DON MARIANO RENOVALES
COMO supongo que no recordarán ustedes quién era el general Renovales, que iba a iniciar el movimiento, porque en España las cosas y los hombres se olvidan como en ninguna parte, les diré lo que sé de él.
Renovales era un navarro nacido en un pueblo del valle del Roncal, creo que en Isaba. De joven había emigrado a la América, y estaba en Buenos Aires cuando supo la entrada de los franceses en Madrid. Decidido, tomó un barco y se fue a España.
Renovales era de esos hombres audaces y temerarios que se distinguen por su ardor en el combate. Estuvo en los dos sitios de Zaragoza; hizo en uno de ellos una defensa heroica del fuerte de San José, y quedó prisionero de los franceses al concluir el último sitio. Era entonces coronel. En unos meses, de soldado había pasado a jefe; se puede suponer las cosas que tendría que hacer.
Renovales, prisionero, fue conducido con otros camino de Francia; pero al llegar cerca de los Pirineos, en esa zona intermedia entre Aragón y Navarra, que él conocía muy bien, se escapó, a riesgo de que le pegaran un tiro, y fue a esconderse a una choza de pastores.
Cuando pudo salir de su escondrijo, de noche, por entre las matas, fue recorriendo pueblos de Navarra y de Huesca, y reuniendo y armando soldados y paisanos. Llamó a uno de sus amigos de la infancia, Miguel de Sarasa, que era de Embun, hombre muy alto, corpulento, de grandes bríos, gran jugador de barra y de pelota, y le nombró su segundo.
A este Sarasa parece que le llamaban en broma Mal Alma, porque era de una bondad extremada. Entre Renovales y Mal Alma hicieron las cosas extraordinarias y prodigiosas que solían hacer los guerrilleros. Los franceses mandaron grandes columnas en su persecución. Renovales llegó a destrozar batallones enteros, como en la batalla que tuvo en la Peña de Undari.
Renovales fue, de todos los guerrilleros, el que hizo una campaña más rápida y eficaz. Si a su valor y a su instinto militar hubiese añadido conocimientos técnicos, hubiese sido uno de los primeros generales de la época, probablemente el primero de España.
Tal desasosiego y zozobra produjeron en el Gobierno las correrías de Renovales, que desde Zaragoza y Pamplona mandaron tropas para obrar en combinación contra él. Una de las columnas francesas que se dirigió al Monasterio de San Juan de la Peña fue deshecha por Mal Alma.
Renovales llegó a organizar una brigada de cuatro mil soldados.
Era un hombre extremado en todo; en sus pasiones, en sus juicios, en la suerte y en la desgracia.
A Alcalá Galiano le he oído muchas veces hablar con desprecio de Renovales, porque en una proclama que dio en Cádiz, cuando estuvo allá, dijo estos o los otros absurdos, hizo un dibujo de José Bonaparte, borracho y cayéndose, y se expresó con la rudeza de un hombre del campo.
Juzgar a guerrilleros como Mina, El Empecinado o Renovales como se puede juzgar a un catedrático, no se le ocurrre más que a un dómine de Ateneo tan pedante y tan vanidoso como Galiano.
Renovales llegó a mandar la cuarta división del séptimo ejército e intervino en hechos de armas importantes.
Este hombre, que con nosotros iba a trabajar para destronar a Fernando VII, había tomado parte años antes en una tentativa del marqués de Ayerbe, hecha con el objeto de libertar al mismo Fernando de su destierro de Valencey.
Habían conducido los franceses al marqués de Ayerbe a Pamplona, a fines del año 9, y pensaban llevarle a los pueblos del Alto Aragón, de donde, al parecer, era natural el marqués, para que contribuyese a pacificarlos.
Ayerbe se escapó de Pamplona vestido de calesero, y fue a reunirse con Renovales, que estaba en el Roncal. Le expuso el plan que tenía para sacar al rey de su cautiverio, y Renovales le dijo debía presentarse a la Junta Central de Sevilla a que autorizase el proyecto y diera medios para realizarlo.
Renovales facilitó al marqués el viaje, y Ayerbe se presentó en la capital andaluza. La Junta parece que aceptó el plan, y estando Renovales en Cataluña volvió a reunírsele el marqués, ya con amplios poderes.
El general eligió gente de confianza y se embarcó con ella y con Ayerbe en un bergantín de guerra español llamado el Palomo. El gobernador francés de Tarragona sospechó algo, mandó dar caza al bergantín, y este, perseguido por navíos franceses, tuvo que bajar por el Mediterráneo, atravesar el Estrecho de Gibraltar y entrar en Cádiz.
Allí Renovales tuvo grandes trifulcas con los marinos de guerra; luego, meses después, en junio de 1810, salió, mandando un cuerpo expedicionario que debía trasladarse al Norte. Ayerbe y el general desembarcaron en La Coruña, y aquí riñeron y se separaron. Ayerbe, siempre preocupado por libertar a Fernando, se encaminó hacia la frontera francesa, y fue asesinado en Lerín, de Navarra; Renovales quedó al frente de sus tropas en la costa cantábrica, y fue avanzando y batiéndose con los franceses, en combinación con Salcedo, Longa y Mina.
Concluida la guerra de la Independencia, Renovales, de mariscal de campo, estuvo en Madrid.
Renovales, como la mayoría de los guerrilleros de la época, fue entusiasta de la Constitución. Al restablecerse el régimen absoluto manifestó en público la indignación que le producía tal medida; el Gobierno, al saber su actitud, se dispuso a prenderlo; Renovales huyó a Francia y, como era todo violencia y pasión, quiso vengarse y se dedicó a conspirar. Fue el alma de nuestra conspiración, que en aquel tiempo se llamó de Bilbao y que estaba relacionada, aunque esto no se supo, con la del Triángulo, y una carta suya, dirigida a Lacy, contribuyó a que este general fuera condenado a muerte por un Consejo de Guerra.
Renovales era de una acometividad y de un valor frenéticos; pero le faltaba reposo; le faltaba también cultura y moral; no sabía poner freno a sus odios y a sus pasiones. En su fondo había el hombre primitivo, tipo de condottiere del Renacimiento.
Los juicios suyos eran de intuición y se aferraba a ellos, considerando que no podía volver sobre su acuerdo. Mina adolecía también de la misma falta de principios; pero en Mina no había sólo el león o el tigre, sino también el zorro.
Mina, por lucidez natural, llegó a comprender su papel en España y, a pesar de algunas brutalidades que empañaron su vida, dejó a la historia de nuestro país una gran figura.
Renovales, no; después de una serie de aventuras extraordinarias, llevadas a cabo con un valor y una suerte admirables, echó a perder todo su brillante pasado con una traición a su patria, que luego quiso arreglar con otra traición.
Un agente de los insurrectos americanos ofreció a Renovales el mando de una expedición que había de ir a defender la independencia de Méjico. Renovales aceptó; luego, arrepentido, fue a ver al embajador de España en Londres y denunció lo que ocurría.
Después publicó un manifiesto desde Nueva Orleáns; pero estaba desprestigiado y nadie le hizo caso.