5

Es difícil saber si Jamelia ha visto o no a Álex. Lo cierto es que se ha parado en medio de la acera. Son apenas diez metros de distancia entre ellos, pero bastan para parecerle a Álex desesperantes. Le encantaría gritarle que tiene un cadáver que colocar, un hermano gilipollas que les puede joder a todos y a un montón de mossos d’esquadra esperándole en comisaría. De repente, mujer y niño se vuelven a poner en marcha y cuando llegan a su altura, Álex puede cortarles el paso. Para Jamelia no queda otra opción que empujar a Álex o ir por la calzada con ese niño que hace todo lo posible por liberarse de la mano de su tía.

—Hola, Percy, ¿qué tal el cole?

—Epi, Epi, Epi…

—Sí, sí, te oigo. No estoy comunicando. Yo no soy Epi, soy su hermano, Álex. ¿Te acuerdas de mí?… Antes venías mucho por casa, ¿no te acuerdas?… Oye… ¿dónde está tu mamá?

—Epi, Epi, Epi.

Álex piensa que uno se da cuenta de que se hace viejo por pequeños detalles. Como no poder mantenerse en cuclillas más de medio minuto o como que la paciencia con los niños te dure todavía menos.

—Jamelia, necesito hablar con Tiffany. ¿Sabes por dónde para?

Álex espera que tarde o temprano diga algo que se pueda considerar una respuesta, pero por el momento no contesta. A fin de cuentas, tampoco le está pidiendo nada peligroso ni complicado de entender. La chica parece estar asustada. O estar muerta de vergüenza. De todos modos, es su estado natural ya que siempre parece al borde de un ataque de apoplejía cuando alguien le habla en la calle. Se lo vuelve a preguntar, pero Jamelia sigue callada, mirando al suelo, como contando los segundos que faltan para que el interrogador la deje por imposible.

—Por favor, estoy buscando a Epi. Es importante.

—Epi, Epi, Epi…

—Sí, exacto, Epi. Tiffany seguro que sabe dónde está. ¿Aún está en casa durmiendo la fiesta? Joder, Jamelia, dime al menos si has visto a Epi.

—Epi, Epi, Epi…

—Percy, cállate ya, guapo, por favor. —El niño parece entender y obedece—. ¿Ha venido esta mañana por aquí?… Jamelia, puede ser cosa de vida o muerte.

Lo dice sin pensar. Pero le asalta la duda de si es cierto lo que acaba de decir. Quizá lo de Tanveer sólo ha sido el Primer Acto de la Gran Cagada. Pero no, aquello no tendría sentido. La participación de Tiffany en el asesinato de Tanveer ha tenido que ser de musa con o sin su consentimiento. No tiene sentido pensar otra cosa de Epi.

—Jamelia… necesito…

Quizás es por el cambio en el jadeo de su respiración, por un leve movimiento de cabeza, pero Álex presiente la promesa de una mirada entre la maraña de sus cabellos, y con ella una respuesta. Así que decide esperar sin decir palabra, dejando que el silencio y la premura la aplasten. Aprovecha para examinarla como a una mujer y dejarse llevar por la ensoñación de amarla y sacarla de su ensimismamiento. Cuánto amor debía de tener dentro a la espera de que alguno lo dejara escapar. Penetrarla, oírla gemir en su habitación de niña. Pero sin saber muy bien por qué la imagen erótica se le vuelve, de repente, miserable.

—Yo, yo, yo no sé…

Álex se defiende de su mezquindad diciéndose que para ser una mujer a la que se pueda desear, Jamelia tendrá que dejar de teñirse con agua oxigenada, depilarse esa pelusilla en las patillas y no mirar con esos ojos de demente con los que mira ahora que empieza a hablar…

—Yo…

Lo malo de las voces interiores que te hablan, de la música alta en los coches y de las ensoñaciones sexuales es que te distraen. Quizá por eso Álex nota demasiado tarde que le alzan del suelo por la entrepierna y le zarandean.

—¿Qué pasa, tío? ¿Qué haces tan lejos de tu topera?

—¡Hijo de puta, menudo susto me has dado!

—¿Te has enterado de lo de Tanveer?

Allaoui es argelino, guapo, de rasgos achinados. Además es el único ser de la tierra que aún hoy sigue bebiendo cocacola light al limón. Es el barbero oficial del barrio y luce un tatuaje vertical desde la oreja derecha hasta el final del cuello que reza I LOVE VANESSA. Pero si hay algo que no le gusta a Allaoui es que le pregunten por la tal Vanessa. Es tranquilo y simpático, como si las lociones que heredó del anterior barbero, el señor Juan, tipo tranquilo y simpático, propiciaran esta particularidad. Le ha visto desde el bar y ha decidido salir a saludarle. Ahora lleva el pelo corto, teñido de rubio platino, pero es bastante probable que mañana lleve ya otro tinte y otro peinado.

—¿Qué pasa con Tanveer, tío?

—Que se lo han cargado esta mañana en el bar de la Mari.

Álex puede notar la mirada aterrorizada de Jamelia a su espalda. Quiere liquidar con el argelino lo antes posible para no perder el momento en que la chica parecía querer hablar. Como si no tuviera suficientes problemas, el niño ha vuelto con la cancioncilla:

—Epi, Epi, Epi…

—Le han dado un par de tiros —precisa Allaoui.

—Joder…

—La poli. Esos hijos de puta nos van a matar a todos por no ser blanquitos como tú…

—¿En serio?

—Al parecer le quisieron cachear y Tanveer pasó del tema. Ya sabes lo loco que podía ser a veces y… eh… ¡chaval!

Percy echa a correr en dirección a la puerta de su casa. Ha decidido no ir al cole. Álex trata de detener a Jamelia cuando sale tras él con la esperanza de que el crío, al menos, se parará frente a la puerta del edificio donde vive. Pero eso es esperar mucho de él. Percy sigue corriendo una vez ha llegado a la altura de la portería. Llega hasta la esquina, gira a la derecha, desaparece. Álex deja entonces que Jamelia vaya detrás de él con un correr apurado a causa de sus zapatos bajos, que poco tenían que hacer contra las deportivas del hijo de Tiffany.

—Se lo han llevado al Clínico. Ya sabes, la poli no deja las cosas a medias. Los moros, al parecer, lo estamos jodiendo todo. Por culpa nuestra hay aquí más pasma que nunca. Imagínate que volamos la Sagrada Familia.

—No me extrañaría.

—Eres un cabrón racista y catalanufo.

Álex no ha tenido en cuenta la extraordinaria capacidad de fabulación del barrio. Pero se dice que haría bien en no confiarse y acordarse del Coyote. Esa enorme roca que parece marchar en dirección contraria puede invertir su sentido con otro rumor y aplastar no sólo a Epi, sino incluso a él mismo. No en vano él es hermano del asesino y estaba en el lugar en que a la cabeza de Tanveer le dio por dejarse reventar.

—¿Te tomas algo conmigo?

Álex está a punto de rechazar el ofrecimiento aun sabiendo que las dosis de persuasión de Allaoui son casi invencibles. Pero, de todos modos, cree que sería bueno empezar a poner diques a la verborrea de la vecindad. Él ha visto como aquel paqui se ha cargado a Tanveer, así que ¿por qué no proclamarlo a los cuatro vientos? ¿Por qué no empezar por la barbería más concurrida del barrio?

—Venga, un café rápido, que tengo cosas que hacer.

Entonces suena el móvil en el bolsillo interior de la trajinada cazadora de Álex. Éste se queda fuera mientras Allaoui entra en el bar. Dentro está quien dice llamarse «Malick, Maestro Keta», sea eso lo que fuere. El negro está sentado al final de la barra, cerca del pasillo que lleva a la cocina y los lavabos. El chaval al que llama sobrino reparte unas notas de papel ofreciendo sus servicios a la clientela. A Álex, que ahora entra de mal humor en el local, también le ha dado una. Ni tan siquiera la lee. Conoce aquellas fotocopias de color verde y amarillo. El marketing del charlatán ha inundado el barrio del milagroso catálogo de sus prestaciones: solución a todos los problemas de tu vida. Puede convocar a los espíritus más rápidos que existen y solventar cualquier dificultad amorosa de forma radical e inmediata. El Profesor recibe de 8:00 a 22:00. De hecho, apenas descansa el Profesor Malick. Resultados cien por cien garantizados en un plazo máximo de tres días. Problemas de matrimonio, trabajo, negocio, enfermedades de origen desconocido, sentimentales, recuperar la pareja, atraer personas queridas, romper hechizos, impotencia sexual, problemas judiciales, suerte genérica y euforizante en la vida. El profesor Malick lo resuelve todo gracias a su poder innato y sobrenatural. También habla con Jesús y con Mahoma. Con los muertos y con los ausentes. Huelga decir que trabaja de manera seria y garantizada.

Localiza Álex al barbero y va a sentarse frente a él a una mesa apartada, que nota húmeda. Se fija en que aún brillan los surcos que la bayeta ha labrado en la superficie de formica hace apenas nada.

—Conversación breve.

—Se ha cortado. Supongo que poca cobertura.

—¿Quién era?

—¿A ti qué te importa?… Mi hermano.

—¿Te llamaba desde el Nokia que le pasé? Seguro que aún no sabe ni cómo va.

—Seguro.

Álex deja el móvil sobre la mesa. Espera que Epi vuelva a llamar enseguida. El curandero negro ha empezado a hablar. El camarero le escucha embobado aunque con una sonrisa burlona en la cara. Para no perder tiempo Álex decide acercarse él mismo a la barra.

—… y al que ustedes llaman Jesús no era Cristo sino alguien, un hombre que fue inhabitado por Dios el tiempo que Él estuvo dentro de él. Un poder espiritual que podía transfigurarse, moverse a la velocidad del rayo. Por eso los hombres no crucificaron a Cristo, sino a Jesús y quizá ni tan siquiera a Jesús, sino a otro. Cuentan los escritos…

—… y un carajillo de coñac…

—De acuerdo.

—… que cuando Simón de Cirene se ofreció a ayudar a Jesucristo con la cruz en su martirio, éste se transfiguró en Simón y una vez fue porteada la cruz hasta la cima de la colina, Jesucristo fue hasta otra colina cercana al Gólgota y se rió viendo lo engañados que estaban aquellos romanos y judíos crucificando a Simón dentro del cuerpo de Jesús…

—A quien no debió de hacerle mucha gracia fue a Simón —dice el repartidor que está esperando que le sellen la copia rosa de su albarán para poder seguir con la ruta.

Su comentario prende como una llama en todo el bar y el jolgorio es tan inevitable que hasta el Profesor Malick reconoce que más le vale mudar la máscara de su rostro en una sonrisa de mil dientes blancos y relucientes, y dar por reventada la charla por unos minutos.

—Ciertamente, el bueno de Simón no acertó con los favores…

—¡Eh, butanero! —se añade otro parroquiano cachondo dirigiéndose al grupo de repartidores paquistaníes, que andan desayunando bajo los turbantes—. ¿No es el tal Simón vuestro patrón? ¡Con el primero con el que os cruzáis en la escalera, os abrazáis y sube él la bombona!…

La audiencia parece irremisiblemente perdida. El Profesor Malick podría intentar recuperarla hasta llevarla a ese estado de silencio respetuoso en el que estaba hacía unos minutos. Es obvio que se ha equivocado con el relato. Siempre depende de los propietarios de las orejas que escuchan el hecho de que una historia funcione o no. Quizá fuera mejor intentar el uno contra uno o esperar a que cambie la mayor parte de la clientela.

Álex le ve acercarse. Mira en su dirección y acierta a vislumbrar una silueta que se esconde detrás de las cubas de vino, tras una puerta que será el almacén o quizá los lavabos. En cuanto entra en algún lugar, la cabeza se le va a los sitios oscuros y allí coloca sombras y personas que sólo él ve. Quizás en esta ocasión sea Simón de Cirene. Y es que a nadie le gusta que se rían de uno después de ser ajusticiado con crueldad en una cruz.

El Profesor trae consigo su taza de café caliente.

—¿Qué tal, hijo? Tú no te has reído —le dice mientras deja la taza delante de él.

—No soy de mucho reír.

—Falta un carajillo de coñac. Era un café y un carajillo de coñac.

—¿Seguro?

—Sí.

—Ahora se lo arreglo —dice el encargado tras la barra.

El negro sigue allí a su lado, mirándole fijamente. La insistencia altera a Álex. No le piensa dar bola. Conoce a esos tipos que se aprovechan de la falta de fe. Piensa que hacen buenos a curas y monjas. Al menos éstos tienen la dignidad de no asegurar un cien por cien de solvencia en un tiempo máximo de tres días.

—Hasta mañana no reirás. Hoy no habrá risas para ti. Pero llamará quien esperas que llame.

—Siempre acaban llamando, ¿no?

—No siempre.

—Sí. —El carajillo queda sobre la barra gracias a la diligencia del encargado—. ¿Cuánto le debo?

—Nada —responde el Profesor Malick—. Ahorra todo lo que puedas. Lo vas a necesitar. Ella está loca. Todos lo están. Tú eres el cuerdo en la nave de los locos. Vuelve cuando quieras. Hoy pago yo. La próxima, mañana, la pagarás tú.

—Gracias… —dice estúpidamente Álex en medio de su repentino azoramiento.

El Profesor Malick suelta una carcajada que no deja de ser un aviso para la concurrencia. Hoy está de broma. Así que no le ha importado lo que ha pasado hace unos minutos. Ya de vuelta a la mesa, Allaoui está ya liquidando la contraportada del diario.

—Sin llamadas.

—Me ha invitado el loco ése.

—¿Malick? Es buen tipo. Y listo. Además tiene una buena estrategia comercial. Algo así debería emplear yo en mi negocio, amigo. ¿Te gusta el fútbol?

—No mucho.

—Pero ¿serás del Barça?

—Del Espanyol.

—Joder, ¿y eso?

—Cosas de mi padre.

—¿Te gusta mi jersey? —le dice a Álex señalando el suéter blanco con rayas marrones, azules y amarillas que recorren hombros y brazo—. Barato y bonito. ¿Quieres uno?

—¿Robado?

—Springfield. Rebajas.

—Explícame lo de Tanveer.

—Lo que te he dicho. La gente está muy harta. Unos porque están hasta los huevos, otros porque sí, porque se aburren y una bronca no deja de ser una juerga. Quieren hacer… ¿cómo lo llamáis aquí? Movilizaciones y esas historias. A los de aquí os encanta todo eso, ¿a que sí? —Allaoui no espera a que Álex conteste—. La verdad es que aún no sé si me caía bien o mal Tanveer. Era paisano, pero no tenía bien el alma.

—Ya da un poco igual el estado de su alma.

—Sí. ¿Y Tiffany?

—¿Tiffany? Supongo que le habrá dado lo mismo.

—¿Por qué dices eso?

—Por decir algo.

—Allaoui, me sabe mal aguarte la… movilización, pero no fue la poli quien le voló la cabeza. Yo estaba allí.

—¡No jodas! ¿Quién fue?

—Pues a ver, yo estaba en el bar de Salva y la Mari…

—¿La Mari?… Pero si fue de madrugada…

—Déjame explicártelo, ¿vale? Era a primera hora de la mañana. Acababan de abrir. La Mari ya no estaba. Había limpiado pero se había ido a su casa. Me gusta tu jersey.

—Álex, no te me rayes ahora con el jersey.

Lo cierto es que aunque Allaoui atiende no parece dar mucho crédito a lo que Álex le explica. Quizás es que no se lo toma en serio. Conoce de hace tiempo a los hermanos y aun siendo buena gente, cree que uno más y otro menos, ambos están un tanto pirados. No es un gran testigo alguien a quien ha visto quedarse en blanco, no recordar trozos de conciencia, nombres, instantes como agujeros, vértigos de sí mismo, señales, quizá, de aquellos desfases de antaño con las drogas de las que, por lo que se cuenta en el barrio, se metía como aspirinas. O cuando le agobia la paranoia de las visiones y se le mete en el cuerpo la certeza de que le siguen o le escuchan o vete a saber qué.

—¿Un paqui?

—Uno de esos callados y con cara de ser oscuros, ¿sabes lo que te quiero decir? Entra el paqui y se mete en el lavabo. Llevaba prisa. No sé, estuvo como cinco o diez minutos dentro. De pronto sale el hijo de puta con un martillo en la mano, va hacia Tanveer y le parte la cabeza.

»Uno, dos, tres golpes. Salva y yo intentamos detenerlo pero aquello era una bestia. El tío no era muy grande, pero aquel martillo debía de pesar una tonelada.

—Vaya manera de morirse: a martillazos.

—Tanveer cae al suelo. El paqui nos mira a Salva y a mí, nos avisa con gestos de que no hemos visto una mierda y se larga corriendo.

—¿Ya está?

—Sí. Fin del cuento.

—Pues ahora te explico lo que sé yo. ¡Niño! ¿Tú quieres algo?

—No, gracias…

—Vale.

—¿Cómo que ahora te explico lo que sé? No te estoy hablando de oídas. Te estoy explicando lo que pasó. Yo estaba allí.

El Profesor Malick pasa a su lado. Sonríe a Allaoui, que le responde con un cómplice y cariñoso «¿Qué pasa, Malick?». No es una pregunta. Tampoco parece ser una invitación, pero el africano se detiene junto a la mesa. Llega el nuevo carajillo como si saliera del fondo de la capa del Maestro Keta. Álex trata de mantenerle la mirada y también sonríe, pero en ese momento se activa el móvil sobre la mesa. Aparece en el visor el nombre de Epi iluminándose y apagándose, vibra sobre la mesa y hace castañetear platillos, cucharillas y tazas. Álex se lleva el teléfono al oído, se levanta para salir, pero de inmediato se detiene. No oye nada. La conexión apenas ha llegado a establecerse. No es un problema de cobertura. Es un problema del idiota de su hermano. Pulsa la rellamada sin salir de la cafetería porque sin saber muy bien por qué no quiere dejar solos al brujo y a Allaoui. Es como si temiera que se fueran a hacer confidencias, como si el Profesor Malick y sus espíritus rápidos y eficaces fueran a determinar cuántos días de vida le quedaban a Álex o cualquiera de los mil secretos que guarda uno a veces sin saberlo. No es posible acceder a ese móvil, le dice la voz. Salta el buzón de voz. Chapuza de epopeya todo esto. Vuelve a sentarse.

—… dicen que para escuchar confidencias lascivas o conversaciones blasfemas lo más apropiado es el hueso de melocotón. Sabe guardar el eco de las palabras, pero sólo si ellas contienen una conversación erótica o de asesinato, conspirativas…

—Y los de la CIA sin poder parar los atentados. Joder, planta campos y campos de melocotones por todo Houston. ¿A ti te gustan los melocotones, Álex?

—No.

—En fin, os dejo. Llegan clientes —dice levantándose de la mesa y señalando una de las mesas al fondo del bar, donde se está sentando una prostituta rubia—. Por cierto, barbero, me parece muy interesante tu negocio de ayuda a mis hermanos. Hemos de colaborar.

—¿De qué coño habla? —pregunta Álex en cuanto se ha ido.

—Yo qué sé. Es médium. Te lee la mente. Yo le sigo la corriente. ¿Hoy curras?

—No. Mañana.

—Oye, otra cosa… ¿tu hermano tiene esa furgoneta tuneada de cristales de macarra, enmoquetada y toda esa historia?

—Sí. ¿Qué pasa?

—Ayer a última hora de la tarde vino tu hermano a buscar vitaminas. Y estos últimos meses ha pillado casi de continuo. No sé anoche, pero últimamente se subía a la furgo con el Tanveer o algún que otro perla e iban de ruta. Qué hacían o dejaban de hacer no lo sé. Pero me ha llegado que la poli busca una furgoneta como la de tu hermano.

En la barra, el encargado hace gestos a un tipo que acaba de entrar. Le señala al barbero, que había puesto un cartel en su establecimiento indicando dónde podían encontrarle si le buscaban, ya fuese con buenas o mejores intenciones.

—Ya voy, ya voy… Pues eso, he pensado que una cosa iba con la otra. Lo de la furgoneta y Tanveer. Que los polis los siguieron anoche, se los encontraron, Tanveer se envalentonó y…

—Allaoui, yo lo vi. Fue con un martillo o un palo. En la jeta, tío. Y ojalá hubiera habido un poli por ahí.

—No sé. Yo sí que no estaba allí. Pregúntales a los mossos. Ellos sabrán qué pasa con la furgoneta.

Allaoui se levanta, apoya la mano en el hombro de Álex y le propina un pellizco de complicidad que acaba por doler. Durante unos segundos, la cabeza de Álex repara en que quizá las cosas no sean tan sencillas como ha creído ver en el asesinato del moro. Al mismo tiempo, por el rabillo del ojo ve como una sombra se mete debajo de una de las mesas y desde allí le observa. Álex finge no reparar en ello. Los fantasmas no existen. Las sombras no andan ni se esconden bajo las mesas de las cafeterías. Seguro que su hermano sabrá, en algún momento del día, solventar su inoportuno problema con la telefonía móvil y las cosas empezarán a arreglarse. Seguro que será así. Y mañana reirá tal y como le ha pronosticado el brujo, reirá y reirá sin parar.