13

Sin embargo, sus tres identidades tuvieron la ocasión de ejercitarse un poco esa tarde. Un pequeño gimnasio de a bordo fue desocupado para su servicio exclusivo. Durante la hora en que estuvo allí, Miles probó los diversos aparatos mientras verificaba distancias y trayectorias a las salidas custodiadas. Había un par de formas mediante las cuales Iván hubiese podido sortear a un guardia y escapar, pero a él, con su fragilidad y sus piernas cortas, le resultaría imposible. Por un momento se encontró lamentando no tener a Iván consigo.

Cuando regresaba a la celda 13 con su escolta, vio a otro prisionero que estaba siendo admitido en el puesto de guardia. El sujeto tenía una mirada frenética y su cabello rubio estaba oscurecido por el sudor. Al reconocerlo, Miles quedó más sorprendido aún por los cambios que había sufrido. El teniente de Oser. El rostro imperturbable de asesino estaba transformado.

Sólo llevaba puesto un pantalón gris, y su torso estaba desnudo. Su piel lucía las marcas lívidas de una cachiporra eléctrica. Unos pequeños puntos en su brazo indicaban que había sido inyectado recientemente. Murmuraba palabras sin cesar con los labios húmedos, se estremecía y reía compulsivamente. Al parecer regresaba de un interrogatorio.

Miles se sorprendió tanto que cogió la mano izquierda del hombre para mirarla. Sí, allí estaba la marca de sus propios dientes sobre los nudillos, recuerdo de la batalla ocurrida una semana antes ante la escotilla del Triumph, en el otro extremo del sistema. El silencioso teniente ya no guardaba silencio.

Los guardias de Miles le indicaron que continuase caminando, y él estuvo a punto de tropezar mirando hacia atrás hasta que se cerró la puerta de la celda 13.

¿Qué estás haciendo aquí? Ésa debía ser la pregunta más formulada y menos respondida del Centro Hegen, decidió Miles. Aunque seguramente el teniente oserano la había respondido.

Cavilo debía de comandar uno de los mejores servicios de Inteligencia de todo el Centro. ¿Cuánto habría tardado el mercenario oserano en seguirles el rastro hasta allí? ¿Cuándo habría sido detenido por la gente de Cavilo? Las marcas de su cuerpo no tenían más de un día…

Y la pregunta más importante de todas: ¿el mercenario oserano habría llegado a la Estación Vervain en un recorrido sistemático o habría seguido pistas específicas? ¿Estaba Tung comprometido? ¿Había sido arrestada Elena? Miles se estremeció y comenzó a caminar de un lado a otro con desesperación e impotencia.

¿Acabo de matar a mis amigos?

Por lo tanto, ahora, lo que Oser sabía, también lo sabía Cavilo, Toda la absurda mezcla de verdades, mentiras, rumores y errores. El hecho de que lo hubiesen Identificado como «almirante Naismith» no era obra de Gregor, tal como Miles había supuesto en un principio. (Evidentemente, el veterano de Tau Verde no había hecho más que confirmar la versión). Si Gregor le estaba escatimando información a Cavilo, ahora ella debía de saberlo. Siempre y cuando para ese entonces él no estuviese enamorado de ella. Miles sintió que su cabeza estaba a punto de explotar.

Los guardias vinieron en mitad del ciclo nocturno y lo obligaron a vestirse. ¿Había llegado al fin el momento del interrogatorio? Pensó en el oserano babeante y se estremeció. Miles insistió en lavarse y se vistió lo más despacio que pudo, alisando cada costura del uniforme. Al fin, los guardias comenzaron a impacientarse y sus dedos oscuros se deslizaron por las cachiporras de forma sugestiva. Muy pronto él también se convertiría en un idiota babeante. Aunque, por otro lado, ¿qué podía decir para ese entonces que empeorase las cosas? Cavilo ya debía de saberlo todo. Miles apañó las manos de los guardias y abandonó su celda con toda la desdichada dignidad que pudo reunir.

Lo condujeron por la nave en penumbras y emergieron de un tubo elevador a un sitio denominado «Cubierta G». Miles miró a su alrededor. Se suponía que Gregor debía de estar por allí en alguna parte… Llegaron a una cabina cuya puerta estaba marcada como «10 A», y los guardias hicieron sonar la cerradura codificada pidiendo permiso para entrar. La puerta se deslizó hacia un lado.

Cavilo se hallaba sentada frente a una consola iluminada. En la penumbra de la habitación, su cabello casi blanco brillaba y resplandecía. Habían llegado a la oficina personal de la comandante, aparentemente al lado de sus habitaciones. Miles forzó la vista y los oídos buscando al Emperador.

Cavilo estaba completamente vestida con su pulcro uniforme. Al menos él no era el único que dormía poco en esos días, pensó Miles; en una fantasía optimista decidió que ella se veía un poco cansada. Cavilo colocó un aturdidor sobre el escritorio, muy cerca de su mano izquierda, y despidió a los guardias. Miles estiró el cuello buscando la jeringa. Ella se estiró y se reclinó en la silla. Su perfume, algo más fresco, más penetrante y menos selvático que el que llevaba como Livia Nu, se elevó de su piel blanca y cosquilleó en la nariz de Miles. Él tragó saliva.

—Siéntate, lord Vorkosigan.

Miles se acomodó en la silla indicada y aguardó. Ella lo observó con ojos calculadores. Miles comenzó a sentir una picazón insoportable en las fosas nasales, pero mantuvo las manos quietas. La primera pregunta de esta entrevista no lo encontraría con los dedos metidos en la nariz.

—Tu emperador enfrenta un terrible peligro, mi pequeño Vor. Para salvarlo, tendrás que regresar con los Mercenarios Oseranos y tomar el mando. Sólo entonces te haremos conocer nuevas instrucciones.

Miles se sobresaltó.

—¿Cuál es el peligro? —preguntó con voz ahogada—. ¿Usted?

—¡En absoluto! Greg es mi mejor amigo. O el amor de mi vida, al menos. Haría cualquier cosa por él. Hasta renunciaría a mi carrera. —Esbozó una sonrisa afectada—. Si se te ocurre hacer algún otro movimiento y no sigues tus instrucciones al pie de la letra, bueno… Greg podría enfrentarse con problemas inimaginables. Podría caer en manos de los peores enemigos.

¿Peores que tú? No me parece posible

—¿Por qué me quiere al mando de los Mercenarios Dendarii?

—No puedo decírtelo. —Sus ojos brillaron de ironía—. Es una sorpresa.

—¿Qué apoyo me brindará en la empresa?

—Transporte hasta la Estación Aslund.

—¿Y qué más? ¿Tropas, armas, naves, dinero?

—Se me ha dicho que eres capaz de hacerlo valiéndote únicamente de tu ingenio. Es algo que quisiera ver.

—Oser me matará. Ya lo ha intentado.

—Es un riesgo que yo debo correr.

Me gusta ese «yo», señora.

—Lo que quiere es que me maten —dedujo Miles—. ¿Y sí tengo éxito en la misión? —Sus ojos comenzaban a lagrimear. La picazón en su nariz era insoportable, y pronto tendría que rascarse.

—La clave de la estrategia, pequeño Vor —le explicó ella con suavidad—, no está en escoger un camino a la victoria, sino en realizar la elección de tal modo que todos los caminos conduzcan a ella. De forma ideal. Tu muerte tendría una utilidad, y tu victoria, otra. Quisiera destacar que cualquier intento prematuro de comunicarte con Barrayar resultaría muy contraproducente. Mucho.

Un bonito aforismo sobre la estrategia; tendría que recordarlo.

—Entonces permita que reciba mis órdenes de mi propio comandante supremo. Déjeme hablar con Gregor.

—Ah. Ésa será tu recompensa si alcanzas tu objetivo.

—El último sujeto que creyó en eso recibió un disparo en la nuca por su credulidad. ¿Por qué no nos ahorramos algunos pasos y me dispara ahora mismo? —Miles parpadeó y se sorbió la nariz.

—No deseo matarte —le dijo ella con una caída de ojos, pero entonces se enderezó con el ceno fruncido—. Vaya, realmente no esperaba que te echaras a llorar.

Miles inhaló y sus manos no pudieron evitar un gesto suplicante. Sorprendida, ella extrajo un pañuelo del bolsillo y se lo arrojó. El pañuelo estaba impregnado de su perfume. Sin poder evitarlo, Miles se lo llevó al rostro.

—Deja de llorar, cobar… —Cavilo fue interrumpida por el primer estornudo de Miles. Luego vinieron otros en rápida sucesión.

—No estoy llorando, maldita. ¡Soy alérgico a su condenado perfume! —logró decir Miles entre paroxismos.

Ella se llevó una mano a la frente y comenzó a reír de verdad. Al fin tenía delante a la Cavilo real y espontánea; él había tenido razón: su sentido del humor era malévolo.

—¡Oh, querido! —exclamó ella—. Acabas de darme una idea maravillosa para fabricar granadas de gas. Es una pena que nunca… oh, bueno.

Sus senos nasales latían como timbales. Ella sacudió la cabeza y pulsó algo en su consola.

—Será mejor que te vayas antes de que explotes —le dijo. Mientras resollaba inclinado sobre su silla, los ojos nublados de Miles se posaron sobre sus zapatillas de fieltro.

—¿Al menos puedo tener un par de botas para este viaje?

Ella frunció los labios con expresión pensativa.

—No —decidió—. Será más interesante ver cómo te las arreglas tal como estás.

—Con este uniforme, sobre Aslund, seré como un gato vestido de perro —protestó él—. Me dispararán por error.

—Por error… a propósito… Vaya, vivirás una experiencia muy emocionante. —Cavilo hizo que se abriera la puerta.

Miles continuaba estornudando cuando los guardias vinieron para llevárselo. Cavilo todavía reía.

Los efectos del perfume tardaron media hora en disiparse, y para entonces Miles ya estaba encerrado en la diminuta cabina de una nave que se desplazaba por el interior del sistema. Habían abordado desde un enlace del Kurin; él ni siquiera había vuelto a poner un pie en la Estación Vervain. No había tenido la menor ocasión de intentarlo.

Miles inspeccionó la cabina. La cama y el lavabo eran un vivido recuerdo de su celda anterior. La ilusión de embarcarse, ¡ja! Los vastos panoramas del amplio universo, ¡ja! La gloria del Servicio Imperial, ¡ja! Había perdido a Gregor…

Tal vez sea pequeño, pero cuando cometo torpezas lo hago a lo grande, porque estoy subido sobre hombros de GIGANTES. Miles golpeó la puerta y gritó por el intercomunicador, pero nadie vino.

Es una sorpresa.

Podía sorprenderlos a todos ahorcándose, idea que por unos momentos le resultó bastante atractiva. Pero arriba no había nada en lo que pudiera enganchar su cinturón.

Muy bien. Esta nave era más rápida que el pesado carguero que había tardado tres días en atravesar el sistema. Sin embargo no era instantánea. Tendría al menos un día y medio para pensar, él y el almirante Naismith.

Es una sorpresa.

Por Dios.

Para cuando Miles estimó que estarían llegando al perímetro de defensa de la Estación Aslund, un oficial y un guardia vinieron a buscarlo.

Pero todavía no hemos aterrizado, pensó. Esto me parece prematuro. Su agotamiento nervioso todavía respondió a una descarga de adrenalina. Miles inhaló profundamente, tratando de despejar su cabeza. Si tenía que pasar por mucho más, pensó, no habría adrenalina que le alcanzase. El oficial lo condujo por los pasillos de la pequeña nave hasta la cabina de mando.

El capitán de los Guardianes se encontraba allí, inclinado sobre la consola de comunicaciones, asistido por su segundo oficial. El piloto y el ingeniero de vuelo estaban muy atareados en sus puestos.

—Si suben a bordo lo arrestarán, y será automáticamente despachado tal como se nos ordenó —estaba diciendo el segundo oficial.

—Si lo arrestan a él, podrían arrestarnos a nosotros también. Ella dijo que lo dejemos allí, y no le importa si vive o muere. No nos ordenó internarnos —dijo el capitán.

Una voz en el intercomunicador.

—Ésta es la nave piquete Ariel, de la Flota Auxiliar de Aslund llamando al C6-WG de la Estación Central Vervain. Cesen la aceleración y despejen su escotilla lateral para permitir el abordaje de inspección. La estación Aslund se reserva el derecho a negarles el permiso de aterrizaje si no cooperan. —La voz adoptó un tono jovial—. Yo me reservo el derecho de abrir fuego si no cumplen las órdenes en un minuto. Basta de rodeos, muchachos. —Al tornarse irónica, de pronto la voz le resultó muy familiar. ¿Bel?

—Cesad la aceleración —ordenó el capitán, e hizo una seña al segundo para que cortase la comunicación.

—Oiga, Rotha —le dijo a Miles—. Venga aquí.

Así que soy Rotha otra vez. Miles esbozó una sonrisa tonta y se acercó, tratando de disimular el gran interés que le despertaba el visor. ¿El Ariel? Sí, allí estaba en la pantalla. ¿Bel Thorne seguiría al mando de la nave?

¿Cómo puedo hacer para abordarla?

—¡No me lancen allá afuera! —protestó Miles—. Los oseranos quieren mi pellejo. ¡Juro que no sabía que los arcos de plasma eran defectuosos!

—¿Qué arcos de plasma? —preguntó el capitán.

—Soy un traficante de armas. Les vendí unos arcos de plasma muy baratos. Al parecer tendían a bloquearse cuando estaban sobrecargados y volaban la mano del que los usaba. Yo no lo sabía. Los compré al por mayor.

El capitán de los Guardianes lo miró con expresión comprensiva y de forma inconsciente se frotó la mano en el pantalón, allí donde llevaba enfundado su arco de plasma. Entonces estudió a Miles con el ceño fruncido.

—Lo sacaremos vivo —dijo después de un momento—. Teniente, usted y el cabo lleven al pequeño mutante hasta la escotilla de personal, colóquenlo en una vaina espacial y expúlsenlo. Nos vamos a casa.

—No… —protestó Miles sin fuerzas mientras lo sujetaban por ambos brazos. ¡Sí! Arrastró los pies, pero se cuidó de no ofrecer resistencia para que sus huesos no corriesen peligro—. ¡No pensarán lanzarme…! —El Ariel, por Dios

—Oh, el mercenario aslundeño lo recogerá —le dijo el capitán—. Posiblemente. Si no decide que usted es una bomba y trata de dispararle desde la nave. —Con una pequeña sonrisa, se volvió hacia el intercomunicador y recitó con tono rutinario—: Ariel. Aquí el C6-WG. Decidimos cambiar nuestro plan de vuelo y regresar a la Estación Vervain. Por lo tanto, no necesitamos ninguna inspección para que se nos autorice el aterrizaje. No obstante, les dejaremos un pequeño obsequio de despedida. Bien pequeño. Lo que decidan hacer con él es problema vuestro…

La puerta de la cabina de mando se cerró a sus espaldas. Después de unos cuantos metros de corredor y un brusco recodo llegaron a la escotilla de personal. El cabo sujetaba a Miles, quien se resistía; el teniente abrió una gaveta y extrajo una vaina espacial.

La vaina era un salvavidas barato e inflable, diseñado para que los pasajeros pudiesen colocárselos en pocos segundos, apto para problemas de presurización o para abandonar la nave. También se las apodaba «globos idiotas». No requerían ningún conocimiento especial para ser operadas porque no poseían ningún control, sólo unas cuantas horas de aire recirculante y un localizador. Pasivas, infalibles y poco recomendables para claustrofóbicos, eran muy eficaces salvando vidas… cuando las naves de rescate llegaban a tiempo.

Miles emitió un verdadero gemido cuando lo introdujeron en la vaina húmeda y con olor a plástico. Un tirón del cordón de abertura hizo que se cerrase y se inflase automáticamente. Por un horrible momento, recordó la burbuja sumergida en el lodo de la isla Kyril y se contuvo para no gritar. Entonces sus captores lo hicieron rodar hacia la antecámara de compresión. Un empujón más y Miles se encontró cayendo en la negrura.

La vaina esférica tenía poco más de un metro de diámetro. Miles tanteó a su alrededor. Le dolía el estómago y el oído por los puntapiés recibidos. Al fin sus manos temblorosas encontraron algo que parecía un tubo de luz. Lo apretó y el aparato le respondió con un repugnante resplandor verdoso.

El silencio era profundo, sólo interrumpido por el silbido del aire y su propia respiración agitada.

Bueno, esto es mejor que la última vez que alguien trató de lanzarme al espacio. Tuvo varios minutos para imaginar todas las cosas que el Ariel podía hacer si decidía no recogerlo. Acababa de abandonar la posibilidad de que abriese fuego sobre él para pasar a concebir la idea de que lo abandonasen en la oscuridad, donde finalmente se asfixiaría, cuando de pronto él y su vaina fueron atrapados por un haz de tracción.

Evidentemente, el operador era bastante inexperto, pero después de varios minutos de manipulaciones. Miles comprendió que se encontraba a salvo en una antecámara de compresión. Oyó una escotilla que se abría y varias voces humanas. Un momento después, el globo idiota comenzó a rodar. Miles aulló y se acurrucó para no golpearse hasta que el movimiento se detuvo. Entonces se sentó e inspiró profundamente, tratando de alisarse el uniforme.

Se oyeron unos golpes apagados contra la tela de la vaina.

—¿Hay alguien ahí dentro?

—¡Sí! —respondió Miles.

—Un minuto…

Unos chirridos y ruidos metálicos le indicaron que se estaban rompiendo los sellos. La vaina comenzó a desinflarse mientras escapaba el aire de su interior. Miles se abrió paso entre los pliegues y emergió tembloroso, con menos gracia y dignidad que un polluelo recién nacido.

Se encontraba en una pequeña bodega de carga. Los soldados de uniforme gris y blanco lo rodeaban, apuntándole a la cabeza con aturdidores y disruptores nerviosos. Un oficial delgado, con insignia de capitán, lo observaba emerger con un pie apoyado sobre una caja.

Si uno se guiaba por el pulcro uniforme del oficial o por su cabellera castaña, no sabía si estaba viendo a un hombre delicado o a una mujer extraordinariamente resuelta. Esta ambigüedad no era causal; Bel Thorne era un hermafrodita betano, minoría descendiente de un experimento genético-social efectuado hacía siglos. La expresión de Thorne fue cambiando del escepticismo a la sorpresa al verlo aparecer.

Miles le sonrió.

—Hola, Pandora. Los dioses te han enviado un obsequio. Pero hay una dificultad.

—¿No la hay siempre? —Con el rostro iluminado de alegría, Bel Thorne se acercó a Miles para estrecharlo por la cintura con entusiasmo—. ¡Miles! —Thorne lo apartó y miró su rostro con avidez—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Supuse que preguntarías eso —suspiró Miles.

—¿Y qué estás haciendo con el uniforme de los Guardianes?

—Por Dios, me alegra que no seas de los que disparan primero y preguntan después. —Miles levantó los pies y salió de la vaina. Algo indecisos, los soldados continuaban apuntándoles—. Eh… —Miles los señaló.

—Bajad las armas, muchachos —ordenó Thorne—. Todo está bien.

—Quisiera que eso fuese cierto —dijo Miles—, tenemos que hablar, Bel.

Al igual que todo lo referido a los mercenarios, Miles se encontró con que en la cabina de Thorne a bordo del Ariel había una combinación de cambios y cosas familiares. Las formas, los sonidos y los olores de la nave le provocaban cataratas de recuerdos. La cabina del capitán estaba atestada con las pertenencias personales de Bel: una biblioteca en vídeo, armas, recuerdos de campaña como una armadura espacial semifundida que había salvado su vida, ahora convertida en una lámpara, y una pequeña jaula con una exótica mascota terrestre a la cual Thorne llamaba «hámster».

Mientras bebían té de verdad, no del sintético, Miles narró la versión que el almirante Naismith tenía de la realidad, muy similar a la que había brindado a Oser y a Tung. Habló sobre la misión de evaluación en el Centro, sobre su misterioso jefe, etcétera. Por supuesto que evitó mencionar a Gregor y también a Barrayar; Miles Naismith hablaba con el más puro acento betano. Aparte de eso. Miles relató con toda la veracidad posible sus vicisitudes con los Guardianes de Randall.

—Así que el teniente Lake ha sido capturado por nuestros rivales —dijo Thorne al escuchar la descripción del teniente rubio que Miles había visto en la cárcel del Kurin—. Es uno de nuestros mejores hombres, pero… será mejor que volvamos cambiar nuestras claves.

—Creo que sí. —Miles dejó su taza y se inclinó hacia delante—. Mi empleador no sólo me autorizó a observar, sino también, de ser posible, a prevenir una guerra en el Centro Hegen. —Bueno, algo así—. Me temo que ya no sea posible. ¿Cómo ves tú la situación?

Thorne frunció el ceño.

—Despegamos hace cinco días. Fue entonces cuando los aslundeños implantaron esta rutina de inspección para el aterrizaje. Todas la naves pequeñas debieron entrar en servicio. Con la estación militar a punto de inaugurarse, nuestros jefes comienzan a estar más nerviosos por la posibilidad de un sabotaje, bombas, armas biológicas…

—No lo discutiré. ¿Y qué hay de los asuntos internos de la flota?

—¿Te refieres a los rumores sobre tu muerte, tu vida, y/o tu resurrección? Se oyen por todas panes, en catorce versiones diferentes. Las he desestimado. Ya había ocurrido otras veces, ¿sabes? Pero entonces Oser arrestó a Tung.

—¿Qué? —Miles se mordió el labio—. ¿Sólo a Tung? ¿No a Elena, a Mayhew o a Chodak?

—Sólo a Tung.

—Eso no tiene sentido. Si arrestó a Tung, debe de haberlo interrogado químicamente, y él tiene que haber delatado a Elena. A menos que la hayan dejado libre como carnada.

—Las cosas se pusieron muy tensas cuando arrestaron a Tung, A punto de explotar. Creo que si Oser hubiese hecho algo contra Elena y Baz, la guerra se habría iniciado en ese momento. Sin embargo, aún no ha soltado a Tung. Todo está muy inestable. Oser se está ocupando de mantener apartado al antiguo grupo, es por eso que he estado aquí toda una maldita semana. Pero la última vez que vi a Baz estaba lo bastante nervioso como para presentar batalla. Aunque eso era lo último que hubiese deseado hacer.

Miles exhaló lentamente.

—Una batalla… Eso es exactamente lo que quiere la comandante Cavilo. Por eso me lanzó así, envuelto para regalo. «La Vaina de la Discordia». No le importa si gano o pierdo, siempre y cuando sus fuerzas enemigas se encuentren en medio del caos para cuando ella tenga lista su sorpresa.

—¿Ya has deducido cuál puede ser la sorpresa?

—No. Los Guardianes se estaban preparando para alguna clase de ataque terrestre. El hecho de que me enviaran aquí sugiere que apuntan hacia Aslund, en contra de toda estrategia lógica. Aunque podría tratarse de otra cosa. La mente de esa mujer es increíblemente retorcida. —Miles se golpeó el puño contra la palma en un acceso nervioso—. Tengo que hablar con Oser. Y esta vez tendrá que escucharme. Lo he pensado bien. Creo que nuestra única posibilidad puede radicar en la cooperación entre nosotros. Cavilo no se lo esperaría jamás, eso no figura en su estrategia. ¿Estás dispuesto a comunicarme con él, Bel?

Thorne frunció los labios.

—Desde aquí, sí. El Ariel es la nave más rápida de la flota. De ser necesario podré escapar a su represalia. —Thorne sonrió.

¿Debemos correr hacia Barrayar? ¡No…! Cavilo todavía tenía a Gregor, era mejor aparentar que seguía sus instrucciones. Por un tiempo, al menos.

Miles inspiró profundamente y se acomodó con firmeza en el sillón de la cabina de mando del Ariel. Se había lavado y llevaba un uniforme mercenario gris y blanco perteneciente a la mujer más pequeña de la nave. Llevaba los pantalones metidos dentro de las botas, que casi le sentaban bien. La chaqueta abierta le caía bastante bien cuando estaba sentado. Más tarde le harían las modificaciones pertinentes. Miles miró a Thorne y asintió con la cabeza.

—Muy bien. Abre el canal.

Un zumbido, un centelleo y el rostro de halcón del almirante Oser se materializó en la pantalla.

—Sí, ¿qué ocurre…? ¡Usted! —Oser apretó los dientes, y su mano comenzó a pulsar las llaves de la consola.

Esta vez no puede lanzarme al espacio pero sí puede cortar la comunicación. Tenía que hablar rápido.

Miles se inclinó hacia delante y sonrió.

—Hola, almirante Oser. He completado mi evaluación de las fuerzas vervanesas en el Centro Hegen. Y mi conclusión es que usted se encuentra en graves problemas.

—¿Cómo ha logrado introducirse en este canal codificado? ¡Oficial de comunicaciones, rastree esto!

—Usted mismo podrá determinar cómo en pocos minutos. Pero tendrá que mantenerme en la línea hasta entonces —dijo Miles—. Sin embargo, su enemigo se encuentra en la Estación Vervain, no aquí. No está en Pol ni en el Conjunto Jackson Y lo que realmente puedo asegurarle es que no soy yo. Note que he dicho en la Estación Vervain, no en Vervain. ¿Conoce a Cavilo?

—La he visto una o dos veces. —Ahora el rostro de Oser mostraba cautela, esperando el informe de su equipo técnico.

—¿La que tiene el rostro de ángel y la mente de una zorra rabiosa?

Los labios de Oser esbozaron una leve sonrisa.

—Veo que la ha conocido.

—Oh, sí, ella y yo mantuvimos varias conversaciones íntimas. Fueron… instructivas. La información es la mejor mercancía del Centro en este momento. O al menos la mía lo es. Quiero negociar.

Oser alzó la mano pidiendo una pausa y desconectó la línea por unos instantes. Cuando su rostro regresó, mostraba una expresión sombría.

—¡Capitán Thorne, esto es un motín!

Thorne se agachó para introducirse en el campo de la transmisión y dijo con vivacidad:

—No, señor. Estamos tratando de salvar su cuello desagradecido. Escuche a este hombre. Tiene conexiones que nosotros no tenemos.

—Ya lo creo que tiene conexiones —dijo Oser; y agregó en voz baja—: Malditos betanos, siempre se juntan…

—Ya sea que usted luche contra mí o que yo luche contra usted, ambos perderemos —dijo Miles rápidamente.

—Usted no podrá vencer —dijo Oser—. No podrá llevarse mi flota. No con el Ariel.

—El Ariel sólo es un punto de partida, en todo caso. Pero no es probable que no pueda vencer. Lo que puedo hacer es complicar mucho las cosas: dividir sus fuerzas, ocasionarle problemas con quienes lo contrataron… Cada munición gastada, cada equipo dañado, cada soldado herido o muerto es una pérdida en una batalla interna como ésta. Sólo ganaría Cavilo, quien no gasta nada. Para eso me envió aquí. ¿En qué le beneficiaría hacer precisamente lo que su enemigo desea que haga, eh?

Miles aguardó conteniendo la respiración. La mandíbula de Oser se movía, masticando sus apasionadas palabras.

—¿En qué se beneficiará usted? —preguntó al fin.

—Ah, me temo que soy la variable peligrosa en esa ecuación, almirante. No me encuentro en ella para lograr beneficios. —Miles sonrió—. Por lo tanto no me importa lo que destruya.

—Cualquier información que haya obtenido de Cavilo no vale una mierda —dijo Oser.

Comienza a negociar. Ha picado, ha picado…

Miles reprimió su alborozo y mostró una expresión muy seria.

—Cualquier cosa que diga Cavilo debe ser examinada con gran cuidado. Pero… he encontrado su lado vulnerable.

—Cavilo no tiene ningún lado vulnerable.

—Sí que lo tiene. Su pasión por las cosas útiles. Su egoísmo.

—No alcanzo a ver cómo eso la vuelve vulnerable.

—Precisamente por eso necesita incorporarme a su equipo de inmediato. Necesita mi punto de vista.

—¡Contratarlo! —exclamó Oser perplejo. Bueno, al menos había logrado sorprenderlo. En cierto sentido era un objetivo militar.

—Según tengo entendido, el puesto de jefe táctico y de estado mayor se encuentra vacante.

La expresión de Oser pasó de la perplejidad a la confusión, y de allí a la furia.

—Está loco.

—No, sólo tengo mucha prisa. Almirante, no ha habido ningún enfrentamiento irrevocable entre nosotros. Aún. Usted me atacó, y ahora espera que yo contraataque. Pero no me encuentro de vacaciones y no tengo tiempo para perderlo en cuestiones personales, como lo sería la venganza.

—¿Y qué hay de Tung? —preguntó Oser. Miles se encogió de hombros.

—Manténgalo encerrado por ahora, si insiste en ello. Sin hacerle daño, por supuesto. —Pero no le comente que se lo dije.

—Supongamos que lo cuelgo.

—Ah… Eso sería irrevocable. —Miles se detuvo—. Quiero señalarle que encerrar a Tung es como cortarse la mano derecha antes de entrar en batalla.

—¿Qué batalla? ¿Con quién?

—Es una sorpresa de Cavilo. Aunque estaría dispuesto a compartir un par de ideas que tengo al respecto.

—¿De veras? —Oser mostraba esa misma expresión de sorber un limón que Miles había visto algunas veces en el rostro de Illyan. Era casi hogareño.

Miles continuó:

—Si no desea emplearme, le propongo la alternativa de emplearlo yo a usted. Estoy autorizado a ofrecerle un contrato de buena fe, con todos los emolumentos acostumbrados, equipos de reemplazo, seguros, todo a cargo de mi… empleador. —Illyan, escucha mi plegaria—. No entraría en conflicto con los intereses aslundeños. Podrá cobrar dos veces por la misma pelea, y ni siquiera tendrá que cambiar de bando. El sueño de un mercenario.

—¿Qué garantías puede ofrecer?

—Me parece que soy yo quien debe pedir garantías, señor. Comencemos poco a poco. Yo no iniciaré un motín; y usted dejará de intentar arrojarme por las escotillas. Me reuniré con usted y le transmitiré mi información. —Qué endeble parecía esta «información» en medio de tantas promesas vagas. Ni cifras, ni movimientos de tropas; todo quedaba en intenciones, cambiantes topografías mentales de lo que era lealtad, ambiciones y traición—. Conversaremos, Incluso es posible que usted aporte algo viendo las cosas desde otro ángulo. Entonces decidiremos qué hacer.

Oser apretó los labios. En parte estaba persuadido, pero sentía una profunda desconfianza.

—Quiero señalarle —dijo Miles— que el riesgo personal es más mío que suyo.

—Creo…

Miles contuvo el aliento mientras aguardaba las palabras del mercenario.

—Creo que voy a lamentar esto. —Oser suspiró.

Las negociaciones para que el Ariel pudiese aterrizar llevaron otro medio día. Cuando pasó el entusiasmo inicial, Thorne se volvió más pensativo, y cuando la nave se posó sobre las abrazaderas, estaba verdaderamente meditabundo.

—Aún no sé con exactitud qué es lo que impedirá a Oser recibirnos, dispararnos con aturdidores y colgarnos —dijo Thorne mientras se ceñía un arma portátil. Mantuvo la voz baja para que no lo escuchasen los tiernos oídos del pelotón escolta, reunido en el corredor de salida del Ariel.

—La curiosidad —dijo Miles con firmeza.

—Muy bien. Entonces nos aturde, nos interroga químicamente y luego nos cuelga.

—Si me interroga a mí, le diré exactamente lo mismo que iba a decirle de todos modos. —Junto con algunas otras cosas—. En ese caso, tendrá menos dudas. Tanto mejor.

Miles se salvó de continuar con aquella conversación ya que en ese momento se escucharon los sonidos del acoplamiento con el tubo flexible. El sargento de Thorne abrió la escotilla sin vacilar, aunque Miles pudo notar que se apartaba rápidamente de la abertura.

—¡Pelotón, en formación! —ordenó el sargento. Los seis hombres revisaron sus aturdidores. Thorne y el sargento también portaban disruptores nerviosos, una combinación de armas bien calculada: aturdidores para tener en cuenta el error humano; disruptores para que el otro bando no se arriesgase a cometer errores. Miles estaba desarmado. Saludando mentalmente a Cavilo, volvió a colocarse sus zapatillas de fieltro. Con Thorne a su lado, encabezó la pequeña procesión y se marchó por el tubo flexible hacia la estación militar Aslundeña.

Fiel a su palabra, Oser tenía a un grupo de testigos formados y aguardando. El pelotón, de unos veinte hombres, portaba una combinación de armas casi idéntica a la del grupo del Ariel.

—Son muchos más que nosotros —murmuró Thorne.

—Todo es una cuestión mental —le respondió Miles—. Marcha como si tuvieras un Imperio a tus espaldas. —Y no te des vuelta. Es posible que nos estén alcanzando. Más vale que nos estén alcanzando—. Cuanta más gente me vea, mejor.

El mismo Oser los aguardaba en posición de descanso. Se veía profundamente dispéptico. Elena —¡Elena!— se encontraba a su lado. Estaba desarmada y tenía el rostro petrificado. La mirada que dirigió a Miles estaba llena de desconfianza, tal vez no en sus motivos, pero sí en sus métodos. ¿Qué es esta estupidez? preguntaban sus ojos. Miles le dirigió una breve mirada irónica antes de saludar a Oser.

De mala gana, Oser le devolvió la cortesía militar.

—Muy bien «almirante», ahora regresaremos al Triumph e iremos al grano —gruñó.

—Sí, por supuesto. Pero, de paso, recorramos un poco la estación, ¿de acuerdo? Las zonas autorizadas, por supuesto. Mi última visita fue interrumpida de un modo tan… abrupto. Después de usted, almirante.

Oser apretó los dientes.

—¡Oh, no!, después de usted, almirante.

Aquello se convirtió en un desfile. Miles los hizo dar vueltas durante cuarenta y cinco minutos, incluyendo una incursión por la cafetería. Allí estaban cenando y Miles se detuvo varias veces para saludar por su nombre a varios antiguos Dendarii que reconocía, repartiendo sonrisas deslumbrantes a los demás. Los rumores crecían a su paso, y aquéllos que no comprendían pedían explicaciones a los que sabían.

Una cuadrilla de obreros aslundeños trabajaba arrancando un entablado de fibra, y Miles se detuvo para elogiar su tarea. Elena aprovechó una ocasión en que Oser estaba distraído para susurrar al oído de Miles:

¿Dónde esta Gregor?

—Holgazaneando por ahí. Aunque mi cabeza depende de que logre traerlo de vuelta —murmuró Miles—. Es demasiado complicado. Te lo contaré más tarde.

—¡Oh Dios!… —Ella entornó los ojos.

Cuando, a juzgar por su expresión sombría, Miles comprendió que Oser estaba llegando a los límites de su tolerancia, le permitió que volviese a conducirlo hacia el Triumph. Listo. Obediente a las órdenes de Cavilo, no había hecho ningún intento por comunicarse con Barrayar.

Pero si Ungari no lograba encontrarlo después de esto, era hora de despedirlo. Un ave de las llanuras ejecutando una enloquecida danza de apareamiento no podía haber hecho una exhibición más conspicua.

Todavía se llevaban a cabo los detalles finales de la construcción alrededor del Triumph cuando Miles llegó a la nave con su desfile. Varios obreros aslundeños vestidos de pardo, celeste y verde se inclinaron para mirarlos desde los andamios. Los técnicos militares con sus uniformes azul oscuro abandonaron sus tareas por unos momentos para observarlos, y luego tuvieron que volver a seleccionar las conexiones y realinear los tornillos. Miles se abstuvo de sonreír y saludar con la mano, evitando de ese modo que a Oser se le quebrara la mandíbula. Basta de colocar anzuelos, era hora de ponerse en serio. En la siguiente tirada de dados, los treinta mercenarios podían dejar de ser una guardia de honor para convenirse en guardias de prisión.

El alto sargento de Thorne, quien marchaba junto a Miles, observó las nuevas construcciones que los rodeaban.

—Para mañana a esta hora las cargadoras automáticas estarán completamente instaladas —comentó—. Será una gran ayuda… ¡Mierda! —Su mano descendió abruptamente sobre la cabeza de Miles, empujándolo hacia abajo. El sargento había alcanzado a volverse y tenía la mano sobre su arma cuando la descarga azul de un disruptor nervioso le alcanzó en pleno pecho, justo donde había estado la cabeza de Miles. El hombre se contrajo y su respiración se detuvo. Miles percibió el olor a ozono, plástico caliente, carne quemada y continuó rodando por el suelo. Una segunda descarga cayó a su lado y su campo de fuerza se extendió como veinte avispas en su brazo extendido. Miles retiró la mano.

Cuando cayó el cuerpo del sargento, Miles cogió la manga de su chaqueta y se ocultó debajo de él, cubriéndose la cabeza y la columna con su torso. Contrajo los brazos y las piernas todo lo que pudo. Hubo otra descarga, y otras dos que dieron contra el cuerpo en rápida sucesión. Incluso protegido como estaba, fue peor que el golpe de cachiporra eléctrica de alto poder.

Miles oyó gritos, golpes, alaridos, pasos que corrían, caos. El zumbido de un aturdidor. Una voz.

—¡Está allá arriba! ¡Atrapadlo! —Y otra voz, fuerte y ronca—. Tú lo has visto. Es tuyo. ¡Ve por él! —Otra descarga contra el suelo.

El peso del sargento y el hedor de sus heridas se apretaban contra el rostro de Miles. Hubiese querido que el hombre pesara cincuenta kilos más. Ahora comprendía por qué Cavilo había estado dispuesta a pagar veinte mil dólares betanos por los trajes protectores. De todas las armas detestables que Miles había conocido, el disruptor nervioso era la más aterradora. Una herida en la cabeza que no lo matase del todo, que le robase su humanidad dejándolo como un animal o un vegetal, era la peor de las pesadillas. Sin duda su intelecto era su única razón de existir. Sin él…

Miles escuchó el crujido de un disruptor nervioso que no apuntaba en su dirección. Entonces giró la cabeza para gritar:

—¡Aturdidores! ¡Aturdidores! ¡Lo queremos vivo para interrogarlo! —Es tuyo, ve tu por él… Debía salir de debajo de ese cuerpo y unirse a la pelea. Pero si no hubiese sido el blanco del asesino, no tendrían sentido las descargas sobre el cadáver. Tal vez debía permanecer donde estaba. Miles se retorció, tratando de encoger los brazos y piernas con más fuerza.

Los gritos se acallaron; las descargas se detuvieron. Alguien trataba de quitarle el cadáver del sargento de encima. Miles necesitó unos momentos para comprender que debía soltarle el uniforme si quería ser rescatado. Extendió los dedos con dificultad.

El rostro de Thorne se asomaba sobre él, pálido y jadeante.

—¿Te encuentras bien?

—Creo que sí —respondió Miles.

—Te apuntaba a ti —le informó Thorne—. Sólo a ti.

—Lo he notado —balbuceó Miles—. Sólo me he freído un poco.

Thorne lo ayudó a sentarse. Temblaba tanto como después de la zurra con la cachiporra eléctrica. Se miró las manos y bajó una para tocar el cuerpo tendido a su lado. Cada día del resto de mi vida será obsequio tuyo. Y ni siquiera conozco tu nombre.

—Tu sargento… ¿cómo se llamaba?

—Collins.

—Collins. Gracias.

—Un buen hombre.

—Eso he visto.

Oser se acercó con expresión trastornada.

—Almirante Naismith, esto no ha sido preparado por mí.

—¿Oh? —Miles parpadeó—. Ayúdame a levantarme. Bel…

Eso podía haber sido un error. Thorne tuvo que sostenerlo unos momentos ya que se sentía débil y agotado como un hombre enfermo. Elena… ¿dónde…? Ella no tenía arma

Allí estaba, con otra mercenaria. Arrastraban hacia ellos a un hombre vestido con el uniforme azul oscuro de los oficiales aslundeños. Cada mujer lo sujetaba por una bota, y los brazos del hombre pendían exánimes sobre el suelo. ¿Desvanecido? ¿Muerto? Dejaron caer los pies junto a Miles, con la expresión desapasionada de dos leonas depositando alimentos junto a sus cachorros. Miles observó aquel rostro tan familiar.

General Metzov. ¿Qué está haciendo aquí?

—¿Reconoce a este hombre? —le preguntó Oser a un oficial aslundeño que había corrido a reunirse con ellos—. ¿Es uno de los suyos?

—No lo conozco. —El hombre se arrodilló para examinar sus papeles—. Tiene un pase válido…

—Pudo haberme matado a mí y escapar —le dijo Elena a Miles—. Pero siguió disparándote a ti. Estuviste brillante al no moverte.

¿Un triunfo de la inteligencia o un fallo del temple?

—Sí. Eso creo. —Miles hizo otro intento de sostenerse por sus propios medios, pero renunció y se apoyó en Thorne—. Espero que no lo hayas matado.

—Sólo está aturdido —dijo Elena, alzando el arma como evidencia. Alguna persona inteligente debía de habérsela arrojado al comenzar la reyerta—. Es probable que tenga una muñeca rota.

—¿Quién es este hombre? —preguntó Oser.

—Pues, almirante —respondió Miles con una sonrisa—, le dije que le brindaría más información de la que su sección de inteligencia logra reunir en un mes. —Hizo un gesto similar al de un camarero descubriendo una bandeja de plata, pero probablemente sólo pareció otro espasmo muscular—. Permítame presentarle al general Stanis Metzov. Segundo al mando de los Guardianes de Randall.

—¿Desde cuándo los oficiales superiores cometen asesinatos?

—Discúlpeme. Segundo al mando tres días atrás. Eso puede haber cambiado. Estaba metido hasta el cuello en las intrigas de Cavilo. Usted y yo tendremos que interrogarlo con una jeringa.

Oser lo miró.

—¿Usted planeó esto?

—¿Por qué piensa que pasé una hora deambulando por la estación, si no era para hacerlo salir? —dijo Miles alegremente. Debe haberme estado acechando todo el tiempo. Creo que voy a vomitar. ¿Acabo de asegurar que soy brillante o increíblemente estúpido? A juzgar por su expresión, Oser parecía querer hallar respuesta a la misma pregunta.

Miles observó la figura inconsciente de Metzov, tratando de pensar. ¿Habría sido enviado por Cavilo, o este intento de asesinato era por su propia cuenta? Si lo enviaba Cavilo, ¿habría ella planeado que cayese vivo en las manos de sus enemigos? Si no, debía de haber un asesino respaldándolo en alguna parte, en cuyo caso su blanco era Metzov si éste lograba su cometido, o Miles en caso de que fallara. O tal vez ambos.

Necesito sentarme y trazar un diagrama.

Los equipos médicos habían llegado.

—Sí, a la enfermería —dijo Miles con voz débil—. Hasta que mi amigo despierte.

—Estoy de acuerdo con eso —dijo Oser con cierto desaliento.

—Será mejor que la guardia de nuestro prisionero lo vigile bien. No estoy seguro de que le permitan sobrevivir a la captura.

—Es cierto —dijo Oser con tono pensativo.

Sujetado de un brazo por Thorne y del otro por Elena, Miles caminó con pasos tambaleantes hacia la escotilla del Triumph.