III

VAN-HALEN Y LAS LOGIAS

UN muchacho con quien me relacioné en los días que estuve en Madrid fue Juan Van-Halen, que en este tiempo era oficial de la guardia del rey José.

Van-Halen era de mi edad, de familia belga, nacido en la isla de León.

Era alto, buen mozo, rubio, bastante jactancioso, tipo intermedio entre flamenco y andaluz.

Van-Halen sufría los desdenes de los franceses con quienes convivía, y por ser muy susceptible y en el fondo patriota, reñía constantemente con sus compañeros.

Estas disputas le ocasionaron un duelo con un hermano del general Sebastiani y otro desafío muy grave con el coronel Montleger, famoso espadachín, el cual dijo a Van-Halen, con la fatuidad de un francés: «¡Tengo sobre usted el derecho de conquista!».

En este duelo Montleger hirió a Van-Halen y lo dejó a la muerte.

Fui con Van-Halen a la logia Estrella y me enteré de lo que pasaba en los centros de la masonería.

Había entonces en España cuatro grupos masónicos. Y, cosa extraña, en todos ellos quedaba un rastro del revolucionario granadino Andrés María de Guzmán, a pesar de ser Guzmán completamente ignorado, porque en aquella época se conocía la Revolución francesa en España sólo muy en bloque, y más por el conjunto de ideas que por detalles.

Este rastro de Guzmán demuestra cómo, en el fondo, no queda nada perdido.

De los cuatro grupos masónicos de Madrid, dos eran patriotas y dos afrancesados.

De los patriotas, el primero y más antiguo era la Gran Logia, fundada por el conde de Aranda.

Las logias patrióticas

A esta Gran Logia, instalada en el palacio de los duques de Híjar, en la Carrera de San Jerónimo, habían pertenecido los hombres más ilustres del partido reformista en tiempo de Carlos III y Carlos IV.

Lo dirigía en este tiempo el conde del Montijo, pariente de Guzmán.

El conde del Montijo era el famoso tío Pedro del motín de Aranjuez, hombre ambicioso, y botarate, masón, y al mismo tiempo denunciador de liberales. Como muchas personas del tiempo, Montijo aparecía con dos caras, ahora que él mismo no sabía cuál era la suya propia.

La segunda logia patriótica, más política en tiempo de la guerra de la Independencia que la anterior y afiliada a la masonería escocesa, se llamaba Gran Oriente de España, y estaba fundada por el conde de Tilly, a quien se conocía en las logias por su apellido a secas: Guzmán. Tilly parece que era hermano de Andrés María de Guzmán, el amigo de Marat.

Don Francisco Pérez de Guzmán, conde de Tilly, tenía esa ambigua personalidad de muchos hombres de la época. Unos afirmaban que era extremeño, otros que nacido fuera de España.

Lo que era indudable es que había vivido mucho tiempo en París, probablemente con su hermano Andrés, y aparecido en Sevilla antes de la guerra de la Independencia. Debía de tener el aprendizaje de un hombre que había presenciado la Revolución francesa.

Se decía de Tilly que era jugador y que estuvo complicado en Madrid en un robo de alhajas.

En política, Tilly quiso seguir las huellas de su hermano y fundó la primera logia escocesa en Aranjuez. Estuvo allí a punto de ser muerto por la plebe, por sospechoso, el día en que se supo la rendición de Madrid, y se salvó tirando a la gente puñados de dinero.

Luego fue individuo de la Junta Central, como representante del reino de Sevilla, miembro de la sección de Guerra, y aunque se decía liberal, se manifestó enemigo de la reunión de Cortes. Después intentó escaparse a Gibraltar y se aseguró que había concertado, en unión del duque de Alburquerque, un plan de pasar a Méjico con cinco mil hombres a sublevar el país contra España, con la ayuda de los ingleses, ofreciendo a estos, en cambio, la plaza de Ceuta.

Se le redujo a prisión en el castillo de Santa Catalina, de Cádiz, por orden del general Castaños, y allí murió.

Luego se dijo que Tilly era inocente de lo que se le acusaba.

Años después oí hablar de otro conde de Tilly en París, que venía de Jersey, donde habitaba su familia. Me chocó, porque al mismo tiempo había otros condes de Tilly en Madrid. En esta familia todo era confuso.

Muerto don Francisco Pérez de Guzmán, conde de Tilly, le sustituyó en la dirección de la masonería escocesa en España un extranjero, el barón de Tinán. Tinán organizó el Gran Oriente y la logia Estrella, que celebraba sus tenidas en la calle de las Tres Cruces.

Este Oriente fue en España el foco del partido liberal avanzado.

Casi ninguno de los que pertenecieron a él conocía su historia ni sabían que era una cría de la Revolución francesa, engendrada por un grande de España maratista, miembro del Club del Obispado, gillotinado en París, y aclimatada en la Península por un hermano suyo, general muerto en presidio.

Como no había más que divisiones y subdivisiones en todos los campos, en el Oriente escocés, futuro foco del partido liberal, se marcaron dos tendencias contrarias: la de los anglófilos, que consideraban necesaria la protección de Inglaterra para acabar la guerra y para afirmar las instituciones liberales, y la de los patriotas puros, que repudiaban toda influencia extraña.

Los anglófilos no querían más que la lucha regular de los grandes ejércitos; en cambio, los patriotas eran más partidarios de los guerrilleros.

Andando el tiempo, los anglófilos, en su mayoría, se hicieron moderados, y los patriotas exaltados, progresistas.

Las logias afrancesadas

De las dos logias afrancesadas, una, la principal, era la Santa Julia, fundada por Murat y constituida principalmente por militares franceses y por españoles josefinos.

Se hallaba establecida esta logia en la calle de Isabel la Católica, en el edificio de la abolida Inquisición, y tenía mucha importancia.

La segunda logia afrancesada era el Gran Oriente de España y de sus Indias, cuya fundación se debía al conde de Grasse Tilly, al decir de algunos, también pariente de Tilly.

El Gran Oriente de España y de sus Indias seguía las inspiraciones del Consejo Supremo de Francia, y en esta época, por renuncia de Grasse Tilly, era venerable el navarro Azanza.

Por mi iniciación de aprendiz en la logia de Bayona, yo me encontraba afiliado a este Gran Oriente; pero por ser de tendencia afrancesada, decidí dejarlo e ingresar en la logia de la Estrella, punto de reunión de los patriotas y liberales que seguían las inspiraciones de la masonería escocesa.

En la logia de Bayona teníamos como contraseña la palabra Mac-Ben-Ac, que me había servido para salvarme en Miranda.

En la de Tinán, nuestra palabra era «Oteroba». Estas siete letras eran, al decir de los hermanos, las iniciales de otras siete palabras: «Occide tirannum, et recupera omnia bona antiqua», que no se necesita saber mucho latín para comprender que significa: ‘Mata al tirano, y recobra todos los bienes antiguos.

Siempre que asistí a reuniones masónicas protesté de que se perdiera el tiempo hablando del Gran Arquitecto del Universo, del templo de Salomón, de Abiram y de otros simbolismos ridículos y trasnochados sacados de la Biblia; pero había ciudadano Experto, Venerable o Escogido capaz de desenvainar su espada de hoja de lata y atacar con ella al impío que despreciara las mojigangas de la sublime albañilería.

Si el misticismo judaico de los masones me parecía grotesco y sin interés, en cambio me interesaba la posición política respectiva de las logias. En ellas se inició la política de los partidos españoles de la primera mitad del siglo XIX.

Rivalidades

De las dos patrióticas, la primera, la Gran Logia, seguía la tendencia enciclopedista, sin mezclarse apenas en política; la segunda, el Oriente Español, afiliado a la masonería escocesa, era partidario de la Constitución que iban a decretar las Cortes. Uno de los masones escoceses, Lorenzo Calbo de Rozas, miembro de la Junta Central y luego diputado por Aragón, había sido realmente el instigador de las Cortes con las exposiciones que presentó a la Junta Central insistiendo en el pensamiento iniciado antes por Jovellanos.

Calbo de Rozas era un vizcaíno terco, soberbio, que, a pesar de haber sido el alma de la defensa de Zaragoza, era entusiasta de la Revolución francesa y soñaba con una dictadura terrorista ejercida a la usanza de la Convención.

Calbo de Rozas consiguió sus propósitos de reunir las Cortes, aunque él no se lució gran cosa en ellas.

De las logias afrancesadas, la de Santa Julia era imperialista; aspiraba a un imperio de varias naciones, dirigido por Bonaparte y con la capital en París, y la logia del Supremo Consejo de España e Indias, presidida por Azanza, quería considerar la guerra de la Independencia como una guerra civil.

Decían estos masones que desde el momento en que el rey José había subido al trono de España, haciéndose independiente de Napoleón, el conflicto no era una lucha de España contra Francia, sino de españoles josefinos contra fernandinos, de Bonapartes contra Borbones, una guerra semejante a la de Sucesión.

Claro que, mirando la cuestión fríamente, se podía reducir la guerra de la Independencia a una lucha dinástica; pero tantas cosas arrastraba esta lucha, tanta divergencia suponía el tomar parte por una u otra bandera, que, de poder contemplar el problema con frialdad, no hubiera habido problema.

Estas logias, a poco de fundarse, se odiaban a muerte y se ridiculizaban por sus símbolos y atributos. En la Estrella se hablaba en burla de los masones afrancesados de la calle de Isabel la Católica, y se les apodaba los de la berenjena, porque se llamaba así en burla una gran Orden fundada por el rey José. En cambio, en la Santa Julia se acusaba de clericales a los de la Estrella.

Todas estas luchas eran síntoma de la fermentación que comenzaba a obrar enérgicamente en la sociedad española.

Hoy, mirándolo a distancia, se comprende que así debía ser; pero, de cerca, aquel desbarajuste era desagradable.

En la logia Estrella se discutieron varios proyectos para después de aprobada la Constitución.

El mío —yo también presenté el mío— consistía en comprometer a todos los generales afectos a la Constitución y en influir para destinarlos a Andalucía; y en el caso de que se acabara la guerra con la victoria de España, como era lo más probable, llevados a Cádiz con sus tropas, convertir las Cortes en una Convención y, si Fernando se mostraba hostil a ella, proclamar la República.

Mi proyecto, que a mí me parecía magnífico, se encontró irrealizable.

En vista de que no se podía hacer más que hablar, decidí marcharme.

Me despedí de los hermanos masones y les di mis señas en la partida de Merino.

Van-Halen me expresó su deseo de abandonar a los franceses; yo le dije que viniera con nosotros; pero la perspectiva de entrar en una partida de fanáticos, capitaneada por un cura, no le parecía, por lo que me dijo, muy halagüeña.