Irah me jala hacia él y ambos caemos en el túnel que atraviesa el muro. Él tenía razón, son ochenta centímetros de ancho. Nos lleva un momento acomodarnos y comenzamos a gatear hasta el otro extremo. Toda una vida después, veo nuevamente la luz.
Irah salta como si hacerlo fuera parte de su naturaleza, ni siquiera cojea o se queja de dolor. El espacio es demasiado angosto y no tengo la valentía de un gato para saltar con naturalidad, así que me acuesto de espalda y comienzo a avanzar hasta que mis piernas cuelgan de la boca del túnel.
—Tranquila —dice y escucharlo me da confianza. Está cerca y espera por mí, no me dejará caer. Comienzo a erguirme, con cuidado y quedo sentada en el borde del muro. Polvillo gris cae sobre mis hombros y cabeza, pero el chaleco que, aún llevo puesto, me protege el cabello y el resto de la piel.
Al fin comprendo que Irah, todo el tiempo, ha sido un gato considerado y todas sus órdenes que, en su momento las tomé como de mala educación o terquedad, tenían una finalidad. Un único objetivo: protegerme. Fui tan idiota al desconfiar de él.
—Mejor deja de balancear las piernas y salta de una buena vez.
Desde las alturas, lo observo mirándome y se siente genial. Soy ilusoriamente como medio metro más alta que él, fácilmente podría patearle en la boca y luego correr. ¡Virgen santa! Cecania me ha contagiado algo de su crueldad, y definitivamente no quiero ser ese tipo de persona, así que alejo la idea de golpear a Irah de inmediato.
—Aya no quiero que pienses que te estoy presionando, pero se acercan las dos de la tarde, es la hora en que todo el mundo sale a comer, y lo último que necesitamos ahora es que nos vean entrando a la ciudad como dos criminales justo cuando hay más afluencia de público en las calles. ¡Vamos Aya!, las vías se llenan y —el sonido de unas campanas lo obliga a callar—. Olvídalo —dice entre dientes—, es demasiado tarde.
Tomo una bocanada de aire y me arrojo sobre él antes de que pueda arrepentirme, tomando al gato por sorpresa, de hecho sus brazos vacilan, pero se recompone rápido y no me deja caer. Lo repito, fui una idiota al desconfiar de él.
—Muy bien —murmura por encima de mi cabeza—, lo has hecho muy bien.
Pero no se siente como si lo hubiera hecho bien en absoluto, este abrazo es diferente a los otros, más frío e impersonal.
—¿Y? —me suelta con torpeza—, ¿qué te parece?
Irah pone sus manos en mis hombros y con otro gesto corriente, me gira para ver lo que ocurre a nuestras espaldas y yo Yo me quedo sin habla.
Retrocedo de un salto cuando me doy cuenta en dónde estamos parados, sólo cincuenta centímetros de tierra firme nos separan de un barranco del que ni siquiera me permito especular su profundidad. Pienso en lo fácil que sería caer por el precipicio y un escalofrío sacude mis vertebras.
Una vez que las imágenes de mi cuerpo cayendo por el precipicio abandonan mi mente, miro con atención el gran cráter. Virgen Santa, mi propia imaginación es incapaz de sugerir algo así de impresionante. Es una ciudad construida sobre el cimiento y forma del despeñadero; edificios en sus curvas, casas en sus desniveles, carreteras y paseos peatonales en las curvas y escasas líneas rectas del asombroso embudo.
El vértigo se cierne sobre mí, pero mi curiosidad es superior. En algún lugar de esa ciudad está mi amiga. A medida que miro en dirección al centro, diez, treinta cien mil casas se pierden en la profundidad. La multitud de la que me había hablado Irah, se ven como pequeñas hormigas subiendo y bajando, me hicieron recordar el día en que nos conocimos, ese día fui atacada por miles de esos insectos, pero el gato las sacudió de mi cuerpo al instante. «Siempre fue considerado», pensé mientras seguía observando la ciudad.
Era un mundo desconocido ahí abajo. Árboles, faroles, no hay orden de color, ni forma o tamaño. No se parece para nada a La Grata, más importante aún, en el fondo del acantilado, lejos de todo y todavía inalcanzable, se alza la gran torre, sube como una especie de obelisco arrogante, atravesando las nubes.
«Emil»
—¿Vive aquí? —pregunto atónita, intentando captar una imagen general entre tanto detalle.
—Sí, ¿acogedor, verdad?
— ¡Es una quebrada!
—Lo sé, nos da un plus.
—Y ¿cómo se supone que llegaremos ahí abajo?
—Caminando.
Estoy demasiado agotada para replicar, demasiado ansiosa por recuperar a Emil y al final de esa tormenta de emociones, está mi habitual resignación. Es como mi sombra, no importa cuántas veces piense que me he deshecho de ella, en cuanto veo un atisbo de luz, reaparece.
Irah toma mi mano sin siquiera preguntar y da la impresión de que está agarrando algún deshecho tóxico, no me sorprendería que corriera en busca de un desinfectante una vez que lleguemos al lugar, por ahora sólo se limita a encaminarme por la pendiente.
—Cuidado —me avisa y comienza a descender en picada por la quebrada, llevándome con él… a rastras.
En el trayecto hay un montón de árboles y arbustos, los que en ocasiones me sirven de soporte para no tropezar, lo mismo con las rocas y por supuesto, está Irah, el apoyo más estable, quien a pesar de que mi toque lo pone tenso no hace nada para alejarme de él. Dos metros más abajo, hay una ladera. Irah se ofrece a cargarme en sus brazos. Se lo agradezco, pero declino su invitación. Su cercanía me hace responder de formas que aún no puedo entender. No es lo mismo que me hacía experimentar Emil, son sensaciones mucho más intensas, por lo tanto mucho más perturbadoras, y ya existía suficiente tensión entre nosotros como para agregar más.
Finalmente llegamos a una alambrada. Irah me ayuda a pasar por encima de ella y juntos nos dirigimos hacia una pequeña caseta rectangular y sin ventanas. Abrimos la puerta y comprendo de lo que se trata.
—¿Un ascensor?
—¿De verdad pensaste que bajaríamos toda esa cuesta caminando?
—No hizo nada para sacarme de mi error.
—Supongo que también tienen de estos en La Grata.
—Por supuesto que los hay, mi ciudad es muy hermosa, el hecho de que no nos dejen leer cualquier basura no significa que seamos menos que los gatos.
Arrastrando los pies, Irah se sitúa a mi lado.
—Permiso… —susurra, antes de pasar una mano por sobre mi cabeza. Soy curiosa, así que giro mi rostro hacia donde fue a parar su mano y veo que está apretando un botón.
Estuve demasiado tiempo expuesta al sol, mis mejillas arden como el infierno, y bajo el chaleco gris, estoy toda sudada. ¿Cuánto más va a tardar este ascensor? ¿Y si se está descompuesto?
Aproximadamente, tres minutos después la puerta se abre, e Irah sale convertido en un rayo.
—Ni una palabra.
Salgo del ascensor un poco mareada, mis ojos captan imágenes desenfocadas provocándome nauseas. La figura de un edificio se mezcla con la de un cachorrito que juega con un hueso, un grupo de gatos y viceversa. Figuras amalgamadas por el vahído, el que dura sólo hasta que la veo: ¡la gran torre!. La visión dura segundos, ya que Irah me vuelve arrastrar a toda velocidad hasta la esquina más cercana.
Su brazo rodea mi cuello mientras su palma transpirada tapa mi boca dificultándome la tarea de respirar. Le Muerdo la palma de su mano y libera mi boca en el acto.
—Lo siento —dice afligido al ver la reacción de mi cuerpo al no lograr inhalar un poco de aire. Mi cara ha de estar roja, casi lila. ¡Virgen querida! Si casi me ahoga, y qué decir del calor insoportable que ha hecho estragos en mi higiene. Qué no daría por una ducha.
Carraspeo un par de veces acompasando mi respiración antes de responderle.
—No hay problema, pero ¿Por qué me arrastra de ese modo?
—Porque tenemos prisa —responde con su habitual tono dulce y seguro, ese tono que me asegura que puedo confiar en él, que no me oculta nada—. ¿Ya viste la hora?
Otra vez me enseña su reloj.
—Son las dos con quince, tenemos menos de siete horas para dar con Emil —ni siquiera ha acabado la oración cuando comienza a tironearme de nuevo, Había leído en un libro que, en ocasiones las palabras se oponen a las acciones. Sí, es cierto, me siento segura con Irah, confío, pero su forma de actuar me hacen intuir que no todo está bien y que quiere sacarme rápido de aquí. No digo nada sólo lo sigo, pero dudo mucho que todo este repentino apuro sea sólo por salvar a Emil.
«Y qué fue todo eso de arrinconarnos contra una pared mientras tapaba mi boca» dice esa molesta voz mental.
—Gato, me duelen los pies —le recuerdo, ya que parece haber olvidado que hemos estado caminando por más de dos horas.
—Ya casi llegamos.
Otra cosa que no me pasa desapercibido, es que me ha llevado sólo por los pasajes con sombra, nos está ocultando o tal vez no tiene idea de a dónde se dirige.
—¿No es ese Irah? —escucho a alguien decir.
—Date prisa —me apura el gato, pero la curiosidad me gana y cuando giro la cabeza hacia atrás veo a dos gatos que intentan alcanzarnos.
— ¡Irah! —los escucho llamar otra vez, gatito suelta una maldición pero no le queda otra más que detenerse.
—No quiero oír ni una sola palabra. Lo digo en serio —me susurra algo irritado. Luego se gira en dirección a los otros gatos.
—Oye colega, pensamos que estabas enfermo.
—Lo estaba —admite a regañadientes dándome una mirada amenazante para que no diga nada. ¡Qué carácter! Si ya había entendido la primera vez que lo dijo.
—Pues te vez excelente, de hecho tienes un brillo especial. Joder, nunca te he visto mejor.
El gato que acaba de tomar la palabra es apenas más bajo que Irah y también más delgado, pero comparten otras cualidades como la barba y el color de pelo. El otro en cambio, tiene unos ojos azules penetrantes y su cabello negro y largo le da un aspecto peligroso. Se mantienen en silencio y no aparta su mirada de mi, parece desvestirme. Me incomoda. No me gusta.
—Tonterías, ¿empezaste a tomar tan temprano? —responde.
—Te habrás confundido. No bebo desde hace años.
—Claro Tadeo, como tú digas amigo. ¿Qué te parece si continuamos esta conversación más tarde, con una cerveza helada?
—Dije que ya no bebo.
—Exacto… y yo soy virgen.
Los tres felinos estallan en risas cuando Irah dice eso, pero sólo gatito desvía su vista hacia mí. La verdad, no entiendo de qué ríen. En La Grata todas las mujeres son vírgenes, sin excepción. Supongo que para los gatos es diferente.
—Entonces chicos ¿Tenemos una cita?
Los tres gatos hacen chocar sus nudillos y un escalofrío me atraviesa cuando el gato de pelo largo entrecierra los ojos al pillarme observándolos. Él se cruza de brazos esperando. Me disgusta, siento que puede ver a través de mí.
—Sabes Irah, me agrada tu Meretrix, ¿de qué jurisdicción es?
—Nueve.
—Pensé que pertenecía al uno o dos. La llevas tan tapada que apenas se logra ver.
—No me gusta compartir lo que es mío, Aitor.
El gato de cabello rubio abre los ojos sorprendidos, podría apostar a que yo luzco igual.
—Entiendo.
—Nos vemos —dice Irah, pero esta vez no chocan sus puños, sino que se limitan a levantar sus manos. Los otros dos felinos siguen su trayecto y gatito me arrastra con él otra vez.
Durante el viaje, sigo apreciando la arquitectura y diseño del lugar. Cada una de las casas tiene un color distinto. Parece imposible, pero no lo es, priman los tonos fuertes: verdes, azules, incluso me encontré con una amarilla. ¡Amarilla!
—Listo —me avisa él y noto que nos hemos detenido—. Hogar, dulce hogar.
Estamos frente a una casa color marfil, retrocedo unos pasos para tener una vista panorámica de la edificación.
— ¡Wow!
«¡Tiene dos pisos!»
Gatito levanta el tapete frente a su puerta y veo una llave, la toma y abre la puerta de madera.
—Adelante —dice, abriéndola para mí. Entro rápido, muero por una ducha.
—¿Qué es ese olor? —pregunto mientras Irah me pide la mochila y la cuelga en un fierro que tiene forma de gato.
—Debe ser Jairo.
—¿Quién es él?
—Jairo Baldwin, es algo así como la versión gatuna de tu amiga Emil.
La versión gatuna de Emil elige justo ese momento para entrar en la sala. Tiene un cuerpo pequeño y rechoncho, y su cara es tan pálida y redonda como lo es la luna cuando está llena.
Siento el color huir de mi rostro y le doy a Irah una mirada furibunda.
—No es —dice él—, realmente igual.
—Oh, no me diga.
—Ella es Aya —dice Irah apuntándome con su cabeza.
—Ya veo —responde la versión deforme de mi amiga. Trae una camisa ancha con flores rojas estampadas en un fondo amarillo y unos pantaloncillos cortos parecidos a los míos, pero muchísimo más grandes. Su conjunto lo finalizan unas sandalias de cuero sobre unos calcetines blancos.
Los gatos tienen un look muy diverso.
—¿Recuerdas la primera vez que nos vimos?
—Claro, estaba medio desnudo con sus manos ocupadas en no sé qué.
Podría jurar que gatito está ruborizado, pero no presto atención, el olor que inunda la sala es demasiado distractor.
—¿Qué es eso?
—¿Te refieres a ese aroma de muerte que te hace agua la boca? —pregunta Jairo dándole a Irah una mirada divertida—. Esa es mi receta especial.
Pienso en Emil, en lo que debe estar pasando y sé que no debería estar fantaseando con comida, pero la caminata me ha abierto el apetito. Además, ella probablemente no está pensando en mí en este momento.
—¿Puedo probarla?
—¡Seguro! Ven conmigo a la cocina.
—Olvídalo —dice Irah, recobrando la compostura—, antes te tienes que duchar.
— ¡Casi lo olvido! Lo siento mucho, estoy hecha un asco ¿Me podría decir dónde está el baño?
—A la dere…
—Descuida —Irah lo interrumpe pasando un brazo por mi hombro—. Yo te acompaño —dice y ¡Mira tú qué sorpresa!, me vuelve a arrastrar del brazo.
Me encamino por un pasillo largo y discreto, sin ornamentos ni cuadros en sus paredes. Suspiro en frustración, nos estamos alejando del exquisito aroma que expele la comida de Jairo, mis tripas se escogen y hacen un ruido bastante vergonzoso. Al final del pasillo damos con una escalera alfombrada de base gris y motivos blancos, Irah me guía hacia la segunda planta de la casa.
—Lo siento —me disculpo cuando mi estómago gruñe una segunda vez.
—Descuida, también estoy hambriento.
Y en su rostro puedo ver la verdad, más que hambriento, está destruido, líneas violáceas de abatimiento se forman bajo sus ojos. Irah toma la parte baja de su camiseta y se la lleva hasta la cara para secarse el sudor del rostro y yo consigo ver una parte de lo que tantas veces estuvo a la vista, pero sólo ahora parece llamar mi atención.
¡Qué tonta!
Continuamos subiendo hasta llegar al final de la escalera. Otra vez, las cosquillas forman una revuelta en mi panza y me obligo a mirarle la cara. Rayos, él me está mirando también. ¡Siempre me pilla con los ojos en él! Sus párpados lucen caídos y aunque cansados, esos iris dorados están llenos de pura determinación.
—Tal vez no lo sepas —titubea—. Qué sé yo, es probable que en La Grata no les enseñen cosas como estas, pero de dónde yo vengo quedarse mirando así a alguien es de muy mala educación.
—Lo… lo sien-to.
—Un lo siento no cambiará los hechos. Aunque, puede que haya un modo de… Mejor no, olvídalo.
— ¡Dime!
—No lo sé, puede que sea demasiado para ti.
Me quedo viéndolo, intentando parecer digna en el proceso. No es fácil y él vuelve a secarse la mejilla con la camiseta, pero esta vez no lo miro.
—¿Qué demonios? —Dice encogiéndose de hombros—. Tú lo has pedido.
Irah abre la puerta del baño y me invita a entrar en él, es la primera puerta a la izquierda, lo hago y él me sigue. Estoy temblando, maldición, lo he arruinado otra vez. Tengo un don insuperable para fastidiar a las personas, debe ser uno de los efectos colaterales de estar estropeada.
Irah se inclina, sus labios rozan con suavidad mi oído.
—Cierra los ojos.
—No creo que eso sea una buena idea.
—¿Asustada?
«Nunca»
—Es sólo que… puedo tropezar —le explico y percibo cómo se arrugan las esquinas de sus ojos. Se está divirtiendo a mi costa—. Lo digo en serio. ¿Has visto este lugar? —Apunto hacia el suelo irregular del baño, la baldosa tiene un diseño con relieve—. Es una trampa mortal.
—A ver ¿quieres saber cómo nos disculpamos los gatos sí o no? Fuiste tú quién insistió —Luego, con un tono excesivamente ofendido añade—, Caray Aya, creí que estabas arrepentida.
—Lo estoy —cierro los ojos, me cruzo de brazos y espero que el gesto dé algo de honorabilidad a mi postura. Estoy arrepentida, pero nada asustada, lo digo en serio, al menos hasta que salto en mi lugar cuando un sutil toque irrumpe en mis sentidos. Es el dedo de Irah que acaba de posarse en la división de mis cejas.
—Relájate, se te formará una arruga si continúas tensando así tu entrecejo.
—¿Desea algo más el señor?
—Sí, manos fuera —ordena, luego tira de mis brazos hasta que ambos cuelgan lacios a mis costados—. Ahora necesito que te quedes quieta, esto es algo propio de gatos, así que no estoy seguro de que sepas manejar la situación. Me temo que el desafío podría quedarte grande.
—De eso nada, dime qué hacer.
—Relájate, es todo lo que necesito.
Aún con los ojos cerrados, puedo sentirlo acercarse, no es que lo oiga, sus pisadas imperceptibles aún siguen siendo un misterio para mí. Irah camina como un fantasma, sin embargo su olor, esa esencia fresca y narcótica, es la cualidad que lo deja en evidencia, es lo que me hace saber que lo tengo justo en frente aún sin verlo, está tan cerca de mí como pueden estarlo dos cuerpos sin llegar a tocarse.
Su respiración cambia de frecuencia, me doy cuenta porque comienza a hacerse más fuerte. Y así de forma inesperada, algo cálido y suave tira de mi boca.
Sus labios.