CUANDO Ishikawa me lo contó estábamos en el pasadizo subterráneo que pasa por debajo de las vías del tren. Habíamos robado unas cuantas carteras, nos repartimos el dinero en el reservado del bar y habíamos vuelto a salir a la calle, pero Ishikawa me seguía reteniendo. Hizo intención de entrar en un aparcamiento pero finalmente se puso a andar de nuevo y acabamos entrando en el túnel. De vez en cuando pasaba alguna bicicleta pero por lo demás, a esas horas de la noche, en el paso subterráneo todo estaba en silencio. Bajo unos grafitis ilegibles se acumulaban latas de café y desechos podridos de recipientes de comida para llevar. Mientras nos adentrábamos en el túnel, intentaba espantar con la mano los insectos que pasaban volando ante mis ojos. Bajo el techo, de poca altura, resonaban levemente nuestras pisadas y la grava que arrastraban consigo. Justo en el centro del pasadizo había dos pequeñas bolsas de plástico negras, de contenido desconocido. Al tocarlas un poco con el pie, el plástico tenía una desagradable elasticidad, como si fuese una masa de carne negra.
—Esperaba encontrar un sitio mejor… el bar no estaba mal, pero quizá es mejor en la calle —dijo Ishikawa, y se apoyó contra la pared del túnel. Aquel día Ishikawa había estado bebiendo más que de costumbre. Me miró a la cara y abrió la boca para decir algo, pero volvió la vista al suelo, encendió un cigarrillo y le dio dos caladas—. Estoy trabajando para una empresa —prosiguió, sin mirarme a la cara—. Bueno, quizá no sea exactamente una empresa… en todo caso, estoy metido en algo que no sé muy bien lo que es. Tal vez. —En ese momento me puse en cuclillas y encendí también un cigarrillo. Al agacharme, el faldón del abrigo quedaba a ras de suelo, así que me lo metí entre las piernas dobladas y apoyé la espalda contra la pared—. Pero es muy arriesgado… tal y como están las cosas. Lo malo no es que me puedan detener… es que me temo algo peor incluso que la muerte. Es por eso que tengo que escapar ahora, mientras siga sin conocer los detalles.
—¿Pero de qué me estás hablando?
—Escúchame. —En ese momento apareció un vagabundo en la entrada al pasadizo; al vernos se dio la vuelta y volvió a salir lentamente, como arrastrando los pies—. Mientras siga teniendo la impresión de que no es más que un trabajo a tiempo parcial, me es posible escapar. Les dije que me quería ir de Tokio. Ellos ya saben cómo soy y que no voy a ir a la policía a contarles nada. Sin embargo se enteró aquel tipo. Y mira que no soy más que uno de sus subordinados que quiere dejarlo.
—¿A quién te refieres?
—A aquel hombre que viste un día en la oficina. Parece ser que lo llaman Kizaki, aunque ése podría no ser su nombre real. Es el jefe de esa empresa, o lo que sea. —Al oír esto me inquieté un poco. Ishikawa prosiguió—: Me dijo que me podía ir, pero que antes debía colaborar en algo. Si lo hacía, quedaríamos en paz con el tema del pasaporte y todo lo demás. «Porque estoy de buen humor», me dijo. Me aseguró que pagaría mi parte, pero que le tendría que estar agradecido de por vida.
—¿Y de qué se trata?
—Atraco a mano armada.
—¡Qué dices! —Al oírlo sentí que perdía las fuerzas.
—No es lo que piensas. Para ser exactos, solo necesitan unos documentos. La víctima es un hombre mayor, un inversor, así que simularán un atraco y se llevarán el dinero y los papeles. Sí, habrá violencia; es lo que suele pasar cuando esos tíos se ponen nerviosos, que se ponen violentos.
—¿Qué tipo de documentos?
—Ni idea.
—Ahí hay algo raro… es mejor que lo dejes. —Tiré la colilla a la cuneta y me levanté.
—Bueno, pero es que lo importante viene ahora. —Ishikawa tomó aire. Una de las luces del túnel, que había estado parpadeando, al final se dio por vencida y se apagó del todo—. Dijo que tú también tenías que participar. El tío parecía saber mucho sobre ti.
—¿Qué?
—Me contó que formaste parte de la banda de Tanabe, ¿no es así? —El corazón cada vez me iba latiendo más y más fuerte—. También me dio detalles de vuestro modus operandi, cómo conseguíais información sobre las cerraduras de las casas que pensabais asaltar, si los propietarios tenían o no caja fuerte, cómo sobornabais a los informadores dándoles un tanto por ciento… Me dijo que erais unos auténticos profesionales y que por eso te quería en este golpe. Ese tío sabe bastante sobre ti.
—¿Y qué clase de tipo es?
—No lo sé. Yo pensaba que era un testaferro de la yakuza, pero parece ser que no es así. ¿Cómo te lo puedo explicar? Es un hombre muy excéntrico. Habla mucho, ríe mucho, y se rumorea que de vez en cuando comete algún asesinato.
Por la entrada del túnel apareció un hombre joven vestido con traje que iba murmurando algo. En cuanto nos vio se calló y aceleró el paso, cruzó el pasadizo y desapareció por el otro lado. En la atmósfera revuelta que dejó el joven a su paso flotaba un fuerte olor a alcohol.
—¿Y no podemos huir…?
—Está difícil. Parece ser que algunos de los que intentaron escapar de él, han muerto en el intento. Según he oído, no escatima esfuerzos. Al menos en ese aspecto sí que se parece a un yakuza.
—No te puedes fiar de él…
Por encima de nuestras cabezas pasó un tren, que supuse que sería de mercancías. Estaba tenso y sentía un ardor punzante en mi interior. Se me ocurrió que mi conciencia podría acabar por sentir únicamente esa calidez dentro de mí. Cuando la torre apareció ante mis ojos, el contorno de las sucias y negras bolsas de plástico tomó forma y se perfiló entre la oscuridad. Me quedé mirando esa basura que se asemejaba a miserables trozos de carne.
—Pero si es un atraco a mano armada, entonces… ¿habrá que matar a alguien? Ya sabes que yo…
—No, para nada.
—¿Cómo que no?
—Quieren evitar a todas costa que intervenga la policía. Además, el viejo tampoco denunciará el robo. Al parecer el dinero viene de la evasión de impuestos, y él también correría peligro si los documentos cayeran en manos de la policía. Si matamos al viejo, se abriría inmediatamente una investigación, y eso no le interesa a nadie.
—Pero… sigue habiendo algo raro —concluí. Sin embargo, empecé a interesarme por el asunto. Ciertamente, en ese momento, había una calidez punzante en mi interior.
Lo que me impulsaba, más que los problemas que le podía causar a Ishikawa si huía yo solo, era la sensación de que algo se encaminaba en una dirección equivocada. En aquella época, cuando me veía en la tesitura de tener que elegir entre dos opciones, siempre escogía la acción frente a la pasividad, y la opción que me alejase del mundo. Mientras caminaba por detrás de Ishikawa, me daba la impresión de que el tiempo iba cobrando densidad a mi alrededor, y de que algo elástico y tibio me iba oprimiendo. Me vino a la mente la imagen de Saeko y, al salir del paso subterráneo, ahí estaba la torre de hierro, en la que no había reparado hasta ahora. La parte superior de la torre se erguía en medio de la noche y soportaba las inclemencias del frío cielo.
A la hora acordada, Ishikawa llegó a la estación acompañado por Tachibana. No sabía qué tipo de relación había originalmente entre ellos dos, pero a veces Tachibana se unía a nosotros cuando salíamos a robar carteras y parecía disfrutar observándonos. Sin mediar palabra, entramos los tres en la oficina en la que Ishikawa siempre estaba solo.
La oficina estaba totalmente vacía, ya no quedaban ni mesas ni sillas. Nos sentamos en el suelo y al momento entraron tres hombres. Me puse más nervioso, no había duda de que nos habían estado siguiendo y no se molestaban en disimularlo. Ishikawa parecía no conocerlos. Cada uno de ellos llevaba una maleta, que depositaron despreocupadamente en un rincón de la estancia, como si hubiesen venido a encargarse de la mudanza.
—¿Así que sois vosotros? —dijo con voz ronca el más alto de los tres mientras se sentaba en el suelo. Parecía estar bien entrado en la cuarentena, pero las extrañas arrugas que le cubrían el rostro hacían difícil juzgar su edad—. No tenéis pinta de cagarla. Ninguno de vosotros tiene cara de santo.
Nos lanzó una botella de agua a cada uno y yo me resistí a beber de la mía pero Tachibana, en cambio, comenzó a beber sin quitarles el ojo de encima. Los otros dos hombres rondarían la treintena, eran de estatura y complexión media, y al igual que el más alto tenían en la cara unas llamativas arrugas; uno de ellos llevaba la cabeza rapada y el otro un corte de pelo al estilo militar, y ambos llevaban puestas sendas cazadoras algo sucias.
—Ahora os vamos a explicar cómo irá la cosa, el golpe será hoy mismo —continuó el hombre alto—. Ya sé que es un poco precipitado, pero preferimos hacerlo así no vaya a ser que os entre el pánico y lo vayáis contando por ahí… así que haceos a la idea. Cada uno recibirá cinco millones de yenes, supongo que no habrá quejas. —La cantidad era inexplicablemente elevada. Miré a Ishikawa, pero éste se mostraba impasible, igual que Tachibana. Yo decidí permanecer en silencio mientras miraba al hombre que seguía hablando—. Supongo que más o menos ya os lo habrá contado Niimi, pero os recuerdo que lo más importante es que durante el atraco no digáis ni una sola palabra; solo hablará Niimi.
En cuanto el tipo alto hubo dicho esto, se abrió la puerta y entró aquel hombre, Kizaki. No solo me pilló desprevenido a mí, los tres hombres también parecían sorprendidos. Vestía un traje negro de marca para mí desconocida, llevaba puestas unas gafas de sol y en la muñeca izquierda lucía un reloj de pulsera de marca también desconocida. En el cuello tenía una llamativa cicatriz morada. El hombre alto se dirigió a él para decirle algo, pero Kizaki lo acalló con un gesto de la mano.
—Hoy no tengo nada mejor que hacer —explicó, y retorció el rostro en un gesto similar a una sonrisa.
Los hombres enmudecieron y se prolongó un silencio tan profundo que hasta podía oír mi propia respiración. Se me contagió el nerviosismo de los tres subordinados y seguí con la mirada sus movimientos. Kizaki nos observaba con cara alegre en medio de aquel prolongado silencio. Por alguna razón inexplicable atraía las miradas de todos, parecía que de su cuerpo fluyese algo, una especie de electricidad que transmitía por el aire. Me notaba la piel tensa, dolorida.
—Por fin nos vemos —dijo finalmente, dirigiéndose a Tachibana y torciendo el labio. Parecía animado, no daba la impresión de ser la misma persona que yo había visto anteriormente en la oficina. Tachibana intentó sonreír para mostrarse imperturbable, pero lo delataba el sudor. Kizaki se dirigió a los otros hombres—: Bueno, como esto es muy importante… a ver, no es que no confíe en vosotros ni nada de eso. Hasta ahora habéis realizado a la perfección cualquier cosa que os hemos encargado. Pero a partir de ahora hablo yo, ya que tengo tiempo libre.
Los tres hombres asintieron con la cabeza y Kizaki se sentó relajadamente en el suelo entre ellos y nosotros. Yo tenía la garganta seca, así que me llevé a la boca la botella que nos habían dado antes. La distancia que había entre Kizaki y nosotros era demasiado corta.
—Lo más importante en un delito es la planificación. Los que cometen un delito sin ninguna planificación son unos idiotas. —Tras decir esto, por alguna razón, Kizaki se me quedó mirando a la cara—. Pero si cometen crímenes es precisamente porque son idiotas. Es algo inevitable. Pero, por el contrario, las personas realmente brillantes tampoco hacen caso de las leyes. O mejor dicho: si no hubiese leyes, cometer delitos sería más aburrido. ¿Entendéis? —Kizaki seguía sin quitarme el ojo de encima. Yo no sabía qué decir, así que simplemente permanecí en silencio—. Y después viene el coraje. ¿Conocéis la novela Crimen y castigo? Bah, cómo la vais a conocer… pues ese Raskólnikov no tenía coraje.
Kizaki apenas movió un poco el cuerpo y, sin girarse, golpeó violentamente al hombre del corte militar, que estaba a su espalda. No me esperaba algo así pero me esforcé en no mostrar mi sorpresa. El del corte militar cayó al suelo y quedó tendido de lado, pero Kizaki siguió dándole puñetazos a la altura de la oreja, como si quisiera dejarlo clavado al suelo. Un potente sonido retumbaba una y otra vez. Mientras intentaba respirar lo más silenciosamente posible, algo me decía que lo mejor era no mover ni un músculo.
—Hay que mantener la calma aunque veáis algo así de repente.
El hombre al que había golpeado se fue incorporando poco a poco y, con la cara algo hinchada, retomó su posición anterior. Cuando Kizaki volvió a girarse hacia nosotros, observé que la expresión de su rostro permanecía impasible, pero respiraba con cierta dificultad por la boca. Daba la impresión de que más que una respiración entrecortada como resultado del esfuerzo de los golpes, había cierto tinte de satisfacción en ella, así que aparté la vista.
—Bueno, en pocas palabras, aunque quizá repita lo que ya os han dicho: en primer lugar, vosotros dos no digáis ni una palabra. Vamos a ir a la casa de un viejo inversor. Ese viejo es un claro ejemplo de esos cerdos que pululan a sus anchas por el mundo. —Volví a mirar hacia el hombre del corte militar, pero cuando nuestras miradas estaban a punto de cruzarse, vacilé y no supe adónde mirar. La voz de Kizaki, a pesar de ser baja, emergía con claridad entre los ecos de la violencia que aún flotaban en el ambiente. Debajo del traje llevaba una camisa blanca de alguna marca que no reconocí—. Como os van a llevar en coche, no hace falta que sepáis la dirección, pero tenéis que memorizar la distribución de la vivienda. Es bastante grande.
En cuanto Kizaki dijo esto, el hombre alto sacó un plano. Le temblaban un poco las manos. Parecía que ninguno de los tres hombres había digerido aún la idea de que Kizaki estuviese allí presente. Tanto el que había sido golpeado como el de la cabeza rapada permanecían inmóviles como si estuviesen petrificados. Lo único que hacían era mirar fijamente la espalda de Kizaki mientras el sudor les caía a chorros.
—En esta casa vive el anciano inversor junto con una mujer, que es algo así como su asistenta del hogar a la vez que amante. La esposa del viejo no está en la casa. Es decir, solo hay dos personas. Antes ya había tenido otras dos mujeres así, pero se quedaron embarazadas y lo dejaron. También tiene una secretaria, pero esta semana se ha cogido vacaciones y está fuera de Japón.
»Vuestra misión es intimidar y atar a la mujer para que no suponga un estorbo; es decir: labores de asistencia. Solo Niimi podrá amenazarla verbalmente, hablando como si fuese chino. Supongo que ya os lo habrán explicado antes. Además, vosotros ya tenéis experiencia en atracos a mano armada —Kizaki miró hacia Ishikawa y torció el labio; Ishikawa asintió levemente—. Como es de esperar, la amante es muy atractiva, pero ni se os ocurra haceros ilusiones. No creo que a vosotros os falten las mujeres. Pero en todo caso, como os vamos a pagar cinco millones de yenes, con eso os podréis tirar a todas las que queráis. Sí, la recompensa son cinco millones. Nada que objetar, ¿verdad? —Ya era la segunda vez que nos lo decían, pero asentí con la cabeza.
»Los mafiosillos de poca monta de por ahí son unos lerdos, no me sirven. En cuanto ven a una mujer pierden el control. Van dejando saliva o semen, la matan a la mínima, y si la mujer se resiste y les araña le quedan restos de piel en las uñas. —Cuando dijo esto, los otros tres hombres rieron un poco, como en respuesta—. Y aunque se les reparta el botín, siguen haciéndose más ilusiones. Pero creo que no tengo que preocuparme por vosotros. No sois tontos y además, según me contó Tanabe, Nishimura no da problemas a la hora de repartir el dinero. —Hice un esfuerzo por mantenerme impasible, pero no podía evitar que el sudor me corriese por el rostro. Nishimura era mi verdadero nombre, y yo no se lo había dicho a nadie en aquella habitación, ni siquiera mis amigos lo conocían. Intenté mirar a Ishikawa, pero no pude establecer contacto visual con él. Kizaki dirigió la vista hacia Tachibana y siguió hablando—: A ti no te conozco, pero creo que no habrá problemas. Eres ambicioso. Eso salta a la vista. Las personas ambiciosas no arriesgan la vida cuando hay tal cantidad de dinero de por medio. Bueno, mirad el plano. Aquí está el dormitorio de la mujer. Según las escuchas que hemos llevado a cabo, el viejo llama a la mujer para que vaya hasta su propia cama, pero él mismo no va nunca a la de ella. Por lo tanto vosotros tres, en cuanto entréis en la casa, os dirigiréis a esa habitación y ataréis a la mujer. En el caso de que ella no estuviese en su habitación, iréis inmediatamente a la del viejo y la inmovilizáis allí. No tenéis que tratar con el viejo para nada. Centraos simplemente en atar a la mujer. Y aseguraos de que no grite. Así de sencillo.
Cada vez suspiraba más al hablar, como si estuviese cansado. El hombre alto hizo ademán de tomarle el relevo, pero Kizaki lo detuvo con un gesto de la mano. En ese momento, la cicatriz morada que tenía en el cuello parecía más grande.
—En realidad, este asunto es tan interesante que hasta me entran ganas de participar en él yo mismo. El anciano inversor tiene metidos en su caja fuerte ochenta millones de yenes, fruto de la evasión fiscal. Además, también guarda ahí unos documentos que para nosotros son muy importantes. Ellos amenazarán al viejo y harán que les abra la caja fuerte. Vosotros no hace falta que intervengáis en esto y, si puede ser, es preferible que tampoco miréis. Aunque quizá eso sea imposible. A la mayoría de hombres les pasa con el dinero lo mismo que con las mujeres bellas, que se les va la vista inconscientemente. Para intimidarlos usaréis espadas japonesas. Para atemorizar de verdad a alguien son mejores que las pistolas, además no hacen ruido. Luego os entregaré la soga con la que ataréis a la mujer. Es el mismo tipo de cuerda que usó hace un mes una banda de atracadores chinos. Las ropas, guantes y calcetines que os pondréis también son artículos que solo se venden en China. Y además una de las prendas en realidad la llevaba puesta uno de esos atracadores chinos. Mis hombres ya se encargarán de que se les enganche convenientemente la ropa en una puerta, dejando así muestras del tejido en la habitación. Como llevaréis puesto un casco que os cubrirá toda la cara, no se os podrá caer al suelo ni una pestaña. También hemos preparado dos tipos de calzado: unos con las suelas desgastadas y otros idénticos a los que usó aquella banda de atracadores. Todos los miembros de esa banda han sido ya liquidados por ciertos tipos de Shinjuku, y no quedan de ellos ni los huesos. Aunque el viejo decidiese autodestruirse comunicándole a la policía lo de la evasión fiscal y los documentos, a la policía le costaría mucho trabajo llegar hasta la banda de atracadores; y como éstos ya están muertos, la investigación no podría continuar. Es una de las condiciones para un crimen perfecto: camuflarlo como el crimen de alguien que ya no está en este mundo.
»No va a haber ningún asesinato, así que podéis estar tranquilos. Si lo hubiese, la policía se emplearía a fondo y pondrían a investigar a un montón de detectives. No tenemos ninguna necesidad de hacer algo tan estúpido. Es mejor dejar al viejo y a la mujer vivos para que den información contradictoria a la policía. Y lo más importante es que el viejo no sabe que lo que nosotros queremos en realidad son esos documentos.
»No habrá ningún elemento que nos delate —prosiguió Kizaki tras detenerse para inspirar profundamente—. El golpe será realizado con tal precisión que en estos momentos ya se puede decir con total seguridad que dentro de unas horas ese viejo se va a quedar sin su dinero y sin los documentos. Aun en el caso de que alguno de vosotros metiese la pata y dejase alguna prueba, no hay nada que os relacione conmigo. A partir de hoy esta oficina dejará de existir. Aunque os detengan y contéis algo, lo único que podéis decir es que estabais colaborando con unos misteriosos desconocidos. Y en realidad así es. Si a pesar de todo habláis con la policía y colaboráis en la investigación, lo más seguro es que paséis una temporada a la sombra acusados de atraco a mano armada. Dentro de la cárcel tenemos colegas entre los convictos, gente que estaría encantada de poder hacernos un favor. Y si lográis salir con vida, la muerte os llegará en cuanto pongáis un pie en la calle. Será una muerte repentina, inesperada, apuñalados por una mujer en medio de una muchedumbre, o tras ser disparado desde la distancia, o acuchillado súbitamente dentro de un ascensor por alguien con quien parecía que habías coincidido allí dentro por casualidad. En resumen: lo que tenéis que hacer es no cometer ningún error; no dejar que os atrapen; y finalmente recibir el dinero con gratitud. Eso es todo.
Al acabar de hablar sus labios se relajaron y se encendió un cigarrillo. En la oficina vacía reinaba el silencio hasta que resonó con fuerza el sonido ocasionado por el hombre alto al abrir su botella de agua. Al ver a Kizaki fumando me pregunté por qué no había fumado yo nunca en esa oficina. La cara del hombre con el corte militar me parecía aún más hinchada. Tachibana tomó un poco de aire y abrió la boca como para vocalizar su oposición. Ishikawa permaneció en silencio.
—Me gustaría preguntar un par de cosas, solo para asegurarme… primero, el coche que vamos a usar, ¿es seguro? ¿Y cómo vamos a abrir la cerradura de una casa tan enorme? Y también… sobre nuestra parte… ¿cuándo nos la pagaréis?
Kizaki se aclaró la garganta con gesto cansado y apagó el cigarrillo. Hizo un movimiento con la mano y el hombre alto empezó a hablar.
—El coche es una furgoneta robada, pero un excelente falsificador le ha cambiado el número de identificación del vehículo. Aunque nos paren en algún control, mi permiso de conducir falsificado coincide con los papeles del coche. Y si toman nota del número de matrícula, como corresponde a un vehículo que no existe, no pueden llegar hasta mí. Además, nosotros ya sabemos dónde van a estar colocados hoy los controles. También conocemos las posiciones de los radares y de las cámaras de reconocimiento automático de matrículas. ¿Qué era lo otro?
—La cerradura… y también cuándo nos pagaréis.
—Vuestra parte la recibiréis en la furgoneta, cuando ya haya acabado todo. Es más seguro, incluso para vosotros mismos, que citarnos después en cualquier sitio. En cuanto a la cerradura, ya tenemos un duplicado de la llave. Es una puerta que cuesta bastante de forzar, y no podemos permitirnos abrirla haciendo ruido en medio de la noche.
Kizaki se puso en pie y al instante se levantaron los otros tres hombres, dando por concluida la reunión. Yo quería preguntarle por qué no se encargaban del asunto esos tres tipos que tenía delante, por qué nos lo encargaba expresamente a nosotros, pero era incapaz de abrir la boca.
—¿Está claro? —dijo Kizaki con una voz débil, como si ya hubiese perdido todo el interés en la conversación—. Recordadlo bien: no todos los delitos son iguales. Un atraco a mano armada sin ninguna planificación es el colmo de la estupidez; la ganancia es pequeña y el riesgo es enorme. Estos tres tíos que irán con vosotros antes trabajaban así, pero yo les enseñé el sistema como es debido. Si conoces la forma de investigar de la policía y la utilizas a la inversa, automáticamente obtienes un método para que no te pillen. Lo fundamental es la planificación. En vez de dedicaros en sigilo a cosas sin importancia, usad bien la cabeza. Obviamente, ahora vais a ir a casa de ese viejo, porque yo he ordenado que así sea. Mientras dure el atraco, prestad atención a todo cuanto suceda y disfrutadlo, puesto que vais a saborear algo que el resto de la gente no experimentará nunca en su vida.