Miles giro la cabeza al escuchar unas botas que se acercaban rápidamente por el corredor. Entonces soltó el aliento que había estado conteniendo y se puso de pie. Elena.
Ella llevaba un uniforme de oficial mercenario: chaqueta gris y blanca con bolsillos, pantalones y unas botas cortas que brillaban en sus largas, largas piernas. Todavía era alta y delgada, con una piel pálida y delicada, resplandecientes ojos color café, una nariz de curva aristocrática y una larga mandíbula escultural.
Se ha cortado el cabello, pensó Miles algo aturdido. La brillante cascada negra que le llegaba a la cintura había desaparecido. Ahora lo llevaba cortado sobre las orejas, y sólo unos mechones oscuros resaltaban sus pómulos altos y su frente, al igual que su nuca; un corte severo, práctico, muy elegante. Marcial.
Ella se acercó observando a Miles, a Gregor y a los cuatro oseranos.
—Buen trabajo, Chodak. —Se arrodilló junto al cuerpo más cercano y posó la mano en su cuello para sentirle el pulso—. ¿Están muertos?
—No, sólo aturdidos —le explicó Miles.
Ella observó la compuerta interna con cierto pesar.
—Supongo que no los lanzaremos al espacio.
—Ellos iban a hacer eso con nosotros, pero no. Aunque probablemente deberíamos sacarlos del medio mientras escapamos —dijo Miles.
—Bien. —Ella se levantó y miró a Chodak con un movimiento de cabeza. Éste comenzó a arrastrar los cuerpos junto con Gregor, y los introdujo en la antecámara de compresión. Elena frunció el ceño y miró al teniente rubio que pasaba con los pies por delante—. Aunque a ciertas personalidades no les vendría mal volar un poco.
—¿Podrás ayudarnos a escapar?
—Para eso hemos venido. —Se volvió hacia los tres soldados que la habían seguido con cautela. Un cuarto montaba guardia más allá—. Parece que tenemos suerte —les dijo—. Haced un reconocimiento y despejad los pasillos en nuestra ruta de escape… con sutileza. Entonces desapareced. No habéis estado aquí y no habéis visto esto.
Ellos asintieron con la cabeza y se retiraron. Miles escuchó un murmullo que se alejaba.
—¿Ése era él? —preguntó uno.
—Sí…
Durante un rato, Miles, Gregor y Elena se acurrucaron en la antecámara mientras Chodak montaba guardia fuera, Elena y Gregor le quitaron las botas a un oserano mientras Miles se despojaba de sus ropas de prisionero y se ponía de pie. Debajo llevaba la vestimenta de Victor Rotha, arrugada y sucia después de andar, dormir y sudar durante cuatro días.
Hubiese preferido un par de botas para reemplazar las sandalias, pero allí no había ningunas que se acercasen a su tamaño.
Observado por Elena, Gregor se puso el uniforme gris y blanco y metió los pies en las botas.
—Realmente eres tú. —Elena sacudió la cabeza con asombro—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Ha sido por error.
—¿Un error? ¿De quién?
—Me temo que mío —dijo Miles, y notó con cierto fastidio que Gregor no lo contradecía.
Por primera vez, una sonrisa curvó los labios de Elena. Miles decidió no pedirle explicaciones por ella.
Este apresurado intercambio no se parecía en nada a las docenas de conversaciones que había ensayado para este primer encuentro con ella.
—La búsqueda se iniciará en pocos minutos, cuando estos sujetos no regresen para informar que han cumplido su misión —dijo Miles con nerviosismo.
Recogió dos aturdidores, la red y la navaja vibratoria y se lo metió bajo el cinturón. Después de pensarlo unos momentos, despojó a los cuatro oseranos de sus tarjetas de crédito, sus pases, sus identificaciones y su efectivo, guardándolo todo en sus propios bolsillos y en los de Gregor. Entonces se aseguró de eliminar la identificación de Gregor como prisionero. Para su alegría también encontró una ración del bar a medio comer, la fue consumiendo poco a poco. Miles masticó su comida mientras seguía a Elena al corredor y le ofreció un bocado a Gregor quien negó con la cabeza. Probablemente él ya había cenado en esa cafetería.
Chodak alisó rápidamente el uniforme de Gregor y se marcharon todos juntos, con Miles en el medio, en parte para ocultarlo y en parte para custodiarlo. Antes de que él se volviera paranoico por lo conspicuo de su aspecto, entraron en un tubo elevador y emergieron varios niveles más abajo, en una gran zona de carga donde había una nave. Uno de los hombres de Elena, apoyado contra la pared con actitud indolente, asintió con la cabeza. Después de saludar a Elena, Chodak se volvió, y ellos se marcharon. Miles y Gregor siguieron a Elena, quien abrió la escotilla y entró en la bodega de carga perteneciente a una de las naves del Triumph. Entonces abandonaron el campo gravitatorio artificial de la nave madre para experimentar el vértigo de la caída libre. Luego flotaron lentamente hacia el compartimiento del piloto. Elena cerró la escotilla e hizo señas a Gregor para que se sentase ante el puesto de telecomunicaciones.
Los asientos del piloto y copiloto estaban ocupados. Arde Mayhew se volvió hacia Miles con una amplia sonrisa y lo saludo agitando una mano. Miles reconoció la cabeza afeitada del segundo hombre incluso antes de que se volviese hacia él.
—Hola, hijo. —La sonrisa de Ky Tung era mucho más irónica que alegre—. Bienvenido. Te has tomado tu tiempo. —Tung tenía los brazos cruzados y no le saludó.
—Hola, Ky —dijo Miles al euroasiático con un movimiento de cabeza.
Tung no había cambiado en nada. Todavía podía tener cualquier edad entre los cuarenta y los sesenta. Todavía tenía un cuerpo similar a un viejo tanque. Todavía parecía saber más de lo que decía, cualidad terriblemente incómoda para las conciencias culpables.
Mayhew el piloto habló en el intercomunicador.
—Control de tráfico, ya he comprobado esa luz roja en mi panel. Lectura de presión defectuosa. Todo arreglado. Estamos listos para partir.
—Era hora, C-2 —respondió una voz atona—. Su camino está despejado.
Las manos rápidas del piloto activaron los controles que cerraban las escotillas y posicionaron los reactores. Después de algunos silbidos y ruidos metálicos, el cohete se separó de la nave madre y avanzó según su trayectoria. Mayhew apagó el intercomunicador y exhaló un largo suspiro de alivio.
—A salvo. Por ahora.
Elena cruzó el pasillo y se sentó detrás de Miles, cruzando sus largas piernas. Miles se sujetó para que la aceleración no lo hiciese caer.
—Espero que tenga razón —dijo—, ¿pero qué le hace pensarlo?
—Se refiere a que estamos a salvo para hablar —dijo Elena—. No en un sentido cósmico. Éste es un viaje de rutina, salvo por el hecho de que nos encontramos aquí. Sabemos que aún no han notado nuestra ausencia, o de otro modo hubiésemos sido detenidos por control de tráfico. Lo primero que hará Oser será registrar el Triumph y la estación militar. Hasta es posible que podamos volver a introduciros en el Triumph cuando la búsqueda se haya extendido.
—Éste es el plan B —le explicó Tung girando en su asiento—. O tal vez el plan C. El plan A era volar directamente al Ariel, que ahora se encuentra en la estación piquete, y declarar la revolución. Me alegro de que las cosas hayan ocurrido de un modo, eh… menos espontáneo.
Miles lanzó una exclamación.
—¡Dios! Eso hubiese sido peor que la primera vez. —Atrapado en una cadena de sucesos que no controlaba, llevado como confabulado de algún motín mercenario militar, puesto a la cabeza de su desfile sin posibilidades de negarse…—. No. Nada de espontaneidad, gracias. Definitivamente, no.
—Y bien. —Tung unió sus gruesos dedos—. ¿Cuál es tu plan?
—¿Mi qué?
—Plan. —Tung pronunció la palabra con ironía—. En otras palabras, ¿por qué estás aquí?
—Oser me formuló la misma pregunta —suspiró Miles—. ¿Me creería si le digo que me encuentro aquí por accidente? Oser no quiso. Seguramente usted no sabrá por qué no quiso, ¿verdad?
Tung frunció los labio.
—¿Por accidente? Puede ser… He notado cómo tus «accidentes» tienen tendencia a terminar embrollando a tus enemigos, cualidad que causaría la envidia de los más viejos estrategas. Ocurre con demasiada frecuencia como para ser casualidad, por lo que he llegado a la conclusión de que es voluntad inconsciente. Si te hubieses quedado conmigo, hijo, entre ambos habríamos… O tal vez no seas más que un supremo oportunista. En cuyo caso te diré que ésta es la oportunidad perfecta para reunir nuevamente a los Mercenarios Dendarii.
—No ha respondido a mi pregunta —observó Miles.
—Tú no has respondido a la mía.
—Yo no quiero a los Mercenarios Dendarii.
—Yo sí.
—Ah. —Miles se detuvo—. ¿Entonces por qué no reúne a las personas que le son leales y comienza por su cuenta? Ya se han hecho cosas así.
—¿Debemos nadar por el espacio? —Tung imitó las aletas de los peces sacudiendo los dedos, e infló las mejillas—. Oser controla el equipo. Incluyendo mi nave. El Triumph es todo lo que he atesorado en treinta años de carrera. Y lo he perdido a causa de tus intrigas. Alguien me debe otra nave. Si no es Oser, entonces… —Tung miró a Miles con expresión significativa.
—Yo traté de darle una flota a cambio —dijo Miles angustiado—. ¿Cómo hizo para perder el control de ella, viejo estratega?
Tung se tocó el pecho para indicar que había recibido la estocada.
—Al principio las cosas marcharon bien, durante un año, un año y medio después de que abandonamos Tau Verde. Obtuve dos bonitos contratos seguidos en la Red Este; operativos, comando a pequeña escala, cosas seguras. Bueno, no tan seguras… nos tuvieron en ascuas. Pero cumplimos con nuestro objetivo.
Miles miró a Elena.
—Oí hablar de ello, sí.
—En el tercero tuvimos problemas. Baz Jesek se había comprometido más y más con equipos y mantenimiento. Debo admitir que es un buen ingeniero. Yo era comandante táctico y Oser se hizo cargo de las cuestiones administrativas. Podría haber funcionado bien, cada uno ocupándose de lo que hacía mejor, si Oser hubiese trabajado con nosotros y no en contra nuestra. En la misma situación, yo hubiera enviado asesinos, Oser empleó contables guerrilleros.
»Nos dieron una pequeña paliza en ese tercer contrato. Baz estaba hasta las orejas con sus cuestiones técnicas y sus reparaciones. Oser había formado un pelotón de no combatientes para realizar tareas de guardia en los conductos de agujeros de gusanos. Un contrato a largo plazo. Parecía buena idea en ese momento. Pero yo le di la oportunidad. —Tung se aclaró la garganta—. Sin participar de ningún combate comencé a aburrirme, no le presté atención. Oser tuvo todo en marcha antes de que yo notara que se había declarado una guerra. Hizo que la reorganización financiera se volviera en contra nuestra…
—Seis meses antes de eso, yo ya le había dicho que no confiara en él —intervino Elena con el ceño fruncido—. Después de que intentó seducirme.
Tung se encogió de hombros, incómodo.
—Me pareció una tentación comprensible.
—¿Gozar con la esposa de su comandante? —Los ojos de Elena brillaban—. ¿Con la esposa de cualquier otro? En ese momento supe que no era recto. Si mis votos no significan nada para él, ¿cuánto valoraba los propios?
—Aceptó tu negativa, tú misma lo dijiste —se disculpó Tung—. Si hubiese seguido acosándote, yo habría estado dispuesto a intervenir. Pensé que debías sentirte halagada, ignorarlo y seguir tu camino.
—Esa clase de insinuaciones no me resultan nada halagüeñas, gracias —replicó Elena.
Miles se mordió los nudillos con fuerza, recordando sus propios anhelos.
—Puede haber sido un primer movimiento en su estrategia para obtener el poder —propuso—. Buscaba puntos débiles en las defensas de sus enemigos. Y en este caso, no los encontró.
—Mm… —Elena pareció algo confortada con esta posibilidad—. De todos modos, Ky no me ayudó en nada y me cansé de jugar a ser Casandra. Naturalmente, no podía decírselo a Baz. Pero la traición de Oser no fue una absoluta sorpresa para todos nosotros.
Tung frunció el ceño con frustración.
—Con las naves de que disponía en ese momento, sólo necesitó ganarse los votos de los otros capitanes dueños de naves. Auson lo votó. Hubiese querido estrangular a ese canalla.
—Usted mismo perdió a Auson, con todas sus lamentaciones por el Triumph —añadió Elena con aspereza—. Pensó que usted era una amenaza para su capitanía de la nave.
Tung se encogió de hombros.
—Siempre que yo continuara siendo jefe del estado mayor y comandante táctico en combate, no imaginé que pudiera causar algún daño a mi nave. Podía dejar que el Triumph viajase con las demás como si perteneciera a la corporación de la flota. Podía aguardar… hasta que tú regresaras. —Sus ojos oscuros brillaron sobre Miles—. Entonces averiguaríamos lo que estaba ocurriendo. Pero tú nunca regresaste.
—¿El rey volverá, eh? —murmuró Gregor, quien había escuchado todo con fascinación. Alzó una ceja mientras miraba a Miles.
—Que sea una lección para ti —le respondió Miles, con los dientes apretados. Gregor pareció perder su sentido del humor. Miles se volvió hacia Tung.
—Seguramente Elena lo habrá sacado de su error sobre tales expectativas.
—Lo intenté —murmuró Elena—. Aunque creo que yo tampoco pude evitar albergar ciertas esperanzas. Tal vez… tal vez renunciarías a tus otros proyectos para regresar con nosotros.
¿Si me fugaba de la Academia?
—No era un proyecto al cual pudiese renunciar, a menos que estuviera dispuesto a morir.
—Ahora lo sé.
—Dentro de cinco minutos como máximo —intervino Arde Mayhew—, tendré que pedir permiso a control de tráfico para aterrizar en la estación de transferencia, o dirigirme al Ariel. ¿Qué haremos, amigos?
—Ante una palabra tuya, podía destinarte cíen oficiales leales y suboficiales —dijo Tung a Miles—. Con cuatro naves.
—¿Por qué no lo hace usted mismo?
—Si pudiera, ya lo habría hecho. Pero no pienso dividir la flota a menos que esté seguro de poder volver a reuniría. Por completo. Pero contigo como líder, con tu reputación que ha ido creciendo como una leyenda…
—¿Como líder o como mascarón de proa? —La imagen volvió a aparecer en la mente de Miles.
Tung abrió las manos y evadió la pregunta.
—Como desees. En su mayor parte, el cuadro de oficiales se unirá al bando vencedor. Eso significa que si lo intentamos debemos aparecer como triunfadores muy rápido. Oser cuenta con unos cien adeptos que le son leales, y tendremos que superarlos físicamente si es que él insiste en resistirse. Lo cual me sugiere que un asesinato en el momento oportuno podría ahorrar un montón de vidas.
—Vaya. Creo que usted y Oser han estado trabajando juntos demasiado tiempo. Comienzan a pensar de forma parecida. Yo no vine aquí para tomar el mando de una flota mercenaria. Tengo otras prioridades. —Se controló para no mirar a Gregor.
—¿Qué prioridades?
—¿Qué le parece impedir una guerra civil interplanetaria? ¿O tal vez interestelar?
—No tengo ningún interés profesional en eso.
Para Miles, su respuesta estuvo a punto de convertirse en una broma. ¿Pero qué significaban los sufrimientos de Barrayar para Tung?
—Hágalo usted, si está predestinado al fracaso. Sólo le pagan por ganar, y sólo podrá gastar lo que le pagan sí vive, mercenario.
Tung lo miró con más atención aún.
—¿Qué sabes que yo no sé? ¿Estamos predestinados al fracaso?
Yo lo estaré, si no llevo a Gregor de vuelta. Miles sacudió la cabeza.
—Lo siento, no puedo hablar sobre eso. Tengo que llegar a… —Pol estaba cerrado para él, al igual que la estación del Consorcio, y ahora Aslund se había vuelto aún más peligroso—. A Vervain. —Se volvió hacia Elena—. Llevadnos a ambos a Vervain.
—¿Trabajas para los vervaneses? —preguntó Tung.
—No.
—¿Para quién, entonces? —Las manos de Tung se retorcieron. Estaban tan tensas por la curiosidad que parecían querer exprimir la información a la fuerza.
Elena también notó su gesto inconsciente.
—Ky, déjelo tranquilo —dijo con dureza—. Si Miles quiere ir a Vervain, es allí donde lo llevaremos.
Tung miró primero a Elena y luego a Mayhew.
—¿Lo respaldáis a él o a mí?
Elena alzó el mentón.
—Ambos hemos jurado lealtad a Miles. Lo mismo que Baz.
—¿Y preguntas para qué te necesito? —dijo Tung a Miles con exasperación, señalando a los otros dos—. ¿Cuál es ese asunto tan importante del cual todos vosotros parecéis saberlo todo, y yo, nada?
—Yo no sé nada —replicó Mayhew—. Sólo creo en Elena.
—¿Esto es una cadena de mando o una cadena de credulidad?
—¿Existe alguna diferencia? —Miles sonrió.
—Nos has puesto en peligro al venir aquí —objetó Tung—. ¡Piensa! Nosotros te ayudamos, tú te marchas y nos dejas desnudos ante la cólera de Oser. Ya existen demasiados testigos. Si alcanzamos la victoria, podríamos estar a salvo, pero no la hallaremos en los paños tibios.
Miles miró a Elena con angustia y, a la luz de sus recientes experiencias, la imaginó lanzada al espacio por malvados y estúpidos mercenarios. Tung notó con satisfacción el efecto que había tenido su súplica y se reclinó en el asiento. Elena le dirigió una mirada furiosa.
Gregor se movió con inquietud.
—Creo… que vosotros podríais convertiros en refugiados con Nuestra mediación. —Miles observó que Elena también había notado aquella majestuosa y grandilocuente N mayúscula, mientras que Tung y Mayhew no habían podido hacerlo, por supuesto—. Nos ocuparemos de que no sufráis. En lo financiero al menos.
Elena asintió con la cabeza para demostrar que comprendía. Tung se inclinó hacia ella y señaló a Gregor con el pulgar.
—Muy bien, ¿quién es este sujeto? —Elena sacudió la cabeza en silencio. Tung exhaló un pequeño suspiro—. Tú no tienes ningún recurso financiero que yo pueda ver, hijo. ¿Y si con tu mediación nos convertimos en cadáveres?
—Nos hemos arriesgado a ello por mucho menos —observó Elena.
—¿Menos que qué? —replicó Tung. Con la mirada algo perdida, Mayhew tocó el auricular en su oreja.
—Es momento de tomar una decisión, amigos.
—¿Esta nave puede atravesar el sistema? —preguntó Miles.
—No. No tiene el suficiente combustible. —Mayhew se encogió de hombros a modo de disculpa.
—Tampoco es lo bastante rápida ni blindada como para ello —añadió Tung.
—Entonces tendréis que sacarnos en un transporte comercial, burlando la seguridad de Aslund —dijo Miles tristemente.
Tung observó a su obstinado pequeño comité y suspiró.
—Seguridad es más estricta para entrar que para salir. Creo que podremos hacerlo. Llévanos allí. Arde.
Cuando Mayhew hubo detenido la nave de carga en el lugar asignado por la estación de transferencia aslundeña, Miles, Gregor y Elena permanecieron agachados, encerrados en el compartimiento del piloto. Tung y Mayhew se marcharon «para ver lo que podemos hacer» según lo expresó Tung, con cierta frivolidad en opinión de Miles. Éste permaneció sentado y se mordisqueó los nudillos con nerviosismo, tratando de no saltar ante cada sonido de las cargadoras automáticas que apilaban provisiones para los mercenarios al otro lado del tabique. El perfil firme de Elena no se contraía ante cada pequeño ruido, notó Miles con envidia.
Alguna vez la amé. ¿Quién es ella ahora?
¿Era posible decidir no enamorarse otra vez de esa nueva persona? La posibilidad de decidir. Ella parecía endurecida, maldispuesta a expresar lo que pensaba. Eso era bueno. Y sin embargo, sus pensamientos tenían un deje amargo. Eso no era bueno. Esa amargura lo hacía padecer.
—¿Has estado bien? —le preguntó vacilante—. Aparte de su confusión en la estructura de mando, quiero decir. ¿Tung te trata bien? Se suponía que él iba a ser tu mentor, que te entrenarían en el trabajo mientras yo aprendía en la aulas…
—Oh, es un buen mentor. Me atosiga con información militar, táctica, historia… Ahora puedo dirigir cualquier fase de una patrulla de combate, incluyendo logística, cartografía, asalto, e incluso retiradas de emergencia y aterrizajes, si no te importan unos cuantos golpes. Casi estoy en condiciones de operar realmente según mi grado ficticio, al menos con el equipo de una flota. A él le gusta enseñar.
—Me pareció que estabas un poco… tensa, en su presencia.
Elena sacudió la cabeza.
—Todo está tenso en este momento. No es posible estar «aparte» de esta confusión en la estructura de mando, gracias a ti. Aunque… supongo que no he perdonado del todo a Tung por no ser infalible al respecto. Al principio pensé que lo era.
—Sí, bueno, existe mucha falibilidad dando vueltas, en estos tiempos —dijo Miles con incomodidad—. Eh… ¿cómo está Baz? —¿tu esposo te trata bien? quería preguntar. Pero no lo hizo.
—Está bien —respondió ella—, pero se siente desanimado. Estas luchas por el poder le resultan extrañas, le repugnan, creo. Él es un técnico de corazón; ve un trabajo a realizar y lo hace.
Tung sugiere que si Baz no hubiese estado tan sumergido en las cuestiones técnicas habría previsto, y tal vez impedido, la toma del mando. Pero yo pienso que fue exactamente al revés. Él no podía rebelarse y pelear al nivel de Oser, por lo que se retiró al lugar donde podía conservar sus propios patrones de honestidad… por un poco más de tiempo. Esta escisión afectó la moral de todos.
—Lo siento —dijo Miles.
—Haces bien. —Su voz se quebró, pero después de recuperarse se tornó más dura—. Baz sintió que te había fallado, pero tú nos fallaste primero, al no regresar. No podías esperar que mantuviéramos la ilusión para siempre.
—¿Ilusión? —dijo Miles—. Yo sabía que sería difícil, pero pensé que podríais… aceptar vuestros papeles. Llegar a sentiros verdaderos mercenarios.
—Los mercenarios podrán ser suficientes para Tung. Yo pensé que lo serían para mí también, hasta que comenzamos a matarnos. Yo odio a Barrayar, pero es mejor servir a Barrayar que a nada, que a tu propio ego.
—¿A quién sirve Oser? —preguntó Gregor con curiosidad, alzando las cejas al escuchar esta declaración sobre su tierra natal.
—Oser sirve a Oser. «A la flota», dice él, pero la flota sirve a Oser y no es ningún país. No tiene edificios ni niños… es estéril. Sin embargo, a mí no me molesta ayudar a los aslundeños, ya que lo necesitan. Es un pobre planeta asustado.
—Tú, Baz y Arde podríais haber partido por vuestra cuenta… —comenzó Miles.
—¿Cómo? —dijo Elena—. Tú nos dejaste a cargo de los Dendarii. Baz fue desertor una vez. Nunca volverá a serlo.
Todo es culpa mía entonces, pensó Miles. Fantástico.
Elena se volvió hacia Gregor, quien había adquirido una extraña expresión al escuchar sus acusaciones de abandono.
—Aún no me has dicho lo que estás haciendo aquí. ¿Se suponía que ésta era una especie de misión diplomática secreta?
—Explícaselo tú —dijo Miles a Gregor, tratando de no apretar los dientes. Cuéntale lo del balcón, ¿vale?
Gregor se encogió de hombros y desvió la mirada.
—Al igual que Baz, deserté. Y al Igual que Baz, descubrí que no me sentía mejor con ello.
—Ahora comprenderás por qué es urgente devolver a Gregor lo antes posible —agregó Miles—, piensan que ha desaparecido, que tal vez ha sido secuestrado. —Miles le brindó una versión rápida y corregida de su encuentro fortuito en Detenciones del Consorcio.
—¡Dios! —Elena frunció los labios—. También comprendo por qué es urgente que no esté en tus manos. Si algo llegara a pasarle en tu compañía, quince facciones gritarían «¡Conspiración traidora!».
—Esa idea se me había ocurrido, sí —gruñó Miles.
—La coalición centrista del gobierno de tu padre sería la primera en caer —continuó Elena—. Supongo que los militares de derecha se alinearían detrás del conde Vorinnis y se unirían a los liberales anticentristas. Los portavoces franceses querrían a Vorville, al Vortugalov ruso… ¿o ya ha muerto?
—Los de extrema derecha, partidarios de volar los conductos de agujeros de gusano y alcanzar así el aislamiento político, se unirían al conde Vortrifrani contra la facción anti-Vor progaláctica que desea una constitución escrita —agregó Miles, con tono sombrío.
—El conde Vortrifrani me asusta. —Elena se estremeció—. Le he escuchado hablar.
—Es por el modo suave en que se limpia la espuma de la boca —dijo Miles—. La minoría griega aprovecharía la ocasión para intentar una secesión…
—¡Basta! —exclamó Gregor, quien había ocultado el rostro entre las manos.
—Pensé que era tu trabajo —dijo Elena con acidez. Pero Gregor alzó la cabeza y, al ver su mirada triste, ella se suavizó y esbozó una sonrisa—. Lamento no poder ofrecerte un empleo en la flota. Siempre nos son útiles los oficiales con entrenamiento formal, aunque no sea más que para adiestrar al resto.
—¿Un mercenario? —dijo Gregor—. Vaya una idea…
—No lo creas. Muchos de los nuestros han sido militares comunes. Algunos hasta fueron legítimamente licenciados.
Por un momento, los ojos de Gregor se iluminaron con una expresión risueña y se posaron sobre la manga gris y blanca de su chaqueta.
—Si tan sólo tú estuvieras a cargo aquí, ¿verdad Miles?
—¡No! —exclamó Miles con voz ahogada. La luz desapareció.
—Era una broma.
—No me pareció graciosa. —Miles inspiró profundamente, rezando para que a Gregor no se le ocurriera convertirla en una orden—. De todos modos, ahora intentamos llegar hasta el cónsul barrayarano en la Estación Vervain. Espero que aún se encuentre allí. No he escuchado noticias en varios días. ¿Qué está ocurriendo con los vervaneses?
—Hasta donde he sabido, no ocurre nada extraordinario, con excepción de un paranoia creciente —respondió Elena—. Vervain invierte sus recursos en naves, no en estaciones…
—Es lógico, cuando se tiene más de un conducto de agujero de gusano que custodiar —observó Miles.
—Pero hace que Aslund vea en los vervaneses a agresores potenciales. Existe una facción aslundeña que propone atacar primero antes de que la nueva flota vervanesa esté armada. Afortunadamente, hasta ahora han prevalecido los estrategas defensivos. Para que nosotros demos el golpe, Oser ha puesto un precio prohibitivamente alto. No es estúpido. Sabe que los aslundeños no podrán respaldarnos. Vervain también contrató a una flota mercenaria como recurso momentáneo. En realidad, fue eso lo que dio la idea a los aslundeños de contratarnos a nosotros. Se llaman Los Guardianes de Randall, aunque tengo entendido que Randall ya no se encuentra con ellos.
—Debemos evitarlos —dijo Miles con fervor.
—He oído decir que su nuevo segundo oficial es barrayarano. Tal vez pueda brindarte alguna ayuda.
Gregor alzó las cejas.
—¿Uno de los hombres de Illyan?, suena posible.
¿Sería allí adonde había ido Ungari?
—Hay que acercarse con cautela, de todos modos —dijo Miles.
—El comandante de los Guardianes se llama Cavilo…
—¿Qué? —aulló Miles.
Las cejas de Elena de alzaron.
—Sólo Cavilo. Nadie parece saber si es el nombre de pila o el apellido…
—Cavilo es la persona que trató de comprarme… bueno, que trató de comprar a Victor Rotha en la Estación del Consorcio. Por veinte mil dólares betanos.
Las cejas de Elena se mantuvieron arqueadas.
—¿Por qué?
—No sé por qué. —Miles volvió a pensar en su objetivo. Pol, el Consorcio, Aslund… No, seguía siendo Vervain—. Pero debemos evitar a los mercenarios vervaneses. Bajamos de la nave y vamos directamente al consulado. Ni siquiera debemos movernos hasta que lleguen los hombres de Illyan para llevarnos a casa. ¿De acuerdo?
Gregor suspiró.
—De acuerdo.
Basta de jugar al agente secreto. Sus mejores esfuerzos sólo habían servido para hacer que Gregor estuviese a punto de resultar asesinado. Era hora de dejar de esforzarse tanto, decidió Miles.
—Qué extraño —dijo Gregor mirando a Elena, a la nueva Elena, supuso Miles—, pensar que has tenido más experiencia en combate que cualquiera de nosotros.
—Que los dos juntos —le corrigió ella con frialdad—. Si, bueno… combatir es mucho más estúpido de lo que había imaginado. Si dos grupos pueden cooperar hasta el increíble punto necesario para encontrarse en la batalla, ¿por qué no dedicar la décima parte de ese esfuerzo para conversar? Aunque eso no vale para las guerras de guerrillas —continuó Elena con expresión pensativa—. El guerrillero es un enemigo que no juega a lo mismo. Tiene más sentido para mí. Si uno decide ser vil, ¿por qué no serlo por completo? Ese tercer contrato… Si alguna vez llego a comprometerme en otra guerra de guerrillas, quiero estar del lado de la guerrilla.
—Resulta más difícil conseguir la paz entre dos enemigos totalmente viles —reflexionó Miles—. La guerra no es un fin en sí mismo, excepto cuando tiene el sentido catastrófico de una condena absoluta. Lo que se busca es la paz. Una paz mejor de la que se tenía al empezar.
—¿El que gana es el que logra ser el más vil durante más tiempo? —propuso Gregor.
—Creo que históricamente eso no es verdad. Si lo que haces durante la guerra te degrada tanto que la paz te resulta peor… —Miles se paralizó en mitad de la frase al escuchar unas voces en la bodega de carga, pero eran Tung y Mayhew que regresaban.
—Vamos —dijo Tung—. Si Arde no cumple con sus horarios programados, llamará la atención.
Se introdujeron uno tras otro en la bodega de carga, donde Mayhew sujetaba la correa de una plataforma flotante con dos canastos de embalaje.
—Tu amigo podrá pasar por un soldado de la flota —le dijo Tung a Miles—. Para ti he encontrado un cajón. Hubiese sido más elegante enrollarte en una alfombra, pero considerando que el capitán del carguero es un hombre, la referencia histórica se hubiese desperdiciado.
Miles observó el cajón con desconfianza. No parecía tener ninguna abertura para respirar.
—¿Adónde me lleva?
—Tenemos un sistema para hacer entrar y salir a oficiales de Inteligencia de la flota. Está este capitán que recorre el sistema con su nave de carga. Trabaja de forma independiente y es vervanés, pero ya lo hemos contratado en tres ocasiones. Te llevará hasta Vervain y te hará pasar por la aduana. Después de eso, te las arreglarás por tu cuenta.
—¿Vosotros correréis algún peligro con esto? —preguntó Miles preocupado.
—No mucho —dijo Tung—. Él pensará que está pasando más agentes mercenarios por un precio, y naturalmente mantendrá la boca cerrada. Incluso aunque quisieran interrogarlo, pasarán varios días antes de que regrese. Yo mismo me he ocupado de que Arde y Elena no aparezcan, por lo que no podrá delatarlos.
—Gracias —dijo Miles con suavidad. Tung asintió con la cabeza y suspiró.
—Si tan sólo te hubieses quedado con nosotros… ¡Qué soldado habría podido hacer de ti en estos tres últimos años!
—Si llegáis a encontraros sin trabajo como consecuencia de habernos ayudado —agregó Gregor—, Elena sabrá cómo ponerse en contacto.
Tung hizo una mueca.
—¿En contacto con qué?
—Es mejor no saberlo —dijo Elena mientras ayudaba a Miles a esconderse en el cajón de embalaje.
—Muy bien —gruñó Tung—. Pero… está bien.
Miles se encontró frente a frente con Elena, por última vez hasta… ¿quién sabía cuándo? Ella lo estrechó con fuerza, pero luego se volvió hacia Gregor y le dio el mismo abrazo fraternal.
—Todo mi cariño para tu madre —le dijo a Miles—. Pienso en ella con frecuencia.
—Claro. Eh… saludos a Baz. Dile que todo está bien. Lo primero es tu seguridad personal, la tuya y la de él. Los Dendarii son, son, fueron… —No se atrevía a decir «de escasa importancia», o «un sueño ingenuo», o «una ilusión», aunque esto último era lo que más se acercaba—. Un buen intento —concluyó sin convicción.
La mirada que ella le dirigió fue fría, cortante, indescifrable… no, en realidad era fácil de comprender. «Idiota», o algo bastante más fuerte. Miles se sentó apoyando la cabeza en las rodillas y dejó que Mayhew cerrase la tapa. Se sentía como un espécimen zoológico enviado a un laboratorio.
El viaje transcurrió sin problemas. Miles y Gregor se encontraron instalados en una cabina pequeña pero decente, destinada a los excesos de carga que ocasionalmente transportaba el carguero. Unas tres horas después de que abordaran, la nave despegó y se alejó de los peligros de la Estación Aslund. Había que admitirlo: Tung seguía siendo bueno en su trabajo.
Con gran placer, Miles pudo bañarse, lavar sus ropas, gozar de una verdadera comida y dormir sintiéndose seguro. La pequeña tripulación de la nave parecía alérgica a su corredor; él y Gregor fueron dejados absolutamente a solas. A salvo durante tres días, atravesando el Círculo Hegen otra vez con una nueva identidad. Siguiente parada: el consulado barrayarano en la Estación Vervain.
Por Dios, tendría que redactar un informe sobre todo esto cuando llegasen allí. Verdaderas confesiones, al estilo oficial de Seguridad Imperial (seco como el polvo, a juzgar por los modelos que había leído). De haber hecho el mismo recorrido, Ungari habría entregado columnas de datos concretos y objetivos, listos para ser analizados de seis formas diferentes. ¿Qué podía contar él? Nada, estuve en un cajón. Tenía poco que ofrecer con excepción de lo poco que alcanzaba a ver mientras eludían a cada guardia de seguridad en el sistema. Tal vez debería centrar su informe en las fuerzas de seguridad. La opinión de un alférez. La plana mayor estaría tan impresionada…
¿Y cuál era su opinión? Bueno, Pol no parecía ser la fuente de los problemas en el Centro Hegen: ellos reaccionaban, no actuaban. El Consorcio no parecía interesado en lo más mínimo en las aventuras militares. El único grupo lo bastante débil para que los eclécticos jacksonianos concretasen un ataque exitoso era Aslund, y no se obtendrían muchos beneficios conquistando un mundo agrícola y poco avanzado como ése. Aslund era lo suficiente paranoico para resultar peligroso, pero su preparación era escasa y estaba protegido por una fuerza mercenaria que sólo aguardaba un chispazo para que sus facciones entrasen en guerra. No había ninguna amenaza considerable allí. Por eliminación, la energía necesaria para lograr la desestabilización debía de provenir de Vervain. ¿Cómo se podría hacer para descubrir…? No. Él había jurado no actuar como agente secreto. Vervain era el problema de algún otro.
Con languidez. Miles se preguntó si sería capaz de persuadir a Gregor para que lo dispensase de redactar un informe, y si Illyan lo aceptaría. Probablemente no.
Gregor estaba muy silencioso. Estirado en su litera, Miles se colocó las manos detrás de la cabeza y le sonrió para ocultar su preocupación. Gregor acababa de quitarse el uniforme Dendarii y se estaba vistiendo con las ropas de civil proporcionadas por Arde Mayhew. Los pantalones gastados, la camisa y la chaqueta eran algo cortos y anchos para el cuerpo delgado de Gregor. Así vestido parecía un desdichado vagabundo con ojos hundidos. Para sus adentros, Miles decidió mantenerse alejado de los puestos altos.
Gregor lo miró.
—Tenías un aspecto extraño como el almirante Naismith, ¿sabes? Casi como si hubieses sido otra persona.
Miles se apoyó sobre un codo.
—Creo que Naismith soy yo mismo sin frenos. Sin represiones. Él no tiene que ser un buen Vor, ni tampoco ninguna clase de Vor. Él no tiene problemas con la subordinación, ya que no se subordina ante nadie.
—Lo he notado. —Gregor plegó el uniforme Dendarii según las reglas barrayaranas—. ¿Lamentas haber tenido que eludir a los Dendarii?
—Sí… no… no lo sé. —Profundamente. Parecía ser que la cadena de mando tiraba en ambas direcciones de un eslabón intermedio. Si se tiraba con la fuerza suficiente, el eslabón podía llegar a quebrarse—. Confío en que tú no lamentarás haber escapado a la esclavitud.
—No. No era lo que había imaginado. Sin embargo esa lucha ante la escotilla fue muy peculiar. Unos completos extraños querían matarme sin siquiera saber quién soy. Puedo entender que unos completos extraños traten de matar al emperador de Barrayar, pero esto… tendré que pensarlo.
Miles se permitió esbozar una leve sonrisa.
—Es como que te amen por ti mismo, pero diferente. Gregor le dirigió una mirada aguda.
—También me resultó extraño volver a ver a Elena. La obediente hija de Bothari… Está cambiada.
—Yo esperaba que lo hiciese —admitió Miles.
—Parece bastante unida a su esposo, el desertor.
—Sí —dijo Miles brevemente.
—¿También esperabas eso?
—No era mi decisión. Era lógico que ocurriese, conociendo la integridad de su carácter. Yo pude haberlo previsto. Si consideramos que sus convicciones sobre la lealtad acaban de salvarnos la vida, no… no puedo lamentar que ella sea así, ¿verdad?
Gregor alzó las cejas con una mirada significativa.
Miles contuvo su irritación.
—De todos modos, espero que esté bien. Oser ha demostrado ser peligroso. Ella y Baz sólo parecen protegidos por Tung, cuyo poder está cada vez más desgastado.
—Me sorprende que no hayas aceptado la oferta de Tung. —Gregor esbozó una leve sonrisa, tal como Miles había hecho antes—. Almirante instantáneo. Saltando todos esos aburridos escalones intermedios que existen en Barrayar.
—¿La oferta de Tung? —Miles emitió un bufido—. ¿No lo has escuchado? Pensé que papá te había hecho leer todos esos convenios. Tung no me ofreció ponerme al mando, sino pelear con muy pocas probabilidades de éxito. Buscaba un aliado, un testaferro, alguien que fuese carne de cañón, no un jefe.
—Ah. Mm… —Gregor se acomodó en su litera—. Entiendo. De todos modos, me pregunto si habrías escogido esta prudente retirada si yo no hubiese estado contigo.
La mente de Miles se llenó de imágenes. Illyan había dicho: «De ser posible, emplear al alférez Vorkosigan para eliminar de la escena a los Mercenarios Dendarii». Si aquellas vagas palabras eran interpretadas con amplitud, podían llegar a incluir… No.
—No. Si no me hubiese topado contigo, iría hacia Escobar con mi sargento-niñera Overholt. Y supongo que tú todavía estarías instalando artefactos de luz. —Dependiendo, por supuesto, de lo que el misterioso Cavilo hubiera planeado para Miles cuando lo hubiese tenido en sus manos en Detenciones del Consorcio.
¿Y dónde estaría Overholt ahora? ¿Se habría presentado en el cuartel general o habría tratado de comunicarse con Ungari? También era posible que hubiese sido atrapado por Cavilo. ¿O los habría seguido a ellos? Lástima que Miles no había podido seguir a Overholt para encontrarse con Ungari. No, eso era un razonamiento circular. Todo era muy extraño, y lo mejor era alejarse.
—Lo mejor es alejarnos —le dijo Miles a Gregor.
Gregor se frotó la marca gris pálida de su rostro, recuerdo de su encuentro con la cachiporra eléctrica.
—Sí, probablemente. Aunque empezaba a ser bueno con los artefactos de luz.
Casi ha terminado, pensó Miles mientras él y Gregor seguían al capitán del carguero hacia la Estación Vervain. Bueno, tal vez no del todo. Era evidente que el capitán vervanés estaba muy nervioso. Sin embargo, si el hombre ya había logrado pasar espías en tres ocasiones, debía de saber lo que hacía.
La pista de aterrizaje estaba iluminada como de costumbre, pero no se veía a nadie y las máquinas estaban en silencio. Miles supuso que les habrían despejado el camino, aunque él hubiera elegido el momento más caótico de carga y descarga para pasar algo inadvertido.
Los ojos del capitán miraban en todas direcciones. Miles no podía evitar seguir su mirada. Se detuvieron junto a una cabina de control vacía.
—Esperaremos aquí —dijo el capitán del carguero—. Vendrán unos hombres que los acompañarán el resto del camino. —Se apoyó contra una pared de la cabina y durante varios minutos se dedicó a patearla suavemente con el talón. Al fin se enderezó y giró la cabeza.
Pasos. Seis hombres emergieron por un corredor cercano. Miles se paralizó. Eran hombres uniformados, uno de los cuales era un oficial, pero no llevaban las vestiduras de seguridad vervanesa, ni militar ni civil. Unos monos de mangas cortas color pardo con tiras negras y lustrosas botas bajas negras. Tenían desenfundados sus aturdidores.
Si camina como un escuadrón de arresto, y habla como un escuadrón de arresto, y grazna como un escuadrón de arresto…
—Miles —murmuró Gregor viendo lo mismo que él—, ¿esto estaba en el programa? —Las armas apuntaban hacia ellos.
—Ha hecho esto en tres ocasiones —lo tranquilizó Miles sin convicción—. ¿Por qué no en una cuarta?
El capitán del carguero esbozó una sonrisa y se apartó de la pared, retirándose de la línea de fuego.
—Lo hice dos veces —les informó—. En la tercera me atraparon.
Las manos de Miles se retorcieron. Entonces se obligó a alzarlas lentamente y se contuvo para no maldecir. Gregor también levantó las manos con el rostro maravillosamente inexpresivo. Un punto más por su capacidad de control, virtud que sin duda le había sido inculcada en su vida tan restringida.
Tung había preparado todo esto. ¿Tung lo sabía? ¿Vendido por Tung? ¡No…!
—Tung dijo que usted era de confianza —le murmuró Miles al capitán del carguero.
—¿Y quién es él para mí? —replicó el hombre—. Yo tengo una familia, señor.
¡Dios, otra vez los mercenarios! Apuntándoles con sus aturdidores, dos hombres avanzaron para poner a Miles y a Gregor contra la pared. Luego procedieron a registrarlos y les quitaron todas las armas oseranas que tanto les había costado obtener, sus equipos y sus papeles de identificación. El oficial revisó todas sus pertenencias.
—Sí, éstos son los hombres de Oser. —Entonces habló por su intercomunicador de muñeca—. Los tenemos.
—Esperen —le respondió una voz lejana—. Bajaremos enseguida. Cavilo fuera.
Los Guardianes de Randall, sin duda; de ahí que sus uniformes no le resultasen familiares. Pero ¿por qué no había ningún vervanés a la vista?
—Discúlpeme —dijo Miles con mansedumbre al oficial—, pero es posible que exista un malentendido. ¿Ustedes creen que somos agentes aslundeños?
El oficial lo miró y echó a reír.
—Me pregunto sí no será hora de revelar nuestra verdadera identidad —le murmuró Gregor a Miles.
—Un dilema interesante —le respondió Miles en voz baja—. Será mejor que averigüemos si les disparan a los espías.
El sonido de unas botas anunció una nueva llegada. El escuadrón se preparó cuando los pasos estuvieron cerca. De forma automática, Gregor también adoptó una postura militar. En posición de firme tenía un aspecto muy extraño con las ropas anchas de Arde Mayhew. Sin duda Miles era el que menos castrense parecía, con la boca abierta por la sorpresa.
Un metro sesenta de estatura, y un poco más proporcionado por unas botas negras con tacones algo más altos que los reglamentarios. Cabello rubio y corto como una aureola sobre una cabeza escultural. Un uniforme pardo y negro con galones dorados, ceñido a su cuerpo cimbreante como un complemento perfecto. Livia Nu.
El oficial hizo la venia.
—Comandante Cavilo.
—Muy bien, teniente… —Sus ojos azules se posaron sobre Miles y por unos instantes se abrieron de par en par con la sorpresa—. Victor, querido —continuó con exagerada dulzura—, qué curioso encontrarle aquí. ¿Todavía vende trajes milagrosos a los mal informados?
Miles le enseñó las palmas.
—Éste es todo mi equipaje, señora. Debió haber comprado cuando tuvo la posibilidad.
—Lo dudo. —Su sonrisa era tensa y especulativa. A Miles le inquietó el brillo que veía en sus ojos. Gregor guardaba silencio y se veía desesperadamente perplejo.
Así que tu nombre no era Livia Nu, y no eras ningún agente de compras. ¿Entonces por qué diablos la comandante de la fuerza mercenaria vervanesa se había encontrado con un poderoso representante del Consorcio Jacksoniano en la Estación Pol? Allí no hubo un simple tráfico de armas, querida.
Cavilo/Livia Nu se llevó a los labios el intercomunicador de su muñeca.
—Dispensario Kurin, aquí Cavilo. Les envío a un par de prisioneros para interrogar. Es posible que lo haga personalmente.
El capitán del carguero dio un paso adelante, mitad temeroso mitad beligerante.
—Mi esposa y mi hijo. Quiero una prueba de que se encuentran a salvo.
Ella lo miró de arriba abajo.
—Todavía puede servirnos. Está bien. —Llamó a un soldado—. Lleve a este hombre al calabozo del Kurin y permita que eche un vistazo a los monitores. Luego tráigamelo de vuelta, Usted es un traidor afortunado, capitán. Tengo otro trabajo para usted. Con él es posible que se gane…
—¿Su libertad? —preguntó el capitán del carguero.
Ella frunció un poco el ceño ante la interrupción.
—¿Por qué iba a aumentarle el salario? Otra semana de vida.
Él siguió al soldado, con los puños cerrados y los dientes prudentemente apretados.
¿Qué diablos?, pensó Miles. Él no sabía mucho sobre Vervain, pero estaba seguro de que ni siquiera su ley marcial permitía mantener como rehenes a familiares inocentes para asegurarse la buena conducta de los traidores.
Cuando el capitán se hubo marchado. Cavilo volvió a encender su intercomunicador.
—¿Seguridad del Kurin? Ah, bien. Les envió a mi doble agente favorito. Muéstrenle la grabación que realizamos la semana pasada en la celda Seis para que se quede tranquilo. No le permitan que descubra que no es en directo. Correcto. Cavilo fuera.
¿Entonces la familia del hombre ya estaba libre? ¿O habían muerto? ¿Los tenían en alguna otra parte? ¿En qué se estaban metiendo allí?
Más botas se acercaron por el corredor; una patrulla reglamentaria. Cavilo esbozó una sonrisa ácida, pero suavizó su expresión cuando se volvió para recibir al recién llegado.
—Stanis, querido. Mira lo que pescamos esta vez. Es ese pequeño renegado betano que trataba de vender armas robadas en la Estación Pol. Parece que no era tan independiente, después de todo.
El uniforme pardo y negro de los Guardianes también le sentaba bien al general Metzov, pensó Miles enloquecido. Ahora sería un momento maravilloso para entornar los ojos y desmayarse, si tan sólo hubiese sabido cómo hacerlo.
El general Metzov permaneció igualmente clavado al suelo, mientras sus ojos gris acerado se iluminaban con un malvado regocijo.
—Él no es ningún betano, Cavie.