16

A través del sistema de vídeo, Miles observó cómo el primero de los Guardianes, con su armadura espacial, descendía de la lanzadera y entraba por la escotilla en el corredor del Ariel. El hombre fue seguido inmediatamente por cuatro más, quienes registraron el pasillo desierto, convertido en cámara por las puertas herméticas que lo sellaban por ambos extremos. No había enemigos, ni blancos, ni siquiera armas automáticas apuntando hacia ellos. Una cámara completamente vacía. Perplejos, los Guardianes adoptaron una posición defensiva junto a la escotilla.

Gregor descendió. A Miles no le sorprendió descubrir que Cavilo no le había proporcionado un traje apropiado. El Emperador llevaba un uniforme de Guardián muy bien planchado, sin insignias, con un par de botas como única protección. Y ni siquiera ellas le servirían de mucho si uno de esos monstruos con armadura lo pisaba. Las armaduras de batalla eran sumamente útiles, a prueba de aturdidores y disruptores nerviosos, así como a la mayoría de los venenos y armas biológicas; eran resistentes (hasta cierto punto) al fuego de plasma y a la radiactividad, y estaban rellenas con armas compactas y diversos instrumentos. Eran muy apropiadas para una expedición de abordaje. Aunque, en realidad, una vez Miles había capturado el Ariel con menos hombres, menos armas y ninguna armadura. Aunque entonces el elemento sorpresa había estado de su parte.

Cavilo descendió detrás de Gregor. Ella llevaba una armadura especial, aunque por el momento traía el yelmo bajo el brazo como una cabeza decapitada. Observó el corredor vacío y frunció el ceño.

—Muy bien, ¿cuál es el truco? —preguntó en voz alta.

Para responder a tu pregunta… Miles apretó el botón del control remoto que tenía en la mano.

Una explosión sorda retumbó en el corredor. El tubo flexible se separó violentamente de la escotilla. Al percibir el descenso de la presión, las puertas automáticas se cerraron de inmediato, impidiendo que el aire escapara. Buen sistema. Miles había hecho que los técnicos se aseguraran de que funcionaba correctamente antes de insertar las minas direccionales en las grapas de la lanzadera. La nave de combate de Cavilo rodaba a un costado del Ariel, con sus propulsores y sensores dañados en el mismo estallido que la había expulsado al espacio, inutilizando sus armas y sus reservas humanas hasta que el desesperado piloto recuperase el control. Si podía.

—Vigílalo, Bel. No quiero que vuelva para perseguirnos. —Miles habló por el intercomunicador a Thorne, quien se hallaba en el salón táctico del Ariel.

—Puedo volarlo ahora mismo si quieres.

—Espera un poco. Todavía no nos hemos calmado aquí abajo. —Dios nos ayude ahora.

Cavilo se estaba poniendo su yelmo, y la tropa la rodeaba en posición defensiva. Todos vestidos y nadie a quien dispararle. Lo mejor era concederles unos segundos para serenarse, los suficientes para evitar fusilamientos por reflejo, pero no lo bastantes para pensar…

Miles observó a su propia tropa, compuesta por seis personas enfundadas en armaduras espaciales, y cerró su propio yelmo. Aunque en realidad los números no tenían importancia. Un millón de hombres con armas nucleares, un sujeto con un palo; todo daba igual cuando el blanco era un rehén desarmado. Miles comprendió tristemente que, minimizando la situación, no había ninguna diferencia cualitativa. De todos modos, podía equivocarse a lo grande. La diferencia principal venía dada por su cañón de plasma, apuntado hacia el corredor. Miles hizo una seña a Elena, quien manejaba el arma. Por lo general ésta no era un juguete de salón, pero sería capaz de detener una armadura espacial y volarla en pedazos. Teóricamente, a esa distancia podrían deshacerse de uno de los cinco hombres de Cavilo, antes de entrar en la batalla cuerpo a cuerpo.

—Allá vamos —dijo Miles por su canal de mando—. Recordad el ejercicio. —Apretó otro botón, y las puertas herméticas entre su grupo y el de Cavilo comenzaron a abrirse lentamente, una velocidad cuidadosamente calculada como para inspirar miedo sin sobresaltar.

La emisión fue difundida por todos los canales y por el altavoz. Para el plan de Miles era absolutamente esencial que sus primeras palabras fuesen escuchadas.

—¡Cavilo! —gritó—. ¡Desactive sus armas y permanezca inmóvil, o de otro modo Gregor quedará reducido a átomos!

El lenguaje corporal era algo maravilloso. Resultaba sorprendente ver cuánto podía expresarse a través de la superficie brillante de una armadura espacial. La más pequeña de las figuras permaneció confundida, con las manos abiertas. Privada de palabras: privada, durante unos preciosos segundos, de reacciones. Porque, por supuesto, Miles acababa de robarle su movimiento de abertura.

¿Y ahora qué tienes que decir, amor? Era una maniobra desesperada. La lógica indicaba que el problema del rehén era insoluble, y, por lo tanto. Miles había decidido que su única posibilidad radicaba en convertirlo en el problema de Cavilo.

Bueno, al menos había logrado paralizarlos. Pero no podía permitir que acabasen en tablas.

—¡Déjelas, Cavilo! Sólo necesita un movimiento nervioso para pasar de novia imperial a novia de nadie. Y yo comienzo a estar muy tenso.

—Dijiste que era seguro —le susurró Cavilo a Gregor.

—Debe de estar tomando sus medicamentos con menos regularidad de la que pensé —respondió Gregor con expresión ansiosa—. No, espera… Se está jactando. Lo probaré.

Con las manos abiertas a los costados, Gregor caminó directamente hacia el cañón de plasma. Miles abrió la boca detrás del yelmo.

¡Gregor, Gregor, Gregor…!

Gregor miró fijamente la placa de recubrimiento en el yelmo de Elena. Su paso no se aceleró ni vaciló. Sólo se detuvo cuando su pecho estuvo contra la boca del cañón. Fue un momento de enorme dramatismo. Miles estaba tan cautivado que necesitó todos esos segundos para mover su dedo unos pocos centímetros y apretar el control que cerraba las puertas herméticas.

El blindaje no había sido programado para un cierre lento, y las puertas se sellaron con un movimiento más rápido que la vista. Se escucharon algunos ruidos al otro lado, disparos de plasma, gritos; Cavilo deteniendo a un hombre justo a tiempo para que no disparara a una mina en la pared de una cámara cerrada, ocupada por él mismo. Luego el silencio.

Miles dejó caer su rifle de plasma y se arrancó el yelmo.

—Dios todopoderoso, no esperaba eso. Gregor, eres un genio.

Suavemente, Gregor alzó un dedo y apartó la boca del cañón.

—No te preocupes —dijo Miles—. Ninguna de nuestras armas está cargada. No quise arriesgarme a sufrir ningún accidente.

—Estaba casi seguro de que era así —murmuró Gregor, y se volvió para mirar las puertas herméticas—. ¿Qué habrías hecho si yo no reaccionaba?

—Seguir hablando. Tratar de llegar a un acuerdo. Todavía me quedaba un truco o dos, detrás de la otra puerta hermética hay un escuadrón con armas cargadas. Al final, si ella no mordía, estaba dispuesto a rendirme.

—Eso me temía.

Unos extraños ruidos sordos atravesaron las puertas herméticas.

—Elena, hazte cargo —dijo Miles—. Acaba con ellos. Atrapa a Cavilo con vida, si es posible, pero no quiero que ningún Dendarii muera en el intento. No corras ningún riesgo; no confíes en nada de lo que te diga.

—He comprendido la idea. —Elena hizo la venia y llamó a su escuadrón, el cual rompió filas para cargar sus armas. Elena habló por el intercomunicador con el líder del escuadrón gemelo que aguardaba al otro lado del corredor, y luego lo hizo con el comandante de la lanzadera del Ariel, quien se acercaba por el espacio.

Miles se llevó a Gregor de allí, alejándolo lo más rápido posible de la zona de peligro.

—Iremos al salón táctico. Allí te pondré al tanto. Tendrás que tomar algunas decisiones.

Entraron en un tubo elevador y subieron. Con cada metro más de distancia entre Gregor y Cavilo, Miles respiraba mejor.

—Hasta que hablamos frente a frente —dijo Miles—, mi mayor preocupación era que Cavilo realmente hubiese logrado lo que se proponía: nublar tu mente. No entendía de dónde podían provenir sus ideas si no era de ti. Yo no estaba seguro de lo que podría hacer en ese caso, salvo seguirle el juego hasta que pudieras entregarte a manos expertas en Barrayar. Si sobrevivía. No sabía si comprendías sus verdaderos propósitos.

—Oh, de inmediato —dijo Gregor—. Tenía la misma sonrisa ávida que Vordrozda solía tener. Y unos cuantos caníbales menos. Ahora puedo oler a un lisonjero hambriento de poder a mil metros de distancia.

—Me inclino ante mi maestro de estrategia. —Miles hizo una pequeña genuflexión—. ¿Sabes que te rescataste a ti mismo? Ella te hubiese llevado hasta casa, incluso aunque yo no hubiera aparecido.

—Fue sencillo. —Gregor frunció el ceño—. Sólo se requería que yo no tuviese ninguna honra personal. —Miles notó que en los ojos de Gregor no había expresión triunfante alguna.

—No puedes engañar a un hombre honesto —dijo Miles con incertidumbre—. Ni a una mujer. ¿Qué hubieses hecho si ella te hubiese llevado a casa?

—Eso depende. —Gregor fijó la vista en la distancia—. Si te mataba, supongo que la habría hecho ejecutar. —Gregor se volvió para mirar atrás mientras salían del tubo—. Esto es mejor. Tal vez… tal vez exista algún modo para darle una oportunidad.

Miles parpadeó.

—Si fuera tú, me cuidaría mucho de darle a Cavilo cualquier clase de oportunidad. ¿Ella la merece? ¿Comprendes lo que está ocurriendo, a cuántas personas ha traicionado?

—En parte. No obstante…

—¿No obstante, qué?

Gregor habló en voz tan baja que resultó apenas audible.

—Hubiera querido que fuese sincera.

—… y ésta es la actual situación táctica en el Centro y en el espacio local vervanés, hasta donde tengo información. —Miles concluyó su presentación a Gregor, Tenían la sala de conferencias del Ariel para ellos solos; Arde Mayhew montaba guardia en el corredor. Miles había comenzado su resumen en cuanto Elena le había informado que los huéspedes hostiles estaban bajo control. Sólo se había detenido para quitarse la incómoda armadura y volver a vestirse con su uniforme Dendarii. La armadura se la había prestado una mercenaria y, por lo tanto, Miles no había podido orinar desde que se la había puesto.

Miles congeló la imagen en la pantalla de holovídeo. Sería interesante poder detener el tiempo real de la misma manera, tocando una tecla.

—Notarás que nuestras mayores lagunas de Inteligencia se encuentran en las informaciones precisas sobre las fuerzas cetagandanas. Espero que los vervaneses cubran algunos de esos resquicios, si logramos persuadirlos de que somos sus aliados, y que los Guardianes nos revelen más. De un modo o de otro.

»Ahora, majestad, la decisión se encuentra en vuestras manos. ¿Pelear o escapar? Yo podría desprender el Ariel ahora mismo de la flota Dendarii y llevarte a casa. No se perdería mucho para la batalla del conducto. Allí lo importante será el poder de fuego y las armaduras, no la velocidad. No es muy difícil imaginar lo que mi padre e Illyan preferirían que hiciésemos.

—No. —Gregor se movió en su silla—. Aunque, por otro lado, ellos no se encuentran aquí.

—Es cierto. Pero, yendo al extremo opuesto, ¿deseas ser el comandante en jefe de este enredo?

Gregor sonrió con suavidad.

—Vaya tentación. ¿Pero no crees que existe cierta… arrogancia en aceptar el mando sin haber aprendido nunca a obedecer?

Miles se ruborizó un poco.

—Yo… Bueno, yo me enfrento a un dilema similar. Tú has conocido la solución. Su nombre es Ky Tung. Más tarde, cuando regresemos al Triumph conversaremos con él. —Miles se detuvo—. Hay un par de cosas más que podrías hacer por nosotros. Si lo deseas. Cosas verdaderas.

Gregor se frotó el mentón y lo observó.

—Suéltalas ya, lord Vorkosigan.

—Legitima a los Dendarii. Preséntalos ante los vervaneses como la fuerza de respaldo de Barrayar. A mí no me creerán. Tu palabra es ley. Puedes lograr una alianza defensiva legal entre Barrayar y Vervain… y tal vez consigas que se nos una Aslund también. Lo siento, pero tus mayores aptitudes son las diplomáticas, no las castrenses. Ve a la Estación Vervain y negocia con esas personas.

—A salvo detrás de las trincheras —observó Gregor secamente.

—Sólo si vencemos, al otro lado del salto. Si somos derrotados, estarás en territorio enemigo.

—Preferiría ser un soldado. Algún teniente solitario, con un puñado de hombres a su cargo.

—No existe ninguna diferencia moral entre uno y diez mil, te lo aseguro. No importa a cuántos lleves a la muerte; te condenas del mismo modo.

—Yo quiero participar en la batalla. Es probable que nunca en mi vida vuelva a tener la ocasión de participar en un verdadero riesgo.

—¿Qué? ¿El riesgo que corres cada día con los asesinos dementes que hay no es lo bastante emocionante para ti? ¿Quieres más?

—Riesgo activo, no pasivo. Verdadero servicio.

—Sí, según tu opinión, el mejor servicio que puedes brindar a los que arriesgan la vida es ofrecerte como oficial inferior de campaña, te apoyaré lo mejor que pueda —dijo Miles con frialdad.

—Vaya —murmuró Gregor—. Tú sí que sabes dar la vuelta a una frase como a un cuchillo, ¿verdad? —Se detuvo—. Una alianza…

—Si tuvierais la amabilidad, majestad.

—Oh, basta con eso. —Gregor suspiró—. Interpretaré el papel que se me ha asignado. Como siempre.

—Gracias. —Miles consideró la posibilidad de ofrecerle una disculpa, un consuelo, pero luego lo pensó mejor—. La otra variable son los Guardianes de Randall. Si no me equivoco, ahora se encuentran en un considerable desorden. Su segundo al mando se ha desvanecido, su comandante ha desertado justo cuando se iniciaba la acción. ¿Cómo fue que los vervaneses le permitieron partir?

—Les dijo que iba a conferenciar contigo, y les sugirió que de alguna manera había logrado sumarte a sus fuerzas.

—Mm. Tal vez nos haya allanado el camino sin saberlo. ¿Ella niega estar involucrada con los cetagandanos?

—Creo que los vervaneses todavía no saben que ella les ha abierto la puerta. Cuando dejamos la Estación Vervain, todavía se estaban quejando por la incompetencia con que los Guardianes defendían el extremo cetagandano del conducto.

—Y probablemente tengas razón. No creo que la mayoría de los Guardianes estuvieran al tanto de la traición. De otro modo, no se hubiese podido mantener el secreto durante tanto tiempo. Y cualquiera que haya sido el cuadro que trabajaba con los cetagandanos, seguramente quedó en la oscuridad cuando Cavilo tomó por su tangente imperial. ¿Tienes conciencia de que has sido tú quien ha hecho esto? ¿Sabotear la invasión cetagandana sin ayuda?

—Oh —susurró Gregor—, necesité mis dos manos para hacerlo.

Miles decidió no insistir en aquello.

—De todos modos, si podemos, es necesario que controlemos a los Guardianes, que los quitemos de las espaldas de todos.

—Muy bien.

—Sugiero una representación del bueno y el malo. Yo tomaré el papel del malo.

Cavilo fue traída entre dos hombres. Todavía llevaba puesta la armadura espacial, bastante deteriorada, pero el yelmo había desaparecido. Se le habían retirado todas las armas, desconectado los sistemas de control y soldado las articulaciones del traje, convirtiéndolo en una prisión de cien kilos, ceñido como un sarcófago. Los dos soldados Dendarii la situaron enhiesta a un extremo de la mesa de conferencias y dieron un paso atrás. Una estatua con la cabeza viva, una metamorfosis al estilo Pigmalión, interrumpida horriblemente.

—Gracias, caballeros, pueden retirarse —dijo Miles—. Comandante Bothari-Jesek, por favor, quédese.

En una resistencia inútil, Cavilo realizó el único movimiento físico que le era posible y giró su rubia cabeza, mirando a Gregor con furia mientras los soldados se marchaban.

—Eres una serpiente —gruñó—. Un canalla.

Gregor se hallaba con los codos sobre la mesa y el mentón apoyado en las manos. Alzó la cabeza para decir con fatiga:

—Comandante Cavilo, mis padres murieron violentamente en una intriga política antes de que yo cumpliera los seis años. Seguramente usted ya habrá investigado este hecho. ¿Pensó que estaba tratando con un aficionado?

—Estuvo en un error desde el principio, Cavilo —dijo Miles mientras caminaba lentamente a su alrededor, como inspeccionando su premio. Ella volvió la cabeza para seguirlo, pero luego tuvo que girar el cuello para encontrarlo al otro lado—. Debió haber cumplido con su contrato original. O con su segundo plan. O con el tercero. En realidad, debió haber cumplido con algo. Cualquier cosa. Su absoluto egoísmo no la fortaleció, la convirtió en un trapo al viento, al alcance de cualquiera. Sin embargo, y aunque no estoy de acuerdo con él, Gregor considera que se le debe brindar una oportunidad de salvar su despreciable vida.

—Tú no tienes cojones para arrojarme por una escotilla. —Sus ojos estaban empequeñecidos por la ira.

—No pensaba hacerlo. —Como evidentemente la ponía nerviosa. Miles volvió a girar en torno a ella—. No. Más adelante, cuando esto haya pasado, pensaba entregarla a los cetagandanos. Un trato que no nos costará nada y nos ayudará a ganar su simpatía. Supongo que la estarán buscando, ¿no? —Se detuvo frente a ella y sonrió.

El rostro de Cavilo empalideció. Los tendones se tensaron en su cuello delgado.

Gregor habló.

—Pero si hace lo que le pedimos, le garantizaré su salida del Centro Hegen, vía Barrayar, cuando esto haya terminado. Junto con aquéllos de los suyos que queden vivos y quieran seguirla. Eso le otorgará una ventaja de dos meses para escapar a la venganza cetagandana por este desastre.

—En realidad —intervino Miles—, si interpreta bien su papel, hasta podría llegar a salir de esto como una heroína. ¡Qué divertido!

La mirada furiosa de Gregor no fue completamente fingida.

—Ya te cogeré —le susurró Cavilo a Miles.

—Será el mejor trato que pueda conseguir. Su vida. Salvarse. Empezar de nuevo, lejos de aquí, muy lejos de aquí. De eso se ocupará Simon Illyan. Lejos, pero vigilada.

Su mirada enfurecida comenzó a tornarse calculadora.

—¿Qué quieres que haga?

—No mucho. Entregar sus fuerzas a un oficial escogido por nosotros. Probablemente en coordinación con los vervaneses, ya que, después de todo, ellos son quienes le pagan. Presentará su reemplazo a la cadena de mando y se retirará al calabozo del Triumph por el tiempo que dure el conflicto.

—¡No quedarán supervivientes entre los Guardianes cuando esto haya terminado!

—Existe esa posibilidad —le concedió Miles—, pero, por favor, comprenda que no le estoy ofreciendo una alternativa entre esto y algo mejor. Es esto o los cetagandanos. Y ellos sólo aprueban la traición en aquéllos que obran a su favor.

Cavilo pareció a punto de escupir, pero, sin embargo, dijo:

—Muy bien. Me rindo. Acepto el trato.

—Gracias.

—Pero ya lo verás, pequeñín —dijo con voz vaga y ponzoñosa—. Hoy te crees muy importante, pero el tiempo te hará caer. Podría decirte que esperes unos veinte años, pero no creo que vivas tanto tiempo. El tiempo te enseñará lo poco que conseguirás con tus lealtades. Algún día te triturarán y te convertirán en una hamburguesa. Lamentaré no estar allí para verlo.

Miles llamó a los soldados.

—Llévensela. —Fue casi una súplica. Cuando la puerta se cerró tras ellos, Miles se volvió y encontró la mirada de Elena sobre él—. Dios, esa mujer me da escalofríos.

—¿Ah sí? —observó Gregor, todavía con los codos sobre la mesa—. Sin embargo, en cierto modo, parecéis coincidir. Pensáis parecido.

—¡Gregor! —protestó Miles—, ¿Elena? —dijo, buscando una aliada.

—Ambos sois muy retorcidos —dijo Elena con indecisión—. Y eh…, bajos. —Al ver la mirada ofendida de Miles, se explico—. Es más una cuestión de forma que de contenido. Si tú fueras un fanático del poder, en lugar de…

—De otra clase de fanático, sí. Continúa.

—… podrías tramar una maquinación semejante. Parecías disfrutar con la situación.

—Gracias… —Miles dejó caer los hombros. ¿Sería cierto? ¿Así sería él dentro de veinte años? ¿Enfermo de cinismo y de ira, con un caparazón que sólo se estremecía ante el poder? ¿Una armadura con una bestia herida en su interior?

—Regresemos al Triumph —dijo brevemente—. Todos tenemos trabajos que hacer.

Con impaciencia, Miles caminó de un lado al otro por la pequeña cabina del almirante Oser, a bordo del Triumph. Gregor estaba con una cadera apoyada en el escritorio y lo miraba ir y venir.

—… por supuesto que los vervaneses se mostrarán desconfiados, pero con los cetagandanos jadeando en su nuca no tendrán más remedio que creer. Y negociar. Tú harás que parezca lo más atractivo posible y cerrar el trato rápidamente, pero no debes concederles más de lo necesario…

Gregor lo interrumpió secamente.

—Quizá quieras venir conmigo y actuar como mi apuntador.

Miles se detuvo y se aclaró la garganta.

—Lo siento. Sé que sabes más que yo sobre tratados. Es sólo que… algunas veces digo tonterías cuando estoy nervioso.

—Sí, lo sé.

Miles logró mantener la boca cerrada, aunque no así los pies, hasta que el timbre de la cabina sonó.

—Los prisioneros, tal como ordenó, señor —anunció el sargento Chodak por el intercomunicador.

—Gracias, entre. —Miles se inclinó sobre el escritorio y pulso el control de la puerta.

Chodak y un escuadrón acompañaban al capitán Ungari y al sargento Overholt. Los prisioneros estaban tal como había ordenado, por cierto: lavados, afeitados, peinados y vestidos con pulcros uniformes grises Dendarii, con sus respectivas insignias equivalentes. También parecían sentirse bastante ariscos y hostiles al respecto.

—Gracias, sargento. Pueden retirarse.

—¿Retirarnos? —Las cejas de Chodak cuestionaron la sensatez de esto—. ¿Seguro que no quiere que, al menos, montemos guardia en el corredor, señor? Recuerde la última vez.

—No será necesario en esta ocasión.

La mirada de Ungari pareció negar su afirmación. Chodak se retiró con desconfianza, manteniendo su aturdidor apuntando a los dos hombres hasta que las puertas se cerraron.

Ungari inhaló profundamente.

—¡Vorkosigan! Es usted un maldito mutante sedicioso. Haré que se enfrente a una corte marcial por esto. Haré que lo despellejen…

Aún no había notado a Gregor, quien seguía apoyado en el escritorio y también estaba vestido con un uniforme Dendarii, aunque sin insignia, ya que no existía ninguna equivalente para el Emperador.

—Señor… —Miles hizo que la mirada oscura del capitán se volviese hacia Gregor.

—Esos sentimientos son compartidos por tantas personas, capitán Ungari, que me temo que tendrá que ponerse en la fila y esperar su turno —observó Gregor con una leve sonrisa.

Ungari dejó escapar el resto del aire sin hablar. Se cuadró de inmediato y, en la desenfrenada combinación de emociones que pasaron por su rostro, la más pronunciada fue la de un profundo alivio.

Majestad

—Mis disculpas, capitán —dijo Miles—, por la forma despótica en que los he tratado. Pero consideré que mi plan para rescatar a Gregor era demasiado delicado para… para… —Para sus nervios—. Pensé que sería mejor hacerme cargo de la responsabilidad. —Usted no se hubiera sentido muy feliz observando, de veras. Y yo no me hubiese sentido muy feliz con usted tironeándome del codo.

—No son los alféreces quienes deben responsabilizarse de operaciones de esta magnitud, sino sus comandantes —gruñó Ungari—. Simon Illyan hubiera sido el primero en señalármelo si su plan hubiese fallado.

—Bueno, entonces le felicito, señor; acaba de rescatar al Emperador —replicó Miles—. Quien, como su comandante en jefe, tiene unas cuantas órdenes para usted, si le permite hablar.

Ungari apretó los dientes y, con un esfuerzo visible, apartó la vista de Miles para volverse hacia Gregor.

—¿Majestad?

Gregor habló.

—Siendo los únicos miembros de Seguridad Imperial en millones de kilómetros, con excepción del alférez Vorkosigan, quien tiene otras tareas, quiero que usted y el sargento Overholt me acompañen hasta que hayamos establecido contacto con nuestros refuerzos. También es posible que los emplee como mensajeros. Antes de que abandonemos el Triumph, por favor, compartan cualquier información pertinente que posean con los Dendarii. Ahora ellos son mis…

—Más leales servidores —le sugirió Miles en voz baja.

—Fuerzas —concluyó Gregor—. Considere este traje gris como el uniforme reglamentario y respételo como corresponde. —Ungari bajó la vista hacia el suyo y lo miró con repugnancia—. Sin duda, recuperará su uniforme verde cuando yo recupere el mío.

—Yo destacaré el Ariel y otra de las naves Dendarii más rápidas para el servicio personal del Emperador, cuando se dirijan a la Estación Vervain. Si deben cumplir tareas como mensajeros, les sugiero que se lleven la más pequeña y dejen el Ariel con el Emperador. Su capitán. Bel Thorne, es un hombre de mi mayor confianza.

—¿Sigues pensando en mi retirada, Miles? —preguntó Gregor alzando una ceja.

Miles hizo una pequeña inclinación.

—Si las cosas salen muy mal, alguien debe vivir para vengarnos. Y, además, los Dendarii supervivientes deben recibir su paga. Les debemos eso al menos.

—Sí —reconoció Gregor con suavidad.

—También tengo mi informe personal sobre los acontecimientos recientes. Quiero que se lo entregue a Simon Illyan —continuó Miles—, en caso… en caso de que lo vea antes que yo. —Le entregó el disco a Ungari.

Ungari parecía mareado ante la rápida reorganización de sus prioridades.

—¿La Estación Vervain? Pol Seis es el sitio donde estaréis a salvo, majestad.

—La Estación Vervain es donde se encuentra mi deber, capitán, y, por lo tanto, también el suyo. Venga conmigo y se lo explicaré por el camino.

—¿Dejaréis suelto a Vorkosigan? —Ungari frunció el ceño—. ¿Con estos mercenarios? Eso me presenta un problema, majestad.

—Lo siento, señor —dijo Miles a Ungari—. No puedo, no puedo… —Obedecerle. Miles no pronunció la palabra—. Tendría más problemas si envío a estos mercenarios a la batalla y luego no me presento para librarla. Ésa es una diferencia entre yo y… y la ex comandante de los Guardianes. Debe de haber alguna diferencia entre nosotros, y tal vez sea ésa. Gre… el Emperador me comprende.

—Mm —asintió Gregor—. Sí, capitán Ungari, oficialmente designo al alférez Vorkosigan como nuestro enlace Dendarii. Bajo mi responsabilidad. Lo cual debería ser suficiente para usted.

—¡No es para mí para quien debe ser suficiente, majestad!

Gregor vaciló unos instantes.

—Entonces para los intereses de Barrayar. Ése es argumento suficiente incluso para Illyan. Vamos, capitán.

—Sargento Overholt, usted será el guardaespaldas personal del Emperador y su ordenanza, hasta nuevo aviso.

Overholt no pareció nada aliviado ante este abrupto ascenso.

—Señor —susurró en un aparte a Miles—, ¡no he seguido el curso avanzado!

Se refería al curso obligatorio, conducido personalmente por Simon Illyan, para los guardias de palacio. De ese modo, los guardaespaldas de Gregor siempre eran personas refinadas.

—Todos enfrentamos un problema similar aquí, sargento, puede creerme —le respondió Miles también en voz baja—. Esfuércese al máximo.

El salón táctico del Triumph bullía de actividad. Cada sillón estaba ocupado, y cada pantalla de holovídeo brillaba mostrando las naves y las modificaciones tácticas de la flota. Miles permaneció junto a Tung sintiéndose inútil. Recordó las bromas allá en la academia. Regla 1: Sólo desecha el ordenador táctico si sabes algo que él no sabe. Regla 2: El ordenador táctico siempre sabe más que tú.

¿Esto era el combate? ¿Esta cámara sorda, las luces cambiantes los sillones con cojines? Tal vez la indiferencia fuese positiva para los comandantes. El corazón le golpeaba en el pecho. Un salón táctico de semejante calibre podía provocar una sobrecarga de información y un atasco mental si uno se lo permitía. El truco estaba en filtrar lo que era importante y en nunca, nunca olvidar que el mapa no era el territorio.

Miles recordó que aquí su tarea no era comandar. Era observar cómo lo hacía Tung y aprender de él otras formas de pensamiento, distintas de los modelos de la Academia de Barrayar. Miles sólo intervendría si alguna necesidad político-estratégica externa cobraba prioridad sobre la lógica táctica interna. Miles rezaba para que esa contingencia no se produjese, ya que una forma más breve y desagradable de definirla sería traicionar a tus tropas.

Miles observó con atención cuando una pequeña nave exploradora apareció en la garganta del agujero de gusano. En la pantalla táctica era un punto rosado que se movía lentamente en un vórtice de oscuridad. En la pantalla telescópica era una nave esbelta sobre las estrellas distantes, y en otro monitor era una colección de datos telemétricos, de numerología, como un ideal platónico. ¿Qué es la verdad? Todo. Nada.

—Tiburón Uno a Flota Uno —dijo la voz del piloto en la consola de Tung—. Tienen diez minutos. Prepárense para la irrupción del haz.

Tung habló por el intercomunicador.

—Flota inicia salto según instrucciones.

La primera nave Dendarii que aguardaba junto al agujero de gusano maniobró para situarse en su puesto, resplandeció en el monitor táctico (aunque no pareció hacer nada en la pantalla telescópica) y desapareció. Una segunda nave la siguió treinta segundos después, el margen mínimo entre dos saltos. Dos naves tratando de volver a materializarse al mismo tiempo y en el mismo lugar darían como resultado una gran explosión y ninguna nave.

Cuando el haz telemétrico de Tiburón fue digerido por el ordenador táctico, la imagen rotó de tal modo que al vórtice oscuro que representaba (aunque de ningún modo retrataba) el conducto se le contrapuso un vórtice de salida. Más allá, una colección de puntos y líneas representaba a las naves en vuelo que maniobraban, disparaban y escapaban. La fortificada estación bélica de los vervaneses, gemela de la que desembocaba en el Centro, donde Miles había dejado a Gregor; los atacantes cetagandanos. Al fin tenían un panorama de su lugar de destino. Aunque, por supuesto, no eran más que mentiras, ya que había un retraso de varios minutos.

—Vaya —comentó Tung—. Qué desastre. Allá vamos…

La alarma del salto sonó. Era el turno del Triumph. Miles se aferró al respaldo de la silla de Tung, aunque intelectualmente sabía que la sensación de movimiento era ilusoria. Un remolino de sueños pareció nublar su mente por unos instantes, por una hora; era inconmensurable. El vuelco en el estómago y la atroz oleada de náuseas que siguió no tuvo ningún parecido con un sueño. El salto había pasado. Hubo un momento de silencio en la cabina, mientras todos trataban de superar su desorientación. El murmullo volvió a iniciarse donde se había interrumpido. Bienvenidos a Vervain. Un conducto para saltar al infierno.

El monitor táctico tardó unos instantes en introducir los nuevos datos y volver a centrar su pequeño universo. El agujero de gusano estaba custodiado por su sitiada Estación y por una escasa y apaleada formación de naves vervanesas, junto con algunas de los Guardianes comandadas por Vervain. Los cetagandanos ya la habían atacado una vez, habían sido repelidos y ahora se cernían fuera del alcance de tiro, aguardando refuerzos para el próximo ataque. Éstos entraban en el sistema vervanés atravesando el otro agujero de gusano.

El otro agujero de gusano había caído de inmediato. Incluso con el elemento sorpresa de parte de los cetagandanos, los vervaneses hubiesen podido detenerlos de no haber sido porque, aparentemente, tres naves de los Guardianes habían comprendido mal sus órdenes y se habían retirado cuando debían de haber contraatacado. Pero los cetagandanos habían asegurado su cabeza de puente y comenzaban a entrar.

El segundo agujero de gusano, el de Miles, había estado mejor equipado para la defensa, hasta que los aterrados vervaneses lo despojaran de todo lo que habían podido encontrar para defender su planeta. Miles no podía culparlos; la elección estratégica contraria hubiese sido muy difícil de sostener. Pero ahora los cetagandanos se desplazaban por el sistema casi sin impedimentos, jugando a la rayuela sobre el planeta en un osado intento de apoderarse del agujero de gusano de Hegen.

El primer método que solía ponerse en práctica para atacar un agujero de gusano era utilizando subterfugios, sobornos e infiltración, esto es, el engaño. El segundo, que también utilizaba subterfugios en su ejecución, era el de enviar fuerzas por otra ruta (si la había), e introducirse así en el espacio local disputado. El tercero era iniciar el ataque con una nave que tendía un «muro solar», una masiva descarga de misiles nucleares desplegados como una unidad, creando una ola aplanada que solía acabar con todo, incluyendo, muchas veces, a la nave atacante; pero los muros solares eran muy costosos y sólo tenían un efecto local. Los cetagandanos habían intentado combinar los tres métodos, tal como podía verse por la desorganización de los Guardianes y la inmunda niebla radiactiva presente en las vecindades de su primer blanco.

El cuarto método aprobado para el problema de atacar frontalmente un agujero de gusano custodiado era dispararle al oficial que lo sugería. Miles confiaba en que, para cuando él hubiese cumplido su cometido, los cetagandanos lo pondrían en práctica, también.

El tiempo pasó. Miles enganchó un sillón en sus grapas y estudió el monitor central hasta que se le nublaron los ojos y su mente amenazó con caer en una fuga hipnótica. Entonces se levantó, se estiró y comenzó a circular por la nave, entremetiéndose en todo.

Los cetagandanos maniobraron. La repentina llegada de las fuerzas Dendarii había sido motivo de una confusión temporal. El ataque final sobre los agotados vervaneses tendría que ser retrasado y habría que realizar otra incursión previa para ablandar las defensas. Era costoso. A estas alturas los cetagandanos no podían hacer mucho por ocultar el alcance de sus fuerzas. Y ellos no sabían si al otro lado del conducto los Dendarii contaban con refuerzos ilimitados. Por unos instantes, Miles albergó la esperanza de que esta amenaza fuese lo bastante grande para hacer que los cetagandanos desistieran del ataque.

—No —suspiró Tung cuando Miles le confió su optimista pensamiento—. Ya han llegado muy lejos. La factura será demasiado alta para fingir que sólo estaban bromeando. Un comandante cetagandano que decida retirarse tendrá que enfrentar una corte marcial cuando regrese a casa. Deberán seguir adelante hasta el final, tratando desesperadamente de cubrir sus traseros sangrientos con la bandera de la victoria.

—Eso es… abominable.

—Eso es el sistema, hijo, y no sólo el de los cetagandanos. Uno de los defectos inherentes al sistema. Y además —dijo Tung con una breve sonrisa—, todavía no están perdidos del todo. Hecho que trataremos de ocultarles.

Las fuerzas cetagandanas comenzaron a moverse. Sus rumbos y su aceleración indicaban que trataban de pasar a la fuerza. La idea era realizar varías concentraciones de fuerzas, con tres o cuatro naves atacando a una en conjunto, abatiendo el espejo de plasma de la defensa. Los Dendarii y los vervaneses intentarían una estrategia idéntica contra los rezagados cetagandanos, salvo algunos valientes capitanes de ambos bandos, equipados con las nuevas lanzas de implosión, que trataban de detectar un blanco en el corto alcance de sus armas. Miles también intentó vigilar los preparativos de los Guardianes. No todas sus naves tenían consejeros vervaneses a bordo, y siempre era preferible que las formaciones de los Guardianes estuviesen frente a los cetagandanos, no a espaldas de los Dendarii.

En el salón táctico continuaba el suave murmullo de los técnicos y de los ordenadores. Debía haber habido un redoblar de tambores, gaitas, algo que anunciase esta danza de la muerte. Pero si la realidad irrumpía en aquella burbuja guarnecida, lo haría de forma repentina y absoluta.

Un mensaje apareció en el vídeo, y provenía del interior dé la nave. Sí, todavía estaban rodeados por una nave. Era un oficial que se comunicaba con Tung, muy agitado.

—El calabozo, señor. Tengan cuidado allá arriba. Hemos tenido una fuga. El almirante Oser ha escapado y también ha dejado salir a todos los otros prisioneros.

—¡Maldición! —Juró Tung. Miró a Miles con furia y señaló la pantalla—. Avisa a Auson.

Miles se sentó ante la consola de comunicaciones y llamó a puente del Triumph.

—¡Auson! ¿Está al tanto de lo de Oser?

El rostro irritado de Auson apareció en la pantalla.

—Sí, estamos trabajando en ello.

—Ordene vigilancia adicional para el salón táctico, ingeniería y su propio puente. Es un mal momento para sufrir interrupciones.

—Dígamelo a mí. Podemos ver a esos malditos cetagandanos que se acercan. —Auson cortó la comunicación.

Miles comenzó a revisar los canales internos de seguridad, y sólo se detuvo para observar la llegada de los guardias bien armados al corredor. Era evidente que Oser había recibido ayuda para escapar, de uno o varios oficiales leales a él, lo cual a su vez hacía que Miles dudase de la seguridad de los guardias. ¿Y Oser trataría de aliarse con Metzov y Cavilo? Un par de Dendarii encerrados por infracciones disciplinarlas fueron hallados vagando por los corredores y reconducidos al calabozo; otro regresó por su cuenta. Un sospechoso de espionaje fue arrinconado en una bodega. Aún no había señales de los verdaderamente peligrosos…

—¡Allí está!

Una lanzadera de carga se salía de sus grapas al costado del Triumph y se alejaba por el espacio.

Miles recorrió varios canales hasta encontrar el control de fuego.

—¡No abran fuego, repito no abran fuego sobre esa lanzadera!

—Eh… —llegó la respuesta—. Sí, señor. No abrir fuego.

¿Por qué Miles recibió la impresión subliminal de que el guardia no tenía planeado abrir fuego? Evidentemente, era una fuga bien coordinada. La cacería de brujas que vendría después sería muy desagradable.

—¡Comuníqueme con esa nave! —le ordeno Miles al oficial de comunicaciones—. Ah, y envíen un guardia a las escotillas de las lanzaderas… Demasiado tarde.

—Lo intentaré, señor, pero no responden.

—¿Cuántos hay a bordo?

—Varios, pero no estamos seguros con exactitud…

—Comuníqueme. Tienen que escuchar, aunque no respondan.

—Tengo un canal, señor, pero realmente no sé si están escuchando.

—Lo intentaré. —Miles inspiró profundamente—. ¡Almirante Oser! Vire esa lanzadera y regrese al Triumph. Es demasiado peligroso; se dirige directamente hacia una zona de fuego. Regrese, y yo le garantizaré su seguridad personalmente…

Tung estaba mirando sobre el hombro de Miles.

—Trata de llegar al Peregrine. ¡Maldición! Si esas naves se marchan, perderemos nuestra formación defensiva.

Miles se volvió hacia el ordenador táctico.

—No lo creo. Pensé que habíamos puesto al Peregrine en la zona de reserva precisamente porque no nos parecía de fiar.

—Sí, pero si el Peregrine se marcha, puedo nombrarte a otros tres capitanes que lo seguirán. Y si perdemos cuatro naves…

—Los Guardianes se retirarán a pesar de su comandante vervanés, y estaremos fritos. Ya veo. —Miles volvió a mirar el ordenador táctico—. ¡No creo que lo logre, almirante Oser! ¿Me recibe?

—¡Mira! —Tung regresó a su asiento y volvió a concentrarse en los cetagandanos. Cuatro naves se congregaban al borde de la formación Dendarii, mientras que otra trataba de penetrar por el centro en un intento de ataque con la lanza. Esta nave lanzó una descarga de plasma que, por casualidad, hizo blanco en la lanzadera solitaria. Sólo unas chispas brillantes.

—Él no supo que los cetagandanos estaban atacando hasta que la lanzadera se separó del Triumph —susurró Miles—. Fue un buen plan, sólo que calculó mal el momento… Pudo haber regresado, pero decidió seguir adelante… —¿Oser había elegido morir? ¿Ese argumento le servía de consuelo?

Los cetagandanos completaron su incursión y se marcharon. Los Dendarii mantenían una ligera ventaja. Varias de las naves cetagandanas estaban muy maltrechas, y una había sido destruida. Los Dendarii y los Guardianes trataban desesperadamente de evaluar sus propios daños. Los Dendarii todavía no habían perdido naves, pero sí poder de fuego, motores, controladores de vuelo y escudos protectores. La próxima incursión de ataque sería devastadora.

Ellos pueden afrontar tres pérdidas por cada una nuestra. Si siguen viniendo a mordisquear, inevitablemente vencerán, reflexiono Miles con frialdad. A menos que consigamos refuerzos.

Pasaron las horas mientras los cetagandanos volvían a su formación. Miles tomó unos breves descansos en la cámara de oficiales, pero se sentía demasiado nervioso para emular las sorprendentes siestas instantáneas de quince minutos de Tung. Miles sabía que el euroasiático no fingía estar relajado; nadie era capaz de fingir un ronquido tan desagradable.

Se podía observar cómo los refuerzos cetagandanos se acercaban por el sistema vervanés. Ese tiempo de espera era un riesgo para ambos bandos. Los cetagandanos podían equiparse mejor, pero sus enemigos se recuperarían. Seguramente, ellos también debían contar con un ordenador táctico en su nave comando, y éste habría generado una curva de probabilidades que marcaba la intersección óptima entre los dos. Si los malditos vervaneses fueran más agresivos al atacar esa vía de abastecimiento que provenía de su base planetaria…

Y ahí venían otra vez. Tung observaba sus monitores apretando y abriendo los puños de forma inconsciente, enviando ordenes, corrigiéndolas, anticipándose. Miles le observaba con gran atención y trataba de absorberlo todo. Su imagen de la realidad estaba cada vez más llena de agujeros, a medida que se iban averiando los sensores o emisores de las diversas naves. Los cetagandanos atravesaron la formación Dendarii, una nave Dendarii voló en pedazos y otra, privada de sus armas, trató de ponerse fuera de su alcance. Tres naves de los Guardianes se retiraron juntas. Aquello empezaba a pintar mal…

—Tiburón Tres aproximándose —dijo una voz abrupta, por encima de todos los otros canales de comunicación. Miles salto de su asiento—. Mantengan despejado este agujero de gusano. La ayuda se acerca.

—Justo ahora —gruñó Tung, pero intentó un rápido despliegue para cubrir el pequeño espacio y mantenerlo libre de desechos, misiles, fuego enemigo y, por encima de todo, naves enemigas con lanzas de implosión.

Las naves cetagandanas que estaban en posición de responder casi parecieron ponerse a tiro. Los movimientos de las naves Dendarii anunciaban cambios inminentes. Los Dendarii podían estar a punto de retirarse. Quizá se abriese una nueva oportunidad…

—¿Qué diablos es eso? —dijo Tung cuando algo enorme y por el momento indescifrable apareció en la garganta del agujero de gusano y de inmediato inició la aceleración—. Es demasiado grande para ser tan rápido. Es demasiado rápido para ser tan grande.

Miles reconoció el perfil de energía incluso antes de que la imagen terminara de formarse.

Vaya crucero de prueba que están teniendo.

—Es el Prince Serg. Nuestros refuerzos imperiales barrayaranos acaban de llegar. —Inspiró profundamente—. ¿No le prometí que…?

Absolutamente admirado, Tung profirió una horrible maldición. Otras naves siguieron a la primera, aslundeñas, polenses, y rápidamente se dispersaron en una formación de ataque, no de defensa.

La agitación entre las naves cetagandanas fue como un grito silencioso. Una nave armada con lanza de implosión se abalanzó valientemente sobre el Prince Serg, pero fue partida en dos, con lo que descubrieron que las lanzas del Serg habían sido perfeccionadas y triplicaban su alcance. Ése fue el primer golpe mortal.

El segundo llegó por la red de comunicaciones: una llamada a los agresores cetagandanos ofreciéndoles la alternativa de rendirse o ser destruidos… en nombre de la Flota Aliada Hegen, del emperador Gregor Vorbarra y del conde almirante Aral Vorkosigan, comandantes de la Junta.

Por un momento, Miles pensó que Tung estaba a punto de desvanecerse. El euroasiático inhaló profundamente y exclamó maravillado.

—¡Aral Vorkosigan! ¿Aquí? ¡Es increíble, maldita sea! —Y agregó en voz un poco más baja—: ¿Cómo lograron que saliera de su retiro? ¡Tal vez llegue a conocerlo!

Tung era uno de los admiradores más fanáticos de su padre, recordó Miles, y era capaz de narrar cada detalle de las primeras campañas del almirante de Barrayar.

—Veré lo que puedo hacer —le prometió Miles.

—Si logras arreglar eso, hijo… —Con un gran esfuerzo, Tung logró apartar la mente de su devota afición por la historia militar y regresó a la tarea de escribirla.

Las naves cetagandanas se estaban retirando, primero de una en una y luego en grupos más coordinados, tratando de organizar un repliegue más o menos protegido. El Prince Serg y su grupo de apoyo no perdieron ni una fracción de segundo. De inmediato las siguieron y atacaron las formaciones enemigas. Durante las horas siguientes, la retirada se convirtió en una verdadera fuga, ya que al fin las naves vervanesas que protegían el planeta se atrevieron a salir de sus órbitas y se unieron al ataque. Las reservas vervanesas no mostraron piedad después del terror que les habían infundido los cetagandanos.

Con los detalles finales, el control de los daños sufridos y los rescates de personal. Miles se vio tan absorbido que necesitó todas esas horas para ir comprendiendo de forma gradual que la guerra había terminado para la flota Dendarii. Habían hecho su trabajo.