19

Álex y Allaoui van a buen ritmo. Han tomado una ruta anárquica y retorcida. Para la policía, seguir a Álex es la manera más sencilla de llegar hasta su hermano. Lo más probable es que le hayan puesto a alguien siguiéndole. Ha de llegar lo antes posible al piso de la calle Granada. No puede hacer otra cosa que eso. Trata de ir pensando con la misma claridad que expresan sus zancadas. Pero la compañía de su camarada hace imposible que pueda concentrarse en todo aquello. Sabe que a veces habla solo por la calle. Se lo han dicho más de una vez. Eso le ayuda a saber qué hacer a continuación. Quizá sea por evitar eso por lo que le cuesta más centrar escenario y situación. Al contrario que su hermano, Álex ordena el mundo a medida que lo verbaliza. Sus labios se mueven pero él se esfuerza en que no se oigan las palabras que va diciendo.

—Estás hablando solo, amigo.

—Ya lo sé. Me estaba cagando en mi estampa.

En Álex cobra fuerza la idea de que más pronto que tarde acabará por sincerarse con Allaoui, aunque no está muy convencido de la conveniencia de ello.

—Dime al menos hacia dónde vamos. Si tiramos recto o giramos porque si no tengo que irte siguiendo las piernas.

Álex se detiene y se hace a un lado para que un transeúnte les adelante. No parece poli pero supone que en eso consiste ir de incógnito. Se apoya en la pared, saca el botellín de agua que ha comprado de camino y echa un trago. Con tanta medicación a deshoras, el ardor del estómago regurgita una y otra vez como una marea constante y agria en la boca. No parece que nadie les siga. Tampoco pasa coche alguno.

—Allaoui, atiende porque sólo te lo explicaré una vez. Me han interrogado en comisaría. Me han hartado de preguntas sobre la furgoneta de reparto que lleva Epi. Y yo no sé de qué va todo esto, pero están muy interesados…

—Ya te he dicho lo que se cuenta…

—Mira, lo que cuente la gente me importa un huevo…

—Vale…

—A Tanveer se lo cargan. La poli, dicen unos. Unos macarras, otros. Y yo digo que ha sido un paqui porque resulta que lo he visto. Pero en fin. Lo que sea. Me da igual. Y para acabarlo de arreglar, el gilipollas de mi hermano desaparece y la poli detrás de él. Sólo falta que ante toda la mierda, él parezca un sospechoso de libro, ¿me entiendes? Yo no sé qué pasaba en la furgoneta, pero si trapicheaban o se follaban a perros, que lo paguen. Conozco a mi hermano y sé que es muy influenciable, pero de nada grave seguro que no le van a acusar. Bueno, a lo que iba. La poli le sigue por lo de la furgoneta y él, missing. Matan a Tanveer y él, missing. Se lo está poniendo demasiado fácil para que le endosen el marrón y se pongan medallas, ¿entiendes?

—Entiendo.

—Pues yo sé dónde está Epi. Quiero ir hasta allí, darle una hostia en su carita de imbécil, cogerle de los cojones y llevarlo a los mossos a que cante por Camarón. Eso sí, la canción que me la cante primero a mí. Porque conociendo a Epi, si les coge cariño igual dice que él solito montó lo de Atocha.

—Pues sí —contesta Allaoui, al tiempo que se le escapa la risa. Se le nota que se le agolpan como cien preguntas y otras cien bromas cuyo momento probablemente no sea éste—. No te preocupes porque no diré nada.

—Te lo pido por favor, Allaoui. Sabes que aunque dijeras la verdad, la gente luego se pone a inventar y a decir mamonadas y me lo crucifican.

—Vale, vale. No digo nada. Pero si quieres un consejo…

En esto, ya se han puesto de nuevo en marcha, algo más tranquilo Álex por poder compartir todo aquello con alguien. Ha visto las cosas fuera de su cabeza. Quizás ahora pueda analizarlas mejor.

—… te diré que si la poli ya ha hablado contigo, no se necesita ser muy tocha para pensar que tú les llevarás hasta él. Pero de mí no saben nada. Puedo ir yo y…

—No te me hagas el héroe, moro. Sólo quiero ir a hablar con mi hermano.

—Yo sólo voy hasta donde esté y le digo lo que tú me digas o lo llevo hasta ti.

—Bueno, ya veremos.

El mayor de los Dalmau piensa que no es una idea tan descabellada. Le quita protagonismo, pero probablemente sea mucho más seguro y eficaz. Se reserva esa posibilidad para después. Están a apenas diez minutos del piso donde espera que Epi aún siga aguardando.

—Esa tipa era una bomba. Una puta calamidad para todos ellos.

—¿Quién?

—La Tiffany.

—No creo que nada de esto tenga que ver con ella —miente Álex.

—Quizá no pero…

—Pero ¿qué? —Ahora es él quien tiene ganas de saber. Se ha vuelto a parar en medio de la acera. Tiene casi la certeza de que Allaoui ha estado jugando con él desde un principio.

—Tranquilo, compadre.

—No, tranquilo, no. No me jodas, tío, ni me vaciles. Estoy hasta las narices de los misterios… ¿Qué has querido decir al mencionar a Tiffany?

—Digo todo y no digo nada. Mira, ya sé que no aparece por ningún lado en el descalabro del moro y que a éste lo ha matao un paqui o la madre que lo parió, pero lo que me has comentado también pudiera ser…

—¿Qué?…

—Pues que fuera Epi quien se lo cargara. Era novio de la chica antes de que apareciera el moro, ¿no? Un caso de celos, amigo. Alcohol, coca, una palabra más allá y cinco minutos de locura. Nos puede pasar a todos.

—Pero, pero…

—Reconócelo, puede ser lo que pasó. La verdad de la verdad.

—Podría pero no lo es. Yo estaba ahí y sé lo que vi.

—Pero tú eres su hermano y él se ha escapado.

Allaoui ha echado a andar. Da unos cuantos pasos y se gira pidiendo a Álex que se dé prisa, qué hace ahí, inmóvil.

—No entiendo cómo alguien puede creerse que Epi haya liquidado a Tanveer —se autoconvence Álex—. ¿No ves que no tiene cojones para eso?

—No, pero igual los cojones los tenía la niña. Esa tía está buena, pero es mala. Yo ni me la follaría, y eso, viniendo de quien viene, tiene mucho valor, te lo aseguro.

Ahora marchan el uno al lado del otro, aunque sea Allaoui quien en realidad lleva la iniciativa. Es por eso por lo que Álex le concede la dirección.

—Vamos a la calle Granada.

—Me lo imaginaba. Oye, ¿ésa no es la hermana tonta de Tiffany?

Jamelia camina canturreando una melodía que ha escuchado al pasar frente a un bar. Ha sido llegar a casa y no han pasado ni cinco minutos cuando la han llamado. Que podía incorporarse el próximo lunes. Le ha dicho que sí, claro que sí. Y su madre, cuando ha llegado a casa y ha conocido la noticia se ha puesto loca de alegría y la ha convencido para que volviera a telefonear y les dijera que si querían, y sin cobrar ni un euro, podía ir enseguida para que se lo explicaran todo y de esa manera el lunes empezaría a trabajar como una leona. Jamelia no había visto nunca tan contenta a mamá. Han llorado juntas cuando han colgado la primera vez y lo han seguido haciendo tras la segunda llamada. Antes de eso, no parecía creerla del todo. Estaba más preocupada por Percy y por dónde andaría Tiffany con el niño, si estaría en urgencias o vete a saber. Pero luego ya ha sido toda suya. Por primera vez en mucho tiempo ha sentido a su madre orgullosa de ella y eso no se puede comparar a nada.

Jamelia no oye que la están llamando. Camina zambullida en su propia felicidad. Quiere llegar pronto al supermercado. Imagina qué hará con su primer sueldo. Igual compra una tele de esas pequeñas para que mamá vea los culebrones en la cocina. O un bonito vestido para Tiffany. De esos extremados y con cremallera que tanto le gustan. Irán las dos juntas a comprarlo porque su hermana pequeña tiene unos gustos tan especiales… Ya no recuerda el bofetón de esta mañana, lo déspota que puede llegar a ser la maleducada. ¿Y a Percy? Se lo llevará a merendar lo que quiera, montañas de nata y dulce, y luego irán a una de esas tiendas de juguetes para que escoja el juguete que más le guste. ¿Y para ella? De momento, nada. Pero tendrá que comprarse ropa y cortarse el pelo de otra manera. El chico de la entrevista era tan guapo, y la trató tan educadamente. Parecía muy listo porque usaba todas esas palabras que ella apenas acertaba a entender. La cabeza se le desbocaba y casi parecía ver a ambos —ella y él— trabajando en aquel supermercado y quedando después a la salida para volver juntos a casa. Se veía tiempo después, embarazada porque no había problema en eso de quedarse encinta, le había explicado el entrevistador, y ella se había sonrojado. El único problema era el uniforme, que era especial, claro, pero…

—¡Jamelia, Jamelia…!

Allaoui y Álex intentan seguirla pero desisten. La chica no se detiene en su paso ilusionado y veloz hacia el supermercado. No lo lamenta Álex. Bastante le ha costado esta mañana tratar de hablar con ella como para querer reeditar una segunda parte.

—Ésta va de mensajera de la hermanita y, al vernos, ha decidido que no nos quiere ver… —se adelanta Allaoui a su pensamiento.

—Eres todo un Sherlock Holmes…

—¿Un qué?

—Nada, un detective. Como Harry Potter.

—Sí, Harry el Putas.

Ambos ríen. Álex aún no sabe qué hacer. Espera que Allaoui no le dé alternativa y tenga un plan, porque casi han llegado a su destino y no ha podido concentrarse lo más mínimo. A lo sumo, lo que tiene en la cabeza es un decálogo de intenciones y poco más.