De Filadelfia a Los Ángeles había un largo trayecto en avión, y ni siquiera volar en primera clase eliminaba los efectos del jet lag ni de la fatiga del viaje. Sin embargo, Lincoln Hathoway parecía que acababa de salir del sastre. El traje de gabardina azul marino con raya diplomática que llevaba puesto no presentaba una sola arruga, sus zapatos cosidos a mano relucían como un espejo y ni uno solo de sus cabellos rubios se veía despeinado en su corte de pelo clásico.
Paul quiso pensar que era la corrección impecable de su aspecto lo que le hizo detestar al hombre que tenía delante.
—Soy Lincoln Hathoway —anunció, tendiéndole una mano con las uñas arregladas—. He venido a ver a Julia.
Paul se alegró de llevar la mano llena de arena.
—Paul Winthrop.
—Lo sé. —No es que Lincoln lo reconociera de las sobrecubiertas de sus libros; no tenía tiempo para leer literatura popular. Pero había pedido a su secretaria que recopilara todos los recortes de prensa sobre Julia que pudiera publicados en aquellos últimos seis meses. De ahí que supiera quién era Paul, así como la relación que tenía tanto con la víctima como con la acusada—. Me alegro de que Julia tenga un lugar discreto donde estar hasta que resolvamos esto.
—De hecho, a mí me preocupa más su tranquilidad que la discreción. —Paul hizo señas a Lincoln para que entrara mientras pensaba en lo mucho que se divertiría odiándolo—. ¿Quiere algo de beber?
—Un agua mineral con una rodaja de limón, gracias. —Lincoln era un hombre que enseguida se formaba una opinión de los demás. A menudo le bastaba poco más que la apariencia y el lenguaje corporal para juzgar a un jurado. A Paul lo catalogó como un rico impaciente y suspicaz, y se preguntó cómo podría valerse de dichas cualidades si el caso iba a juicio—. Señor Winthrop, ¿cómo está Julia?
Paul, que de repente adoptó una actitud distante típicamente británica, se volvió hacia él y le ofreció el vaso.
—¿Por qué no se lo pregunta usted mismo?
Julia estaba en el umbral de la puerta, con un niño delgado y de ojos oscuros a su lado, a quien rodeaba con un brazo sobre sus hombros con gesto protector. Diez años la habían cambiado, pensó Lincoln. Ya no irradiaba confianza y entusiasmo, sino calma y precaución. El cabello castaño claro que en su día llevaba suelto se veía ahora recogido y apartado de un rostro que se había afinado, volviéndose elegante.
Lincoln miró al muchacho, quien permanecía ajeno a la tensión que reinaba en aquel momento en el salón, con ellos cuatro allí reunidos en silencio. Buscó algún indicio, algún rasgo físico que pudiera haber pasado de él a aquel niño que nunca había visto, ni había querido ver. Así era la naturaleza humana, y su propio ego.
Pero no vio nada de él en aquel pequeño de complexión menuda y pelo alborotado, lo cual fue un alivio para él y sirvió para eliminar los asomos de culpa y temor que le habían asaltado durante el vuelo. El chico era suyo, Lincoln nunca lo había dudado, pero al mismo tiempo no lo era. Su mundo, su familia y su conciencia quedaron a salvo en el breve instante que le costó fijarse en el niño y rechazarlo tras una somera evaluación.
Julia se percató de todo, del modo en que Lincoln posó su mirada en Brandon y lo observó fugazmente antes de repudiarlo. Por un momento abrazó con más fuerza a su hijo para protegerlo de un golpe que no podía haber sentido; luego se relajó. Su hijo estaba a salvo. Las dudas que pudiera abrigar sobre la conveniencia o no de revelarle el nombre de su padre se disiparon en aquel momento. El padre de Brandon estaba muerto, para ambos.
—Lincoln. —La voz de Julia sonó tan fría y reservada como el saludo de bienvenida que le ofreció—. Te agradezco que hayas venido tan rápido desde tan lejos.
—Lamento las circunstancias.
—Yo también. —Julia pasó la mano por el hombro de Brandon para posarse sobre su tierna nuca—. Brandon, te presento al señor Hathoway. Es un abogado que trabajó con el abuelo hace mucho tiempo. Ha venido a ayudarnos.
—Hola.
Brandon vio a un hombre alto y de aspecto estirado con los zapatos relucientes y aquella expresión bobalicona de admiración fingida que ponían algunos adultos cuando les presentaban a un niño.
—Hola, Brandon. No tienes por qué preocuparte, nosotros nos encargaremos de todo.
Paul no lo soportaba. En otro momento lo habría tumbado de un puñetazo por su indiferencia.
—Vamos, chaval —dijo Paul a Brandon, tendiéndole la mano, mano que el muchacho aceptó de buen grado—. Vamos arriba a ver qué diablura se nos ocurre.
—Bueno… —Lincoln tomó asiento, sin mirar siquiera a su alrededor mientras Brandon subía la escalera haciendo ruido—. ¿Qué te parece si nos ponemos manos a la obra?
—No ha significado nada para ti, ¿verdad? —dijo Julia en voz baja—. Verlo no ha significado absolutamente nada para ti.
Lincoln se llevó los dedos al impecable nudo Windsor de su corbata. Ante el temor de que Julia le montara alguna escena, se había preparado para ello.
—Julia, como ya te dije hace años, no puedo permitirme el lujo de establecer ningún tipo de vínculo emocional. Te agradezco mucho, muchísimo que fueras lo bastante madura para no hablar con Elizabeth, lamento que te empecinaras en no aceptar la ayuda económica que te ofrecí y me alegro de que hayas prosperado tanto para no necesitarla. Naturalmente, siento que estoy en deuda contigo, y lamento muchísimo que tengas que verte en una situación en la que requieres mis servicios.
Julia rompió a reír, no con el tono débil y tenso propio de la histeria, sino con una risa intensa y sonora que desconcertó a Lincoln.
—Disculpa —dijo Julia, dejándose caer en una silla—. No has cambiado nada, Lincoln. Lo cierto es que no sabía qué sentiría al volver a verte, pero lo único que no imaginaba es que no sentiría nada. —Julia dejó escapar un leve suspiro—. Así que obviemos la gratitud y hagamos lo que haya que hacer. Mi padre te tenía el mayor respeto como abogado, y como su opinión cuenta tanto para mí, tendrás toda mi colaboración, y durante el tiempo que tarden en arreglarse las cosas, mi confianza plena y absoluta.
Lincoln, que apreciaba el sentido común y la firmeza, se limitó a asentir.
—¿Mataste a Eve Benedict?
Los ojos de Julia se iluminaron. A Lincoln le sorprendió ver un destello de ira tan intenso y voluble en su mirada.
—No. ¿Esperabas que lo admitiera si así fuera?
—Como hija de dos de los mejores abogados con los que he trabajado, ya sabes que no tendría sentido mentir si quieres que te represente. Y ahora… —Lincoln hizo una pausa para sacar un bloc de notas en blanco y una pluma estilográfica negra Mont Blanc—. Quiero que me cuentes todo lo que hiciste, todas las personas con quien hablaste y todo lo que viste el día que Eve Benedict fue asesinada.
Julia se lo explicó todo, y repitió el relato entero una vez más. Luego, guiada por las preguntas de Lincoln, rememoró lo sucedido aquel día por tercera vez. Mientras tanto, Lincoln hacía algún que otro comentario y asentía de vez en cuando mientras tomaba notas con su caligrafía clara y precisa. Julia se levantó una sola vez de la silla para rellenar el vaso de él y de paso servirse algo de beber.
—Me temo que aún no he tenido mucho tiempo de ponerme al corriente de las pruebas que existen contra ti. Naturalmente, he comunicado al fiscal del distrito y al inspector responsable de la investigación que me encargaría de tu defensa. Antes de venir me he procurado una copia de ciertos informes del fiscal, pero solo me ha dado tiempo a echarles una ojeada en el taxi.
Lincoln hizo una pausa y entrelazó las manos sobre su regazo. Julia recordó que siempre había tenido aquella actitud tan pulcra y serena, la cual, sumada a aquella tristeza que transmitía su mirada, era lo primero que había atraído de él a una adolescente romántica e impresionable. Ahora, aunque sus gestos eran los mismos, la tristeza se veía reemplazada por perspicacia.
—Julia, ¿estás segura de que abriste la puerta con llave para entrar en la casa aquella tarde?
—Sí, tuve que pararme un momento a buscar las llaves. Desde el robo iba con mucho más cuidado a la hora de cerrar la puerta con llave.
—¿Estás segura? —insistió Lincoln, sin alterar la voz ni su mirada impasible.
Julia hizo amago de contestar, pero luego se detuvo y se reclinó en la silla.
—¿Quieres que mienta, Lincoln?
—Quiero que lo pienses detenidamente. Abrir la puerta con llave es una costumbre, un movimiento automático que uno puede dar por sentado que ha hecho. Sobre todo después de un shock. El hecho de que dijeras a la policía que habías abierto la puerta principal con llave, y que el resto de las puertas estuvieran cerradas con llave desde dentro al llegar ellos al lugar, implica una elevada carga condenatoria. No se encontró llave alguna en el cuerpo, ni tampoco en la casa. Por tanto, o bien la puerta no estaba cerrada con llave, o bien alguien, provisto de una llave, dejó entrar a Eve.
—O alguien se llevó la llave de Eve después de matarla —añadió Paul desde la escalera.
Lincoln alzó la vista. Una leve tensión de los músculos de la boca fue el único indicio de irritación que mostró ante aquella interrupción.
—Ese es, por supuesto, un punto de vista que podemos contemplar. Pero ya que las pruebas apuntan en la dirección de un crimen pasional o impulsivo, resultaría difícil convencer a un juez de que había alguien en la casa con Eve que la mató y que luego tuvo el aplomo de quitarle la llave y cerrar la puerta.
—En eso consiste su trabajo, ¿no? —repuso Paul mientras se dirigía al mueble bar.
Sus dedos tantearon el bourbon, pero retrocedieron y optaron por un agua mineral con gas. La furia que trataba de contener no necesitaba el estímulo del alcohol.
—Mi trabajo consiste en ofrecer a Julia la mejor defensa posible.
—En ese caso disculpa que te lo ponga más difícil, Lincoln, pero insisto en que abrí la puerta con mi propia llave.
Lincoln frunció la boca mientras revisaba sus notas.
—No has mencionado en ningún momento que tocaras el arma del crimen, el atizador.
—Porque no sé si lo hice. —Presa de un cansancio repentino, Julia se paso la mano por el pelo—. Está claro que lo hice, de lo contrario no habrían encontrado mis huellas en él.
—A menos que hubieras encendido la chimenea en la semana o semanas anteriores a aquel día.
—Pero no fue así. Las noches eran tan agradables que no hizo falta.
—El arma fue hallada a varios palmos del cuerpo —dijo Lincoln, sacando un expediente de su maletín—. ¿Te importaría que te enseñara unas fotos?
Julia sabía a lo que se refería, y no supo qué responder. Preparándose para el impacto que podrían causarle, tendió la mano para cogerlas. Vio la imagen de Eve, tendida en la alfombra, la expresión de su rostro, que pese a todo conservaba su imponente belleza, y la sangre.
—Desde esta perspectiva —decía Lincoln—, se puede ver que el atizador está aquí —Lincoln se acercó para señalar un punto de la imagen con el dedo—. Como si alguien lo hubiera lanzado allí, o lo hubiera dejado caer tras apartarse del cuerpo.
—La encontré así —susurró Julia, que oyó su propia voz amortiguada por el estruendo que resonaba en su cabeza y las repentinas convulsiones que comenzaron a mortificar su estómago—. Me acerque a ella y cogí su mano. Creo que dije su nombre. Y entonces lo supe. Me levanté, tambaleante, y cogí el atizador del suelo, creo. Vi que estaba manchado de sangre, y mis manos también, así que lo tiré porque tenía que hacer algo. Llamar a alguien. —Julia arrojó la fotografía a un lado y se puso en pie con gesto vacilante—. Discúlpame, tengo que ir a dar las buenas noches a Brandon.
En cuanto Julia hubo subido la escalera a toda prisa, Paul se volvió hacia Lincoln.
—¿Era preciso hacerle pasar por eso?
—Si, me temo que sí. Y aún será peor. —Con un solo movimiento hábil y eficiente, Lincoln dio la vuelta a la página del bloc que había escrito—. El abogado de la acusación es un hombre muy competente y decidido. Y como todo aquel que aspira a un alto cargo, ambicioso y consciente del valor de un juicio de un famoso. Tendremos que rebatir todas las pruebas físicas que presente con argumentos convincentes. Vamos a tener que inspirar dudas fundadas no solo en un juez, y en un jurado si es que lo hay, sino también en la opinión pública en general. Veo que usted y Julia tienen una relación personal.
—¿No me diga? —Esgrimiendo lentamente una sonrisa adusta, Paul se sentó en el brazo de un sillón—. Déjeme que le explique la situación en detalle, abogado. Ahora Julia y Brandon me pertenecen. Nada me reportaría mayor placer que romperle unos cuantos huesos por lo que le hizo a Julia. Pero si es usted tan bueno como dicen, si es usted la mejor baza que puede tener Julia para salir de esta, haré todo lo que me pida.
Lincoln dejó de apretar la estilográfica que sostenía entre los dedos.
—En ese caso, le sugeriría para empezar que olvidemos lo que ocurrió entre Julia y yo hace más de una década.
—Todo menos eso —aseveró Paul antes de sonreír de nuevo—. Vuelva a intentarlo.
Lincoln había visto sonrisas más agradables en criminales que había llevado a la cárcel.
—Los sentimientos que pueda tener usted hacia mí solo servirán para hacer daño a Julia.
—No, nada volverá a hacerle daño, ni siquiera usted. Si no pensara eso, no le habría dejado pasar por esa puerta. —Sin despegar los ojos de Lincoln, Paul sacó un punto—. No es la primera vez que trabajo con escoria.
—Paul. —Julia habló en voz baja mientras bajaba de nuevo por la escalera—. Eso no sirve de nada.
—Aclarar las cosas siempre sirve de algo, Julia —le contradijo Paul—. Hathoway sabe que si bien cuenta con toda mi repulsa, también puede contar con toda mi colaboración.
—He venido aquí para ofrecer mi ayuda, no para ser juzgado por un error que cometí hace diez años.
—Ten cuidado, Lincoln. —Julia se volvió en su contra antes de poder evitarlo—. Ese error está durmiendo ahí arriba. He decidido aceptar tu ayuda no solo por mi bien, sino por el de él. Brandon lleva toda su vida sin padre, y no soportaría la idea de que me perdiera a mí también.
El leve rubor que subió del nudo de la corbata a las mejillas de Lincoln fue el único indicio de que Julia le había tocado la fibra sensible de algún modo con sus palabras.
—Si logramos mantener nuestros sentimientos al margen del asunto que nos ocupa, tendremos más posibilidades de evitar que eso ocurra. —Satisfecho de haber zanjado la cuestión, Lincoln prosiguió con su intervención—. Ambos conocíais a la difunta y estabais al tanto del funcionamiento de su casa, así como de sus amistades y sus enemigos. Sería útil que me contarais todo lo que pudierais sobre los más allegados a ella, sobre las personas que pudieran beneficiarse con su muerte, ya fuera en el aspecto económico o emocional.
—¿Aparte de mí? —inquirió Julia.
—Tal vez podríamos empezar por ti, y por el señor Winthrop. Con un esbozo me basta, de momento. Tengo reservada una suite en el hotel Beverly Hills, donde instalaré mi despacho. Meyers, Courtney y Lowe han acordado poner dos de sus empleados a mi servicio, y mi secretaria vendrá en avión mañana. —Lincoln consultó su reloj, que ya había cambiado a la hora de la costa Oeste, y frunció el ceño—. Tendremos que quedar para hablar más en profundidad cuando me haya instalado. Lo primero que haré el lunes será solicitar un aplazamiento de la comparecencia ante el juez.
—No. —Julia sintió un escalofrío en todo el cuerpo y comenzó a frotarse los brazos para entrar en calor—. Lo siento, Lincoln, pero no soporto la idea de que esto se alargue aún más.
—Julia, necesito tiempo para estructurar tu defensa. Con suerte, es posible que podamos evitar que vayas a juicio.
—No pretendo dificultar tu trabajo, pero tengo que salir de esto lo antes posible. Con los aplazamientos solamente conseguiremos alimentar más el sensacionalismo. Brandon es lo bastante mayor para leer los periódicos y ver los telediarios. Y yo… para ser sincera, no creo que pueda esperar mucho más.
—Bueno, tenemos el fin de semana por delante para pensar en ello. —O para traerla a su terreno, pensó Lincoln—. De momento, háblame de Eve Benedict.
Cuando Lincoln se marchó eran cerca de las dos de la madrugada, y con su meticulosidad había logrado ganarse el respeto a regañadientes de Paul, a quien la organización y pulcritud del abogado podría haberle parecido irritantes. Lincoln siempre pasaba a una página en blanco cada vez que cambiaba de tema, se comió los brownies que Julia le sirvió acompañados de café con un tenedor y ni una sola vez durante la larga y repetitiva reunión se aflojó la corbata.
Pero Paul también se había fijado en el modo en que Lincoln aguzó la mirada cuando se habló de los anónimos, así como en la expresión de puro placer que puso al oír las explicaciones de la relación de Delrickio con Eve.
Cuando se marchó, no parecía un hombre que llevara en pie casi veinticuatro horas, y se despidió de ellos como si hubieran disfrutado de una agradable velada entre amigos.
—Supongo que no es asunto mío —dijo Paul, volviéndose hacia Julia tras cerrar la puerta. Ella se preparó para lo que pudiera preguntarle, molesta ante la perspectiva de tener que explicarse una vez más, que recordar una vez más—. Pero es que tengo que saberlo. —Paul se acercó a Julia y le apartó el pelo de la cara—. ¿Colgaba la ropa y doblaba los calcetines antes de hacer el amor?
Julia se sorprendió ante su risa ahogada, pero no ante el consuelo que sintió al recostar la cabeza sobre el hombro de Paul.
—De hecho, lo que hacía era doblar la ropa y enrollar los calcetines.
—Jules, debo decirte que tu gusto ha mejorado con el tiempo. —Tras un beso fugaz, Paul la cogió en brazos para llevarla hacia la escalera—. Y cuando duermas doce horas seguidas te lo demostraré.
—Me lo podrías demostrar ahora, y ya dormiré después.
—Esa idea es mucho mejor.
Ni siquiera el hecho de meter a Brandon en un avión, sabiendo que estaría a miles de kilómetros del ojo de la tormenta, le sirvió de consuelo. Lo que quería era volver a tener a su hijo a su lado, y recuperar su vida.
Julia se reunía con Lincoln cada día y permanecía horas sentada en la suite donde él estaba alojado, tomando café solo hasta que notaba que tenía un agujero abierto en medio del intestino. También hablaba con el detective que Lincoln había contratado, cuya presencia suponía una intrusión más en su vida, otra persona que husmeaba entre los hilos endebles de lo que había sido su intimidad.
Y todo tan ordenado, desde los expedientes y los libros de derecho hasta las llamadas que se sucedían una tras otra. Aquel clima de eficiencia impecable comenzaba a ejercer un efecto balsámico sobre ella, hasta que leía un titular u oía las noticias. Entonces volvía a invadirle el temor de ver su nombre, su rostro y su vida bajo el microscopio de la opinión pública, y su destino en manos de la justicia, cuya ceguera no siempre jugaba a favor de los inocentes.
Paul se cuidaba de que Julia se mantuviera lejos de aquel abismo al que ella no quería asomarse. ¿Acaso no se había prometido a sí misma que nunca dependería de nadie para velar por su felicidad, su seguridad y su tranquilidad? Así era, pero su mera presencia le hacía sentir que tenía garantizadas las tres cosas. Y al mismo tiempo le aterraba tanto pensar que aquella sensación fuera tan solo una ilusión que Julia evitaba a Paul, apartándose de él en un lento pero progresivo proceso de distanciamiento.
Paul por su parte estaba agotado y desalentado ante el hecho de que sus contactos en la comisaría no le reportaran ninguna pista que le acercara a la verdad. Frank le había dejado estar presente cuando volvió a interrogar a Lyle, pero el exchófer insistía una y otra vez en que aquel día no había visto, oído ni hablado con nadie.
El hecho de que la situación económica de Drake fuera un desastre no lo implicaba en la muerte de Eve. Es más, el hecho de que ella le hubiera dado una suma elevada de dinero tan solo unas semanas antes de que fuera asesinada jugaba a su favor. ¿Qué motivo tendría Drake para matar la gallina de los huevos de oro?
La única entrevista de Paul con Gloria solo había servido para empeorar las cosas. Temblorosa y con lágrimas en los ojos, Gloria reconoció haber discutido con Eve el día del crimen en un relato cargado de culpa. Después de haberle dicho cosas terribles, se había marchado furiosa y había regresado a casa a toda velocidad para confesarle todo el asunto a su marido, que la había escuchado horrorizado.
Casi al mismo tiempo que Julia descubría el cadáver de Eve, Gloria lloraba en los brazos de su marido, implorándole perdón. En vista de que tanto Marcus Grant como el ama de llaves y el encargado chismoso de la piscina estaban oyendo la confesión de Gloria entre sollozos a la una y cuarto de aquel día, y que el trayecto de una propiedad a la otra no podía cubrirse en menos de diez minutos en coche, no había posibilidad de relacionarla con el asesinato.
Paul seguía teniendo el presentimiento de que el libro era la clave. En ausencia de Julia, aprovechaba para escuchar las cintas una y otra vez, tratando de dar con la frase o el nombre que le proporcionaran la pista a seguir.
Al volver a casa, tensa después de otra sesión con Lincoln para ensayar su declaración ante el juez, Julia oyó la voz de Eve.
—Ese hombre dirigía con un látigo en una mano y una cadena en la otra. No he conocido nunca a nadie que tuviera menos tacto y obtuviera mejores resultados que él. Yo creía que lo odiaba; de hecho, así fue durante el rodaje de la película. Pero cuando McCarthy y su comisión de canallas fueron tras él, me indigné. Ese fue el motivo principal por el que me sumé a Bogart, Betty y los demás para ir a Washington. Nunca he tenido paciencia para el politiqueo, pero te juro que en aquel momento estaba dispuesta a luchar con uñas y dientes. Puede que nuestra acción sirviera de algo, o puede que no, pero al menos nos hicimos oír. Eso es lo que cuenta, ¿no, Julia? Asegurarte de que se te oiga alto y claro. No quiero que se me recuerde como alguien que se cruzaba de brazos mientras los demás allanaban el camino.
—No se le recordará así —murmuró Julia.
Sentado frente a su mesa de trabajo, Paul se volvió hacia ella. Estaba escuchando la voz de Eve con tanta atención que casi esperaba verla allí sentada, pidiéndole que le diera fuego y abriera una botella.
—No. —Paul detuvo la reproducción de la cinta para estudiar el rostro de Julia. En aquella última semana ella rara vez le había dejado ver la expresión pálida y angustiada que subyacía en todo momento bajo aquella máscara de autocontrol. Pero cuando dicha máscara comenzaba a agrietarse, Julia se encerraba en sí misma y se apartaba de él—. Siéntate.
—Iba a preparar café.
—Siéntate —repitió Paul. Julia se sentó, pero en el filo de la silla, como si fuera a saltar en cualquier momento si él se le acercaba demasiado—. Hoy he recibido una citación. Voy a tener que declarar en la vista de mañana.
Julia no lo miró, sino que dirigió la vista a un punto situado entre ellos dos.
—Ya. Bueno, era de esperar.
—Va a ser duro para los dos.
—Lo sé, y lo siento. De hecho, mientras volvía hacia aquí he pensado que quizá sería mejor, o más fácil, que me alojara en un hotel… hasta que pase todo. El hecho de que yo viva aquí está dando mucho que hablar a la prensa, y solo sirve para añadir más tensión a una situación ya imposible de por sí.
—Eso es una estupidez.
—Es un hecho.
Julia se puso en pie, confiando en poder salir por la puerta con dignidad. Pero debería haber imaginado que Paul se levantaría y le bloquearía el paso.
—Inténtalo. —Con una mirada penetrante y peligrosa, Paul la cogió por las solapas y tiró de ella hacia delante—. Estás aquí para quedarte.
—¿Se te ha ocurrido alguna vez que pueda querer estar sola?
—Sí, se me ha ocurrido. Pero formo parte de tu vida, y no puedes dejarme fuera así como así.
—Puede que no tenga vida —repuso Julia a voz en cuello—. Si mañana me envían a juicio…
—Ya te las arreglarás. Ya nos las arreglaremos. A ver si confías en mí de una vez, maldita sea. No soy un niño de diez años al que tienes que proteger, y te aseguro que tampoco soy un capullo sin carácter que dejará que cargues tú sola con todo mientras sale huyendo para refugiarse en una vida ordenada y sin altibajos.
Los ojos de Julia se volvieron del color del humo.
—Esto no tiene nada que ver con Lincoln.
—Desde luego que no. Y ni se te ocurra compararnos de nuevo dentro de esa cabecita tuya tan perspicaz.
Julia había dejado de estar pálida, y se le había alterado la respiración. Para Paul, aquellos indicios de furia significaban más que un montón de palabras de amor.
—Suéltame.
Paul arqueó una ceja, consciente de que aquel era un gesto burlón.
—Faltaría más —dijo Paul, soltándola para meterse luego las manos en los bolsillos.
—Esto no tiene nada que ver con Lincoln —repitió Julia—. Ni tampoco tiene nada que ver contigo. Se trata de mí; métete eso en esa sesera tuya cargada de testosterona. Es mi vida la que estará en juego mañana ante el juez. Y por mucho que aúlles y te golpees el pecho, las cosas son así y no van a cambiar. No tengo muchas opciones, Paul, y si quiero salir por esa puerta, eso es lo que haré.
—Inténtalo —le sugirió Paul.
Movida por la rabia, Julia dio media vuelta rápidamente, pero Paul la cogió antes de que llegara a la escalera.
—Te he dicho que me sueltes.
—Aún no he acabado de aullar ni de golpearme el pecho. —Paul estaba segurísimo de que Julia trataría de pegarle para que le soltara, así que le sujetó las dos manos a la espalda—. Estate quieta, Julia, maldita sea. —Ante el temor de que cayeran los dos rodando escalera abajo, Paul la empujó de espaldas contra la pared—. Mírame, Jules, haz el favor. Es cierto que no tienes muchas opciones. —Con la mano que le quedaba libre le obligó a levantar la cabeza—. ¿De veras quieres alejarte de mí?
Julia lo miró a los ojos y vio que Paul la dejaría marchar; al menos cabía dicha posibilidad. Y si ahora se alejaba de allí, y de él, lo lamentaría toda su vida. Los supervivientes vivían con sus errores. ¿No era eso lo que le había dicho Eve? Pero había algunos errores que uno no podía permitirse el lujo de cometer.
—No. —Julia pegó sus labios a los de Paul, sintiendo su calor y su fuerza—. Lo siento, lo siento mucho.
—No lo sientas —repuso Paul con un beso más ávido y necesitado—. Basta con que no te alejes de mí.
—Tengo miedo, Paul, tengo mucho miedo.
—Vamos a salir de esta. Créeme.
Por un momento Julia lo creyó.
Drake se sentía en el séptimo cielo. En menos de veinticuatro horas tendría un cuarto de millón de dólares en el bolsillo y el mundo entero a sus pies. No le cabía la menor duda de que Julia iría a juicio y, con un poco de suerte, la declararían culpable. Cuando eso ocurriera, y con el dinero metido en el banco, supuso que no le sería muy difícil hacerse con su parte de la propiedad de Eve. Le daba rabia que Paul se quedara con la mitad, pero podría vivir con ello. Con un buen abogado, Drake estaba convencido de que lograría llevarse la parte de Julia.
La ley no le permitiría tocar un solo centavo. Además, a donde iba a ir no le haría ninguna falta.
Al final las cosas habían salido bien.
Satisfecho consigo mismo, puso el equipo de música a todo volumen y se acomodó para consultar un programa de carreras hípicas. Antes del fin de semana, dispondría de un buen pellizco para apostar en el hipódromo de Santa Anita. No tenía intención de arriesgar mucho, pero con solo invertir unos cuantos miles de dólares en la potranca que todos los pronósticos apuntaban como favorita, aquel primer pago podría convertirse en su pasaje a la cima de las apuestas.
Naturalmente, la persona que iba a propiciar dicha apuesta no sabía que aquel sería solo el primero de una serie de pagos. Mientras tarareaba con Gloria Estefan de fondo, Drake, calculó que podría exprimirla durante uno o dos años. Para entonces ya tendría su parte de la herencia. Y luego se largaría de allí; se iría a la Costa Azul, al Caribe o a los Cayos de Florida, a cualquier sitio donde hubiera aguas cálidas y mujeres fogosas.
El Dom Pérignon que había descorchado era una manera de adelantar la celebración. Había quedado con una mujer despampanante en Tramp, pero la acción no comenzaría hasta dentro de un par de horas.
De repente, le entraron unas ganas irrefrenables de bailar. Con la copa de champán en la mano, probó con unos pasos de conga mientras el vino se le derramaba por los dedos. Drake se los lamió todo eufórico.
Al oír el timbre de la puerta pensó en no contestar, pero luego rio para sus adentros. Probablemente sería la afortunada con la que había quedado aquella noche. ¿Quién podía culparla por querer comenzar la velada un poco antes? En lugar de verse en el club podrían ir calentando motores allí mismo.
Cuando el timbre sonó por segunda vez, se atusó el pelo y se desabotonó la camisa antes de abrir la puerta con la copa en la mano. Aunque no era la afortunada de aquella noche, alzó la copa para brindar por aquella visita imprevista.
—Vaya, no esperaba verte hasta mañana. Pero no pasa nada; hoy estoy abierto a hacer negocios. Adelante, lo haremos con una copa de champán.
Sonriendo para sus adentros, fue a por la botella. Después le todo, parecía que no era tan pronto para celebrarlo.
—¿Qué te parece si brindamos por nuestra querida Julia? —Drake llenó una segunda copa hasta el borde—. Por mi querida prima Julia. Sin ella ambos estaríamos de mierda hasta el cuello.
—Es que hay que mirar donde se mete uno.
Drake se volvió, pensando en el gran sentido del humor de su interlocutor. Aún reía cuando vio el arma.
No llegó a sentir el impacto de la bala que le dispararon entre ojo y ojo.