12

—Es un barrayarano. Y no un barrayarano cualquiera. Debemos sacarlo de la vista, rápido —continuó Metzov.

—¿Quién lo ha enviado, entonces? —Cavilo volvió a mirar a Miles con una expresión desconfiada.

—Dios —dijo Metzov con fervor—. Dios lo ha puesto en mis manos. —Así de alegre, Metzov resultaba un espectáculo insólito y alarmante. Hasta Cavilo alzó las cejas. Metzov miró a Gregor por primera vez—. Lo llevaremos a él y a su… guardaespaldas, supongo… —El general se detuvo.

Las imágenes de los billetes no se parecían mucho a Gregor, ya que eran algo antiguas, pero el Emperador había aparecido en bastantes emisiones de vídeo, con otras ropas, por supuesto. Miles casi podía leer los pensamientos de Metzov. El rostro me resulta familiar, pero no logro recordar su nombre… Tal vez no lo reconociese. Tal vez simplemente no pudiese creerlo.

Gregor, conteniendo dignamente su consternación, habló por primera vez.

—¿Es éste otro de tus viejos amigos, Miles?

Fue el tono medido y refinado el que estableció la conexión. El rostro de Metzov, enrojecido por la excitación, se tornó lívido. Sin proponérselo, el general miró a su alrededor… buscando a Illyan, supuso Miles.

—Eh… es el general Stanis Metzov —le explicó Miles.

—¿El Metzov de la isla Kyril?

—Sí.

—Oh. —Gregor mantuvo su actitud reservada, casi inexpresiva.

—¿Dónde está su escolta de seguridad, señor? —preguntó Metzov a Gregor, con la voz endurecida por el miedo.

La estás viendo, pensó Miles.

—No muy lejos, supongo —intentó Gregor con calma—. Déjenos seguir nuestro camino y no le molestarán.

—¿Quién es este sujeto? —Cavilo movió el pie con impaciencia.

—¿Qué… qué está haciendo aquí? —le preguntó Miles a Metzov sin poder evitarlo.

Metzov se tornó sombrío.

—¿Cómo pretendes que viva un hombre de mi edad, despojado de su pensión imperial y de sus ahorros? ¿Pensaste que me sentaría a morir de hambre en silencio? No.

Qué inoportuno recordarle a Metzov sus rencores, comprendió Miles.

—Esto… parece un adelanto en relación con las isla Kyril —le sugirió esperanzado. Todavía se sentía confundido. ¿Metzov trabajando a las órdenes de una mujer? La dinámica interna de esta cadena de mando debía de ser fascinante. ¿Stanis querido?

Metzov no parecía divertirse.

¿Quiénes son? —volvió a preguntar Cavilo.

—Poder. Dinero. Influencia estratégica. Más de lo que puedas imaginar —respondió Metzov.

—Problemas —agregó Miles—. Más de los que pueda imaginar.

—Tú eres una cuestión aparte, mutante —dijo Metzov.

—Le ruego que nos diferencie, general —dijo Gregor con su mejor tono imperial. Trataba de hacer pie en esta conversación flotante, aunque también ocultaba su confusión.

—Debemos llevarlos al Kurin de inmediato. Sacarlos de la vista —dijo Metzov a Cavilo, y se volvió hacia el escuadrón de arresto—. No deben escucharnos. Continuaremos con esto en privado.

Se marcharon de allí escoltados por la patrulla. La mirada de Metzov era como un cuchillo clavado en la espalda de Miles. Atravesaron varios compartimientos desiertos, hasta que llegaron a uno más grande. Allí había una gran actividad al servicio de una nave. La nave comando, a juzgar por el número y la formalidad de los guardias.

—Llevadlos al dispensario para ser interrogados —le ordenó Cavilo al escuadrón mientras el oficial a cargo les abría una escotilla.

—Un momento —dijo Metzov con nerviosismo, mirando a su alrededor—. ¿Tienes un guardia que sea sordo y mudo?

—¡Por supuesto que no! —Cavilo miró a su subordinado con indignación—. A la cárcel, entonces.

—No —dijo Metzov con dureza. No se atrevía a arrojar al emperador a una celda, comprendió Miles. El general se volvió hacia Gregor con el rostro muy serio—. ¿Puedo contar con su palabra, Maj… señor?

—¿Qué? —gritó Cavilo—. ¿Has perdido un tornillo, Stanis?

—La palabra —observó Gregor gravemente— es una promesa entre dos enemigos honorables. Estoy dispuesto a aceptarlo como un hombre de honor. ¿Pero esto significa que usted se está declarando nuestro enemigo?

Una excelente respuesta, pensó Miles.

Los ojos de Metzov se posaron sobre Miles y sus labios se apretaron.

—Tal vez no el suyo. Pero usted tiene mal ojo para elegir a sus favoritos. Por no mencionar a sus consejeros.

Ahora resultaba muy difícil adivinar lo que Gregor estaba pensando.

—Algunas relaciones me son impuestas. Como también algunos consejeros.

—A mi cabina. —Cavilo abrió la boca para protestar, pero Metzov alzó una mano—. Por ahora. Para nuestra conversación inicial. Sin testigos ni micrófonos. Después de eso decidiremos, Cavie.

Cavilo lo miró fijamente y cerró la boca.

—Muy bien, Stanis. Te seguimos. —Con un gesto irónico, extendió una mano para señalar el camino.

Metzov apostó dos guardias frente a la puerta de su cabina y despidió al resto. Cuando la puerta estuvo cerrada, ató a Miles Y lo sentó en el suelo.

Luego, con gran deferencia, acomodó a Gregor en el mullido sillón de su escritorio, lo mejor que tenía para ofrecer en ese cuarto espartano.

Cavilo se sentó sobre la cama y cruzó las piernas mientras los observaba.

—¿Por qué atar al pequeño y dejar suelto al grande? —objetó.

—Puedes desenfundar tu aturdidor si te preocupa —le dijo Metzov, y respirando profundamente, posó las manos sobre las caderas y estudió a Gregor. Entonces sacudió la cabeza, como si todavía no pudiese creer lo que veían sus ojos.

—¿Por qué no desenfundas el tuyo?

—Aún no he decidido si quiero sacar un arma en su presencia.

—Ahora estamos solos, Stanis —dijo Cavilo con tono sarcástico—. ¿Tendrías la amabilidad de explicarme esta locura? Y más vale que sea una buena explicación.

—Oh, sí. Él… —dijo señalando a Miles— es lord Miles Vorkosigan, hijo del primer ministro de Barrayar, el almirante Aral Vorkosigan. Supongo que habrás oído hablar de él.

Cavilo bajó las cejas.

—¿Y qué estaba haciendo en Pol Seis, disfrazado de traficante betano?

—No estoy seguro. Lo último que supe de él era que estaba bajo arresto en Seguridad Imperial, aunque por supuesto nadie creía que fuese en serio.

—Detenido —le corrigió Miles.

—Y él —continuó Metzov volviéndose para señalar a Gregor— es el emperador de Barrayar. Gregor Vorbarra. Lo que hace él aquí es algo que no logro imaginar.

—¿Estás seguro? —Cavilo pareció desconcertada, pero al ver que Metzov asentía con la cabeza, su mirada se tornó especulativa. Entonces miró a Gregor por primera vez—. Vaya. Qué interesante.

—¿Pero dónde está su escolta? Debemos movernos con mucha cautela, Cavie.

—¿Cuánto vale para ellos? ¿O para cualquier otro postor?

Gregor le sonrió.

—Soy un Vor, señora. En cierto sentido, el más importante de ellos. Los riesgos del servicio son la marca de los Vor. Yo no daría por sentado que mi valor es infinito si fuera usted.

Había algo de cierto en las palabras de Gregor, pensó Miles. Cuando no actuaba como emperador parecía perder toda identidad. Pero sin duda conocía muy bien su papel.

—Es una oportunidad, sí —dijo Metzov—, pero si creamos un enemigo que luego no podemos manejar…

—Si lo tenemos a él como rehén, no creo que nos resulte muy difícil manejarlos —observó Cavilo con expresión pensativa.

—Una alternativa más prudente —intervino Miles— sería ayudarnos a continuar nuestro camino a salvo, con lo cual se ganarían un lucrativo y honorable agradecimiento. Con esa estrategia no podrían perder.

—¿Honorable? —Los ojos de Metzov ardieron. El general guardó un sombrío silencio y entonces murmuró—: ¿Pero qué están haciendo aquí? ¿Y dónde está esa serpiente de Illyan? En todo caso, yo quiero al mutante. ¡Maldición! Esta carta debe jugarse con audacia o no jugarse. —Observó a Miles con expresión malévola—. Vorkosigan… ¿y qué? ¿Qué es ahora Barrayar para mí? Un Servicio que me apuñaló por la espalda después de treinta y cinco años… —Se enderezó con actitud decidida, pero todavía no se atrevía a sacar un arma en presencia del emperador, notó Miles—. Si, llévalos a la cárcel, Cavie.

—No tan rápido —dijo Cavilo, todavía pensativa—. Envía al pequeño a la cárcel si lo deseas. ¿Él no es nadie, dices tú?

Por esta vez, el hijo único del más poderoso líder militar de Barrayar mantuvo la boca cerrada.

—Comparado con el otro —le aclaró Metzov, quien de pronto parecía temer que le arrebatasen su presa.

—Muy bien. —Cavilo enfundó su aturdidor y fue hasta la puerta para llamar a los guardias—. Llevadlo a la cabina Nueve, cubierta G —dijo señalando a Gregor—. Desconectad el intercomunicador, cerrad la puerta y apostad a un guardia armado. Pero proporcionadle cualquier comodidad razonable que solicite. —Entonces se volvió hacia Gregor—. Es la mejor cabina que el Kurin puede suministrar a sus visitantes, eh…

—Llámeme Greg —suspiró Gregor.

—Greg. Lindo nombre. La cabina Nueve está junto a la mía. Continuaremos esta conversación más tarde, cuando te hayas refrescado un poco. Tal vez durante la cena. Acompáñalo hasta allí, ¿quieres, Stanis? —Favoreció a los dos hombres con una sonrisa radiante y se marchó. Cuando había dado unos pasos se volvió para señalar a Miles.

—Llevadlo al calabozo.

El segundo guardia movió su arma para indicarle que caminase y lo empujó con su cachiporra eléctrica, que afortunadamente no estaba activada.

A juzgar por lo que Miles pudo ver al pasar, el Kurin era una nave comando mucho más grande que el Triumph, capaz de albergar a una mayor cantidad de tropas de combate, pero por ese mismo motivo resultaba mucho más difícil de maniobrar. Su prisión también era más grande, descubrió Miles poco después, y contaba con una seguridad formidablemente mayor. Una entrada única se abría a un puesto de guardia equipado con monitores, desde el cual se accedía a dos sectores con celdas.

El capitán del carguero estaba abandonando el puesto de guardia bajo la atenta mirada del soldado destacado para vigilarlo. El hombre intercambió una mirada hostil con Cavilo.

—Tal como ha podido ver, todavía gozan de buena salud —le dijo Cavilo—. Mi parte del trato, capitán. Ocúpese de continuar hasta completar la suya.

Veamos qué ocurre

—Ha visto una grabación —le informó Miles—. Exija verlos personalmente.

Cavilo apretó sus dientes blancos con fuerza, pero esbozó una sonrisa ladina cuando el capitán del carguero se volvió hacia ella.

—¿Qué? Usted… —Se detuvo y permaneció como clavado al suelo—. Muy bien, ¿cuál de ustedes está mintiendo?

—Capitán, no puede pedir más garantía que ésta —dijo Cavilo señalando los monitores—. Si decide aventurarse, puede hacerlo.

—Entonces éste —dijo señalando a Miles— es el último resultado que obtendrá.

Un movimiento sutil de la mano de Cavilo hizo que los guardias desenfundaran rápidamente sus aturdidores.

—Sacadlo de aquí —les ordenó.

—¡No!

—Muy bien —dijo ella con exasperación—. Llevadlo a la celda Seis. —Mientras el capitán del carguero se volvía, desgarrado entre la resistencia y la ansiedad.

Cavilo hizo una seña al guardia para que se apartase del prisionero. El hombre obedeció, alzando las cejas con expresión interrogante. Cavilo miró a Miles y esbozó una sonrisa malévola, como diciendo «muy bien, sabelotodo, mírame». Con un movimiento rápido y frío. Cavilo desenfundó un disruptor nervioso, apuntó con cuidado y disparó sobre la nuca del capitán. El hombre sufrió una convulsión y se desmoronó: murió antes de tocar el suelo.

Ella se acercó y tocó el cuerpo con la punta de la bota. Entonces se volvió hacia Miles quien tenía la boca abierta.

—La próxima vez mantendrás la boca cerrada, ¿verdad, pequeñín?

Miles cerró la boca.

Tenías que experimentar… Al menos ahora sabía quién había matado a Liga. La expresión exaltada de Cavilo al matar al capitán le había resultado tan fascinante como aterradora. ¿A quién has visto realmente por la mira, querida?

—Sí, señora —dijo con voz ahogada, tratando de ocultar los temblores que delataban su reacción. Miles maldijo su lengua.

Ella regresó al puesto de guardia y habló con la guardiana, una mujer que se encontraba petrificada en su lugar.

—Entrégame lo que se ha grabado durante la última media hora en la cabina del general Metzov y continúa grabando. ¡No, no la rebobines! —Se guardó el disco en el bolsillo.

—Poned a éste en la celda Catorce —dijo señalando a Miles—, o… si se encuentra vacía, que sea la Trece. —Descubrió sus dientes en una breve sonrisa.

Los guardias volvieron a registrar a Miles e inspeccionaron sus papeles. Cavilo les informó con suavidad que debía ser registrado bajo el nombre de Victor Rotha.

Mientras era obligado a ponerse de pie, llegaron dos hombres con insignias para retirar el cuerpo en una camilla flotante.

Cavilo los observó sin mostrar ninguna emoción en el rostro y habló a Miles con voz fatigada.

—Tú has causado este daño a mi doble agente. Una jugarreta vandálica. Él no estaba aquí para servir de lección a un tonto. Yo no colecciono sujetos inservibles. Te sugiero que comiences a pensar en la forma de resultarme útil, ya que a mí no me interesa que seas el juguete preferido de Metzov. —Esbozó una leve sonrisa—. Aunque realmente te tiene inquina, ¿verdad? Tendré que explorar mejor sus motivos.

—¿Y para qué le sirve su «Stanis querido»? —la desafió Miles furioso, invadido por la culpa. ¿Metzov sería su amante? La idea era repulsiva.

—Es un experto comandante de combate terrestre.

—¿Y para qué le sirve un comandante terrestre a una flota espacial cuya misión es custodiar los conductos de agujeros de gusano?

—Bueno… —Ella sonrió con dulzura—. Entonces debe de ser que me divierte.

Se suponía que ésa era la respuesta a su pregunta.

—Sobre gustos no hay nada escrito —murmuró Miles tomando la precaución de que ella no lo escuchase. ¿Debía advertirle sobre Metzov? O, si lo pensaba mejor, ¿debía advertir a Metzov sobre ella?

La mente de Miles todavía daba vueltas a su nuevo dilema cuando la puerta de su celda solitaria se cerró dejándolo dentro.

Miles no necesitó demasiado tiempo para explorar las novedades de su nueva morada. Era un espacio de poco más de dos metros cuadrados cuyo único mobiliario eran dos bancos acojinados y un lavabo plegable. No había ninguna biblioteca de video, nada para escapar a la rueda de sus pensamientos, sumidos en el fango de las recriminaciones.

La ración de campaña que le pasaron más tarde por una abertura en la puerta demostró ser aún más repelente que la versión imperial barrayarana, parecida a un trozo de cuero que sólo un perro querría mascar. Humedecida con saliva se ablandaba un poco, lo suficiente para arrancar unos trozos gomosos si uno gozaba de buena salud dental. Más que una distracción temporal, prometía durar hasta la siguiente comida. Probablemente era muy nutritiva. Miles se preguntó qué le estaría sirviendo Cavilo a Gregor para la cena. ¿Sus vitaminas estarían tan bien calculadas?

Habían estado tan cerca de la meta… incluso ahora, el consulado barrayarano se hallaba a menos de un kilómetro de distancia; si tan sólo pudiese llegar hasta allí… Si se le presentaba la oportunidad… Por otro lado, ¿cuánto tardaría Cavilo en ignorar las costumbres diplomáticas y violar el consulado si veía alguna utilidad en ello? Tanto como había tardado en dispararle al capitán del carguero por la espalda, calculó Miles. Sin duda para ese entonces ya habría hecho vigilar el consulado y a todos los agentes barrayaranos conocidos en la Estación Vervain. Miles desenterró los dientes de un trozo de su ración-cuero y suspiró.

Un zumbido en el cerrojo codificado le indicó que estaba a punto de recibir una visita. ¿Venían a interrogarlo? ¿Tan pronto? Había imaginado que Cavilo cenaría, bebería y evaluaría a Gregor primero, para después seguir con él. ¿O pensaría ponerlo en manos de sus subordinados? Miles tragó un bocado con dificultad y enderezó la espalda, tratando de parecer tranquilo.

La puerta se deslizó descubriendo al general Metzov, quien todavía tenía un aspecto muy militar y eficiente con su uniforme negro y pardo de los Guardianes.

—¿Seguro que no me necesita, señor? —preguntó un guardia mientras Metzov entraba en la celda.

Metzov miró con desprecio a Miles, quien se veía débil y con poco porte marcial con las ropas de Victor Rotha. Tanto la camisa de seda verde como los pantalones anchos estaban sucios y arrugados, y los guardias le habían quitado las sandalias.

—Seguro. No creo que él me ataque.

Tienes mucha razón, pensó Miles con pesar.

Metzov dio unos golpecitos a su intercomunicador de muñeca.

—Lo llamaré cuando haya terminado.

—Muy bien, señor. —La puerta se cerró con un susurro. De pronto la celda pareció muy pequeña. Miles flexionó las piernas y permaneció sentado sobre su jergón. Metzov lo contempló con satisfacción durante un buen rato y entonces se acomodó en el banco frente a él.

—Bien, bien —dijo el general con una leve sonrisa—. Vaya un giro del destino.

—Pensé que cenaría con el emperador —dijo Miles.

—Al ser una mujer, la comandante Cavilo se confunde un poco cuando se encuentra bajo presión. Cuando vuelva a calmarse comprenderá que necesita mi experiencia en los asuntos barrayaranos —respondió Metzov con tono mesurado.

En otras palabras no fuiste invitado.

—¿Dejó al Emperador a solas con ella? —¡Cuídate, Gregor!

—Gregor no es ninguna amenaza. Temo que su educación lo ha convertido en un hombre débil.

Miles se ahogó.

Metzov se reclinó y tamborileó con los dedos suavemente sobre la rodilla.

—Dime, alférez Vorkosigan, si es que sigues siendo el alférez Vorkosigan. Considerando que no existe justicia en el mundo, supongo que has conservado tu grado y tu paga. ¿Qué estás haciendo aquí? Y con él.

Miles tuvo la tentación de limitarse a recitar su nombre, su grado y su número de serie, pero Metzov ya los conocía. ¿El general era exactamente un enemigo? De Barrayar, por supuesto, no suyo en lo personal. ¿En la mente de Metzov estarían las dos cosas separadas?

—El emperador quedó separado de su escolta. Esperábamos comunicarnos con ellos aquí, a través del consulado barrayarano. —Listo. No había dicho nada que no fuese absolutamente obvio.

—¿Y de dónde venís?

—De Aslund.

—No te molestes en hacerte el idiota, Vorkosigan. Yo conozco Aslund. ¿Quién te envió allí? Y tampoco te molestes en mentirme. Puedo interrogar al capitán del carguero.

—No, no puede. Cavilo lo mató.

—¡Oh! —Hubo un destello de sorpresa, rápidamente reprimido—. Muy astuto de su parte. Era el único testigo que sabía dónde estabais.

¿Cavilo habría calculado eso al desenfundar el disruptor nervioso? Probablemente. Y, sin embargo, el capitán del carguero también era el único testigo que podía corroborar de dónde venían. Tal vez Cavilo no fuese tan formidable como parecía a primera vista.

—Te lo preguntaré otra vez —dijo Metzov con paciencia, por lo que Miles podía ver, contaba con todo el tiempo del mundo—, ¿cómo es que te encuentras aquí en compañía del emperador?

—¿Usted qué cree? —replicó Miles, ganando tiempo.

—Algún complot, por supuesto. —Metzov se encogió de hombros. Miles gimió.

—¡Oh, por supuesto! —Extendió las piernas con indignación—. ¿Y qué conspiración razonable podría hacernos venir hasta aquí solos, desde Aslund? Me refiero a que yo sé cómo fue, yo lo viví. ¿Pero qué es lo que parece? —A los ojos de un paranoico profesional, quiero decir—. Me encantaría escucharlo.

—Bueno… —Metzov se sintió atraído a pesar de sí mismo—. De algún modo has alejado al emperador de su escolta. O bien planeas un elaborado asesinato o piensas poner en práctica alguna clase de control sobre él.

—Eso es lo que salta a la mente, ¿eh? —Miles se dejó caer contra la pared y emitió un gruñido.

—O tal vez estés en alguna misión diplomática secreta y deshonrosa. Alguna traición.

—De ser así, ¿dónde está la escolta de Gregor? —replicó Miles.

—Por lo tanto, queda demostrada mi primera hipótesis.

—En ese caso, ¿dónde está mi escolta? —gruñó Miles.

—Un complot de los Vorkosigan… No, tal vez el almirante no participe. Él controla a Gregor en casa.

—Gracias, estaba a punto de señalarle eso.

—Un complot retorcido de una mente retorcida. ¿Sueñas con convertirte en emperador de Barrayar, mutante?

—Será una pesadilla, se lo aseguro. Pregúntele a Gregor.

—En realidad no importa. El personal médico te exprimirá tus secretos en cuanto Cavilo dé la orden. En cierto sentido, es una pena que se hayan inventado sustancias que obligan a confesar. Me agradaría romper cada hueso de tu cuerpo hasta que hablaras. O gritaras. —Metzov esbozó una sonrisa—. Aquí no podrías ocultarte tras las faldas de tu padre, Vorkosigan. —Se tornó pensativo—. Tal vez lo haga, de todos modos. Un hueso por día, hasta acabar con el último.

Doscientos seis huesos en el cuerpo. Doscientos seis días. Illyan debería ser capaz de encontramos en ese lapso. Miles sonrió tristemente.

Sin embargo, Metzov parecía demasiado cómodo para levantarse e iniciar su plan de inmediato. Esta conversación teórica no constituía un verdadero interrogatorio. Pero si no era para interrogarlo ni para vengarse torturándolo, ¿para qué se encontraba allí?

Su amante lo dejó fuera, se sintió solo y quiso a alguien conocido con quien hablar. Aunque fuera un enemigo conocido. A pesar de ser extraño, era comprensible. Pero exceptuando la invasión de Komarr, era probable que Metzov nunca hubiese abandonado Barrayar. Había pasado casi toda su vida en el submundo limitado, ordenado y pronosticable de la milicia imperial. Ahora ese hombre tan rígido estaba a la deriva, y nunca había imaginado que debería enfrentarse libremente a tantas decisiones. «Dios, el maníaco siente nostalgia».

—Comienzo a pensar que sin proponérmelo puedo haberle hecho un favor. —Comenzó Miles. Si Metzov tenía deseos de hablar, ¿por qué no alentarlo?—. No cabe duda de que Cavilo es mucho más atractiva que su comandante anterior.

—Lo es.

—¿La paga es mayor?

—Cualquiera paga más que el Servicio Imperial —observó Metzov.

—Y tampoco es tedioso. En la isla de Kyril todos los días eran iguales. Aquí uno nunca sabe lo que va a ocurrir. ¿O ella le confía sus planes?

—Soy esencial para ellos —respondió Metzov con cierta presunción.

—¿Un guerrero de alcoba? Pensé que era de infantería. ¿Ha decidido cambiar de especialidad, a su edad?

Metzov esbozó una sonrisa.

—Ahora se está tornando obvio, Vorkosigan.

Miles se encogió de hombros.

En ese caso, soy lo único obvio que hay aquí.

—Si mal no recuerdo, usted no tenía gran opinión de las mujeres soldados. Cavilo parece haberlo hecho cambiar de idea.

—Para nada. —Metzov se reclinó con orgullo—. En seis meses espero estar al mando de los Guardianes de Randall.

—¿Esta celda no está vigilada por monitores? —preguntó Miles alarmado, no porque le importasen los problemas que Metzov pudiera tener por abrir la boca, pero…

—En este momento no.

—¿Cavilo piensa retirarse?

—Existen muchas maneras de acelerar su retiro. El accidente fatal que ella preparó para Randall podría repetirse. O hasta podría encontrar un modo para acusarla de ello, ya que fue tan estúpida como para jactarse del crimen en la cama.

Ella no se jactaba. Te estaba poniendo sobre aviso, zopenco. Miles casi se puso bizco al imaginar una charla de almohada entre Metzov y Cavilo.

—Ustedes dos deben tener mucho en común. No me extraña que se lleven tan bien.

El rostro de Metzov se tornó serio.

—Yo no tengo nada en común con esa perra mercenaria. Yo era un oficial imperial. —Metzov estaba furioso—. Treinta y cinco años. Me desperdiciaron. Bueno, ya descubrirán su error. —Miró su cronómetro—. Todavía no comprendo por qué estáis aquí. ¿Estás seguro de que no hay algo más que quieras decirme ahora, en privado, antes de ser inyectado y soltarlo todo a Cavilo?

Miles decidió que Cavilo y Metzov habían decidido emplear el viejo recurso de jugar al bueno y el malo. El único problema era que sus señales se habían confundido y accidentalmente ambos interpretaban el papel del malo.

—Si realmente quiere ayudar, lleve a Gregor al consulado barrayarano. O sólo envíe un mensaje diciendo que se encuentra aquí.

—A su debido tiempo, es posible que lo hagamos. Si los términos nos resultan satisfactorios. —Metzov estudió a Miles detenidamente. ¿Se sentiría tan confundido con el alférez como éste con el general? Después de un largo silencio, Metzov llamó al guardia por su intercomunicador y se retiró.

—Nos veremos mañana, Vorkosigan —fue su única amenaza al partir.

Yo tampoco comprendo el motivo de tu presencia aquí, pensó Miles mientras se cerraba la puerta y zumbaba la cerradura. Era evidente que se estaba planeando alguna clase de ataque terrestre a escala planetaria. ¿Los Guardianes de Randall actuarían como cabeza de lanza para una fuerza invasora vervanesa? Cavilo se había reunido en secreto con un alto representante del Consorcio Jacksoniano. ¿Por qué? ¿Para garantizarse la neutralidad del Consorcio durante el inminente ataque? Esa posibilidad tenía mucho sentido, pero ¿por qué los vervaneses no lo habían negociado directamente? De ese modo podrían repudiar los acuerdos de Cavilo, si el globo se elevaba demasiado pronto.

¿Y quién o qué era el blanco? No podía ser la Estación del Consorcio, por supuesto, ni su pariente lejano el Conjunto Jackson. Sólo quedaban Aslund y Pol. Aslund era un callejón sin salida… y estratégicamente no resultaba muy tentador. Mejor era atacar a Pol primero, aislar a Aslund del Centro (con la ayuda del Consorcio) y devastar el planeta sin ninguna prisa. Pero Pol tenía a Barrayar detrás, y a éste nada le agradaría más que lograr una alianza con su nervioso vecino, consiguiendo de ese modo un punto de apoyo en el Centro Hegen. Un ataque directo haría que Pol se lanzase a los brazos de Barrayar. Eso dejaba a Aslund, pero…

Esto no tiene sentido. Casi era más inquietante que la idea de que Gregor estuviese cenando solo con Cavilo. O el miedo al inminente interrogatorio químico. Hay algo que no estoy viendo. Esto no tiene sentido.

Durante todo el ciclo nocturno, el Centro Hegen dio vueltas en su cabeza con todas sus complejidades estratégicas. El Centro y las imágenes de Gregor. ¿Cavilo le habría puesto alguna droga en la comida? ¿Alimento para perros, como el de Miles? ¿Bistec con champaña? ¿Gregor estaba siendo torturado? ¿Seducido? Por la mente de Miles pasaban ondulantes las imágenes de Cavilo-Livia Nu vestida de rojo. ¿Estaría Gregor pasando un momento maravilloso? Miles suponía que el Emperador no tenía mucha más experiencia que él con las mujeres, pero hacía varios años que no estaba en contacto con él, y era posible que ahora hasta tuviese un harén. No, eso era imposible. De ser así Iván lo sabría y se lo habría comentado. Sin escatimar detalle. ¿Cuán sensible sería Gregor a un método muy antiguo de control mental?

El ciclo diurno fue pasando mientras Miles aguardaba el momento en que vendrían a buscarlo para someterlo a su primera experiencia en interrogatorios con sustancias químicas. ¿Qué pensarían Cavilo y Metzov al escuchar la extravagante odisea que los había llevado hasta allí? A unos intervalos interminables le sirvieron tres raciones de cuero, y luego las luces volvieron a menguar, marcando otra noche en la nave. Tres comidas y ningún interrogatorio. No había ningún ruido ni ninguna vibración sutil indicando que la nave había despegado y, por lo tanto, seguían posados sobre la Estación Vervain. Miles trató de cansarse caminando: dos pasos, un giro, dos pasos, un giro, dos pasos… Pero lo único que logró fue incrementar su hedor personal y marearse.

Pasó otro día y otra «noche» de luces bajas. Introdujeron otro desayuno por la abertura. ¿Trataban de alargar o comprimir el tiempo de forma artificial, confundiendo su reloj biológico para volverlo más dócil en el interrogatorio? ¿Por qué molestarse?

Miles se comió las uñas de las manos. Se comió las uñas de los pies. Extrajo unas pequeñas hebras verdes de su camisa y trató de limpiarse los dientes. Luego intentó realizar diminutas figuras verdes con unos nudos pequeñísimos. Entonces concibió la idea de tejer mensajes. ¿Podría escribir «socorro, soy un prisionero» en macramé y pegarlo en la espalda de la chaqueta de alguien por electricidad estática? Llegó a tejer una delicada telaraña con las letras S. O. C., pero enganchó el hilo con una uña al rascarse el mentón y su petición quedó reducida a una maraña ilegible. Miles extrajo otra hebra y empezó desde el principio.

El cerrojo parpadeó y zumbó. Miles sufrió un sobresalto y justo entonces comprendió que había caído en una fuga casi hipnótica mientras continuaba tejiendo. ¿Cuánto tiempo había pasado?

Su visitante era Cavilo, muy prolija y profesional con su uniforme de los Guardianes. Un guardia se apostó en el corredor, y la puerta se cerró con ella dentro. Otra charla en privado, según parecía. Miles trató de ordenar sus pensamientos, de recordar lo que estaba tramando.

Cavilo se sentó frente a Miles, en el mismo sitio que antes había escogido Metzov. Sin embargo, su postura era un poco más indolente, inclinada hacia delante con las manos unidas sobre las rodillas, muy atenta y segura de sí misma. Miles se sentó con las piernas cruzadas y la espalda apoyada contra la pared, sintiéndose notablemente en desventaja.

—Lord Vorkosigan, eh… —Ella ladeó la cabeza—. No tienes muy buen aspecto.

—El confinamiento no me sienta bien. —Después de tanto tiempo en silencio, su voz sonó áspera y Miles tuvo que detenerse para aclarar su garganta—. Tal vez una biblioteca de vídeo… —Su mente comenzó a funcionar—. O, mejor aún, un poco de ejercido. —Lo cual lo sacaría de aquella celda y lo pondría en contacto con humanos sobornables—. Mis problemas de salud me obligan a un estilo de vida disciplinado. Si no hago algo de ejercicio, caeré muy enfermo.

—Mm… Ya veremos. —Ella se pasó una mano por el cabello y volvió a empezar—. Muy bien, lord Vorkosigan, hablame de tu madre.

—¿Eh? —Un giro realmente inesperado en un interrogatorio militar—. ¿Por qué?

Ella sonrió como congraciándose.

—Las historias de Greg han despertado mi interés.

¿Las historias de Greg? ¿El Emperador habría sido sometido a interrogatorio?

—¿Qué… qué desea saber?

—Bueno… tengo entendido que la condesa Vorkosigan es originaria de otro planeta, una betana que entró a formar parte de la aristocracia de Barrayar a través de su matrimonio.

—Los Vor son una casta militar.

—¿Cómo fue recibida por la clase poderosa… o como sea que se hagan llamar? Pensé que los barrayaranos estaban llenos de prejuicios contra los habitantes de otros mundos.

—Lo estamos —admitió Miles—. Al finalizar la Era del Aislamiento, cuando Barrayar fue redescubierta, el primer contacto que tuvieron los barrayaranos, de todas las clases, fue con las fuerzas invasoras de Cetaganda. Ellos dejaron una mala impresión que perdura incluso hasta hoy, tres o cuatro generaciones después de que los echáramos del planeta.

—¿Y, sin embargo, nadie cuestionó la decisión de tu padre?

Miles alzó el mentón desconcertado.

—Él ya había superado los cuarenta. Y… y era un Vorkosigan. —Al igual que yo. ¿Por qué no funcionara para mí en este momento?

—¿Los orígenes de tu madre no tenían importancia?

—Ella era betana. Aún lo es. Primero trabajó en el Observatorio Astronómico, pero luego fue oficial de combate. La Colonia Beta acababa de colaborar en nuestra derrota cuando realizamos ese estúpido intento de invadir Escobar.

—Así que, a pesar de ser una enemiga, ¿sus antecedentes militares la ayudaron a ganarse el respeto y la aceptación de los Vor?

—Eso creo. Además, el año en que nací yo también se gano una buena reputación militar luchando en el alzamiento de Vordarian. Conducía a las tropas leales cuando mi padre no podía estar en dos sitios al mismo tiempo. —Y había sido la responsable de ocultar y salvar al Emperador, quien entonces tenía cinco años de edad. Con mejores resultados, al menos hasta el momento, que los que su hijo estaba logrando con un Gregor de veinticinco años. «Un desastre total» era la frase que le venía a la mente—. Desde entonces nadie se ha metido con ella.

—Hm… —Cavilo se reclinó y murmuró, casi para sí misma—: Si ya se ha hecho, puede hacerse otra vez.

¿Qué, qué es lo que puede hacerse? Miles se pasó una mano por el rostro, tratando de espabilarse y concentrarse.

—¿Cómo está Gregor?

—Bastante divertido.

Gregor el Melancólico, ¿divertido? Pero considerando el resto de su personalidad, Cavilo debía de tener un sentido del humor bastante malo.

—Me refería a su salud.

—Bastante mejor que la tuya, a juzgar por tu aspecto.

—Confío en que lo habrán alimentado mejor.

—¿Es que la verdadera vida militar te ha resultado demasiado fuerte, lord Vorkosigan? Te han servido lo mismo que comen mis tropas.

—No puede ser. —Miles alzó su desayuno a medio comer—. Ya se habrían amotinado.

—Oh, querido, —ella observó la repugnante comida con el ceño fruncido—. Eso. Pensé que ya los habrían tirado. ¿Cómo terminaron aquí? Alguien debe de estar economizando. ¿Quieres que te ordene un menú corriente?

—Sí, gracias —dijo Miles de inmediato, y se detuvo. Era evidente que ella había desviado el tema para no hablar de Gregor. Él no debía apartar la mente del Emperador. ¿Cuánta información útil le habría suministrado Gregor hasta el momento?—. Como comprenderá —dijo Miles con cautela—, está creando un gran incidente interplanetario entre Vervain y Barrayar.

—En absoluto —dijo Cavilo con tono razonable—. Soy amiga de Greg. Lo he salvado de caer en manos de la policía secreta vervanesa. Ahora se encuentra bajo protección, hasta que se presente la oportunidad de restituirlo al lugar que le corresponde.

Miles parpadeó.

—¿Los vervaneses tienen una policía secreta?

—Algo así. —Cavilo se encogió de hombros—. Por supuesto que Barrayar sí la tiene. Stanis parece bastante preocupado por ellos. Los de Seguridad Imperial deben de encontrarse en un verdadero aprieto por haber fallado de ese modo. Me temo que su reputación sea exagerada.

No del todo. Yo pertenezco a Seguridad Imperial y sé dónde se encuentra Gregor. Por lo tanto, técnicamente. Seguridad Imperial tiene controlada la situación. Miles no supo si reír o llorar.

—Si todos somos tan buenos amigos —dijo—, ¿por qué estoy encerrado en esta celda?

—Por tu protección también, por supuesto. Después de todo, el general Metzov ha amenazado con… ¿cómo era?… con romper cada hueso de tu cuerpo. —Cavilo suspiró—. Me temo que el querido Stanis está a punto de perder su utilidad.

Miles se puso pálido al recordar las otras cosas que Metzov había dicho durante aquella conversación.

—¿Por… deslealtad?

—No. La deslealtad puede ser muy útil en ciertas ocasiones, siempre y cuando se la maneje de forma apropiada. Pero la situación estratégica general puede estar a punto de cambiar de manera drástica. Inimaginable. Y pensar en todo el tiempo que he perdido cultivándolo… Espero que todos los barrayaranos no sean tan tediosos como Stanis. —Esbozó una sonrisa—. Realmente lo espero.

Cavilo se inclinó hacia delante y lo miró con más atención.

—¿Es cierto que Gregor escapó de casa para evitar la presión de sus consejeros, quienes lo instigaban a casarse con una mujer que detestaba?

—No me mencionó nada de eso —dijo Miles con sorpresa. Un momento… ¿Cuál sería el propósito de Gregor? Tendría que cuidarse para no desmentirlo—. Aunque existe la… preocupación. Si él muriese sin dejar heredero, muchos temen que se iniciaría una guerra de facciones.

—¿Él no tiene heredero?

—Los bandos no se ponen de acuerdo. Sólo lo están con Gregor.

—Por lo tanto, a sus consejeros les agradaría que se casase.

—Les encantaría, supongo. Eh… —De pronto la mente de Miles se iluminó—. Comandante Cavilo, usted no estará imaginando que podría llegar a convertirse en la emperatriz de Barrayar, ¿verdad?

Su sonrisa se tornó más amplia.

—Por supuesto que no podría. Pero con la ayuda de Gregor, sí. —Cavilo se enderezó, fastidiada por la expresión perpleja de Miles—. ¿Por qué no? Soy del sexo apropiado, y aparentemente poseo los antecedentes militares apropiados.

—¿Qué edad tiene?

—Lord Vorkosigan, ésa es una pregunta muy grosera. —Sus ojos azules brillaron—. Si estuviéramos del mismo lado, podríamos trabajar juntos.

—Comandante Cavilo, no creo que usted comprenda a Barrayar. Ni a los barrayaranos. En algunas épocas de su historia un estilo como el suyo hubiese sido perfectamente acorde. Durante el reinado del terror ejercido por Yuri el Loco, por ejemplo. Pero habían pasado los últimos veinte años tratando de alejarse de todo aquello.

—Yo necesito tu cooperación —dijo Cavilo—. O, en todo caso, resultaría muy útil para ambos. Tu neutralidad sería… tolerable. Sin embargo, tu oposición activa sería un problema. Para ti. Pero no debemos dejarnos atrapar por las actitudes negativas en esta etapa, ¿verdad?

—¿Qué ocurrió con la esposa y el hijo del capitán del carguero? ¿Se han convertido en una viuda y un huérfano? —preguntó Miles.

Cavilo vaciló unos instantes.

—El hombre era un traidor. De la peor calaña. Traicionaba a su planeta por dinero. Fue atrapado en un acto de espionaje. No existe ninguna diferencia moral entre ordenar una ejecución y llevarla a cabo.

—Estoy de acuerdo. Al igual que unos cuantos códigos legales. ¿Y qué diferencia hay entre ejecución y asesinato? Vervain no está en guerra. Es posible que sus actos hayan sido ilícitos y que justificasen un arresto, un juicio, la cárcel o la terapia por patología social. ¿Por qué no tuvo nada de eso?

—¿Un barrayarano pidiendo que se observe la ley? Qué extraño.

—¿Y qué le ocurrió a su familia?

Ella había tenido unos momentos para pensarlo, maldita sea.

—El vervanés exigía su liberación. Naturalmente yo no podía permitirle saber que no estaban en mis manos, ya que eso me hubiera impedido controlarlo a distancia.

¿Mentira o verdad? No había forma de saberlo.

Pero parece retractarse de su error. Estableció su dominio por el terror hasta que estuvo segura de dónde pisaba. Eso se debió a que se sentía insegura. Conozco la expresión que vi en su rostro. Los homicidas paranoicos me resultan tan familiares como el desayuno, ya que tuve a uno como guardaespaldas durante diecisiete años. Por unos instantes. Cavilo pareció doméstica y rutinaria, aunque no por ello menos peligrosa. Pero él debía esforzarse para parecer convencido y nada amenazante, aunque sintiese ganas de vomitar.

—Es cierto —le concedió—. Es una cobardía dar una orden que uno mismo no está dispuesto a ejecutar. Y usted no es ninguna cobarde, comandante, eso se lo puedo garantizar. —Bien, ése era el tono adecuado, persuasivo pero no tanto como para resultar sospechoso.

Ella alzó las cejas con ironía como diciendo ¿Quién eres tú para opinar?, pero su tensión cedió un poco. Cavilo miró su cronómetro y se puso de pie.

—Ahora te dejaré solo para que pienses en las ventajas de cooperar. Espero que teóricamente estarás familiarizado con las matemáticas del Dilema del Prisionero. Será una prueba de ingenio muy interesante ver si puedes conectar la teoría con la práctica.

Miles logró dirigirle una extraña sonrisa. Su belleza, su energía hasta el brillo de su ego ejercían una verdadera fascinación. Gregor habría sido… ¿influenciado por Cavilo? Después de todo, él no la había visto levantar el disruptor nervioso y… ¿Qué arma debía utilizar un buen soldado de Seguridad Imperial al presenciar este ataque personal sobre Gregor? ¿Debía tratar de seducirla? Sacrificarse por el Emperador lanzándose sobre Cavilo le resultaba tan atractivo como sofocar una granada sónica con el vientre.

Además, dudaba de que pudiese lograrlo. La puerta se cerró, eclipsando su sonrisa de alfanje. Demasiado tarde, Miles alzó una mano para recordarle su promesa de cambiarle las raciones.

Pero ella lo recordó de todos modos. Empujando un carrito, un ordenanza inexpresivo le sirvió un almuerzo compuesto por cinco refinados platos, dos vinos y un café exprés como antídoto. Miles supuso que esto tampoco era lo que comían las tropas de Cavilo. Pudo imaginar a un pelotón de gastrónomos obesos, repletos y sonrientes, marchando alegremente hacia la batalla. El alimento para perros debía ser mucho más efectivo para despertar la agresividad.

Una observación casual al camarero logró que, con la siguiente comida, llegase un paquete con ropa interior limpia, un uniforme de los Guardianes cortado a su medida y un par de suaves zapatillas. Miles pudo lavarse por partes en el lavabo plegable y también se afeitó antes de vestirse. Se sentía casi humano. ¡Ah, las ventajas de la cooperación…! Cavilo no era precisamente sutil.

Por Dios, ¿de dónde venía esa mujer? Como mercenaria veterana, debía de haber recorrido bastante para llegar tan lejos, incluso tomando atajos. Tung debía de saberlo. Ella debía de haber sufrido una fuerte derrota alguna vez. Miles hubiese querido tener a Tung en ese momento. Diablos, hubiese querido tener a ¡Illyan!

Miles estaba cada vez más convencido de que su extravagancia era parte de una actuación que, al igual que el maquillaje escénico, pretendía deslumbrar a sus tropas a distancia. En ocasiones esto podía funcionar bastante bien, como en el caso del popular general barrayarano de la generación de su abuelo, quien llevaba un rifle de plasma como si de un bastón ligero se tratase. Aunque, por lo general, estaba descargado, había oído decir Miles, el hombre no era estúpido. O un alférez Vor que sacaba a relucir un puñal antiguo cada vez que tenía ocasión. Era su marca de fábrica, su insignia. Un poco de psicología de masas. La imagen que presentaba Cavilo formaba parte de su estrategia, sin duda. ¿Por dentro se sentiría asustada?

Eso es lo que tú quisieras, se dijo.

Pero no debía perder su concentración tratando de desentrañar la personalidad de Cavilo. ¿Ella se habría olvidado de Victor Rotha? ¿Gregor habría urdido alguna historia para explicar su encuentro en la Estación Pol? Al parecer le había dicho algunas mentiras a Cavilo… ¿o sería cierto? Tal vez existía una novia con la cual querían casarlo, y Gregor no había confiado en él lo suficiente como para decírselo. Miles comenzó a lamentar haberse mostrado tan cruel con él.

Sus pensamientos seguían corriendo como una rata de laboratorio en una rueda sin fin cuando la cerradura codificada volvió a zumbar. Sí, fingiría que cooperaba, prometería cualquier cosa, pero era imprescindible que se encontrase con Gregor.

Cavilo apareció, seguida por un soldado. El hombre le resultó vagamente familiar. ¿Uno de los mercenarios que lo había arrestado? No…

El hombre inclinó la cabeza para trasponer la puerta, lo miró unos momentos con expresión sorprendida y se volvió hacia Cavilo.

—Sí, es él. No cabe duda. El almirante Naismith, de la guerra de Tau Verde. Lo reconocería en cualquier parte. —Se volvió hacia Miles para preguntarle—: ¿Qué está haciendo aquí, señor?

Mentalmente, Miles trocó el uniforme pardo y negro por uno gris y blanco. Claro. Habían habido varios miles de mercenarios implicados en la guerra de Tau Verde. Todos ellos debían haber ido a alguna parte.

—Gracias, sargento, eso es todo. —Cavilo lo cogió por el brazo y lo sacó de allí con firmeza.

El hombre se marchó por el corredor mientras iba diciendo:

—Debería contratarlo, señora, es un genio militar… Después de unos momentos Cavilo volvió a aparecer y permaneció ante la puerta con las manos sobre las caderas. Su rostro se mostraba exasperado e incrédulo.

—¿Cuántas personas eres, en definitiva?

Miles abrió las manos y esbozó una leve sonrisa. Justo cuando pensaba convencerla para que lo sacase de ese agujero, ella giró sobre sus talones y la puerta se cerró.

¿Y ahora qué? Miles hubiese golpeado la pared con el puño por la frustración, pero seguro que la pared le hubiera devuelto el porrazo con más fuerza aún.