Carlos adora los aeropuertos. Le encanta colocarse delante de los monitores que anuncian la salida de los próximos vuelos e imaginarse a sí mismo cogiéndolos todos a la vez, yéndose a todas las ciudades nombradas sin tener que renunciar a ninguna. Claro que era mucho mejor cuando los paneles eran unos ingenios mecánico-eléctricos que conservaban el suspense de la identidad de la ciudad de destino mientras aparecía letra a letra su nombre. Está sentado sobre su mochila, delante de uno de esos paneles electrónicos, cuando ve llegar a Violeta cargada solo con un trolley rosa. Ella le busca a él con la mirada y él le hace un gesto con la mano para que lo vea.
Ferrero les ha obligado a tomarse vacaciones y les ha pedido en privado que no salgan de Madrid, por si los de Régimen Disciplinario los necesitan para alguna aclaración o les reclama el juez que lleva la instrucción del caso.
Pero han aparecido varios cadáveres relacionados con su último caso en un burdel del norte de la ciudad de México y Violeta le ha contagiado a Carlos el gusto por desobedecer.