04:00

Al llegar, noto dos cosas. Lo primero es la falta de ventanas en las paredes y lo segundo, es que no soy bienvenida.

Apenas han pasado veinte minutos desde que Jarvia me dio la desagradable noticia, podría haberme tardado menos de haber perdido el tiempo escabulléndome por el patio trasero, pisando las petunias sagradas que cubren las tumbas de las mártires de otros tiempos.

«Nota mental: cuando todo este caos haya pasado, formular una oración»

La Grata cuenta con cuatro secciones fundamentales, hacia el norte, está la zona residencial, que es básicamente donde todas vivimos. La zona central, ahí se encuentran los focos de abastecimientos, el hospital, etcétera. La gobernación, ubicada al sureste del las residencias y por último, los cuartos de iniciación, habitaciones donde dirigen a todas las novatas. Estos están ubicados al Este y colindan con los jardines sagrados, también conocidas como las “Puertas Divinas” y que llevan al bosque, lugar donde habitan toda clase de criaturas salvajes, la mayor parte de ellas hambrientas de carne humana.

Por supuesto, los bosques están más allá del territorio permitido. Lo sé porque asistí a esa clase de biología por tres semestres consecutivos, hay un montón de otras cosas que nos enseñaron, pero sólo me aprendí lo que parecía interesante.

—No está en ti decidir eso —me responde Elune Alexander, la encargada de las novatas, cuando le pregunto si Emil puede saltarse el proceso de fecundación.

Se ha sabido de casos, Ambar Mirto por ejemplo, solía hablar a los cuatro vientos de la fuerza femenina y lo esencial que éramos en el desarrollo de la especie, al menos hasta que le llegó su turno. Cuando cumplió los diecisiete sufrió una crisis nerviosa, aunque yo lo llamaría locura.

De todos modos, no permito que eso me desmotive, sé que hay otra salida, siempre la hay.

—¿De quién es la decisión entonces?

—No es cuestión de elección —aquí vamos de nuevo—. Traer una vida al mundo es algo mayor a cualquier cosa que conozcas. Es lo que somos, para lo que fuimos hechas. No es como…

—No es como escoger un par de zapatos —la interrumpo y luego añado—, o un grupo musical. Lo pillo —pero la verdad es que conozco el discurso de memoria, no es primera vez que lo oigo, pero sí la primera que me importa, realmente lo hace, más que cualquier otra cosa.

—¿Entonces? —su voz es gentil, pero sus ojos no tanto. Suspiro ya no tan confiada cuando veo una determinación desconocida en la expresión de Elune.

—Supongo que tampoco depende de Emil, ¿cierto?

Es ahí cuando ella eleva sus finísimas cejas claras, lo hace tan alto que su determinación es reemplazada por curiosidad. A pesar de ser joven, como la mayoría de las mujeres en La Grata. Sé que es mayor de treinta porque ocupa este cargo desde que tengo conciencia y me doy cuenta de que no quiero seguir leyendo las expresiones de su rostro. Si bien no está prohibido visitar las instalaciones, sí que lo está intentar sacar a una de las novatas.

—Ya es hora del almuerzo —me avisa, pero sé que su intención es totalmente opuesta a lo literal de su frase: haz el favor de retirarte. Lo que tampoco está mal, quiero decir, comparado con las maldiciones que se me escapan de vez en cuando. Asiento como la chica normal que no soy y me doy la media vuelta fingiendo avanzar hasta la salida de las instalaciones del centro.

Cuando salgo, en lugar de juntarme con Ceca, quién quedó de esperarme en el comedor para contarle la actualización de las noticias, me quedo escondida entre las petunias, están tan crecidas que me cubren por completo, lo que me viene muy bien, porque soy bastante grande.

—Hay una salida —murmuro para mí—. Tiene que haberla…

Pese a que las flores alcanzan casi el medio metro, temo que, debido al color cobrizo de mi cabello, éste resalte entre el follaje. Es como la miel, en definitiva para nada similar al morado-rosa de los pétalos o el verde de las hojas y tallos que me rodean, por lo que me entierro todavía más entre las matas.

Horas más tarde, cuando por fin cae la noche y mi estómago ya ha comenzado a sonar, salgo de mi escondite.

Sacudo el barro que se ha adherido a mi cara, camiseta, rodillas del pantalón, y uñas, pero éste continúa ahí, tan pegado que no sé si podré sacarlo alguna vez.

De repente oigo unas voces, vuelvo a mi pose anterior y observo a Elune y otras enfermeras salir por la puerta, no usan su habitual delantal color lavanda, sino ropa de trajín. Supongo que, por la hora, eso es normal. Ya debe haber acabado su turno.

Meto la mano en mi bolsillo y saco el reloj. No ha vibrado, lo que significa que aún tengo más de media hora, pero de todos modos veo las manecillas del reloj.

21:10

La población de nuestra ciudad trabaja desde muy temprano, para aprovechar cada hora del nuevo día. Hay tanto por hacer. En algún momento me pregunté cómo rayos eran capaces de recordar tanta información respecto a sus respectivas profesiones y no ser capaces de mantener lazos emocionales perdurables a través del tiempo, recuerdo que cuando fui capaz de hacer esa pregunta en clases, quedó todo en silencio, cómo si esa omisión fuera en aprobación a mi osadía. Segundos después, estallaron en preguntas.

Sobra decir que ni la propia Adelfried, «Adel», me corrijo mentalmente, tuvo respuestas para eso.

En todo caso, no me preocupa, no es algo que me afecte directamente, hay cosas que sencillamente no tienen explicación, como la existencia de una Diosa… o la supuesta existencia del “Libro Sagrado”, jamás he visto uno, lo poco que he leído se resume a libros históricos y un fragmento perdido de los gatos monteses.

En cuanto las veo desaparecer, me apresuro en ingresar a la consulta. El pasillo donde me recibieron antes se encuentra oscuro, me sorprende que no hayan cerrado la puerta, pero de nuevo ¿Quién sería capaz de ingresar acá sin permiso?

Sólo alguien jodidamente estropeada, como yo por ejemplo.

Mis pasos hacen crujir la madera del suelo, pero no me importa, si me atrapan fingiré que me perdí, o mejor aún, que me duele la barriga.

Lástima que esta no sea la enfermería, sino los cuartos de iniciación, pero se parecen bastante. Olor a antiséptico, mujeres con delantales.

Retengo el aire cuando mi camino termina y me encuentro frente a dos puertas enormes forjadas en hierro, imagino que tras ellas hay un sinfín de posibilidades: un túnel negro, o varias camillas con chicas descansando, Emil entre ellas.

Sujeto la manilla con fuerza, no abre, pero vuelvo a intentar. Al otro lado puede estar Emil, creo que está. Tengo un presentimiento, uno fuerte. Es probable que sea un efecto secundario de mi anormalidad, o también, puede que esté loca.

Adel dice que la locura es un mito, como el “Libro Sagrado” o como la bondad de los hombres.

Sacudo mi cabeza dos segundos después de darle a la puerta con mi pie.

—¡Por favor! —grito intentando abrir, porque quiero ver a Emil, necesito decirle tanto. Ella tiene que saber que lo siento, que no la culpo por no desear ese bebe. Tengo que pedirle perdón, no sé por qué, pero tengo que hacerlo. Y me doy cuenta de que estoy llorando.

Me resulta extraña la forma en que mi cuerpo funciona, no recuerdo haberme golpeado, a excepción de mi pie cuando chocó contra el hierro de la puerta, pero ni siquiera dolió y sin embargo, no puedo dejar de llorar, mientras mis manos golpean el metal y mi pecho se deshace en gritos, sigo llorando. Cuando algunas de las encargadas del centro, sienten el caos, se apresuran en llegar hasta donde estoy, pero no me importa.

No me interesa que me vean acá, ni lo que puedan decir o hacer, porque mañana nadie recordará nada de esto. Nadie me criticará por lo que sucedió, nadie salvo mi corazón, que sigue llorando y ardiendo de culpa, porque es mi culpa.

No sé cómo ni por qué, pero de algún modo, es como si Emil estuviera mucho más indefensa que yo, a pesar de ser mayor.

—¡Aya, ven! —me apresura una desconocida, aferrándose a mi brazo, es demasiado pequeña para tratarse de Cecania, quien es varios centímetros más alta que yo, y demasiado amable para ser alguien de la gobernación.

—¡Déjame! —le grito. Su toque me ha provocado repulsión y su vistoso maquillaje me provoca arcadas, pocas cosas provocan esto en mí: los perros y la leche, pero esto último es por mi intolerancia a la lactosa, lo de los perros aún no me lo explico. Es una pena, porque es la única mascota que nos permiten tener. Mis arcadas regresan cuando veo a Jarvia sonreírme satisfecha—. ¿Qué quieres?

No me seco las lágrimas que surcan mi rostro, no me da vergüenza llorar, sino mentir y robar, pero de todos modos lo hago todo el tiempo. Miento para parecer normal y robo las memorias del resto, si a ellos no les importa mantenerlas, no veo porqué les importará que las yo las conserve.

—¿En este momento? —Gira hacia el pasillo, donde unos rayos dorados comienzan a serpentear. Maldición, ahí vienen con sus linternas otra vez—. Salir de aquí, luego… pues no me molestaría que me dieras las gracias. Pero lo primero es lo primero.

Y lo siguiente que sé es que estoy siendo arrastrada del brazo por Jarvi, algo difícil cuando le llevo varios centímetros de ventaja, pero lo más increíble es que confío, de algún modo ya no me molesta escucharla. Tal vez sea porque no tengo nada que perder.

Nos detenemos frente a una puerta de cristal, cuando me acerco con la intención de tocarla, Jarvi me detiene; a continuación sujeta mi mano y niega. Estoy lista para responderle algo rudo, porque puedo estar aceptando su ayuda, pero justo cuando me apresto a abrir la boca ella saca un fierrito de algún lugar imposible entremedio de su escote y lo mete en la cerradura de la puerta.

La maldita cosa se abre y casi puedo oler el perfume de Emil en la habitación.