Una vez que termino de hablar, se produce un silencio aplastante. Espero unos minutos, pero él no dice nada, así que me quito la mochila y saco de ella el chaleco gris, la piel de mis brazos se ha puesto de gallina, los cubro con el chaleco y dejo los pantalones para cuando encontremos un lugar seguro en dónde dormir.
Sin detenerme a mirarlo, refriego enérgicamente mis antebrazos.
—Bueno, en eso llevas razón —admite y mi mandíbula cruje cuando cae abierta. Es la primera vez que él me da la razón desde que nos encontramos. Sin poder evitarlo, comienzo a albergar esperanza, tal vez él pueda ayudarme, podría hasta superar mis expectativas—. Es difícil entenderlo si no me explicas.
Adiós expectativas.
—¿Es tonto?
—¿Disculpa?
Niego, definitivamente lo es, de otro modo no contestaría todo con otra pregunta. Vale, en ocasiones también lo hago, pero eso es diferente, sólo utilizo ese recurso cuando debo evadir una respuesta incómoda.
—Da igual, no tiene caso discutir. Ahora lo que necesitamos es conseguir un lugar seguro.
—¿Necesitamos?
Otra vez…
—Si gatito, necesitamos.
Esta vez él no dice nada, en cambio posa sus manos en la cintura, emulando una jarra, y niega mientras me mira atónito y muerde su labio superior.
—Eres increíble —suelta él en un suspiro, pero comienza a avanzar hacia el lado Oeste, que es donde él se dirigía antes de mi interrupción.
—Muy bien, si voy a continuar con esto, antes debes prometer que mantendrás tu hocico cerrado.
No me gusta su tono.
—Boca, se llama boca —le corrijo.
—Ajá, ¿Te crees la única que puede tratar al otro como un animal?
Luego pasa de mí con una facilidad que me asombra.
Él sólo… sólo.
—¿Por qué actúas como si nada?
—Preciosa, me costó como no tienes idea poder llegar acá. Estoy seguro de que me comprenderás cuando digo que no voy a dejar que nada ni nadie arruine mi viaje.
—¿Viaje? —asombroso—. ¿Qué es esto, una misión?
—No —continúa caminando, lo hace tan rápido que es difícil para mí seguirle el ritmo—. Son algo así como vacaciones.
—¿En serio? Eso es nuevo, yo nunca he tenido.
Él se detiene abruptamente, pensé que lo había hecho por lo que dije, entonces me acerco hasta él, pero me empuja tras su cuerpo en vano, porque lo vi y se me ha parado el corazón. Es la cosa más horrenda que mis ojos han presenciado nunca.
Tiene un andar lento, seductor, extremadamente confiado.
«Centurias antes de su extinción, se podía reconocer a esas bestias por tres inmutables aspectos: Impulsivos, seductores y tenaces»
—Imposible, no —mi voz es un gemido y he comenzado a temblar.
—No te muevas —me ordena el gato, pero yo no le hago caso, no puedo. Estoy demasiado asustada para hacer otra cosa que no sea correr, huir de la bestia que me quiere comer. Porque he sentido el frío de sus ojos al vislumbrar mi cuerpo, mi piel. Y por sus dos metros de largo, sé que no tengo oportunidad contra él.
El frío sudor no tarda en cubrir mi cuerpo. Santa Diosa, de verdad creí que los hombres estaban extintos.
—¡Oye, tú! —me grita el gato, pero no lo escucho, estoy ocupada corriendo por el bosque, intentando escapar. Entonces, se alza otra de esas bestias frente a mí. Adopta una postura erguida, quiero correr y gritar, pero en cambio me quedo quieta, congelada por el horror, el pavor, y es ahí cuando veo sus monstruosos colmillos.
Algo oscuro y húmedo impacta mis ojos, éstos comienzan a arder, pero no puedo hacer mucho, justo cuando oigo gritar mi nombre de los labios del gato, siento los colmillos en mi piel
Un molesto ruido me despierta, parece un molino en pleno proceso. Mi oído izquierdo zumba y las encías me duelen.
—Eres tan impetuosa. Te dije que no te movieras —Hay un dolor lacerante en la parte baja de mi nuca, y desde el ángulo interno superior del hombro izquierdo duele como la mierda.
—¿Cómo te sientes?
—Yo, hum… Can-sa-da
—Sí, apuesto a que sí. Tus vertebras dorsales deben estar ardiendo mucho.
Posa su mano en la parte alta de mi columna, justo donde no deseo ser tocada.
—¿Arde?
Muerdo mi boca para contener un gemido, no sólo arde. El dolor me está matando.
—Maldición, por una vez no podías sólo quedarte quieta.
Quiero replicar, pero estoy demasiado agotada para eso, ni siquiera soy capaz de abrir los ojos, me pregunto si es debido a mi falta de fuerzas o porque me da miedo encontrar lo que sé que veré en su rostro.
—No estoy enojado —admite de repente, como si hubiera leído mis pensamientos, como si conociera los secretos que escondo en mi corazón—. Maldición mujer, estoy completamente aterrado. Cuando te vi…
Se hace un silencio.
—Pensé que morirías.
Yo no puedo respirar, no tanto por el dolor en mi tórax como por sus palabras. ¿Es posible que él esté preocupado? Imposible, nadie nunca se ha preocupado por mí. Nadie me conoce lo suficiente como para que le importe, punto.
—¿Voy a morir? —consigo decir y me enorgullece hacerlo sin que mi voz se corte, él no responde de inmediato, esa es razón suficiente para que intente abrir los ojos, los párpados me pesan y la tentativa de continuar así, sin conocimiento de mi entorno, simplemente descansando, me gana la partida.
Me dejo vencer por el sueño y de inmediato me arrepiento, pero ya estoy en ello y no hay nada que pueda hacer.
Antes, solía soñar con hombres, bestias y gatos. Las pesadillas que sufría parecen dulces sueños cuando las comparo con la realidad. Los hombres existen y están acá, tan malditamente cerca. Ni siquiera el agotamiento es suficiente para hacerme olvidar, estúpidos recuerdos, estúpida memoria.
Ahora tendré que volver a La Grata para avisar al resto, tengo que ir con mis hermanas para explicarles que han sido engañadas, que toda nuestra educación está basada en libros de ficción, en mitos. Todo está mal, nuestra sociedad está cimentada en una gran mentira, que esas bestias no están extintas, ¡una de ellas me mordió!
En cuanto pienso en esto, inmediatamente una imagen de su feroz postura y sus colmillos relampaguea en mi cabeza. Es tan monstruosa y macabra, sus gigantes colmillos, la repugnante luz de sus ojos viéndome con esa crueldad deliberada.
Despierto gritando a todo pulmón. Los brazos del gato no tardan en cubrirme, me envuelven como la crisálida a la mariposa, y no quiero que me suelte, no quiero dejarlo ir. No entiendo el cómo, ni el porqué, pero su olor, su tacto, es algo tan nuevo y anormal, tan extrañamente rico y me encanta.
Por increíble que parezca, me siento a salvo, así que me acurruco más cerca de él, enterrando la nariz en su pecho y me impregno de su olor. Huele a noche, bosque y él.
—Tranquila —pide en un susurro, su boca está tan cerca de mi piel como lo están mis manos de la suya. Me recuerda a Emil, a su íntima compañía y el calor de su recuerdo, pero no es como ella en absoluto—. Todo está bien.
El único problema es que tengo la fuerte sensación de que voy a morir en cualquier momento.
—Tienes tus pies fríos —nota, estirando su torso para alcanzar mis tobillos. Extraño, estoy descalza.
Un momento…
—¿Dónde estoy? —Pregunto, girando mi rostro hacia la izquierda, donde una pequeña chimenea alumbra nuestros cuerpos recostados sobre una alfombra cubierta de cojines, algo así como una improvisada cama.
—En el infierno —hay culpa en su voz—. Lo siento mucho, no debí traerte hasta acá, pero fuiste mordida por una Naja rabiosa.
—¿Naja rabiosa? —repito sin entender, las palabras no tienen ningún sentido. Sólo recuerdo a esa bestia, ese… ese hombre, luego no conforme con ello se introdujo en mis pesadillas y ¡Maldición! Todo es tan confuso. Además, necesito recuperar a…
—¿Emil? ¿Dónde está ella?
—No tengo idea de lo que estás hablando. Y que conste, no fue un hombre quién te atacó —él aleja su rostro luciendo algo así como molesto, otra vez, hay un montón de desconcierto en su voz— Mujer, fuiste mordida por una Naja, cobra, serpiente, ¿Sí sabes lo que son, verdad?
Niego, la verdad es que la cabeza ha comenzado a dolerme.
—Emil, es mi amiga… Ella está mal, se la han llevado ¡tengo que salvarla!. Mi boca… —trago, la siento fría y me cuesta trabajo mantenerla cerrada, un sabor entre metálico, ácido y amargo reverbera en ella—.
Necesito agua.
—Sí, lo has repetido como cuarenta veces en los últimos días…
Un momento ¿Dijo días?
Pestañeo aturdida, esto no puede ser… él debería haberme olvidado.
—¿Cuánto?
—¿Te refieres a cuánto tiempo llevas en casa? —su voz suena más viva, casi divertida. Ya no percibo ese matiz culposo. Menos mal, me deprime ese tono.
—Exactamente dos días y medio.
—¿Cómo? —niego de inmediato—. No es posible.
—¿Qué cosa no lo es?
—Tú, los recuerdos, no está bien. No es normal.
—Mujer…
—¡Deje de llamarme mujer! —exploto— ¿Es que no lo ve? Algo no va bien, primero aparece, todo esquivo ignorándome. Luego, actúa raro como… como si le importara y dice que una “Cobra” fue y me mordió, cuando ambos sabemos perfectamente que se trata de un hombre. No sé porque los encubre, pero no está bien, ellos son malos, son peligrosos.
—Mujer…
—¡Que no me llame mujer le dije!
—¡Vale! —él se mueve en la alfombra y deja mi cuerpo recostado entre las mantas y almohadones. A continuación, lo veo caminar hasta una puerta de madera barnizada—. Hembra, ¿Está mejor así?
Arrugo mi cara, eso se pasa de mal.
—Como sea, la cosa es, tú y yo necesitamos hablar, pero está claro que necesitas descansar, el antídoto aún no hace efecto completamente en tu organismo.
—Me llamo Anaya, ya se lo dije —consigo decir, mi reciente arrebato a agotado mis reservas de energías, él tiene razón, necesito dormir—, pero puede decirme Aya.
—Muy bien, prefiero Aya, eso es un avance. Yo soy Irah Levi y tienes siete horas para reponerte, si no estás despierta para ese entonces, tendrás que enfrentarte a mis manos y un montón de agua fría.
Abro un poco mis parpados, no dejo pasar que tiene el mismo apellido que mi maestra de Historia. Es raro, pero he leído que a veces, los gatos son apellidados por el nombre de sus dueños, quizás este gato era de alguna hermana lejana de Adel, o algo parecido. Abro un poco más mis ojos, consigo ver algo del rostro de Irah, no está demasiado lejos así que no me pierdo el momento en que esboza una sonrisa.
—No es tan malo, hablo de una ducha. No pienses mal —no entiendo por qué se defiende. No he pensado nada malo.
Siete horas después, con los rayos de luz atravesando el cristal de la cabaña, me siento mucho más tranquila.
Él tenía razón, el antídoto necesitaba unas horas más contrarrestar completamente lo que sea que me haya contagiado el maldito hombre. En lo que a mí respecta, esa poción es realmente mágica.
Recibo el tazón que él me ofrece, es gigante y parece más una cacerola, pero la acepto de cualquier forma, cuando pruebo el líquido que hay en su interior, me quedó atónita, es tan dulce como la miel.
—Entonces —empieza, sus enigmáticos ojos ámbar repasando mi rostro— Eres algo así como una heroína, ¿Cierto? —No lo llamaría así, pero desde que le conté mis intenciones de salvar a Emil, él no para de repetirlo.
—Sólo quiero lo mejor para ella.
—¿Qué es, tu novia o algo así?
—Sabe, la mayor parte del tiempo, ni sé de lo que habla.
—Tienes razón. Debe ser porque soy muy inteligente.
—¿Es broma?
—Sí, pero eres demasiado tonta para notarlo.
—¡Oiga! —exclamo molesta, pero el empuja el tazón a mis labios antes de que pueda añadir algo más.
—Es usted un mal educado —consigo decir cuando he tragado.
—Así somos los gatos, defecto congénito supongo.
—Sí, debe ser eso.
Él suelta una amplia sonrisa, revelándome sus dentadura completa mientras estrecha los ojos levemente, yo me pregunto qué otro problema congénito puede tener. Realmente hay algo mal con él.
—¿Qué tengo que hacer para que se comporte de forma civilizada?
—Bueno —se toma su tiempo examinando nuestra mesa, no tiene mantel y rayas feas cubren la madera de la superficie, parecen marcas de garras—. Para empezar, ¿Podrías sólo dejar de mirarme?
—¿Es malo? —Frunzo el ceño—. No le duele, ¿O sí?
—¿Qué? ¡No, cómo crees! Es sólo… bueno, tú sabes —me quedo mirándolo seria, esperando a que continúe.
—Es raro ¿Vale? Me incomoda. Además, ni siquiera es como si te limitaras a echar un vistazo, estás prácticamente pegada a mi piel, tocándome con tu nariz.
—Soy corta de vista.
—¿No tienes lentes?
—Estaba a punto de operarme en La Grata —me detengo, recordando todas las ideas inconclusas que dejé en mi antiguo hogar.
—Emil me necesita —afirmo—, mi vista puede esperar.
—Sí, sí… si pudieras dejar de repetirlo al menos una vez, juro que no me quejaré. Te lo aseguro. Pero la cuestión es, lo veo difícil una vez que te descubran.
—¿Descubrirme?
—Ah, bueno… —admite llevándose el pulgar a su boca, muerde su uña tal y como lo hacía Emil, mi corazón se acelera sin que pueda evitarlo—. De eso es de lo que te quería hablar ayer.