Será cuestión de tiempo. Quizá sólo de minutos. E incluso es posible que la policía ya haya caído en la cuenta de que Granada puede ser algo más que una ciudad. Algo como una calle que está en el límite entre este barrio y el de las Casas Baratas. O que lo supieran desde un principio y se hayan limitado a echar el anzuelo y soltar hilo. Dentro del desastre ocurrido con el teléfono móvil, al menos el mensaje de Epi, de tan lacónico —«Nos vemos en Granada»—, ha ofrecido algo de esperanza para los planes de su hermano mayor.
Aunque lo que más le gustaría sería irse a casa. Tirarse en la cama, cerrar los ojos y que el sueño le noquee las suficientes horas como para que todo ocurra sin él. Según su naturaleza y destino. Pero sabe que no lo hará. Que no puede obviar que hay algo que él y sólo él puede hacer. Ir y arrancar a Epi de aquel piso franco, decirle que lo de Tanveer está bien encarrilado. Que sería mejor que empiece a explicarle qué coño pasaba en aquella furgoneta enmoquetada, en aquellas farras de toda la noche con Hussein. Y en lo posible cargarle el marrón a éste, salvar el culo y desaparecer. Que Epi no vuelva nunca más al barrio. Que se vaya a Australia y mande postales de canguros y Papás Noel todas las Navidades.
Él, mientras tanto, como siempre, se quedará aquí. Clavado con ancas duras de centauro. Nunca pudo ni podrá volar muy lejos. Siempre hubo algo, una mejor o peor excusa. La madre sola, la madre enferma y ahora la madre muerta. Pero hoy se emplaza a largarse del barrio, de la ciudad, algún día. Tendrá que hacerlo él solo porque no hay rescate en marcha para él. Eso hace tiempo que lo sabe. Se irá a Ibiza o al Nepal con un montón de drogas y allí pagará chicas, aprenderá a levitar, encontrará la paz.
En el fondo envidia a su hermano. Envidia la pasión que siente y que le ha enloquecido. Toda aquella generosidad de lo trágico, del desastre. Al principio creyó que el enamoramiento le duraría una semana. El tiempo necesario para saber que hay cosas que pueden ser y otras que no. Pero lo cierto es que Epi perseveró y se llevó a la chica.
Cruza las calles en ámbar y mira a sus espaldas por si le siguen. Parece que no. Dará un pequeño rodeo para no dar demasiadas facilidades. Recuerda una de aquellas broncas con Epi. Siempre fue fácil ser injusto con él. Álex argumentó la excusa de la asistenta social. Aquello no era un hotel y demasiada gente podía hacer peligrar la pensión de la madre.
—Es curioso. Cuando apareció Tiffany me avisaste de que no me liara con ella porque iba a ser mi perdición y ahora me aconsejas que monte una familia.
—No seas idiota. Sólo te digo que te busques la vida y que luego, cuando pase lo que ha de pasar, no vengas lloriqueando y con el rabo entre las piernas.
—Pero ¿qué gilipolleces dices?
—Te digo lo que te digo.
—No te preocupes. Nos largamos a final de mes. En cuanto arregle lo de la separación de sus padres.
Pero llegó esa fecha y no sucedió nada. En realidad, a Álex le gustaba tener cerca a la chica. Incluso había salido con ella de marcha y lo cierto es que, cuando estaba de buen humor, resultaba muy divertida. Epi prefería que saliera con su hermano a que se aburriera en casa, o fuera de fiesta con sus amigas. Álex era el castrado que guardaba la virginidad de la reina. El ser inofensivo. Pero a Álex no le importaba. Le gustaba entrar en un local con ella al lado, atrapados ambos en la misma luz violeta y las parejas zureando alrededor. Los tíos le miraban y pensaban qué demonios tenía que tener ése para mantener ahíta a aquella hembra. Ella reía y bebía, bebía y volvía a reír. No se drogaba mucho. Eso sí, cuando lo hacía, siempre de invitada. Nunca hablaba de nada en concreto y cuando se refería a Epi era tierna pero no apasionada. Álex albergó teóricas esperanzas de tener sexo con ella alguna vez, pero lo cierto es que el litio le había bajado tanto la libido que el no desearla más que en fantasías era mucho más consecuencia de la química o la pereza que del autocontrol. Eso sí, todas las pajas de aquella época fueron suyas.
Cuando comprendió que Tiffany le usaba para tropezarse con Tanveer, ya era tarde. ¿Cómo no lo había visto antes? De todos modos, ¿qué hubiera podido hacer? ¿Chivarse a su hermano y enemistarse con ella? ¿Con qué objeto? ¿Acaso no existía un deseo inconfesable de tener razón, de que su hermano fracasara con Tiffany, de que no fuera tan insoportablemente feliz mientras el hermano listo, el previsor, estaba solo y jodido?… Probablemente sí. Pero cuando vio que a Tiffany los ojos se le cambiaban bajo las cejas tatuadas cuando se encontraban al moro, comprendió que todo estaba perdido. Debía decidir en qué bando se quedaba. Si era leal a su hermano o se convertía en confidente y en agente doble al servicio del mórbido sentimiento que le empujaba sin esperanza hacia Tiffany. Durante unos meses eligió ese último papel. Fue la tapadera, el consejero, la última capa antes de llegar a lo más íntimo de la chica. Pero harto de tratar de desenganchar a Epi de Tiffany durante el día y a la vez harto de celestinear con Tanveer y la chica por la noche, decidió quedarse al lado de Epi. Cuando se lo dijo a Tiffany, ésta ni se inmutó. Para ella, desde hacía noches, Álex ya era prescindible.
De vuelta a la realidad, Álex deduce que es más que lógico que Epi se haya puesto en contacto con ella. Quizás hasta estén juntos en estos momentos. ¿Cómo reaccionará Tiffany? Duda que lo haya hecho como desea Epi. ¿Y si la causa del asesinato no fuera ella? La mente se le disuelve. Sigue adelante con su rutina de mirar a un lado y a otro por ver si le siguen. Y sí, hay alguien que lo está haciendo y que incluso conoce su nombre: Allaoui.
—¿Y tú? ¿Es que no trabajas nunca?
—Joder, frena la marcha. Llevo desde la comisaría siguiéndote.
—¿Cómo sabías que…?
—Con esas prisas y ese mirar para atrás tienes todos los números para que te vean sospechoso. Además, ¿qué quieres que te diga?… Yo he ido detrás un buen rato y ni me has visto, o sea que a la poli ni la hueles.
Álex desea tener las ideas claras y colocadas como en una perfecta pantalla de Tetris y Allaoui le está despistando. Siempre siente con él la inclinación de creerle buena gente, pero también sabe que su vida es el puro negocio sea éste cual sea. Y desconoce si entre sus mejores prestaciones estará la de ayudarle a encontrar a un hermano que acaba de cometer un asesinato. Como comprueba que, a pesar de caminar con toda su determinación, su amigo le sigue, Álex se detiene y le espeta:
—Tío, ¿qué quieres?
—¿Adónde vas?
—Voy.
—¿Vas a buscar a Epi, verdad? Déjame acompañarte.
—No voy a buscarle. ¿Para qué iba a hacerlo?
—Por lo de las putas.
La cara le delata y Álex lo sabe. Se han parado en medio de la acera. No pasa nadie. Antes que el hermano de Epi formule la pregunta, Allaoui se adelanta.
—No sabes nada, ¿verdad? La poli ha localizado la furgoneta. Dicen que abandonada en una calle del barrio alto. Una puta los ha denunciado. Dicen. También dicen que dentro han encontrado a Tanveer, que se lo han cargado los chulos de una de las mujeres. Ya sabes cómo va esto. Hablar es gratis.
—Allaoui, mira, no sé nada. De verdad. —Álex tiene el presentimiento casi definitivo de que puede confiar en el barbero. Además, necesita sacar sus ideas fuera de sí mismo y Allaoui siempre le ha parecido de lo más lúcido. Pero tampoco va a enseñar todas sus cartas—. Pongamos que voy en busca de Epi por todas esas tonterías que se oyen aquí y allá. Okey. Pero ¿qué coño pintas tú aquí? ¿Para qué quieres acompañarme?
—Tío, soy barbero. Estoy harto de que me lo cuenten todo. Quiero saber las cosas de primera mano. Quiero información privilegiada.
—Eres una puta cotilla.
—No sé qué quieres decir, pero seguro que sí, que soy eso, una potilla. Y también soy tu amigo, tío, te lo digo de corazón —sentencia Allaoui con la mano puesta en el lado izquierdo de su pecho.
—Es cotilla. Cotilla, no potilla.