Noveno carnaval

En el cementerio hay solo paraguas negros.

En este día sin sol, parecen sombras invertidas, proyecciones de la tierra, pensamientos lúgubres que bailan sobre las personas que, ahora que la ceremonia ha terminado, se alejan despacio buscando poner, con cada paso, un poco más de distancia entre ellos y la idea de la muerte.

El hombre ha visto el ataúd descender en la fosa sin que ninguna expresión alterara su rostro. Es la primera vez que asiste al funeral de una persona a la que ha matado. Lo lamenta por ese hombre, lo lamenta por la reservada compostura de la mujer que le ha visto desaparecer en la tierra húmeda. La tumba que le ha acogido, junto a la del hijo, le ha recordado otro cementerio, otra hilera de tumbas, otras lágrimas, otros dolores.

Del cielo cae una lluvia sin cólera y sin viento.

El hombre piensa que las historias se repiten hasta el infinito. A veces parecen concluir, pero no, solo cambian los protagonistas. Los actores cambian, pero los papeles siguen siendo los mismos, el hombre que mata, el hombre que muere, el hombre que no sabe, el hombre que al fin comprende y está dispuesto a pagarlo con la vida para que ello suceda.

A su alrededor, una multitud anónima de comparsas, gente sin importancia, estúpidos portadores de paraguas de colores, que no sirven de amparo sino solo para mantener un precario equilibrio sobre un hilo tenso, tendido lo bastante alto para no ver que bajo sus pies la tierra está sembrada de tumbas.

El hombre cierra el paraguas y deja que la lluvia caiga sobre su cabeza. Se aleja hacia la entrada del cementerio y deja en el suelo la marca de sus pasos, huellas que se confunden con otras. Como todos los recuerdos, tarde o temprano se borrarán.

Envidia la paz y el silencio que permanecerán en ese lugar después de que todos se hayan ido. Piensa en todos esos muertos inmóviles en sus ataúdes, con los ojos cerrados, los brazos cruzados sobre el pecho, los labios mudos, sin voces que interroguen al mundo de los vivos.

Piensa en el consuelo del silencio, de la oscuridad sin imágenes, de la eternidad sin futuro, del sueño sin sueños y sin despertares repentinos.

El hombre siente que la piedad por sí mismo y por el mundo le llega como un soplo de viento, mientras alguna lágrima sale al fin también de sus ojos y se mezcla con la lluvia. No son lágrimas por la muerte de otro hombre. Son lágrimas saladas de añoranza por el sol de otro tiempo, por los pocos relámpagos de emoción de un verano que pasó en un santiamén, por los únicos momentos felices que recuerda, tan lejanos en su memoria que parecen no haber existido nunca.

El hombre cruza la verja del camposanto como si temiera oír, de un momento a otro, una voz, más voces, que le llaman, como si más allá de este muro existiera un mundo de personas vivas al que él no tiene derecho a pertenecer.

De golpe, presa de un pensamiento súbito, vuelve la cabeza para mirar atrás. Abajo, hacia el fondo del cementerio, encuadrado en la perspectiva de la verja de acceso como en una diapositiva, solo ante una tumba recién excavada, hay un hombre vestido de oscuro.

Le reconoce. Es uno de los que le persiguen, uno de los perros de boca humeante, enardecidos por su carrera y sus ladridos desafiantes. Imagina que ahora estará todavía más decidido, todavía más feroz. Querría poder volver atrás, acercársele y explicárselo todo, decirle que en él no hay ferocidad, no hay venganza, sino solo justicia. Y el sentimiento de absoluta certeza que únicamente la muerte puede dar.

Mientras sube al coche que le llevará lejos de allí, se pasa una mano por el pelo mojado por la lluvia.

Querría explicar, pero no puede. Su tarea no ha terminado.

Él es uno y ninguno, y su tarea no terminará nunca.

Sin embargo, mientras mira por el cristal de la ventanilla a toda esa gente que se aleja de un lugar de dolor, mientras mira esos rostros compuestos en necias caras de circunstancia, se hace una pregunta que es producto de su cansancio, no de su curiosidad. Se pregunta quién será, entre todos ellos, el hombre que irá a anunciarle que por fin todo ha terminado.