32

—El fiscal quiere a Morrison sin dilación. —Frank iba silbando mientras recorrían el camino de entrada que conducía a la casa de Drake—. Julia, ¿ha hablado con su abogado?

—Sí. —Julia se secó el sudor de las manos en los pantalones—. Ahora mismo estará acosando a su capitán. Lincoln me ha dicho que no nos dejaría venir con usted a buscar a Drake.

—Cómo voy a impedirlo si han aparecido sin más —dijo Frank, guiñando un ojo a Paul—. Además, supongo que Morrison tardará menos en venirse abajo si están ustedes delante.

—Yo preferiría tumbarlo en el acto —musitó Paul.

—Ya tendrás oportunidad de hacerlo. Pero antes espera a que tengamos su declaración. Por Dios, ¿cómo puede soportar la música tan alta?

Frank pulsó el timbre y luego golpeó la puerta con el puño.

—El muy cabrón vio quién la mató. —Paul apretó la mano de Julia con los dedos hasta que ella hizo un gesto de dolor—. Todo lo bueno que Drake tiene en esta vida se lo debe a Eve, y ella siempre le ha importado un bledo. La ha utilizado muerta como la utilizó en vida. Por el dinero.

—Si Julia fuera declarada culpable, él tendría más posibilidades de quedarse con una parte importante del patrimonio de Eve. —Sin dejar de silbar entre dientes, Frank volvió a golpear la puerta—. Como no abra, le va a caer un puro por obstrucción a la justicia. El tío está en casa. Su coche está ahí fuera y las luces y el equipo de música están encendidos. ¡Morrison! —gritó Frank a voz en cuello—. Policía. Abra la puerta.

Frank miró de soslayo a Paul.

Paul captó el mensaje de aquella mirada y puso una mano en la espalda de Julia.

—Será mejor que esperes en el coche —le dijo.

Julia también captó el mensaje y se quitó la mano de Paul de encima con una leve sacudida.

—Ni lo sueñes.

Frank se limitó a suspirar.

—Apartaos. —Frank dio tres patadas a la puerta antes de que las bisagras cedieran—. Estoy perdiendo facultades —dijo para sí mismo antes de sacar el arma—. No permitas que ella entre a menos que yo lo diga.

En cuanto Frank entró en la casa Julia forcejeó para soltarse de los brazos de Paul, que la retenían.

—¿Crees que voy a quedarme esperando aquí fuera? Él sabe quién la mató. —Julia movió la cabeza de un lado a otro con gesto enérgico—. Paul, era mi madre.

Paul se preguntó si Julia sería consciente de que era la primera vez que aceptaba aquel hecho. Asintiendo con la cabeza, la cogió de la mano.

—No te separes de mí.

La música dejó de sonar de golpe, de modo que cuando entraron en el vestíbulo lo hicieron sumidos en un silencio absoluto. Paul recorrió la escalera con la mirada, colocando su cuerpo de modo que Julia quedara parapetada tras él.

—¿Frank?

—Estoy aquí. Mierda, sácala de aquí.

Pero Julia ya estaba dentro. Por segunda vez en su vida se encontraba de frente con una muerte violenta. Drake estaba tendido boca arriba en el suelo, en el lugar donde había caído de espaldas. Había cristales rotos esparcidos a ambos lados de su cuerpo. El aire olía a sangre y a champán sin gas, indicios de una celebración que no podía haber acabado peor.

Una hora después Julia estaba sentada en el salón de Paul, ya calmada tras haber hecho acopio de voluntad.

—Necesito saberlo. —Julia se dirigía a Lincoln mirándolo a los ojos—. ¿Creen que yo lo maté?

—No. No hay motivo para creer tal cosa. Cuando establezcan la hora de la muerte, dudo que te relacionen con su asesinato. Más bien parece profesional.

—¿Profesional?

—Sí, un solo disparo, limpio y certero. Sabremos más detalles en uno o dos días.

—Uno o dos días. —Sin tenerlas todas consigo de que pudiera aguantar siquiera una o dos horas más, Julia se presionó los ojos con los dedos—. Drake podría haberme salvado, Lincoln. Ahora está muerto, y en lo único que puedo pensar es en que si hubiéramos contado con un par de días más podría haberme salvado.

—Y es posible que aún pueda hacerlo. Con el testimonio de Haffner, y el hecho de que Drake haya sido asesinado, los cargos contra ti pierden solidez, pues queda demostrado que había alguien más en la finca y que el sistema de alarma no funcionaba. Haffner corrobora asimismo el hecho de que tú estabas en el jardín y no en la casa. Y que alguien, probablemente Eve, ya estaba dentro. Drake no habría estado mirando por la ventana ni se habría asustado lo suficiente para huir de allí corriendo si la casa hubiera estado vacía.

Julia se agarró con cautela a aquel hilo de esperanza.

—¿Ese será el argumento que utilizarás en caso de que tengamos que ir a juicio?

—Sí, ese será, si es que tenemos que ir a juicio. Bastará con eso para probar que existen dudas fundadas en torno a tu acusación, Julia. El fiscal lo sabe. Y ahora quiero que descanses un rato.

—Gracias. —En el momento en que Julia se levantaba para acompañarlo hasta la puerta, sonó el teléfono—. Ya lo cojo yo —dijo a Paul.

—Deja que suene.

—Si es un periodista, tendré la satisfacción de colgarle. ¿Diga? —Julia se quedó perpleja—. Sí, cómo no. Un momento. Lincoln, es tu hijo.

—¿Garrett? —Lincoln ya había dado un paso al frente cuando una súbita vergüenza lo invadió—. Mi… familia ha decidido venir aquí a pasar unos días. Los niños están de vacaciones por Semana Santa.

Ante la falta de respuesta de Julia, Lincoln cogió el auricular.

—Garrett, ya estáis aquí. Sí, ya sé que os han retrasado el vuelo. Me alegro de oír tu voz. —Lincoln se echó a reír, y en un gesto deliberado se volvió de espaldas al salón, de espaldas a Julia—. Bueno, aquí son solo las once pasadas, así que no habéis llegado tan tarde. Sí, te prometo que iremos a ver un partido de béisbol y a Disneylandia. Di a tu madre y a tu hermana que voy para el hotel ahora mismo, así que esperadme allí. Sí, sí, muy pronto. Adiós, Garrett.

Lincoln colgó el teléfono y se aclaró la voz.

—Lo siento. Les he dejado este teléfono porque les han retrasado el vuelo en Saint Louis y estaba un poco preocupado.

Julia miró sus ojos precavidos con ecuanimidad.

—No pasa nada. Será mejor que vuelvas al hotel.

—Sí. Ya te llamaré.

Lincoln salió por la puerta, a toda prisa, pensó Julia.

—Resulta irónico, ¿no? —dijo Julia cuando se quedó a solas con Paul—. Ese niño se lleva tan solo unos meses con Brandon. Cuando Lincoln se enteró de que yo estaba embarazada, le aterraba tanto lo que podría ocurrir que volvió corriendo junto a su mujer. Podría decirse que yo salvé su matrimonio, y en parte soy responsable del nacimiento del hermanastro de Brandon. Parecía un chico muy listo y educado.

Paul partió en dos el purito que estaba fumando al apagarlo con gesto enérgico.

—Aun así sigo diciendo que me encantaría restregar la cara de Hathoway por un muro de hormigón por lo que te hizo. Aunque solo sea una o dos horas.

—Ya no estoy enfadada. Ni siquiera sé cuándo dejé de estarlo. Pero él sigue huyendo. —Julia se acercó a Paul para acurrucarse en su regazo—. Yo ya no huyo, Paul, y sé perfectamente cuándo dejé de hacerlo. Fue aquella noche, en Londres, cuando estuvimos despiertos hasta tarde, y yo te lo conté todo. Todos los secretos que no pensaba que nunca compartiría con un hombre. —Julia acercó los labios a los de Paul para juguetear con ellos—. Así que no creo que quiera restregar su cara por un muro de hormigón. —Con un suspiro, Julia le recorrió el cuello a besos pequeños—. Quizá podrías romperle un brazo.

—Vale. —Los brazos de Paul la estrecharon contra sí de forma tan repentina que Julia dio un grito ahogado—. Todo se arreglará —murmuró con sus labios pegados a los cabellos de Julia.

Y así se quedaron dormidos, abrazados en el sofá y totalmente vestidos. Cuando llamaron a la puerta poco después de las seis, se despertaron sobresaltados y se miraron el uno al otro.

Del salón pasaron a la cocina, donde Frank se sentó mientras Julia puso una sartén al fuego.

—Tengo buenas y malas noticias —comenzó a decir Frank—. La mala noticia es que el fiscal no está dispuesto a retirar los cargos.

Julia se limitó a sacar un cartón de huevos de la nevera, sin decir nada.

—La buena noticia es que la investigación está más abierta que nunca. El testimonio de Haffner juega a su favor, Julia. Tenemos que comprobar ciertos datos y demostrar su relación con Kincade. Nos habría venido muy bien que el propio Rusty hubiera echado un vistazo por la ventana, ya que Morrison no va a poder contar a nadie lo que vio aquel día. Pero la mera presencia de ambos en la finca podría servir para desmontar la teoría del fiscal. Los argumentos que más pesan contra usted eran el factor del tiempo y el hecho de que el resto de los presentes en la finca aquel día tenían una coartada. Si tenemos en cuenta el testimonio de Haffner, dichos argumentos dejarían de tener valor.

—Lo expresa en condicional —observó Julia.

—Mire, el interesado de Haffner podría retractarse de su declaración. Está cabreado por el hecho de que le tendieran una trampa, pero también sabe cuál es la situación. Las cosas serán más duras para él si no coopera. Al fiscal del distrito le gustaría desechar su declaración, pero esta tiene visos de ser veraz. Cuando consigamos demostrar que Haffner trabajaba de veras para Kincade y que este le había encargado que la siguiera, tendrá que tragarse el resto. Morrison se encontraba en la finca en el momento del asesinato, vio algo y ahora está muerto. —Frank suspiró agradecido cuando Paul le puso delante una taza de café—. Estamos tratando de conseguir un informe detallado de todas sus llamadas telefónicas. Sería interesante ver con quién habló desde el día del asesinato.

Allí estaban, hablando de asesinato en la cocina, pensó Julia, mientras el beicon se freía y el café humeaba. Mirando por la ventana vio un pájaro encaramado a la barandilla de la terraza, cantando como si le fuera la vida en ello.

A cinco mil kilómetros de distancia Brandon estaba en el colegio, enfrentándose a una página llena de fracciones o a un dictado. Pensar en ello le resultó reconfortante, reconoció Julia, al ver que la vida seguía su devenir constante y pausado aun cuando la suya giraba de forma vertiginosa en una órbita desviada.

—Están trabajando muy duro para sacarme de esta —dijo Julia mientras apartaba el beicon para dejarlo escurrir.

—No me gusta trabajar contra lo que me dicta mi intuición. —Frank había añadido al café leche suficiente para que no escaldarse la lengua y se lo tomó a sorbos, dejando que la cafeína caliente le recorriera el cuerpo—. Y tengo una resistencia natural a dejar escapar al responsable de un asesinato. Su madre era una mujer extraordinaria.

Julia pensó en ambas, tanto en la abogada entregada a su trabajo que aun así encontraba tiempo para hacer galletas y arreglar un dobladillo como en la actriz dinámica que se había aferrado a la vida con ambas manos.

—Sí que lo era. ¿Cómo quiere los huevos, teniente?

—Muy hechos —respondió Frank, devolviéndole la sonrisa—. Con la yema dura como una piedra. He leído uno de sus libros, el que trata sobre Dorothy Rogers. Es increíble lo que cuenta en él de ella.

Julia cascó los huevos en la sartén y miró cómo borboteaban las claras.

—Es que vivió experiencias increíbles.

—Bueno, como persona que se gana la vida interrogando a los demás, me gustaría saber cuál es su truco.

—No hay ningún truco, en serio. Cuando usted habla con la gente, no pueden olvidar su condición de policía. Yo me dedico básicamente a escuchar, así que van metiéndose en su propia historia hasta el punto de olvidarse de mí y de la grabadora.

—Si pusiera esas cintas a la venta, sacaría una fortuna. ¿Qué hace con ellas cuando da por finalizado el trabajo?

Julia le dio la vuelta a los huevos, sintiéndose satisfecha al ver que las yemas quedaban bien cuajadas.

—Archivarlas. Las cintas no sirven de mucho sin las historias que las acompañan.

Paul dejó su taza en la mesa haciendo ruido.

—Esperad un momento.

Al volverse, con una fuente de comida en la mano, Julia lo vio salir corriendo de la cocina.

—No se preocupe. —Frank se levantó para coger la fuente—. Yo me comeré su parte.

Cinco minutos después Paul los llamaba para que fueran al piso de arriba.

—Frank, quiero que eches un vistazo a esto.

Frank dejó escapar un gruñido mientras se ponía más tiras de beicon en el plato y subió con él. Julia lo siguió con una taza de café en cada mano.

Paul estaba en su despacho, plantado delante del televisor, con la imagen de Eve en la pantalla.

—Gracias —dijo, cogiendo una de las tazas que Julia llevaba en la mano antes de señalar hacia el televisor con la cabeza—. Jules, quiero que escuches esto con atención.

—… He tenido la precaución de grabar las cintas que faltan.

Paul congeló la imagen y se volvió hacia Julia.

—¿A qué cintas se refería?

—No lo sé. Nunca me dio ninguna otra cinta.

—Exacto. —Paul la besó con fuerza. Julia sintió su emoción cuando Paul la cogió de los hombros con firmeza—. ¿Y dónde diablos están? Eve las grabó entre el momento en que la viste por última vez y el momento en que fue asesinada. No se las dio a Greenburg, ni tampoco te las dio a ti. Pero pensaba hacerlo.

—Pensaba hacerlo —repitió Julia, sentándose en una silla—. Por eso vino a verme a la casa de invitados, y me esperó allí.

—Para dártelas. Para borrar las mentiras que le quedaban por contarte.

—Registramos la casa de arriba abajo —dijo Frank, dejando a un lado el plato—. No encontramos más cintas que las que había en la caja fuerte.

—No, porque alguien se las había llevado. Alguien que sabía lo que contenían.

—¿Y cómo podía saberlo alguien? —Julia volvió la mirada hacia la pantalla, hacia la imagen congelada de Eve—. ¿Si las grabó aquella noche, o a la mañana siguiente? No salió en ningún momento de la casa.

—¿Quién la visitó?

Frank sacó su libreta y pasó unas cuantas páginas.

—Flannigan, su agente y DuBarry. Puede que le dijera algo a alguno de ellos que no querían oír.

Julia apartó la mirada del televisor. No podía contemplar la posibilidad de que hubiera sido Victor. Ya había perdido a dos madres, y no sabía si podría soportar perder a otro padre.

—Eve seguía viva tras la partida de todos ellos. ¿Cómo podrían haber vuelto sin que Joe lo supiera?

—De la misma manera que Morrison entró en la finca —dedujo Frank—. Aunque cuesta creer que alguien más saltara por encima del muro.

—Tal vez no lo hicieran. —Sin despegar la mirada de Eve, Paul acarició el pelo de Julia con una mano—. Tal vez la persona que buscamos no tuviera que preocuparse por entrar, ni por salir, porque seguía dentro, con Eve, pues eso era lo que se esperaba de ella, alguien que a Eve le importara lo suficiente para que le revelara sus intenciones.

—¿Te refieres a alguno de sus criados? —murmuró Frank, y comenzó a pasar de nuevo las páginas de la libreta.

—Me refiero a alguien que vivía en la finca, alguien que no tenía que preocuparse de la seguridad, alguien que la siguió de la casa principal a la casa de invitados, alguien capaz de matar a Eve en un momento de exaltación, y a Drake a sangre fría.

—Tenemos a la cocinera, al jardinero, al ayudante del jardinero, a un par de criadas, al chófer, al ama de llaves y a la secretaria. Todos ellos tienen una coartada plausible para el momento del asesinato.

La impaciencia bullía en el interior de Paul cual olas de calor.

—Puede que uno de ellos fabricara una coartada. Todo encaja, Frank.

—Esto no es uno de tus libros, Paul. Los asesinatos de verdad son más complicados, las piezas no encajan tan a la perfección.

—Siempre presentan las mismas características. Haffner dijo que Eve salió de la casa, y que Morrison cambió de dirección para dirigirse a la casa de invitados. Pasó de largo del garaje, lo que probablemente descarte a Lyle como sospechoso, aunque nada me gustaría más que trincar a ese canalla. Creo que buscamos a una persona cercana a Eve, a alguien que estaba al tanto de los movimientos de Julia, lo que le permitía hacerle llegar los anónimos.

—Puede que fuera Haffner quien me los enviaba —sugirió Julia.

—¿Y por qué se molestaría en negarlo? Nos contó todo lo demás. Quiero saber quién te siguió hasta Londres… y hasta Sausalito.

—Paul —dijo Frank—, revisé los manifiestos de los vuelos a Londres como me pediste, y ya te dije que no pude encontrar ninguna conexión con el caso.

—¿Tienes una lista de nombres?

—Sí, está archivada.

—Anda, Frank, sé bueno y di a los tuyos que me la envíen por fax.

—Pero ¿cómo se te ocurre pedirme eso? —Frank miró entonces el rostro de Julia y luego la pantalla de televisión, con la imagen de Eve en primer plano—. Bueno, ¿por qué no? Total, ya estoy cansado de llevar una placa encima a todas horas.

Aquella espera era en cierto modo peor aún, pensó Julia. Esperar a que Frank hiciera la llamada mientras Paul caminaba impaciente sin parar de fumar, esperar a que la tecnología funcionara y les enviara otra pequeña esperanza. Julia vio cómo el fax expulsaba páginas y páginas con cientos de nombres, de los cuales solo uno importaba.

Entre los tres establecieron una rutina de trabajo. Julia inspeccionaba una hoja y luego se la pasaba a Paul, quien a su vez revisaba otra hoja y se la pasaba a Frank. Julia sintió un extraño sobresalto al ver su nombre mezclado entre el de otros tantos pasajeros. Y también vio el de Paul, en la lista del Concorde. Sí que estaba impaciente por verla, pensó esbozando una sonrisa, además de enfadado, avasallador y exigente. Antes de volver con ella a Los Ángeles, Paul pasó por todos aquellos estados de ánimo y más.

Restregándose los ojos cansados, Julia cogió otra hoja. En su proceder metódico trataba de analizar y asimilar cada nombre, asignándole una cara y una personalidad propias.

Alan Breezewater: un próspero agente de bolsa de mediana edad y medio calvo.

Marjorie Breezewater: su agradable esposa, que gustaba de jugar al bridge.

Carmine Delinka: un empresario dedicado al boxeo con delirios de grandeza.

Helene Fitzhugh-Pryce: una divorciada de regreso a Londres tras una escapada de compras por Rodeo Drive.

Donald Francés: un joven ejecutivo publicitario en pleno ascenso social.

Susan Francés: la atractiva esposa de Donald de origen británico, decidida a abrirse camino en el mundo de la producción de televisión.

Matthew John Francés: el hijo de ambos de cinco años, emocionado con la idea de ir a visitar a sus abuelos.

Charlene Gray… Julia bostezó, se sacudió la modorra e intentó concentrarse. Charlene Gray.

—¡Oh, Dios mío!

—¿Qué ocurre?

Paul miraba por encima de su hombro, reprimiéndose para no arrebatarle la hoja de la mano.

—Charlie Gray.

Frank alzó la vista de la hoja que estaba revisando con el ceño fruncido. Tenía los ojos enrojecidos.

—Creía que estaba muerto.

—Y lo está. Se suicidó a finales de los cuarenta. Pero tuvo un hijo, según me explicó Eve, aunque ella no sabía qué había sido del bebé.

Paul ya había localizado el nombre en la lista de pasajeros.

—Charlene Gray. Creo que ya es un poco tarde para pensar en coincidencias. ¿Cómo podemos dar con ella?

—Dadme un par de horas. —Frank cogió la hoja y dos tiras frías de beicon y se encaminó hacia la puerta. Ya os llamaré.

—Charlie Gray —murmuró Julia—. Eve lo quería mucho, pero Charlie la quería a ella más, mucho más. Eve le partió el corazón cuando se casó con Michael Torrent. Él le regaló rubíes y su primera prueba cinematográfica. Fue su primer amante. —Un escalofrío le recorrió los brazos—. Oh, Dios mío, Paul, ¿es posible que el hijo o hija de Charlie haya matado a Eve?

—Si tuviera una hija, ¿qué edad tendría ahora?

Julia se masajeó las sienes con los dedos.

—Unos cincuenta y pocos. —Julia se quedó inmóvil—. Paul, ¿no creerás en serio que…?

—¿Tienes una foto de él?

Las manos de Julia comenzaron a temblar, a temblar de emoción.

—Sí, Eve me dio cientos de instantáneas y fotos de estudio. Lincoln lo tiene todo.

Paul hizo amago de coger el teléfono, pero de repente dejó escapar un juramento.

—Espera. —Paul se volvió de cara a la estantería que recorría la pared de punta a punta y comenzó a pasar los dedos sobre los títulos de las cintas de vídeo—. Vidas desesperadas —murmuró—. La primera película de Eve, con Michael Torrent y Charles Gray. —Paul dio un rápido apretón de manos a Julia—. ¿Te apetece ver una película?

—Sí —respondió Julia, esforzándose en sonreír—. Pero sin palomitas.

Julia contuvo la respiración mientras Paul sacaba la cinta de Eve del aparato e introducía la película. Rezongando para sus adentros, Paul pasó la advertencia del FBI y los títulos de crédito con el avance rápido.

Eve apareció en la escena inicial, caminando toda ufana por la acera de una calle que se suponía que era Nueva York. Llevaba un coqueto sombrero inclinado sobre un ojo. La cámara hizo un zoom sobre ella y captó su rostro joven y radiante antes de bajar por su cuerpo mientras Eve se agachaba para pasar un dedo lentamente por la costura de la media que cubría su pierna.

—Era una estrella desde la primera escena —dijo Julia—. Y lo sabía.

—¿Sabes qué? Que ya la veremos toda entera cuando estemos de luna de miel.

—De luna de…

—Y hablaremos de eso después. —Mientras Julia trataba de dilucidar si acababan de hacerle una proposición de matrimonio, Paul fue pasando las escenas con el avance rápido—. Quiero un primer plano. Vamos, Charlie. ¡Ahí está! —exclamó triunfal, pulsando el botón de pausa. La imagen de Charlie Gray, con su cabello lacio y brillante peinado hacia atrás y su boca curvada en una sonrisa de autodesaprobación, se quedó congelada en la pantalla, con la mirada fija en ellos.

—Oh, Dios mío, Paul. —Los dedos de Julia se clavaron en el hombro de Paul cual alambres—. Tiene sus mismos ojos.

Con una mueca adusta en el rostro, Paul apagó el televisor.

—Vamos a hablar con Travers.

Dorothy Travers se movía con su andar pesado de una estancia a otra de la casa vacía, limpiando el polvo y los cristales mientras el odio que albergaba en su interior iba en aumento. Anthony Kincade había acabado con toda posibilidad que pudiera haber tenido de creer en una relación sana con un hombre. Así pues había centrado todo su amor en dos personas: su pobre hijo que aún la llamaba mamá, y Eve.

No había nada sexual en su sentimiento de amor por Eve. El sexo había dejado de interesarle antes de que ella dejara de interesar a Kincade. Eve había sido su hermana, su madre y su hija. Aunque Travers quería a su propia familia, la desaparición de Eve de su vida le provocaba tal dolor que solo podía soportarlo tiñéndolo de resentimiento y amargura.

Cuando vio a Julia entrar en la casa, lanzó hacia ella tambaleante, con los brazos extendidos y los dedos curvados como garras.

—Bruja asesina. Te mataré por tener la desfachatez de presentarte en esta casa.

Paul la interceptó y la obligó a que bajara sus brazos fornidos.

—Basta. Maldita sea, Travers, esta casa pertenece a Julia.

—Ni muerta permitiré que ponga los pies en ella. —Los ojos se le llenaron de lágrimas mientras forcejeaba para soltarse de Paul—. Ella le partió el alma, y por si eso no fuera suficiente la mató.

—Escúchame. Drake ha sido asesinado.

Travers dejó de forcejear lo suficiente para quedarse sin respiración.

—¿Drake, muerto?

—De un disparo. Lo encontramos anoche. Tenemos un testigo que lo vio aquí, en la finca, el día que Eve fue asesinada. Travers, el sistema de alarma estaba desconectado. Drake trepó por encima del muro exterior.

—¿Me estás diciendo que Drake mató a Eve?

Paul había conseguido captar su atención, pero lejos de soltarla se limitó a dejar de tenerla sujeta con tanta fuerza.

—No, pero vio quién lo hizo. Por eso está muerto.

Travers volvió a clavar su mirada en Julia.

—Si ella fue capaz de matar a su propia madre, también podría haber sido capaz de matar a su primo.

—Julia no pudo matar a Drake porque estaba conmigo. Estuvo conmigo toda la noche.

Las arrugas del rostro de Travers se acentuaron al oír las palabras de Paul.

—Te tiene cegado. Cegado con el sexo.

—Travers, quiero que me escuches.

—No mientras ella esté en esta casa.

—Esperaré fuera. —Julia negó con la cabeza antes de que Paul pudiera protestar—. No pasa nada. Será mejor así.

Cuando Julia hubo cerrado la puerta tras ella, Travers se relajó.

—¿Cómo puedes acostarte con esa zorra? —En cuanto Paul la soltó, Travers se metió la mano en el bolsillo en busca de un pañuelo de papel—. Creía que Eve significaba algo para ti.

—Sabes que así era. Ven y siéntate. Tenemos que hablar. —Una vez que hubo acomodado a Travers en el salón, Paul se agachó a sus pies—. Necesito que me hables de la hija de Charlie Gray.

Los ojos de Travers se iluminaron antes de que los bajara al suelo.

—No sé de qué me hablas.

—Pues Eve lo sabía. Tú eras la persona en la que más confiaba. Seguro que te habló de ella.

—Y si confiaba en mí, ¿por qué no me contó que estaba enferma?

—Porque te quería. Y porque no deseaba desperdiciar el tiempo que le quedaba en lamentos y caras de pena.

—Incluso eso le arrebataron, el poco tiempo que le quedaba.

—Eso es cierto. Y quiero, tanto como tú, que quienquiera que fuera quien se lo arrebatara pague por ello. Pero no fue Julia —afirmó Paul, cogiéndole las manos antes de que Travers pudiera apartarlas—, sino alguien a quien Eve quería, alguien a quien acogió en su vida. Eve encontró a la hija de Charlie, ¿no es así, Travers?

—Sí.