Capítulo 15

EN la foto Yonezawa llevaba puesto un abrigo negro un tanto sucio, pero vivía en un bloque de apartamentos tan grande que tenía hasta recepción, así que entrar allí no sería fácil. No sabía a qué se dedicaba, pero llevaba pistola, luego supuse que a nada bueno. Mientras lo miraba en la fotografía, con sus ojos hundidos, sentía que ocultaba algo, algún asesinato o algo similar. Alquilé un coche y me puse a vigilar la entrada del bloque de apartamentos desde un aparcamiento, a cierta distancia. Aunque también se corre el riesgo de levantar sospechas en la policía, en cualquier caso lo mejor para hacer una vigilancia es un coche. Yo esperaba que llegase un taxi hasta la puerta del edificio, pero Yonezawa salió del apartamento y se fue andando. Avanzaba arrastrando un poco la pierna y dando saltitos. Echó un vistazo inquieto a los alrededores y sin motivo aparente fulminó con la mirada a unos niños que venían andando hacia él. Tuve la impresión de que se sentía en peligro. Me bajé del coche y lo fui siguiendo, manteniendo una amplia distancia entre nosotros. Entró en la estación, se tomó su tiempo para comprar un billete y tras echar un vistazo general a la gente que lo rodeaba, fijó la mirada en una mujer con un generoso escote y ya no apartó de ella su ceño fruncido. Amplié la distancia que había entre nosotros. No parecía probable que pudiese acercarme a él hasta que no subiésemos al tren.

Al llegar al andén, Yonezawa se rascó varias veces la nuca y empezó a fijarse en una mujer con abrigo que estaba cerca. Llevaba el pelo extrañamente repeinado y tenía en las mejillas unas manchas que no se apreciaban en la fotografía. Sus zapatos estaban hechos un asco. Llegó el tren al andén, pero no venía lleno. Me mantuve a cierta distancia de él y abrí un periódico. Yonezawa no se sentó, se quedó de pie en un rincón, como abstraído.

Llevaba la cartera, bien apretada, en el bolsillo derecho de delante, pero no portaba ningún tipo de bolsa, así que no sabía dónde podría tener el sobre. Pensé que tal vez lo llevaría en el bolsillo interior del abrigo, pero no parecía factible que pudiese robárselo ahora. Sin embargo, el vagón empezó a llenarse poco a poco y yo me concentré al máximo. Me levante del asiento y me fui abriendo paso por el vagón entre los pasajeros hasta quedarme de pie delante de la puerta. En Ikebukuro se bajaron a la vez muchos pasajeros, pero subió una cantidad aún mayor y ya resultaba complicado moverse por el vagón. Por los altavoces anunciaron que estábamos llegando a Shinjuku y en cuanto se abrió la puerta los pasajeros se pusieron en movimiento. De entre toda esa masa apretujada de gente, centré toda mi atención en Yonezawa, y en cuanto pude pegarme bien a él le desabroché el abrigo y metí la mano dentro. Su desagradable aliento me daba en la mejilla. Palpé con la punta de los dedos algo parecido a un sobre, pensé que podía cogerlo y cuando por fin estiré los dedos, me di cuenta de que la apertura del bolsillo interior estaba cerrada. Y no es que tuviese un botón o una cremallera, sino que estaba claramente cosida. Sentí una leve punzada en el corazón y saqué la mano inmediatamente. Fingí que estaba subiendo de nuevo al vagón, me pegué otra vez a él y entre la multitud le abroché el abrigo. La gente seguía moviéndose frenéticamente a nuestro alrededor.

Yonezawa bajó al andén y, justo antes de que se cerrase la puerta, yo también me apeé. El corazón no paraba de latirme con fuerza. No era posible sustituir el sobre que llevaba cosido al abrigo por el que yo llevaba, y aunque provisionalmente le rasgase la costura y le robase el sobre, era del todo imposible que no se diese cuenta de ello. Continué siguiéndole, no sabía qué hacer. Se me ocurrió que quizá podría reemplazar el abrigo entero, pero además de que era imposible adquirir uno tan andrajoso, me costaba creer que no se fuese a dar cuenta de que no era el mismo.

Yonezawa dejó la estación por la salida este y se dirigió hacia Kabukichô. Caminaba balanceando todo el cuerpo e inspeccionando los alrededores con la mirada. Se tropezó con algo y perdió el equilibrio, luego se quedó mirando durante un rato a otra mujer y finalmente entró en un edificio de oficinas gris. Esperé hasta que saliera, pero aun así ese día ya no podría hacer nada. Pensé en ir a ver a Kizaki, pero no sabía dónde localizarlo. Me acordé del bloque de apartamentos de Ebisu, en cuyo buzón debía meter lo que me habían encargado, y se me ocurrió ir hacia allí. Cogí un taxi y, durante el trayecto hasta el apartamento, me venían constantemente a la cabeza los rostros de Ishikawa y Saeko. Llegué al bloque y pulsé el interfono. Tras un silencio se oyó una voz masculina. Al dar mi nombre se abrió la puerta y subí en el ascensor. Me recibió un tipo que se me quedó mirando a la cara hoscamente y luego se metió para dentro. En el apartamento había una mesa y un sofá sobre una alfombra gris; la decoración se parecía mucho a la de la oficina en la que había trabajado Ishikawa.

—¿Qué quieres? —dijo el hombre con voz turbia. Yo me quedé de pie frente a él.

—El sobre de Yonezawa está cosido al abrigo. Es imposible robárselo sin que se entere.

—¿Y a mí qué me cuentas?

—Quiero hablar con Kizaki.

—Imposible.

Me miró como si le estuviese incordiando, se sentó en una silla que había frente a la mesa y encendió el televisor. En la pantalla apareció una mujer en bañador que corría como si estuviese persiguiendo algo.

—Si yo fracaso, vosotros también estaréis en apuros, ¿no? Déjame hablar con Kizaki. Si no, la responsabilidad será solo tuya. Bueno, si no puede ser, me voy.

Mientras seguía mirando al televisor, el hombre murmuró algo y, sin dirigirme la mirada ni una sola vez, cogió el auricular del teléfono. Tras decir algo en voz baja, se apartó el auricular de la oreja, apagó la tele y resopló. Sobre la mesa había esparcidos periódicos de carreras de caballos y golosinas. Me pasó el auricular y, tras esperar unos segundos, me habló un desconocido. Al insistirle en que quería hablar con Kizaki, al principio me dijo que era imposible, pero después hubo un silencio y finalmente Kizaki se puso al aparato. Me dijo que solo tenía cinco minutos. Era realmente Kizaki, pero su voz era tan baja que no parecía la misma persona de la otra vez.

—Yonezawa lleva el sobre cosido al abrigo. Es imposible darle el cambiazo. ¿No basta con robárselo?

Hubo un breve silencio y al poco rato Kizaki se rió.

—Vaya, sí que tienes mala suerte. ¡Qué pena!

—¿Por qué?

—Porque si no puedes hacerlo, vas a morir. Eso es lo que habíamos acordado. Consuélate sabiendo que haré la vista gorda con la mujer y el crío.

—Pero si yo fracaso, ¿acaso no os irá también mal a vosotros?

—No pensaba que le tuvieses tanto apego a la vida. —Tras decir esto, Kizaki se volvió a reír. Debía de tener la boca tan cerca del auricular que se quebraba el sonido y hasta parecía que me llegaba su aliento a la oreja—. Pues no es que nos cause muchos problemas… bueno, parece ser que dentro de tres días volverá a estar por Shinjuku, así que inténtalo de nuevo. Si fracasas, mataremos a Yonezawa y le quitaremos el sobre. Tendría más valor si no lo matásemos, pero si no queda más remedio… eso es todo.

—Pero…

—Quedamos en que si fracasabas, morirías. Ése era el compromiso. Lo que he decidido es inalterable. Así de cruel es el destino. Y la tuya ha sido una vida bien dura. He estado investigando un poco sobre ti… —Al oír esto se me cortó la respiración—. No le des tantas vueltas. A lo largo de la historia han muerto cientos de millones de personas. Tú tan solo serás uno más. Todo es un juego. No te tomes la vida tan en serio. —Yo quería decir algo, pero no me salía la voz—. Ya te lo dije, ¿no? Tengo tu destino dentro de la cabeza. Y es una sensación insuperable. En cualquier caso, te quedan cuatro días para hacerlo. Es una pena pero no se puede hacer nada. Así es cómo suele acabar la gente como tú.

»Escúchame bien. Tanto si fracasas, como si tienes éxito, para mí no tiene mucha importancia. La única diferencia es que si fracasas te mataré. Así de simple. Tengo a varias personas como tú bajo mis órdenes. Tú eres simplemente uno más, un engranaje sin importancia dentro de mi organización. Lo que para los que están al mando son cosas triviales, para los que estáis abajo son heridas mortales. Así funcionan las cosas. Te lo advierto… —Kizaki se pausó brevemente para tomar aire antes de continuar—: A mí no me exijas nada, ni me hagas preguntas. El mundo está lleno de injusticias. ¿Acaso no hay montones de niños por todo el mundo que nada más nacer se mueren de hambre? Van cayendo como moscas. Así es la vida.

Tras decir esto, colgó el teléfono.

Regresé a Shinjuku, al bloque de oficinas en el que se había metido Yonezawa, a pesar de que lo más probable era que él ya no estuviese allí; y aun en el caso de que estuviese, no parecía que yo pudiese hacer nada. Así que atravesé las bulliciosas calles y la zona de hoteles y fui a salir a una urbanización desconocida, llena de bloques de apartamentos. Ya era muy tarde, pero al día siguiente era festivo y en las ventanas de muchos apartamentos aún se veía luz. Las luces se difuminaban suavemente en medio de la oscuridad y a mí, mientras alzaba la vista y las observaba, me entraron ganas de hacer algo. Noté algo extraño en el bolsillo interior del abrigo, lo saqué y resultó que llevaba dentro una cartera que no había visto en mi vida y un encendedor Zippo plateado. Dentro de la cartera había setenta y nueve mil yenes y varias tarjetas de crédito, un carné de conducir y un carné de socio de un club de golf. Se me contrajo la vista, un perro abotagado me miró y luego desapareció cautelosamente. Vi a un hombre con chubasquero que venía andando hacia mí y me extrañó porque no estaba lloviendo, pero al volver a mirar solo había una gran mancha en la pared, que ni siquiera tenía forma humana. En un estrecho callejón que torcía a la izquierda vi las luces de un pequeño bar. Me volví a guardar la cartera en el abrigo y metí el encendedor Zippo en el cesto de una bicicleta que estaba tirada en el suelo. El bar era pequeño y el letrero estaba escasamente iluminado, casi negro, así que no podía leer su nombre.

Al entrar vi que contaba con cuatro asientos frente a la barra y dos pequeñas mesas. Le pedí un whisky al barman, un hombre de aspecto desaliñado que ni siquiera me miró, y me senté en una de las mesas. En la barra había un hombre, con apariencia de oficinista y pinta de ser un cliente habitual, durmiendo con la frente apoyada en la barra, borracho como una cuba.

A través de los pequeños altavoces del bar se oía música clásica. El barman se movía distraídamente, como si escuchar esa música fuese su único objetivo en la vida. Al lado de la barra había atado un perro mestizo que permanecía tumbado en el suelo, moviendo únicamente los ojos. El barman me trajo un vaso de whisky con hielo a la mesa pero siguió sin mirarme. Mientras observaba abstraído el interior del bar, no me extrañó que ese antro no fuese popular.

Me acabé de beber el whisky enseguida y pedí hielo y una botella entera. El barman me la trajo y se volvió a la barra. No estaban allí ni Ishikawa, quien solía impedirme que bebiese demasiado, ni Saeko, quien solía animarme a beber más. Sentí que empezaba a emborracharme y el vaso que tenía ante mí empezó a verse borroso, y luego todo lo que entraba en mi campo visual también se fue difuminando.

Dentro del bar solo estaban el barman, que seguía escuchando atentamente la música, el hombre trajeado que estaba como una cuba y el chucho, que se aburría como una ostra pero que tampoco hacía nada por librarse de la correa que lo tenía atado. Yo me puse a pensar sobre mi propia muerte, y sobre qué había sido mi vida hasta entonces. Al extender la mano para robar, le había dado la espalda a todo, había rechazado cualquier tipo de colectividad, había repudiado la honestidad y la luz. Había creado un muro a mi alrededor que me ocultase, y había vivido para penetrar en los rincones de la oscuridad que surge de la vida. Sin embargo, por alguna razón pensaba que aun así me gustaría quedarme aquí un tiempo más.

El barman había tomado asiento en una silla que había detrás de la barra y tenía los ojos cerrados. Como yo no entendía de música, simplemente observaba cómo el hombre la seguía escuchando. Pensé que en mi vida había muchas cosas que no me gustaban, pero también había cosas que estaban bien, y personas que no quería que desaparecieran. Sin embargo, algunas de esas personas no habían vivido mucho tiempo y acabaron de forma lamentable. Reflexioné sobre qué había hecho con mi vida y la de los que me rodearon. Supe que el momento de mi muerte se acercaba, que mi vida acabaría pronto.

El hombre trajeado seguía durmiendo y el barman permaneció totalmente inmóvil. Me propuse seguir contemplando esa escena, a ser posible, hasta quedarme yo también dormido.