XI

CAMINO DE CASTILLA

AL día siguiente de ver a Renovales nos reunimos en el despacho de Olavarría para ultimar detalles.

Se decidió enviar a Téllez a que se viese con don Gaspar de Jáuregui, coronel retirado en clase de dispersos; así se le llamaba. Uno de nuestros amigos, don Anselmo Acebedo, encargó a Téllez dijera a Jáuregui iba de su parte. Téllez fue a ver al ex guerrillero vasco en Villarreal de Zumárraga; pero Jáuregui se mostró reacio, y no sólo reacio, sino que, poco después, declaró todo cuanto había pasado en su conversación con Téllez.

Como teníamos que comunicarnos con varias ciudades se pensó en un medio de hacerlo tan secreto que fuera casi imposible averiguarlo.

Aviraneta mandó comprar dos tableros de ajedrez, y en los dos marcamos unos cuadros sí y otros no. Cada uno de los tableros nos serviría de modelo para hacer una plantilla que tendría unos cuantos cuadros cortados. Escribiríamos con tinta simpática, y nuestro sello sería dos triángulos cruzados, lo que se llama el signo de Salomón.

Quedamos de acuerdo en que Olavarría serviría de unión entre nosotros cuando estuviéramos en Madrid, y la gente de Bayona y París. Aviraneta recomendó a Olavarría que no empleara la misma plantilla para comunicarse con ellos. Si podía mandarles emisarios en vez de escribirles, sería mejor.

Como teníamos una lista de más de doscientos nombres de conspiradores sólo de Madrid, con sus señas hicimos una combinación especial en el libro de misa de Conchita, en un tomo de poesías de Petrarca que tenía María y en una Guía de Forasteros de Madrid. En el libro de Conchita y en el de María marcamos con un alfiler en el texto las letras del nombre del afiliado, y en la Guía de Forasteros, la calle.

Para hacer llegar la correspondencia a Renovales escribiríamos a Domingo Fernández, y la carta la meteríamos en un sobre con las señas de don Pedro Láriz, del comercio de Bilbao.

Con la logia de Granada nos entenderíamos por intermedio de Veramendi, que era intendente en aquella ciudad, y con Valencia, por la casa de Bertrán de Lis.

Dispuesto esto, entre todos redactamos varias proclamas, que en el fondo eran la misma, pues no tenían más variación sino que en una decía castellanos; en otra, navarros, y en otra, catalanes; y que comenzaba así:

«Concordia y valor: Españoles: el yugo infame que nos oprimía ha sido quebrantado…».

Venía luego un corto programa político con las reformas que considerábamos necesarias.

Después, como la mayoría de nuestros afiliados habían de ser militares, se les prometía a todos un ascenso y aumentarles el sueldo.

Cuando llegamos a estar de acuerdo en la redacción, se mandó imprimir la proclama a casa de Gosse, en Bayona.

Concluida nuestra tarea, repusimos nuestro almacén ambulante de agua de Colonia y de aceite de Macassar, este último con aceite común un poco perfumado, y tomamos el camino hacia Castilla.

En Burgos, Aviraneta tuvo que esconderse en el coche, temiendo el encuentro con alguna gente de Merino, y en Valladolid, en cambio, tuve que esconderme yo, pues si alguno me hubiese reconocido como el subprefecto del tiempo de José me hubiesen hecho pedazos.

Aviraneta se detuvo en la ciudad castellana unas horas. Tenía una cita con don Anselmo Acebedo, el de Bilbao. Se reunieron y hablaron con el general Ballesteros, que estaba desterrado allí y que ofreció levantarse contra el Gobierno absoluto el día que se lo indicasen.

Hablaron también con el médico don Mateo Seoane, que estaba de titular en un pueblo próximo. Seoane dijo que se vería con el Empecinado, y, efectivamente, poco después el general don Juan Martín contestó adhiriéndose a la idea y ofreciéndose para todo.

De Valladolid fuimos a Aranda por la orilla del Duero.

Al llegar a Aranda, donde Aviraneta tenía conocimientos, vendió el carro y los caballos, y decidió que entráramos en Madrid en diligencia y separados.

Primero marchó María; luego, dos días después, Conchita y yo, y al cuarto día, él.

Nos veríamos el quinto día en el café de Lorencini, a las seis de la tarde. Si había gente nos comunicaríamos únicamente las señas de nuestras respectivas casas; si no, hablaríamos.