Cuando el pórtico se abre, casi puedo oler el perfume de Emil en la habitación. Me detengo e inhalo más profundo mientras cierro los parpados saboreando el olor. Y así, aún con los ojos cerrados, soy capaz de ver su rostro, también puedo sentir la suavidad de su piel bajo mis dedos, porque en mis recuerdos ella es suave como la seda y cálida como las mañanas en verano.
Sin embargo, por detallados que sean mis recuerdos, no puedo cambiar lo real, lo tangible, y en este mundo palpable, cuando abro mis ojos no veo señales de Emil. Pero estuvo aquí, lo sé, la fragancia a hierbas así me lo dice.
Contengo mi decepción cuando noto pánico en los ojos de Jarvi. Y en estos momentos quiero decirle que su ayuda es una mierda, quiero maldecir sin importar lo que ella piense, pero sobre todo, quiero volver a llorar y ahora, mientras empuño mis manos a mis costados y siento el interior de mi nariz cosquilleando por contener mi tristeza, sucede lo imposible.
Jarvi se lleva las manos a la boca luciendo asustada, pidiéndome silencio y por segunda vez en menos de veinticuatro horas, yo le hago caso, porque la verdad es que no se me ocurre, pero guardar silencio parece una mejor alternativa que comenzar a llorar.
Siento ruidos en el exterior, han venido más personas. Saco el reloj de mi bolsillo, sólo para darme cuenta de que no hay nada, no entro en pánico, ya que no debe ser tan tarde si aún quedan guardianas diurnas por aquí.
Existen personas, como las guardias por ejemplo, que manejan los horarios a la inversa que el resto de nostras y en lugar de que sus cerebros sean formateados a las doce de la noche, son formateadas a las doce del día, Por supuesto, trabajan por turnos, estas por ejemplo, son diurnas, lo sé por el sonido de sus pisadas.
Si se tratara de guardias nocturnas, apenas y las oiría, son como sombras, no las ves, ni las sientes. Me he encontrado con vigías, como solemos llamarlas, en una de mis noches de insomnio, fue hace mucho tiempo, pero algo recuerdo… Esto de ser una chica con fallas, tiene más cosas malas que buenas, sin embargo, pero una de las cosas positivas es que puedo cuestionarme todo, a decir verdad, tampoco es tan bueno, ya que jamás encuentras respuestas y menos sentido a nada y al final del día termino sumida en una depresión.
Las pisadas resuenan cada vez más fuerte sobre las baldosas y el sonido desencadena en mí una serie de emociones. Primero, miedo, por supuesto, sé que si me atrapan acá, estaré en serios problemas, pero luego razono de que no estoy realmente segura de qué tan serios éstos puedan ser. Vale, me atrapan en propiedad privada después del toque de queda ¿Y luego qué?
Lo que me lleva automáticamente a mi siguiente emoción, curiosidad. Por lo general no soy entrometida, a pesar de que sé más cosas que el resto, he vivido mi vida intentando ignorar lo que no parece correcto, lo que no luce normal, pero en este instante, mientras escucho las pisadas acercarse y mi corazón bombear más deprisa, sé que tengo que hacer algo: no ser descubierta, no aún, antes debo encontrar a Emil.
Los siguientes minutos son los más largos de mi vida, movimientos bruscos por aquí y por allá, rayos de luz zigzagueando a través de las paredes y siluetas esbeltas dibujándose una tras otra rebasando el cristal de la ventana.
Llevo una mano mi boca, como si mi respiración pudiera ser suficiente para que nos puedan atrapar, cosa que si lo piensas bien, es bastante probable.
—¿Siempre escondes cosas ahí? —pregunto a Jarvia una vez que el peligro a pasado y la observo sacar una pastillita blanca de su escote y observarla con una determinación letal.
—Sólo la mayor parte del tiempo —responde sin dejar de ver la esfera blanca.
—Me trajiste aquí para esconderme.
Ella niega antes de que termine mi línea.
—Nos traje aquí para salvar nuestro pellejo.
—¿Nuestro pellejo? —frunzo el ceño, nunca antes he oído esa expresión.
—Nuestras vidas —se corrige cabreada.
Ahora que lo veo, su look de siempre parece más desordenado de lo normal, como si no le hubiera tomado un montón de horas ordenar sus trenzas, como si la maldita masa de su cabeza fuera natural.
Al cabo de unos minutos salimos en silencio de la habitación, sólo por si acaso. Un sinfín de ideas, la mayor parte de ellas dudosas, revolotea en mi cabeza: «¿Podré huir?, ¿Será realmente necesario?»
Si lo hice antes, no veo por qué no conseguiré lograrlo ahora, excepto que de todos mis intentos, jamás he salido airosa. De ninguno.
—¿Qué hacías ahí? —escupe molesta, moviendo su cabeza en dirección al establecimiento que acabábamos de abandonar. Me pregunto si será seguro decirle lo que hacía, lo que planeaba hacer antes de colapsar.
—¿y tú?
—Responder con otra pregunta es grosero
—¿Quién lo dice?
—La persona que te salvo la vida, por supuesto.
Volteo mis ojos y me doy la media vuelta en dirección al bosque, sin importarme pisar las petunias, lo que me recuerda.
—¡Virgen! —me arrodillo frente al jardín y comienzo a orar en voz baja.
—¿Qué diablos?
No hago caso a su grosería y continúo implorando piedad y perdón por mi falta de juicio. Los restos de las mártires de otros tiempos descansan en estas tierras, el terreno es sagrado y yo lo he mancillado.
Cuando termino, me seco los ojos y me preparo para enfrentar a Jarvi.
—No te debo la vida, ellas no iban a hacerme nada.
—No luces muy segura —cruza los brazos encima de su pecho y eleva una ceja con expresión arrogante—.
Además ¿Por qué me odias tanto?
Pestañeo irritada, esa pregunta es obvia.
—No te odio, sólo no me gustas.
—Para no odiarme, me tratas bastante mal —rueda sus ojos—. Antes, en el pasillo, la gigante de tu amiga
casi me reventó el cráneo cuando me azotó contra la pared.
—¿Qué esperabas? Fuiste a buscarnos con tremenda tragedia en la punta de la lengua, y tuviste el descaro de hacerte de rogar antes de decirnos qué diablos pasaba.
Otra vez esa maldita expresión, lo juro, ni siquiera es la gran cosa, pero actúa como si poseyera los secretos del universo.
—¿Maldices mucho, no?
—Y lo dice la que me interrumpió en plena plegaria…
—Oye, yo no quería interrumpirte, pero no tenía caso rogar una vez que las plantas ya fueron destrozadas.
—En serio, tengo que irme.
—¿Al bosque?
Me giro hacia ella, el pánico irrumpiendo otra vez en mis terminaciones nerviosas. Ella no tenía cómo saber…
—¿De dónde sacas eso?
Jarvi hace castañear su lengua antes de hablar, la muy…
—No es difícil adivinarlo por la dirección hacia donde te encaminas. Tranquila Aya, estoy contigo.
—No —niego, sin importar el miedo que sienta, debo lucir tranquila. Observo el cielo, extrañando como nunca mi reloj. ¿Dónde lo habré dejado?
—Estoy sola en esto.
—Yo puedo ayudarte a salir de aquí —frunce el ceño¬¬—. ¿Buscas esto?
Entre sus manos, mi precioso reloj caoba descansa de cara a su palma.
—¿Has salido antes al menos? —la malicia en sus ojos me dice que ella sí, que lo ha hecho.
—De verdad no sabes nada, cierto.
—No es asunto tuyo.
—¿A no? Pues entonces no te molestará que les mencione a las hermanas lo que planeabas hacer antes de que te encontrara.
—No te creerán —me sorprendo por la burla que sale de mi voz—. Ni siquiera estás segura de lo que planeaba hacer.
—Aya, estabas gritando cosas como “por favor” y “Emil” mientras llorabas, perdóname si no te creo.
—De todos modos no te creerán —reafirmo, pero esta vez se nota la falta de convicción en mi voz.
—Quién sabe —dice mirando el reloj—, podríamos probar mi teoría ¿No te parece?
Lo siguiente que hace es comenzar a gritar “Auxilio” y “Socorro”.
Los focos que rodean las paredes de La Grata se encienden y puedo escuchar las sirenas comenzar a rechinar.
—Si pensabas entregarme desde el principio ¿por qué me ayudaste?
Algo extraño y siniestro se desliza en su rostro, no es burla. No, esto es más fuerte que eso, parece más espeso y tenebroso.
—Momento equivocado, lugar equivocado.
La compresión comienza a escurrirse dentro de mi cerebro.
—No estabas ayudándome, ¿cierto?
Niega.
—Entonces, ¿qué hacías ahí?
—Eso no te compete, dejémoslo en que se trata de una lamentable coincidencia.
Las voces de las guardias se hacen más fuerte, pero justo entonces suenan las doce y me doy cuenta que se trata de guardias nocturnos. Tiemblo pensando en lo que pasará, pero oigo a Jarvia soltar un grito indecible.
Casi al instante, su cuerpo colapsa de forma insólita contra el piso y ella empieza a convulsionar sobre la tierra.
—Son las doce —susurro, pensando que si ella fuera normal debería estar dormida a estas horas, sino de forma natural, entonces de forma inducida.
—Dime que tomaste tu dosis de valeriana…
Ella hace un gran esfuerzo a la hora de negar y entonces veo su boca, un montón de cosas blancas esparcidas en ella, pastillas.
¿En qué momento las ingirió?
—¿Qué tomaste?
La veo pestañear asustada, lágrimas negras caen por sus ojos gracias a los kilos de maquillaje que insiste en usar.
—¡Dime que puedo hace para ayudarte!
Pero entonces es tarde, a medida que los guardias se acercan, las luces reflectoras se hacen más y más enceguecedoras y las sirenas me han vuelto más nerviosa de lo que estaba.
Dejo el cuerpo tembloroso de Jarvia en el suelo y le doy una última mirada, ha vomitado sobre sí misma y parece estar ahogándose.
Esa es la última vez que la veo.