XI

LOS SACRIFICADOS

NO supimos hasta mucho tiempo después lo que había ocurrido en Madrid. A la casa del verdugo no llegaba noticia alguna.

El padre Madruga había muerto; pero, sin duda, era personaje de vida misteriosa y no se quiso hacer luz sobre su pasado.

Respecto a nuestra conspiración, quedó en la oscuridad. Solamente los triángulos 12 y 13, al ver que no podían denunciar el complot entero porque nos habíamos dado cuenta de su traición, delataron al comisario don Vicente Ramón Richart.

Richart, al saber que iban a prenderle por sospechoso, quemó todos los papeles comprometedores que guardaba y fue a casa de dos sargentos de Infantería de Marina, que formaban el triángulo con él.

Les dijo que estaban descubiertos, que se salvaran, que hicieran desaparecer todo papel comprometedor, y aquellos miserables, que eran precisamente los traidores, le pusieron una pistola al pecho y lo prendieron.

El Gobierno recompensó a los sargentos y pagó las delaciones a buen precio. Se encarceló al cirujano don Baltasar Gutiérrez, al empleado don Juan Antonio Yandiola y al general O’Donojú.

Richart, Gutiérrez y Yandiola sufrieron el tormento en el potro; pero, como hombres de alma fuerte, no confesaron nada.

Pocos días después la policía prendió al sargento de Húsares Vicente Plaza, a un ex fraile, guerrillero de la Independencia, llamado fray José, conocido por sus ideas liberales y amigo de Richart, pero que no había entrado en la conspiración; a don Francisco Esbriz y a algunas otras personas.

El Gobierno no pudo averiguar de dónde había partido el complot ni quiénes lo dirigieron.

El 6 de mayo de 1816 don Vicente Ramón Richart y don Baltasar Gutiérrez, después de sufrir el martirio, fueron ahorcados y luego descuartizados por maese Juan, el verdugo de Madrid. Las cabezas de los dos conspiradores, separadas del tronco, quedaron expuestas al público en la Puerta de Alcalá, punto que se suponía había de ser teatro de la conspiración abortada.

Meses después, el 4 de julio del mismo año, fueron ahorcados en la plaza de la Cebada el sargento de Húsares Vicente Plaza, el guerrillero fray José y don Francisco Esbriz. Yandiola y O’Donojú fueron absueltos.

Después del fracaso de esta conspiración, y poco tiempo más tarde, se descubrió que Renovales estaba en Bilbao y que intentaba un movimiento. Aquello debió de obedecer a una maniobra de agentes provocadores por el estilo de Couzier; luego se supo que Regato y su mujer habían estado en Bilbao y dado un banquete el día de San Joaquín a los amigos de Renovales; banquete en el cual se brindó por la Constitución, por la muerte de Fernando y por Carlos IV.

Para denunciar estos hechos fue a Madrid un tal Juan Antonio Carrera, probablemente enviado por Regato.

Los conspiradores de Bilbao, Renovales, Olavarría, Colombo, Olalde, Acebedo, tuvieron que andar huyendo a salto de mata, escondiéndose por el campo en las chozas y en las cuevas, hasta que se refugiaron en Francia; Arquez se marchó a Gibraltar; Istúriz tuvo que escapar de Cádiz.

Paulino Couzier y Regato habían vendido a todos.

Se formó causa a muchas personas por cómplices en la conspiración de Bilbao, y en pueblos como en Pamplona y en Tolosa hubo gente atrevida que entró en el Juzgado, robó los procesos y les prendió fuego.

Aviraneta, María, Conchita y yo estuvimos quince días ocultos en casa de maese Juan, el verdugo. Aviraneta se dejó las patillas y yo la barba.

Pasadas dos semanas pensamos que la vigilancia de la policía habría aminorado. Con esta idea hicimos que María y Conchita tomaran la diligencia y se encaminaran hacia Portugal y nos esperaran en Lisboa.

Una semana después Aviraneta se entendió con una partida de contrabandistas, y en unión de ellos entramos en Portugal.

Al llegar a Lisboa, un agente realista debió de sospechar de nosotros y nos denunció y nos persiguió, y nos vimos tan en peligro, que tuvimos que tomar un barco inglés que iba a Gibraltar. De aquí fuimos a Marsella y de Marsella, a París.

Dimos cuenta de nuestra gestión a la Junta y del dinero gastado, y yo me casé con Conchita. No tenía ganas de más conspiraciones ni de más enredos.

—Y ahora, ¿qué proyecta usted, Aviraneta? —le dije.

—Me voy a Méjico, a ver si hago un poco de dinero.

—¿Y después?

—Después a España. Yo no cedo. Hasta que no le vea ahorcado a Fernando VII, o por lo menos muerto por cualquier otro procedimiento, no estaré tranquilo…

—Y María Visconti, ¿qué fue de ella? —preguntamos Arnao y yo a un mismo tiempo.

—María entró en un convento de Austria. Antes tuvo memoria y envió una miniatura con un retrato suyo y una cantidad de dinero bastante grande al Majo de Maravillas, el chispero.

De todos nosotros no hubo más que uno que siguió en la brecha: Aviraneta.

Hace dos años me decían que había tramado un proyecto para ir a Azcoitia y quemar la casa de Don Carlos estando el Pretendiente dentro.

No me choca. Aviraneta es un liberal y un patriota monomaníaco. Ha presenciado tantos horrores, tantas brutalidades, que su alma está enconada y siempre intranquila…

—¡Pero qué energía indica eso! —dije yo.

—¡Ah! ¡Ya lo creo! —exclamó el barón—. El liberalismo en España ha tenido y tiene figuras admirables; pero nuestra historia de hoy es la historia de un país pobre, exhausto, aniquilado por tres siglos de aventuras en América… A nuestros hombres les ha faltado el pedestal…, la masa, el pueblo… y también la cultura.

Estuvimos todos un momento sin hablar, embebidos en nuestras reflexiones.

—Bueno, caballeros, vámonos —dijo González Arnao.

Salimos los cuatro del Rocher de Cancale y fuimos a dar una vuelta por los bulevares. Al día siguiente volvía yo a Bayona.