33

El sol rebotaba en las aguas azules y profundas de la piscina, alimentada aún por el agua de la fuente, que caía en su superficie generando ondas que se expandían hasta desaparecer. Julia se preguntó quién volvería a bañarse en aquella piscina, y si alguien se quitaría lo que llevara puesto y se pondría bajo aquel chorro de agua entre risas.

Le entraron ganas de hacerlo, deprisa, antes de que la sorprendiera alguien, para rendir homenaje a una persona a la que había querido durante poco tiempo.

En lugar de ello, observó el vuelo de un colibrí, que como un diminuto proyectil brillante se reflejó un instante en el agua para revolotear después sobre una petunia de un rojo intenso beber de ella.

—Julia.

La sonrisa que había comenzado a asomar en su rostro se heló en el acto. Julia sintió como si el corazón se le subiera a la garganta de un salto. Poco a poco y con mucho cuidado, fue relajando los dedos que se le habían tensado al cerrar los puños, y apelando a las dotes que hubiera heredado de Eve, se volvió para verse frente a la hija de Charlie Gray.

—Nina. No me he dado cuenta de que estabas aquí. Pensaba que ya te habías mudado.

—Casi. Solo me quedan unas cuantas cosas por empaquetar. Es increíble lo que uno llega a acumular en quince años. ¿Te has enterado de lo de Drake?

—Sí. ¿Por qué no vamos adentro? Paul está aquí.

—Lo sé. —Nina dejó escapar el aire tan rápido que casi pareció sollozar—. Le he oído hablar con Travers, que no se ha dado cuenta de que he llegado un poco antes y he ido arriba. Nada de esto debería haber ocurrido. Nada en absoluto. —Nina metió la mano en el bolso con solapa de color beige que llevaba bajo el brazo y sacó un revólver del calibre 32, cuya superficie cromada refulgió a la luz del sol—. Ojalá hubiera encontrado otra salida, Julia. En serio.

El hecho de verse frente a un arma provocó en Julia más ira que temor. No es que se considerara invencible. Una parte de su mente reconocía que se exponía a recibir el impacto de una bala que podría acabar con su vida. Pero el modo en que dicha amenaza se le presentaba, en un derroche de cortesía increíble, enterró toda posibilidad de obrar con precaución.

—¿Cómo puedes plantarte delante de mí como si nada y disculparte como si hubieras olvidado acudir a una comida? Por Dios, Nina, mataste a Eve.

—No fue algo planeado. —Su tono de voz apenas dejaba entrever un asomo de irritación mientras se llevaba la mano al pecho—. Bien sabe Dios que hice todo lo posible porque entrara en razón. Se lo pedí por las buenas, le supliqué, le envié anónimos para intentar asustarla. Y cuando vi que no funcionaría, te los envié a ti. Incluso contraté a alguien para que manipulara el avión.

En algún rincón del jardín comenzó a cantar un pájaro.

—Intentaste matarme.

—No, no. Sé lo buen piloto que es Jack, y mis instrucciones eran muy precisas. La intención era asustarte, hacerte ver lo importante que era que pusieras fin a la investigación para el libro.

—Por tu padre.

—En parte. —Nina bajó las pestañas, pero a través de ellas Julia seguía viendo el brillo de sus ojos—. Eve le arruinó la vida, acabó con ella. Yo la odié por ello durante mucho tiempo, pero llegó un momento en que me resultó imposible seguir odiándola con lo mucho que me había ayudado. Yo quería de verdad a Eve, Julia. Intenté perdonarla. Tienes que creerme.

—¿Creerte? Tú la mataste, y luego estabas dispuesta a tomar distancia y ver cómo me colgaban a mí por ello.

Nina tensó los labios.

—Una de las primeras cosas que me enseñó Eve fue a sobrevivir. Pienso salir de esta a cualquier precio.

—Paul lo sabe, y Travers también. La policía anda ya sobre la pista de Charlene Gray.

—Habré desaparecido mucho antes de que la relacionen con Nina Soloman. —Nina volvió la mirada un instante hacia la casa; le alivió ver que Paul y Travers seguían hablando—. No he tenido mucho tiempo de pensar en cómo resolver esta situación, pero parece que solo hay una salida.

—Matarme.

—Tiene que parecer un suicidio. Daremos un paseo hasta la casa de invitados. Volveremos a la escena del crimen, a la policía seguro que le gusta. Escribirás una nota confesando que mataste a Eve, y también a Drake. Esta es el arma que utilicé. No está registrada, y aunque rastreen su origen no podrán relacionarla conmigo. Te prometo que será rápido. Aprendí con el mejor —dijo Nina, haciendo un gesto con el revólver—. Vamos, Julia. Si Paul sale, tendré que matarlo a él también. Y luego a Travers. Tendrás un baño de sangre a las puertas de tu casa.

El colibrí se alejó de la flor como una centella y pasó volando sobre el agua. Fue aquel destello de un rojo vibrante y la furia inesperada que la invadió lo que hizo que Nina retrocediera dando un traspié y su primer disparo se desviara del blanco. Movida por una rabia ciega y titánica, Julia arremetió contra ella con tal fuerza que hizo que ambas perdieran el equilibrio y cayeran a la piscina.

Enredadas entre sí, se hundieron hasta el fondo, pero la flotabilidad las hizo ascender de nuevo hasta la superficie mientras se daban patadas, se arañaban y se atragantaban con el agua. Julia no oyó el alarido de ira que profirió cuando Nina le tiró del pelo con fiereza. El dolor le nubló la vista y agudizó su rabia. Por un instante vio el rostro de Nina, perlado de brillantes gotas de agua, antes de que sus manos se lanzaran al cuello de Nina para asfixiarla. Sus pulmones se llenaron de aire automáticamente antes de verse arrastrada de nuevo bajo la superficie.

Pese al velo de agua, alcanzó a ver la expresión de pánico en los ojos desorbitados de Nina. Julia tuvo la satisfacción de ver cómo se cerraban de golpe cuando su puño recorrió lentamente el agua antes de hundirse en el estómago de Nina. De repente, notó que se golpeaba la cabeza con fuerza contra el fondo, lo que le obligó a apretar los dientes para contener un grito. Los ojos le hicieron chiribitas mientras se retorcía y daba patadas a las zonas vulnerables del cuerpo de Nina. Julia no hizo caso de los arañazos y las magulladuras, sino del pitido que percibía en los oídos y la opresión que sentía en el pecho, que le obligó a nadar a la superficie para respirar.

En su cabeza resonaron gritos y chillidos al zambullirse de nuevo para coger a Nina por la blusa mientras esta trataba de escapar de ella moviendo frenéticamente pies y manos. Por las mejillas de Julia corría el agua, y las lágrimas que brotaban de sus ojos. No sabía cuándo había empezado a llorar.

—Zorra —dijo entre dientes.

Echándose hacia atrás, le propinó un puñetazo en plena cara y tiró de ella hacia arriba, cogiéndola del pelo, para golpearla de nuevo.

—Basta. Vamos, cariño, déjalo ya. —Tratando de mantener el equilibrio dentro del agua para sujetar a Julia, Paul la agarró del brazo—. Está fuera de combate. —Paul enganchó a Nina, pasándole un brazo por debajo de la barbilla, para impedir que se hundiera—. Te ha arañado la cara.

Julia espiró con desdén y se limpió la mezcla de agua y sangre que cubría su rostro.

—Pelea como una chica.

A Paul le entraron ganas de reír ante el tono frío y burlón de su voz.

—Travers está llamando a la policía. ¿Puedes llegar hasta el borde de la piscina tú sola?

—Sí.

En cuanto Julia llegó al borde, le entraron arcadas.

Sin pensárselo dos veces, Paul dejó a Nina inconsciente junto a la piscina y fue a socorrer a Julia.

—Sácala toda —le dijo en voz baja, sujetándole la cabeza con manos temblorosas—. Has tragado más agua de la cuenta. Esa es mi chica. —Paul la acarició y trató de tranquilizarla mientras las arcadas de Julia daban paso a una respiración dificultosa—. Es la primera vez que te veo en acción, campeona. —Paul la atrajo hacia sí para estrecharla entre sus brazos—. Menuda amazona estás hecha. Recuérdame que no me meta contigo.

Julia tomó aire y sintió cómo le quemaba la garganta.

—Tenía un arma.

—Está bien. —Paul la abrazó con más fuerza entre espasmos—. Ahora la tengo yo. Déjame que te lleve dentro.

—Ya la llevaré yo. —Con expresión adusta, Travers envolvió a Julia en una enorme toalla de baño—. Paul, vigila a esa. Y tú ven conmigo —dijo Travers, rodeando la cintura de Julia con su brazo macizo—. Te traeré ropa seca y te prepararé una buena taza de té.

Paul se secó el agua de la cara y vio cómo Travers se llevaba adentro a la hija de Eve. Luego se levantó para ocuparse de la hija de Charlie.

Envuelta en una de las vaporosas batas de seda de Eve y reconfortada por el efecto de un té con brandy, Julia descansaba recostada sobre la pila de mullidos almohadones que Travers había puesto a su alrededor.

—No me habían mimado tanto desde que tenía doce años y me rompí la muñeca patinando.

—A Travers le ayuda a llevar mejor el sentimiento de culpa.

Paul dejó de caminar de un lado a otro para encenderse un purito.

—No tiene motivos para sentirse culpable. Ella creía que yo lo había hecho. Pero si había momentos en que casi lo creía hasta yo —dijo Julia, cambiando de posición con un gesto de dolor.

—Deberías dejarme llamar al médico, Jules.

—Ya me han examinado los sanitarios —le recordó Julia—. Solo tengo rasguños y contusiones.

—Y una herida de bala.

Julia se miró el brazo, que llevaba vendado justo por encima del codo.

—Esto no es más que un arañazo, Paul. —Al ver que Paul no sonreía, Julia alargó la mano hacia él—. En serio, Paul, es un rasguño, como en las películas. Me duele más el mordisco que me ha dado en el hombro. —Con una mueca de dolor, se lo tocó con cautela—. Solo quiero estar aquí, contigo.

—Pues córrete un poco —le ordenó Paul para sentarse junto a su cadera cuando Julia le hizo sitio. Luego le cogió la mano entre las suyas y se la llevó a los labios—. La verdad es que sabes cómo dar un susto de muerte a un hombre. Cuando he oído ese disparo, he sentido como si me quitaran cinco años de vida.

—Si me besas, haré todo lo posible por devolvértelos.

Paul se inclinó sobre ella con la intención de no excederse con el beso, pero Julia lo rodeó con los brazos y lo atrajo hacia sí. Con un gemido quedo de desesperación, Paul la estrechó contra su pecho y vertió en aquel beso apasionado todas las necesidades, la gratitud y las esperanzas que albergaba en su interior.

—Siento mucho interrumpir —dijo Frank desde la puerta.

Paul no volvió la mirada, sino que se dedicó a acariciar con sus labios los rasguños que Julia tenía en las mejillas.

—Pues no lo hagas.

—Disculpa, amigo, pero es una cuestión oficial. Señorita Summers, he venido a informarle de que han sido retirados todos los cargos que había contra usted.

Paul sintió el estremecimiento de Julia, que lo agarró con fuerza de la camisa mientras miraba a Frank.

—Qué menos, si ha pescado a la asesina por vosotros.

—Cállate, Winthrop. Y también he venido a presentarle oficialmente una disculpa por la terrible experiencia que ha vivido. ¿Puedo coger un sándwich de esos? Estoy muerto de hambre.

Paul miró la bandeja de fiambres que Travers había dejado encima de la mesa.

—Coge lo que quieras y lárgate.

—No, Paul —le dijo Julia, apartándolo lo suficiente para poder incorporarse—. Necesito saber por qué. Tengo que saber a qué se refería con ciertas cosas que ha dicho. Ha hablado con usted, ¿verdad, teniente?

—Sí, ha hablado. —Frank se agachó para hacerse un sándwich gigante de jamón, salami y pechuga de pollo, con tres lonchas de queso y varias rodajas gruesas de tomate—. Sabía que la teníamos. ¿Hay algo de beber para acompañar esto?

—Mira en el bar —le sugirió Paul.

Presa de la impaciencia, Julia se levantó para ir a buscarle un refresco.

—Cuando estaba hablando de matarme, me ha dicho que sería rápido, que había aprendido con el mejor. ¿A qué se refería?

Frank cogió la botella que Julia le ofreció y asintió con la cabeza.

—A Michael Delrickio.

—¿Delrickio? ¿Nina tenía trato con Delrickio?

—Así fue como la conoció Eve —explicó Paul—. Siéntate. Te contaré lo que Travers me ha explicado.

—Sí, creo que es mejor que me siente.

Julia ocupó sin darse cuenta el sillón situado bajo el retrato de Eve.

—Parece que el pasado de Nina no era lo que nos había hecho creer. No era pobre, pero sí que sufrió maltratos. Su padre había dejado a su madre una herencia considerable, pero no bastó para comprar su odio. La madre de Nina descargó aquel odio en la pequeña, tanto física como emocionalmente. Y durante un tiempo tuvo un padrastro. Todo eso era verdad. Lo que no dijo nunca es que su madre intentó poner a Nina en contra de Eve, diciéndole lo mucho que había traicionado a Charlie, hasta el punto de provocar su muerte. Cuando Nina se marchó de casa a los dieciséis años, estaba confundida y era muy vulnerable. Después de un tiempo haciendo la calle, se marchó a Las Vegas, donde trabajó en espectáculos de cabaret y en la prostitución. Allí fue donde conoció a Delrickio. Por entonces Nina debía de tener unos veinte años, y era muy espabilada. Delrickio vio su potencial y comenzó a utilizarla como chica de alterne para sus clientes más importantes. Ellos dos estuvieron liados durante varios años. En algún momento ella se enamoró de él, y ya no quiso seguir entreteniendo a sus clientes. Lo que quería era un trabajo formal, y algún tipo de compromiso por parte de él.

—La señora demostró tener un gusto pésimo —opinó Frank con la boca llena—. Y poco criterio. Delrickio la retuvo en Las Vegas y, cuando ella le montó una escena, mandó a uno de sus chicos a que le diera una lección. Eso la tuvo calmada un tiempo. Por lo que cuenta ella, aún seguía sintiendo algo por él que le impedía dejarlo. Cuando se enteró de que Delrickio tenía un lío con otra, ella la persiguió y la puso verde. A Delrickio le gustó su iniciativa y le dio falsas esperanzas.

—Entonces entró Eve en escena —añadió Paul mientras acariciaba el brazo de Julia lenta y rítmicamente, como si temiera perder el contacto con ella—. Esta vez fue Delrickio quien se enamoró perdidamente. Al ver que Nina no tenía intención de dejarlo escapar, Delrickio mandó a uno de sus matones a que tratara de convencerla. Eve se lo olió, y como acababa de enterarse, a través de Priest, de lo lejos que podía llegar Delrickio, fue a ver personalmente a Nina. La encontró en el hospital, en un estado lamentable, y al verla Nina se lo contó todo.

—Y cuando Eve se enteró de que era la hija de Charlie —dijo Julia en voz baja—, la trajo aquí.

—Exacto —corroboró Paul, levantando la vista hacia el retrato—. Eve le ofreció la posibilidad de empezar de nuevo, con Kenneth como maestro, y su amistad. Y durante todos estos años Eve mintió por ella. Por eso, cuando Eve decidió que quería destapar todas las mentiras de su vida y dejar la verdad como parte de su legado, a Nina le entró el pánico. Eve le prometió que esperaría hasta confiar en ti para contártelo todo, pero sentía que Charlie merecía honestidad y trató de hacer entender a Nina que ella era un símbolo de lo lejos que podía llegar una mujer.

—Nina no soportaba la idea de que se descubriera la verdad —continuó Frank—. Le gustaba la imagen que había creado de ella, de la mujer de carrera serena y competente en la que se había convertido. No quería que todos sus contactos de la clase alta supieran que había trabajado como puta para un capo de la mafia. No tenía pensado matar a Eve, al menos no era su intención, pero cuando supo que Eve había grabado unas cintas donde revelaba toda la historia y que iba a dártelas, explotó. El resto es fácil.

—Siguió a Eve hasta la casa de invitados —prosiguió Julia en un susurro—. Discutieron. Nina cogió el atizador y la golpeó. Debió de asustarse, pero siendo tan organizada como es, limpiaría las huellas del arma y cogería las llaves de Eve… recordando seguramente la fuerte pelea que habíamos tenido ella y yo la noche anterior.

—Le oyó llegar en coche —dijo Frank a Julia—. Y la vio adentrarse en el jardín. Fue entonces cuando decidió dirigir las sospechas hacia usted. Entonces salió corriendo de la casa. Fue ella quien volvió a conectar el sistema de alarma. Al ver que el interruptor principal estaba desconectado, se asustó. Supuso que aquello podría complicar las cosas, así que lo conectó de nuevo y volvió al trabajo. Ah, y se aseguró de pasarse por la cocina, para que Travers y la cocinera supieran que estaba ocupada transcribiendo cartas.

—Lo que no sabía es que Drake la había visto.

Julia se reclinó y cerró los ojos.

—Drake intentó chantajearla. —Frank movió la cabeza de un lado a otro mientras se preparaba otro sándwich de varios pisos—. Nina podía permitirse el lujo de pagarle, pero no de dejar un cabo suelto. Con él muerto y usted con un pie en la cárcel, sabía que podía salir indemne. Travers era tan leal a Eve que nunca le habría hablado a nadie de su pasado, y no tendría razón para hacerlo.

—Los oí —recordó Julia—. La noche de la fiesta de Eve oí a alguien discutir. Delrickio y Nina. Ella estaba llorando.

—El hecho de volver a verlo no ayudó a mejorar el estado de ánimo de Nina —terció Frank—. Ella aún amaba a ese sinvergüenza. Él le dijo que podía demostrarlo impidiendo que Eve siguiera adelante con la idea del libro. Debió de ser aquella noche cuando comenzó realmente a perder los papeles. Imagino que en su interior albergaba aún parte del odio que su madre le había inculcado. Cuando vio que no podía detener a Eve por las buenas, la detuvo por las malas.

—Es curioso —dijo Julia casi para sus adentros—. Todo empezó con Charlie Gray. Eve comenzó en el cine gracias a él. De hecho, fue la primera historia que me contó. Y ahora termina con él.

—Que no se te desmonte el sándwich al salir, Frank —murmuró Paul, señalando hacia la puerta.

—¿Cómo? Ah, ya. El fiscal del distrito ya ha informado a Hathoway —dijo Frank mientras se ponía en pie—. Ha dicho que dijera a Julia que lo llamara si tenía alguna pregunta. Iba a llevar a su hijo a un partido de béisbol. Ya nos veremos.

—Teniente. —Julia abrió los ojos—. Gracias.

—Ha sido un placer. ¿Sabe? No me había fijado hasta ahora en lo mucho que se parece a ella. —Frank dio otro enorme bocado al sándwich—. Era una mujer hermosa —dijo antes de salir, comiendo.

—¿Estás bien? —preguntó Paul.

—Sí. —Julia respiró hondo. La herida aún le escocía un poco, pero le recordaba que estaba viva, y que era libre—. Sí, estoy bien. ¿Sabes lo que me gustaría? Una copa rebosante de champán.

—Eso nunca es un problema en esta casa.

Paul se acercó a la nevera que había detrás de la barra del bar.

Julia se levantó para apostarse al otro lado de la barra. La bata de Eve se le resbaló por un hombro. Mientras miraba a Paul, se la subió y alisó la seda, dejando los dedos sobre ella un instante como si se tratara de una vieja amiga. Paul esbozó una sonrisa ante aquel gesto, pero no dijo nada. Julia se preguntó si Paul habría percibido la fragancia del perfume que aún impregnaba la tela.

—Tengo una pregunta.

—Adelante —dijo Paul mientras quitaba el envoltorio del tapón de la botella y comenzaba a dar vueltas al alambre que sujetaba el corcho.

—¿Vas a casarte conmigo?

El corcho salió disparado con un estallido. Sin prestar atención a la espuma que se derramaba por el lado de la botella, Paul miró a Julia. La mirada de esta tenía aquella expresión de cautela que a él tanto le gustaba.

—No lo dudes.

—Bien —asintió Julia. Sus dedos se deslizaron por la seda hasta que las manos de ambos se entrelazaron sobre la barra. Viniera de donde viniese, y fuera a donde fuese, ante todo se tenía a sí misma—. Eso está bien. —Recobrando ya la calma, respiró hondo de nuevo—. ¿Qué opinas de Connecticut?

—Bueno, de hecho… —Paul hizo una pausa para llenar dos copas de champán—. He estado pensando que ya es hora de un cambio de aires. He oído que tiene muchos atractivos, como el follaje en otoño, el esquí y mujeres muy sexys. —Paul ofreció a Julia una copa—. ¿Tendrías espacio suficiente para alojarme?

—Podría hacerte un hueco. —Pero al ver que Paul se disponía a brindar con ella, Julia negó con la cabeza—. Los niños de diez años son ruidosos, exigentes y no respetan mucho la intimidad.

—Brandon y yo ya hemos llegado a un acuerdo. —Sintiéndose cómodo, Paul se apoyó en la barra y percibió la fragancia de Julia, la que despedía su cuerpo y nada más—. Le parece muy buena idea que me case con su madre.

—¿Quieres decir que…?

—Y —prosiguió Paul—, antes de que empieces a preocuparte por el hecho de que yo no sea su padre biológico, te recuerdo que yo encontré a mi madre a los diez años. —Paul posó su mano sobre la de Julia—. Quiero todo el lote, Jules, a ti y al niño. —Paul se llevó la mano de Julia a los labios, y se alegró al ver que ella extendía los dedos para acariciarle la mejilla—. Además, tiene la edad perfecta para hacer de canguro cuando empecemos a darle hermanitos y hermanitas.

—De acuerdo. El trato es dos por uno. —Julia entrechocó su copa con la de Paul—. Es toda una ganga.

—Lo sé.

—Y nosotros también. ¿Vas a darme un beso?

—Me lo estoy pensando.

—Pues piensa rápido —dijo Julia riendo mientras le tendía los brazos.

Paul la levantó en brazos y la besó bajo el retrato de una mujer que había vivido sin arrepentirse de nada.