21:00

Abro los ojos lentamente, mi cabeza va a estallar, se siente como los efectos secundarios de una noche intensa, pero no recuerdo haber invitado gente a casa.

Me levanto de la cama y es bastante estúpido admitir que tropiezo con mi propia ropa al levantarme.

—Mierda —me siento en la cama molesto por la idiotez y preparo una bolita con la ropa, dispuesto a arrojarlo contra la pared. Pero no se trata de mi camiseta, sino de uno de mis pijamas grises.

Me dirijo al armario y me encuentro con una caja roja a medio tapar.

—¿Qué hacen tantas fotos de gatos aquí?

—¿Qué gatos? —escucho a mis espaldas, me giro sólo para encontrar el rostro de Jairo, mi compañero de cuarto y mejor amigo, apoyando la cabeza al costado de mi puerta.

—No lo sé, está lleno de fotos ahí.

—¿Quizás tuviste una noche loca?

Le doy una mirada aburrida, ambos sabemos que hace años que no salgo de “farra”. No sabría definir la fecha en realidad, no es un recuerdo claro en mi mente, sólo sé que un día me levanté y decidí que no quería jugar más.

—¿Oye desde cuándo estás tan vanidoso?

—Déjate de joder y prepara el desayuno.

—Uy, ella, la que usa bloqueador.

—¿Cuándo mierda he usado yo bloqueador?

—Cuando bajé a la cocina vi uno sobre el refrigerador, no es mío, así que sólo debe ser tuyo.

—Mierda, traje a alguien a casa.

—Puedes apostar que sí.

Jairo se va y aprovecho para revisar el buró en busca de otras cosas, un labial, un número. No lo sé, algo, no acostumbro utilizar Meretrixes, es escalofriante y sorpresivo a la vez.

—Irah —oigo a Jairo gritar desde algún lugar cerca de la cocina—, tenemos un problema.

—¿Qué pasó ahora?

—¡Ven al baño, date prisa!

—Ya voy —saco una toalla del armario y me dirijo al baño—. ¡Mierda!.

—Exacto, eso mismo estaba pensando.

Toda mi ducha está manchada con sangre, también un montón de ropa mía, ciertamente dos de esas camisetas me pertenecen, y los pantalones moteados que utilizo para mis salidas al bosque.

También hay un pantaloncillo de mezclilla, más pequeño, de mujer, un corpiño y unas pantaletas completamente teñidos de rojo.

—¿Qué mierda hice ayer?

—Te recomiendo llamar a un abogado.

Una hora después, estoy en el despacho de mi madre, con un cargo de conciencia espantoso.

—Siempre has hecho lo que quieres porque eres el menor —dice ella mientras da una mirada molesta a mi tío, él como siempre, se sienta sobre su escritorio y se lleva un puro a la boca para evitar mirarme, también yo lo haría si fueron tío y padre de un chico a la vez.

Al menos ya no lo hacen a la antigua, eso sí que debió se traumático, por no decir trágico, tirarte a tu hermana… Mierda, se necesita más que agallas para eso, se necesita estómago y un cerebro muy jodido.

Hoy en día usaban la inseminación, por supuesto, sólo la familia lo sabe, los que compartimos sangre y esos son sólo cuatro: mi madre, tío Evian, el idiota de mi hermano mayor, Aitor y yo.

—Pero esta vez es diferente, esta vez tendrás que pagar.

—Lo sé.

—Hablo en serio Irah, toda lección requiere un sacrificio.

—Repites eso tanto que lo aprendí de memoria.

—Muy bien, porque lo que voy a hacer ahora es por tu bien, para que abras los ojos de una vez y aprendas cuál es tu lugar en este mundo.

Mamá se acerca a mí y envuelve mi rostro entre sus manos, esto no está bien, no recuerdo que lo haya hecho antes, pero tampoco recuerdo un montón de otras cosas, maldita la hora en que no traje mi diario. Sé que es trampa, pero cada uno hace lo que puede para hacer de la vida, algo más tolerable.

—Soy lo que soy.

—Eres mi hijo —dice entre dientes—, de sangre.

—El bastardo querrás decir, te esmeras en mantenerlo en secreto, ni tú ni el tío Evian hablan de mí. Por cierto, estoy aquí, no sacas nada con fingir no mirarme.

—Todo tuyo —dice el holgazán, cumpliendo con su papel de zángano y dejándome a solas con la bruja.

—Y bueno, ¿qué querías mostrarme?

—Espérame un segundo.

Mamá corre hacia su escritorio y me aterra lo emocionada que está cuando levanta el auricular.

—Sí, gracias, hágalas pasar.

Me acomodo sentado en una esquina del escritorio de mamá, mientras ella se reclina en su silla. Como si de una función de teatro se tratara.

La puerta se abre y entran dos Meretrix de la mano. Y no podrían lucir más diferentes.

Una es rubia platinada, con el cabello liso y recto hasta la altura de los hombros, tiene los ojos celestes y los ángulos de su rostro la hacen lucir demasiado seria en contraste a sus ojos infantiles. Trae exactamente el mismo vestido ocre que la otra chica, quién a diferencia de la rubia, no me deja ver su cara. Qué extraño.

—Pídele que se acerque por favor.

—Señorita Sonnenschein, acérquese.

La señorita Sonnenschein no lo hace, de hecho, la señorita Sonnenschein, inclina su rostro todavía más, si sigue así quedara de boca al piso.

—Señorita Sonnenschein ¿No aprendió acaso la lección?

La señorita Sonnenschein suelta un gemido indecible antes de arrastrar los pies en mi dirección.

—Es usted muy obediente —dice mi madre y puedo apreciar el placer en su voz. Mierda, esto es malo.

—Sabes, yo no vine a esto.

—Oh, claro que sí, necesito que veas sus ojos.

—¿Por qué? —pregunto sin humor, no estoy de ánimo para sus juegos—. No es nadie para mí.

—Sólo hay tres personas capaces de recordar. ¿No querías eso acaso? ¿No recuerdas que lo deseabas más que a nada?

—Qué hay con eso.

—Sucede que metiste la nariz y el cuerpo entero en asuntos del Estado, traicionaste a tu familia, me traicionaste a mí —mamá dice esto como si se tratara de una receta, no podría ponerle menos emoción aunque se esforzara.

—Explícate por favor.

—No tengo tiempo para eso, una de ellas debe volver, la otra tiene que quedarse. Elige ahora o lo haré yo.

—¿Qué? —pregunto saltando del escritorio y observándola sin dar crédito. Enloqueció, mamá realmente enloqueció. La demencia en los genes de nuestra familia, finalmente alcanzó a uno de nosotros.

—No me metas a mí en tus asuntos, no voy a ensuciarme las manos.

—¿Qué no te meta? Fuiste tú quien nos metió a nosotros ¡La llevaste a tu casa! ¡La trajiste a la ciudad!

¿Llevarla a mi casa? Joder, sólo… ¡Joder!

«¿Me la habré tirado?», pero qué pregunta tan de mierda, seguro que lo hice, ¿por qué otra razón podría haber llevado a una chica a casa? Aún así, toda esta situación es demasiado rara.

—Pues no lo recuerdo —digo cruzándome de brazos—. ¿No es eso lo bueno de nuestra maldición? Perdemos nuestra historia, pero ¿qué diablos? da igual, mientras podamos hacer lo que queramos sin pensar en las consecuencias, mal que mal, nadie las recordará.

—Irah, estoy haciendo un esfuerzo —ella abre sus dedos y los cierra a la vez, mientras observa sus uñas Siempre hace eso cuando está cerca de su límite—. Todavía tengo que preparar la pauta para la semana.

—Sí, sí, sí… Tú y tus clases de historia. ¿Sabes lo que puedes hacer con tus pautas? Por mi puedes ir y…

Y me quedo viendo a la pequeña Meretrix que, ahora yace arrodillada frente a nosotros, no entiendo porque sigue ocultándome su rostro. Vamos, que ni siquiera llora, no de forma audible por lo menos.

Siento una clavada en el estómago cuando capto un atisbo de sus piernas, bueno, lo poco que deja a la vista el vestido, pero es lo suficiente para notar que está manchada de sangre.

—¿Qué le hiciste? —pregunto a mamá sin apartar la vista de la chica—. ¿No es una Meretrix verdad?

—Bingo, y no le hice nada malo, al contrario, fue un favor.

—Especifica el favor.

—Se la ofrendé a tu hermano.

—¡¿Qué tú hiciste qué?!

Sin poder evitarlo, camino hacia la niña. La pequeña no debe tener más de quince años. Por supuesto, retrocede como un perrito asustado cuando llego hasta donde está. ¿De qué me sorprendo? Se la pasó a Aitor, apostaría que ese pedazo de mierda ni siquiera se detuvo a meditarlo. En medio de la ira, logro escuchar los balbuceos de mi madre.

—No tuve más opción. Ella tenía ideas… erróneas sobre tu clase.

—¿Cómo de qué tipo? —pregunto, debatiéndome si cogerla en brazos será una idea buena o le hará peor.

—Bueno, ¿pero si no soy yo quién hace las preguntas? Elige Irah, hazlo ahora o lo haré yo.

Fijo mi vista en la chica rubia, pero actúa tan fría, tan normal, como si esto no la afectara en absoluto. Una fuerza desconocida me hace enfurecerme con ella, lo que no tiene sentido, ya que nunca la he visto en mi vida. Vuelvo mi vista hacia la señorita Sonnenschein y su cara sucia apenas se aprecia entre las malezas de cabello. Estiro mi mano para correrlo, pero ella aleja la cabeza con una rapidez arrolladora.

—Es sólo que no entiendo por qué tengo que hacerlo.

—Te repito, ella es la niña que durmió en tu cama anoche.

—Y qué

—Sí Irah… Toda esa sangre, todo ese hedor.

—Pero, tú dijiste…

—Yo sólo estoy contándote los hechos. Se la pasé a tu hermano porque no terminaba de entender. Los hombres iban a lastimarla, sé lo repetí muchas veces, es su naturaleza, la esencia del hombre. Si no eras tú, sería tu hermano, o cualquier otro degenerado de afuera. Ahora o más tarde, sólo era cuestión de tiempo Y bueno, hablando de tiempo, ya no tengo más, así que… ¿vas a elegir o tendré que hacerlo yo?

—Por favor —ruega la señorita Sonnenschein en un hilo de voz—. Máteme.

—Sólo porque no recuerde no significa que no sienta —me oigo decir y aunque lo he dicho yo, no le encuentro el sentido, pero ayuda a que la señorita Sonnenschein alce un poco el rostro.

—La escojo a ella —digo en voz alta.

Porque lo sé, en ese momento, mientras la veo implorar su propia muerte, soy consciente de lo obvio. Yo he dañado a esta mujer, incluso si no lo recuerdo, sé que es así y la impotencia sabe peor que la culpa. Ella sólo quería olvidar el pasado y yo…

Yo no deseaba más que revivirlo.

—Señorita Cab, creo que ambas sabemos la nobleza que se esconde tras su sacrificio. —se escucha la voz autoritaria de mi madre.

—Claro —dice la rubia y yo acomodo mis rodillas, para quedar al nivel de la señorita Sonnenschein. Ella no me da un mínimo de atención, está demasiado ocupada fingiendo que no existo.

Mamá se pone de pie y le entrega su puñal personal, es una mierda espeluznante, el mango tiene forma de feto y la hoja termina en una mano diminuta.

—¡Emil, no! —grita la chica que tanto he dañado. Soy incapaz de recordar, sin embargo puedo sentir y cargo una culpa inmensa, no lo puedo explicar.

La chica rubia gira hacia nosotros con una expresión molesta, pero la señorita Sonnenschein no se acobarda.

—No vayas, no mueras por mí.

—No me pidas eso —responde la rubia y por primera vez desde el rato que lleva dentro, da la impresión de que está afectada—, porque es lo único que no puedo cumplir.

—No lo hagas, no vale la pena.

—Tú lo hubieras hecho por mí —sonríe tensa, su rostro levemente inclinado evitando mirar a la señorita Sonnenschein.

—¡Ordénale a tu sangre que corra! —presiona mi madre, ahora enojada y me encuentro en la incógnita de no saber qué hacer. ¿Puedo detenerla? Desde luego que sí, impedirá eso que la mate, de ninguna manera.

De todos modos, me pongo de pie y corro con toda mi fuerza hasta interponerme entre el chichillo y la mujer. Hubiera sido dramático si me diera en el pecho, pero sólo me pasó a llevar una esquina del hombro.

—Mierda.

—Irah, afuera.

—¿Qué vas a hacer con ellas?

—Ya veré, por ahora ve a curarte eso.

—No, no hasta que me prometas que las devolverás a su sitio.

Le permito arrastrarme de un brazo hasta la puerta del salón sin oponer resistencia, ella se cruza de brazos con expresión asesina.

—¿Por qué tendría que hacer lo que tú pides? —expulsa las palabras de su boca con una suavidad aterradora. Sacudo mis hombros esperando lo peor, después de todo no tengo nada que perder.

—Porque si no lo haces, tienes veinticuatro horas para despedirte de un heredero.

—Puedo tener otro hijo, el día que quiera.

—Ambos sabemos que el tío Evian no te dará otra muestra —esto lo digo en voz suficientemente baja sólo para que ella me escuche—, le das asco.

La demente de mi madre se pone lívida y sus siguientes palabras salen escupidas a borbotones.

—Regresarán a La Grata.

—No se me ocurriría algo mejor.

—Sin recuerdos —tiene la mirada fija en mí, pero no logra intimidarme, nada podría empañar mi humor.

—Es más de lo que merezco.

—No hijo —dice entre dientes—, no lo es, no aprenderás nunca sin un sacrificio.

Oigo un par de gemidos tras de mí y me doy vuelta. Mierda. Había olvidado que las pequeñas seguían ahí.

—Démosle espacio, ya han pasado por mucho.

—Son los momentos difíciles los que hacen que valoremos las cosas bellas de la vida.

—Anda al grano y dime qué pretendes pedirme, se que la jodí, también lo jodí anoche, aunque no recuerdo que hice.

—Voy a devolver esas niñas a La Grata y me aseguraré de que borren sus recuerdos, la de cabello largo ni siquiera tiene chip, jugué a ser audaz y salí perdiendo. Pero gobierno ambos países, eso me ha dado la experiencia para siempre tener mi plan B.

—¿Entonces?

—Ellas no recordarán nada, pero tú lo recordarás todo.

Es cruel admitirlo, por el momento y todo eso, pero siento una sonrisa tirar de mi boca cuando la bruja de mi madre dice eso.

—Este debe ser un jodido milagro. Tú me estás dando la opción de recordar y ¿dices que es un castigo?

—Eventualmente lo será, y comprenderás que durante todo este tiempo no he hecho otra cosa más que protegerte.

Vuelvo a girar mi rostro atrás y la pequeña chascona comienza a levantarse lentamente, sus pisadas son inestables mientras camina hacia la ventana, luce perdida, rota.

Cierro los ojos y todo lo que veo es su cara cubierta de pelo rebelde implorándome: «Máteme, por favor máteme». Me pregunto qué infierno habrá vivido para desear algo así.