8

Victor Rotha, agente comercial. Sonaba a un alcahuete. Con desconfianza, Miles observó su nueva personalidad reflejada en la pantalla de su cabina. ¿Qué había de malo en un simple espejo espartano, después de todo? ¿Dónde había conseguido Illyan esa nave? Era de fabricación betana y estaba llena de los lujosos artefactos propios de la Colonia Beta. Miles se entretuvo con su horripilante visión de lo que podía ocurrir sí alguna vez fallaba el programa del elaborado cepillo dental sónico.

«Rotha» llevaba una vestimenta que respetaba su supuesto origen. Miles había desechado el sarong betano, ya que en la Estación Seis de Pol no era lo suficientemente cálido para él. Sí llevaba sus pantalones verdes anchos sujetados con una soga de sarong y sandalias de estilo betano. La camisa verde estaba confeccionada con la barata seda sintética de Escobar, y la chaqueta color crema era de un estilo similar. El ecléctico guardarropa de alguien que provenía de la Colonia Beta, de alguien que había estado merodeando por la galaxia. Bien. Miles pronunció algunas frases en voz alta, practicando el acento betano, mientras deambulaba por la compleja cabina.

Hacía un día que habían arribado a la Estación Seis sin sufrir ningún incidente. Todo el viaje de tres semanas desde Barrayar había transcurrido de ese modo. Ungari parecía satisfecho con ello. El capitán de Seguridad Imperial había pasado la mayor parte de la travesía contando cosas, tomando fotografías y contando: naves, tropas, guardias de seguridad, tanto civiles como militares. Habían encontrado excusas para detenerse en cuatro de los seis puntos de enlace en la ruta entre Pol y el Centro Hegen, y Ungari se había dedicado a contar, medir, seccionar, alimentar el ordenador y calcular durante todo el trayecto. Ahora habían llegado al último puesto de avanzada de Pol (o al primero, dependiendo de la dirección en que uno viajase). Éste estaba arraigado en el mismo Centro Hegen.

En cierta época, Pol Seis no había sido más que una parada de emergencia y un eslabón de la cadena de comunicaciones. Todavía no había sido resuelto el problema de enviar mensajes a través de un salto por agujero de gusano sin transportarlos físicamente en una nave. De casi todas las regiones desarrolladas de la red partía en un salto una nave de comunicaciones cada hora o incluso con más frecuencia, para emitir un haz de rayos que viajaban a la velocidad de la luz hasta el siguiente punto de salto, donde los mensajes eran recibidos y vueltos a emitir, y ésta era la forma más rápida de enviar la Información. En las regiones menos desarrolladas sólo se podía aguardar, algunas veces durante semanas o meses, hasta que una nave acertase a pasar por allí, y luego esperar que no se olvidasen de entregar el mensaje.

Ahora Pol Seis era más que un punto de referencia. Montaba guardia. Ungari había chascado la lengua con entusiasmo al identificar y sumar a su lista las naves de Pol apiñadas en la zona que rodeaba la nueva construcción. Habían volado en espiral sobre la estación, inspeccionando cada sector de ella y todas sus naves.

«Su principal tarea —le había dicho Ungari a Miles— será hacer que a todos les resulte más interesante observarlo a usted que a mí. Circule. Dudo que necesite esforzarse demasiado para llamar la atención. Revele su identidad oculta. Con suerte, hasta es posible que establezca un par de contactos que valga la pena estudiar. Aunque dudo que se encuentre con algo muy valioso de inmediato. Las cosas no funcionan de ese modo».

Ahora, Miles abrió su muestrario sobre la cama y volvió a examinarlo.

Sólo un vendedor ambulante, eso soy yo. Doce armas de mano sin sus cargas de energía brillaron con picardía. Una fila de discos de vídeo describiendo armas más grandes e interesantes. Y lo más cautivador de todo, la colección de discos diminutos ocultos en su chaqueta. Muerte. Os la puedo vender al por mayor.

El guardaespaldas de Miles lo recibió en la compuerta de salida. ¿Por qué, en nombre del cielo, Illyan había tenido que designar a Overholt para esta misión? Por el mismo motivo que lo había impulsado a enviarlo a la isla Kyril, porque era de confianza, pero a Miles le resultaba embarazosa la idea de trabajar con un hombre que alguna vez lo había arrestado. ¿Y qué pensaría Overholt de él ahora? Afortunadamente, el hombre era del tipo discreto.

Overholt iba vestido con un estilo tan informal y ecléctico como el suyo, aunque llevaba botas en lugar de sandalias. Parecía exactamente un guardaespaldas que trataba de pasar por turista. La clase de hombre que un pequeño traficante de armas como Victor Rotha tomaría a su servicio.

Formal y decorativo a la vez, trafica, juega a los dados y camorrea. Por separado, ni Miles ni Overholt serían memorables. Juntos, bueno… Ungari tenía razón. No tendrían que preocuparse por llamar la atención.

Miles atravesó el tubo de desembarco y entró en Pol Seis. Allí, tanto su muestrario como su persona fueron cuidadosamente examinados, y Overholt debió mostrar su permiso para portar armas. A partir de allí tenían libre acceso a las instalaciones de la estación, exceptuando ciertos corredores custodiados que conducían a las zonas militarizadas. Ungari había dejado bien claro que esas áreas eran asunto suyo, no de Miles.

Aún era temprano para su primera cita y, por lo tanto. Miles caminó lentamente, disfrutando la sensación de encontrarse en una estación espacial. El lugar no era tan transitable como la Colonia Beta, pero pudo moverse sin problemas en el ambiente técnico-cultural galáctico. No se parecía en nada a la subdesarrollada Barrayar. El ambiente era artificial y transmitía una cierta sensación de peligro, sensación que en cualquier momento podía crecer hasta convertirse en terror claustrofóbico, en el caso de producirse una repentina descompresión. La gran plaza central estaba rodeada de tiendas, hoteles y restaurantes.

Un curioso trío paseaba por la plaza justo frente a Miles. Un hombre robusto, vestido con ropas sueltas e ideales para ocultar armas, miraba hacia todos lados con inquietud. Un colega profesional de Overholt, sin duda. Él y Overholt se descubrieron el uno al otro e intercambiaron miradas sombrías, para luego ignorarse mutuamente. El hombre a quien custodiaba parecía casi invisible al lado de su mujer.

Ella era baja, pero de gran vivacidad. Tenía una figura delgada y un cabello rubio, casi blanco y muy corto, que le otorgaba un extraño aspecto de duende. Su atuendo deportivo negro parecía emitir destellos eléctricos que ondulaban como agua sobre su piel. Unos zapatos negros con tacones altos la elevaban inútilmente unos pocos centímetros. Sus labios lucían un rojo carmesí, haciendo juego con el pañuelo que rodeaba su cuello de alabastro, cayendo como una cascada desde los hombros para enmarcar la piel desnuda de su espalda. La mujer parecía… cara.

Sus ojos descubrieron la mirada fascinada de Miles. La mujer alzó el mentón y lo miró con frialdad.

—¿Victor Rotha? —La voz a su lado lo sobresaltó.

—Ah…, ¿señor Liga? —aventuró Miles mientras giraba. Pálidas facciones de conejo, labios prominentes, cabello negro; éste era el hombre que afirmaba querer mejorar el armamento de sus guardias de seguridad, en su industria minera asteroidal. Seguro. ¿De dónde lo había sacado Ungari? Miles no estaba seguro de querer saberlo.

—He hecho arreglos para que hablemos en un sitio privado. —Liga sonrió y señaló la entrada de un hotel cercano con un movimiento de cabeza—. Eh… —agregó—, parece que todos están haciendo negocios esta mañana. —Señaló al trío al otro lado del vestíbulo. Ahora ya eran un cuarteto y se estaban marchando. Los pañuelos flotaban como banderas tras los rápidos pasos de la rubia.

—¿Quién era esa mujer? —preguntó Miles.

—No lo sé —respondió Liga—. Pero el hombre al que siguen es su principal competidor aquí. Es el agente de Casa Fell, los especialistas jacksonianos en armamentos.

Más bien parecía un hombre de negocios, al menos de espaldas.

—¿Pol permite que los jacksonianos operen aquí? —preguntó Miles—. Pensé que las relaciones eran muy tensas.

—Entre Pol, Aslund y Vervain, sí —aclaró Liga—. El consorcio jacksoniano proclama a gritos su neutralidad. Esperan obtener beneficios por todos lados. Pero éste no es el mejor lugar para hablar de política. Vayámonos de aquí.

Tal como Miles suponía. Liga lo llevó a la habitación de un hotel. Entonces Miles recitó la propaganda comercial que había memorizado. Le enseñó una a una todas las armas de mano y disertó sobre las piezas que tenían disponibles y las fechas de entrega.

—Había pensado en algo más… poderoso —dijo Liga.

—Tengo otro muestrario a bordo de mi nave —le explicó Miles—. No quise transgredir las costumbres de Pol con él, pero puedo mostrarle un vídeo de su contenido.

Miles sacó a relucir los manuales de las armas pesadas.

—Este vídeo sólo tiene propósitos educativos, por supuesto, ya que para un particular de Pol la posesión de estas armas es ilegal.

—En Pol, sí —precisó Liga—, pero sus leyes no rigen en el Centro Hegen. Todavía. Sólo debe despegar de Pol Seis y superar los diez mil kilómetros que constituyen el límite de tráfico controlado para llevar a cabo cualquier negocio que desee, con toda legalidad. El problema se presenta cuando tiene que entregar la mercancía dentro del espacio local de Pol.

—Las dificultades en las entregas son una de mis especialidades —le aseguró Miles—. Con un pequeño recargo, por supuesto.

—Eh, bien… —Liga revisó el catálogo apretando el avance rápido—. Estos arcos de plasma para trabajos pesados… ¿cómo son en relación a los cañones con disruptores nerviosos?

Miles se encogió de hombros.

—Depende de si quiere eliminar personas solamente, o personas y propiedades. Puedo ofrecerle muy buen precio por los disruptores nerviosos. —Mencionó una cifra en créditos de Pol.

—Hace poco obtuve una mejor cotización, por un artefacto de la misma potencia en kilovatios —mencionó Liga sin mucho interés.

—No lo dudo —Miles sonrió—. Veneno un crédito, antídoto cien créditos.

—¿Y eso qué se supone que significa? —preguntó Liga con desconfianza.

Miles deslizó el dedo bajo su solapa y extrajo un diminuto vídeo.

—Eche un vistazo a esto. —Lo insertó en el reproductor de vídeo.

Una figura cobró vida e hizo algunas piruetas. Estaba vestida de la cabeza a los pies, e incluyendo los dedos, con lo que parecía ser una red ajustada y brillante.

—Algo aireado para usarse como ropa interior, ¿no? —dijo Liga, con escepticismo.

Miles lo miró con una sonrisa apenada.

—No existe fuerza armada de la galaxia que no quiera poner sus manos sobre esto. La primera malla protectora contra disruptores nerviosos para una sola persona. La última carta tecnológica de la Colonia Beta.

Liga abrió los ojos de par en par.

—No sabía que estaban en el mercado.

—No lo están. Se trata, por así decirlo, de un adelanto. —La Colonia Beta no hacía públicas sus novedades de inmediato. Desde hacía un par de generaciones que siempre estaba unos pasos adelantada y abastecía a todos los demás. A su debido tiempo, la Colonia Beta pondría a la venta su nuevo dispositivo por toda la galaxia. Mientras tanto…

Liga humedeció su prominente labio inferior.

—Nosotros utilizamos mucho los disruptores nerviosos.

¿Para los guardias de seguridad? Claro, seguro.

—Tengo una partida limitada de mallas protectoras. El primero en pedirlas, se las lleva.

—¿El precio?

Miles le dijo una cifra en dólares betanos.

—¡Un ultraje! —Liga se meció en su sillón flotante.

Miles se encogió de hombros.

—Piénselo. Su organización podría quedar en gran desventaja si no es la primera en mejorar sus defensas. Estoy seguro de que podrá imaginarlo.

—Yo… tendré que consultarlo. Eh… ¿me permite el disco para enseñárselo a mi supervisor?

Miles frunció los labios.

—Que no lo atrapen con él.

—Por supuesto. —Liga volvió a pasar el vídeo de demostración y observó con fascinación la figura resplandeciente del soldado. Entonces se guardó el disco en el bolsillo.

Listo. El anzuelo estaba echado en las aguas oscuras. Resultaría muy interesante ver quién lo mordía, ya se tratase de pececillos o de monstruosos leviatanes. Liga era un pez menor, según la opinión de Miles.

Bueno, debía empezar por alguna parte.

De regreso a la plaza. Miles se acercó a Overholt y le murmuró con preocupación:

—¿Lo he hecho bien?

—Muy bien, señor —le aseguró Overholt.

Bueno, tal vez sí. Se había sentido bien con la actuación. Casi podía imaginarse sumergiéndose en la compleja personalidad de Victor Rotha.

A la hora del almuerzo, Overholt lo condujo a una cafetería con mesas ubicadas al aire libre frente a la plaza, el mejor lugar para ser observados, desviando así la atención de Ungari. Miles devoró un sándwich rico en proteínas y permitió que sus nervios se relajaran un poco. Esta actuación le agradaba. No era tan estimulante como…

—¡Almirante Naismith!

Miles estuvo a punto de atragantarse con el emparedado, y giró la cabeza con desesperación tratando de identificar al que lo había llamado. Overholt se enderezó en su silla alarmado, aunque logró que su mano no volase prematuramente hacia el arma aturdidora que llevaba oculta.

Dos hombres se habían detenido junto a su mesa. Miles no pudo reconocer a uno de ellos. Al otro… ¡maldición! Él conocía ese rostro. Mandíbulas cuadradas, piel oscura, demasiado pulcro para ser otra cosa que un soldado, a pesar de sus ropas civiles de Pol. ¡El nombre, el nombre…! Uno de los comandos de Tung. Cuando lo vio por última vez, Miles había estado sentado junto a él en la armería del Triumph, preparándose para una batalla. Clive Chodak, ése era su nombre.

—Lo siento, me ha confundido con otra persona —dijo Miles por puro reflejo—. Mi nombre es Victor Rotha.

Chodak parpadeó.

—¿Qué? ¡Oh!, lo siento. Es que… se parece a alguien que conocí.

Miró a Overholt unos momentos, y luego se volvió hacia Miles interrogándolo con la mirada.

—¿Podemos acompañarlos?

—¡No! —replicó Miles aterrado. Aunque… No debía desechar un posible contacto. Ésta era una complicación para la cual debía haber estado preparado. Pero activar a Naismith antes de lo planeado, sin la orden de Ungari…—. Bueno, no aquí —se corrigió rápidamente.

—Ya… ya veo, señor. —Con un ligero movimiento de cabeza, Chodak se retiró llevando consigo a su renuente compañero. Sólo una vez se volvió para mirarlo por encima del hombro. Miles contuvo su impulso de morder la servilleta. Los dos hombres desaparecieron en la plaza. A juzgar por sus gestos, parecían estar discutiendo.

—¿Y esto estuvo bien? —preguntó Miles, tristemente. Overholt parecía algo consternado.

—No mucho. —Con el ceño fruncido, observó el lugar por donde habían desaparecido los dos hombres.

A Chodak no le llevó más de una hora rastrear a Miles hasta su nave betana en la estación. Ungari todavía estaba fuera.

—Dice que quiere hablar con usted —le informó Overholt. Él y Miles estudiaron el monitor de vídeo. Chodak estaba en la escotilla, cambiando el peso de un pie a otro con impaciencia—. ¿Qué cree que desea en realidad?

—Probablemente hablar conmigo —respondió Miles— y que me condenen si yo no quiero hablar con él también.

—¿Cuán bien lo conoce? —preguntó Overholt con desconfianza, mirando la imagen de Chodak.

—No demasiado —admitió Miles—. Parecía un comando competente. Conocía su equipo, sabía manejar a su gente y se mantenía firme bajo el fuego. —A decir verdad, Miles sólo había tenido breves contactos con aquel hombre, siempre por cuestiones militares, pero algunos de aquellos minutos habían sido críticos, en la desesperada incertidumbre del combate espacial. ¿Sería lo bastante seguro permitir la entrada de un hombre al que no había visto en casi cuatro años?—. Regístrelo bien, pero déjelo pasar y averigüemos lo que tiene que decir.

—Si usted lo ordena, señor —dijo Overholt en tono neutral.

—Lo ordeno.

A Chodak no pareció molestarle que lo registrasen. Sólo llevaba un aturdidor reglamentario. Aunque también había sido un experto en combatir con los puños, recordó Miles, y ésa era un arma que nadie podía confiscarle. Overholt lo escoltó hasta el pequeño comedor de oficiales, lugar que los betanos hubieran llamado «sala de recreación».

—Señor Rotha —comenzó Chodak—. Esperaba hablar con usted, eh… en privado. —Miró a Overholt con desconfianza—. ¿O ha reemplazado al sargento Bothari?

—Nunca. —Miles hizo una seña a Overholt para que lo siguiera al corredor, pero no habló hasta que las puertas se cerraron con un susurro—. Creo que su presencia es inhibidora. ¿Le importaría esperar fuera? —Miles no especificó a quién inhibía Overholt—. Podrá vigilar en el monitor, por supuesto.

—Me parece una mala idea. —Overholt frunció el ceño—. ¿Qué ocurrirá si se abalanza sobre usted?

Miles dio unos golpecitos nerviosos sobre la costura de su pantalón.

—Es una posibilidad. Pero de aquí nos dirigiremos a Aslund, donde, según dice Ungari, se encuentran apostados los Dendarii. Tal vez pueda brindarnos información de utilidad.

—Si dice la verdad.

—Las mentiras también pueden ser reveladoras. —Con este dudoso argumento, regresó al comedor sin Overholt.

Miles saludó con un movimiento de cabeza a su visitante, quien ahora estaba sentado ante una mesa.

—Cabo Chodak.

Chodak se iluminó.

—Sí, lo recuerda.

—Oh, sí, y… ¿todavía se encuentra con los Dendarii?

—Sí, señor. Soy sargento Chodak, ahora.

—Muy bien. No me sorprende.

—Y, eh… son los Mercenarios Oseran.

—Eso tengo entendido. Si es algo bueno o no, aún está por verse.

—¿Por quién se hace pasar, señor?

—Victor Rotha es un traficante de armas.

—Ése es un buen disfraz. —Chodak asintió con la cabeza. Miles sirvió dos cafés tratando de que sus siguientes palabras sonasen casuales.

—¿Y qué está haciendo en Pol Seis? Pensé que los Den… que la flota prestaba servicios en Aslund.

—En la Estación Aslund, aquí en el Centro —le corrigió Chodak—. Sólo son un par de días de vuelo por el sistema. Por ahora se encuentra allí. —Sacudió la cabeza—. Contratista del gobierno.

—¿Atrasados en los planes y excedidos en los costes?

—Exacto. —Aceptó la taza de café sin vacilar, sujetándola entre sus manos delgadas, y bebió un pequeño sorbo—. No puedo quedarme mucho tiempo. —Giró la taza y la depositó sobre la mesa—. Señor, creo que puedo haberle causado problemas por accidente. Me sorprendió tanto verlo allí… De todos modos, quería… supongo que quería ponerlo sobre aviso. ¿Viaja de regreso a la flota?

—Me temo que no puedo discutir mis planes. Ni siquiera con usted.

Chodak le dirigió una mirada penetrante con sus ojos negros y almendrados.

—Usted siempre ha sido engañoso.

—Como experto soldado de combate, ¿prefiere los asaltos frontales?

—¡No, señor! —Chodak esbozó una leve sonrisa.

—¿Por qué no me cuenta? Supongo que usted será uno de los agentes de inteligencia que la flota tiene esparcidos por el Centro. Seguramente hay unos cuantos como usted, o de otro modo la organización se hubiese venido abajo en mí ausencia. —Lo más probable era que, en ese momento, la mitad de los habitantes de Pol Seis fuesen espías para algún bando, sin mencionar a los dobles agentes. ¿A ellos había que contarlos dos veces?

—¿Por qué ha tardado tanto, señor? —El tono de Chodak era casi una acusación.

—No era mi intención —se excusó Miles—. Durante algún tiempo estuve prisionero en… en un lugar que prefiero no describir. Logré escapar hace apenas unos tres meses. —Bueno, aquélla era una forma de describir la isla Kyril.

—¡Usted, señor! Podríamos haberlo rescatado…

—No, no hubieran podido —replicó Miles con dureza—. La situación era extremadamente delicada, y se resolvió de un modo satisfactorio para mí. Pero entonces me vi erradicado de las áreas en que solía operar, exceptuando la flota Dendarii. Lo siento, pero vosotros sois mi única preocupación. De todos modos me siento intranquilo. Debí haber tenido noticias del comodoro Jesek. —Eso era cierto.

—El comodoro Jesek ya no está al mando. Hace alrededor de un año hubo una reorganización financiera y una reestructuración de mando, efectuada por la junta de capitanes y el almirante Oser. Encabezado por el almirante Oser.

—¿Dónde está Jesek?

—Fue degradado a ingeniero de la flota.

Era inquietante, pero Miles podía comprenderlo.

—No me parece del todo mal. Jesek nunca fue tan agresivo como… como Tung, por ejemplo. ¿Y Tung?

Chodak sacudió la cabeza.

—Fue degradado de jefe de estado mayor a oficial encargado del personal. Un puesto insignificante.

—Eso parece… un desperdicio.

—Oser no confía en Tung. Y Tung tampoco lo aprecia mucho a él. Desde hace un año, Oser trata de forzarlo a marcharse, pero Tung se mantiene en su puesto a pesar de la humillación. No es sencillo deshacerse de él. Oser todavía no puede arriesgarse a perder parte de su personal, y demasiadas personas clave siguen siendo leales a Tung.

Miles alzó las cejas.

—¿Incluyéndolo a usted?

—Él supo hacer las cosas —dijo Chodak con aire distraído—. Yo lo consideraba un oficial superior.

—Yo también.

Chodak asintió con la cabeza.

—Señor… el asunto es… El hombre que estaba conmigo en la cafetería es mi superior aquí. Y es partidario de Oser. Excepto matarlo, no se me ocurre ninguna otra manera de evitar que informe sobre nuestro encuentro.

—No tengo ningún deseo de iniciar una guerra civil en mi propia estructura de mando —dijo Miles. De momento—. Me parece más importante que no sospeche que ha hablado conmigo en privado. Deje que informe. Ya antes he hecho tratos con el almirante Oser, para beneficio de ambos.

—No estoy seguro de que Oser piense lo mismo, señor. Creo que se considera engañado.

Miles lanzó una carcajada.

—Yo doblé el tamaño de la flota durante la guerra de Tau Verde. Incluso como tercer oficial, acabó teniendo mucho más que antes bajo su mando, una tajada más pequeña de un pastel más grande.

—Pero el bando que nos contrató en un principio perdió.

—No lo creo. Ambos lados ganaron con la tregua que forzamos. Sólo se perdió un poco de prestigio. ¿Es que Oser no puede sentir que ha vencido a menos que haya un derrotado?

La expresión de Chodak se tornó sombría.

—Creo que ése es el caso, señor. Él dice, yo mismo lo he escuchado, que usted nos engañó. Que jamás ha sido un almirante ni ninguna clase de oficial. Que si Tung no lo hubiese traicionado, él lo habría echado de una patada en el trasero. —Chodak le dirigió una mirada pensativa—. ¿Qué era usted en realidad?

Miles sonrió con suavidad.

—Era el vencedor. ¿Lo recuerda?

Chodak emitió un bufido, casi una risita.

—Sí.

—No permita que la pobre historia revisionista de Oser nuble su mente. Usted estaba allí.

Chodak sacudió la cabeza con pesar.

—En realidad no necesitaba mi advertencia, ¿verdad? —Se puso de pie.

—Nunca dé nada por sentado. Ah…, y cuídese. Eso significa que cubra su trasero. Me acordaré de usted, más adelante.

—Señor. —Chodak lo saludó con un movimiento de cabeza. Overholt, quien aguardaba en el corredor con una postura de centinela casi imperial, lo escoltó con pasos firmes hasta la compuerta de la nave.

Miles permaneció sentado en el corredor, mordisqueando suavemente el borde de su taza, y consideró ciertos sorprendentes paralelos entre la reestructuración de mando en una flota mercenaria libre y las destructivas guerras de los Vor barrayaranos. ¿Podía pensarse en los mercenarios como en una miniatura, una simplificación, una versión de laboratorio de la vida real?

Oser debía haber estado presente en el alzamiento de Vordarian para ver cómo trabajan los chicos grandes.

Sin embargo, a Miles le convenía no subestimar los peligros potenciales y las complejidades de la situación. Su muerte en un conflicto en miniatura sería tan absoluta como su muerte en uno grande.

Diablos, ¿qué muerte? ¿Qué tenía él que ver con los Dendarii o con los oseranos, después de todo? Oser tenía razón, él los había engañado, y lo único extraño era que hubiese tardado tanto en descubrirlo. Miles no veía ningún motivo para volver a complicarse con los Dendarii. En realidad, bien podía evitarse esa peligrosa vergüenza política. Que Oser se quedase con ellos, ya que de todos modos habían sido suyos desde un principio.

Tengo tres personas que me han jurado lealtad en esa flota. Mi propio partido político.

Qué fácil había sido volver a interpretar el papel de Naismith…

De todos modos, poner en escena a Naismith no era decisión de Miles. Era del capitán Ungari.

Ungari fue el primero en señalarlo cuando regresó, y Overholt lo puso al tanto de lo ocurrido. Como era un hombre controlado, su furia sólo se notó por señales sutiles: un endurecimiento de la voz, líneas más tensas alrededor de los ojos y la boca.

—Ha violado nuestra pantalla. Eso es algo que nunca debe hacer. Es la primera regla de supervivencia en este negocio.

—Señor, con todo respeto, permítame decirle que yo no me delaté —respondió Miles con calma—. Fue Chodak. Él también pareció comprenderlo, no es estúpido. Se disculpó lo mejor que pudo. —Chodak podía ser más sutil de lo que parecía a simple vista, ya que en ese momento estaba bien con ambas partes en la escisión producida en el comando Dendarii, y una de las dos acabaría venciendo. ¿Era algo calculado o casual? Chodak podía ser astuto o afortunado, pero en todo caso sería una persona muy útil para el bando de Miles…

¿Qué bando, eh? Ungari no me permitirá acercarme a los Dendarii después de esto.

Ungari frunció el ceño ante la pantalla de vídeo, donde acababa de rebobinar la grabación de la entrevista entre Miles y el mercenario.

—Cada vez estoy más convencido de que puede resultar demasiado peligroso representar a Naismith. Si el pequeño golpe palaciego de ese Oser tiene algún parecido con lo que este sujeto dice, la fantasía de Illyan sobre que usted no tiene más que ordenarles a los Dendarii que se vayan, me resulta absurda. Ya me parecía que sonaba demasiado sencillo. —Ungari caminó por el comedor, golpeándose la palma izquierda con el puño derecho—. Bueno, es posible que Victor Rotha todavía nos sirva de algo. Por más que me gustaría confinarlo en sus habitaciones…

Qué extraño, ¿cuántos de sus superiores habían dicho lo mismo?

—… Liga quiere volver a ver a Rotha esta tarde. Tal vez para hacer un pedido sobre nuestra carga ficticia. Quiero que lo haga a un lado y llegue al siguiente nivel de su organización. Su jefe, o el jefe de su jefe.

—¿Quién cree que le paga a Liga?

Ungari dejó de caminar y le enseñó las palmas de las manos.

—¿Los cetagandanos? ¿Los del Conjunto de Jackson? ¿Algún otro? Seguridad Imperial está trabajando duro por aquí. Pero si se probara que la organización criminal de Liga es una marioneta de Cetaganda, podría valer la pena enviar a un agente que se infiltrase en sus filas. ¡Así que averígüelo! Sugiera que guarda más cosas atractivas en su bolso. Acepte sobornos. Llegue hasta ellos y descubra lo que necesitamos saber. Yo casi he terminado aquí, e Illyan está muy interesado en saber cuándo la Estación Aslund se encontrará en condiciones de operar como base defensiva.

Miles hizo sonar la campanilla de la habitación del hotel. Su mentón se alzó en un tic nervioso. Se aclaró la garganta y enderezó los hombros.

Overholt observaba el corredor vacío de arriba abajo.

La puerta se abrió con un susurro. Miles parpadeó sorprendido.

—Ah, señor Rotha. —La voz suave pertenecía a la rubia que había visto en la plaza esa mañana. Ahora llevaba un atuendo de seda roja ceñido a la piel, con pronunciado escote, una gola rojo brillante que se elevaba sobre su nuca enmarcando su cabeza escultural, y botas de gamuza roja con tacones altos. La mujer le obsequió con una sonrisa de alto voltaje.

—Lo siento —dijo Miles automáticamente—. Debo haberme equivocado de puerta.

—De ningún modo. —Una mano delgada lo invitó a pasar—. Llega justo a tiempo.

—Tenía una cita con el señor Liga.

—Así es, y yo me he hecho cargo de la cita. Por favor, entre. Mi nombre es Livia Nu.

Bueno, ella no tenía posibilidad de ocultar ningún arma en su ropa. Miles entró y no se sorprendió al ver al guardaespaldas en un rincón de la habitación. El hombre saludó con un movimiento de cabeza a Overholt, quien a su vez le respondió del mismo modo, los dos tan cautelosos como gatos. ¿Y dónde estaba el tercer hombre? No allí, evidentemente. Ella se acomodó en un sofá relleno con líquido.

—¿Es usted, eh… la supervisora del señor Liga? —preguntó Miles. No, Liga le había dicho que no sabía quién era ella. La mujer vaciló unos segundos.

—En cierto sentido, sí.

Uno de los dos estaba mintiendo…, o tal vez no. Si ella tenía un alto cargo en la organización de Liga, él no la hubiera identificado ante él. Maldición.

—Pero puede considerarme una agente comercial.

Dios. En Pol Seis no faltaban los espías, por cierto.

—¿Para quién?

—¡Ah! —Ella sonrió—. Una de las ventajas de tratar con pequeños proveedores es su política de no formular preguntas. Una de las pocas ventajas.

—«No se formulan preguntas» es el lema de la Casa Fell, según creo. Ellos tienen la ventaja de contar con una base fija y segura. Yo he aprendido a ser cauteloso cuando vendo armas a personas que podrían dispararme a mí en un futuro cercano.

Sus ojos azules se abrieron de par en par.

—¿Quién querría dispararle a usted?

—Sujetos mal aconsejados —replicó Miles. Por Dios. Aquella conversación estaba escapando de su control. Intercambió una mirada de desesperación con Overholt, quien era observado atentamente por su contraparte.

—Debemos hablar. —Ella dio unos golpecitos a su lado en el sillón—. Siéntese, Victor. Ah… —agregó, volviéndose hacia su guardaespaldas—, ¿por qué no aguarda fuera?

Miles se sentó en el borde del sofá y trató de adivinar la edad de la mujer. Su tez era tersa y blanca. Sólo la piel de sus párpados era blanda y algo arrugada. Miles recordó las órdenes de Ungari: Acepte sobornos, llegue hasta ellos

—Tal vez usted también deba esperar fuera —le dijo a Overholt.

Overholt pareció vacilar, pero era evidente que entre los dos prefería vigilar a ese fornido hombre armado. Asintió con la cabeza y siguió fuera al sujeto.

Miles sonrió tratando de parecer amigable. Ella se veía muy seductora. Miles se reclinó con cautela entre los cojines y trató de verse dispuesto a ser seducido. Un verdadero encuentro romántico entre espías, de esos que, según Ungari, nunca se producían. Tal vez nunca le ocurrían a Ungari, ¿eh?

Vaya, qué dientes tan afilados tiene, señorita.

La mujer introdujo la mano entre los senos y extrajo un diminuto disco de vídeo muy familiar. Entonces se inclinó para insertarlo en el reproductor de vídeo que se hallaba frente a ellos en la mesita baja. Miles necesitó unos momentos para desviar su atención hacia la imagen. Allí estaba otra vez el pequeño soldado resplandeciente con sus estilizados movimientos. Ajá. Así que era la supervisora de Liga. Muy bien, ahora sí que estaba llegando a alguna parte.

—Esto es realmente notable, Victor. ¿Cómo lo consiguió?

—Un afortunado accidente.

—¿Cuántos puede suministrar?

—Una cantidad estrictamente limitada. Digamos unos cincuenta. No soy un fabricante. ¿Liga le mencionó el precio?

—Me pareció alto.

—Si logra encontrar otro proveedor que se los ofrezca por menos, estaré encantado de igualar su precio y descontarle un diez por ciento. —Miles logró hacer una pequeña reverencia estando sentado.

Ella emitió un sonido risueño.

—La cantidad ofrecida es demasiado escasa.

—Incluso así, usted podría obtener ganancias de diversas maneras si se apresura. Por ejemplo, podría vender el modelo a gobiernos que se muestren interesados. Yo me propongo obtener mi parte en esas ganancias, antes de que el mercado esté saturado y el precio más bajo. Usted podría hacer lo mismo.

—¿Y por qué no se los vende directamente a esos gobiernos?

—¿Qué la lleva a pensar que no lo he hecho? —Miles sonrió—. Pero… considere mis rutas en esta zona. He pasado por Barrayar y por Pol para llegar hasta aquí. Deberé salir por el Conjunto Jackson o por el Imperio de Cetaganda. Desgraciadamente, en ambos casos corro grandes riesgos de perder mi carga sin obtener compensación alguna. —En cuanto a eso, ¿de dónde había sacado Barrayar el modelo del traje protector? ¿Existía un verdadero Victor Rotha, y en ese caso dónde estaba ahora? ¿Dónde había obtenido Illyan la nave?

—¿Entonces los trae con usted?

—Yo no he dicho eso.

—Mm… —Ella sonrió—. ¿Puede entregar uno esta noche?

—¿De qué tamaño?

—Pequeño. —Deslizó un dedo por su cuerpo, desde el pecho hasta los muslos, para indicar cuán pequeño lo quería. Miles suspiró con pesar.

—Por desgracia, dispongo de tallas medianas y grandes para soldados de combate. Su reforma requiere complicados recursos técnicos, los cuales todavía están siendo ensayados para mí.

—Cuánta atención de parte del fabricante.

—Estoy completamente de acuerdo, ciudadana Nu.

Ella lo miró con más atención. ¿Su sonrisa se había tornado algo más franca?

—De todos modos, prefiero venderlos al por mayor. Si su organización no posee la capacidad financiera como para acceder a ello…

—Todavía podemos llegar a un acuerdo.

—Espero que sea pronto. Tendré que partir dentro de poco tiempo.

Ella murmuró con aire ausente:

—Tal vez no… —Entonces lo miró con el ceño fruncido—. ¿Cuál es su siguiente parada?

Ungari debía presentar un plan de vuelo de todos modos.

—Aslund.

—Mm… sí, debemos alcanzar alguna clase de acuerdo. Sin lugar a duda.

¿Esos destellos azules eran lo que la gente llamaba «ojos de alcoba»? El efecto era como un arrullo, casi hipnótico.

Al fin he encontrado a una mujer que es apenas más alta que yo, y ni siquiera sé de qué lado está. Él menos que nadie debía confundir la baja estatura con debilidad o desamparo.

—¿Puedo conocer a su jefe?

—¿A quién? —Ella frunció el ceño.

—Al hombre que vi con ustedes esta mañana.

—¡Oh…! Así que ya lo ha visto.

—Arregle una cita con nosotros. Hagamos un negocio serio. Dólares betanos, recuérdelo.

—El placer está antes que el negocio, sin duda. —Su aliento le rozó la oreja, un ligero velo aromático.

¿Ella trataba de ablandarlo? ¿Para qué? Ungari le había dicho que no se delatase. Seguramente la personalidad de Victor Rotha lo llevaría a obtener todo lo que pudiese. Más un diez por ciento.

—No tiene que hacer esto —logró decir con voz ahogada. El corazón le latía demasiado rápido.

—No todo lo que hago es por razones comerciales —susurró ella.

¿Por qué se molestaba en seducir a un deforme traficante de armas? ¿Qué placer encontraba en ello? ¿Qué podía obtener, aparte del placer?

Tal vez yo le guste. Miles hizo una mueca, imaginando las explicaciones que debería presentarle a Ungari. La mujer le había rodeado el cuello con su brazo.

Sin proponérselo, él alzó la mano para acariciar sus cabellos suaves. Una sublime experiencia estética-táctil, tal como lo había imaginado…

Ella lo apretó con más fuerza. Por puro reflejo nervioso, Miles se levantó de un salto.

Y permaneció allí, sintiéndose como un idiota. Había sido una caricia, no el inicio de una estrangulación.

Ella se dejó caer contra el respaldo del sofá, y su brazo delgado permaneció extendido sobre los cojines.

—¡Victor! —Su voz sonaba risueña—. No iba a morderte el cuello.

Miles sentía el rostro acalorado.

—Debo irme ahora. —Se aclaró la garganta para que su voz recuperase el registro más grave y se inclinó para sacar el disco de la máquina. Ella movió la mano rápidamente para impedírselo, pero luego volvió a dejarse caer con languidez, fingiendo desinterés. Miles apretó el intercomunicador de la puerta.

Overholt estuvo allí de inmediato, ante la puerta corrediza. Miles experimentó un gran alivio. Si su guardaespaldas no hubiese estado allí, habría sido evidente que se trataba de una trampa. Y habría sido demasiado tarde, por supuesto.

—Tal vez después —balbuceó Miles—. Cuando haya recibido la entrega. Podríamos reunimos. —¿La entrega de una carga que no existía? ¿Qué estaba diciendo?

Ella sacudió la cabeza con incredulidad. Su risa lo siguió por el corredor. Sonaba algo irritada.

Miles despertó sobresaltado cuando se encendieron las luces de su cabina. Ungari se encontraba ante la puerta, completamente vestido. Detrás de él se encontraba el piloto. El hombre estaba medio dormido, en ropa interior, y parecía nervioso.

—Vístase después —le gruñó Ungari—. Salgamos de aquí y superemos el límite de los diez mil kilómetros. Lo ayudaré a establecer el curso en unos minutos. —Entonces agregó como para sí mismo—: En cuanto sepa adónde diablos nos dirigimos. Muévase.

El piloto se marchó rápidamente. Ungari se acercó a la cama de Miles.

—Vorkosigan, ¿qué diablos ocurrió en esa habitación de hotel?

Miles entrecerró los ojos para protegerse tanto de la luz como de Ungari, y contuvo el impulso de ocultarse bajo las mantas.

—¿Eh? —Tenía la boca seca.

—Acabo de recibir una advertencia, con apenas unos minutos de anticipación. Seguridad Civil de Pol Seis ha emitido una orden de arresto en contra de Victor Rotha.

—¡Pero yo jamás toqué a esa señora! —protestó Miles, aturdido.

—Liga fue encontrado muerto en esa habitación.

—¿Qué?

—El laboratorio de seguridad acaba de terminar sus exámenes… Ocurrió aproximadamente a la hora en que se encontraron. En que debían encontrarse. La orden de arresto será difundida por la red en pocos minutos, y quedaremos atrapados aquí.

—Pero yo ni siquiera vi a Liga. Estuve con su jefa, Livia Nu. De todos modos, si hubiese hecho algo semejante, ¡se lo habría informado de inmediato, señor!

—Gracias —dijo Ungari con frialdad—. Me alegra saberlo. —Su voz se tornó más dura—. Lo acusan a usted, por supuesto.

—¿Quién…? —Sí. Livia Nu podía haberle sustraído el disco archisecreto de ese modo. Pero sí ella no era el superior de Liga, si ni siquiera pertenecía a su organización criminal polense, ¿quién era en realidad?—. ¡Necesitamos saber más, señor! Esto podría ser el comienzo de algo.

—Esto podría ser el final de nuestra misión. ¡Maldita sea! Y ahora no podemos regresar a Barrayar vía Pol. Estamos aislados. ¿Adónde vamos? —Ungari comenzó a caminar, y era evidente que pensaba en voz alta—. Yo quiero ir a Aslund. Su tratado de extradición con Pol no rige en este momento, pero… y además están sus complicaciones con los mercenarios. Ahora que han conectado a Rotha con Naismith. Gracias a su descuido.

—Por lo que dijo Chodak, no creo que el almirante Naismith sea recibido con los brazos abiertos —admitió Miles a regañadientes.

—La estación Consorcio del Conjunto Jackson no tiene tratados de extradición con nadie. Estas pantallas han quedado completamente inutilizadas. Tanto Rotha como Naismith. Tendrá que ser el Consorcio. Descenderé allí con la nave, entraré en la clandestinidad y regresaré a Aslund por mi cuenta.

—¿Y yo, señor?

—Usted y Overholt deberán separarse y regresar a casa.

A casa. Y en la ignominia.

—Señor… Escapar no me parece bien. Supongamos que nos quedamos aquí y probamos la inocencia de Rotha. Ya no estaríamos aislados, y Rotha seguiría siendo una pantalla viable. Es posible que nos estén empujando a hacer esto, a detener todo y escapar.

—No imagino cómo alguien puede haber averiguado mi fuente de información en Seguridad Civil de Pol. Creo que pretenden tenernos atrapados aquí. —Ungari se golpeó la palma con el puño derecho, tomando una decisión—. Vamos al Consorcio. —Viró y se marchó, haciendo resonar sus botas por el corredor. Un cambio en la presión del aire y unos cuantos sonidos apagados indicaron a Miles que la nave despegaba de Pol Seis.

Miles habló en voz alta en la cabina vacía.

—¿Pero y si tienen planes para ambas eventualidades? Yo los tendría.

Sacudió la cabeza con incertidumbre, y entonces se levantó para vestirse e ir tras Ungari.