LA PARTIDA CRECE
POR aquella acción del Portillo de Hontoria Merino ascendió a brigadier; otros pasaron de tenientes a capitanes y de capitanes a comandantes.
Ni Lara ni yo ascendimos. El escuadrón del Brigante desapareció, y nosotros fuimos incorporados al regimiento de caballería de Burgos.
Después de la célebre emboscada, Merino aumentó considerablemente en calidad y en número sus tropas que organizaron los comandantes Blanco y Angulo. El primero fue el jefe del regimiento de caballería de Burgos, compuesto de ochocientas plazas, y el segundo, del regimiento de infantería de Arlanza, con dos mil soldados. A fines de 1810, la división de Merino era de cinco mil hombres.
En este mismo año tuvimos una acción desgraciada en el puente de Almazán, donde murió uno de los hermanos de Merino, apodado el Majo. Siete horas duró el combate. Nuestra partida estaba apoyada por el segundo batallón de Numantinos, compuesto de reclutas, que se batieron admirablemente.
Los franceses eran mil quinientos. Unas doscientas bajas, entre muertos y heridos, nos costó aquella acción. Los Numantinos fueron los más castigados.
Unos días más tarde, en unión de la partida de Salazar, nos apoderamos de Covarrubias y tuvimos varias escaramuzas en Villalón y Santa María del Monte.
En otoño de este año se apresaron cinco mil carneros que los franceses enviaban a Aranda de Duero, y unos días después, en una venta cerca de Burgos, se quemaron cuarenta carros de galletas que iban dirigidos al ejército de Massena.
Al año siguiente, por la primavera, estuvimos a punto de pagar nuestra emboscada de Hontoria del Pinar.
Había vuelto la guarnición francesa a ocupar Covarrubias, y Merino pensó sorprenderla y pasarla a cuchillo, como había hecho el año anterior.
Estábamos dos escuadrones de caballería en la sierra de Mamblas, con unos quinientos a seiscientos caballos.
Merino envió cincuenta hombres del Jabalí a que se acercaran al pueblo y avanzaran por el puente. Poco después salieron a su encuentro cien infantes y cincuenta caballos de la guarnición francesa.
Merino, que creyó que los imperiales no tenían más fuerza que aquella, dispuso que sus quinientos hombres atacaran el pueblo. Efectivamente, hicimos retroceder a los franceses y nos metimos en Covarrubias; pero no habíamos hecho más que entrar, cuando nos vimos envueltos en una lluvia de balas.
Hubo que salir más que al paso fuera del pueblo.
Llegamos en la retirada al puente, y allí pudimos defendernos un momento, resistir el choque de los franceses y dar tiempo a que los nuestros tomaran posiciones.
Los franceses nos atacaban con una furia terrible. Eran unos seiscientos infantes y más de doscientos caballos.
Ya a campo abierto, la retirada nuestra se efectuó con gran orden, por compañías y grupos, y al llegar al monte nos dimos por salvados.
En las tres horas de persecución que tuvimos perdimos poca gente para lo que se hubiera podido calcular.
La partida se batió con una pericia y una serenidad asombrosas.
De Covarrubias, pasando por cerca de Santo Domingo de Silos, llegamos de noche a Arauzo de Miel, donde nos detuvimos a descansar, considerándonos seguros.
No habíamos hecho más que repartirnos en las casas, disponer la guardia y echarnos a dormir, cuando nos encontramos cercados por los franceses.
La ronda de caballería pudo distraer al enemigo algún tiempo; salimos luego todos a romper el cerco, y ya fuera, se volvió a efectuar la retirada por el monte y a obscuras, sin grandes quebrantos, hasta penetrar en los pinares de Huerta del Rey y quedar en seguridad.
Este mismo año de 1811 peleamos juntamente con la partida de Borbón, y después, en unión de la de Padilla, contra una columna francesa que había salido de Segovia y a la que atacamos en Zamarramala.
Más tarde, la división de Merino, con cinco mil hombres, unida a las partidas de Padilla y Borbón, que tenían mil cada una, formaron una línea desde el Duero hasta Lerma, situándose Borbón en Roa, Padilla en Gumiel de Izán y el cura en Lerma.
En esto, en marzo de 1812, los franceses cogieron prisioneros en Grado a los que componían la Junta Superior de Burgos, los llevaron a Soria y los fusilaron.
A la cabeza de los escuadrones franceses venía un comisario de policía español afrancesado, llamado Moreno. Este fue el que preparó la sorpresa donde se aprisionó a los españoles de la Junta.
El cura Merino determinó tomar terribles represalias, y ahorcó y luego quemó ochenta franceses, veinte por cada español fusilado. Todo por la mayor gloria de Dios.
Pasada esta racha de furia, Merino se dedicó a darse tono, a echárselas de general y a hablar con las autoridades.
Lara y yo dependíamos directamente del coronel Blanco y apenas teníamos que vernos con el cura.