo para convencer a Franco, que estaba más preocupado por problemas militares. El cambio de nombre se llevó a cabo con éxito el 24 de mayo de 1937, junto con un traspaso de poder masivo a Mercedes Sanz-Bachiller. En un documento asombroso, López Bassa escribió a Mercedes: «En nombre del Caudillo, y a propuesta de la Delegada Nacional del Movimiento Femenino de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, expido este nombramiento a favor de Mercedes Sanz-Bachiller, Viuda de Redondo, como Delegado Nacional de Auxilio Social que comprende al “Auxilio de Invierno”, “Obras de Protección a la Madre y al Niño”, “Auxilio al Enfermo” y demás obras benéficas similares de las antiguas organizaciones de Falange y Requeté, autorizándosela para unificar dentro de la organización de “Auxilio Social”, de acuerdo siempre con el gobierno general del Estado español a todas las obras benéficas que perciben subvención del fondo de Protección Benéfico-Social (creado por orden de 29 de diciembre de 1936) y aquellas otras que nutriéndose de donativos, suscripciones voluntarias, etc… han sido creadas con fecha posterior a la iniciación del Movimiento Salvador[112]».
Estos cambios referentes al Auxilio Social tenían sentido político y administrativo. Después de todo, el Auxilio de Invierno nunca se concibió como una iniciativa enteramente femenina. También se trataba de consolidar las actividades diversas de beneficencia del gobierno nacional. Aunque, al conceder una responsabilidad de tanto peso a Mercedes Sanz-Bachiller como parte de la FET y de las JONS, paralela y no subordinada a la Sección Femenina, también se encontraba la reacción punitiva de Franco por el papel de Pilar durante las turbias intrigas del proceso unificador. Se pudo apreciar un toque especialmente malicioso en la inclusión de la declaración claramente absurda de que todo era producto de una sugerencia de Pilar. El puñal hurgó más en la herida con la referencia a la Sección Femenina como «el Movimiento Femenino de la FET y de las JONS», que podemos tomar como algo más que la consecuencia de la torpeza de López Bassa. A Pilar se la castigó concediendo la independencia al Auxilio Social y, en una jugada astuta de Franco, suministrándole una rival, Mercedes Sanz-Bachiller, como advertencia de que en cualquier momento podía caer en desgracia. El castigo no fue más allá, puesto que el Caudillo necesitaba el respaldo del apellido Primo de Rivera para su régimen. Por el momento, Pilar, furiosa, pospuso sus planes de reafirmar su control sobre el Auxilio Social y se mantuvo ocupada con la tarea inmediata de incorporar a la organización femenina carlista, las Margaritas, a la Sección Femenina. Puede suponerse, sin embargo, que abrigaba pensamientos de represalias y venganza.
Mercedes Sanz-Bachiller pudo encargarse de tareas mucho más ambiciosas que antes. Se abrieron guarderías para los hijos de las madres trabajadoras, centros de prevención de enfermedades infantiles y orfanatos. Se hizo evidente que el dinero recaudado en las colectas esporádicas no era suficiente para estas necesidades. Con esta nueva apariencia, el Auxilio Social intentaba dirigir centros médicos con laboratorios, con ambulancias y con sus propias operaciones de transporte para la distribución de comida. Mercedes Sanz-Bachiller tuvo una idea que no sólo ayudó a resolver el problema económico, sino que también le dio una enorme propaganda al incipiente régimen de Franco. Propuso la constitución de una red internacional de Amigos del Auxilio Social. Viajó a Lisboa, a París y a Biarritz, donde estableció vínculos con los españoles socialmente destacados. Pronto los Amigos de Auxilio Social de Francia tuvieron un comité cuyo presidente honorario era el mariscal Pétain. Se establecieron comités en Londres, Nueva York, Buenos Aires y Manila. El general Mola ordenó que se pusieran a su disposición seis vehículos transportadores militares gigantescos cuando Bilbao cayera finalmente. La conquista de la capital vasca, el 17 de junio de 1937, supuso que el Auxilio Social hiciera su primera entrada en una ciudad anteriormente en manos republicanas. Esto permitió que la información de la prensa sobre la iniciativa de la colecta de fondos de Mercedes diera la impresión de que el trabajo social que se llevaba a cabo tenía como objetivo mitigar las atrocidades de los rojos[113].
A horas de la caída de Bilbao, los seis enormes camiones militares del Auxilio Social entraron con estruendo y cargados de comida. Hicieron el viaje de ida y vuelta desde Vitoria y unos días después un tren del Auxilio Social llegó a la ciudad. La amplitud de la operación fue tal que, quizá inevitablemente, sufrieron miradas de celos de otras partes de la coalición nacional. Además de la determinación enconada de la jefe de la Sección Femenina de traer al Auxilio Social de nuevo bajo su autoridad, la Iglesia católica empezó a moverse. Las principales quejas eclesiásticas se basaban en que la retórica de justicia del Auxilio Social obviaba la necesidad de la virtud tradicional de la caridad y que las instalaciones de la organización para los niños eran contrarias a la exaltación católica de la familia. Mercedes Sanz-Bachiller y Javier Martínez de Bedoya respondieron rápidamente con su habitual astucia. Crearon la Asesoría de Cuestiones Morales y Religiosas bajo la dirección de un cura joven de Valladolid, Andrés María Mateo, que estaba a cargo de la creación de una red de consejeros religiosos en cada provincia[114].
Estos movimientos vinieron a neutralizar de alguna manera las inquietudes religiosas sobre el Auxilio Social, pero no pudieron acortar la ventaja de la Sección Femenina por la similitud de su ideología con las opiniones del catolicismo tradicional sobre las mujeres y la familia. En cualquier caso, las autoridades eclesiásticas estaban indignadas por el hecho de que al padre Mateo se le dieran responsabilidades nacionales en un tema de cuestiones morales y que no estuviera sujeto a la autoridad de cada diócesis[115]. En general la Iglesia católica era muy recelosa de la Falange. El 24 de abril de 1937, el cardenal primado Gomá había escrito al Vaticano sobre la «tendencia hitleriana» de la Falange «hacia la exaltación de la fuerza material y de la omnipotencia del Estado[116]». En este aspecto, los camisas viejas jonsistas se manifestaban más a favor de un «estatismo» que parecía opuesto a los valores católicos. Por el contrario, la devota católica Pilar Primo de Rivera, en el contexto de su sumisión a la autoridad masculina, era especialmente dócil, de hecho servil, en lo que concernía a la Iglesia. Esto le supuso una ventaja significativa después de que acabara la guerra civil.
Por el momento, la rivalidad entre Pilar Primo de Rivera y Mercedes Sanz-Bachiller se mantendría latente, a punto de explotar ante la primera señal de debilidad por parte de los organizadores del Auxilio Social. No sólo se alimentó de los celos personales, sino también de un conflicto de ideales serio. El concepto de Mercedes Sanz-Bachiller del Auxilio Social tenía por objetivo movilizar a las mujeres siguiendo las líneas de una noción fantástica e idealizada del papel de la mujer en la Alemania nazi. Las ideas de Pilar eran el fiel reflejo del discurso de su hermano en Badajoz sobre el papel de la mujer. Estaba más influida por el fascismo italiano que por el nazismo, e incluso mucho más por las tradiciones católicas del trabajo de caridad patricio que por cualquier modelo extranjero. El trabajo de toda la vida de Pilar tuvo como principal objetivo la desmovilización de las mujeres para preparar hogares y dar hijos a los guerreros falangistas. En 1937, sin embargo, las circunstancias de la guerra favorecieron a Mercedes Sanz-Bachiller. A medida que se tomaban las principales ciudades republicanas, que se ocupaban y purgaban de manera salvaje, había una necesidad lógica de una operación logística de beneficencia social de mayor envergadura que la de los comedores originales del Auxilio de Invierno. Después de las bajas de la guerra y la represión, la enormidad de la subsiguiente fractura social superaba la capacidad de la Sección Femenina. Para pesar de Pilar, el rango de las responsabilidades confiadas al Auxilio Social creció sustancialmente.
En cuanto la guerra en el norte se trasladó hacia el oeste dentro de Cantabria, se advirtió al Auxilio Social de que no iba a poder contar con el transporte militar para su material. Además, el naciente gobierno había creado una Delegación de Beneficencia bajo la dirección de José María Martínez Ortega, el conde de Argillo (el futuro suegro de la hija de Franco). De inmediato constituyó una competencia para el Auxilio Social, ya que requisaba vehículos y recaudaba donaciones masivas a través de los gobernadores civiles de cada provincia. Fue típico de la firmeza y determinación de Mercedes Sanz-Bachiller que inmediatamente movilizara a sus comités extranjeros de Amigos de Auxilio Social para que recaudaran fondos para comprar camiones. Su iniciativa tuvo tanto éxito que el Auxilio Social pronto tuvo su propio parque de transporte. Al mismo tiempo, Javier Martínez de Bedoya, con la conformidad de Mercedes, siguió trabajando en una alianza con los cuáqueros. El comité de Nueva York de Amigos del Auxilio Social había sugerido el vínculo, pero tanto Javier como Mercedes se mostraban reticentes a trabajar con ellos. Les preocupaban las sospechas de la Iglesia y la hostilidad de los falangistas y los oficiales del ejército progermanos a la idea de que hubiese delegaciones cuáqueras vagando por el frente. En este caso, Bedoya logró generar el apoyo entusiasta a la idea del eficaz ministro de Asuntos Exteriores de Franco, el general Francisco Gómez Jordana. El conde de Jordana facilitó los salvoconductos necesarios para los representantes cuáqueros, cuya ayuda pronto se canalizó a través del Auxilio Social. A las pocas horas de la caída de Santander, el 26 de agosto de 1937, llegó un barco cargado de comida desde Southampton[117].
Que llamaran a Mercedes Sanz-Bachiller cada vez con mayor frecuencia para desempeñar un papel destacado en los actos oficiales era una muestra de su estatus creciente dentro de la zona nacional. Se había convertido en una parte importante dentro la clase dirigente nacional y se requería su presencia para la inauguración de nuevas instituciones. Inspeccionaba las unidades de las milicias falangistas en las grandes ocasiones. En este sentido, fue especialmente significativo su viaje oficial a Alemania a principios de agosto de 1937, en una larga gira de investigación y recaudación de fondos. Según Javier Martínez de Bedoya, «ha sido recibida apoteósicamente». La recibieron Hermann Göring y el doctor Robert Ley, jefe de la organización nazi del trabajo, el Frente de Trabajadores Alemanes. Cuando los corresponsales de la prensa falangista la entrevistaron, expresó su interés en la comparación del Auxilio Social con la labor que estaba haciendo el partido nazi. Entre las muchas fuentes de donaciones de caridad para el Auxilio Social, se recaudaron sumas sustanciosas en Alemania. Repitió la visita en 1938 y también visitó la Italia fascista[118]. El hecho de que pudiera ausentarse de esta manera mostraba el compromiso genuino de Mercedes de mejorar la organización y del placer que le producía su presencia pública. Sin embargo, también sugería cierta ingenuidad, o quizá despreocupación, sobre la mezquindad de la política interna de la Falange. En gran parte, le faltaba la malicia y la mezquindad necesarias para tener éxito en maniobras tales.
Esto se puso de manifiesto a finales de agosto de 1937, cuando la anterior jefe de la Sección Femenina de Valladolid, Rosario Pereda, pudo volver a casa tras la conquista franquista de Santander. Durante su ausencia, el tamaño de la organización había aumentado de 36 a 12 000 afiliadas. No obstante, Mercedes estaba encantada con la reaparición de Rosario y, como estaba sobrecargada de trabajo como delegada nacional del Auxilio Social, de buena gana publicó unas declaraciones en la prensa en que anunciaba su retirada y el nombramiento de Rosario Pereda para reemplazarla. Más tarde se arrepentiría de su imprudente generosidad al renunciar a su base de poder en la Sección Femenina de Valladolid. Rosario Pereda había estado enamorada de Onésimo Redondo en el pasado y siempre le guardó rencor a Mercedes, que se acentuó al verla disfrutar de tanto poder y prestigio. Así pues, a los dos meses de asumir el mando de la Sección Femenina local, estaría trabajando para poner a sus afiliadas en contra de Mercedes. Fue una traición que la hirió profundamente: «¡Lo que me hizo sufrir!»[119], exclamó Mercedes más tarde pero, como era habitual, no le guardó rencor y pronto perdonó a su rival. Rosario murió joven y, en su lecho de muerte, le suplicó a su marido, Anselmo de la Iglesia, que le presentara sus disculpas a Mercedes, lo cual hizo en una carta conmovedora[120].
No obstante, por el momento las fortunas de Mercedes y Javier Martínez de Bedoya iban viento en popa. Del 6 al 10 de septiembre de 1937, Bedoya asistió al congreso del partido nazi en Nuremberg con la invitación especial del gobierno alemán. Aprovechó el viaje para acercarse a Ramón Serrano Suñer, con el que consiguió tutearse. Regresaron vía Roma, y a Bedoya le sorprendió el contraste entre el enorme entusiasmo de Serrano Suñer por el fascismo italiano y la «repugnancia física» que sentía por el nacionalsocialismo alemán. Javier volvió a España a tiempo de hablar en el primer congreso del Auxilio Social, que tuvo lugar entre el 13 y el 18 de septiembre. Como esperaba, el congreso fue una gran aclamación pública de la labor del Auxilio Social y, en especial, de Mercedes Sanz-Bachiller[121]. El 19 de octubre de 1937, Franco creó el primer Consejo Nacional de FET y de las JONS. Sería el cuerpo consultivo supremo del régimen, con la responsabilidad teórica de ayudar al Caudillo en la decisión de las grandes líneas de la política. Debía reunirse al menos una vez al año. Mercedes Sanz-Bachiller fue nombrada la número diez de los primeros 47 consejeros; Pilar Primo de Rivera era la número uno. La posición relativamente alta que se asignó a Mercedes Sanz-Bachiller era un reconocimiento simbólico a su situación como viuda de Onésimo Redondo tanto como a la importancia de su trabajo en el Auxilio Social. Javier Martínez de Bedoya, el único jonsista además de Mercedes Sanz-Bachiller, ocupaba el puesto 28 —un reflejo de su relación floreciente con Ramón Serrano Suñer—. El equilibrio de fuerzas se reflejó más adelante con la presencia de diecisiete falangistas, de los cuales se podía considerar legitimistas a trece[122]. Esta designación se repetiría el 9 de septiembre de 1940, cuando se nombró el segundo Consejo Nacional de FET y de las JONS y Mercedes fue ascendida al número seis entre 64 consejeros.
La amplitud de la tarea emprendida por Auxilio Social despertó temores de que el número de voluntarias disminuyera, en especial una vez que terminara la guerra y los supervivientes quisieran regresar a una cierta normalidad. Había 40 000 mujeres trabajando para el Auxilio Social y como apuntaba Javier Martínez de Bedoya en su diario, el número de voluntarios ya estaba disminuyendo: «las camaradas de la Sección Femenina flaquean en su colaboración». Así pues, partiendo de una idea de Jesús Ercilla, Javier y Mercedes empezaron a trabajar en un borrador de proyecto para el equivalente femenino del servicio militar obligatorio con el fin de que proporcionara la mano de obra necesaria para que los servicios de Auxilio Social siguieran funcionando. El 29 de septiembre de 1937, visitaron a Ramón Serrano Suñer para comentar la idea con él. Se mostró tan entusiasta que les pidió que esperaran mientras iba a hablar con Franco. En media hora, estaban todos en presencia del Caudillo. Bedoya anotó esa tarde en su diario: «Es extraordinariamente pequeño, cara blanda, con ojos grandes que se mueven incesantemente de un extremo a otro con cierto automatismo. Su voz es suave, dulzona y a veces gangosa». Se quedaron perplejos cuando hizo un largo elogio a la labor del Auxilio Social. De forma inusual, les tuteó y les invitó a que le acompañaran a su despacho oscuro y, con voz temblorosa de emoción, dijo: «Sois los apóstoles de una mística social. La Falange y España os lo agradecerán».
Su entusiasmo, como dejó claro, se debía a la importancia que atribuía a la retaguardia en la guerra. Las purgas en la retaguardia eran un reflejo de la obsesión de Franco por la necesidad de la «redención» a largo plazo del pueblo español por sus errores izquierdistas. En aquel contexto, se dio cuenta rápidamente de la importancia del trabajo de beneficencia del Auxilio Social. Sin embargo, con respecto a los aspectos concretos del proyecto de Servicio Social, tuvieron que trabajar duramente para convencerle de la necesidad de un servicio tal. Puso una objeción tras otra porque le preocupaba que rompiera con el papel tradicional de las mujeres españolas. Intentaron convencerle de que las mujeres españolas siempre se habían encargado de las actividades de beneficencia «por razones de caridad muchas veces o de buen tono otras». Finalmente cortó la discusión diciendo de manera lacónica: «pues prepara el decreto y lo estudiaré artículo por artículo». Salieron de su oficina convencidos de que el proyecto no prosperaría[123].
Sin dejarse desanimar, hicieron todo lo posible por crear un clima favorable para la recepción de su borrador de proyecto. El 5 de octubre de 1937, Ramón Serrano Suñer telefoneó a Bedoya para felicitarle por el número especial de Libertad que conmemoraba el primer aniversario del ascenso al poder del Caudillo[124]. De hecho, Franco reaccionó favorablemente al borrador y dio órdenes de que se creara, el 9 de octubre de 1937, el Servicio Social de la Mujer bajo los auspicios del Auxilio Social. Javier Martínez de Bedoya esbozó las posibles implicaciones de esto en unos términos que recordaban su catolicismo profundo y, sin embargo, no hubieran estado fuera de lugar en un partido nazi. Publicó un artículo el 29 de noviembre de 1937, siete semanas después de que se promulgara el decreto: «Pero quede bien claro que, como presupuesto de la libertad nacionalsindicalista que ofrecemos, está el domeñamiento riguroso de cuanto en cada español pueda haber de soberbia e impureza, de envidia y de ira, de avaricia y maledicencia. Para todas esas cosas, la Falange no pide disciplina, la impondrá a rajatabla, y todos los recursos nos parecerán pocos. La vida de milicia, el servicio del trabajo, el “Servicio Social”, rígido y terminante para las mujeres, la más estrecha organización sindical y la propaganda serán los medios naturales que tenemos que emplear a este objeto. Pero no hemos de perder de vista la eficacia de la violencia y la expulsión total del seno de la Comunidad Nacional de aquellos que se resistan a la disciplina de nuestro Movimiento[125]». La referencia a la «comunidad nacional» recordaba a la Volksgemeinschaft, con la que sin duda Bedoya se había familiarizado durante su estancia en Alemania.
La ambición de Franco a largo plazo era establecer un régimen permanente del cual se hubieran eliminado todos los vestigios de la izquierda y del liberalismo. Se infligió una crueldad considerable a las mujeres bajo pretexto retórico del franquismo de la «redención» —violaciones, confiscación de bienes, encarcelamiento como represalia por el comportamiento de un hijo o del marido—. Se violaba a las viudas y a las mujeres de los prisioneros. Muchas se vieron forzadas a vivir en la más absoluta pobreza y a menudo, por desesperación, a prostituirse en las calles. El aumento de la prostitución beneficiaba a los hombres franquistas, que de esta manera apagaban la lujuria y también se convencían de que las mujeres rojas eran una fuente de suciedad y corrupción. Si la represión fue el palo de la «redención», el Auxilio Social fue la zanahoria, una fuente crucial de comida y cobijo para los que la guerra había dejado hambrientos y sin casa. No obstante, como ha apuntado Sheelagh Ellwood, había una «amarga ironía» en que la organización que proporcionaba esta ayuda fuera parte de las mismas fuerzas responsables de la devastación y del baño de sangre[126]. Inevitablemente, aunque desde luego no era la intención de Mercedes Sanz-Bachiller, la distribución de la caridad llevaba consigo un precio para los que la recibían.
Esto es a menudo lo que pasa con la caridad. De la misma manera que se esperaba que los que recibían limosna de la Iglesia se quedaran en misa, los que comían en los comedores del Auxilio Social debían sentarse bajo retratos de Franco o de José Antonio Primo de Rivera, bendecir la mesa, hacer el saludo fascista y cantar el himno falangista Cara al sol. Para los que eran de izquierdas, se trataba de un desdén y de una humillación. En palabras de una testigo: «Las viudas y los huérfanos que quedan vivos y libres tienen que disimular su tristeza por miedo a que les maten. Mendigaban en secreto, porque cualquiera que ayudara a las viudas o a los huérfanos de un rojo se exponía a que les vigilaran. Sólo el Auxilio Social que se ha organizado puede aliviar el sufrimiento material, si bien es a base de imponer sufrimiento moral: obligando a los huérfanos a cantar las canciones de los asesinos de sus padres; a llevar el uniforme de los que les han ejecutado, y a maldecir a los muertos y a blasfemar su memoria».[127]
Franco creía que, además de su valor humanitario, la labor de Mercedes Sanz-Bachiller tenía un enorme potencial de propaganda para los nacionales tanto dentro como fuera de España. Florence Farmborough, una propagandista inglesa de Franco que hablaba por radio con regularidad desde Burgos, era una gran entusiasta de la labor de Auxilio Social y escribió un relato idealizado de su trabajo: «Las muchachas, todas voluntarias entusiastas, todas fieles seguidoras de la Falange, esperan en grupo; con delantales blancos sobre sus vestidos oscuros, con su insignia del yugo y las flechas que destaca sobre el azul marino de sus blusas; están listas para empezar a servir. Las puertas se abren, y entran los hombres y las mujeres. Tienen cuencos y tazones en las manos. Se reparte comida en abundancia para todos; no se piden documentos, no se pregunta nada personal. ¿Qué importa que sean blancos o rojos? Lo que importa es que están hambrientos —eso es suficiente para los falangistas—. Y, si son rojos, ¡mucho mejor! Que aprendan la gran lección de que, aunque aprieten el puño con odio —para tomar a la fuerza—, la Falange lo abre para dar con amor». Claramente inconsciente de que cualquier adulto que tuviera simpatías izquierdistas o liberales estaba encarcelado, ejecutado o escondido, la señora Farmborough pasó a ensalzar la labor del Auxilio Social con los niños: «Y aquí las trabajadoras del Auxilio Social demuestran su ternura femenina en todo su esplendor. ¡Porque estos niños de origen humilde, inconscientes y acostumbrados a los duros golpes de un mundo hostil, son los primeros a los que nos debemos ganar! Muchos de ellos tienen las semillas del odio de clase que han sembrado las manos de sus propios padres; y es esta maldad hereditaria la que las trabajadoras tienen que descomponer». Esos niños estaban hambrientos porque sus padres estaban o bien muertos o bien en la cárcel o, en el mejor de los casos, sin trabajo. La señora Farmborough parecía no darse cuenta de esta situación: «¡Para ellos, este comedor espacioso, con sus sirvientas con delantal blanco y su abundancia de cosas ricas para comer, es una revelación! ¡Les habían dicho que los “fascistas” llevaban puñales en las manos; pero, en vez de ser un puñal, era pan! ¡Pan blanco! Y el corazón de un niño responde ilusionado con fervor y razonamiento intuitivos porque ¿acaso existe algo más rápido que un niño para percibir la compasión?». Su alabanza a las mujeres con delantal blanco del Auxilio Social terminaba con la afirmación: «Los niños están más sanos en cuerpo y en espíritu por haber entrado en contacto personal con ellas; vienen a estos centros de Auxilio Social como criaturas salvajes de la selva, salen como seres humanos racionales[128]».
En términos menos románticos, un profranquista americano, Merwin K. Hart, escribió sobre la «visión y el valor» del trabajo de beneficencia que el Auxilio Social llevaba a cabo. Según su versión, esta labor era necesaria porque en los pueblos y en las ciudades recién ocupadas «se habían cometido crímenes. Se había asesinado a civiles, a hombres, a mujeres y a niños. Toda la población había estado aterrorizada durante semanas, posiblemente durante meses, había estado desnutrida; muchos se habían demacrado; la comida era el primer requisito». La represión nacional que hizo que el Auxilio de Invierno se convirtiera en una necesidad imperiosa se olvidó oportunamente. Hart relató una entrevista con una destacada figura de Auxilio Social, probablemente Mercedes Sanz-Bachiller. Preguntó: «¿El trabajo del Auxilio Social se realiza sólo para los nacionales, o también se benefician los que han simpatizado con el enemigo?». Ella contestó: «No se hace ningún tipo de distinción. El único requisito para la asistencia en manos de nuestra organización es ser español y estar necesitado. No se hacen preguntas».[129]
Un propagandista franquista, el desconcertado surrealista Ernesto Giménez Caballero, comentó: «El otro tocado de sencillez y encanto formidable de nuestras muchachas se ha encontrado en el delantal blanco puesto sobre el uniforme por Auxilio Social. ¡Cuántas veces ha entrado uno en esos frentes a visitar los niños de los “Auxilios” y “auxiliar” a las “auxiliadoras”, más que en un rasgo de caridad combatiente, en un rapto de entusiasmo y de envidia de aquellos niños, cuyas sirvientas y cocineras eran las chicas —delantal blanco, traje azul— más lindas del mundo! Nunca se sintió el soldado español más soldado que al lado de estas cocineritas de Auxilio Social[130]».
Si no todas tenían unos papeles tan idílicos y delicados como los descritos por semejantes entusiastas, el Auxilio Social reclutó a mujeres por miles para el trabajo de guerra. En teoría seguía siendo un servicio voluntario, pero de hecho cualquier mujer que aspirara a un trabajo como funcionaria o maestra, o quisiera obtener un título profesional de cualquier institución educativa, sacarse el pasaporte o el permiso de conducir estaba obligada a hacer una prestación en el Servicio Social. Había muy pocas excepciones, entre las que se encontraban las monjas, las viudas o casadas con hijos, las mayores de ocho hermanos solteros o las muchachas que hubiesen perdido sus familias a manos de la izquierda en la guerra civil española. Estas condiciones aseguraban que se pudiera ejercer un alto grado de control social a través del Servicio Social. Este triunfo importante de Mercedes se percibió como una afrenta hacia la Sección Femenina. Como reconoció el mismo Javier Martínez de Bedoya más tarde: «Este fue nuestro primer error político, porque, evidentemente, invadimos un terreno que no era el privativo nuestro, con lo cual desde ese mismo día tuvimos la sorda y continua hostilidad de Pilar Primo de Rivera, de todas sus amistades políticas, de todos sus grupos de presión».[131] La propia Mercedes comentó: «Claro, Pilar montó en cólera. Nosotras organizamos un servicio social que era la caraba… yo comprendo… sé que invadí un poco el terreno de la Sección Femenina».[132]
Bedoya estaba equivocado si pensaba que la hostilidad de Pilar databa sólo de septiembre de 1937. Venía de un año antes. Aunque, inmediatamente después de la Unificación, los legitimistas habían perdido grandes áreas de terreno y Pilar, furibunda, había tenido que esperar su momento. Ahora, resentida con amargura por esta nueva intromisión, como lo percibía ella, de Mercedes Sanz-Bachiller en su propia esfera de poder, estaba decidida a recuperar el terreno perdido. Por supuesto, se encontraba lejos de no tener poder o influencia. Como último recurso, al ofrecer su apellido a Franco en su búsqueda para imponer su autoridad sobre la Falange, consiguió considerable influencia política. Si Mercedes Sanz-Bachiller y Javier Martínez de Bedoya jugaban mal sus cartas, la encontrarían lista para atacar.
A principios de 1938, el recién nombrado ministro de Acción Sindical y Organización, Pedro González Bueno, convocó a Javier Martínez de Bedoya en Burgos y le ofreció el puesto de subsecretario. Este lo rechazó aduciendo que no creía en los sindicatos verticales. El ministro se indignó tanto que le insistió en que le explicara su negativa personalmente a Franco. Tal y como ocurrió después, al Caudillo pareció no interesarle. Sin embargo, el alivio de Javier por no tener que ir de Valladolid a Burgos fue tal que le hizo darse cuenta de que sus sentimientos por Mercedes Sanz-Bachiller estaban cambiando. Más tarde reflexionó: «Por primera vez me di cuenta de que los días se me harían eternos y el trabajo desabrido si no tuviera la certeza de tener, de alguna manera, a Mercedes junto a mí, aunque fuese en el sentido más amplio de saberla implicada en el mismo quehacer. Me asusté al pensar que aquel sentimiento pudiese ser de amor». Procuró calmar sus propios temores pensando que no era el único que sentía que había algo especial al trabajar con Mercedes: «Traté de sosegarme reflexionando sobre el hecho de que a todos los hombres que trabajaban a las órdenes de Mercedes yo les había notado algo parecido: una alegría especial en obedecerla, un gusto en el trabajo sin descanso para ofrecérselo a ella y una consideración como de premio al despachar directamente con ella. Y esto no sólo entre quienes la rodeábamos en Valladolid, sino también entre los de provincias, para los cuales una llamada de teléfono de Mercedes era siempre decisiva y nada digamos si conseguían una entrevista con ella».[133]
Poco después de rechazar la oferta de Pedro González Bueno de una subsecretaría, se volvió a convocar a Javier Martínez de Bedoya en Burgos para ver al ministro del Interior, Ramón Serrano Suñer. Le ofreció la dirección de la recién reorganizada Jefatura de Servicios de Beneficencia. Era una oferta que no podía rechazar. Suponía tomar el mando de la operación de un rival, el conde de Argillo, e implicaba que el Auxilio Social pasara a estar financiado por el Estado. Así pues, en lugar de estar financiado por la caridad y por las cuestaciones de la calle, el Auxilio Social ahora recibiría una subvención por cada persona dependiente de sus servicios. Esto abrió el camino a una expansión masiva. Con la sede principal en Valladolid, la función principal de la Jefatura de Servicios de Beneficencia era la de reconstruir algún tipo de infraestructura social en las ciudades que habían estado en la zona republicana, habían sido conquistadas y sujetas a purgas. Por consiguiente, el nombramiento de Javier fortaleció de manera significativa la posición de Mercedes Sanz-Bachiller[134].
Cuando el 26 de enero de 1939 las fuerzas nacionales entraron en la hambrienta Barcelona, Mercedes Sanz-Bachiller llegó encabezando el equipo del Auxilio Social. Se instaló en el Ritz junto con muchos de los peces gordos del régimen. Al verla rodeada de hombres, Javier Martínez de Bedoya sintió celos, lo que le confirmó que se había enamorado de ella. Si no era del todo la gran belleza que parecía a los ojos de Javier, Mercedes era sensualmente atractiva y poseía una gran vitalidad. También tenía el don —rozando el coqueteo— de hacer que los hombres se sintieran a gusto. Javier estaba impresionado «del enorme éxito que tenía como mujer bella, inteligente y con una juventud que destacaba aún más por su especial serenidad». Se percató de sus sentimientos al verla rodeada de admiradores: «Pude apreciar cómo revoloteaban en torno a ella militares, políticos, diplomáticos, médicos, arquitectos, hombres de negocios, todos deslumbrados por el encanto de su personalidad tan completa, en la que su sonrisa y su conversación conseguían trasladar siempre al interlocutor a un plano de confianza y de interés en el que los minutos o las horas pasaban sin darse cuenta».
Estas reflexiones le hicieron empezar a temer que tan pronto como terminara la guerra civil la perdería. Dio por hecho que Mercedes reharía su vida sin él. Alarmado ante tal expectativa, ya no podía engañarse con respecto a la naturaleza real de sus sentimientos. Cuando tuvo la primera oportunidad de hablar con ella a solas, le pidió que se casara con él. Mercedes contestó con calma: «Lo que propones, Javier, es una locura: primero, por los hijos que tengo, que son tres; segundo, por la campanada política que supondría la boda de la viuda de un héroe de la cruzada, recién terminada la guerra». Javier respondió garantizándole su compromiso con sus hijos y con su convicción de que cualquier escándalo político se olvidaría rápidamente. Ella le prometió pensar en su propuesta. Poco después, le dio la respuesta: «Creo que podrás disfrutar de una casa junto al mar cuando nos casemos». Era una referencia al sueño de infancia de Javier de vivir junto al mar y a que ella acababa de comprarse una casa, llamada La Aldea, en Torremolinos, que sería su hogar durante buena parte de los cincuenta años siguientes[135].
A final de la guerra, la Dirección General de Beneficencia y el Auxilio Social se trasladaron juntos a Madrid. La labor de la que se tenía que hacer cargo el Auxilio Social en Madrid era monumental. Había que encargarse de una masa hambrienta, de refugiados de otras partes de España, de gentes sin casa, de familias rotas, de huérfanos. En las primeras semanas después de la toma de la capital el Auxilio Social distribuía alrededor de 900 000 raciones de comida a diario, 200 000 de las cuales se distribuían en Valencia[136]. La amplitud de la hambruna en la zona republicana recién conquistada fue un argumento poderoso para que Mercedes Sanz-Bachiller lo utilizara en contra de los que sugerían que el Auxilio Social era superfluo ahora que la guerra estaba acabada. Como consecuencia, el Auxilio Social y su presupuesto creció, mientras que las envidias dentro de la Falange se acentuaban. El resentimiento de Pilar Primo de Rivera hacia Mercedes Sanz-Bachiller se había estado cociendo a lo largo de la guerra y continuó más allá del fin de las hostilidades. Dados los problemas sociales de España en la inmediata posguerra, el Auxilio Social creció sustancialmente, pero se hundió por una serie de errores políticos inesperados. Al final de la guerra, por ejemplo, el amigo de Pilar y aliado, Raimundo Fernández-Cuesta, el ministro secretario de la Falange, humilló a Mercedes Sanz-Bachiller cuando le robó la idea de trasladar el Auxilio Social a unas espléndidas oficinas en Madrid en Alcalá 44, requisando el edificio como cuartel general de la FET y de las JONS[137].
A lo largo de 1939, las rivalidades dentro de la Falange se envenenaron aún más. Javier Martínez de Bedoya echó por la borda las ventajas de su puesto en un gesto quijotesco que ofendió profundamente a Serrano Suñer. El 26 de julio, Serrano Suñer había sugerido que se nombrara a Martínez de Bedoya ministro de Trabajo en la próxima reorganización del gobierno. Este hecho iba a producirse como resultado de que había estado convenciendo a Franco de que el gobierno debía ser un reflejo de los que habían tenido el mayor peso en la guerra. Sin embargo, se opusieron a su propuesta los monárquicos y el grupo legitimista de la Falange, dirigido por Pilar y Miguel Primo de Rivera. Cuando Javier Martínez de Bedoya se fue de la Falange junto con Ramiro Ledesma Ramos en enero de 1935, quemó sus naves con palabras muy críticas de despedida sobre José Antonio Primo de Rivera. Sin duda los legitimistas no las habían olvidado pero, de todas formas, se les refrescó la memoria con una biografía del dirigente falangista, que fue un éxito de ventas. El libro de Felipe Ximénez de Sandoval les recordó que, en un artículo del periódico de Ledesma Ramos, Patria Libre, Javier Martínez de Bedoya había hablado del «lastre de la Falange», afirmando que el elitismo de José Antonio y la burocracia obsesiva habían ahogado cualquier elemento de participación popular. Había ridiculizado asimismo a José Antonio diciendo que no hacía ningún esfuerzo por la Falange: «él no iba más que de doce a dos, por la mañana, porque por las tardes, con puntualidad ridícula, se las pasaba en el parlamento». En su propio relato, publicado en 1937, Martínez de Bedoya había manipulado su papel sacándolo de la historia y ahora aparecía con una claridad embarazosa[138].
Como Raimundo Fernández-Cuesta iba a ser reemplazado por el general Agustín Muñoz Grandes como ministro secretario de la Falange Española y de las JONS, los legitimistas se quejaron a Serrano Suñer de la perspectiva de ver a un jonsista como el único representante de la vieja Falange en el gobierno. Al mismo tiempo, Franco le preguntó a su jefe del Estado Mayor, el general Juan Vigón, por su opinión sobre el «gobierno de la victoria». Vigón contestó: «Este será el primer gobierno de los combatientes y este chico no ha pisado un frente. Ni ha oído un tiro. ¿No crees que puede ser como una bofetada para todos los que se han jugado la vida?». Así pues, pensó que Martínez de Bedoya, con veinticinco años, tenía mucho tiempo por delante, por lo que Franco le retiró de la lista propuesta para el gobierno. El 7 de agosto, le comunicaron a Javier que no iban a darle el ministerio que esperaba, pero que en cambio lo nombrarían subsecretario del ministro con la posibilidad de ser ministro en el futuro. En circunstancias extremadamente complicadas, las intrigas internas de la Falange supusieron que se asignara la subsecretaría a uno de los legitimistas, Manuel Valdés Larrañaga. Martínez de Bedoya, furioso, dio rienda suelta a sus instintos de jonsista radical. En contra de las recomendaciones encarecidas de Mercedes, escribió a Serrano Suñer, dimitiendo de su puesto como director general de Beneficencia y como miembro del Consejo Nacional de FET y de las JONS. También denunció de manera temeraria al nuevo gabinete como «un triunfo de la CEDA», es decir como un triunfo de los antiguos conservadores, de la clase dirigente católica —un gran insulto para Serrano Suñer, que había sido diputado de la CEDA y lo dejó por la Falange—. Además, animó a otros falangistas de Valladolid y dentro del Auxilio Social a escribir cartas similares al ministro. Serrano Suñer estaba furioso[139]. Apenas sorprendió que el secretario general de la FET y de las JONS, el general Agustín Muñoz Grandes, le cesara como secretario del Auxilio Social[140].
Esta era la oportunidad que el grupo alrededor de Pilar Primo de Rivera había estado esperando desde mayo de 1937. Martínez de Bedoya les había cedido ventaja en un momento particularmente difícil. El clima estaba cambiando rápidamente respecto a la beneficencia y al lugar de las mujeres. Las posturas relativamente progresistas que habían hecho posible el trabajo femenino por las necesidades de la guerra estaban dando paso a la reimposición de los valores sociales más tradicionales y conservadores. Ya que los hombres volvían de la guerra y buscaban trabajo, fue inevitable que se produjese una maniobra para convencer a las mujeres de que se quedaran en casa como esposas y madres. No obstante, en la política de género del régimen, esta lógica económica se combinó con una ideología patriarcal para reforzar el papel pasivo de la mujer. Al ver por dónde iban los tiros, Mercedes Sanz-Bachiller autorizó la publicación de una serie de manuales prácticos y cortos sobre maternidad, cuidados infantiles, corte y confección, ciencia doméstica y familia[141]. Se dejaban leer, eran asequibles y no estaban cargados de un barniz religioso y sentencioso. Como intento de adelantarse a una tentativa de que les absorbiera la Sección Femenina, tuvieron sentido, pero era demasiado poco y demasiado tarde.
Martínez de Bedoya ya había tentado a la suerte con su propuesta de matrimonio a Mercedes al final de la guerra. Por el momento, inconsciente de la tormenta que se avecinaba, hacían los preparativos para una boda discreta. Javier había aceptado un trabajo de director comercial en la empresa editora de Valladolid Afrodisio Aguado. Sin embargo, Serrano Suñer le ofreció una generosa rama de olivo. Como director de la Junta Política de la FET y de las JONS, Serrano Suñer había creado el Instituto de Estudios Políticos bajo la dirección de Alfonso García Valdecasas, un viejo amigo de José Antonio Primo de Rivera. Con la aprobación de Serrano Suñer, García Valdecasas le ofreció a Bedoya la dirección de la sección de política social. Aceptó, pero no hizo uso de la oportunidad para tender puentes con el Ministerio de la Gobernación. Fue otro error serio y le privó a él y a Mercedes Sanz-Bachiller de un aliado valioso en las luchas venideras. Javier y Mercedes se casaron discretamente el 3 de noviembre de 1939. Muchos camisas viejas extremistas consideraron la boda como, en palabras de Dionisio Ridruejo, «la violación de un mito». Con su típica humanidad, Ridruejo comentó: «Fue, en efecto, una desmitificación que le devolvía a la heroína su estatura humana, lo que a mi juicio, es siempre cosa positiva».[142]
Mercedes era plenamente consciente de las implicaciones de lo que estaba haciendo. Al hacer recapitulación más adelante, comentó: «¡Qué fácil es juzgar y juzgar ligeramente! Tratar de rehacer una vida a los veintiséis años; el dilema: o vivir en la más absoluta soledad del alma, y también del cuerpo… (Por qué no decirlo) yo sabía que el romper todo esto suponía la renuncia y la pérdida de la estima y de la aureola que me rodeaba en tanto en cuanto conservaba socialmente el recuerdo y el amor al mito, al héroe. Pero para mí era el hombre, el marido, el ser que me enseñó las primeras y esenciales cosas de la vida. Con quien sufrí y padecí la tremenda persecución política, el destierro, la incomprensión de muchos camaradas suyos y todo cuanto una mujer unida y enamorada de su marido sufre cuando le ve sufrir a él. El volverme a casar no significaba olvido, más bien al contrario. Era el poderme encontrar a mí misma, con serenidad, con tranquilidad de alma, dignidad y seguridad en mis actos y en mi conducta. Era, en fin, seguir los propios consejos de Onésimo. Cuántas veces a lo largo de nuestros cinco años de matrimonio yo le decía: “¡Onésimo, te van a matar!”. Me contestaba: “Tú te debes volver a casar”. Yo le decía: “Y ¿quién va a quererme?”. Y con un gesto de manos uniendo todos los dedos, respondía: “Así, así, has de tener”. Así pues, cumplí su mandato[143]».
Con el sistema de valores de la época, se podía sacar mucho partido político del contraste entre la dedicación virginal de la hermana de José Antonio Primo de Rivera y la debilidad carnal de viuda de Onésimo Redondo. El momento apenas pudo ser más desafortunado para Javier y Mercedes. La noticia de su boda llegó a oídos del público mientras se ultimaban los preparativos de la conmemoración masiva del tercer aniversario de la ejecución de José Antonio Primo de Rivera a manos de los republicanos, el 20 de noviembre de 1936. En una operación de coreografía masiva y de publicidad amplia, durante diez días y diez noches una procesión de antorchas escoltó los restos mortales de José Antonio, exhumados en Alicante, en un viaje de 500 kilómetros para enterrarlo de nuevo con todos los honores militares en El Escorial, la última morada de los reyes y las reinas españoles. Un ambiente de adoración reverencial al héroe, que había revivido muchas de las pasiones de la guerra civil, facilitaba el contexto perfecto para una campaña de cotilleos e insinuaciones contra Mercedes Sanz-Bachiller. Dio sus frutos en el teatro Español en Madrid el 21 de diciembre de 1939. Serrano Suñer, deseoso de asegurarse el respaldo del clan Primo de Rivera como sucesor legítimo de José Antonio, hizo suyo el argumento del clan, criticando toda la base del Auxilio Social en su discurso de clausura del tercer Congreso Nacional.
En un discurso cuyo propósito agresivo apenas se enmascaró, recalcó que la organización era una mera respuesta temporal a los problemas de la guerra: «la obra de Auxilio Social en muchos de sus aspectos no debe considerarse como una institución permanente». Dio a entender que los comedores y las guarderías de día eran ideas de izquierdas que animaban a la indigencia, citando las críticas de José Antonio Primo de Rivera a los comedores soviéticos. La insinuación de que el Auxilio Social estaba de algún modo traicionando el legado del fundador de la Falange poco después de su entierro en El Escorial, fue un golpe duro de parar. A este respecto, Serrano Suñer habló del Auxilio Social como «un mal menor» y añadió: «Hemos de procurar con toda urgencia eludir el peligro de estimular el espíritu mendicante de los españoles debiendo fomentar, por el contrario, el espíritu de trabajo». Finalmente afirmó que la preocupación principal del Auxilio Social no debían ser las guarderías ni las instalaciones ideadas para los niños (que permitirían trabajar a las mujeres), sino la organización de orfanatos. Con la típica retórica franquista, declaró: «Introduciéndose en instituciones antiguas en lugar de crear otras nuevas innecesarias, Auxilio Social sorteará el escollo y eludirá la tentación de la posesión de trincheras y del mantenimiento de pedestales desde los cuales se distribuyan prebendas y se cultiven personalismos». Mercedes comprendió de inmediato las consecuencias demoledoras del discurso y acompañó a Serrano hasta la puerta, en medio del silencio sepulcral que habían recibido sus palabras[144].
El discurso de Serrano Suñer reflejaba que las pretensiones radicales a gran escala del Auxilio Social —y en particular su objetivo de facilitar instalaciones de guardería para ayudar a las madres trabajadoras— habían provocado los celos no sólo de Pilar Primo de Rivera y de la Sección Femenina, sino también de las fuerzas tradicionales caritativas, incluida la jerarquía católica. Además, la dimensión del humanitarismo progresista del Auxilio Social no era acorde con el ambiente del franquismo represivo y regresivo de la posguerra. Incluso más indicativos de la enemistad con la que ahora ella se enfrentaba eran los comentarios de Ramón Serrano Suñer en su discurso sobre la probidad financiera del Auxilio Social. Entre las «Directrices para la nueva etapa de Auxilio Social», incluyó la «austeridad y rigor en la Administración; rigor implacable que ante nada se detenga». Refiriéndose a la necesidad de evitar rumores dañinos, declaró: «Donde haya un abuso, donde se produzca una situación inmoral, a nosotros más que a nadie importa cortar y sancionar con eficacia y rapidez falangistas».[145]
La implicación discernible era que se había producido un uso corrupto de los fondos masivos del Auxilio Social. Había muchos falangistas encantados de añadir una explicación a la declaración ambigua del ministro. Enseguida surgieron rumores de que Mercedes Sanz-Bachiller había malversado varios cientos de miles de pesetas del Auxilio Social, entre otras cosas para comprar La Aldea de Torremolinos. Los alegatos no pudieron demostrarse, pero, como es normal con los rumores, su nombre quedó mancillado[146]. No obstante, Mercedes se dispuso a defenderse inmediatamente. Pidió una audiencia con el ministro secretario general del Movimiento, el general Agustín Muñoz Grandes. Hizo una defensa elocuente en favor del Auxilio Social y le convenció de que acometiera una inspección a gran escala de la organización y de sus cuentas. Quedó el general lo bastante impresionado por los resultados de su investigación como para encargarse de la defensa de Mercedes y fue, en la mañana del 28 de diciembre de 1939, a hablar con Franco en favor de ella. A la hora del almuerzo de ese día le comentó Muñoz Grandes a Mercedes, de manera bastante verosímil, que Franco había contestado a la enérgica defensa de su labor con el Auxilio Social diciendo simplemente: «Estimo mucho a Mercedes por sus cualidades y por lo que hace. Sin embargo, ha concitado muchos enemigos a la vez. Vamos a tratar de ganar tiempo». Era una respuesta típica de la opacidad de Franco. Parecía insinuar que estaba dispuesto a intentar salvar a Mercedes Sanz-Bachiller del naufragio de la carrera política de su nuevo marido.
Serrano Suñer ya había convencido al Caudillo de los beneficios políticos de subordinar el Servicio Social de la Mujer a la Sección Femenina. Aquella misma tarde, Franco firmó un decreto que entregaba los poderes necesarios. Se desató una miniguerra civil dentro de la Falange, aunque el resultado fue una conclusión inevitable. Mercedes, que estaba embarazada de dos meses, se puso en contacto brevemente con sus amistades políticas, para ver si había alguna posibilidad de montar una defensa. Era demasiado tarde. El todopoderoso Serrano Suñer ahora era aliado de los legitimistas, que querían destituir a Mercedes de la dirección del Auxilio Social y quitarla del Consejo Nacional del Movimiento. El 12 de enero de 1940, Mercedes presentó su dimisión a Franco. A través del general Muñoz Grandes, le dio una oportunidad para que lo reconsiderara, pero contestó que la desmantelación del Auxilio Social junto con el ataque público de Serrano Suñer a la organización la obligaban a mantenerse firme[147]. Era típico de su rectitud esencial y del hecho que estuviera comprometida con el trabajo social que había acometido la organización. Además, tenía poco interés en verse envuelta en riñas políticas.
La actitud triunfalista de los legitimistas se manifestó rápidamente en el cacareo del diario falangista Arriba. Controlado por la delegación de Prensa y Propaganda de Serrano Suñer, el periódico empezó a mediados de enero de 1940 a atacar el trabajo de Mercedes Sanz-Bachiller. Un editorial del 17 de enero de 1940 acusaba al Auxilio Social de ser una «institución de sopistas» que proporcionaba un «sistema de la sopa boba». A Mercedes le horrorizaba que todo el trabajo que había dedicado al Auxilio Social pudiera terminar de esa manera: «Entonces yo estuve con un disgusto terrible durante unos días, presenté la dimisión y me marché a casa y luego ya no volví». La aceptación oficial de su dimisión no podía haber sido más fría y despectiva. Recibió una carta firmada por Pedro Gamero del Castillo, el vicesecretario general de la FET y de las JONS, el hombre a través del cual Ramón Serrano Suñer controlaba el Movimiento. Simplemente le agradecía la «colaboración prestada» y adjuntaba una nota de Serrano fechada el 16 de abril de 1940, que recomendaba que se aceptase su dimisión: «No conviniendo a los intereses de la Obra que se prolongue por más tiempo la actual situación en los mandos de Auxilio Social, la revisión de cuyas directrices está acordada, imponiéndose la necesidad de restringir atenciones, gastos y sueldos desproporcionados a la función y a los de otros servicios, se acepta la dimisión a la Delegada Nacional, expresándole la estima en que el Mando Nacional tiene los servicios prestados». También recibió de José Lorrente Sanz, el subsecretario y el hombre de Serrano Suñer en el Ministerio de la Gobernación, una petición perentoria para que diera cuenta de todos los donativos del extranjero que había recibido el Auxilio Social[148].
El 9 de mayo de 1940, se sustituyó a Mercedes Sanz-Bachiller como delegada nacional del Auxilio Social por un hombre, Manuel Martínez de Tena —el que fuera secretario de Andrés Redondo—. Le hirió especialmente lo que ella interpretaba como una traición de Martínez de Tena y Carmen de Icaza, que se convirtió en secretaria nacional del Auxilio Social. En su día, ambos habían sido amigos y colaboradores, y habían llegado a tener un lugar destacado en la organización gracias a ella. Es indudable que para conseguir sus nuevos cargos tenían que haber conspirado con Pilar Primo de Rivera y con los legitimistas. Mercedes Sanz-Bachiller conservó su puesto en el Consejo Nacional y, gracias a su energía y resistencia notables, pronto estaría desempeñando un papel en la vida pública[149]. No obstante, su eliminación de la dirección del Auxilio Social constituyó una victoria resonada para Pilar y para los legitimistas de la Falange. La motivación central de Franco en el subsiguiente favorecimiento de la Sección Femenina fue del todo práctica y acorde con sus instintos conservadores. Había que desmovilizar y devolver a las mujeres a sus casas después de la emancipación implícita en su participación en la guerra. El distanciamiento de aquella visión de igualdad y el regreso al papel sumiso de las labores domésticas también se ajustaba más a las predilecciones de Pilar —y de su consejero espiritual, fray Justo Pérez de Urbel— que al radicalismo retórico social de Mercedes Sanz-Bachiller[150].
Por el momento, Mercedes estaba preocupada principalmente por la llegada inminente de su nuevo bebé. Tanto ella como Javier volcaron sus mayores esfuerzos en construir su vida privada. Mercedes había encontrado un espacioso piso en la (antigua) calle Abascal de la capital. El 22 de agosto de 1940, con el calor asfixiante de Madrid, Mercedes se puso de parto. Dio a luz a una niña, Ana María. Al día siguiente, mientras Mercedes se recuperaba del esfuerzo y Javier adoraba a su hija, el largo brazo de la rivalidad de la Falange entró en su casa. Recibieron la visita del editor Afrodisio Aguado, el propietario de la compañía para la que trabajaba Javier. Les informó de que unas presiones irresistibles le obligaban a insistir a Javier en su dimisión inmediata. Aguado estaba más que satisfecho con el trabajo de Javier, pero se le había amenazado con cerrarle el negocio si no obedecía a una alta autoridad no nombrada. Todas las empresas de edición y artes gráficas dependían para su subsistencia de la cuota de papel que tenían permitida —y en el período de guerra el papel era escaso en la Europa bloqueada—. Así pues, Javier y Mercedes llegaron a la inevitable conclusión de que la persecución política a la que estaban siendo sometidos estaba extendiéndose a una campaña para privarles de su sustento. Les pincharon el teléfono y se les sometió a vigilancia policial[151].
No obstante, Mercedes Sanz-Bachiller todavía mantenía la protección última de Franco y, por tanto, seguía siendo miembro del Consejo Nacional, lo cual le otorgaba un prestigio considerable. A Javier le habían ofrecido y había aceptado el puesto de director comercial de la Compañía Española de Propaganda e Industria Cinematográfica (CEPICSA). Este era un período cercano a la hambruna para muchos españoles. Por fortuna, Mercedes poseía explotaciones agrícolas en la provincia de Valladolid que daban lentejas, harina, garbanzos y miel. Mercedes también había colocado al que fuera guardaespaldas de Onésimo Redondo, Tomás García, como capataz de la casa y de la tierra cerca de Torremolinos (La Aldea), que había adquirido hacia el final de la guerra civil. Bajo su administración, comenzó a producir algunas batatas, cacahuetes, judías blancas y embutidos. En las Navidades de 1940 la familia tomó posesión de La Aldea. Javier estaba tan encantado con la casa que empezó a pensar en mudarse allí permanentemente. Esto suponía encontrar un medio para hacer la tierra rentable. Para ello, se invirtió mucho esfuerzo a base de irrigar y fertilizar. Javier también abrió un bufete de abogados que le acarreó un éxito económico considerable. Además, a principios de 1941, empezó a tender puentes con Serrano Suñer y le escribió una carta de felicitación por su esfuerzo por darle mayor poder a la Falange. Se refirió a esto más tarde como «una carta para conjurar los hados maléficos[152]».
Al igual que Mercedes Sanz-Bachiller fue víctima de una lucha de poder dentro de la Falange, su regreso al primer plano político fue resultado de otra lucha. Durante la Segunda Guerra Mundial, se produjeron roces intensos entre los elitistas tradicionalistas y la derecha monárquica, representados por los generales, y la más radical y proletaria Falange. Los oficiales veteranos creían que los falangistas novatos e ignorantes estaban consiguiendo sueldos excesivos simplemente por ser parte de una burocracia inútil. También había una dimensión extranjera en el conflicto. Los falangistas eran predominantemente pro Eje. Sin tener en cuenta sus preferencias, muchos oficiales veteranos se inclinaban por la opinión de que los Aliados finalmente ganarían, y en consecuencia, España debía abstenerse de acercarse demasiado a Hitler. El resentimiento militar se centró en Serrano Suñer que, por su parte, pretendía construir su popularidad dentro de la Falange y buscaba el apoyo del Eje para su posición nacional. La tensión llegó hasta tal punto que hubo rumores de que el ejército planeaba un golpe de Estado contra Franco con el fin de deshacerse de Serrano Suñer[153] El embajador portugués en España describía a Serrano Suñer como «el hombre más odiado de España[154]».
Desde el 17 de octubre de 1940, cuando se convirtió en ministro de Asuntos Exteriores, Serrano Suñer había acumulado un poder masivo. Fue el mismo Franco quien le sustituyó teóricamente de su puesto anterior de ministro de la Gobernación. En la práctica, esto dejaba a Serrano con el control, puesto que su amigo y colaborador, el vicesecretario José Lorrente Sanz, se encargaba a diario de la absorbente tarea de administrar la maquinaria del Ministerio. La prensa entera y la maquinaria propagandística permanecían a su disposición. Serrano Suñer también tuvo considerable autoridad en la Falange, tanto a través de cargo de presidente de la Junta Política como a través de su influencia sobre Pedro Gamero del Castillo, ministro sin cartera y vicesecretario general de la FET y de las JONS. A pesar de que el ministro oficial de la Falange fuera el general Agustín Muñoz Grandes, la autoridad real en el día a día en la Falange la ejercía Gamero, que recibía órdenes de don Ramón.
La crisis en la rivalidad entre las facciones de los militares y los falangistas llegó al máximo exponente el 2 de mayo de 1941, cuando Serrano Suñer dio un discurso radical en Mota del Cuervo, Cuenca. Atacó a Inglaterra, habló de la necesidad de cumplir con los compromisos con Alemania e Italia e insinuó que la victoria en la guerra civil se estaba despilfarrando. Se interpretó de manera generalizada como un llamamiento para que la Falange asumiera el monopolio del poder[155]. A continuación le sugirió al Caudillo que la representación de la Falange en el gobierno debía incrementarse mediante la creación de un Ministerio del Trabajo para el joven fanático vallisoletano José Antonio Girón de Velasco. Como parte de la presión orquestada, el 3 de mayo, Franco recibió una carta de Miguel Primo de Rivera en que dimitía de su puesto en la Falange en protesta por la debilidad de varias organizaciones falangistas[156]. Estas muestras de que Serrano Suñer estaba intentando elevar a la Falange por encima de los militares convencieron a Franco de pasar a la acción. Accedió al ascenso de Girón, pero también tomó otras medidas para contrarrestar la oleada de poder falangista[157].
El 5 de mayo de 1941, en una minirremodelación, el Caudillo nombró como ministro del Interior al soldado leal, coronel Valentín Galarza, e hizo a Girón ministro de Trabajo. Dos días más tarde, sustituyó a Galarza como subsecretario de la presidencia por el hosco y devoto jefe de Operaciones del Estado Mayor de la Armada, el capitán de fragata Luis Carrero Blanco. Estos cambios fueron decisivos en la guerra entre la Falange y el Alto Mando militar. El Caudillo había decidido cortarle las alas a Serrano Suñer. El antifalangista acérrimo Galarza hizo una serie de cambios que sólo eran posibles gracias al acuerdo de Franco y reemplazó inmediatamente al hombre de Serrano Suñer, José Lorrente Sanz, por el abogado tradicionalista de Bilbao, Antonio Iturmedi. La ofensiva antiSerrano Suñer en el Ministerio de la Gobernación se remató cuando se nombró a un soldado para sustituir a su secuaz José Finat y Escrivá de Romaní, el conde de Mayalde, como director general de Seguridad. Además, se sustituyó a varios gobernadores civiles, incluido Miguel Primo de Rivera en Madrid[158].
A esto le siguió una batalla en la prensa que se libró por ambas partes, con artículos apasionados aunque arcanos. Galarza despidió del Ministerio de la Gobernación a los falangistas encargados de la Prensa y Propaganda, entre ellos a Dionisio Ridruejo y a Antonio Tovar. La tensión entre los militares y la Falange alcanzó nuevas cotas con Serrano Suñer, como ministro de Asuntos Exteriores, con José Luis de Arrese, como gobernador civil de Málaga y con José Antonio Girón de Velasco, como ministro de Trabajo, dimitiendo de sus cargos. Franco trató por separado con Arrese, con Girón y con Miguel Primo de Rivera. No pudieron resistir las tentaciones que les puso delante y Serrano Suñer, muy debilitado, retiró presurosamente su dimisión. Hubo una intervención de los embajadores alemán e italiano, que expresaron su preocupación por el ataque aparente a los elementos pro Eje. Franco les aseguró que nada podía estar más lejos de la realidad y que simplemente estaba ocupado en ajustes de política interna. Sus noticias tranquilizadoras se vieron respaldadas con el traspaso del departamento de Prensa y Propaganda del Ministerio de la Gobernación a una nueva vicesecretaría de Educación Popular dentro de la Falange. Después, en el gobierno que resultó de la reorganización del 19 de mayo, se nombró ministros a otros dos falangistas, Miguel Primo de Rivera como ministro de Agricultura y José Luis de Arrese como ministro secretario de la FET y de las JONS, mientras Girón seguía como ministro de Trabajo. El ascenso de Arrese y de otros falangistas se interpretó, en ese momento, como una victoria de Serrano Suñer. De hecho, se les estaba premiando por su lealtad a Franco y su traición a Serrano Suñer, puesto que los que perdieron sus cargos eran los amigos más fieles de este último —Ridruejo y Tovar en la sección de Prensa y Propaganda del Ministerio de la Gobernación, Lorrente Sanz como subsecretario del ministro, Mayalde como director general de Seguridad y Gamero del Castillo como ministro secretario en funciones de la Falange[159]—. A partir de mayo de 1941, la posición de Serrano Suñer fue cada vez más precaria. Mientras tenía puestas sus esperanzas en recuperar a los falangistas con el grito de guerra de la revolución pendiente, el Generalísimo tranquilamente se ocupaba de las gestiones para domesticarlos mediante la distribución de ascensos[160].
Franco había consolidado su poder y a una gran sección de la Falange que había demostrado ser dócil. El fracaso de la amenaza de las dimisiones en masa había revelado sin querer que Serrano Suñer no controlaba la Falange. Ahora tenía enemigos más poderosos que antes en el gobierno. El franquista hosco Carrero Blanco detentaba el poderoso cargo de subsecretario de la Presidencia del Gobierno; Arrese, que era un manipulador inteligente del ego de Franco, era el dirigente de los llamados franco-falangistas; y además estaba el ministro del Ejército, el general José Varela, como cabeza visible de la oposición militar a Serrano Suñer[161]. En cuestión de tres semanas, Serrano Suñer había perdido el control del Ministerio del Interior, del departamento de Prensa y Propaganda y de la misma Falange. Esta situación iba a tener repercusiones favorables para Mercedes Sanz-Bachiller y Javier Martínez de Bedoya. José Antonio Girón de Velasco, se recordará, era un jonsista de Valladolid. Tan pronto como tomó posesión del Ministerio de Trabajo, mandó colgar en la pared un enorme retrato de Onésimo Redondo. También envió un mensaje a Mercedes Sanz-Bachiller para informarle de su determinación de poner en su sitio las injusticias que se habían cometido contra ella[162].
En consecuencia, cuando Girón se lo contó a Serrano Suñer, él, con su habitual elegancia y astucia, se comprometió a reincorporarla en la política. A principios de junio de 1941, Serrano Suñer invitó a Mercedes Sanz-Bachiller a que le visitara en el Ministerio de Asuntos Exteriores, en la plaza de Santa Cruz. Mientras Javier Martínez de Bedoya la esperaba inquieto en las cercanías de la plaza Mayor, la entrevista tuvo lugar en un ambiente de exquisita cordialidad. Mercedes estaba encantada con la amabilidad de Serrano Suñer, y aún más con su oferta de que fuera elegida para el consejo de administración del Instituto Nacional de Previsión, el cuerpo responsable de la poca cobertura de seguridad social que daba el régimen de Franco. A principios del mes siguiente, recibió una carta de Gerardo Salvador y Merino, delegado nacional de Sindicatos de la FET y de las JONS, nombrándola jefe de la Obra Sindical de Previsión Social. Estaba encantada con el recibimiento de su regreso al ruedo político, como representante de la Falange en el Instituto Nacional de Previsión[163]. Se volcó en el trabajo con su entusiasmo habitual, comprometiéndose a que llegara más protección al campesinado, lo que implicaría una inversión de tiempo y energía descomunales. En primer lugar, había que confeccionar una lista precisa de los que estaban empleados en la agricultura y después había que montar oficinas del Instituto de Previsión Social en pueblos y ciudades rurales. Tal y como fue, consiguió acercarse a esta ambición utilizando su influencia en la organización sindical de la Falange y reclutando a miles de miembros, del pasado y el presente, del Auxilio Social. Fue un tributo extraordinario a su capacidad de motivar a la gente con su entusiasmo contagioso que convenciera a más de 5000 personas de trabajar gratis por un año para llevar a cabo el censo rural necesario.
Mercedes comentó más tarde con cierto orgullo: «Y ya Pilar, como siempre, pues le gustaba eso de influir y transmitir de José Antonio, pero yo no sé si sin el espíritu de José Antonio muchas cosas en lo esencial hubiesen cambiado».[164] Como su trabajo en Previsión Social había tenido un éxito notable, no estaba tan afligida como pudo haberlo estado cuando, en noviembre de 1942, Franco sucumbió a la presión de los legitimistas y la retiró del Consejo Nacional. En cualquier caso, tanto ella como Javier Martínez de Bedoya fueron nombrados procuradores en el seudoparlamento recién inventado, las Cortes, que Franco inauguró el 17 de marzo de 1943[165].
En octubre de 1943 el ministro de Franco de Asuntos Exteriores, el conde de Jordana, le pidió a Javier Martínez de Bedoya que fuera a la embajada española de Lisboa como agregado de prensa. Jordana se dio cuenta de que probablemente los Aliados ganarían la guerra y quería empezar a contrarrestar los vínculos evidentes con el Eje antes de tiempo. Le pidió a Bedoya que estableciera contactos con las organizaciones de refugiados judíos. Cuando le comentó la oferta a Mercedes, su reacción sugirió que ella daba mayor prioridad a su vida política que a su vida familiar. Le dijo que si quería sacrificar su carrera como abogado por algo que él consideraba un deber patriótico, ella lo entendía perfectamente. Sin embargo, de la misma manera no estaba dispuesta a sacrificar su proyecto con el Instituto Nacional de Previsión para extender la seguridad social al campo. Así pues, sugirió que mientras se instalaba en Lisboa, los dos tendrían que ir y venir de Madrid, donde mantendrían su hogar. Mercedes le acompañó y pasó mucho tiempo instalando una casa espléndida en la capital portuguesa. Cuando Bedoya fue a Lisboa en febrero de 1944, viajó solo. Su trabajo se facilitó porque los representantes judíos con los que negoció dieron por sentado que Franco era judío. Tal y como resultó después, Bedoya era parte de una cadena encargada de rescatar a judíos sefardíes con pasaportes españoles de la Alemania ocupada. Finalmente, desde 1944 mandaron a Mercedes y Pilar, sus hijas mayores, con Onésimo Redondo, a un internado de Lisboa[166].
Después de la Segunda Guerra Mundial, las esperanzas de Javier Martínez de Bedoya de que le relevarían en su cargo de Lisboa no se cumplieron —la dimisión simplemente no se planteaba—. En diciembre de 1945 se confirmó por otro mandato a Mercedes Sanz-Bachiller como miembro del consejo de administración del Instituto Nacional de Previsión. Se habían hecho algunos esfuerzos para que perdiera su cargo, pero el propio Franco había dejado claro que no se debía estar predispuesto contra ella como consecuencia de las luchas internas de poder en la Falange. Volvió a ocurrir en febrero de 1947. Valiéndose de la excusa de que había problemas por sus frecuentes ausencias en Lisboa, el delegado nacional de sindicatos, Fermín Sanz Orrio, pidió su dimisión. Al recordar la campaña virulenta que se desató en la época de su dimisión del Auxilio Social, fue menos inocente de lo que había sido en 1940. Insistió en que se reconocieran públicamente los seis años de trabajo duro en el Instituto Nacional de Previsión y de que se informara plenamente a Franco de las razones de su destitución. Cuando recibió la explicación de Sanz Orrio, Franco contestó: «¡No hagas tonterías! ¡Déjala donde está!». Mercedes siguió trabajando en el Instituto Nacional de Previsión hasta finales de los años sesenta[167]. A mediados de junio de 1947, como reconocimiento a su protagonismo en el campo de la beneficencia, se llamó a Mercedes Sanz-Bachiller para recibir a Evita Duarte de Perón durante su visita oficial a España[168].
Sin embargo, los triunfos políticos se ensombrecieron por otra tragedia personal. En 1946 su hijo Onésimo tuvo una mala caída. Un año después, sufría un dolor intenso en la pierna derecha. Al principio cojeaba, después se vio confinado en la cama. Se le diagnosticó un cáncer de médula ósea. Javier se lo ocultó a Mercedes con la esperanza de que, al no saberlo, infundiría mejor al niño las ganas de vivir. Se decidió llevar a Onésimo de una clínica de Madrid a la casa de la familia en Málaga, Aldeamar. El prestigio del que disfrutaba Mercedes Sanz-Bachiller dentro de los círculos del régimen se reveló en un gesto del otrora ministro de Obras Públicas, Alfonso Peña Boeuf. Para el viaje de una noche, puso a su disposición el vagón de tren especial que pertenecía a su ministerio. Conocido como el «break de Obras Públicas», este era el vagón que en su día había utilizado Alfonso XIII, y en el que le había caído agua de una gotera a Franco mientras viajaba a Hendaya para su encuentro histórico con Hitler, el 23 de octubre de 1940. Javier compró un Fiat Topolino descapotable para llevar a Onésimo por la finca y los alrededores. Sin embargo, el dolor que le producían las sacudidas no tardó en hacerse insoportable y se retiró a la terraza. Poco después, ni siquiera soportaba que le trasladaran de la cama a la terraza y se vio confinado en su habitación. Murió el 5 de julio de 1948. Mercedes estaba desconsolada[169].
A finales del verano de 1948, para ayudar a superar el dolor, decidió acompañar a Javier Martínez de Bedoya a París. Iba a formar parte de la delegación española que esperaba influir en las deliberaciones de la reunión de la Asamblea de las Naciones Unidas desde el 21 de septiembre. Se creyó que los contactos de Bedoya con las organizaciones de socorro judío podían utilizarse para buscar el apoyo para la causa española de ingresar en las Naciones Unidas. Mercedes lo dispuso todo para que sus dos hijas, Mercedes y Pilar, fueran aceptadas en un internado francés. Cuando regresaron, la mayor preocupación de la familia era la ampliación de Aldeamar, plantando más árboles, aumentando el sistema de irrigación y la producción de caña de azúcar y de ganado. De hecho, Javier todavía era, al menos en teoría, agregado de prensa en Lisboa. Durante la visita de Estado de Franco a Portugal a finales de octubre de 1949, el Caudillo puso un interés especial en buscar a Mercedes Sanz-Bachiller y en hablar con ella. A principios de enero de 1951, a Bedoya finalmente se le relevó de su puesto y se le insinuó que le concederían un ministerio. Descubrió que Girón, el ministro de Trabajo, se había opuesto a su ascenso en nombre de Luis Carrero Blanco, de los falangistas legitimistas y del general Fidel Dávila, el ministro del Ejército. Estaba convencido de que era su venganza por sus años de cooperación con las organizaciones judías. En cambio, se le ofreció el puesto de agregado de prensa en París. A pesar de su propósito de rechazarlo sin más, Mercedes le convenció de que lo aceptara, argumentando que abandonar el servicio de Franco en semejantes circunstancias confirmaría la hostilidad de los que le rechazaban[170].
Apenas habían tenido tiempo de instalarse en un piso de París cuando a Bedoya le ofrecieron el puesto de subsecretario en el Ministerio de Agricultura. Rafael Cavestany, que había sido nombrado ministro en el nuevo gobierno de Franco en 1951, había leído un artículo de Javier y había decidido que era exactamente el hombre que le ayudaría en sus proyectos. Sin embargo, Franco vetó el nombramiento. Así pues, la familia se instaló en un magnífico piso en la avenida Raymond Poincaré. Mercedes pasaba unos días en Madrid todos los meses, siguiendo con su trabajo en el Instituto Nacional de Previsión. De hecho, tal y como Bedoya concebía el cargo, necesitaba fondos sustanciosos para agasajar, y por lo tanto influir, a la prensa francesa. Para llevar a cabo su trabajo en el nivel que él creía necesario, pidió que asignaran a su puesto el nivel de consejero de embajada, pero le respondieron que era imposible. Así pues, en abril de 1952, con el permiso de Franco, dimitió. Para su asombro, le dieron el rango de consejero a su sucesor. Con la aprobación de Mercedes, decidió encargarse de la organización diaria de Aldeamar y dedicar gran parte de su tiempo a escribir. Su primera novela, El torero, fue un éxito total. Se retransmitió por Radio Nacional y se hizo una película. Con los beneficios, construyó una gasolinera que, al ser la única en la concurrida carretera de Málaga a Gibraltar, era una fuente de ingresos sustanciosos. Con los beneficios de su segunda novela, Falta una gaviota, construyó un hotel, Los Álamos, uno de los primeros de Torremolinos[171].
A pesar de la prosperidad material, Mercedes Sanz-Bachiller mantenía el interés por los asuntos sociales y políticos. En 1967 escribió un artículo en el diario Ya, con el titular «La representación sindical en Cortes no tiene a ninguna mujer». Creía que era absurdo que la excluyeran a ella personalmente, pero era igualmente absurdo que no hubiera otras mujeres. Fue una prueba de que su prestigio perduraba en la España franquista que, en cuestión de horas, su artículo provocara por parte de las autoridades sindicales una respuesta, que de forma cómica se mostraban dolidas[172]. Mercedes dio un ejemplo de su magnanimidad fundamental cuando Pilar Primo de Rivera murió el 17 de marzo de 1991. En dos días, publicó un elogio generoso de su rival en el que reconocía sus muchas discrepancias, pero principalmente hacía un tributo a su austeridad y su dedicación a sus ideales[173].
Vivía felizmente con Javier en Madrid y Torremolinos hasta la muerte de este en 1991. Con la entereza típica de ella, Mercedes a sus ochenta años superó su dolor y se dedicaba a organizar sus asuntos a tiempo para su propia desaparición, distribuía su fortuna entre sus tres hijas y ordenaba los archivos suyos, de Onésimo Redondo y de Javier Martínez de Bodoya. Sin embargo, diez años después, seguía viviendo una existencia vigorosa, devorando los periódicos y revistas, siguiendo con interés las vidas de sus nietos y bisnietos, gozando de una vida social muy activa.
Con respecto a los mayores logros de su vida, las cosas fueron menos satisfactorias. Como Trotski en las historias estalinistas del comunismo, de hecho se borró el papel de Mercedes Sanz-Bachiller en la historia de la Sección Femenina. Desde luego, el período de independencia durante el cual el Auxilio Social tenía que responder directamente al gobierno y no era una mera rama de la Sección Femenina, desapareció del todo. En las numerosas publicaciones oficiales de la organización, el papel de Mercedes en la creación del Auxilio de Invierno y el Auxilio Social se redujo de varias maneras. Se la describió simplemente como una entre muchos que habían tenido la idea, aunque se tratara de una excepcional: «Surgió simultáneamente en muchas provincias; cada una lo interpretaba a su manera bajo la iniciativa de la Jefe Provincial de la Sección Femenina. Pero fue la Jefe Provincial de Valladolid, Mercedes Sanz-Bachiller, la que destacó en este servicio, y le dio tono y forma y horizontes ilimitados». Se afirmó que los puestos de responsabilidad que había ocupado Mercedes Sanz-Bachiller como jefe del Auxilio de Invierno y el Auxilio Social se le habían concedido de buena gana por indicación de Pilar Primo de Rivera[174]. En la historia oficial de la organización la creación del Auxilio de Invierno consta de manera equivocada como que «nace bajo la disciplina de la Sección Femenina». En esta versión inmediatamente se nombraba a las delegadas provinciales de la Sección Femenina como delegadas provinciales del Auxilio de Invierno, y «ordenan a todas las afiliadas que presten su trabajo voluntario para aquella nueva obra de la Falange[175]». En las diversas revistas y publicaciones de la Sección Femenina (Y, Medina, Consigna y Teresa), así como en su historia oficial, abundaban las fotografías de Pilar Primo de Rivera. De Mercedes Sanz-Bachiller prácticamente no había ninguna.