EL PASO DEL RIN Y LA «LANDSTURM» DE COLONIA
CAMINO adelante íbamos viendo la silueta de Colonia, con las torres de su catedral no concluidas y los baluartes de sus murallas.
El mayor holandés se marchó a Mulheim y nosotros fuimos a Deutz, pequeño pueblo frente por frente a Colonia, que casi se puede considerar como un barrio, donde se reúnen las barcas para pasar el Rin, que en este punto tiene una anchura de un tiro de cañón.
Cuando el río está helado suelen cruzar muy bien por encima del hielo, de una orilla a otra, hombres y carros, y a veces ha cruzado hasta la artillería.
Había al llegar nosotros al embarcadero mucho barullo, porque pasaba un regimiento de coraceros alemanes, y este paso del río era operación larga y difícil.
El Rin estaba en parte helado y en parte no. Nosotros nos metimos, sin pedir permiso a nadie, en una de las barcas que aguardaban en la orilla, ya cargadas de tropa.
Costó mucho trabajo cruzar de una orilla a otra. El canal transversal se interceptaba con grandes bloques de hielo y había que ir apartándolos a fuerza de palancas.
Además, el centro del río, que estaba ya enteramente deshelado, tenía mucha corriente y era muy difícil llevar la barca en la dirección necesaria.
Algunos pasaron en balsas arrastradas por caballos que marchaban por encima del hielo.
Ya en la otra orilla estábamos en Colonia, y entramos en la ciudad.
Colonia había pertenecido a Francia hasta hacía unos días, y al llegar nosotros la ocupaban los rusos.
La gran preocupación de los comerciantes de Colonia en aquel momento era borrar todos los nombres de las muestras y anuncios que recordaban la dominación francesa. El café de París se llamaba desde entonces de Viena o de San Petersburgo; la fonda de Francia, fonda de Alemania, y allí donde estaba escrito en francés coiffeur, cordonnier, se ponía perückenmacher, schumacher, peluquero y zapatero en alemán.
Fuimos a ver al gobernador, un coronel ruso que nos firmó los pasaportes y nos dijo que podíamos seguir el camino por donde se nos antojase.
Hubiéramos querido ir por la orilla izquierda del Rin, por ser el camino más corto; pero nos dijeron que no había aún diligencias ni postas y que los parajes por donde debíamos pasar eran inseguros, porque estaban llenos de partidas francesas.
En Colonia nos acomodamos en una posada llamada Neuhaus (casa nueva), y después fuimos a visitar el pueblo, que nos pareció un poco irregular, pero muy grande, lleno de vida y de comercio y con muy hermosos jardines.
Por la tarde, acabábamos de volver de nuestro paseo cuando oímos un redoble de tambores. Nos asomamos a la ventana. Había un gran tropel de gente en la calle. Bajamos a la puerta de la fonda para informarnos del motivo de tanto alboroto y vimos que todo el mundo salía de sus casas, los unos con picas, otros con pistolas, otros con sables y escopetas, y echaban a correr. Algunos estudiantes cantaban, con un aire parecido al God save the King de los ingleses, un himno cuya letra comenzaba así:
Heil dir im Siegerkranz,
Herrscher des Vaterlands,
Heil, Kaiser, dir!
palabras que parece quieren decir: ¡Salve, coronado de victoria! Soberano de la patria. ¡Salve, César!
Estos preparativos y estos cantos nos hicieron pensar si los franceses habrían pasado el Rin de nuevo y si vendrían a atacar las pocas tropas que estaban allí acantonadas. Como no entendíamos nada de cuanto entre sí decían aquellas gentes y las veíamos armarse con tal precipitación, nos encontrábamos inquietos.
Nos reunimos en la calle con el dueño de la posada, y este nos dijo que tales preparativos eran para recibir al gobernador o comandante del reino de Westfalia, príncipe alemán que iba a entrar momentos después en Colonia.
Ya más tranquilos, fuimos de nuevo a pasear. En las casas encendían hogueras y luminarias; la música del pueblo salía a una de las entradas de la ciudad para tocar a la llegada del príncipe. Toda esta gente armada formó en las calles próximas al Palacio del Gobierno y de Justicia, por donde había de pasar el gobernador, dejando en medio sitio suficiente para la comitiva.
A esta milicia, rápidamente organizada, parece que llaman en alemán landsturm, o leva en masa.
La landsturm de Colonia se acababa de crear cuando salieron los franceses, y tenía por objeto defender el país en ausencia de las tropas, que en su totalidad habían pasado a Francia.
Aviraneta no quiso presenciar la ceremonia de recibir al gobernador y nos volvimos hacia casa. Antes de llegar a la posada Eugenio nos propuso meternos en un café a tomar un ponche, y así lo hicimos. El café estaba vacío; como era natural, todo el mundo había salido con la landsturm a presenciar la entrada del príncipe.
Unicamente en una mesa vimos a un hombre alto con una porción de papeles delante. Nos sentamos a su lado y observamos que en los papeles tenía muchos cálculos complicados. Aquel hombre debía ser algún profesor o inventor. De cuando en cuando hacía números y ecuaciones; luego se quedaba mirando al techo como esperando algo.
Daba la impresión de que para él no existían los demás.
Aviraneta, que era hombre que siempre le gustaba llevarme la contraria, señalando al desconocido dijo:
—Es muy posible que dentro de cien años se hable de este hombre como de un personaje eminente, y, en cambio, no se sepa quién era el fantasmón que entra ahora en Colonia en medio de aclamaciones y músicas.
Como yo creo que hay que dejar a cada loco con su tema, no contesté.
Tomamos nuestro ponche y poco después se presentó en el café un grupo de estudiantes; comenzaron a beber cerveza, y uno de ellos se subió a una mesa y entonó canciones patrióticas con un gran fuego, coreadas por tempestades de aplausos.
Nosotros nos levantamos y nos fuimos a acostar.