Miles regresó a la cabina de Oser para realizar una rápida lectura de los archivos del almirante, intentando tener una noción de los cambios producidos desde que él estuviera al mando, y asimilar la forma en que la Inteligencia Dendarii-Aslund veía los eventos en el Centro. Alguien le trajo un sándwich y un café, y él los consumió sin saborearlos. El café ya no servía para mantenerle despejado, aunque seguía impulsado por una tensión casi insoportable.
En cuanto despeguemos, me desmoronaré sobre la cama de Oser. De las treinta y seis horas de viaje, le convenía pasar al menos algunas durmiendo, o de otro modo al llegar tendría más impedimentos que ventajas. Entonces tendría que tratar con Cavilo, quien incluso cuando estaba en sus mejores condiciones le hacía sentir como el proverbial hombre desarmado en la batalla de intelectos.
Por no mencionar a los cetagandanos. Miles reflexionó sobre la histórica carrera de tres pies entre el desarrollo armamentista y la táctica.
Hacía mucho que los proyectiles para combatir de nave a nave en el espacio habían quedado obsoletos en favor de los escudos de masa y las armas láser. Los escudos de masa, diseñados para proteger a las naves en movimiento de los detritos espaciales, se desembarazaban de los misiles sin siquiera proponérselo. A su vez, las armas láser habían sido inutilizadas por la llegada del «tragaespadas», un sistema de defensa betano que utilizaba el fuego enemigo como fuente de energía propia; el espejo de plasma, un principio similar desarrollado en la generación de los padres de Miles, prometía hacer lo mismo con las armas de plasma de menor alcance. En una década más, era posible que el plasma quedase eliminado.
En los últimos dos años, el arma prometedora para combates de nave a nave parecía ser la lanza de implosión gravítica, una modificación en la tecnología del haz de tracción. En sus diversos diseños, los escudos de gravedad artificial seguían siendo deficientes para protegerse de ellas. El rayo de implosión convertía en una masa informe y retorcida todo lo que tocaba. Lo que le hacía a un cuerpo humano era un horror.
Pero, con su succión de energía, el alcance de la lanza de implosión era extremadamente corto en términos de velocidades espaciales y distancias. Apenas si alcanzaba a una docena de kilómetros. Ahora las naves debían cooperar para luchar cuerpo a cuerpo, para disminuir la velocidad, acercarse y maniobrar. Considerando la pequeña escala de los agujeros de gusano, parecía ser que, de pronto, las batallas volverían a tornarse apretadas e íntimas, salvo por el hecho de que las formaciones demasiado estrechas invitaban a la utilización de armas nucleares. Un círculo completo. Al parecer, los ataques y abordajes podían llegar a convertirse en tácticas populares una vez más. Hasta que llegara la siguiente sorpresa de los talleres del diablo. Por unos momentos, Miles anheló los viejos días de la generación de su abuelo, cuando la gente podía matarse pulcramente a cincuenta mil kilómetros de distancia. No eran más que destellos brillantes.
El efecto de los nuevos implosionadores concentrando la potencia de fuego prometía ser curioso, en especial cuando estaba implicado un agujero de gusano. Ahora era posible que una pequeña fuerza en una pequeña área aplicara tanta potencia por metro cúbico como una fuerza grande, la cual no podía comprimir su tamaño para introducirse en el campo que le permitía su alcance; aunque la diferencia de reservas seguía siendo una ventaja, por supuesto. Una gran fuerza dispuesta a realizar sacrificios podía atacar una y otra vez, eliminando poco a poco una concentración menor. Los cetagandanos no eran alérgicos al sacrificio, aunque por lo general preferían comenzar con subordinados o, mejor aún, con aliados. Miles frotó los músculos contracturados de su cuello.
El timbre de la cabina sonó. Miles abrió la puerta pulsando un botón de la consola.
Un hombre delgado y moreno, de poco más de treinta años, con una insignia de técnico sobre su uniforme mercenario gris y blanco, lo miró vacilante desde la entrada.
—¿Milord? —dijo con suavidad.
Baz Jesek, oficial ingeniero de la Flota. Desertor del Servicio Imperial de Barrayar, momento en el cual se había convertido en escudero personal de Miles, en su identidad de lord Vorkosigan, bajo juramento de lealtad. Y, finalmente, esposo de la mujer a la cual Miles amaba. A la que había amado una vez. A la que todavía amaba. Baz. Maldito. Miles se aclaró la garganta sintiéndose incómodo.
—Adelante, comodoro Jesek.
Baz atravesó la habitación con pasos silenciosos. Su expresión era defensiva y culpable a la vez.
—Acabo de llegar después del viaje de reparaciones y me informaron que había regresado. —Con los años de exilio galáctico, su acento de Barrayar era mucho menos pronunciado que antes.
—Temporalmente.
—Lamento que no haya encontrado las cosas tal como las dejó, señor. Siento haber malgastado la dote de Elena que usted me confió. No comprendí las consecuencias de las maniobras económicas de Oser hasta que… bueno, no tengo excusa.
—El hombre también engañó a Tung —señaló Miles, y se contrajo por dentro al escuchar las disculpas de Baz—. Tengo entendido que no fue exactamente una pelea justa.
—No fue una pelea en absoluto —dijo Baz lentamente—. Ése fue el problema. —Baz se hallaba en posición de descanso—. He venido a ofrecerle mi renuncia, señor.
—Oferta rechazada —dijo Miles sin vacilar—. En primer lugar, los escuderos bajo juramento no pueden renunciar. En segundo lugar, necesito a un ingeniero competente a dos horas del despegue. Y, en tercer lugar, en tercer lugar… necesito un testigo que limpie mi nombre en caso de que las cosas resulten mal. Tendrás que instruirme en las capacidades de la flota y luego colaborar para ponernos en marcha. Y yo debo ponerte al tanto de lo que realmente está ocurriendo. Aparte de Elena, eres el único a quien puedo confiar la parte secreta de esto.
Con dificultad, Miles lo persuadió para que se sentase. Entonces le narró una versión resumida de sus aventuras en el Centro Hegen, omitiendo sólo el intento de suicidio de Gregor; ésa era una vergüenza secreta del Emperador. A Miles no le sorprendió del todo descubrir que Elena no le había hablado sobre su breve e ignominiosa visita anterior; Baz pareció pensar que el hecho del que el Emperador se hubiese presentado de incógnito era razón suficiente para justificar su silencio. Para cuando Miles terminó, la culpa de Baz había sido completamente desplazada por su alarma.
—Si el Emperador fuera asesinado, si no regresara, la confusión se prolongaría durante años allá en casa —dijo Baz—. Tal vez debiera dejar que Cavilo lo rescatase, en lugar de arriesgarse…
—Hasta cierto punto, es precisamente lo que pienso hacer —dijo Miles—. Si tan sólo supiera lo que Gregor piensa. —Se detuvo—. Si perdemos las dos cosas, a Gregor y la batalla del agujero de gusano, los cetagandanos llegarán a nuestro umbral en el momento de máximo desorden interno. Ellos siempre han querido apoderarse de Komarr, y sería una tentación tan grande que una segunda invasión cetagandana podría sorprenderlos tanto a ellos como a nosotros. Es posible que prefieran los planes más elaborados, pero no podrán dejar pasar una oportunidad tan atractiva.
Impulsados por esta imagen, comenzaron a hablar de las cuestiones técnicas, y casi habían terminado cuando la oficial de comunicaciones llamó a Miles a través de la consola.
—¿Almirante Naismith? —La oficial observó el rostro de Miles con interés y entonces continuó—: Fuera de la nave hay un hombre que quiere verlo. Asegura tener información importante.
Miles tuvo la imagen de un asesino.
—¿Cuál es su identificación?
—Pidió que le dijera que su nombre es Ungari. No ha dicho nada más.
Miles contuvo el aliento. ¡La caballería al fin! O una maniobra muy astuta para lograr la entrada.
—¿Podría verlo sin que él sepa que está siendo observado?
—Sí señor. —La oficial de comunicaciones desapareció y, en su lugar, en la pantalla aparecieron un par de hombres vestidos con overoles de técnicos aslundeños. Miles se sintió invadido por el alivio. El capitán Ungari. Y el bendito sargento Overholt.
—Gracias, oficial. Que una patrulla acompañe a los hombres hasta mi cabina. —Alzó la vista hacia Baz—. En unos… diez minutos… —Interrumpió la comunicación y le explicó lo que ocurría—. Es mi jefe de Seguridad Imperial. ¡Gracias a Dios! Pero… no estoy seguro de poder explicarle las circunstancias particulares de tu deserción. Por supuesto que él pertenece a Seguridad Imperial y no a Seguridad del Servicio, y no creo que en este momento tu vieja orden de arresto sea una de sus principales preocupaciones, pero las cosas podrían resultar más… simples si tú lo evitaras, ¿de acuerdo?
—Mm. —Baz hizo una mueca—. Creo que tengo asuntos que atender.
—Sin duda. —Baz… Por un momento ansió decirle que tomase a Elena y se fuese de allí, que se alejase del inminente peligro—. Las cosas se tornarán muy complicadas dentro de poco.
—Con Miles el Loco al mando, ¿cómo podría ser de otro modo? —Baz sonrió y se dirigió hacia la puerta.
—No estoy tan loco como Tung… ¡Por Dios!, nadie me llama de ese modo, ¿verdad?
—Ah, es una antigua broma. Sólo entre algunos de los viejos Dendarii. —Baz aceleró el paso.
Y quedan muy pocos de los viejos Dendarii. Por desgracia, ésa no era una broma graciosa. La puerta se cerró con un susurro detrás del ingeniero.
Ungari. Ungari. Finalmente alguien que se hiciese cargo.
Si tan sólo tuviese a Gregor conmigo, habría terminado con esto. Pero al menos podré averiguar a qué se han dedicado los Nuestros todo este tiempo. Exhausto, apoyó la cabeza sobre los brazos y sonrió. Ayuda. Al fin.
El sueño comenzaba a nublar su cerebro; Miles se obligó a despertar cuando el timbre de la cabina volvió a sonar. Se frotó el rostro para despejarlo y apretó el botón que abría la puerta.
—Adelante. —Miró la hora; sólo había perdido cuatro minutos por el tobogán de la conciencia. Definitivamente, era hora de tomarse un descanso.
Chodak y dos guardias Dendarii acompañaban a Ungari y al sargento Overholt. Los dos estaban vestidos con los overoles pardos de los supervisores aslundeños, y sin duda poseían pases y documentos que coincidían con ellos. Miles les sonrió con alegría.
—Sargento Chodak, usted y su hombre aguarden fuera. —Chodak pareció muy decepcionado ante la exclusión—. Y si la comandante Elena Bothari-Jesek ha concluido con sus tareas, pídale que se reúna con nosotros. Gracias.
Ungari aguardó con impaciencia hasta que la puerta se hubo cerrado. Entonces avanzó. Miles se levantó para hacerle la venia.
—Me alegro de verle…
Para su sorpresa, Ungari no le devolvió el saludo; en lugar de ello, cerró las manos sobre su chaqueta y lo alzó hacia arriba. Miles percibió que sólo mediante un gran esfuerzo se había reprimido para cogerlo por las solapas y no por el cuello.
—¡Vorkosigan, es usted un idiota! ¿Qué clase de juego es éste?
—Encontré a Gregor, señor. Y… —No digas que lo perdiste—. Estoy preparando una expedición para rescatarlo. Me alegro tanto de que se haya puesto en contacto conmigo. Una hora más y habría perdido el barco. Si unimos nuestra información y nuestros recursos…
Ungari no lo soltaba, y la expresión de su rostro no se relajaba.
—Sabemos que encontró al Emperador. Les seguimos el rastro desde Detenciones del Consorcio. Luego ambos desaparecieron por completo.
—¿No le preguntó a Elena? Pensé que lo haría… Mire, señor, siéntese, por favor. —Y déjeme bajar, maldita sea. Ungari no parecía notar que los pies de Miles no tocaban el suelo—. Cuénteme cómo ve todo esto. Es muy importante.
Con la respiración agitada, Ungari lo soltó y se sentó en el sillón indicado, o al menos en el borde del mismo. Ante una señal de su mano, Overholt se colocó a su lado en posición de descanso. Miles observó a Overholt con cierto alivio. La última vez que lo viera estaba tendido boca abajo e inconsciente en la plaza de la Estación del Consorcio. El sargento parecía completamente recuperado, aunque se le veía muy cansado y tenso.
—Cuando finalmente despertó —dijo Ungari—, el sargento Overholt lo siguió hasta Detenciones del Consorcio, pero entonces usted desapareció. Él pensó que habían sido ellos, y ellos pensaron que había sido él. Después de unos cuantos sobornos, finalmente supo la historia por el hombre detenido a quien usted golpeó… un día después, cuando al fin el sujeto estuvo en condiciones de hablar…
—Entonces, sobrevivió —dijo Miles—. Bien, Gre… estábamos preocupados por eso.
—Sí, pero al principio Overholt no reconoció al Emperador en las listas de detenidos en calidad de esclavos; el sargento no había sido informado sobre su desaparición.
Como recordando una gran injusticia, una expresión de cólera pasó por el rostro de Overholt.
—Pudimos empezar a atar cabos cuando se comunicó conmigo, y comenzamos a desandar nuestro camino tratando de encontrar algún rastro suyo. Días perdidos.
—Yo estaba seguro de que se comunicaría con Elena Bothari-Jesek, señor. Ella sabía dónde estábamos. Usted sabía que ella era mi seguidora y que me había jurado lealtad. Está en mis antecedentes.
Ungari le dirigió una mirada furiosa, pero no le ofreció ninguna explicación por su error.
—Cuando la primera oleada barrayarana llegó al Centro, al fin contamos con los refuerzos suficientes para montar una búsqueda seria…
—¡Bien! Por lo tanto, allá en casa saben que Gregor se encuentra en el Centro. Temía que Illyan estuviese derrochando todos sus recursos en Komarr o, peor aún, en Escobar.
Ungari volvió a apretar los puños.
—Vorkosigan, ¿qué ha hecho con el Emperador?
—Está a salvo, pero corre un gran peligro. —Miles recapacitó un momento sobre lo que acababa de decir—. Me refiero a que se encuentra bien por ahora, creo, pero eso puede cambiar…
—Sabemos dónde está. Hace tres días fue localizado por un agente entre los Guardianes de Randall.
—Debe haber sido después de que me fuera —calculó Miles—. De otro modo, me hubiese localizado a mí también. ¿Qué estamos haciendo al respecto?
—Se están reuniendo las fuerzas para el rescate; no sé cuán grande será la flota.
—¿Qué hay del permiso para atravesar Pol?
—No creo que lo esperen.
—Tenemos que ponerlos sobre aviso, ¡no irritar a Pol! Es…
—Alférez, ¡Vervain tiene al Emperador! —gruñó Ungari exasperado—. No pienso decirles a…
—Vervain no tiene al Emperador, es la comandante Cavilo quien lo mantiene cautivo —le interrumpió Miles con impaciencia—. Se trata de una intriga personal, no de un asunto político. Yo creo… en realidad estoy absolutamente seguro de que el gobierno vervanés no sabe una palabra sobre ello. Nuestras fuerzas de rescate deben cuidarse de no cometer actos hostiles hasta que se produzca la invasión cetagandana.
—¿La qué?
Miles vaciló y bajó la voz.
—¿Quiere decir que no sabe nada sobre la invasión cetagandana? —Se detuvo—. Bueno, el hecho de que usted no haya sido informado aún no significa que Illyan no lo haya descubierto. Aunque todavía no hayamos localizado el lugar del imperio donde se están concentrando, en cuanto Seguridad Imperial note la cantidad de naves de guerra que han desaparecido de sus bases comprenderá que se está preparando algo. A pesar de la conmoción por la desaparición de Gregor, alguien debe de estar todavía controlando esas cosas. —Ungari aún lo miraba con expresión confundida, y, por lo tanto, Miles continuó con su explicación—: Espero que una fuerza cetagandana invada el espacio local vervanés y se desplace hacia el Centro Hegen, con la connivencia de la comandante Cavilo. Muy pronto. Pienso atravesar el sistema con la flota Dendarii y luchar contra ellos en el agujero de gusano de Vervain, custodiándolo hasta que llegue la flota de rescate de Gregor. Espero que envíen algo más que un grupo de diplomáticos para negociar. De paso, ¿tiene todavía esa nota de crédito en blanco que Illyan le dio? La necesito.
—Usted, señor —comenzó Ungari cuando hubo recuperado su voz—, no irá a ninguna parte que no sea nuestro refugio en la Estación Aslund. Allí aguardará tranquilo, muy tranquilo, hasta que lleguen los refuerzos de Illyan y se hagan cargo de usted.
Miles ignoró sus palabras.
—Debe de haber estado reuniendo datos para presentar su informe a Illyan. ¿Tiene algo que pueda servirme?
—Tengo un informe completo de la Estación Aslund, sus preparativos y fuerzas, pero…
—Yo ya dispongo de todo eso. —Miles movió los dedos con impaciencia sobre el escritorio de Oser—. Maldición. Quisiera que hubiese pasado las dos últimas semanas en la Estación Vervain.
—Vorkosigan —insistió Ungari con los dientes apretados—, se levantará ahora mismo y vendrá con nosotros. De otro modo, haré que Overholt lo lleve por la fuerza.
Overholt lo miraba con una fría prudencia, notó Miles.
—Eso podría ser un error muy grave, señor. Peor que el que cometió al no comunicarse con Elena. Si tan sólo me permite explicarle toda la situación estratégica…
Ungari ya no pudo tolerarlo más.
—Overholt —exclamó—, deténgalo.
Miles pulsó la alarma de su consola mientras el sargento se abalanzaba sobre él. Entonces lo esquivó y se ocultó tras el sillón del escritorio. La puerta de la cabina se abrió para dar paso a Chodak con sus dos guardias, seguidos por Elena. Overholt, quien perseguía a Miles alrededor del escritorio, se encontró frente a frente con el aturdidor de Chodak. El sargento cayó al suelo pesadamente. Ungari se levantó de un salto y se detuvo. Cuatro aturdidores apuntaban en su dirección. Miles sintió que estaba a punto de llorar, o de reír. Ninguna de las dos cosas le servirían de nada. Al fin logró controlar su respiración y su voz.
—Sargento Chodak, lleve a estos dos hombres al calabozo del Triumph. Póngalos… póngalos cerca de Metzov y de Oser.
—Sí, almirante.
Ungari guardó un valeroso silencio, como convenía a un espía capturado, y no se resistió aunque en las venas de su cuello latía la ira contenida.
Y ni siquiera puedo inyectarlo, pensó Miles. Un agente del nivel de Ungari debía de haber sido tratado para desarrollar una reacción alérgica a la droga; en lugar de provocarle la euforia, sólo lograría su muerte como resultado. Un momento después, llegaron dos Dendarii con una camilla flotante y se llevaron al inerte Overholt.
Cuando la puerta se cerró a sus espaldas, Elena preguntó:
—Muy bien, ¿qué ha ocurrido?
Miles suspiró profundamente.
—Por desgracia, ése era mi superior de Seguridad Imperial, el capitán Ungari. No estaba de humor para escuchar.
Los ojos de Elena se iluminaron.
—Por Dios, Miles. Metzov, Oser, Ungari, uno tras otro… Sin duda eres muy duro con tus oficiales superiores. ¿Qué harás cuando llegue el momento de dejarlos salir a todos?
Miles sacudió la cabeza.
—No lo sé.
Menos de una hora después, la flota abandonó la Estación Aslund, manteniendo un estricto silencio en las comunicaciones. Naturalmente, los aslundeños se vieron invadidos por el pánico. Miles se sentó en el centro de comunicaciones del Triumph y escuchó sus frenéticas preguntas, decidido a no interferir en el curso natural de los acontecimientos, a menos que los aslundeños abrieran fuego. Hasta que volviera a tener a Gregor consigo, debía presentar el perfil correcto ante Cavilo. Ella debía pensar que estaba obteniendo lo que quería, o al menos lo que había pedido.
En realidad, el curso natural de los acontecimientos prometía a Miles mejores resultados que los que hubiese podido obtener mediante la planificación y la persuasión. A juzgar por lo que decían, los aslundeños tenían tres teorías principales: los mercenarios escapaban del Centro al recibir información sobre un ataque inminente; los mercenarios iban a reunirse con enemigos de Aslund o, en el peor de los casos, los mercenarios estaban iniciando un ataque injustificado sobre alguien, con el consiguiente contraataque, que caería sobre sus cabezas. Las fuerzas de Aslund entraron en un estado de alerta máxima. Ante la indefensión en que habían quedado por la repentina partida de sus desleales mercenarios, se pidieron refuerzos, se desplazaron naves hacia el Centro y se convocaron a los reservistas.
Miles respiró aliviado cuando la flota Dendarii abandonó la región de los aslundeños y entró en el espacio abierto. Demorados por la confusión, ninguna nave aslundeña podría darles alcance hasta que redujeran la velocidad cerca del agujero de gusano de Vervain. Y allí, con la llegada de los cetagandanos, no resultaría difícil convencerlos para que se uniesen a las reservas Dendarii.
Había que calcular muy bien el momento oportuno. Si Cavilo todavía no había transmitido la clave de ataque a los cetagandanos, un movimiento brusco de la flota Dendarii podía inducirla a abortar el plan. Bien, decidió Miles. En ese caso, habría detenido la invasión cetagandana sin disparar un solo tiro. Una maniobra bélica perfecta, según la definición del propio almirante Aral Vorkosigan.
Por supuesto que tendré un huevo político en mi rostro y por todas partes habrá gente tratando de lincharme, pero papá lo comprenderá. Eso espero. De ese modo, sus únicos objetivos tácticos serían permanecer con vida y rescatar a Gregor, lo cual en la situación actual parecía absurda y maravillosamente simple. A menos, por supuesto, que Gregor no quisiese ser rescatado…
Pero debía aguardar para conocer las ramificaciones del árbol estratégico, decidió Miles con fatiga. Con pasos tambaleantes se dirigió a la cabina de Oser para desmoronarse en la cama y dormir doce horas.
La oficial de comunicaciones despertó a Miles llamándolo por la pantalla. En ropa interior, Miles fue hasta la consola y se dejó caer en el sillón.
—¿Sí?
—Usted pidió que le fuesen comunicados los mensajes de la Estación Vervain, señor.
—Sí, gracias. —Miles frotó sus ojos adormecidos y miró la hora. Todavía les quedaban doce horas de vuelo hasta alcanzar su destino—. ¿Hay algún signo de actividad anormal en la Estación Vervain o en su conducto?
—Todavía no, señor.
—Muy bien. Continúe vigilando en busca de alguna nave proveniente del espacio exterior. ¿Cuál es el tiempo de demora en nuestras transmisiones con ellos?
—Treinta y seis minutos, señor.
—Mm. Muy bien. Transmita el mensaje. —Bostezando, se acodó sobre el escritorio de Oser y observó la pantalla. Un oficial vervanés de alto rango apareció en el vídeo y exigió explicaciones por los movimientos de la Flota Oserana-Dendarii. Sonaba muy parecido a los aslundeños. No había ninguna señal de Cavilo. Miles llamó a la oficial de comunicaciones—. Responda que, lamentablemente, su importante mensaje fue imposible de descifrar a causa de la estática y de una avería en nuestro desmodulador. Solicite una repetición urgente, con amplificación.
—Sí, señor.
En los siguientes setenta minutos. Miles tomó una ducha, se vistió con un uniforme apropiado (y botas) que le habían suministrado mientras dormía, y dio buena cuenta de un equilibrado desayuno. Entró en la cabina de mando del Triumph justo a tiempo para la segunda transmisión. Esta vez, la comandante Cavilo se hallaba junto al oficial vervanés con los brazos cruzados. El vervanés repitió sus palabras, literalmente con amplificación, y su voz sonó mucho más fuerte y clara. Cavilo agregó:
—Explíquense de inmediato. De otro modo, los consideraremos una fuerza hostil y responderemos en consecuencia.
Ésa era la amplificación que había pedido. Miles se acomodó en el sillón y se arregló lo mejor posible su uniforme Dendarii. Se aseguró de que la insignia de almirante quedara claramente visible en la pantalla.
—Listo para transmitir —dijo a la oficial de comunicaciones con un movimiento de cabeza. Obligó a sus facciones a adoptar la expresión más serena y seria que pudo conseguir—. Almirante Miles Naismith, al mando de la Flota Mercenaria Dendarii Libre, al habla. Exclusivo para la comandante Cavilo, de los Guardianes de Randall. Señora, he cumplido con mi misión precisamente como usted lo ordenó. Le recuerdo la recompensa prometida si triunfaba. ¿Cuáles son sus siguientes instrucciones? Naismith fuera.
La oficial de comunicaciones cargó la grabación en el desmodulador.
—Señor —dijo con incertidumbre—, si esto es exclusivo para la comandante Cavilo, ¿hacemos bien en enviarlo por el canal de comando de Vervain? Los vervaneses tendrán que procesarlo antes de transmitirlo. Será visto por muchas personas aparte de ella.
—Perfecto, teniente —dijo Miles—. Transmítalo, entonces.
—Oh. Y… suponiendo que respondan, ¿qué quiere que haga?
Miles miró la hora.
—Para cuando llegue su respuesta, nuestro curso indica que nos encontraremos tras la corona de interferencia de los soles gemelos. Durante al menos tres horas estaremos incomunicados.
—Yo podría elevar la ganancia, señor, y atravesar…
—No, no teniente. La interferencia será terrible. En realidad si logra extenderla a cuatro horas, mucho mejor. Pero haga que parezca real. Hasta que nuestro alcance me permita conferenciar con Cavilo con una demora casi nula, quiero que se considere una oficial de incomunicaciones.
—Sí, señor. —Ella sonrió—. Ahora lo comprendo.
—Adelante. Recuérdelo: quiero máxima ineficacia, incompetencia y error. En los canales vervaneses, por supuesto. Usted ha trabajado con los soldados reclutas, sin duda. Sea creativa.
—Sí, señor.
Miles partió en busca de Tung.
Él y Tung se hallaban profundamente concentrados en el ordenador del salón táctico del Triumph cuando la oficial de comunicaciones volvió a llamar.
—Cambios en la Estación Vervain, señor. Todo el tráfico de naves comerciales ha sido detenido. En todos los canales militares las transmisiones en clave se han triplicado. Y cuatro grandes naves de guerra acaban de despegar.
—¿Hacia el Centro o hacia Vervain?
—Hacia Vervain, señor.
Tung se inclinó hacia delante.
—Introduzca los datos en el ordenador a medida que los confirme, teniente.
—Sí, señor.
—Gracias —dijo Miles—. Continúe manteniéndonos al corriente. Y preste atención a los mensajes civiles también, cualquiera que pueda interceptar. Quiero saber cuáles son los rumores que corren.
—Correcto, señor. Fuera.
Tung activó lo que familiarmente se llama monitor táctico «actualizado», un gráfico en color, mientras la oficial de comunicaciones introducía los nuevos datos. Entonces estudió las cuatro naves de guerra que estaban partiendo.
—Ya empieza —dijo con expresión sombría—. Tal como dijiste.
—¿No cree que sea algo causado por nosotros?
—No con esas cuatro naves. Jamás se hubieran movido de la Estación si no se las necesitase desesperadamente en otra parte, Será mejor que muevas tu trasero… quiero decir, que traslades tu bandera al Ariel, hijo.
Miles se frotó los labios con nerviosismo y observó lo que había denominado su «pequeña flota» en el monitor del salón táctico del Ariel. Ahora los equipos mostraban al mismo Ariel junto con dos de las naves más rápidas de las fuerzas Dendarii. Su propia flota de ataque; rápida, maniobrable, capaz de efectuar bruscos cambios de curso. Debía admitir que no contaban con un gran poder de fuego. Pero si las cosas salían tal como Miles las proyectaba, abrir fuego no sería una opción deseable de todos modos.
Ahora el salón táctico del Ariel estaba manejado por una tripulación mínima: Miles, Elena como su oficial de comunicaciones personal y Arde Mayhew para todos los otros sistemas. Si llegaba el momento de combatir, entregaría el puesto a Thorne, quien por el momento se hallaba exiliado en la cabina de mando. Entonces tal vez se retirase a su cabina para abrirse el vientre con un cuchillo.
—Observemos la Estación Vervain —le dijo a Elena. Ella tocó los controles y la gran pantalla de holovídeo se encendió. La representación gráfica de su objetivo parecía hervir con líneas cambiantes y diversos colores, representando los movimientos de naves, shunts de potencia de diversas armas y protectores y transmisiones. Los Dendarii se encontraban apenas a un millón de kilómetros, poco más de tres segundos luz. La «pequeña flota» aventajaba en dos horas a las naves más lentas de la Flota Dendarii principal, y comenzaba a reducir la velocidad.
—Ya están muy nerviosos —comentó Elena mientras se tocaba el auricular—. Insisten en que nos comuniquemos.
—Pero todavía no se deciden a lanzar un contraataque —observó Miles estudiando el gráfico—. Me alegra que comprendan dónde se encuentra el verdadero peligro. Muy bien. Diles que finalmente hemos solucionado nuestros problemas de comunicación, pero reitérales que sólo hablaré con la comandante Cavilo.
—Creo… sí, al fin la han puesto al habla. Estoy recibiendo un mensaje por el canal indicado.
—Rastréalo. —Miles se asomó sobre su hombro mientras ella buscaba la información en el sistema.
—La fuente se está moviendo…
Miles cerró los ojos en una plegaria y volvió a abrirlos cuando Elena exclamó triunfante:
—¡Lo tengo! Allí. Esa pequeña nave.
—Dame su curso y su potencia. ¿Se dirige al agujero de gusano?
—No, se aleja.
—¡Ja!
—Es una nave rápida y pequeña, del tipo Falcon —le informó Elena—. Si su destino es Pol… y Barrayar… debe intersectar nuestro triángulo.
Miles exhaló.
—Cierto. Cierto. Aguardó para hablar por un canal que sus jefes vervaneses no pudiesen interferir. Pensé que haría algo así. Me pregunto qué mentiras les habrá contado. ¿Sabrá que se encuentra en un punto sin retorno? —Abrió los brazos ante el nuevo vector del gráfico—. Ven, amor. Ven hacia mí.
Elena le dirigió una mirada irónica.
—Ahí viene. Tu amorcito está a punto de aparecer en el monitor tres.
Miles voló hacia el sillón indicado y se acomodó frente a la pantalla de holovídeo que comenzaba a iluminarse. Era el momento para ejercer al máximo el dominio de sí mismo. Adoptó una expresión de frío interés mientras las facciones de Cavilo tomaban forma frente a él. Por debajo, se frotó las palmas sudorosas sobre las rodillas.
Los ojos azules de Cavilo brillaban triunfantes, restringidos por la tensión de su boca y de su frente, como reflejando las naves de Miles que restringían su ruta de vuelo.
—Lord Vorkosigan. ¿Qué estás haciendo allí?
—Sigo sus órdenes, señora. Usted me dijo que me hiciera cargo de los Dendarii. Y no he transmitido nada a Barrayar.
Una demora de seis segundos para que la emisión volase de nave a nave y regresase con la respuesta. Por desgracia ella tenía tanto tiempo para pensar como él.
—Yo no te ordené que cruzaras el Centro.
Miles frunció el ceno confundido.
—¿Pero dónde más necesitaría mi flota sino donde se desarrolla la acción? No soy estúpido.
Esta vez la pausa fue más larga que la obligada por la demora en la transmisión.
—¿Quiere decir que no recibiste el mensaje de Metzov? —preguntó.
Estuve bastante cerca. Qué magnífica colección de dobles sentidos había en aquella conversación.
—¿Lo envió con un mensaje?
Una pausa.
—¡Sí!
Mentira por mentira.
—Jamás lo vi. Tal vez desertó. Debió de comprender que usted amaba a otro. Es posible que se encuentre en el bar de alguna estación espacial, ahogando sus penas. —Miles suspiró profundamente ante una escena tan triste.
La expresión atenta y preocupada de Cavilo se llenó de ira al recibir sus palabras.
—¡Idiota! ¡Yo sé que lo tienes prisionero!
—Sí, y desde entonces me he estado preguntando por qué permitió que eso sucediera. Si no deseaba que ocurriera ese accidente, debió haber tomado precauciones.
Cavilo lo miró unos instantes y cambió de argumento.
—Temí que Stanis fuera traicionado por sus emociones. Quise darle una oportunidad más para probarse. Mis hombres tenían la orden de matarlo si trataba de matarte a ti, pero cuando Metzov falló, los estúpidos aguardaron.
Probablemente les había ordenado que lo mataran en cuanto Metzov lo matara a él. Miles hubiese querido tener una copia del informe de ese guardián.
—¿Lo ve? —le dijo—. Todos sus subordinados piensan por su cuenta, como yo.
Cavilo echó la cabeza hacia atrás.
—¿Tú, un subordinado? ¡Preferiría dormir con una serpiente!
Qué imagen tan interesante.
—Será mejor que se acostumbre a mí. Está tratando de entrar en un mundo que le resulta extraño y que yo conozco muy bien. Los Vorkosigan formamos parte de la clase poderosa de Barrayar. Le vendría muy bien tener un guía nativo.
Pausa.
—Exactamente. Estoy tratando de poner a salvo a tu Emperador. Tú te interpones en su curso de vuelo. ¡Apártate de mi camino!
Miles echó un vistazo al monitor táctico. Sí, perfecto.
Bien. Ven a mí.
—Comandante Cavilo, estoy seguro de que le falta un dato importante sobre mi persona.
Pausa.
—Permíteme dejar en claro mi posición, pequeño barrayarano. Yo tengo a tu Emperador bajo mi absoluto control.
—Bien, entonces déjeme escuchar esas órdenes de su boca.
Pausa. Una fracción de segundo más breve, sí.
—Puedo hacer que le corten el cuello frente a tus ojos. ¡Déjame pasar!
—Adelante. —Miles se encogió de hombros—. Aunque su cubierta quedará bastante destrozada.
Ella esbozó una sonrisa ácida después de la pausa.
—Te jactas demasiado.
—Yo no me jacto. Gregor es mucho más valioso con vida para usted que para mí. Al sitio donde va, no podrá hacer nada sin él. Es su billete de carne y hueso. ¿Pero le ha mencionado alguien el hecho de que si Gregor muere, yo podría convertirme en el próximo emperador de Barrayar? —Bueno, eso era discutible, pero no era momento para entrar en detalles sobre las seis teorías barrayaranas que competían por la sucesión.
El rostro de Cavilo se paralizó.
—Él dijo… que no tenía heredero. Tú también lo dijiste.
—Ninguno designado. Eso es porque mi padre se niega a ocupar el cargo, aunque tiene el linaje. Pero ignorar los linajes no hace que éstos desaparezcan. Y yo soy el único hijo de mi padre. Y él no podrá vivir para siempre. Ergo… Puede resistirse a mis grupos de abordaje, puede amenazar y llevar a cabo sus amenazas. Me estará entregando el imperio. Se lo agradeceré de corazón antes de hacerla ejecutar. El Emperador Miles Primero. ¿Qué tal le suena? ¿Tan bien como la Emperatriz Cavilo? —Miles adoptó un tono dramático—. Otra alternativa es que trabajemos juntos. Tradicionalmente los Vorkosigan hemos sentido que la esencia es mejor que el título. El poder detrás del trono. Gregor debe haberle dicho que es mi padre quien ejerce ese poder, y usted no logrará desalojarlo con una caída de ojos. Él es inmune a las mujeres. Pero yo conozco cada uno de sus puntos débiles. Lo he pensado bien. Ésta podría ser mi gran oportunidad, de una forma o de otra. Ya que estamos, señora, ¿a usted le molestaría casarse con otro emperador?
El tiempo de demora le permitió saborear los cambios de expresión en el rostro de Cavilo, a medida que iba escuchando sus calumnias. Alarma, repugnancia y, finalmente, renuente respeto.
—Parece ser que te he subestimado. Muy bien… Tus naves pueden escoltarnos hasta un lugar seguro. Una vez allí, seguiremos conversando.
—Yo la transportaré a un lugar seguro, a bordo del Ariel, donde conversaremos de inmediato.
Cavilo se enderezó con furia.
—De ninguna manera.
—Muy bien, lleguemos a un acuerdo. Yo me guiaré por las órdenes de Gregor, y sólo de Gregor. Tal como le he dicho, señora, será mejor que se acostumbre a esto. Al principio, y hasta que se haya establecido, ningún barrayarano aceptara órdenes suyas directamente. Si éste es el juego que ha decidido jugar, será mejor que comience a practicarlo. Las cosas se seguirán complicando. También puede elegir la resistencia, en cuyo caso yo me quedo con todo. —¡Trata de ganar tiempo. Cavilo! ¡Muerde!
—Iré a buscar a Gregor. —La pantalla se tornó gris en una señal de espera.
Miles se dejó caer contra el respaldo del sillón, se frotó el cuello y giró la cabeza, tratando de aflojar sus nervios deshechos. Estaba temblando. Mayhew lo miraba, alarmado.
—Maldición —dijo Elena en voz baja—. Sí no te conociera, pensaría que eres el sustituto de Yuri el Loco. Esa expresión en tu rostro… ¿Estoy hilando demasiado fino, o en una sola jugada has conspirado para asesinar a Gregor, te has ofrecido para convertirlo en cornudo, has acusado a tu padre de homosexualidad, has sugerido un complot parricida en su contra y te has aliado con Cavilo? ¿Qué piensas hacer cuando te pidan un bis?
—Depende de las variaciones lineales. Estoy impaciente por averiguarlo —jadeó Miles—. ¿Estuve convincente?
—Estuviste alarmante.
—Bien. —Miles volvió a frotarse las palmas en los pantalones—. Primero es mente a mente, entre Cavilo y yo, antes de tornarse nave a nave. Ella es una conspiradora compulsiva. Si logro confundirla, envolverla en palabras con todas las bifurcaciones de su propia estrategia, distraerla el tiempo suficiente…
—Señal —le advirtió Elena.
Miles se enderezó y aguardó. El siguiente rostro en formarse sobre la pantalla fue el de Gregor. Estaba sano y salvo. Sus ojos se abrieron de par en par unos instantes y entonces su rostro permaneció inmóvil.
Cavilo estaba a sus espaldas, apenas fuera de foco.
—Dile lo que queremos, amor.
Miles hizo una reverencia sentado, tan profunda como le fue físicamente posible.
—Majestad. Os ofrezco la Flota Mercenaria Dendarii Libre. Disponed de ella a Vuestra voluntad.
Gregor miró hacia un costado. Evidentemente, había un monitor táctico análogo al del Ariel.
—Por Dios, están contigo. Miles, eres sobrenatural. —Su rasgo de humor fue inmediatamente reemplazado por la formalidad—. Gracias, lord Vorkosigan, acepto las tropas que me ofrece.
—Si os molestáis en abordar el Ariel, majestad, podréis poneros al mando de vuestras fuerzas.
Cavilo se inclinó hacia delante, interrumpiendo.
—Y ahora queda en evidencia su traición. Te pasaré parte de sus últimas palabras, Greg. —Cavilo se inclinó sobre él para tocar un control, y Miles fue invitado a presenciar una repetición instantánea de su actitud sediciosa, comenzando, naturalmente, con la farsa sobre el heredero designado y terminando con su oferta de sustituir al novio.
Gregor escuchó con la cabeza ladeada en una expresión pensativa y perfectamente controlada. Al fin la imagen de Miles llegó a su infame conclusión.
—¿Pero esto te sorprende, Cavie? —preguntó Gregor con tono inocente mientras cogía su mano y se volvía para mirarla. A juzgar por la expresión en el rostro de Cavilo, algo la estaba sorprendiendo—. Las mutaciones de lord Vorkosigan lo han vuelto loco, ¡todos lo saben! Hace años que anda por ahí balbuceando esas cosas. Por supuesto que no puedo confiar en él ni tampoco puedo quitármelo de encima…
«Gracias, Gregor, recordaré esta parte».
—… pero mientras él sienta que apoya sus intereses favoreciendo los nuestros, será un aliado valioso. La Casa Vorkosigan siempre ha sido muy poderosa en los asuntos de Barrayar. Su abuelo, el conde Piotr, fue quien puso en el trono a mi abuelo, el Emperador Ezar. Como enemigos son igualmente poderosos. Preferiría que gobernemos Barrayar con su cooperación.
—También se les podría exterminar. —Cavilo dirigió una mirada furiosa a Miles.
—El tiempo está de nuestro lado, amor. Su padre es un hombre viejo. Él es un mutante. Su amenaza sobre el linaje no tiene fundamento. Barrayar nunca aceptará a un mutante por emperador, como bien sabe el conde Aral y hasta el mismo Miles reconoce en sus momentos de cordura. Pero puede causarnos problemas si lo desea. Un interesante equilibrio de poderes, ¿verdad, lord Vorkosigan?
Miles volvió a inclinarse.
—Pienso mucho en ello. —Y tú también, por lo que veo.
Dirigió una mirada disimulada a Elena, quien había caído de su sillón cuando Gregor comenzara a describir los soliloquios dementes de Miles, y ahora se hallaba sentada en el suelo mordiéndose una manga para que no se escucharan sus carcajadas.
Tenía los ojos brillantes sobre la tela gris. Al fin logró controlar la risa y volvió a acomodarse en su asiento. Cierra la boca, Arde.
—Bien, Cavie, vayamos a reunirnos con mi Gran Visir. Cuando estemos allí yo controlaré sus naves. —Se volvió para besarle la mano que todavía descansaba sobre su hombro—. Y tus deseos serán órdenes para mí.
—¿Realmente crees que es seguro? Si está tan loco como dices.
—Brillante, nervioso, caprichoso… Pero te aseguro que se encontrará bien, siempre y cuando reciba su medicación de forma apropiada. Con todos estos viajes, debe haber dejado de tomar su dosis con regularidad.
La demora en la transmisión se había reducido considerablemente.
—Veinte minutos para el encuentro —informó Elena.
—¿Haréis el transbordo en vuestra lanzadera o en la nuestra, majestad? —preguntó Miles con formalidad. Gregor se encogió de hombros.
—Lo que diga la comandante Cavilo.
—En la nuestra —dijo ella de inmediato.
—Os estaré esperando. —Y preparado.
Cavilo interrumpió la transmisión.