06:00

Los días pasan lentos. O tal vez es la sensación de vacío lo que convierte los cada segundo en horas.

He intentado todo, por las noches me escabullo para espiar, pero los cuartos de iniciación no muestran señales de cambio, peor aún, ni atisbos de Emil.

Por el día me limito a fingir normalidad para no levantar sospechas, pero todos siguen su vida, todos actúan como si nada aunque mi compañera ya no esté aquí.

Dejo sobre mi cama la bufanda que comencé a tejer ayer por la noche y escondo mi cabeza en la almohada. Estoy desesperada y los deseos de gritar están cerca de sobrepasarme, por lo demás la tela ayuda a amortiguar mi voz.

Las cosas nunca han sido realmente fáciles, pero ahora me doy cuenta de que se han salido de control. Estoy completamente sola, no he vuelto a ver a Jarvia Roth desde esa fatídica noche y ya han pasado dos semanas desde eso. ¿Lo peor de todo? Bien, no sé si sea normal hacer una lista de calamidades, pero estoy inspirada y puedo hacer las notas sin necesidad de pensar.

Pensé que lo peor sería estar sola, pero la verdad es que nunca me he sentido realmente acompañada, así que la soledad sólo ocupa el tercer lugar.

Lo segundo es más fácil: está claro que algo no va bien, la pastilla que tomó Jarvi, la forma en que su cuerpo colapsó. ¿Qué rayos estaba haciendo ahí? Y, si de verdad pensaba delatarme, ¿por qué esperó hasta que estuviéramos lejos para hacerlo?, ¿Por qué no gritó y ya?

Siento algo tibio resbalar por mi mejilla, las gotas con sabor a sal se han vuelto un hábito molesto en mí, me pregunto cuándo acabarán. En realidad, me pregunto un montón de cosas, lo que me lleva al número uno de mi lista: No sé qué hacer.

«Qué hacer».

Francamente, parece fácil, casi irrisorio. Pero, luego de pensarlo detenidamente, me doy cuenta de que tengo una leve idea, entonces la cosa se pone más difícil aún. Sé qué hacer, joder, ¡Por supuesto que lo sé!

Tengo que salir de aquí, ¿lo he intentado antes no? Salvo que las cosas han cambiado, querer huir es una cosa, tenía motivos antes: manejaba esta idea absurda de vivir en las montañas y correr con linces.

Se suponía que existía algo más, algún lugar y a estas alturas, no me importaría ya que no se tratara de un igual donde no me sintiera una rareza, porque nunca me he sentido igual al resto, porque nunca he pertenecido a este género. Ahora en cambio, no importa si tengo o no un objetivo claro, tengo miedo.

Seco mis ojos con la manga de mi pijama, éstos arden, pero mi pecho arde aún más. Así que salgo de mi cama en un acto de extremo masoquismo y avanzo hasta la puerta, cuando la abro la caricatura que dibujamos con Emil, me sonríe con crueldad.

Las mejillas de Emil están teñidas de un rubor cálido, como las rosas silvestres, como mis ojos ahora, no es un rictus cruel sino uno genuino… a pesar de que al día siguiente de dibujarlo ignorara por completo el impacto que traería a mi vida. En contraste, la caricatura de al lado es tan diferente, tan carente de vida, supongo que es porque la hice yo.

Nunca he tenido un talento destacable, pero no es eso lo que transforma nuestro retrato en algo siniestro, sino la mueca de mi boca, es tan grande por lo mismo, mi nariz luce diminuta, pero los labios. Esos labios no son los míos, quería plasmar en ellos la alegría del momento, la felicidad que me invadía cada vez que estábamos juntas, cada vez que me recordaba, aunque fuera por unos pocos minutos, aunque se limitara al momento, pero hoy, demasiado tarde, comprendo que cosas como esas no se pueden guardar, los recuerdos son sólo eso. No es real, no es tangible y merecen ser olvidados.

Rompo el papel, que no sé en qué momento llegó a mis manos, mientras me digo a mí misma que la solución no es huir, no es escapar, lo intenté una vez y resultó mal. No merece la pena correr el riesgo, porque al igual que la sonrisa de mi dibujo ahora convertido en una veintena de pedazos… terminaré más rota.

Y la verdad es que no me quedan fuerzas.

Luego de estar treinta minutos intentando conciliar el sueño, sin resultados, observo la bufanda en mi cama, está casi completa, me he comido un montón de puntos y la maldita cosa está repleta de agujeros, pero la lana es cálida y suave. Camino hacia ella y la anudo a mi cuello, pero no es suficiente y tiro un poco más, y más.

Es asombroso lo bien que se siente, el ardor en mi piel me reconforta y el dolor físico hace que olvide el espiritual.

Yo podría continuar haciéndolo toda la noche, mis oídos laten tan fuerte y mi garganta parece secarse, me falta el aire, me falta Emil y sé estoy bastante segura que merezco morir por ser una cobarde.

¿De qué me sirven los recuerdos si no los puedo compartir?

—Aya —la voz de Cecania brota suave a través de la puerta. Noto que no debe ser tan suave si consigo oírla, corro hacia ésta para abrirle y evitar que la descubran, observo la ventana casi por instinto y descubro que es de día, así que no hay problema de que Ceca esté aquí. También veo la gran torre, pero desvío mi atención rápidamente, no necesito más dolor. ¿En qué momento perdí la noción del tiempo?

A fuerza de voluntad consigo llegar hasta la entrada de mi cuarto, es difícil y me aclaro la garganta durante todo el proceso.

Ceca ni siquiera espera a que le ofrezca pasar, irrumpe en mi cuarto como un tornado revolviéndolo todo. Ropa, almohadones, golosinas olvidadas bajo mi catre, nada se salva de sus manos.

Al final, se sienta sobre mi cama y me mira con una expresión inescrutable.

—Tu cara da asco —para ser un saludo deja bastante que desear, pero lo dejo pasar ya que probablemente ella esté en lo cierto. No debo lucir muy aceptable con mi pelo revuelto, los ojos rojos e hinchados y el pijama arrugado.

—Pensé que estabas enferma.

Frunzo el ceño, porque la verdad es que no me siento nada bien. Alegar enfermedad podría ser una excusa convincente, incluso cuando Ceca me cae bien y hace reír, sigue sin ser Emil, ella no tiene idea de lo que está mal conmigo, de lo anormal que soy… y menos de lo mucho que duele. Por eso me simpatiza, con ella todo es fácil, no hay culpas ni rencores entre nosotras. Además, no quiero entrometerla en todo esto, menos después de lo que sucedió con Jarvia.

—Lo estoy, me dormí con la ventana abierta y pesqué un resfrío.

La forma en que me mira me dice un montón de cosas, con las cejas alzadas y la boca fruncida, sé que no me cree incluso antes de que ponga sus ojos en blanco. Odio ese gesto, porque me recuerda a Emil.

Ceca se cruza de brazos, esperando. Hay algo infantil en su expresión malhumorada, supongo que el hecho de que su tez canela se vuelva sonrosada ayuda en algo…

—Lástima que no te crea.

—Lástima que no me importe.

—¿Qué es eso que noto en tu cara?

Me doy la vuelta y salto sobre mi cama, al lado opuesto de Ceca, es la segunda vez que hago esto en menos de cinco minutos, me resulta inquietante lo bien que se siente.

Salto.

—¿Aya?

No le hago caso, estoy saltando en mi cama.

¡Saltando! Y se siente increíble, como volar, como correr por el césped húmedo en plena madrugada, cuando aún quedan gotas del rocío en él, como solía hacer con Emil, aunque ella lo olvidara al día siguiente.

De nuevo, siento la maldita cosa salada descender por mi rostro, no quiero llorar, no quiero hacerlo, pero ¿Puede acaso alguien detener al corazón expresarse?

—Cariño, ¿qué val mal? —cuando ella me toma entre sus brazos y me obliga a detenerme, no soy capaz de moverme, respiro contra su cuello, está cálido y otra vez me recuerda a Emil, salvo que no es ella, nunca lo será.

Me robaron a mi amiga y no sé qué hacer. En realidad sé que hacer, pero soy cobarde, soy lo suficiente gallina para no tener las agallas de acabar con mi vida, no sería la primera que lo haga.

—¿Recuerdas a Dai?

Ella frunce el ceño.

—¿La chica que se mató? —me pregunta expectante

Asiento

—¿qué hay con ella?

—Antes de que tú llegaras, estaba por unirme a su viaje.

Su vista viaja de mi rostro hasta mi cuello, donde todavía está anudada la bufanda.

—¿Pensabas ahorcarte?

Asiento otra vez, pero es difícil hacerlo cuando me mira con esa expresión… ¿la verdad? ni siquiera sé porque se lo cuento. Supongo que es idiota admitir que espero que se preocupe por mí, es patético y me da vergüenza, pero según parece, también es verdad.

—Lo juro… eres increíble, si vas a matarte usa algo más efectivo, pasa una navaja por tus muñecas o algo así.

—¿Estás aconsejándome cómo acabar con mi vida? —pregunto desconcertada.

No me lo puedo creer.

—Mira Aya, me simpatizas y no me gustaría prescindir de ti, pero si estás lista…

Una expresión de concentración se apodera de su rostro y lo siguiente de lo que soy consciente es que tengo el cuerpo de Cecania sobre mí y que sus manos se cierran en torno a mi cuello.

—Te voy a extrañar.

Y bueno, a continuación comienza a asfixiarme.

No pasan cinco segundos antes de que yo reaccione y le atice un rodillazo en su estómago, ella me suelta de inmediato.

—¿Qué… —tomo aire—, diablos…— trago otra bocanada más—, fue eso?

—Eso —responde sobándose la pansa—, fue sicología pura o inversa, para ser exacta.

—¡Sal de aquí! —le ordeno, odiando la forma en cómo está sonriéndome, o riéndose a mi costa. A quién le importa—. ¡Dije que largo!

Ella obedece, tarda en hacerlo, pero lo hace todavía riendo ¡La muy bastarda! Antes de pensármelo más tiempo, comienzo a empacar, no quiero que el correr de los minutos me haga dudar, ese es mi peor enemigo, razonar.

Yo no soy Dai, tampoco Jarvia, no voy a morir, ni por mi mano, ni la de nadie. Al menos, no sin luchar.

Ahora entiendo lo que quiso hacer Ceca con su idiotez de sicología inversa. Me ha hecho reaccionar, y si mi vida acaba, debe ser por algo que merezca la pena.

Limpio mi rostro del resto de lágrima y me digo que es la última vez que lo haré. No más llanto, Emil vale el esfuerzo.