II

PROYECTOS DE REGICIDIO

NO sé si ustedes conocerán ese barrio que hay en Madrid entre la calle Mayor y la plaza de Oriente. Es un barrio pequeño, con callejuelas estrechas y cortas, que tiene dentro dos iglesias, la de Santiago y la de San Nicolás.

Se encuentran por allí la calle de la Almudena, la del Rebeque, la de Noblejas, la de Requena, la de los Autores, la de la Cruzada y otras.

Yo no sé cómo estarán ahora, porque hace mucho tiempo que no he ido a Madrid; pero entonces eran callejones con casas pequeñas, pobres y de mal aspecto; el piso, con hoyos, sin empedrado y sin aceras, por donde se formaba un lodazal inmundo con las lluvias invernales.

Aviraneta, como madrileño nacido en el barrio, lo conocía muy bien.

En el tiempo que anduve por él no me di cuenta clara de la topografía de sus encrucijadas, de las vueltas y revueltas de este rincón de Madrid.

En una de estas revueltas, al final de la calle que se llama del Rebeque, que tiene una escalinata, hay otra calle con un solo edificio, la del Viento, y en esta alquiló Aviraneta una guardilla.

Esta casa de la calle del Viento se hallaba en la parte más alta del barrio, y dominaba el Palacio Real, la plaza de la Armería y el Cubo de la Almudena.

Era una casa vieja, amarillenta, de tres pisos, que daba a la parte posterior del cuartel de Alabarderos. No tenía vecindad enfrente, sino un pretil de piedra. No había que temer allí miradas de curiosos ni de gente indiscreta.

Por dentro, la casa era espaciosa. Hasta el tercer piso tenía una escalera bastante ancha y fuerte; pero para llegar a la guardilla no había más que una escala de cuerda y de madera, con un barandado también de cuerda.

La causa por la cual Aviraneta había alquilado esta guardilla era la siguiente: Hacia principios de marzo se nos dio el informe de que algunas tardes el rey bajaba del coche en la Puerta de Alcalá con sus favoritos el duque de Alagón, Lozano de Torres y Chamorro.

Allí, escoltado por varios guardias, daba un paseo a pie hasta las Ventas. Los conjurados de los triángulos primero y tercero pensaban ser este el momento más favorable para prenderle y matarle.

Antes también habíamos discutido el proyecto de entrar en Palacio valiéndonos, si era necesario, de un afiliado nuestro que se llamaba Negrillo, administrador de las encomiendas del infante don Antonio; pero tuvimos que abandonar el proyecto por impracticable.

En esto el triángulo primero propuso en su comunicación el plan de acabar con Fernando en casa de una buena moza, adonde solía ir por las noches, disfrazado, en compañía del duque de Alagón.

Esta buena moza, Pepa la Malagueña, era muy conocida en el barrio de Puerta de Moros, y vivía en una callejuela cuyo nombre no recuerdo, pero que estaba entre Puerta de Moros y Puerta Cerrada. La voz pública afirmaba que el rey visitaba a la Malagueña diariamente.

La muerte del tirano en casa de su querida hubiera sido un final digno de su vida miserable. Como es natural, no se sabía si la noticia era cierta, o no.

Contestamos a los triángulos pidiéndoles puntualizaran sus proyectos. Desechamos el de la Puerta de Alcalá por imposible y nos dedicamos al otro.

Se hicieron gestiones para averiguar quién era Pepa la Malagueña. Se supo que el padre había sido guarda del monte de Riofrío, y que una hermana de la Pepa tenía amores con un alabardero. Se comprobó lo de las visitas de Fernando.

Considerado el proyecto como viable, Aviraneta se decidió a estudiarlo, y entonces alquiló la guardilla de la calle del Viento, desde donde se veía Palacio y la plaza de Armas.

Su plan era apostar treinta hombres durante varios días en una taberna de Puerta Cerrada.

A estos hombres se les avisaría cuando el rey estuviera en casa de la Malagueña por una ventana de la casa de huéspedes de Aviraneta, que daba a la calle de Cuchilleros.

Desde la guardilla de la calle del Viento podía espiarse de noche la salida del rey. Aviraneta había pensado un sistema de señas por luces. Desde la guardilla de la calle del Viento se veía una torre pequeña de la casa de la familia de Aviraneta, en la calle del Estudio de la Villa, y desde aquí, el tejado de la casa de huéspedes de la Plaza Mayor. De una guardilla a otra era fácil dar una seña con luces, y desde la ventana de la calle de Cuchilleros se avisaría a los conspiradores, que se reunirían en la taberna de Puerta Cerrada. Si se llegaba a matar al rey, se avisaría a todos los conspiradores para que saliesen armados a la calle.

En esto, el número dos del triángulo quinto nos comunicó que tenía la sospecha de que habían entrado traidores en la Sociedad, y que estos él suponía eran un francés y dos sargentos.

Al saber lo del francés pensamos en seguida en Paulino Couzier; respecto a los sargentos no teníamos pista alguna.

Alarmados, decidimos redoblar la vigilancia y avisar a los cabezas de los triángulos que esperasen unos días sin comunicar.

Abandonamos el cajón de zapatero y dijimos que el punto para la correspondencia se fijaría de nuevo. Había que esperar una ocasión, sin avanzar ni retroceder.

A mediados de marzo se presentó Aviraneta en mi casa con un tal Arquez, militar amigo de Renovales, que venía de Bilbao.

Arquez se hacía llamar Francisco Ruiz, y otras veces, Jorge Calleja. Era un hombre bajito, grueso, canoso, de cara abultada y picada de viruelas, y la voz, bronca y dura.

Cuando se le explicó lo que se había hecho quedó el hombre maravillado, porque el buen Arquez no se distinguía ni por su inteligencia ni por su astucia.

Se le exhortó a que se callara, y él prometió no decir nada aunque lo asparan. Iba a despedirse de nosotros cuando vio a Marta Visconti, y tal fue su entusiasmo, que dijo que inmediatamente que hiciera su comisión tenía que volver a Madrid.

Efectivamente, así lo hizo, y se convirtió en un mastín de la italiana.

Aviraneta le llamaba el Perrete.