VI

LAS NUECES

LARA y yo, dispuestos a hacer el último esfuerzo, seguimos detrás del convoy hasta salir del desfiladero de Pancorbo, y luego, marchando a campo traviesa, llegamos antes que el coche a Miranda de Ebro.

Dejamos los caballos en el parador del Espíritu Santo, a la entrada del pueblo, y esperamos a que llegara el convoy francés.

Cuando el coche y la escolta entraron en el pueblo nos acercamos entre un grupo de curiosos. No llevaron al director a la cárcel, sino a una posada próxima al puente, la posada del Riojano. Al ver dónde entraban, yo me metí en el zaguán me dirigí al posadero y le dije que pusieran cena para un amigo y para mí.

El posadero me miró con atención y me dijo:

—Está bien. Se les pondrá la cena.

El director nos había visto entre el grupo de curiosos y debía estar anhelante.

Salí yo del zaguán, me reuní con Lara y le dije que él se quedara en la calle, frente a la casa, y yo iría por la parte de atrás de la posada.

Mi objeto era ver si por la luz podíamos comprender en qué cuarto alojaban al director.

Yo di un rodeo grande para colocarme en la parte de atrás de la posada del Riojano. Daba esta a una huerta y tenía dos galerías, una encima de otra, con una magnífica parra.

Esperé un cuarto de hora largo. Estaba obscureciendo. A las dos galerías daban varias ventanas y una puerta.

Todas estaban cerradas. De pronto una de ellas, del piso segundo, se abrió y, proyectándose en la luz, vi la silueta del director. Al momento volvió a cerrarse la madera.

Sin duda, el prisionero estaba en aquel cuarto. Era el correspondiente a la tercera ventana que daba a la galería, comenzando por la izquierda.

Volví a la calle, me reuní con Lara y pensamos lo que había que hacer.

El único proyecto posible que se me ocurrió fue que uno de nosotros saltara a la huerta, subiera por el tronco de la parra a la segunda galería, llamara en la ventana y saliera por allí con el director.

—Me parece una cosa muy difícil de realizar; pero por mí no quedará —dijo Lara.

—La cuestión sería advertirle al director para que esté despierto y preparado —agregué yo.

—Veremos a ver si se nos ocurre algún medio.

Entramos en la posada del Riojano y nos acomodamos en la cocina como si fuéramos parroquianos de la casa.

La cocina estaba en el piso bajo, y el director se hallaba encerrado en el segundo. La escalera la guardaban varias parejas de gendarmes.

Por más que pensamos Lara y yo procedimientos para comunicarnos con el director, no encontramos ninguno.

El posadero, a quien hablamos aparte excitando su patriotismo, dijo que era imposible llevar ningún recado al preso.

Él, al menos, no se comprometía. Ahora, si nosotros encontrábamos un procedimiento de hacerle pasar el aviso sin que él apareciera complicado, se callaría sin denunciarlo.

¿Qué procedimiento se podría emplear?

Salimos Lara y yo a la calle. Yo puse en prensa mi cerebro. En esto, al pasar por una tienda de frutas vi en un canasto unas nueces muy gordas y compré media docena.

—¿Para qué las quieres? —me dijo Lara.

—Vamos a ver si dentro de una de estas le mandamos al director el aviso de que esté preparado por la noche.

Fuimos al parador del Espíritu Santo, donde habíamos dejado los caballos y yo le pregunté al amo si tenía cola para pegar.

Me trajo un puchero con ella. Lara y yo abrimos dos nueces y metimos dentro de cada una un papel que decía: «Espere usted preparado esta noche». Después pegamos las cáscaras de nuez, y con ellas en el bolsillo nos fuimos a cenar en la posada próxima al puente.

Estuvimos atentos a las idas y venidas del posadero, y en el instante en que este ponía en una bandeja unos racimos de uvas, yo saqué las dos nueces del bolsillo y las dejé encima. El hombre me hizo un guiño, como diciendo: «Está entendido», y subió al cuarto del preso. Lara y yo pagamos nuestro gasto y salimos a la calle.