II

LA HIJA DE MARTINILLO

SUPONGO que Eugenio —siguió diciendo Ganisch— le habrá contado y ponderado los combates de la partida del cura. Es muy amigo de dar importancia a todos los sucesos donde interviene él.

—Pero la acción de Hontoria del Pinar, ¿no fue importante? —pregunté yo.

—¡Bah! —murmuró Ganisch.

—¡Cómo, bah! ¿No lucharon ustedes con un escuadrón francés numeroso?

—Sí.

—¿No hubo muchos muertos y heridos?

—Sí; creo que sí.

—Es extraño. ¿No se acuerda usted bien de esa acción?

—Sí; algo me acuerdo. Estuvimos en un pinar durmiendo en el campo, y todos los días aseguraban que venían, y luego que no venían… Bueno; pues una mañana dijeron que los franceses acababan de pasar por el camino. Yo no les vi.

»Esperamos en un punto, y luego tuvimos que ir a otro sitio, y luego a otro. Después dimos una carga, y como no se pudo romper la formación francesa, comenzamos a pelear unos cuantos del escuadrón con diez o doce dragones de esos de gorra de pelo; y cuando vinieron a ayudarnos los nuestros nos dijeron que ya se había terminado todo.

Sin duda, Ganisch no se había enterado de los preparativos de Merino para la sorpresa del Portillo de Hontoria ni del desarrollo general de la acción.

—¿Y al día siguiente, fueron ustedes a la Vid?

—Sí. ¿También eso le ha contado Eugenio?

—También.

—Lo que no le habrá contado, seguramente, será lo de la niña y lo del desafío.

—No. ¿Qué fue lo del desafío?

—Verá usted. Teníamos nosotros en la partida un muchacho joven que se llamaba Martinillo.

—¿Un pastor?

—Eso es.

En ese día de Hontoria del Pinar murieron veinte o treinta de nuestro escuadrón, y entre ellos Martinillo el pastor.

Al día siguiente marchamos a la Vid y no volvimos al alojamiento hasta quince días después. Al llegar a Hontoria, y al preguntar por la Teodosia, la viuda de Martinillo, supimos con pena que acababa de morir de sobreparto, dejando una niña, a la que se puso también Teodosia.

¡Y aquí se ve lo que son las mujeres de raras y de locas! Fermina la Navarra, que había tenido tanto odio por Martinillo y por la Teodosia madre, recogió a la niña y se fue a vivir con ella a una casa de Huerta del Rey. Los del escuadrón solíamos ir a verla alguna que otra vez; pero, sobre todo, Eugenio y un amigo suyo, llamado Lara.

Eugenio pensó en casarse con la Fermina y prohijar a la niña; pero como no estaba en el regimiento alistado con su nombre, era una cosa difícil.

La Fermina no pensaba más que en la chiquilla.

Muchas veces le oí a Fermina que preguntaba a Aviraneta:

—Eugenio, si yo muero, no la abandonarás, ¿verdad?

—¡Yo abandonar a la Teodosia! Nunca —replicaba él.

Murió la niña, y la Fermina y Eugenio, que estaban muy amartelados, riñeron en seguida. Fermina volvió a vestir de guerrillera, y todos los días le armaba un escándalo a Aviraneta.

—Estamos ofendiendo a Dios con esta vida —le decía ella—. O te casas conmigo, o nos separamos en seguida.

—Espera que acabe esto —contestaba él—. Habiendo dicho a la gente que estamos casados, va a ser un escándalo ahora si vamos a la vicaría.

Eugenio se hubiera casado; pero al ver el genio que iba tomando la otra, se espantó.

Fermina no pensaba de nuevo más que en luchar, matar y pegarle fuego al mundo entero.