16:00

Despierto de pésimo humor, y como un acto reflejo, miro mi muñeca sólo para recordar que mi reloj está parado. Por supuesto, existen cosas mucho peores como mi pesadilla. Cuando la primera imagen del horror llega a mi mente, sacudo mi cabeza para alejarla, no quiero pensar en eso y vuelvo a mi nuevo presente, a mi entorno.

La habitación está a oscuras, anoche cuando me acosté, estaba tan exhausta y enojada, que me arrojé sobre la cama con los ojos cerrados, sólo tomé un momento para quitarme las botas y el corpiño.

Me levanto con la intención de buscar la bolsa negra donde Irah dejó el reloj, pero no logro encontrarlo. Me prohíbo ir a despertar al gatito, soy yo la que sufre de insomnio, no tengo porqué castigar a los demás.

En ese momento recuerdo que había empacado polvo de valeriana, este es el momento ideal para probar de mi propia medicina, me relajará y eso es mejor que nada. Subo las escaleras lentamente, tratando de no hacerlas crujir y tanteo con las manos la baranda para notar cuándo debo doblar. El hecho de que los peldaños estén alfombrados, me dificulta la tarea. La puerta del baño es la primera a mano izquierda, lo recuerdo porque fue en ese lugar donde Irah me besó.

—¿Qué vas a hacer? —digo una vez que cierro la puerta tras de mí y enciendo el interruptor.

Doy un sorbo de agua y me enjuago el rostro. Mis necesidades biológicas se presentan y aprovecho de orinar. Termino de lavar mis manos y abro la puerta lista para volver a mi habitación, tomar la valeriana y relajarme para analizar, corrijo, esclarecer mis pensamientos.

En las pasadas veinticuatro horas he visto más de lo que he visto en toda mi vida. Es necesario que haga un repaso mental de las experiencias, es vital que ordene la maraña de imágenes y emociones que azotan mi raciocinio. Mientras camino hacia mi cama, recuerdo que esta es una de esas ocasiones en las que comenzaría a contar. Lo hago siempre, le hace bien a mi cabeza: esperando el final del día, de los recuerdos, los problemas.

«Uno, dos», empiezo en mi cabeza y veo la luz filtrarse por una de las puertas del pasillo. Paso de largo la escalera y sigo derecho hacia la luz.

«Tres, cuatro, cinco…»

—Seis, siete —digo en voz bajita mientras apoyo mi mano en la manija de la puerta. Pero estoy demasiado ansiosa para ser paciente, así que llego al cien de diez en diez y abro la puerta.

—¿No te enseñaron a golpear?

Aprieto mis dedos nerviosa en el borde de la puerta, incluso desde acá, a unos tres metros de él, puedo ver los detalles de su lecho. Este es su espacio, este cuadrado de paredes blancas encierra todo lo que es Irah y, de alguna forma, me siento más cercana a su mundo. La cama es grande, algo normal para alguien que tiene un cuerpo como el suyo, la mía en cambio, es pequeña, como de una plaza. El gatito está sobre un plumón a rayas azules, me recuerda los vestidos que solía usar Adelfried. Lo último que quiero recordar ahora.

No hay zapatos desperdigados en el piso, ni camisas sin planchar. La casa en general es una oda a la pulcritud, tan diferente a esa cabaña sencilla a mitad del bosque, tan opuesto al gato travieso con pantalones sucios que me arrojó al lago.

Hay un sencillo buró negro con una lamparilla en su base, un vaso mediano con agua a medio terminar, y un par de pastillas blancas similares a las que tomó Jarvia antes de sufrir el ataque.

Cierro los ojos reprimiendo los sentimientos indeseados, no quiero pensar en ella, no ahora. Vuelvo abrirlos esperando que la imagen desaparezca y en parte lo hace, no veo a Jarvia por ninguna parte, pero la realidad es peor que la pesadilla, porque es desconocido y tentador, es Irah y me está mirando cabreado, puedo notarlo a pesar de que lleva lentes, también tiene el pelo revuelto, se ve divertido. Como un gato intelectual y loco.

Irah está sentado en su cama. No lleva camisa. ¡Vaya novedad! Lo he visto sin ella un montón de veces: en el bosque, la cabaña, incluso el lago. Seco, mojado, para gustos y colores.

El problema radica en que, no logro acostumbrarme a la rutina y me quedo viéndolo como si fuera la primera vez. Tanto así que sólo consigo apartar la vista de su plano abdomen cuando veo la flecha de vello dorado descendiendo por éste, hasta perderse en unos pantaloncillos ajustados con una extraña turgencia en ellos.

Espero que no sea un tumor. En La Grata tuvimos un caso así, fue hace un tiempo. La hermana Melissa padecía de un tumor en la pierna, tenía un bulto redondo que creció hasta que era visible a través del pantalón, parecía otra rodilla, pero diez centímetros más abajo de la original. Con el tiempo, la hermana Melissa dejó de caminar, después de tres meses, el bulto seguía creciendo y falleció. El gato tenía un quiste similar entre sus piernas, menos redondo y más alargado. ¿Cuánto le quedaría al gato antes de que el tumor le impidiera caminar y lo postrara? La hermana Melissa solía sentirse aliviada cuando alguien le masajeaba la pierna. Me acerco a Irah un tanto insegura.

—Debe ser incomodo caminar con eso ¿no? —pregunto.

Él me mira sonrojado mientras su boca se abre y cierra como un pez.

—Lo siento, pensé…

—Podría jurar que esta vez no pensaste —dice y acomoda la montura de sus gafas—. Seguro que viste la luz prendida y decidiste: “Qué diablos, no puedo dormir, iré a molestar al gato para que me cante una canción de cuna”.

—No es verdad.

—¿Ah, no? —deja sus anteojos sobre el buró y cruza una pierna por encima de la rodilla, descansando el tobillo del pie herido encima de ésta.

«¡El tumor! Auch, eso debió doler».

—No entiendo sus cambios de humor —el libro descansa sobre su estómago y la curiosidad insana que reside en mí se prende como una fogata avivada por hierba seca.

Irah nota dónde ha ido a parar mi atención y se apresura a guardar el libro tras su almohada, esto me hace enojar

—¿Sabe qué?, olvídelo.

—Ya, eso dicho por una mujer se traduce en algo así como “No es nada, no lo vas a entender”.

—Ajá.

—Y esa fue una indirecta para que me calle —explica con actitud más beligerante que maliciosa.

—¿Realmente quiere que me vaya? —pregunto dando un paso dentro de la habitación. La molestia desaparece y una tristeza absoluta le oscurece el rostro.

—Quiero que te quedes —Susurra en un tono amable—, pero no puedo tener todo lo que quiero —concluye.

Mientras me acerco, puedo ver que la tristeza no sólo envolvió su rostro, sino que también sus ojos. ¡Virgen santa! ¿Realmente los ojos son las ventanas del alma? porque si eso es cierto, Irah tiene el alma desolada.

Doy otro paso. Contengo mi aliento y muerdo mis labios, el habitual vértigo que siento cuando Irah está cerca o dice cosas que me confunden, se incrementa. Ahora no sólo son cosquillas y mareos, sino que también necesidad. ¿De qué? Desearía saberlo, desearía conocer la razón para saciar… Sacudo mi cabeza e intento disipar todas esas emociones y sensaciones desconocidas que están consumiendo mi cuerpo.

—¿Qué hacía despierto? —pregunto aún un poco aturdida.

—Leía un libro —estira el brazo y agarra el vaso—. ¿No es obvio?

—Es tarde —recalco lo que es realmente obvio.

—Exacto —dice mientras da un sorbo—, ahora ve a dormir.

—Se lo dije antes, no puedo dormir una vez que me despierto.

Irah vuelve a poner el vaso en el buró, pero lo deja caer tan fuerte que provoca un ruido grave y ensordecedor.

—¡Hey!, me asustó. ¿Es que no tiene un mínimo de consideración por su amigo? Jairo aún duerme,

Estira las piernas arrugando el plumón azul en el proceso. Todavía sin decir nada, se cubre la cara con una mano, no parece que esté bien, mucho menos con ánimos de leer un libro.

—Lo cargué al segundo piso cuando ni se podía mover de ebrio.

Camino hacia él pensando en lo que dijo hace un momento “no quiero que te vayas” y omitiendo la última oración. No me importa si no me quiere acá o quiere y no puede, necesita mi ayuda y punto.

Me detengo a un lado del buró, esperando que el gatito diga algo. Sólo necesito algo, unas palabras, pero estas no llegan así que me quedo viendo las píldoras.

Mientras más tiempo paso con él, más me convenzo que esta necesidad se debe a que por primera vez he encontrado a un igual. Alguien con quién no necesito estar contando los segundos, alguien que, al día siguiente, recordara cuando le digo: Te quiero.

—Me lo vas a hacer difícil, ¿verdad?

—Todo lo contrario, quiero que confíe en mí, quiero ayu…

—No —me corta sentándose rápidamente en la cama, suelta un suspiro cuando entierra los puños en el plumón—. Por favor no lo hagas, no digas que quieres ayudarme —cierra sus ojos demasiado rápido para que logre verlos bien y sus facciones atormentadas me quitan de una vez por todas, las ganas de hablar—. Es difícil de soportar.

Han pasado siete años desde la última vez que confié en alguien, siete años desde que descubrí que era diferente, no quiero decir que se trató de un infierno. Sí, no era como el resto, pero no había razón para culpar a los demás por eso. Simplemente tenía que ser más lista, más fría y no depender de nadie. Sin embargo, incluso ahora, con una pérdida sobre mis hombros, en la semioscuridad, sólo con el débil destello que proyecta la lamparilla, soy débil, y lo hago otra vez: confío.

Por un momento, me quedo parada donde estoy, intentando leer las facciones del gatito, es difícil porque mantiene los ojos cerrados. Él suspira y me deleito escuchando el ronroneo que brota desde sus labios, pero es más que un mero suspiro, es más intenso y gutural, Irah está intentando controlarse.

Las pastillas blancas siguen sobre el buró, como una pista con letras grandes y rojas, siento que me pierdo algo, pero no logro unir las aristas de los datos que se me van presentando. Entonces ahí se quedan, burlándose de mí. ¡Es tan frustrante!, siento que mi cabeza va a estallar de preguntas.

Me dejo guiar por los instintos y me exijo tomar el control, aunque por ahora no soy capaz de hablar. Tomo la mano de Irah y lo obligo a destapar su rostro. Cuando abre los párpados, sus ojos sin vida me devuelven una mirada irritada; repleta de una mezcla horrorosa de vergüenza, culpa y dolor. Hace cuatro días encontré un gato, un acompañante, un amigo y en el trayecto perdí a Emil porque recién entiendo que Irah ha usurpado su lugar.

¡Me ha robado el corazón!, y fue lo suficientemente sigiloso como para no darme cuenta. Sin embargo ¿podré amar del mismo modo a dos personas? No creo ser capaz.

—No soy —dice él—, realmente un gato—. Soyunhombre… —expulsa las palabras tan rápido que apenas logro entenderlo.

«¿Por qué dice eso?, ¿Qué tiene que ver?»

Me muerdo el labio para mantenerme seria, aún estoy procesando la revelación de mis sentimientos, no es fácil de aceptar, no estoy acostumbrada a sentir tantas emociones y de formas tan intensas.

—Soy un hombre —repite.

—Deje las idioteces para otro momento, está claro que no se siente bien.

Irah respira hondo y clava la mirada en mí una vez más, sus ojos son distantes y fríos. Y como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, su cuerpo me da la razón: uno de sus brazos empieza a temblar y sus ojos ya de por sí rojos, dejan escapar lágrimas. Finalmente cae vencido de espaldas hacia la cama y me quedo viéndolo sin creer nada.

—Sabes qué soy —su mandíbula se tensa cuando traga. ¿Pueden esos ojos volverse más rojos?—, ya no eres tan ingenua como para no deducirlo.

—Los hombres están extintos ¿Recuerda?

—Tú sabes que no —responde con tristeza—, incluso nos confundiste con una cobra.

—¿”Los” confundí? —tomo su vaso de agua y me lo bebo antes de arrojárselo en la cara o peor aún rompérselo en la cabeza—. Estás loco.

Hay un largo silencio. Abro la boca para decir algo, pero vuelvo a cerrarla. Vuelvo a intentarlo.

—No puedo creerlo.

Se me adormece todo el cuerpo. Siento la sangre latiendo frenética en mis orejas y mi boca se ha secado.

—Eres demasiado perspicaz para no hacerlo. Mierda —pega un brinco en la cama y corro hasta él, sólo para comprender que, me había alejado de Irah mientras hablaba. ¡Dea-mater! No puedo estar asustada, no puedo porque eso significa que le creo.

—Los hombres no existen.

El rostro de Irah está empapado y no estoy segura si se trata de lágrimas o sudor, sus ojos lucen vidriosos y unas ojeras enormes acampan bajo éstos.

Deslizo las manos por mi camiseta para secar la traspiración de mis manos. Me cuesta trabajo enfocar la vista en un punto fijo: techo, cama, pared, todo parece dar vueltas.

«¿Me estaré volviendo loca?»

¬—¿No? Entonces explícame qué soy —me ordena en apenas un susurro.

Lo miro sin comprenderlo aún.

—Un gato.

Inspira profundamente y suelta una carcajada cargada de sorna, pero a pesar del compostura que exhibe, la satisfacción no le llega a los ojos. Apunta mi espalda con un dedo.

—¿Qué hay ahí?

—Mi armario.

Tomo una bocanada de aire y frunzo el ceño, sólo veo la puerta y ésta parece ondear. Me estoy ahogando y no sé si siento mucho frío o mucho calor. Además, las manos me tiemblan y sigo sin poder enfocar un punto exacto.

Mierda, realmente estoy asustada.

—No veo nada.

—Está detrás de la puerta, “gatita”.

Un escalofrío me recorre todo el cuerpo cuando lo oigo llamarme así y le secunda un dolor en mi pecho. Me levanto a toda prisa para encontrar el armario. Lo pillo, está justo donde Irah dijo.

—¿Ahora qué?

—Primer cajón a la derecha.

—Sólo hay cartas y dos cajas, una gris grande y cuadrada, la otra es alargada y de color rojo…

—La roja.

Camino lentamente hacia donde está Irah, de algún modo, me siento fuera de mi propio cuerpo, es un milagro que mi curiosidad esté a raya. En otro momento, estaría gritando, exigiendo respuestas a preguntas… ahora, extrañamente no formuladas.

Tal vez era verdad. Pero, ¿en qué posición me deja esto? Hace un momento había reconocido que lo amaba, bueno al menos al gato considerado y amable que me había mostrado hasta el momento. ¿Estaré en peligro al estar encerrada con él si es realmente un hombre? Yo no lo sé, tal vez mi corazón sí.

Él siempre sabe.

—Supongamos que te creo…

—Abre la caja Aya —me dice apenas en un murmullo. Los temblores han empeorado y yo. ¡Yo no sé cómo actuar!

—Pero tú dijiste…

— ¡Abre-la-maldita-caja! —ordena entre dientes.

Si no fuera por la tensa situación en la que estábamos, me sentiría feliz. Por primera vez desde que nos conocemos, no hace ese estúpido intento de acercarse a mí para controlar los hechos y dominarme. Por el contrario, está en silencio, abatido y débil. Lo miro en detalle, tiene las manos quietas, actitud resignada, casi vergonzosa, ojos tristes y sonrisa gastada. En ese momento es cuando, caen sobre mí un montón de imágenes del pasado y vinculo todos los fragmentos hasta que finalmente llego a una conclusión.

No necesito que él me lo diga, sé lo que le pasa. Las imágenes del ahora se unen con las del pasado una y otra vez, hasta llegar a Jarvia.

Cuando al fin el entendimiento se deja caer en mí, suelto la caja y cientos de fotografías de animales peludos caen esparcidas a mis pies.

—Ahí tienes tu gato —grita apuntando las imágenes.

Miro las fotos; animalitos grises, atigrados; peludos, de pelo corto, con ojos azules, otros verdes. Inhalo aire, levanto mi rostro y busco los ojos de Irah. La verdad reflejada en su rostro, termina por deshacer las últimas dudas que albergaba.

—Dijiste que éramos iguales —trago y me paso una mano por la nariz.

—Sé lo que dije —me responde—, te mentí, lo siento mucho.

Las disculpas están demás, pero aún así las dice, una y otra vez.

«¿Por qué no se puede volver atrás?»

«¿Por qué no podemos, no lo sé, sólo seguir como si nada?»

—Lo cierto es que —Cubro mi cara con las manos. Esto no es verdad, esto es un sueño, por favor Virgen, permite que lo sea. Refriego mis ojos fuertemente, me pellizco, incluso tiro un mechón de mi pelo, pero él sigue ahí, Irah no ha desaparecido y se siente peor que una pesadilla. En este momento creo que lo odio. Quiero escupirle, gritarle, arañarle la cara, pero puedo golpearlo, no estamos en la misma posición—, aquella vez, cuando nos encontramos en el bosque intenté decírtelo, el peso de tu inocencia era demasiado para mí, así que recurrí a medidas extremas para mantenerte a salvo sin perderte en el proceso. Para ser justos, me lo hiciste muy fácil, sólo te dejé seguir con la fantasía que habían creado en tu cabeza.

—Creí que luchábamos juntos…

Se limita a asentir.

—Aya, lo hacíamos, sólo que de formas distintas. He luchado con mis pensamientos todo este tiempo. Traté de ser alguien mejor, ser sincero, pero no era fácil. Tú me odiabas ¿recuerdas?

—¡No te odiaba! Confié en ti —grité, furiosa.

—Odiabas lo que yo representaba, lo que te hicieron creer que era. Soy un hombre Aya, es lo que soy. —suspira y luego de un incómodo silencio, continúa—. Yo… yo quería conocerte, quería saber lo que se sentía recordar, tener un pasado, una historia. Siento haberte ocultado la verdad, pero no ofreceré disculpas por haberte conocido.

Mientras Irah argumenta el porqué de su engaño, no puedo dejar de pensar en que él es un hombre, una bestia que está muy por debajo de mí. No somos iguales, nunca fuimos los dos contra el mundo.

—Entonces, no… puedes… recordar… —intento expulsar las palabras y él niega, pero esta insidia aún tiene cientos de vacíos. Hay mucho que no me cuadra, así que le presiono un poco más—. Pero te vi. Hemos estado juntos por casi una semana y no me has olvidado.

—Bueno Aya, siento decirte que eso va a cambiar.

—Explícate, no te entiendo.

Duda apenas un segundo.

—No me quedan muchas horas.

Observo su estado actual: el sudor de su piel junto al temblor de sus articulaciones y se pienso lo peor.

—Cambia esa cara, no me estoy muriendo.

—Júralo.

Me sorprende lo mucho que me importa su respuesta. Es un hombre, debería estar corriendo a kilómetros de aquí, lejos, a salvo de estas bestias roba-vidas. Tal vez se deba a la conmoción, sí, debe ser eso, sigo aturdida por la sorpresa.

Él tose una mezcla de gemido, risa, y balbucea algo así como “do judo”.

—¿De verdad?

Asiente, le doy tiempo para que se recupere, me carcome la conciencia por haberme tomado su agua, cojo el vaso y lo llevo al baño, necesito que se controle, que sea capaz de hablar para entender qué rayos sucede.

—Ten —le paso el vaso con brusquedad y ni siquiera espero que lo termine de sujetar bien, así que se derrama un poco sobre su pecho desnudo—. Ahora explícame cómo es que has podido engañarme todo este tiempo.

Él se toma su tiempo para tragar, antes de responderme.

—No era mi intención mentirte…

—Ahórrate el discurso redentor y ve al grano, quiero saber cómo rayos voy a salir de aquí y de paso salvar a mi amiga.

—Como habrás notado no soy realmente un gato. Te dejé creer lo que querías para poder ayudarte, no me excusa, pero quería hacer algo útil. Es frustrante manejar tanta información y no poder hacer algo con ella. Ya ves, al menos en eso somos similares.

—Continúa.

—Soy hijo de una persona influyente, esperaba que mañana por la noche pudiéramos internarnos en la torre y…

—¿Contabas con que pasáramos la noche aquí?

—No. Pensaba traerte mañana, pero estabas tan ansiosa y hoy por la mañana… Quiero decir ayer, cuando estabas en el pozo. Aya, si hubieras podido verte, lucías tan ilusionada, nunca vi a nadie con una mirada así. No tuve fuerzas para decirte que no.

Los temblores en su cuerpo han pasado, esto me hace preguntarme otra cosa.

—Esas pastillas… ¿Las tomaste?

—¿Te refieres a Vigilia? No, no las he tomado aún, pero estoy a punto.

—¿Para qué son?

—Para permanecer más horas despierto. Se toman cada ocho horas y te pueden dar hasta setenta y dos horas más.

—No entiendo.

Él vuelve a temblar y lo que queda de su vaso de agua comienza a esparcirse por todo su cuerpo. Siento lástima por él y junto a ese sentimiento, nace el impulso por acercarme y ayudarlo, pero no lo hago. Si lo derrama entero, puedo ir por más, eso es todo lo que haré por él.

—Te dije que era un hombre, a estas alturas habrás notado que te traje a una ciudad de puros hombres.

—Sí, también noté que trataban a las mujeres como perros, nada más cercano a lo que me enseñaban en mi ciudad. ¿Los derechos de las mujeres significan algo para ustedes? A estas alturas, no me sorprende que los hayan mantenido alejados.

—Esa no es la razón.

—Entonces dime cuál es la razón.

—El placer está sobre los derechos de las mujeres —espeta con vergüenza—. Por otro lado, ninguna mujer está aquí obligada. Reciben el mismo placer que dan.

—Al parecer, el placer es un cimiento fundamental en la constitución de tu sociedad. Qué básicos.

—No. Estás equivocada, no es fundamental para todos.

—¿Tú eres la excepción de la regla? Virgen, me siento afortunada.

Tuerce levemente los labios.

—Has comenzado a tutearme. Al menos hemos conseguido algo bueno de todo esto.

—Por favor dime que no estás intentando bromear.

Él abre la boca para decir algo, pero al final la cierra, supongo que la mirada que le di tuvo algo que ver.

—Aún no me explicas cómo pudiste estar todos estos días sin olvidarme.

—La señal de la torre no llega hasta el corazón del bosque. Me aseguré de construirla lejos del límite.

—¿Señal de la torre? —pregunto y la cabeza me empieza a doler, es demasiada información, demasiadas cosas en un día, pero no puedo parar ahora—. ¿Qué tiene que ver eso?

—La torre emite una onda magnética de largo alcance. Ésta ordena a nuestros cerebros formatearse a las cero horas de cada día —entorna los ojos—. Bueno, no realmente a nuestro cerebro, sino a los chip incrustados en nuestros cerebros. Cada hombre tiene una pequeña placa de titanio que emite una señal recibida por La Große y viceversa, lo sé porque fue mi abuelo quién la diseñó, ni siquiera necesita batería ¿No es jodidamente hermoso? Funciona a base de la energía que produce nuestro propio cuerpo, o más específicamente la ATP (Adenosin Trifosfato) ¿entiendes lo que digo? No hay una puta manera de sacarlos de ahí, se recargan solos con la energía que el nucleótido obtiene de nuestras células. Es como tener pequeños demonios en la cabeza, esos malditos electrodos penetraran a diario en la zona de nuestro lóbulo frontal.

Me quedo viéndolo sin entender nada, él capta el mensaje y se apresura en explicar:

—Ahí es dónde están tus funciones motoras: socialización, espontaneidad —traga con dificultad y sus palabras comienzan a salir por borbotones—, también el comportamiento sexual. Los electrodos también trabajan en la amígdala, aquí es donde más nos joden, porque ahí están las emociones como la rabia, la ansiedad y el miedo… Tú ponle nombre.

—Esa es una historia muy… Creativa, sí, esa es la palabra. Pero cómo explicarías que ese chip, si es que existe, sea capaz de hacernos —ruedo los ojos, recordando que no soy parte de ese grupo—, hacerles —aclaro y esta vez es turno del gato de entornar los ojos—, olvidar detalles ligados a sus emociones y no cosas como el hecho irrefutable de que los días pasan.

—Bah, pensé que sería algo más difícil, esa respuesta es obvia, sobre todo para ti.

—Hasta ahora oigo mucho bla bla y pocas respuestas claras.

—Apuntan a zonas específicas del centro regulador. Por ende, el chip nos hace olvidar información ligada a una emoción, como por ejemplo una pelea o un encuentro emotivo. Pero recordamos perfectamente cómo hacer ecuaciones matemáticas.

Irah hace ademán de bajarse de la cama, pero se tambalea en el proceso. Es realmente duro verlo así.

—Cuando te fuiste, sabías que te quedaba poco tiempo. ¿Qué pensabas hacer? —Me doy cuenta de lo estúpida que es mi consulta mucho antes de acabar la frase, pero ya está dicho—. ¿Dejarme sola en una ciudad repleta de bestias? Suena como una cena para mí.

—¡No comemos mujeres! Lo creas o no, eso acá es visto como canibalismo.

—¿Qué pensabas hacer?, tardaste mucho en volver.

—Si no fuera porque ahora mismo tienes una expresión asesina, juraría que estás celosa y quieres saber con quién pasé la tarde.

—Eres un enfermo —tomo un respiro—, y además un descarado. Sobre todo porque hace tan sólo unos minutos eras tú quién actuaba como un asesino.

—Tenía mis razones —dice ahora más serio—, la culpa no me dejaba respirar y sabía que el tiempo corría, no podía dejar pasar más horas sin decirte la verdad.

—Recuperaste tu reloj —digo apuntando su muñeca—. Supongo que Jairo lo cuidó.

—Sí, lo hizo. Tu ropa está en el otro cajón de mi armario, encima de las cajas.

—Excelente momento para sacarlo a colación —las piernas comienzan a dolerme por estar tanto rato de pie, el suelo de la habitación de Irah está alfombrado, al igual que el pasillo y las escaleras, podría sentarme en él, pero eso dejaría en evidencia mi cansancio y lo último que necesito en lucir débil frente a él.

—Antes que todo, debo añadir que tú sacaste primero el tema a colación, aclarado ese punto, las pastillas eran justamente para evitar dejarte a la deriva, sola en una ciudad llena de tipos que no conoces. Incluyéndome, ya que no podría recordarte.

—¿Pensabas tomarlas para no dormir esta noche?

—Esta noche y las dos próximas.

—Tienes que estar loco —no importa quién sea, desear la muerte está mal, incluso para alguien como él—. ¿Has tomado esto antes?

—La verdad es que no —es increíble que aún débil sea capaz de intimidar. Maldito hombre-gato-tonto—. La Vigilia es considerada una droga ilegal. Por supuesto, ese factor no hace más que aumentar su popularidad entre la población

—¿Conoces sus efectos secundarios?

—Vale la pena correr el riesgo.

Comienzo a preocuparme, pero me recuerdo que los roles han cambiado, y no debo hacerlo más. Él curva la comisura de la boca, y me recorre con la vista perezosamente con la seguridad de un hombre, de un depredador.

«Lo de Jarvia no es culpa mía, lo de Jarvia no es culpa mía»

—He visto lo que hace en la gente —trago, intentando no pensar en los ojos verdes de Jarvia, pero siguen en mi cabeza—, he visto mujeres morir.

—Cualquier cosa que me haga retenerte en el tiempo, que me acerque más a ti, vale la pena.

Y aquí estoy dudando otra vez. ¿No es gracioso? No he tenido a nadie con quién hablar en mucho tiempo y la última persona que pareció necesitarme, que desea “retenerme en el tiempo” es una bestia. Es vergonzoso cómo las palabras de Irah me afectan, estoy un poco agitada, siento mi piel afiebrarse, cada músculo de mi cuerpo se tensiona, y sé que algo está cambiando en mi interior. Temo que mi voluntad se debilite, así que no digo nada.

—A veces el silencio es una buena respuesta —me dice en un hilo de voz. Una sensación de ternura secuestra mi control, me acerco a la cama y él intenta sentarse otra vez, pero se lo impido poniendo mi mano derecha sobre su hombro y la izquierda sobre la colcha, a modo de soporte. Al tocarlo me doy cuenta que en ningún momento ha dejado de temblar, sólo ha estado conteniéndose. Este gato idiota realmente es bueno actuando.

Desvío la vista hasta su boca, se está mordiendo los labios. Tonto Irah, cien veces tonto.

—No lo hagas, no tomes eso, como sea que se llame.

—Aya, si no la tomo voy a dormirme.

—¿Cuánto llevas sin dormir?

—Bueno, la noche pasada dormí algo…

—No seas mentiroso, en la cabaña estuviste despierto todo el tiempo mientras me secaba el pelo, no entiendo porqué. Antes dijiste que la torre no tenía largo alcance.

—Quería verte dormir.

—¿Por qué?

Saco la mano que tengo apoyada en el cochón y la llevo hasta su rostro, sin apartar la otra de su hombro.

—Ahora que entiendo todo, lo del chip, el formateo, me doy cuenta que mi vida ha sido una farsa. ¡No soy defectuosa!

—Por fin te das cuenta.

—No sé si alegrarme o ponerme a llorar. Siento que todo es aún peor porque fui un error.

—Al contrario, eres un milagro —su rostro sudado se ruboriza al decir eso. Eso siempre lo recordaré, junto con este día, el que quedará tan marcado en mi memoria como mi cumpleaños número ocho, la partida de Emil y la muerte de Jarvia.

—No se suponía que existiera.

—Eres una en un millón. ¿Sabes cuántas personas se han saltado el proceso de inserción?

Sacudo la cabeza, ni siquiera sé lo que dice.

—Tres. Contándote.

—¿Cómo sabes que me salté el proceso? Tal vez tengo chip, tal vez sólo está mal soldado o algo así.

—Imposible, ¿recuerdas la primera vez que nos vimos? ¿Cuándo te pedí que no te acercaras?

—Difícil de olvidar algo así, ¿a dónde quieres llegar con eso?

—Si un hombre y una mujer se encuentran, sin que ella haya sido previamente insertada a la ciudad. Con esto me refiero a la reprogramación de su chip, ellos sencillamente entran en combustión.

Levanto una ceja sin terminar de creérmelo.

—Define “combustión”.

—¡Caboom! explosión, vísceras y miembros por todas partes.

La indignación bulle por mis venas, ya no corre sangre por ellas sino ácido. ¡Quiero matarlo!

—Vuelve a explicármelo —le exijo—. Explícame cómo sabías que no iba a volar en pedazos cuando me presentaste a todas esas bestias, mientras me paseabas por las calles de La Große.

—Eres una exagerada —dice Irah, quitándole importancia—. Eran sólo Tadeo y Aitor, aunque este último sí cuenta como bestia. No voy por ahí, arriesgando tu vida sin estar seguro que nada te iba a pasar. Ya había probado mi teoría, la primera vez que nos conocimos te arrojaste sobre mí como una demente.

—Aún así

—¿Estás acá no? Yo podía hacerlo sin ti, pero tú insististe en que era tu deber sacar a tu amiga de La Große.

—Y lo del beso —esta vez lo tomo por sorpresa—. ¿También fue en beneficio de la ciencia?

—Me temo que eso fue en beneficio mío —la comisura de su boca se curva en una sonrisa traviesa—. Y debes admitir que te encantó.

Me niego a caer en su juego y opto por un tema neutral, su salud. Hay algo en particular que me preocupa aún más que su herida en el pie.

—¿Alguien te está tratando ese tumor? Tanto que te burlabas de mi ciudad y hasta ahora no he visto ningún hospital.

—Eso es porque te traje por la Avenida Laqueos, el hospital está en Tevessa, al otro lado. Y ¿de qué tumor hablas? No tengo ningún tumor. Diablos, ni siquiera un quiste o algo que se le parezca.

—Pero hace un rato, cuando entré…

Vuelvo a mirar la zona del tumor, todavía se adivina la protuberancia por debajo de la tela, más pequeña, pero todavía está ahí.

—Dejémoslo en que es cosa de gatos.

—No eres un gato.

—Por eso lo digo.

Y en menos de quince segundos, él vuelve a sonreír atrevido, como si me perdiera de algo grande.