Nada hay tan perturbador como unos ojos mansos. Esos ojos que quieren ser claros, transmisores de confianza, pero en los que, como si te reflejaras sobre la pez, nada puede verse que no sea la más completa negritud. Agujeros hondos y oscuros. Adornos en una cara, por lo general anodina, moldeada para fingir normalidad, cobardía, continuidad. Ojos de los que sospechas que se tornarán en un algo maligno sin razón aparente, un pequeño malentendido o una secreta cuita que ya nadie recordaba que existiera.
Tiffany ve esos ojos en Epi y piensa en un cordero. Ella nunca ha visto un cordero. Pero seguro que muerden si te despistas. Como el lobo de caperucita roja, disfrazado de cordero, no, de abuela, en fin, de abuela cordero, de vieja buena e inofensiva. Al principio no le ha creído cuando le ha dicho que había matado a Tanveer. Tampoco todo aquello de las putas. Pero lo que es evidente es que aquel comportamiento obedece a que algo ha pasado. Quizás Hussein haya muerto y Epi quiera arrogarse la hazaña. O quizá sólo quiere impresionarla. Es posible que también haya enloquecido de amor. Y ¿por qué no? Quizá sí que ha matado a Tanveer. La gente, a veces, hace cosas extrañas.
Al principio le ha entrado la risa. Ha estado a punto de espetarle que cómo un tipo como él podía acabar con Tanveer. Ahora agradece no haberlo hecho. Si algo le dice incesantemente la intuición es que esos ojos mansos han de seguir tranquilos hasta que consiga convencerle o salir de allí.
—Epi, a ver, sentémonos aquí mismo. No acabo de entender nada. ¿Tienes tabaco?
Le alcanza el paquete. Enciende su cigarrillo. Tiffany ve en la mano de Epi algo que parece rastro de sangre entre las uñas. Se la coge para que no la retire de inmediato, una vez le ha dado lumbre. Las miradas se encuentran. No hace falta hablar. Los ojos de ella parecen entender. Los de él, esperar el perdón, la recompensa, ambas cosas a la vez.
—¿Es verdad que le has matado?
—Sí.
Permanecen callados uno frente al otro, sentados en el suelo. Tiffany quiere saber. Quiere que Percy se despierte. Quiere que la deje marchar como sea.
—Pero ¿por qué? ¿Os peleasteis por algo?
—Hablaba mal de ti. No te respetaba —miente Epi en un afán infantil de cimentar con más motivos su acción.
—Pero por eso no se mata a alguien.
—¿Te sabe mal que esté muerto?
—Pero es que no está muerto, Epi.
—Sí que está muerto. Y a ti no te ha de importar porque ya no es nada tuyo, ¿no decías eso, Tiffany? Tú me dijiste que lo habíais dejado. Que aquello, que todo lo que había pasado con él era lo peor que habías hecho en tu vida. Te acuerdas de eso, Tiffany, ¿verdad? Me lo decías el otro día. La semana pasada, cuando nos encontramos en el Barmacia. Que él insistía y tal pero que tú nada de nada, ¿verdad, Tiffany? ¿Me lo decías o no me lo decías?
—Si te lo dije es porque era verdad.
—Pues ya no te molestará más.
—No digas tonterías, tío, Tanveer no está…
—Sí, sí que lo está.
—Yo sé que no, Epi, no seas pesado. Sobrevivió, no acabaron de joderle lo suficiente.
Sin saber muy bien por qué a Tiffany le parece una buena idea improvisar y desarmar la mentira de Epi. Está convencida de que a Tanveer le ha pasado algo, probablemente le hayan asestado una paliza, pero más aún lo está de que Epi no ha tenido nada que ver. Igual estaban juntos cuando pasó. Pero ocurre algo inesperado. Ahora Epi hace las preguntas.
—¿Cómo sabes que está vivo?
—Me lo han dicho.
Epi se incorpora, apoya una rodilla en el suelo y con ambas manos coge a Tiffany de los brazos.
—¿Quién te ha dicho algo? ¿Mi hermano? ¿Has hablado con Álex?…
—No, no… Deja de agarrarme así. Me estás haciendo daño. —Epi no le hace caso.
—¿Con quién has hablado? ¿Qué te ha dicho Álex? ¿Le has dicho que venías para aquí?
—No, no he hablado con él. Una amiga me ha llamado y me ha dicho que está vivo. En el hospital, pero vivo.
—¿En qué hospital?
—¡Yo qué sé!
Tiffany ve el miedo en los ojos de Epi. Y si hay miedo es porque realmente está involucrado en lo que le ha pasado a Tanveer. Epi se levanta y camina hacia la ventana. Busca algo en uno de los bolsillos del pantalón. No le queda tabaco y necesita un pitillo ya mismo. Tiffany no tiene: ya se lo ha preguntado antes. Al meter la mano en el bolsillo nota la navaja dentro. Sin razón alguna, eso le tranquiliza. Porque si Tanveer está vivo, tendrá que rematarlo antes de que salga del hospital.
—Tengo que…
—Tú no harás nada. Te portarás bien y ya está.
—Me estoy portando bien. Me estoy portando de puta madre.
—Debería irme, Epi. ¿Me ayudas con el crío? —intenta la chica. Su tono es premeditadamente dulce. Quizá todo resulte más sencillo de lo que espera. Es posible que Epi la ayude y se acabe todo este follón.
—No te enteras de nada, ¿verdad, Tiffany?
—¿De qué me tengo que enterar que no me entero?
A Epi le puede la rabia. Se acerca a ella, muy cerca de su cara. Epi está desconocido. Algo le ha empujado hacia el abismo y no puede parar. No sirve de nada encogerse y esperar la caída. Lo que más sorprende a Tiffany es la resolución de él. Porque, al parecer, ha decidido pasar a la acción. Tiffany lamenta ahora las medias verdades y las medias mentiras con las que ha ido alargando la relación con él. No supo cortar de cuajo. Epi era dócil y leal como un perro. Lo aceptaba todo. Si le dabas una patada, al rato volvía a por otra. No sabía o no quería comprender qué pasaba. También es cierto que en la relación con Tanveer nada estaba en el mismo sitio más allá de dos fines de semana seguidos. Tan pronto se odiaban, se separaban, se zurraban, como, al cabo de nada, unas horas, unas semanas, un mes, estaban juntos otra vez, sabiendo que si alguien estaba hecho para alguien eran ellos dos. En esos limbos, Tiffany se sentía mejor sabiendo que Epi estaba cerca. Siempre a su disposición. Presto para quererla, mimarla o sacarla a dar una vuelta por ahí.
—Venga, dime, ¿de qué me tengo que enterar, Epi?
—De nada. Déjalo.
—No, venga, dime.
—¿Qué quieres que te diga? No quería que te pusieras loca de alegría por su muerte pero sí que vieras las cosas como yo las veo.
—Vienes, me encierras, me dices que has matado a no sé quien. Pues vale, de puta madre, felicidades. Además tiras a mi hijo sobre un colchón, lleno de arañazos…
—No le he puesto la mano encima.
—Pues dime tú qué carajo le pasa a un crío para estar sobado a las once de la mañana. Tengo que llevarlo a un hospital y que le vean… ¿Qué quieres que te diga de todo esto? ¿Qué película estás montando, Epi?
—Ninguna película.
—¿Sabes lo que estás haciendo?
—Sé lo que hago.
—Seguro.
—¿Sabes qué pienso? Pienso que te pones así porque aún le quieres. Ahora lo veo claro. Me has estado mintiendo todo este tiempo.
—Pero ¿qué coño dices, tío? ¿En qué te he engañado?
—Aún le quieres. Aún estabas con él. Pero era malo. Follaba con putas. Les pegaba. Antes que llegara él, tú y yo éramos felices…
—¿Felices? Tú serías feliz, porque lo que es yo me aburría como una vieja.
—Entonces no decías eso.
—¡Yo qué sé lo que decía entonces!
La chica entra en el dormitorio. A pesar de todo el jaleo, Percy sigue dormido. No da señales de querer despertar.
En la discusión, como un chispazo, regresa la certeza que da sentido al resto de ideas que divagan dentro de ella: el niño sufre de conmoción producto de un mal golpe. Le ha revisado la cabeza y no ha encontrado nada, pero tampoco puede hacer ella una revisión exhaustiva. Un sudor frío le recorre el cuerpo. Se enfurece. Epi percibe el cambio. Trata de calmarla. Él sabe que el chaval no se ha dado ningún golpe. Aunque quizá los niños no puedan tomar calmantes ni en dosis tan pequeñas. «Morirse no se morirá», se dice para tranquilizarse. «Siempre se estará a tiempo de un lavado de estómago».
Al entrar en la habitación, Tiffany intenta despertar a Percy. El chico respira pero no abre los ojos. Ella le llama por su nombre, le zarandea, coge sus párpados y se los abre. Pero el niño insiste en seguir dormido.
—Cariño, no te preocupes. Al niño no le pasa nada. Un poquitín de calentura. Ya está. Le he puesto en la cama y se ha quedado frito.
Podía ser cierto. Jamelia ha ido a recoger por esa causa al crío a la escuela. El niño, para tranquilidad de su madre, abre ahora los ojos, ve sin reconocer a Tiffany y se remueve enfadado porque quiere seguir dormido. La mujer respira, algo aliviada.
—De todas maneras me lo llevo.
—Tiffany, hablemos antes y luego os podéis ir.
—Muchas gracias, amo y señor. —Tiffany pasa por delante de Epi en dirección a su bolso. Se lo coloca cruzado, como siempre, y vuelve en busca de Percy—. Gracias por dejarnos salir.
—Hoy parece que no quieres entender nada. Tengo yo la llave. Quiero hablar y quiero que me escuches.
Trata Tiffany de volver a entrar en el dormitorio, pero Epi se lo impide.
—Es fácil. Yo pregunto y tú me contestas.
¿Qué hay ahora en aquellos ojos? Un animal acorralado. El alumno al que todos pegan y está en un rincón del patio, pidiendo clemencia. El malhechor que el superhéroe creía que ya estaba fuera de combate y lo deja, incauto, atrás, preparando el golpe artero. No hay que dejar prisioneros a nuestras espaldas. Nunca debió fiarse de él. Está tan furiosa por todo lo que está ocurriendo que no puede ni utilizar subterfugios. Le golpearía hasta matarlo. Le molesta que crea tener algún poder sobre ella. Que trate de tangarla con todo aquello sobre Tanveer, que vete tú a saber si es o no cierto.
—Dime dónde está Tanveer. En qué hospital.
—Te he dicho que no lo sé.
—Yo le vi muerto, Tiffany. Las heridas de navaja son jodidas.
La distancia entre las caras del uno y de la otra es mínima, apenas unos centímetros. Su boca y su nariz están tan cerca de ella que no pueden verse los ojos.
—Se ve que no le dieron en ningún órgano chungo. En la grasa de la barriga.
La satisfacción de Epi es tremenda. La ha pillado. Y es que a ella siempre le ha gustado jugar. Sin embargo, trata de que no se le ilumine la cara por la satisfacción de desvelar la torpe mentira urdida por Tiffany. Aspira su perfume y baja la mano hasta el borde de la falda.
Esconde la mano bajo la tela. La chica aprieta con fuerza las piernas. Está furiosa porque intuye que le ha pillado la mentira. Sin dejar de tratar de hurgar en las bragas de la chica, Epi alarga el cuello y le dice al oído:
—No hubo navajas, niña. Cogí un martillo y se lo incrusté en la cabeza. Él me miraba y no entendía nada. No esperaba que yo me comportara como un hombre. Que hiciera eso por ti.
La lleva contra la pared. Quiere que sienta su miembro erecto contra ella. Con la mano que no tiene ocupada en las bragas le enseña dos de sus dedos.
—Ésta es su sangre. Una sangre llena de mierda de las putas que se tiró anoche. No se creía que alguien te quisiera tanto que fuera capaz de enfrentarse a él.
Le introduce los dedos manchados de la sangre de Tanveer en la boca. Tiffany abre los labios tras una breve resistencia. ¿Qué más da chuparle esos dedos? ¿Qué más da hacerle creer que quiere follar con él? ¿Qué más da dejarse llevar por esa sensación de que no hay nada que una pueda hacer más que esperar que la tormenta lo arrase todo, que rompa en pedazos la conciencia y los planes, las ideas preconcebidas y los buenos propósitos? Allí le tiene, bajándole torpemente las bragas, alguien que es capaz de arriesgarse a ir a la cárcel veinte años por follar con ella, porque le diga que le quiere, que nunca hubo nadie como él. Cómo le odia. Cómo odia su torpeza. Y cómo odia también su propia vanidad. Cómo odia profundamente doblegarse ante semejante demostración de fuerza, cómo odia ser una diosa a la que la ofenden al tiempo que le ofrendan sacrificios.
—Dime que ya no le quieres. Dime que nunca le quisiste. Porque él no está y yo sí, porque yo siempre te follé mejor de lo que te follaba él.
Epi ya está dentro de ella. Tiffany decide relajarse y esperar que a Percy no le dé por despertarse ahora. Se escurre el miembro de Epi pero, enseguida, vuelve a hacerlo entrar. Las piernas de uno y otro se tensan. Tiffany no sabe si subirse a horcajadas encima de él. Duda. Finalmente lo hace. Cierra los ojos. Trata de no pensar para concentrarse en una única idea: esas mismas manos mataron a Tanveer hace unas horas. Le clavaron un sello con su nombre en la frente para que nunca la olvidara. Y aún no sabe si es cierto o no. Si le duele o no semejante pérdida. Pero se dice que está enferma porque las mujeres normales no se excitan cuando un hombre mata por ellas. ¿O sí?