III

GENTE DE LA CAMARILLA

MARÍA Visconti seguía con la idea fija de realizar su venganza. Tenía un gran sentido de la maquinación y de la intriga.

Se había hecho amiga de unas monjas y de una francesa llamada Luisa, que se enriqueció en poco tiempo siendo el ama de llaves del ministro de Gracia y Justicia don Pedro Macanaz.

Luisa y el ministro hicieron magníficos negocios vendiendo empleos.

Terciaba Luisa cuando vacaban los destinos más lucrativos, averiguaba quiénes eran los pretendientes y se entendía con ellos.

Ajustada la cantidad, que se despositaba en casa de un comerciante de la calle de la Montera, don Carlos Doyt, la plaza recaía, como era natural, en el designado por doña Luisa.

Durante el tiempo en que Macanaz fue ministro se hizo este sencillo tráfico, hasta que se descubrió el chanchullo y el hombre fue enviado desde el ministerio al castillo de La Coruña.

Si hubiera sido liberal lo hubieran ahorcado; pero Fernando VII tenía una manifiesta simpatía por los pillos; probablemente por pertenecer él a la cofradía.

La maquinaria inventada por Macanaz y su ama de llaves, doña Luisa Robinet, no desapareció, y fue a parar a unas monjitas que se entendían con uno de la camarilla llamado Corpas.

María fue a visitar a Corpas y nos contó lo que habían hablado.

—Le he dicho que mi marido está sin destino; hemos conversado largo rato, y me ha indicado que vuelva —nos dijo—. Uno de ustedes tendrá que acompañarme otro día.

—¿Cree usted que hay que ir? —le pregunté a Aviraneta.

—Sí —contestó él—. Estamos expuestos a que nos engañen y a que intenten jugar con nuestra baraja. Juguemos nosotros también con la suya.

—¿Pero podremos desenvolvemos? —pregunté yo.

—Sí; no tenemos que dar explicaciones a nadie. En estos casos hay que defenderse como el calamar, oscureciendo el agua de alrededor.

María y Aviraneta se trasladaron a otra casa de huéspedes. Aquí recibieron la visita de un tal Freire, que luego fue intendente de Hacienda de Don Carlos.

Freire, María y Aviraneta fueron a casa de Corpas, que vivía en la plaza de los Afligidos.

Según me dijo María, Aviraneta se presentó como víctima de los masones, barajando en su charla los nombres de una porción de curas y de frailes.

Al parecer, el haber estado en la guerrilla de Merino le servía muy bien.

Cuando le vi a Aviraneta le pedí noticias de su entrevista con Corpas.

Me dijo que se había reducido a hablar acerca del estado de España, pero que tenía la impresión de que Corpas pensaba utilizarle de algún modo.

—¿Qué clase de hombre es? —le pregunté.

—Es un hombre de cuidado —me contestó.

—¿Sí?

—Un tipo muy inteligente, muy sutil, de estos ambiciosos y atrabiliarios cuya única idea es subir, y que disfrazan sus ansias de poder con el manto de la religión. Es capaz de todo.

—¿De todo?

—Creo que sí.

—¿Qué aspecto tiene?

—Tiene un aspecto de hombre dueño de sí mismo. Muy pálido, muy frío. Conoce a la perfección varios idiomas y disimula su acento andaluz hablando casi como un extranjero.

—¿De dónde es él?

—Es granadino.

—Un andaluz de estos fríos… será terrible. Aviraneta se enteró en seguida de todos los detalles de la vida de Corpas.

La manera de llegar este hombre a ser familiar de Fernando VII indicaba su gran audacia.

Al parecer, después de haber sufrido, recién llegado de Granada, una época de paria miserable y hambriento en Madrid, Corpas se elegantizó un poco y se metió en Palacio con otros muchos pretendientes que no podían pasar jamás a ver al rey.

Era durante la privanza de Ugarte, el favorito que había sido basurero y que compartía la confianza de Fernando VII con una persona tan distinguida como Chamorro, Pedro Collado, el ex aguador de la fuente del Berro.

Un día Corpas, cansado de esperar, se decidió; se puso el tricornio como lo llevaban los palaciegos y entró en la cámara regia. Saludó al favorito Ugarte con desembarazo.

Ugarte creyó que aquel hombre pasaba con la venia del rey; Corpas, al entrar Fernando, avanzó al mismo tiempo que el favorito y le besó la mano.

El monarca pensó que el nuevo cortesano era algún amigo y protegido de Ugarte.

Cuando Ugarte supo que nadie había presentado al audaz palaciego, intentó prenderlo y llevarlo a pudrirse a un calabozo; pero Corpas se contaba ya entre los amigos de Fernando y entre los íntimos de Don Carlos.

En su conferencia con Aviraneta, Corpas parece que comprendió que tenía delante un hombre útil, y quiso aprovecharlo. Le dijo que volviera a su casa solo, y en la conversación que tuvieron los dos le habló de que sería conveniente saber si se conspiraba en Madrid, y le indujo a que, en unión de Freire, hiciera algunas averiguaciones.

A los ocho días, Aviraneta era el hombre de confianza de Corpas.

Corpas tenía a Aviraneta por un hombre útil y cándido, cuyos servicios iba a aprovechar y a pagar con esperanzas.

Aviraneta le daba informes confusos a Corpas, y este le aconsejaba que entrara, que se metiera en los rincones donde se conspiraba, a enterarse de lo que ocurría.

Aviraneta le pidió a Corpas un papel autorizándole para hacer investigaciones en los centros masónicos y revolucionarios, y Corpas se lo dio, escrito por una letra que no era la suya, y como hombre que no reparaba en medios, falsificó la firma del superintendente de policía.