Si había algo que Julia odiaba más que el hecho de recibir órdenes era tener que obedecerlas a la fuerza. No se trataba de que no le apeteciera salir una noche, y más aún para asistir a un acto lleno de glamour. Si veía que en dicha situación afloraba su lado más hedonista, se justificaría pensando que formaba parte de su labor de investigación. Se trataba del hecho de que fuera el mismo día del evento por la mañana cuando le habían dicho que contaban con su presencia.
No era una sugerencia, ni una invitación. Era una orden.
Y aun con todo había sido lo bastante humana para dedicar gran parte de la tarde a decidir qué ponerse. Tiempo que podría haber destinado a trabajar, pensó en aquel momento. Justo cuando su enfado con Eve había llegado a un punto crítico, Nina se había presentado en la casa con tres vestidos, vestidos que Eve se había encargado personalmente de elegir de su propio armario, según le explicó Nina, en el supuesto de que Julia no hubiera traído nada apropiado para una cena de gala.
Tal vez fuera dictatorial, pero no dejaba de ser considerada. Y Julia se había visto realmente tentada de ponerse uno de aquellos vestidos tan lujosos y resplandecientes. Había llegado incluso a extenderlos sobre la cama, maravillada ante tantos miles de dólares en seda y lentejuelas. Incluso había cedido al impulso de probarse uno de ellos, uno con escote palabra de honor en seda de color coral. Solo le iba un poco grande de pecho y caderas, así que supuso que a Eve debía de sentarle como un guante.
En el momento en que se vio frente al espejo con aquel vestido de gala que hacía parecer su piel más suave y tersa en contraste con el vivo color de la tela, se sintió como si estuviera bajo un hechizo mágico.
Si su vida no hubiera dado un vuelco, ¿habría estado viviendo en Beverly Hills? ¿Habría tenido un armario repleto de vestidos exquisitos? ¿Habría sido su rostro y su nombre motivo de éxtasis para millones de fans al aparecer su imagen fugazmente en la pantalla de un cine?
Quizá sí, quizá no, pensó Julia mientras se miraba en el espejo girando sobre sí y dando vueltas. Pero su vida había tomado otro rumbo, y le había dado algo mucho más importante y mucho más duradero que la fama.
Al final se había impuesto su sentido práctico y había decidido que era mejor descartar aquellos vestidos a pasar toda la noche aparentando ser algo que no era.
Así pues, se puso el único traje de noche que había metido en la maleta, un sencillo vestido de tubo largo negro azulado con una torera ceñida adornada con cuentas. En los dos años que hacía que se lo había comprado, en unas rebajas de Saks, solo se lo había puesto una vez. Mientras ajustaba el cierre de los pendientes largos de estrás, oía las risitas de su hijo que llegaban hasta el piso de arriba. Él y CeeCee, que ya se habían hecho amigos, estaban absortos en una partida del Uno.
Julia dio un último repaso al contenido de su bolso, se calzó los zapatos de tacón, tan bonitos como incómodos, y comenzó a bajar la escalera.
—¡Hala, mamá! —exclamó Brandon al verla bajar, tan guapa, y tan cambiada. Cuando reparaba en lo hermosa que era su madre, siempre se sentía orgulloso, además de notar un leve retortijón en el estómago—. Estás guapísima.
—Está despampanante —le corrigió CeeCee, poniéndose de rodillas en la alfombra, donde Brandon y ella estaban tumbados boca abajo—. Ese vestido no es de la señorita Benedict.
—No —respondió Julia, alisándose la falda con timidez—. No me sentía a gusto. He pensado que con este ya estaría bien.
—Ya lo creo —corroboró CeeCee, asintiendo con la cabeza—. Es de esa clase de elegancia que nunca pasa de moda. Y con el recogido que lleva, le añade un toque sexy. ¿Qué más se puede pedir?
Invisibilidad, pensó Julia, pero se limitó a sonreír.
—No debo llegar tarde. Espero poder escabullirme después de cenar.
—¿Por qué? Será una gala por todo lo alto —dijo CeeCee, sentándose sobre los talones—. Va a estar todo el mundo. Además, es por una buena causa y todo eso. Ya sabe, recaudar fondos para los actores. Lo que tiene que hacer es pasárselo bien. Si me entra el sueño, me acostaré en el cuarto de invitados.
—¿Podemos hacer palomitas? —quiso saber Brandon.
—Está bien. Pero no olvides…
Al oír que llamaban, Julia se volvió para encontrarse a Paul apostado en la puerta.
—Ponerles un montón de mantequilla.
Paul acabó la frase y guiñó el ojo a Brandon mientras cruzaba el umbral.
CeeCee se apresuró a ahuecarse el cabello.
—Hola, señor Winthrop.
—Hola, CeeCee, ¿qué tal?
—Bien, gracias.
Su corazón de veinteañera se puso a cien al verlo vestido de esmoquin con aquella elegancia tan natural que despertaba los instintos más carnales. CeeCee se preguntó si habría una mujer sobre la faz de la tierra que no soñara con aflojarle aquella corbata negra tan bien puesta.
—Eve me ha dicho que serías puntual —comentó Paul, dirigiéndose a Julia.
Al verla nerviosa pensó que era así como más le gustaba.
—No sabía que vendría usted. Pensaba que iría con Eve.
—Se ha ido con Drake. Tenían asuntos que resolver. —Paul le dedicó una lenta sonrisa—. Solo quedamos tú y un servidor, Jules.
—Ya veo. —Aquel simple comentario le tensó todo el cuerpo—. Brandon, te quiero en la cama a las nueve —dijo a su hijo antes de agacharse para darle un beso en la mejilla—. Y recuerda, haz lo que CeeCee te diga.
Brandon sonrió abiertamente, pensando que las palabras de su madre le daban pie a intentar convencer a CeeCee de que lo dejara estar en danza hasta las nueve y media.
—Estate fuera todo el tiempo que quieras. De verdad que no nos importa.
—Muchísimas gracias. —Julia se puso recta—. No permitas que te engatuse, CeeCee. Se las sabe todas.
—Lo tengo calado. Que se diviertan.
CeeCee dejó escapar un leve suspiro al verlos salir por la puerta.
Las cosas no estaban saliendo según lo previsto, pensó Julia mientras se dirigía al estrecho camino de gravilla donde estaba aparcado el Studebaker de Paul. Lo primero que había decidido al despertar aquella mañana era que pasaría la noche trabajando tranquilamente en casa. Luego se había hecho a la idea de salir, pero solo con la intención de pasar un par de horas llevando a cabo lo que podría calificarse como un trabajo de campo mientras se mantenía en un discreto rincón. Ahora se veía con un acompañante que probablemente se creería en la obligación de tenerla entretenida.
—Lamento que Eve le haya puesto en este compromiso —comenzó a disculparse Julia cuando Paul le abrió la puerta del vehículo.
—¿Qué compromiso?
—Seguro que tenía otros planes para esta noche.
Paul se apoyó en la puerta abierta para no perder detalle de cómo Julia se montaba en el coche: una rodilla esbelta asomó por la raja del vestido al tiempo que unas pantorrillas bien torneadas se levantaban y una mano sin adornos remetía el dobladillo de la falda, todo con mucha desenvoltura.
—Lo cierto es que tenía pensado inflarme de beber café y de fumar y vérmelas con el decimoctavo capítulo. Pero…
Julia alzó la vista con una expresión muy seria acentuada por la falta de luz.
—No soporto que interrumpan mis horas de trabajo. Supongo que a usted le pasará lo mismo.
—Pues sí. —Aunque aquella noche no era así, por extraño que pareciera—. Pero en casos como este me recuerdo a mí mismo que no soy neurocirujano, y que el paciente podrá descansar plácidamente hasta mañana. —Tras cerrar la puerta, Paul rodeó el capó para acomodarse en el asiento del conductor—. Y lo que Eve me pide es bien poco.
Julia dejó escapar el aire con rapidez cuando el motor se puso en marcha. Al igual que el vestido de Eve, aquel coche le hacía sentirse otra persona, esta vez una debutante consentida envuelta en un abrigo de visón bajando a toda prisa una escalinata de mármol blanco para dar una vuelta por última vez con su galán favorito. No llegará ese día, pensó Julia antes de decir:
—Agradezco su amabilidad. Pero no hacía falta, en serio. No necesito ir acompañada.
—No me cabe la menor duda —repuso Paul, conduciendo el vehículo por el camino que salía de la casa principal—. Me da la impresión de que eres de esa clase de mujeres que demuestran su valía sin ayuda de nadie. ¿No te han dicho nunca que eso resulta intimidante?
—No —respondió Julia, diciéndose a sí misma que se relajara—. ¿Acaso su valía le parece a la gente intimidante?
—Probablemente. —Con un gesto despreocupado, Paul encendió la radio en un volumen bajo, más para crear ambiente que para escuchar la música. Notó que Julia llevaba el mismo perfume, aquel que olía a romance a la antigua y que el aire que entraba por las ventanillas le hacía llegar a ráfagas como un regalo—. Pero la verdad es que me gusta que la gente no sepa a qué atenerse conmigo. —Paul volvió la cabeza hacia ella lo justo para lanzarle una mirada—. ¿A ti no?
—Nunca me lo he planteado. —La idea de tener un poder como aquel le hizo sonreír. De los doce meses del año pasaba seis meses largos sin ver prácticamente a nadie más que a Brandon, lejos del resto de la humanidad—. Y hablando de la fiesta de esta noche… —continuó—, ¿va a muchas?
—A unas cuantas a lo largo del año… normalmente, instigado por Eve.
—¿No porque le gusten?
—En el fondo son bastante entretenidas.
—Pero en cualquier caso va porque ella se lo pide.
Paul guardó silencio un instante a la espera de que se abriera la verja de la propiedad.
—Así es, voy porque ella me lo pide.
Julia se volvió para observar con detenimiento sus facciones, viendo en ellas a su padre y a la vez al niño que Eve había descrito. Viendo a alguien totalmente distinto.
—Eve me ha hablado esta mañana del día que lo conoció.
Paul sonrió abiertamente mientras conducía por la calle silenciosa flanqueada de palmeras.
—En la casa de la playa de Malibú, con la mantequilla de cacahuete y la mermelada.
—¿Cuál fue la primera impresión que tuvo de ella?
La sonrisa de Paul se borró de su rostro al tiempo que sacaba un purito del bolsillo.
—¿Es que no descansas nunca?
—No. Ya sabe cómo es este trabajo.
Paul presionó el encendedor con fuerza y se encogió de hombros. Y tanto que lo sabía.
—Muy bien. Sabía que una mujer había pasado la noche en casa. Había unas cuantas prendas de vestir muy reveladoras desparramadas por el salón. —Paul vio de soslayo a Julia arquear una ceja—. ¿Te parece escandaloso, Jules?
—No.
—Solo reprobable.
—Simplemente me imagino a Brandon en las mismas circunstancias. No me gustaría que pensara que me he…
—¿Acostado con alguien?
Julia se puso tensa ante aquel comentario jocoso.
—Que me he comportado sin tacto ni criterio.
—Esas eran… son dos cualidades de mi padre. A la edad de Brandon, yo ya estaba acostumbrado a ello. Pero lo he superado.
Julia no estaba tan segura de ello.
—¿Y cuando conoció a Eve?
—Pensaba no hacerle ni caso. Por entonces estaba hecho un cínico de mucho cuidado. —Sintiéndose cómodo, Paul exhaló una bocanada de humo—. La reconocí en cuanto entró en la cocina, pero me sorprendió. La mayoría de las mujeres que mi padre se llevaba a la cama se veían, digamos, desmejoradas al día siguiente. En cambio, Eve estaba preciosa. Claro que solo era algo físico, pero me impactó. Y la tristeza que había en su mirada… —Paul se contuvo e hizo una mueca—. Eso no le va a gustar. Lo más importante para mí en aquella etapa de mi vida fue ver que no le parecía necesario hacerme carantoñas todo el rato como hacían muchas otras.
Julia se echó a reír, entendiendo a la perfección aquella reflexión.
—Brandon no soporta que la gente le dé palmaditas en la cabeza o le diga lo mono que es.
—Es repugnante.
Lo dijo con tal resentimiento que Julia no pudo evitar reír otra vez.
—Ya veo que lo ha superado.
—Yo me lo tomaba más bien como una maldición… hasta que llegué a la pubertad. En cualquier caso, Eve y yo estuvimos conversando, y a ella se le veía interesada. Nadie detecta el falso interés más rápido que un niño, y en el comportamiento de Eve no había nada de falso. Estuvimos paseando por la playa, y hablé con ella como nunca había hablado con nadie. De lo que me gustaba y de lo que no me gustaba. De lo que quería y de lo que no quería. Me sentí increíblemente a gusto en su compañía desde aquel primer día, y con el tiempo llegué a estar chifladísimo por ella.
—¿Y qué…?
—Un momento. Ya casi hemos llegado y todas las preguntas las has hecho tú. —Paul dio una última calada sin ganas y apagó el purito—. ¿Por qué escribes biografías de famosos?
El cambio de tema supuso para Julia un esfuerzo inesperado.
—Porque me falta imaginación para escribir ficción.
Paul se detuvo en un semáforo y tamborileó los dedos sobre el volante al ritmo de la música.
—Esa respuesta te ha salido demasiada natural para ser cierta. Inténtalo de nuevo.
—Está bien. Admiro a las personas que no solo soportan ser el centro de atención sino que lo buscan. Como yo siempre he funcionado mejor lejos del protagonismo, me interesa la gente que se crece con él.
—Sigues sonando demasiado natural, Julia, y lo que dices solo es verdad en parte. —Paul reanudó la marcha cuando el semáforo se puso en verde—. Si eso fuera del todo cierto, ¿cómo explicarías el hecho de que en su día te planteaste ser actriz?
—¿Cómo sabe eso? —inquirió Julia con un tono de voz más agudo de lo deseado que complació a Paul.
Ya era hora de que consiguiera atravesar aquella fachada tan resbaladiza.
—Me he encargado de averiguarlo, eso y mucho más. —Paul le lanzó una mirada—. He hecho mis indagaciones.
—¿Quiere decir que ha escarbado en mi pasado? —Julia cerró los puños sobre su regazo mientras trataba de no perder los estribos—. Mi vida no es asunto suyo. El acuerdo que he firmado es con Eve, y solo con ella, y me molesta mucho que se meta en mi vida privada.
—Puede molestarte cuanto quiera. Y también puedes estar agradecida. Si hubiera averiguado algo que no encajara, ten por seguro que ya te habrían dado una patada en ese bonito culo tuyo.
Aquella fue la gota que colmó el vaso.
—Arrogante de mierda —le espetó Julia, dándose media vuelta rápidamente.
—Ya. —Después de detenerse frente al hotel Beverly Wilshire, Paul se volvió hacia ella—. Recuerda, en el trayecto de vuelta, seré yo quien haga las preguntas. —Y dicho esto, le puso la mano sobre el brazo antes de que Julia pudiera abrir la puerta de mala manera—. Si sales del coche airada dando un portazo, la gente comenzará a hacer preguntas. —Paul vio cómo Julia trataba con todas sus fuerzas de controlarse y al final lo consiguió—. Sabía que podrías hacerlo. Sí que eres buena.
Julia respiró hondo y, cuando compuso su semblante, se volvió hacia él y le habló con calma.
—Que le den, Winthrop.
Paul levantó la ceja izquierda, pero dejó escapar una risa rápida.
—Cuando tú quieras.
Paul salió del coche y entregó las llaves al empleado del aparcamiento. Julia ya estaba en la acera. Paul cogió su brazo rígido para llevarla al interior del hotel.
—Eve quiere que te muevas entre los invitados —le dijo en voz baja mientras desfilaban ante un enjambre de periodistas provistos de minicámaras—. Habrá mucha gente que querrá verte, y quizá intenten tirarte de la lengua para averiguar lo que Eve te está contando.
—Conozco mi trabajo —repuso Julia entre dientes.
—No lo dudo en absoluto, Jules. —A Julia le hizo hervir la sangre el tono distendido de su voz—. Pero hay gente a la que le gusta despedazar a las señoritas decentes hasta no dejar ni rastro de ellas.
—Ya lo han intentado.
Julia quería zafarse de su brazo, pero pensó que quedaría indecoroso, sobre todo cuando vio a dos periodistas que se dirigían directos hacia ellos.
—Lo sé —musitó Paul, y en un gesto parsimonioso la cogió del otro brazo para ponerla de cara a él—. No pienso disculparme por husmear en tu vida, pero debes saber que lo que averigüé me pareció digno de admiración, y bastante fascinante.
Estaban muy cerca el uno del otro, fundidos casi en un abrazo, y Julia deseaba soltarse.
—No quiero su admiración ni su fascinación.
—Aun así, tienes ambas.
Y dicho esto Paul se volvió hacia la cámara con una encantadora sonrisa.
—Señor Winthrop, ¿es cierto que han contratado a Mel Gibson para protagonizar la versión cinematográfica de Bajo la tormenta?
—Sería mejor que preguntaran a los productores… o al propio Mel Gibson.
Paul instó a Julia a seguir avanzando mientras los periodistas los rodeaban.
—¿Ha roto su compromiso con Sally Bowers?
—¿No le parece una pregunta descortés cuando voy del brazo de una hermosa dama? —A medida que se agolpaban más periodistas a su alrededor, Paul siguió sonriendo con amabilidad, pero notó que Julia comenzaba a temblar—. Ese compromiso se lo ha sacado la prensa de la manga. Sally y yo no somos ni siquiera buenos amigos. Más bien somos conocidos de pasada.
—¿Puede decirnos cómo se llama?
De repente alguien le puso un micrófono bajo la nariz. Julia se puso tensa, pero trató de relajarse.
—Summers —respondió con calma—. Julia Summers.
—¿La escritora encargada de escribir la biografía de Eve Benedict?
Antes de que Julia pudiera contestar, comenzaron a lloverle preguntas por todas partes.
—Compren el libro —les sugirió, respirando tranquila cuando lograron llegar al salón de baile.
Paul se agachó para susurrarle al oído:
—¿Te encuentras bien?
—Por supuesto.
—Estás temblando.
Julia se maldijo por ello y se hizo a un lado para escapar de su brazo protector.
—No me gusta que me acosen.
—Pues puedes dar gracias de no haber venido con Eve. Te habrías visto en medio de un nutrido corro de periodistas.
Tras hacer señas a un camarero que pasaba cerca de ellos, Paul cogió dos copas de champán de la bandeja.
—¿No deberíamos buscar nuestra mesa?
—Mi querida Jules, nadie va a sentarse todavía. —Paul chocó su copa con la de Julia antes de tomar un sorbo—. Si no los presentes no tendrían la oportunidad de ser vistos.
Haciendo caso omiso de su ademán de protesta, Paul le pasó un brazo por el talle.
—¿Es necesario que ande siempre con una mano suya encima de mí? —preguntó Julia entre dientes.
—No —respondió Paul, sin quitar la mano—. Y dime, ¿a quién te gustaría conocer?
En vista de que sacar el genio no le había servido de nada, probó suerte con la frialdad.
—No hace falta que me entretenga. Sé arreglármelas sola.
—Eve me cortaría el cuello si te dejara sola. —Paul fue abriéndole el paso entre las risas y las conversaciones de los invitados—. Y más ahora que se ha propuesto crear el ambiente propicio para un romance.
Julia estuvo a punto de atragantarse con el vino espumoso.
—¿Cómo dice?
—Date cuenta de que se le ha metido en la cabeza que si tenemos ocasión de coincidir a menudo, al final acabaremos juntos.
Julia alzó la vista e inclinó la cabeza.
—Qué lástima que tengamos que decepcionarla.
—Pues sí, sería una lástima.
Estaba claro que sus intenciones chocaban con las de Julia. Ella vio el reto en los ojos de él y de repente notó el aire cargado. Y no tenía ni la menor idea de cómo responder a ninguna de ambas circunstancias. Paul siguió sonriendo mientras bajaba su mirada a los labios de ella para dejarla allí, con una proximidad tan física como un beso.
—Me pregunto qué pasaría…
Una mano se posó sobre el hombro de Paul.
—Paul. Pero ¿cómo diablos han conseguido arrastrarte hasta aquí?
—Victor. —La sonrisa de Paul se tornó afectuosa al estrechar la mano de Victor Flannigan—. Con un par de mujeres hermosas.
—Siempre es así. —Victor se volvió hacia Julia—. Y usted debe de ser una de ellas.
—Julia Summers, Victor Flannigan.
—La he reconocido —dijo Victor, tomando la mano que le tendía Julia—. Trabaja usted con Eve.
—Así es. —Julia aún tenía fresco en su memoria el tono íntimo y cariñoso con el que le había oído hablar en el jardín a la luz de la luna—. Encantada de conocerlo, señor Flannigan. Admiro muchísimo su trabajo.
—Es un alivio saberlo, sobre todo si consigo siquiera una nota a pie de página en la biografía de Eve.
—¿Cómo está Muriel? —le preguntó Paul, refiriéndose a la esposa de Victor.
—No anda muy bien. Esta noche estoy soltero. —Victor alzó una copa llena de un líquido transparente y suspiró—. Agua mineral con gas, y eso que este tipo de historias son insufribles sin un buen par de tragos. ¿Qué le parece la reunión, señorita Summers?
—Es pronto para opinar.
—Muy diplomática. —Eve ya se lo había dicho—. Se lo volveré a preguntar dentro de un par de horas. A saber lo que pondrán para cenar. Sería mucho pedir que fuera bistec con patatas. No trago la comida francesa. —Victor alcanzó a ver el brillo de comprensión en los ojos de Julia y sonrió—. Se puede sacar al campesino de Irlanda, pero no se puede sacar al irlandés del campesino —dijo, guiñando el ojo a Julia—. Ya vendré a pedirle un baile.
—Con mucho gusto.
—¿Qué impresión te ha causado? —le preguntó Paul cuando Victor se alejó de ellos.
—Por lo general, los actores parecen más pequeños en persona, pero él se crece. Al mismo tiempo, creo que me encontraría muy a gusto jugando a la canasta con él al calor de una chimenea.
—Tienes unas excelentes dotes de observación —afirmó Paul y, poniendo un dedo en el mentón de Julia, volvió su rostro hacia él—. Y ya no estás enfadada.
—Sí que lo estoy, pero me reservo.
Paul se echó a reír y esta vez le pasó el brazo por el hombro con un gesto amistoso.
—Empiezas a caerme bien, Jules. Vamos a buscar nuestra mesa. Quizá a las diez ya estemos cenando.
—Maldita sea, Drake, no soporto que me den la lata —espetó Eve en tono impaciente mientras tomaba asiento a la mesa, sin mudar su semblante plácido.
No quería dar motivos a los propagadores de rumores para que comenzaran a chismorrear sobre el hecho de que estaba discutiendo con su agente de prensa.
—No tendría que darte la lata si me dieras una respuesta clara. —A diferencia de su tía, Drake no tenía dotes de actor y ocultó su mala cara mirando el interior de su copa—. ¿Cómo se supone que debo promocionar algo si no me das nada en lo que basarme?
—Aún no hay nada que promocionar. —Eve saludó con la mano a un puñado de rostros conocidos sentados a una mesa contigua y lanzó una sonrisa a Nina, que estaba riendo con un corrillo que había en el centro del salón—. En cualquier caso, si la gente conoce antes de tiempo el contenido del libro, no habrá emoción alguna… ni tampoco motivos para el nerviosismo. —El mero hecho de pensar en ello le hizo sonreír, una reacción que exageró deliberadamente—. Lo que tienes que hacer es publicidad de ese proyecto que tengo entre manos para televisión.
—La miniserie.
A Eve se le crispó el rostro al oír aquella palabra; no podía evitarlo.
—Tú difunde la noticia de que Eve Benedict está haciendo un espectáculo televisivo.
—Mi trabajo es…
—Hacer lo que yo te diga —atajó Eve—. Tenlo presente. —Eve apuró la copa de champán con gesto impaciente—. Tráeme otra.
A Drake le costó reprimir las ganas de soltarle una pulla. Él también era consciente del valor de la imagen pública, tanto como lo era del carácter matador del temperamento de Eve. Hirviendo de ira, se levantó y vio a Julia y Paul cruzando el salón de baile. Julia, pensó, y al instante desapareció el rencor de su mirada. Por fin conseguiría la información que le había pedido Delrickio. Se la sacaría a ella.
—Ah, aquí estás —dijo Eve, tendiéndole las dos manos. Al cogérselas, Julia notó un leve tirón y entendió que la anfitriona esperaba que se acercara a ella para darle un beso en la mejilla, deseo al que Julia accedió, no sin sentirse un tanto ridícula—. Paul. —Plenamente consciente de que en aquel momento era el centro de muchas miradas curiosas, Eve repitió la ceremonia con su exhijastro—. Qué asombrosa pareja hacéis los dos —dijo antes de lanzar una mirada por encima de su hombro—. Drake, asegúrate de que no nos falte champán a ninguno.
Julia alzó la vista y advirtió la breve contracción de los labios y un destello letal en la mirada de Drake antes de que todo ello quedara oculto tras una sonrisa resplandeciente.
—Me alegro de verte, Paul —dijo Drake—. Julia, está preciosa. Disculpadme un momento, voy a hacer de camarero.
—Sí que estás preciosa —asintió Eve—. ¿Ya te ha ido presentando Paul a los invitados?
—No lo he creído necesario. —Mientras se acomodaba, Paul recorrió el salón con la vista—. Cuando vean que está sentada a tu lado, se lo imaginarán y vendrán a presentarse ellos mismos.
Y así fue como ocurrió. Antes de que Drake volviera con el champán, la gente comenzó a dejarse caer por la mesa. Eve se dedicó durante toda la cena a recibir en audiencia a los presentes cual reina en su trono mientras otras celebridades iban de mesa en mesa, con la de la anfitriona como meta final. Cuando sirvieron la crème brulée, un hombre increíblemente gordo se acercó a saludarla con andares de pato.
Anthony Kincade, el segundo marido de Eve, no había envejecido nada bien. En las dos últimas décadas había engordado tanto que parecía una montaña a punto de desplomarse embutida en un esmoquin. Cada vez que respiraba, producía un sonido sibilante y provocaba el temblor de las carnes flojas que le caían sobre el vientre. Su rostro levemente bronceado se había tornado de un rosado brillante por el enorme esfuerzo que le había costado atravesar la sala. Los carrillos fláccidos le bailaban y la triple papada se movía en cadena.
Había pasado de ser un director de filmes importantes, fornido y culto, a convertirse en un director de películas menores, obeso y chanchullero. La mayor parte de su fortuna la había amasado en los años cincuenta y sesenta con el negocio inmobiliario. Pero ahora que la pereza se había apoderado de él, se contentaba con vivir de su amplia cartera de trabajos y comer.
Con solo mirarlo, Eve se estremeció al pensar que había estado casada con él cinco años.
—Tony.
—Eve. —Kincade se apoyó pesadamente en su silla, esperando a que le entrara aire en los pulmones—. ¿Qué tontería es esa que he oído sobre un libro?
—No sé, Tony. Dímelo tú. —Eve recordó los ojazos que había tenido en su día y que ahora se veían enterrados bajo capas y capas de carne. La mano de Kincade se aferró en el respaldo de su silla como una hamburguesa de carne gruesa con cinco salchichas bien rellenas. Aquellas manos, grandes, firmes y exigentes en su día, habían recorrido y disfrutado cada milímetro de su cuerpo—. A Paul y a Drake ya los conoces —dijo Eve antes de coger un cigarrillo para mitigar con el humo el sabor a bilis que tenía en la garganta—. Y ella es Julia Summers, mi biógrafa.
—Tenga cuidado con lo que escribe —advirtió Kincade, volviéndose hacia ella. Una vez recobrado el aliento, su voz dejó entrever la potencia que había tenido en su juventud—. Dispongo de suficiente dinero y abogados para tenerla en los tribunales el resto de su vida.
—No amenaces a la chica, Tony —dijo Eve en tono suave. No le sorprendió que Nina se hubiera acercado a la mesa para apostarse a su lado en silencio, dispuesta a protegerla si era necesario—. Es una falta de cortesía. Y recuerda… —Eve hizo una pausa para exhalar deliberadamente una bocanada de humo en su cara—. Julia no puede escribir lo que yo no le cuente.
Tony apoyó una mano en el hombro de Eve y lo apretó lo bastante fuerte para que Paul hiciera el amago de levantarse de su silla antes de que Eve le hiciera señas para que volviera a sentarse.
—Estás metiéndote en un terreno peligroso, Eve. —Kincade aspiró con dificultad un poco de aire—. Ya eres mayor para correr riesgos.
—Ya soy mayor para no correrlos —le rectificó Eve—. Tranquilo, Tony, no pretendo que Julia escriba una sola palabra que no sea la verdad pura y dura. —Pese a estar segura de que al día siguiente le dolería el hombro, Eve levantó su copa—. Una buena dosis de franqueza nunca hace daño a nadie que no lo merece.
—Sea verdad o mentira —musitó Kincade—, la tradición es matar al mensajero.
Y, dicho esto, se alejó de la mesa para abrirse paso entre la multitud.
—¿Estás bien? —preguntó Nina en voz baja.
Aunque no perdió la sonrisa plácida mientras se agachaba sobre Eve, Julia vio la expresión de preocupación en su mirada.
—Por supuesto. Qué asco de gusano, por Dios. —Eve apuró la copa de champán de un trago y miró la crème brulée con una mueca de disgusto. La visita de Kincade le había quitado el apetito—. Cuesta creer que hace treinta años fuera un hombre interesante y lleno de vitalidad. —Al mirar a Julia se le escapó una risa—. Mi querida niña, ya veo esa maquinaria literaria en marcha. Hablaremos de Tony —le prometió, dándole una palmadita en la mano—. Muy pronto.
En efecto, la maquinaria se había puesto en marcha. Julia permaneció sentada en silencio y se dedicó a escuchar las conversaciones de sobremesa y a observar la fastuosa comedia que se desarrollaba ante sus ojos. Anthony Kincade no se había mostrado enfadado ante la posibilidad de que Eve desvelara sus secretos matrimoniales más íntimos. Se había mostrado furioso, y amenazador. Y, por lo que había visto, no le cabía la menor duda de que la reacción de Kincade había complacido sobremanera a Eve.
Las reacciones de los hombres presentes en la mesa le parecieron igualmente reveladoras. Paul lo habría cogido del pescuezo y lo habría echado de allí, sin importarle la edad o el precario estado de salud del hombre. El arrebato de violencia se había visto muy real y chocante en un hombre enfundado en un esmoquin que bebía champán en una copa de tulipa.
Drake se había limitado a contemplar la escena, sin perderse un solo detalle. Y con una sonrisa en su rostro. Julia tenía la impresión de que habría seguido sonriendo sin levantarse de su asiento si Kincade hubiera rodeado con sus dedos rechonchos el cuello de Eve.
—Piensas demasiado.
Julia pestañeó antes de fijar la vista en Paul.
—¿Cómo dice?
—Que piensas demasiado —repitió Paul—. Vamos a bailar. —Y, poniéndose en pie, tiró de ella para levantarla del asiento—. Dicen que cuando rodeo con mis brazos a una mujer esta es incapaz de pensar.
—¿Cómo ha conseguido meter ese ego dentro de un esmoquin sin que se vea?
Paul se sumó a otras parejas en la pista de baile y esperó a que Julia se reuniera con él para estrecharla entre sus brazos.
—Con práctica. Años de práctica. —Paul la miró sonriente, complacido por el modo en que el cuerpo de ella se adaptaba a sus brazos, excitado por el hecho de que el vestido dejara al descubierto su espalda lo suficiente pata deslizar sobre ella la mano y estar en contacto con su piel—. Te tomas demasiado en serio. —Su mandíbula le pareció preciosa, tan firme y ligeramente puntiaguda. Si hubieran estado solos, se habría dado el gusto de pellizcársela con suavidad un par de veces—. Cuando uno vive en un mundo de ensueño, tiene que dejarse llevar.
No había una manera decorosa de decirle que dejara de rozarle la espalda con los dedos. Y sin duda no había una manera prudente de reconocer la sensación que producía en su fuero interno el contacto de aquellos dedos, generadores de diminutas descargas eléctricas que le hacían hervir la sangre.
Julia sabía lo que era el deseo. Y no quería volver a verse subyugada a él.
—¿Por qué no se ha marchado de aquí? —le preguntó—. Podría escribir en cualquier otra parte.
—Por costumbre. —Paul miró por encima del hombro de Julia en dirección a la mesa que ocupaban—. Por Eve. —Al ver que Julia retomaba la palabra, Paul negó con la cabeza—. Ya empiezas otra vez con las preguntas. No debo de estar haciéndolo bien, porque sigues pensando. —Como solución la estrechó aún más fuerte entre sus brazos, obligándola a volver la cabeza a un lado para evitar su boca—. Me recuerdas a un día en que estaba tomando el té en la terraza de una finca situada en mitad de la campiña inglesa. En Devon, creo.
—¿Por qué?
—Por el perfume. —Sus labios rozaron la oreja de Julia, provocando una onda expansiva que le recorrió todo el cuerpo—. Me resulta erótico, etéreo, astutamente romántico.
—Imaginaciones suyas —musitó Julia, aunque sus ojos estaban cada vez más cerca de los de él—. No soy nada de eso.
—Ya, eres una madre soltera trabajadora con unas motivaciones muy prácticas. ¿Y por qué estudiaste poesía en la Universidad de Brown?
—Porque me gustaba. —Julia tuvo el impulso de enredar sus dedos en los cabellos de Paul, pero se contuvo a tiempo—. La poesía es una disciplina muy estructurada.
—Y cargada de imaginería, emoción y romanticismo. —Paul se echó hacia atrás lo suficiente para poder mirarla de frente, pero lo bastante cerca para que ella se viera reflejada en sus ojos—. Eres una farsante, Jules. Una farsante compleja y fascinante.
Antes de que Julia pudiera responderle, Drake se acercó a ellos y dio un toque a Paul en el hombro.
—No te importa compartir el tesoro, ¿verdad?
—Pues sí que me importa —repuso Paul, pero le cedió el puesto.
—¿Cómo lleva lo de estar aquí? —inquirió Drake mientras cogía el ritmo de la música.
—Bien.
Julia notó una sensación de alivio inmediato y se asombró de cómo había podido olvidar lo diferente que podía ser un hombre de otro cuando estrechaba a una mujer entre sus brazos.
—Eve me ha contado que han avanzado bastante. La verdad es que ha tenido una vida increíble.
—Pues sí. Pasarla al papel va a ser todo un reto.
Drake la llevaba con paso grácil por toda la pista, sonriendo y saludando a los conocidos que encontraba a su paso.
—¿Y qué enfoque piensa darle?
—¿Enfoque?
—Todo el mundo tiene un enfoque.
Julia no dudaba que él lo tuviera, pero se limitó a ladear la cabeza.
—Las biografías son bastante sencillas, van a lo que van.
—Pues el tono. ¿Optará por la narración cronológica de la vida de una estrella?
—Aún es pronto para decirlo, pero supongo que me decantaré por el enfoque más lógico y contaré la vida de una mujer que eligió una profesión muy difícil y logró alcanzar el éxito, un éxito duradero. El hecho de que Eve continúe siendo una figura de gran peso en la industria del cine después de casi cincuenta años habla por sí mismo.
—O sea, que se centrará en su faceta profesional.
—No. —Julia se dio cuenta de que Drake intentaba sacarle información, con tanta cautela como ahínco—. Su carrera profesional y su vida personal están entrelazadas. Sus matrimonios, su familia y sus relaciones en general son una parte esencial del conjunto de su vida. Por ello necesitaré contar no solo con las memorias de Eve, sino también con hechos documentados, opiniones y anécdotas de las personas que hayan formado o formen parte de su círculo más cercano.
Drake decidió cambiar de táctica.
—Verá, Julia, es que tengo un problema. Si pudiera mantenerme al corriente del contenido del libro a medida que va trabajando en él, yo podría planificar con tiempo los comunicados de prensa y la campaña de promoción —le explicó, dedicándole una sonrisa—. Todos queremos que el libro sea un éxito.
—Por supuesto. Aunque me temo que no hay mucho que pueda decirle.
—Pero ¿colaborará conmigo a medida que el libro vaya tomando forma?
—Tanto como me sea posible.
Julia evitó las conversaciones a medida que transcurría la noche. En su interior aún quedaba mucho de una jovencita arrobada ante tanta celebridad para no ponerse nerviosa cuando le pidió un baile Victor, así como otros compañeros suyos de profesión de carne y hueso que titilaban en las sombras de las pantallas de cine.
En su mente se agolpaban multitud de impresiones y observaciones que deseaba poner por escrito antes de que la velada se desvaneciera en un sueño. Medio adormilada y más relajada de lo que creía posible, se vio de nuevo en el coche de Paul a las dos de la madrugada.
—Te lo has pasado bien, ¿eh? —comentó Paul.
Julia levantó un hombro. No pensaba dejar que aquel dejo de diversión en la voz de su acompañante le estropeara la noche.
—Sí, ¿porqué no?
—Solo he constatado un hecho, no lo he criticado.
Paul dirigió una mirada hacia ella y vio que tenía los ojos medio cerrados y una leve sonrisa en los labios. No le pareció que fuera un momento oportuno para hacerle las preguntas que quería. Ya habría más ocasiones. En lugar de ello, la dejó dormir durante el trayecto de vuelta.
Cuando el coche se detuvo frente a la casa de invitados, Julia estaba profundamente dormida. Con un leve suspiro, Paul sacó un purito y se quedó allí fumando mientras la observaba.
Julia Summers era todo un reto. Menuda paradoja le planteaba. No había nada que gustara más a Paul que tirar del hilo de una trama hasta conseguir desentrañarla. Se había propuesto vigilar todos sus movimientos en su afán por velar por los intereses de Eve. Pero… Paul sonrió al arrojar el purito por la ventanilla. Pero no había ninguna ley que le prohibiera disfrutar de su presencia mientras la tenía cerca.
Paul le pasó una mano por el cabello y Julia murmuró. Luego le acarició la mejilla con la yema de un dedo y ella suspiro.
Disuadido por un súbito estremecimiento que sintió en el estómago, se echó hacia atrás y trató de meditar sobre su proceder. Luego, como había tenido por costumbre durante la mayor parte de su vida, hizo lo que quería hacer. Posó sus labios sobre los de Julia mientras ella dormía.
Los labios de Julia, suaves y laxos en pleno sueño, cedieron bajo los suyos, separándose al tiempo que Paul trazaba su forma con la lengua. Además de oír su suspiro, ahora podía saborearlo. La sensación sacudió con fuerza su organismo, incitándole a seguir adelante. Sus manos se morían por tocarla y hacerla suya, pero Paul cerró los puños y se contentó con su boca.
Había ciertas normas que no podían quebrantarse.
Julia dormía, sumida en un sueño divino en el que se veía flotando en un río largo y apacible. Su cuerpo reposaba sobre las frías aguas azules mientras lo arrastraba la corriente. El sol la bañaba con sus rayos dorados, cubriéndola con su calor sanador y compasivo.
Su mente, confusa bajo los efectos del cansancio y el champán, no hizo más que un tímido esfuerzo por despejar la neblina que la nublaba. Era demasiado cómodo dejarse llevar por el sueño.
Pero de repente el calor del sol se volvió más intenso, la corriente se aceleró y sintió como si brotaran chispas incandescentes de su piel en una ráfaga de excitación.
Su boca se movió bajo la de Paul y se abrió con un gemido, invitándolo a entrar. Paul deslizó la lengua en su interior sin vacilar y se volvió medio loco ante la respuesta de ella, tan lenta como seductora. Maldiciendo para sus adentros, Paul le mordisqueó el labio inferior. Julia se despertó de golpe, aturdida y alterada.
—Pero ¿qué demonios está haciendo? —espetó, echándose hacia atrás de un respingo y apartándolo de un empujón con un gesto de indignación.
Al notar el pulpejo de la mano de ella sobre su esternón, Paul comprobó que tenía mucha más fuerza de lo que aparentaba.
—Satisfacer mi curiosidad. Y metiéndonos a ambos en un lío.
Julia cogió rápidamente el bolso de su regazo pero logró reprimir el impulso de estampárselo en la cara. Era mejor emplear la palabra.
—No sabía que estuviera tan desesperado, o que tuviera tan poca conciencia. Imponerse a una mujer por la fuerza mientras duerme merece un apartado especial dentro de las perversiones habidas y por haber.
Los ojos de Paul se entrecerraron y se oscurecieron, emitiendo un brillo fugaz.
—Por la fuerza es mucho decir —repuso con un tono de voz aparentemente suave—, aunque puede que tengas razón. —Y poniendo las manos sobre sus hombros tiró de ella para volverla hacia él—. Pero ahora estás despierta.
Esta vez Julia no notó sus labios tiernos y seductores, sino calientes y duros. Su contacto le supo a ira y a frustración. Y el deseo le traspasó como una bala.
Lo necesitaba. Había olvidado lo que era necesitar algo de verdad. Tener sed de un hombre como quien la tiene de agua. Con las defensas desbaratadas, Julia se vio asaltada por la excitación y el deseo. El bombardeo de sensaciones la debilitó al extremo de tener que aferrarse a él, despertando su apetito lo suficiente para entregarse con avidez a los labios de él y a su dominio.
Los brazos de Julia lo rodearon, amarrándose a su cuello como una soga, mientras sus labios ardientes lo besaban con apremio y frenesí. Paul notaba los temblores repentinos que recorrían el cuerpo de ella, y oía su respiración entrecortada por el estremecimiento. Julia olvidó su enfado, y la frustración sucumbió a las incesantes estocadas de pasión que la laceraban. Al final solo quedó el deseo.
Paul enredó sus dedos en los cabellos de Julia y se aferró a ellos. Deseaba hacerla suya allí mismo, en el asiento delantero del coche. Julia le hacía sentir como un adolescente ansioso por mostrarse hábil, como un semental deseoso de aparearse. Y como un hombre que se alejaba de tierra firme para precipitarse en el abismo de lo desconocido.
—Vamos adentro. —Paul sentía el latido de su propia sangre al recorrer el rostro de ella con sus labios—. Déjame llevarte adentro. A la cama.
Al notar los dientes de Paul bajando suavemente por su cuello, Julia estuvo a punto de gritar de necesidad, pero logró contenerse en nombre de la responsabilidad, el orden y la prudencia.
—No —repuso Julia, apelando a años de contención, salpicada de dolorosos recuerdos, para resistir la tentación—. No es esto lo que quiero.
Cuando Paul le cogió la cara entre las manos, se dio cuenta de que él también estaba temblando.
—Qué mal se te da mentir, Julia.
Esta se obligó a recobrar el control y lo miró fijamente mientras apretaba el bolso entre los dedos cual alambres. La luz de la luna le confería una apariencia peligrosa. Persuasiva, temeraria. Peligrosa.
—No es a lo que aspiro —respondió antes de apoyar la mano en la manivela de la puerta y tirar de ella dos veces antes de conseguir abrirla—. Has cometido un error, Paul.
Y, dicho esto, atravesó a toda prisa la estrecha parcela sembrada de césped en dirección a la casa.
—No hay duda de ello —musitó Paul.
Una vez dentro de la casa, Julia se apoyó en la puerta. No podía subir corriendo a su dormitorio en aquel estado. Respiró hondo para tratar de apaciguar el acelerado palpitar del corazón, apagó la luz que CeeCee le había dejado encendida y comenzó a subir la escalera. Al asomarse al cuarto de invitados vio que la joven se había quedado dormida allí. Acto seguido, pasó por la habitación de enfrente para echar un vistazo a su hijo.
Aquella breve inspección bastó para calmarla, para reafirmarse en el acierto de su decisión al volver a casa. La necesidad, por muy ardiente que fuera, no llegaría nunca a pesar lo suficiente para poner en riesgo lo que había construido. En su vida no habría ningún Paul Winthrop, ningún amante embaucador que después de despertar su deseo y hacerla caer en sus redes la dejara en la estacada. Julia se entretuvo un momento en arropar a Brandon con la colcha y alisarla antes de dirigirse a su dormitorio.
Al ver que los temblores comenzaban de nuevo a sacudir su cuerpo, arrojó el bolso sobre la cama entre juramentos. El bolso resbaló y su contenido se desparramó por el suelo. Julia estuvo tentada de esparcir los objetos por la estancia a patadas, pero al final se arrodilló para recoger la polvera, el peine, la pequeña cartera con el dinero.
Y el pliego de papel.
Qué raro, pensó. No recordaba haber metido ningún papel en el bolso. Al desplegarlo, tuvo que apoyarse en la cama para poder ponerse en pie.
ANTES DE OBRAR HAY QUE PENSAR.
Julia se sentó en la cama, dejando el contenido del bolso esparcido en el suelo. ¿Qué diablos significaba aquello? ¿Y cómo se suponía que debía tomárselo?